Una ley que protege al medioambiente y a las relaciones laborales

Una ley que protege al medioambiente y a las relaciones laborales

La Ley de Envases con Inclusión Social, impulsada por las cooperativas de reciclado, permitiría reducir la cantidad de plástico que se produce en nuestro país y, al mismo tiempo, fortalecer a las organizaciones de cartoneros y cartoneras. Espera su tratamiento en el Congreso.

En el Centro de Reciclaje de Avellaneda se reciclan toneladas de residuos sólidos urbanos.

En Argentina se producen todos los días 50 mil toneladas de residuos. La mitad de ellos termina en alguno de los 5.000 basurales a cielo abierto que hay en el país, o en un relleno sanitario. Alrededor del 20 por ciento de los residuos sólidos urbanos generados son envases post consumo y se consumen 1,8 millones de toneladas de productos plásticos por año, con un promedio de 42 kg por habitante.

Frente a esta realidad cobra gran relevancia el proyecto de la Ley de Envases con Inclusión Social que fue presentado en el Congreso el pasado 3 de junio. El proyecto, elaborado por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible junto a la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores, establece los presupuestos mínimos de protección ambiental para la gestión integral de los envases -antes y después del consumo- en todo el país con el objetivo de prevenir y reducir su impacto sobre el medio ambiente. Del mismo modo, introduce el principio de responsabilidad extendida del productor e integra de forma prioritaria en la cadena de gestión a las trabajadoras y trabajadores recicladores.

La industria del reciclado y de cooperativas encargadas del reciclado de residuos sólidos urbanos son una pata fundamental de esta iniciativa, en pos de disminuir la contaminación ambiental. En la actualidad, se estima que se recupera como máximo un 10% de los residuos generados.

 

 

Agustina Legasa, es economista, concientizadora y activista ambiental, creadora de @blondaverde. En su cuenta busca concientizar y difundir información sobre residuos, reciclaje, compostaje y diversas temáticas que abarcan la contaminación y problemáticas ambientales. “La Ley de Envases es necesaria para que las empresas incorporen el costo ambiental de los productos que insertan en el mercado, de tal manera que se reconfigure hacia nuevas estrategias con envases y empaquetado más circulares”, afirma y agrega: “Actualmente, existe un sistema informal de recolección y comercialización impulsado por los recuperadores, por lo que esta ley serviría para formalizar, potenciar un sistema de reciclaje inclusivo, financiado por quienes introducen los productos en el mercado”.

La implementación de esta ley tendría grandes beneficios como lo son potenciar la industria recicladora nacional y centrar el foco en el reciclaje de materiales, lo que llevaría a que se disminuya la cantidad de desechos y materiales, evitando así el costo ambiental y económico asociado. “Este proyecto de ley tiene objetivos ambientales, sociales y económicos con beneficios tanto para el sector privado, el público y para la economía popular. Esta ley es el camino, un paso necesario y urgente, para empezar a hablar de reciclado en serio en el país”, asegura Legasa. Adicionalmente, la norma que se debate se enfoca en formalizar el trabajo de los recuperadores que se dedican a esta actividad, desarrollando fuentes laborales en condiciones adecuadas, para que ninguno deba trabajar en un basural a cielo abierto o en otras zonas de la ciudad.

Reciclar para vivir

Recuperadores Urbanos del Oeste es una cooperativa de reciclado formada por recuperadores y recuperadoras ambientales, dedicada al procesamiento de residuos sólidos urbanos secos. Sus propios protagonistas manifiestan que la tarea que realizan día tras día no es únicamente una forma de supervivencia, sino un servicio público para la Ciudad. Esta organización obtuvo como fruto del esfuerzo y el trabajo dos sedes, una en Caballito y otra en Villa Soldati. En esta última se halla el Centro Verde Varela, en el que se separa y procesa todo el material que se recicla, para que luego vuelvan a ser reinsertados dentro del circuito productivo como materia prima. El Centro Verde de Recuperadores Urbanos del Oeste recupera aproximadamente más de 60 toneladas de material reciclable de ocho barrios de la Ciudad por día.

El objetivo de los Recuperadores Urbanos del Oeste consiste en coordinar en conjunto con distintos actores de la ciudad para de esta manera colaborar en el manejo de los RSU de forma más racional y responsable. Desde la cooperativa no solo resignifican con su trabajo diario la tarea de “reciclar para vivir”, según reza su slogan, sino que también promueven el compromiso comunitario, la conciencia ambiental y la protección del ambiente. La tarea que llevan a cabo resulta muy importante en la lucha contra la contaminación, ya que si no dichos residuos terminarían en rellenos sanitarios. Las tareas están repartidas y organizadas en grupos, cada reciclador tiene asignado un recorrido fijo; y en promedio cada uno recicla por mes una tonelada de residuos sólidos. Se estima que recogen 70 kilos por bolsón.

“Es necesario que se ponga en valor la tarea que realizan millones de recicladores para que se los reconozca como el primer eslabón de la cadena medioambiental. Creemos que la acción asumida por la Cooperativa debe ser reconocida y valorizada, puesto que además de encargarse de la separación y reciclado, desarrollamos una intensa actividad ambiental, que construye conciencia y también plantamos especies autóctonas, favoreciendo el espacio que habitamos”, señala la cooperativa.

Las cooperativas, cómo la de Avellaneda, son una pata fundamental de la Ley de Envases con inclusión social. 

El compromiso de la organización no solo es en pos del reciclaje, sino que también le da una gran importancia a la formación de los recuperadores a través del plan de capacitación y profesionalización ambiental, destinado a contribuir con la formación de los recuperadores. La cooperativa tiene un rol activo en las calles, es por eso se movilizan y concurren a diversas marchas para defender su labor y exigir al Estado la protección de la industria del reciclado. Entre los reclamos se halla la protección a la industria del reciclado, ya que de ella dependen alrededor de 150 mil familias.

Es por esta razón que la ley de Envases con Inclusión Social sería un elemento necesario y de gran ayuda para las cooperativas, recicladores, y para la sociedad argentina en su conjunto. El proyecto de ley ya fue presentado en Diputados en el 2021, por lo que debe pasar por diversas Comisiones donde pueden llegar a incluirse modificaciones y luego sí se debe debatir en el recinto. Aunque, según Agustina, uno de los grandes obstáculos para que esto suceda es el lobby de las principales marcas “empaquetadoras” para evitar que el proyecto llegue a debatirse: “el año pasado vimos una gran jugada en medios, donde buscan asustar a la población con un “impuestazo”, con un impacto en precios que si leen el proyecto queda claro que no es posible que ocurra. “Hay que traer este tema a la mesa, que todas las personas sepan de qué estamos hablando cuando hablamos de la Ley de Envases, cuáles son sus beneficios y sus posibles impactos reales. Y hay que exigirle a nuestros legisladores que se sienten a debatirla, que queremos escuchar qué opinan también, más allá de su aprobación”.

Ahora viene la lucha por la Ley de Envases

Ahora viene la lucha por la Ley de Envases

Por Delfina Villa

Fotografía: Guido Ieraci

Este jueves 28 de octubre, trabajadores nucleados en la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR) realizaron una movilización para acompañar la presentación del proyecto de la Ley de Envases con Inclusión Social en la Cámara de Diputados. La marcha partió a las 10 de la mañana desde el Obelisco y concluyó en el Congreso de la Nación junto a un acto de cierre donde participaron dirigentes como Jacquelina Flores -cartonera, miembro del MTE y la CTEP-, María Castillo -directora de la Economía Popular en el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación-, Sergio Sánchez -presidente de la FACCyR-, Juan Grabois -abogado y militante del MTE- y el ministro de Ambiente y Desarrollo  Sostenible, Juan Cabandié.

El proyecto de ley está basado en el principio de “responsabilidad extendida al productor” (REP), la cual plantea la obligación de los productores sobre el destino posconsumo de los envases que se introducen en el mercado nacional. Para ello, se propone la implementación de una tasa ambiental destinada a las empresas que los colocan en el mercado, beneficiando a aquellos productores que elijan utilizar materiales más fáciles de reciclar. Lo recaudado será destinado a la implementación de un Sistema de Reciclado con Inclusión Social que permitirá llevar adelante la recuperación de los envases para destinarlos nuevamente a la industria, generar nuevos puestos de trabajo y mejorar las condiciones laborales para los trabajadores cartoneros.

Desde el Ejecutivo habían anunciado que la ley se trataría en 2020. Pero aún no ocurrió.

Desde el Poder Ejecutivo se había determinado que la ley sería tratada en el mes de agosto del año 2020. Pero aún no pudo ser discutida dentro de la Cámara de Diputados. ‘’Nos pasa que en muchos municipios nos dicen ‘no hay plata’, ‘más adelante’ y la necesidad de nuestro sector ya viene atrasada hace tiempo’’, comentó Jonathan Castillo, presidente de la cooperativa Recicladores Unidos de Avellaneda y referente de la FACCyR. ‘’Nosotros necesitamos que nos entiendan, porque el reconocimiento de nuestros compañeros y la tarea viene atrasada hace años y siguen diciendo ‘vamos a esperar’. La misma burocracia de siempre. Tenemos que empezar a cortar con eso porque las necesidades de nuestros compañeros se tendrían que haber tratado antes. Yo estoy esperanzado que está ley que se presenta hoy se trate lo antes posible’’, agregó.

 La ley no solo es fundamental para el sector cartonero, sino también para la política ambiental del país. En Argentina el 35% de los residuos que se generan por día terminan en basurales a cielo abierto u otros sitios de disposición irregular, lo cual genera la liberación de los gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático. La implementación de la REP permitiría aumentar de manera significativa la cantidad de envases reciclados y la recuperación de los residuos. ‘’Se debería haber pensado antes en nuestra casa común, en el medio ambiente. Nosotros, lo que proyectamos, más allá del reconocimiento económico de todos nuestros compañeros, es el cuidado de nuestra casa común’, señaló Castillo.

 El reconocimiento del trabajo realizado por los trabajadores cartoneros sigue siendo una deuda pendiente. ‘’El sector cartonero estuvo siempre en la marginalidad, en la desigualdad y siempre es la lucha constante’’, expresó Brenda, coordinadora del turno mañana del predio Saavedra del MTE Rama Cartonera. La discusión de la ley significaría un avance en este reconocimiento, brindaría respuestas a sus reclamos y daría cuenta de todo su trabajo y crecimiento. ‘’Queremos el reconocimiento de que el laburo es tan digno como un recolector de basura o un barrendero’’, sostuvo Castillo.

La pandemia de covid-19 que se desató en el mes de marzo del año 2020 afectó duramente al trabajo que realizan los trabajadores cartoneros. ‘’ El ‘quedate en casa’ no es posible para un compañero porque nuestra fuente de trabajo está en la calle. Si el cartonero no sale a la calle no le alcanza, está muy por debajo de la canasta básica y se complica para saber si vas a comer o no vas a comer’, dijo Brenda.
Las malas condiciones laborales de los 150.000 cartoneros y cartoneras ya estaban presentes previamente al desarrollo de la pandemia. Muchos de ellos realizan su trabajo en basurales sin baño, sin agua y sin techo para cubrirse del sol o la lluvia. La imposición del aislamiento fue imposible de cumplir para el sector, por las tareas que realizan, lo que agudizó aún más la problemática. ‘’Tenemos dos realidades muy diferentes: un compañero independiente no ha podido comprar barbijos y lo único que podía hacer era ver si podía comer. Los compañeros que están organizados en una cooperativa tuvieron los insumos, pudieron quedarse en casa a hacer la cuarentena. El compañero independiente no podía quedarse en su casa, aún teniendo covid. Ni el Estado pudo garantizar muchas cuestiones necesarias’, manifestó Castillo.

1.340 puestos de trabajo

Con la implementación de la Ley de Envases con Inclusión Social se garantizaría la generación de puestos de trabajo calificados en recolección, clasificación y acondicionamiento de los reciclables. Se estima que cada $1000 millones recaudados podrían garantizarse 1.340 puestos de trabajo y se reforzaría el Sistema Local de Gestión de Residuos, mejorando las condiciones en las que cartoneros y cartoneras  llevan adelante su trabajo.

Una cooperativa que no es cartón pintado

Una cooperativa que no es cartón pintado

Es una mañana fría y soleada en el barrio de Villa Pueyrredón. En la Cooperativa el Álamo, los muchachos recolectores del turno mañana ya han salido a las calles a recorrer los puntos verdes en busca de material reciclable. Cada vez son más los triciclos que se han implementado para reemplazar los clásicos carros que solían empujar los cartoneros. Se busca que estas herramientas de trabajo sean más amigables para el cuerpo de los trabajadores, que ellos dejen de ser el medio de transporte del material recolectado. Sobre Avenida de los Constituyentes, a la vera de General Paz, se encuentra instalada la Cooperativa El Álamo, una recicladora compuesta por alrededor de 250 trabajadores. El edificio, un gran tinglado lleno de máquinas, contenedores, bolsones y fardos de reciclados, fue obtenido del Estado en comodato, tras la insistencia y la unidad entre vecinos y cartoneros del barrio. Se ha convertido en lugar de refugio, reintegración y dignidad para las personas que lo componen. Un espacio erguido, hecho a pulmón, que supo levantarse a fuerza de una pelea barrial, que creció a nivel federal, y que viene de larga data.  Olga Mercedes Serrano es una de las primeras integrantes de El Álamo. Luego de una vida cartonera de a poco fue soltando el carro y tendiendo a tareas que demanden menos fuerza a su pequeño cuerpo. Hoy se dedica al área de limpieza y cocina de la cooperativa: «Estoy acá hace 19 años», señala.  Un día cualquiera de 1999, Olga Mercedes Serrano salía de su casa en Benavidez para dirigirse al barrio de Chacarita a juntar cartón, diario o papel para venderle a los “galponeros” de la zona, es decir, a quienes compran estos materiales a precios que alimentan la miseria. Olga salía a cartonear acompañada únicamente por un carrito de supermercado. De manera independiente fue haciendo su camino, pateando las calles para llevar comida a la casa cuando su nene tenía 10 años.  “Yo empecé sola, después me hice de amigos y amigas cartoneros y ahí empezamos a hacer rancho en Urquiza, en Belgrano R, en todos lados, y vendíamos todo en Capital”, recuerda. Como muchos, Olga dependía del Tren Blanco del ramal Sarmiento para salir a trabajar. Se trataba de un medio de transporte específicamente destinado a los grupos cartoneros que necesitaban trasladarse desde el centro hasta el conurbano bonaerense, y viceversa, llevando sus carros y sus bolsones.  Salir por la mañana, llegar por la noche. El viaje era largo, a veces demasiado. Cada día al final de una jornada de trabajo, Olga y sus compañeros tomaban el tren que pasaría alrededor de las 20 con destino a Villa Ballester para luego hacer escala con otro tren que salía rumbo a Zárate. “Pero había veces que el Tren Blanco no pasaba y nos teníamos que quedar ahí con todos los bolsones para llevar a nuestra casa”, explica Olga. “En cualquier lado, en la calle, a dormir hasta el otro día”.

 

En esta misma época, Daniel Lezcano perdía su empleo. “Yo tenía un emprendimiento, alquilaba un galpón en Garín, procesaba material y vendía a las ferreterías”, describe quien hoy es parte de la Cooperativa el Álamo en el sector de plásticos. Con la llegada de las grandes empresas, los pequeños negocios perdieron rentabilidad y dejaron de poder competir. “Las ferreterías miraban a los grandes”, dice Daniel con cierta melancolía, “y los grandes terminan tapando todo ese mercado”. Los años siguientes serían difíciles hasta que, por la cercanía que el barrio propone, Daniel conocería la cooperativa.  Era el año 2002 y los cartoneros del barrio paraban con los carros a la orilla de la vía en el barrio Pueyrredón. Un día, a Olga se le acercó una compañera y le dijo: “Mira Olguita, estamos viendo de juntarnos a ver si podemos armar una cooperativa”, a lo que ella respondió: “Me parece buenísimo, mientras todos tengamos un trabajo”. Por aquel entonces, solían vivir situaciones de violencia policial donde les eran arrebatados los materiales que recolectaban en su jornada de trabajo. En medio de uno de esos episodios, conoció a Alicia. Alicia Montoya es para muchos una referenta, tiene un color de voz fuerte y una firmeza que la caracteriza. Actualmente es coordinadora del equipo técnico de la Cooperativa el Álamo, pero en aquellos tiempos cuando el proyecto se estaba gestando, fue convirtiéndose en una figura de peso que luchó junto con la Asamblea de Vecinos de Villa Pueyrredón para dar luz a la cooperativa.  “La destrucción de empleo en Argentina, vinculado a la transnacionalización de las empresas del Estado y de las principales productoras de bienes exportables que no sean materia prima generó una estructura social que excluyó a millones de personas, de todo derecho, el de comer primero”, explica Montoya haciendo un análisis preciso. Por eso, señala que ante la novedad del incipiente siglo XXI la consigna que buscaban popularizar era: “Por un mundo sin esclavos ni excluidos”. Eran años de crisis en Argentina y la necesidad de hacer algo latía con fuerza. Fue así como vecinos y cartoneros del barrio se instalaron en un terreno abandonado, al costado de las vías del ex TBA y la calle Artigas, para comenzar a delinear un proyecto, aunque en principio, a construir un espacio de comunidad. Allí arrancaron una huerta, un merendero y los papeles legales que les daría una identidad. A esa identidad se refiere Daniel cuando habla de las cosas que la cooperativa les ha otorgado. No les provee solamente elementos de seguridad, ropa, guantes y antiparras para trabajar. “Que los compañeros que salen a recolectar tengan una identidad en la calle”, dice. “Que si alguien pregunta ´¿Para quién trabaja aquel?´ Digan, ah, para el Álamo”, señala. Los cartoneros del Álamo cada día hacen su recorrido a determinado horario por el sector del barrio que les toca, cada día las mismas manzanas, cada día los vecinos ven las mismas caras. “Hoy el vecino nos tiene confianza porque tiene una referencia de donde trabajamos”, dice Daniel, y marca una distinción: “Antes la sociedad rechazaba rotundamente al cartonero, lo tildaban de que iba a robar, y ahora podemos decir que sostiene todo un sistema”.  Por otro lado, son las mujeres de la cooperativa las que hacen el trabajo de promoción ambiental.  Ellas se encuentran en los puntos verdes y etiquetan los bolsones que llevan los cartoneros. A su vez, salen a hablar con los vecinos y entregan folletería. «Hoy tenemos mucho más diálogo con los vecinos, entonces nos ayudan y nos apoyan», describe Montoya. «En plena cuarentena, con los grandes generadores cerrados -como los shoppings- los vecinos fueron nuestro fuerte», agrega Rubén Carranzán, coordinador de planta. Tras un desalojo el 1 de julio de 2005, nació una necesidad y una decisión de organizar formalmente la cooperativa. “Cuando yo llegué, la cooperativa ya estaba armada, pero faltaba la matrícula”, recuerda Alicia. A mediados de ese mismo año la consiguieron y comenzaron a dar cuenta de las leyes que los amparaban. “Entonces, lo primero fue pelear el cumplimiento de la Ley 992 que preveía la construcción de centros verdes para ser gestionados por cooperativas”, explica la coordinadora del equipo técnico.  “Cuando empezamos a estudiar los convenios que Ciudad firmaba con empresas privadas que hacían la tercerización del servicio de higiene urbana, entendimos todo lo que les pagaban y que todo eso era para ir a enterrar basura, con el daño que eso implica para el medio ambiente”, comenta Montoya. De modo que en 2008 las demandas al Gobierno de la Ciudad, tanto de la cooperativa como de la Federación Argentina de Cartoneros Carreros y Recicladores (FACCYR) no eran más que derechos laborales ya consagrados en la legislación: un espacio de trabajo digno, obra social, seguro por accidentes, y un incentivo económico sin el cual era inviable la organización del sector.  “O te extendés o te comen”, sintetiza Alicia, “y había que extender esta cosmovisión a todo el país. Lo fuimos haciendo a los ponchazos desde la Federación, con militantes en distintos lugares”. La lucha de aquel entonces se ganó y a nivel CABA se logró organizar un sistema. Hoy el sector ha logrado poner sus demandas en la agenda nacional: “Ya logramos que (Juan) Cabandié (ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible) diga que van a erradicar basurales a cielo abierto con la construcción de plantas de reciclaje con inclusión”, explica Montoya. “Y creo que este año, espero, vamos a tener Ley de Envases». Por otro lado, Daniel Lezcano expresa que lo ideal sería que todos los trabajadores reciban el incentivo económico: “No todos lo tienen porque es un cupo limitado, acá los compañeros tratan de arreglárselas como pueden porque se les paga por lo que recolectan, la cooperativa no toca un peso”.  Daniel Lezcano tiene 60 años, y bajo el casco que se usa en planta lleva un gorro de lana negro y gris a rayas. Es parte de la cooperativa hace unos ocho años, y si se le pregunta por el rol social de su lugar de trabajo, la respuesta suele ser similar a la de otros y otras: “Es la inclusión social. Si sos una persona grande, si no tenés un oficio u algo, en este sistema no entrás, no te insertas en la sociedad”, señala Daniel, y remarca que por eso se encuentra profundamente agradecido con El Álamo.  A varios metros de la entrada de la cooperativa, al atravesar el gran tinglado cuya pared más próxima se compone por fardos multicolor, se encuentra el sector de plásticos. Peletizados, soplados, así les llaman a las piezas que salen del segundo gran asunto del que se encarga Cooperativa el Álamo, la de producir materia prima para la industria a partir del plástico. “Este año empezamos a hacer este tipo de proceso, lleva un tiempo ver si funciona, pero es una fuente más de trabajo para la gente”, comenta Lezcano. Quizás sea por su carácter comunitario, por las historias que la constituyeron, o por la misma historia que la cooperativa fue montando en su propio devenir, sus trabajadores y trabajadoras tienen una forma particular de apreciar el lugar de trabajo, que dista de ser parecido a otros espacios. “Yo lo que vi es que recuperé mi dignidad de trabajo”, reflexiona Daniel. La cooperativa fue el motor de arranque no solo para sobrevivir sino para sostener a su familia. Hoy su hija ya se recibió y su hijo se encuentra en una carrera universitaria: “Cuando me quedé sin trabajo ellos estaban justo en el momento de empuje y la cooperativa me dio la posibilidad de continuar y darles el empuje”.  Algo similar vivió Rubén Carrazán, padre de cinco niños, que supo rebuscárselas de todas las formas antes de llegar a la cooperativa. Desde electricidad e instalación de aires hasta pintura y reparación de heladeras. Rubén contaba con múltiples conocimientos de oficio, pero estaba sin trabajo, hasta que entró a la recicladora para hacer trabajos de herrería y hoy es coordinador de planta. “Yo creo que incluir es, primero que nada, trabajo”, señala Alicia. “Es trabajo organizado con derechos, obligaciones y ¿por qué no? con flexibilidad también”. Son las 10 de la mañana y por un rato los ruidos de máquinas, de vidrios que se rompen, de plásticos que crujen, por un rato se detienen, los trabajadores en planta se toman un descanso. “A una persona que durante años salió con un carro a la calle a la hora que quería, tiene un tiempo para ajustarse a una estructura más rígida”, explica Alicia. “Sobre todo a la muchachada le cuesta muchísimo porque viene de una vida con ausencia familiar, escuela sin acompañamiento, salud deteriorada, barrio deteriorado”, por eso el Álamo busca acompañar ese proceso. En pandemia se abrió un espacio de guardería para los hijos de los trabajadores y, cuando hay problemas personales, un sector de la cooperativa tiene un cartel que lleva el nombre de “Programa de Salud Integral”, donde se brinda un espacio de atención psicológica sobre todo para los compañeros que sufren problemas de adicciones. “Todos somos una familia, todos estamos pendientes de todos, acá no se echa a nadie», enfatiza Daniel. Si alguien empieza a faltar al trabajo, si se percibe que hay un problema detrás, si lentamente empieza a flaquear la responsabilidad laboral, no se quedan de brazos cruzados. «A ese compañero se lo llama», dice Lezcano y Rubén agrega: «Se los acompaña al médico, se trata de hacer un seguimiento para tratar de sacarlos de dónde están». En la cooperativa se recicla tetra, papel, nylon, vidrio, plástico, pero, sobre todo, “lo que más sale es el cartón”, señalan Daniel y Rubén. “Algunos solo recolectan eso porque es lo más rápido, viene, se enfarda y sale”. Pero, además, hay toda una perspectiva alrededor de la recolección de este material. «Si yo soy cartonero independiente, primero no tengo un lugar dónde poner lo que junto. Segundo, me agarra un galponero y me paga la mitad de lo que vale el cartón. Entonces quien gana plata es el galponero, no vos», sentencia Daniel. “Afuera el cartón te lo pagan 10 pesos cuando acá estamos pagando casi 18”, dice el coordinador de planta. Con el correr del boca en boca lo que se buscó es la integración de los cartoneros independientes para que se unan a la cooperativa. “¿Y la cooperativa que gana?”, pregunta Rúben y en seguida se responde: “Que esa gente que explota a los compañeros ya no lo haga más”.
El dilema cartonero: el virus o el hambre

El dilema cartonero: el virus o el hambre

Una de las preocupaciones más grandes que se desató a partir de la cuarentena obligatoria y del freno a las actividades laborales, además de las cuestiones de salud, es sin duda el fuerte impacto negativo que recibe el sector de la economía informal. Los cartoneros, recuperadores urbanos y cooperativas de recicladores luchan día a día intentando subsistir a esta situación crítica que atraviesa el país.

El hambre, la caída de la recaudación, la falta de circulación en las calles y el cierre de comercios, son unos de los tantos problemas que giran en torno a este ámbito. Desde el primer momento que se decretó la cuarentena los cartoneros de la provincia sabían que no iban a poder cumplirla por mucho tiempo. “Yo estoy de acuerdo con la cuarentena, pero lamentablemente si no salgo a las calles en busca de cartón, mis hijos no comen. Me quedaría encantado en mi casa con mi familia pero antes del virus tengo otro problema: llevar un plato de comida a mi casa todos los días”, cuenta Ariel Fernando Maitini, un cartonero de 43 años de la localidad de Moreno.

Los cartoneros de la Provincia de Buenos Aires se encuentran en una situación aún más precaria que los de la Ciudad.

En el comienzo del aislamiento obligatorio se pararon por completo, tanto las actividades de los cartoneros que trabajan de forma independiente como aquellos que lo hacen en las cooperativas. A mediados del mes de abril, el Gobierno nacional y de la Ciudad llegaron a un acuerdo para que algunas cooperativas tengan permiso de circular para llevar a cabo su trabajo. Pero claro, esto no fue suficiente para que la situación se alivianara. “El permiso que nos da el gobierno para circular es para dos veces a la semana, ir a retirar el camión que nos brinda el Gobierno de la Ciudad, pero igualmente esto es terrible. Se ha perdido prácticamente el 75% de los grandes generadores porque hoteles de cuatro y cinco estrellas están cerrados, universidades, colegios y también oficinas, esto es un desastre”, expresa María Ramíz, tesorera y encargada de las relaciones humanas de la Cooperativa del Oeste de Mataderos.

Los cartoneros exigen que su actividad sea considerada esencial. Muchos de ellos se integraron a cooperativas de trabajo. La actividad está semiparalizada porque el gobierno prohibió la recolección diferenciada de residuos generados por comercios y vecinos. Lo único que tienen habilitado es el retiro a supermercados, dos veces por semanas y el tratamiento de ese material en una planta.

“Si hubiéramos cumplido con esa prohibición, el trabajo de 20 años se hubiera ido a la basura. En el Conurbano están muertos de hambre, están ingresando a la ciudad sin más protección que un barbijo, con carros que pesan horrores”, expresa Alicia Montoya, responsable de la coordinación técnica de la Cooperativa El Álamo, ubicada en el barrio de Villa Urquiza.

La situación en la Ciudad es sumamente complicada, pero los recuperadores que están en las cooperativas cobran, en algunos casos, un incentivo por un acuerdo con el Gobierno. Es así que, en realidad, lo más perjudicados son los cartoneros del Conurbano bonaerense y de las grandes ciudades del interior ya que no reciben ningún tipo de ayuda económica.

Los cartoneros reciben siete pesos por un kilo de papel y ocho por el de plásticos.

Juan Facundo Quiroz, de 70 años, un cartonero de la localidad de Merlo, a pesar de ser un paciente de riesgo por el COVID19, sale todos los días a transitar las calles en busca de material: “Nos ponemos barbijo, nos lavamos las manos todo el tiempo y salimos a ponerle el pecho al virus. Cada mañana es un camino más largo, los comercios están cerrados por lo que el día de trabajo se alargó, caminamos muchas más cuadras de las que hacíamos antes para buscar un poco de cartón. Acá no importa si no tenemos permiso para circular, si no salís te morís de hambre”.

La entrada de dinero a los hogares de los cartoneros se vuelve una lucha constante, pero ahora también existe el conflicto para adquirir los elementos de protección personal, que obviamente tienen que salir de sus bolsillos. “Por día recaudo, con suerte, 600 pesos y lo tengo que repartir entre la comida y dejar plata para el barbijo y alcohol en gel. Los precios no ayudan, me pagan 7 pesos por kilogramo de cartón y 8 pesos el de plástico. Es tan poco que ni siquiera ayuda el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia). Es fácil decir quédate en casa cuando no te hace falta nada”, cuenta Lucas Andrés Asem de la localidad de San Martín.

Las ollas populares son una de las salidas por las que han optado en varios lugares para combatir el hambre que afecta a los recuperadores y sus familias. Lucas es uno de los muchos cartoneros que participa de esta iniciativa: “Los jueves cocinamos junto con mis compañeros en la cancha para nosotros y la gente que lo necesita y lo que sobra lo administramos y cada uno se lo lleva para su familia. Han llegado a ir entre 100 y 200 personas en busca de un plato de comida, realmente necesitamos una ayuda porque la situación nos cortó al medio, estamos paleando el hambre con polenta, arroz y fideos. No hay leche, no hay carne”.

Ni los cartoneros se salvan de la crisis

Ni los cartoneros se salvan de la crisis

Federico hace el viaje diario desde Florencio Varela para cumplir con su jornada laboral que va de 7 a 20.

Sentado en la vereda, apenas recostado entre las pilas de cartón y papel que recogió durante la mañana, Federico descansa mientras espera a que saquen material reciclable de un banco, sobre la céntrica calle Maipú esquina Sarmiento. Ya es el horario, pero puede ser que ese día no lleguen las bolsas: la crisis es el mejor escenario para que algunos se aprovechen de los más necesitados, y hay quienes prefieren vender -en lugar de entregar- el material a los recuperadores, para así ganar una moneda más.  Mientras tanto, su compañero continúa la búsqueda, de contenedor en contenedor. El trabajo es agotador, y arrastrar el bolsón repleto durante todo el día, lo es más. Sin carro, y con algunas molestias en el pie, sigue trabajando, porque eso es lo que le permite llevar un plato de comida a su hogar, para su familia.

Federico hace el viaje diario desde Florencio Varela para cumplir con su jornada laboral que va de 7 a 20. Por un accidente en el que se lesionó el pie en su empleo anterior -y que le impide volver a desempeñarse formalmente-, trabaja como recuperador de residuos independiente desde hace tres años. Admite no ganar demasiado, pero que al menos le alcanza para alimentar a sus dos hijas. Sin embargo advierte algunas diferencias desde que comenzó a recolectar material reciclable: “Bajaron muchas cosas. Lo que es el material bajó: antes te sacaban más planillas y te hacías una moneda, ahora está jodida la cosa.”

La situación económica actual del país -un índice de pobreza que alcanzó los 32 puntos, y una inflación interanual del 55,8 % a junio,  según datos del INDEC-; trajo aparejada la baja notoria del consumo: un 14,7% durante el primer cuatrimestre de 2019, según datos del Instituto de Trabajo y Economía de la Fundación Germán Abdala. Los precios suben y el margen de compra se vuelve cada vez más estrecho. Cintia, trabajadora administrativa de la cooperativa de recicladores El Álamo, cuenta el panorama de su rubro: “Los compañeros tienen que salir a ver la realidad día a día de que el material les ha bajado, de que el que juntaba cinco bolsones, ahora junta dos porque no hay material en la calle.” Por su parte, Alicia Montoya, responsable del equipo técnico de la cooperativa, observa que hay mucha gente paseando y mirando vidrieras, pero no compra. “Te das cuenta en la caída de la cantidad del cartón. Estamos hablando de un 20 o 30 por ciento. En el trimestre del año nosotros recuperamos 684 toneladas, lo cual da un promedio de 230 toneladas por mes.  Y antes nosotros veníamos de 300 toneladas”, añadió.

Las cooperativas de cartoneros dicen que con la crisis, el cartón para reciclar bajó entre un 20 y un 30%.

Este es el panorama diario, tal y como contaba Julio -recuperador independiente-, mientras corría con su carro junto a los autos, y de contenedor en contenedor, por el barrio de Constitución, en busca del material del día: “Estuvimos recorriendo y ya no hay más nada. Por el horario y porque ya hay muchos carros, hay mucha gente.” Porque esta es otra de las consecuencias de la crisis: un amplio sector de la población que se vuelca al trabajo informal. Juan Collado, militante y asesor técnico de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores –perteneciente a la CTEP- explica: “Al volver a haber una crisis, vuelve a haber un aumento de la gente que queda descartada por el sistema y que busca en el reciclado y la basura una forma de sobrevivir, de sustento, de subsistencia, y entonces genera una nueva oleada masiva de gente que se incorpora al cartoneo.” De este modo, a la caída del consumo y, por ende, del material, se le suma la complejidad de una mayor cantidad de personas viviendo de ese material que escasea. La competencia, pero también la solidaridad, son las formas diarias de relacionarse: se nota en la mirada recelosa del recuperador que pasa junto a Julio; se nota en su saludo amable, a pesar de todo.

Esta realidad se puede ver en las calles, en el trabajo de los recuperadores informales: carros de todo tipo, bolsones que se arrastran, hombres y mujeres, familias enteras revolviendo en los contenedores, niños asomándose entre bolsas abiertas y pilas de cartón y papel. Para esta gente no existe el más mínimo respaldo, en tanto trabajan de manera independiente y expuestos a muchos riesgos, tanto físicos como económicos. Frente a esto, las cooperativas que nuclean a recuperadores formales exigen al gobierno un mayor presupuesto para poder formalizar a más trabajadores.  Estela, empleada de la cooperativa El Álamo, detalla el reclamo: “Siempre queremos que haya un compañero más en el sistema. Lo que pedimos son más cupos para poder incorporar más personas y más familias porque lamentablemente esto va creciendo y queremos hacer un espacio de inclusión social.”

Sin embargo, la respuesta de las autoridades dista de ser la esperada: sobre aplicar como corresponde el convenio con las cooperativas de recuperadores urbanos, poco y nada. A cambio, destinan presupuesto para proyectos como los ya conocidos “contenedores inteligentes”, ubicados en la avenida Corrientes. “En vez de invertir en las cooperativas (consensuado con ellas para un mejor servicio) invierten en contenedores.”, explica María Ramis, tesorera de la Cooperativa del Oeste. Las quejas de este tipo se expresan, también, en la cooperativa El Álamo: “Presentamos un proyecto donde estamos queriendo que los compañeros dejen los carros por unas bicicletas, para mejorar las condiciones de trabajo. El gobierno dice que no tiene plata, pero tiene los tres mil dólares que salen los contenedores, y para las bicicletas estas, que salen 800 dólares, no. Nos dicen que no hay plata…”

«Los contenedores inteligentes muestran insensibilidad, y es, además, un derroche de la plata del Estado», denuncian las cooperativas de cartoneros.

Respecto de los contenedores, Collado opina que «obviamente son una pésima idea, son un desastre. Fueron, por lo que sabemos nosotros, una compra realizada hace más de un año, entre uno de los muchísimos negociados que hay con el tema de la basura y la tecnología para este tipo de cosas.» Según el referente, este tipo de proyectos -si bien son rechazados firmemente- no tienen proyección a futuro, en tanto el objetivo está orientado al marketing y a la campaña política. «Es algo completamente insensible, y es además un derroche de la plata del Estado», agrega.

La crisis golpea a todos, pero no lo hace por igual: los sectores más vulnerables son los que primero se caen del sistema, e incluso sus formas de trabajo se ven perjudicadas. Si baja el consumo, también baja la cantidad de material disponible para recolección. Este panorama empeora con los nuevos recuperadores urbanos que, sin estar asociados a ninguna cooperativa, su único ingreso depende del cartón y el papel que logren vender al final del día. Menos material, más gente y mismos precios: «Los precios siempre estuvieron así, se mantuvieron; todo aumenta menos lo que nos pagan», explica Federico, resumiendo así la situación crítica que los recicladores deben enfrentar diariamente.