Los recicladores urbanos reclaman mejores ingresos

Los recicladores urbanos reclaman mejores ingresos

Los Recuperadores Urbanos de la ciudad representan cerca de 5.300 trabajadores.

Los cartoneros formalizados y reconocidos por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires como “Recuperadores Urbanos” se encuentran en proceso de reapertura de paritarias debido a la fuerte devaluación y la consecuente inflación de los últimos meses.

En la última movilización a Av. Martín García 346, edificio del Ministerio de Ambiente y Espacio Público porteño, los funcionarios decidieron no responder al reclamo de los cartoneros, que se quejan, entre otras cosas, por la falta de atención. Como respuesta a esta omisión, las cooperativas han decidido no brindar la información que deben transmitir a las autoridades respecto a su trabajo. “Hemos decidido no mandar más información al gobierno. Venimos de la calle, de comer de la basura, y ahora nos tratan peor que la basura”, reclama Cristina Lescano, presidenta de la Cooperativa El Ceibo. “Nos piden que les enviemos información de nuestro trabajo pero no tenemos ni internet para hacerlo, yo tengo que hacer un excel desde el celular o ir a un cyber para enviárselos”, explica Daniela Montenegro, secretaria de la Cooperativa Cartoneros del Sur.

Los Recuperadores Urbanos de la ciudad representan cerca de 5.300 trabajadores y se encuentran agrupados en doce cooperativas que están integradas al servicio público de higiene urbana,  junto a cinco empresas de recolección de basura y al Ente de Higiene Urbana (organismo público). Su labor principal es recolectar todo el material reciclable que se genera, lo cual representa en la actualidad 600 toneladas diarias.

Actualmente se recolectan 600 toneladas diarias de material reciclable.

Estos recuperadores perciben entre 6.500 y 11.600 pesos de remuneración salarial por sus tareas de recolección, transporte, clasificación y comercialización de los reciclables. Además, existe un plus de 4% por productividad, que se paga en función de la cantidad de material recolectado. El Ministerio de Ambiente y Espacio Público es el organismo a cargo del pago de haberes y de la provisión y mantención de los uniformes, bolsones, carros, camiones y colectivos que se necesitan para que día a día miles de cartoneros puedan cumplir con su trabajo.

Ahora bien, la formalización de las condiciones de trabajo de los cartoneros no ha logrado llegar a las condiciones de cualquier trabajo en relación de dependencia. Todos los recuperadores se encuentran contratados bajo el régimen de monotributo y la carga del mismo pesa sobre el bolsillo de cada uno de ellos.

En lo que va del año, solo el monotributo aumentó un 28% y la inflación general de precios acumula cerca del 40%. A estos números se debe sumar que el valor de los reciclables permanece estancado. Desde las cooperativas de recuperadores urbanos informan que el único material que se incrementó fue el cartón, que pasó de 4 a 4,50 pesos por kilo. “Podríamos generar valor agregado a los reciclables que recolectamos si contáramos con enfardadoras, algunas cooperativas lo tienen, pero otras como la nuestra no”, informa Montenegro. “La suba del precio del combustible también nos afecta muchísimo, la plata que nos dan no se modificó, para miércoles o jueves ya se nos acaba y tenemos que reponer con plata nuestra. Lo mismo ocurre cuando hay que hacer reparaciones a los camiones, se viven rompiendo porque son flotas viejas”, amplía.

Los cartoneros son contratados bajo el régimen de monotributo, que aumentó un 28% este año.

Desde la posición oficial argumentan que el aumento salarial que ofrecen es la máxima posible, dado que ya han ejecutado un 82% del presupuesto aprobado para este 2018 y, según estimaciones, se llegará a ejecutar el 100%. Sin embargo, fuentes del Gobierno aseguran que la situación de las cooperativas y recuperadores es algo fundamental, y por ello, para el próximo año se realizará reformas en el sector. En primer lugar, buscarán que los recuperadores urbanos pasen a ser recuperadores ambientales (RA), con lo que se busca mejorar las condiciones salariales y laborales, este pasaje impone que el salario mínimo sería de 11.600 pesos. En segundo lugar, intentarán cambiar los carros de los recuperadores por rutas de transporte nuevas, para esto se incorporarán 57 nuevos camiones de traslado.

Desde el sector de las cooperativas miran todas estas promesas con recelo, ya que no sería la primera vez que se acercan este tipo de propuestas. Mientras tanto, los ingresos de los recuperadores y los costos de las cooperativas no corresponden con el contexto económico actual.

El Gobierno promete mejorar las condiciones salariales y laborales. Por su parte, las cooperativas miran dichas promesas con recelo, ya que no sería la primera vez que se acercan este tipo de propuestas.

Una heladera con mucho calor humano

Una heladera con mucho calor humano

Siete calles lo separan de la heladera. La autopista General Paz en el medio y cuatro semáforos. Lleva los hombros marcados a rojo fuego por la fuerza que hace al levantar su carro. José es cartonero desde hace quince años. Trabaja con la salida del primer rayo de sol hasta que ya no queda luz. A partir de 2011, cuando se organizó en una cooperativa de recolección, logra un mejor precio por kilo basura reciclable. “Gane lo que gane, nunca me alcanza para comer. Mientras junto los cartones agarro comida en los tachos”, dice. El kilo de cartón está 2,40 pesos enfardado o 1,90 pesos suelto. Con sus 48 años entrega parte de su colecta a “La cooperativa del Abasto” y otra porción la guarda para el mercado clandestino.

“El día que encontré la heladera el cielo era todo gris. Paso siempre por esta calle y siempre hay cartón bueno. Antes hacía una parada de descanso por la zona del Abasto que es cerca de donde dejo el cartón. Ahora cambié un poco el recorrido y paro acá”, comenta José. El electrodoméstico se instaló el 30 de octubre sobre la Av. Mosconi 2534 en Villa Pueyrredón por iniciativa de Lupita Gutierrez. «La idea surgió un día con mi mamá, buscando la manera de ayudar a quienes más lo necesitan», recuerda Lupita, de 20 años, vecina del barrio. El artefacto está atado a un poste de luz, a mitad de cuadra, frente a la casa de Lupita. «Cuando terminamos de almorzar no queríamos tirar lo que había sobrado, fue ahí cuando propuse ponerlo en una cajita y dejarlo en la calle. Publiqué en Facebook si alguien podía donar una heladera, ropero o similar y a las cuatro horas ya había conseguido una».

Botellas de agua y jugo, pan en bolsas de supermercado, bandejas descartables con fideos, un tupper con albóndigas y naranjas sueltas. José elige los fideos y una bolsa con pan. El sol le pega en la nunca y se refresca con agua que lleva en su carro. “Llevo toda la plata que junto a la madre de mis hijos y si sobra me quedo con algo”, relata. Sueña con que sus hijos logren terminar el secundario y sigan estudiando. No sabe si después de los fideos le va a alcanzar para comer a la noche. Cada día es una nueva historia en su vida.

La iniciativa de Lupita forma parte de una cadena solidaria que comenzó en febrero de 2016 y ya se expande por todo el país. La primera heladera social fue instalada en Tucumán por Fernando Ríos Kissner, un empresario gastronómico que hizo realidad su idea luego del impacto que le generó ver a un padre meter a su hijo dentro de un contenedor de basura para buscar comida. La aceptación fue tan grande que rápidamente tuvo réplicas en Córdoba, San Juan, Jujuy, Salta, Neuquén y en la Provincia de Buenos Aires. El proyecto también se transformó en un perchero social que integra la campaña «Frío Cero», de la Red Solidaria.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), un tercio de los comestibles producidos en el mundo se pierde o desperdicia anualmente. En la Argentina se derrochan 38 kilos por habitante cada año, generando un residuo de 1,5 millones de toneladas, ya sea debido a una deficitaria planificación de las compras por los consumidores o a descuidos en la conservación. La situación implica, a nivel mundial, una pérdida de 1.300 millones de toneladas anuales de alimentos.

La esquina de Mosconi y Artigas “es muy transcurrida en todo momento del día”, dice Carolina, encargada del puesto de diarios. Farmacity, el puesto de revistas, la panadería Lemon, el Kiosko de Katy, la casa de una vecina, el negocio de arreglo de computadoras, la casa de Lupita, la papelería, la ferretería y en la esquina un salón de fiestas, conviven con la heladera en ese orden. Pocas familias habitan en esa cuadra. “Está el que pone comida, el que se lleva y el que se queja porque le molesta. Lo que más veo es gente que se acerca a poner alimentos. Es impresionante la solidaridad”, relata Katy, dueña del kiosko “La vecindad”, y añade: “Muchos padres con sus hijos compran galletitas, alfajores o bebidas para poner”. El artefacto no está enchufado, con lo cual los alimentos que más se conservan son los no perecederos o los que se retiran en el día. “Está siempre llena con comida diferente”, comenta Lupita. La aceptación de los vecinos la sorprendió y agradece a cada ciudadano que se acerca a poner algo. “Gracias a ella y su familia muchas personas hoy tienen algo para comer”, reflexiona Graciela, vecina del barrio, quien deja tres veces a la semana un par de facturas del desayuno de sus hijos.

“Tomá lo que necesites, aportá lo que puedas”, indican los carteles que tiene el electrodoméstico. Santiago, de 28 años, no sabe leer muy bien pero Gonzalo, su hijo de 8 años, lo ayuda. “Papá, mirá esa heladera. ¿La llevamos?”, le dijo el nene a su padre el lunes a la mañana mientras caminaban por Mosconi buscando cartón. “Nos acercamos a ver si la podíamos levantar. Cuando la estábamos moviendo vino un pibe y nos frenó el carro”, relata Santiago, que además trabaja los fines de semana en la guardia de un almacén en el Bajo Flores. Padre e hijo viven en la villa 1-11-14 junto con su esposa y tres hijos más. Adrián Pérez fue el encargado de impedir que se lleven el artefacto. “Estaba arreglando la computadora de un cliente y cuando levanto la vista veo a los chicos. Salí corriendo a explicarles que sólo podían llevarse la comida”. La primera vez que Santiago y su hijo Gonzalo se alimentaron de la heladera social optaron por una bandeja con una tarta entera, unos fideos y manzanas. “Ese día le di a Gonzalo y a mis otros cuatro hijos de comer. Ahora pasamos siempre y todas las noches tengo algo para darles”.

Desde el negocio de computación, Adrián y sus compañeros ven toda la secuencia. Los que más utilizan la heladera son los cartoneros, de a una o dos bandejas. La situación está muy dura. La desigualdad cada vez es más grande. Cuando vi lo que estaba haciendo Lupita, que es una piba joven, me emocioné e inmediatamente la ayudé”, confiesa Adrián. Santiago también ayudó a los suyos. Después de aquella mañana que encontraron la heladera volvió al barrio y le contó sólo a los de su cuadra que podían retirar comida gratis.

Muchos vecinos que se acercan a poner comida entran al negocio de computación o al local de Katy para felicitar por la iniciativa. Agradecidos, les explican que el proyecto fue de Lupita y le pasan su Facebook para que se contacten. «La idea es que los que tienen bares por acá o cualquiera en su casa, pueda separar algo de su comida y traerla, para que quienes están en situación de calle no tengan que revolver la basura», explica Lupita. Está esperanzada con que la propuesta crezca al igual que Katy, quien dice: “Ojalá no tuvieran que existir estas iniciativas. Ese es mi deseo, pero estamos en cambiemos, todo puede pasar. Sería bueno que estemos mejor”.

Cuando el artefacto cumplió una semana, una vecina de la cuadra se acercó a pegarle stickers naranjas con el símbolo de riesgo y la leyenda “Peligro biolóco”. La mujer -que no permite publicar su nombre – vive desde hace 30 años en la misma casa. “Me parece un desastre esta situación. Hay otros lugares para que la gente coma y no necesariamente este que está frente a mi casa. La heladera junta bichos y larga mal olor”, se queja.

Graciela, encargada de la panadería Lemon, reconoce que ésta no es la mejor solución para el problema pero asegura: “Es mentira que tira bichos u olor. Entre algunos vecinos se ocupan de que esté limpia y cuidada. El problema grande es en el verano con el encierro y las altas temperaturas”. Claudia, empleada de la panadería, le cuenta a su encargada que hace dos días un cliente compró una tarta de calabaza y puso la otra mitad. “Debería tener electricidad pero es un peligro para los chicos. La gente se tiene que ganar la comida con dignidad y no deberían sacar ni de un tacho ni de una heladera de la calle”, opina Claudia mientras lleva un café a un cliente. Ramón, que escuchaba la conversación, intercede: “La idea está bárbara pero no sé si está bien hecha. Igual tampoco vamos a comparar con lo que debe ser para alguien sacar comida de un contenedor o de cualquier otro lado”.

La vecina hizo la denuncia al Gobierno de la Ciudad el lunes 8 de noviembre para que la remuevan. Está esperanzada con que lo harán pronto. Adrián, empleado del negocio de computación, no logra comprender lo que la vecina plantea y dice: “La gente ve una simple heladera, pero no se dan cuenta que es mucho más que eso, sirve para que un pibe coma algo y que quizás sea lo único que ingiera en el día”.

La llamada de la vecina al Centro de Gestión y Participación Comunales (CGPC) a través del 147, para que remuevan la heladera, se hizo efectiva el viernes 11 de noviembre. Sebastián, que trabaja para el CGPC de la Comuna 12 (el cual agrupa los barrios de Villa Pueyrredón, Villa Urquiza, Saavedra y Coghlan), fue el encargado de tomar el caso. “Trabajo desde hace 19 años y siempre levantamos escombros, piedras pero nunca me tocó una cosa así”. Vecinos del barrio se asomaron a ver qué pasaba. El equipo de investigación de esta nota se acercó a Sebastián y su equipo para hacerle unas preguntas. Poco a poco los residentes iban volviendo a sus puestos de trabajo mientras los reporteros intentaban contactarse con Lupita para impedir que removieran la heladera.

“Yo no tengo problema de que esté. Nosotros sólo cumplimos órdenes. Ustedes me tienen que firmar la planilla y poner que es de uso particular y que no quieren que la llevemos y listo.” Este equipo de investigación intercedió firmando en la planilla. La heladera se quedó en su lugar.

Adimiro no tiene hogar. Pasa las noches con su colchón en la puerta de la sucursal del banco Santander Río que está a dos cuadras de la casa de Lupita. Deambulando por el barrio de noche encontró el artefacto. “Agarré unas botellas de jugo, pan y unos tomates”, confiesa el hombre de 40 años que padece de problemas auditivos. “Al no comer, no tengo fuerza y eso hace que esté enfermo seguido. La comida que saco me sirve para no enfermarme. No siempre como durante el día, voy cuando está oscuro para que nadie me vea”.

La noche cae, son las 19 y Coco entra a su turno de trabajo en el kiosko de Katy. Espera a que la cola de colectivos disminuya, agarra el trapo naranja y junto con una botella de detergente y unas cajas sale del negocio. “Yo soy el encargado de limpiar la heladera”, dice inflando el pecho. Todos los días destina veinte minutos al tratamiento de lavado mientras mira de reojo la vidriera por si alguien se acerca. Trabaja desde hace 20 años en el mismo local y se siente orgulloso de su barrio. “Los días que tengo franco le pido a otro vecino si lo puede hacer por mí. Si entre todos nos ayudamos el país va a salir adelante”, añade.

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/01/2017

 

 

 

 

 

El jardín de los cartoneros

El jardín de los cartoneros

El jardín “Amanecer de los pibes” funciona, según sus educadoras, como un jardín a contramano.  Desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche, las maestras reciben a los hijos de los cartoneros agrupados en el Movimiento de Trabajadores Excluidos (M.T.E). Si bien el primer objetivo fue que los chicos permanecieran en guardería durante el tiempo que sus padres iban a trabajar, para no tener que acompañarlos en el cartoneo o quedarse solos en sus casas, las maestras propusieron que no sea “un lugar de depósito” e incluir actividades pedagógicas, talleres, y contenidos propios de un jardín.

“Es un jardín en el turno noche”, explica Natalia Zarza a ANCCOM, quien fue maestra en la sala de 4 años nocturna y ahora ocupa el rol de coordinadora de todo el turno noche. “Ellos vinieron con esta idea de tener una guardería y nosotros le propusimos darles el lugar donde dejar a sus niños pero, además, actividades de crianza. Al principio los niños hasta se bañaban acá. Cuando ellos llegan meriendan, después tienen algunas actividades y más tarde cenamos”, cuenta la educadora.

El jardín, que ya lleva seis años, comenzó a funcionar en septiembre de 2009, luego de que los trabajadores del M.T.E, organizados a través de la Cooperativa Amanecer de los Cartoneros, lograran un subsidio por parte del Gobierno de la Ciudad para la compra de alimentos y el pago a las educadoras. Además, la Cooperativa realizó un convenio con la Fundación Ayuda a la Niñez y Juventud Che Pibe para utilizar las instalaciones, y que en ese lugar funcione la guardería. Las maestras comentaron que, al principio, muchos padres no se animaban a dejar a sus nenes más chiquitos. “Antes, los nenes del maternal eran muy poquitos, porque la mayoría no quería dejarlos. A los de tres, cuatro y cinco años los dejaban, pero los más bebés no. Y ahora la sala maternal rebalsa, tiene una lista de espera de 50 chicos, se anotan cuando nacen y recién al año pueden entrar, hay mucha demanda”, dice Zarza. Actualmente, el turno noche recibe a 200 chicos, todos hijos de cartoneros del M.T.E.

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El trabajo colectivo

La Fundación “Che Pibe” funciona desde hace 28 años en Villa Fiorito, en el Partido de Lomas de Zamora. En el barrio, Che Pibe se parece a una segunda casa para muchos chicos y adolescentes. “La Fundación recibe dinero para becas, mediante las Unidades de Desarrollo Infantil (UDI) que destina el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires”, dice Zarza y cuenta que los miembros de la Cooperativa eligieron a la Fundación como espacio para la guardería, justamente por su reconocimiento en el barrio, y por su trayectoria en el trabajo con los chicos.

Entre las cinco y las seis de la tarde, los colectivos de las diferentes rutas que llevan a los adultos a cartonear a Capital Federal pasan primero por Che Pibe para que los padres puedan dejar a los chicos en el jardín. Más tarde, cuando los cartoneros terminan su jornada de trabajo, vuelven cerca de la medianoche a buscar a sus hijos.

El sistema de trabajo que creó el M.T.E  cuenta en total con 26 rutas. Cada una con un grupo de hasta 60 cartoneros que recorren un camino específico por la Ciudad de Buenos Aires. Cada ruta elige mediante votos a su delegado. “Durante la crisis del 2000, salir a cartonear fue una manera de subsistir. En ese momento, no teníamos para dar de comer a nuestra familia. La única manera que encontramos para sobrevivir fue salir toda la familia a la calle, a juntar basura y reciclarla. Era algo que no sabíamos cómo era, lo empezamos hacer como medio de supervivencia”, cuenta Paola Caviedes, delegada de la ruta 24. Luego, con la organización del Movimiento, pudieron terminar de darle forma a su trabajo: “Fuimos aprendiendo que era bueno para el ambiente reciclar la basura. Pero  llegó un momento en que no dio más la situación con el Gobierno de la Ciudad, que nos perseguía porque decía que robábamos la basura, y nos organizamos para poder defender nuestra fuente de trabajo, lo que nosotros habíamos creado. Así que en ese momento nos organizamos, fuimos a una discusión con el Gobierno hasta que pudimos ponernos de acuerdo en que lo que hacíamos era brindar un servicio a la sociedad”, explica la referente.

Con respecto a la guardería, Caviedes comenta: “Fue una manera de contener a nuestros chicos. Los teníamos que hacer retroceder a la normalidad, después de haber vivido la crisis a la par nuestra. Ahora los nenes van a poder comer, no van a tener frío, van a estar contenidos y van a jugar. Y cuando  las mamás se lo llevan, se van comidos y limpitos. Esa situación, que es maravillosa para cualquier padre, se pudo conseguir por la contención. Todo eso es mucho mejor a estar con tu hijo trabajando en la calle con lluvia o con frío”.

004 che pibe_VALADO_1523El primer desafío para las maestras fue construir un espacio de confianza para los chicos: “Al principio, como educadora, era muy duro, porque anochecía y empezaban a llorar por la angustia de que se hacía de noche y no estaban en sus casas. Entonces, empezamos a poner cortinas oscuras en cierto horario, para que no se dieran cuenta que anochecía, y así de a poquito. Ahora es una maravilla como vienen y se quedan”, cuenta Natalia Zarza y siguió: “Los que vienen a la noche no tienen la posibilidad de elegir. Es esto, ir a cartonear con sus padres, o quedarse solos en la casa, a veces cuidando a sus hermanos. Entonces ahí tuvo un lugar nuestra estrategia de enamorarlos del jardín”. Además, al compartir muchas más actividades que las que pueden darse en un jardín tradicional, las educadoras proponen que el ambiente sea “más familiar”. Muchas veces después de la cena, miran películas o charlan hasta que algunos chicos se duermen.

“Tenemos, no sé si la suerte, de que no estamos enmarcados en un programa del Estado, entonces podemos poner nuestras propias ideas de trabajo en la enseñanza. Por ejemplo, retomamos las ideas de los pueblos originarios, celebramos el Día de la Pachamama y enseñamos el respeto de la tierra, que quizás eso no está en otros jardines”, cuenta Zarza. También el comedor es una de las prioridades y las encargadas de la cocina son trabajadoras del M.T.E : “El alimento es variado y nutritivo. Las compañeras que cocinan se juntan una vez a la semana a planificar el menú, y también hacen capacitaciones con nutricionistas”, concluye la maestra.

“No tenemos la capacidad para contenerlos a todos, pero con los chicos que podemos ir incorporando, logramos que el niño vuelva a ser niño y el papá vuelva a ser papá. La contención está un poquito más. Hoy podemos tener nuestra obra social, nuestro colectivo que nos lleva y trae, nuestra guardería, y todo lo que logramos es a partir de la solidaridad entre compañeros”, asegura Caviedes.

 

 

Actualizado 30/03/2016