“No queremos una estrella más en el cielo”

“No queremos una estrella más en el cielo”

El último informe de la Agencia Nacional de Seguridad Vial del Ministerio de Transporte releva que durante 2020 se registraron 2.784 siniestros fatales en los que 3.138 personas perdieron la vida. Menos que en periodos anteriores pero con números siempre elevados, en un gran número producto de “picadas” automovilísticas. 

Carteles, pinturas en el asfalto, en una ruta. Bicicletas colgadas en el tronco de un árbol, nombres de personas y fechas son señales de que algo pasó y ahí se quedó.  El lema: “No queremos una estrella más en el cielo” es la campaña de concientización que la Asociación Madres del Dolor lleva adelante para prevenir hechos viales. 

Si vas caminando por la calle y elevas la vista, probablemente te encuentres con una estrella amarilla o una bicicleta, con un nombre y una fecha. Seguro no sepas quién es esa persona, qué hacía o cómo era. Tampoco quién era su familia, sus amigos y qué pasó ahí.

Madres del Dolor fue creada el 10 de diciembre de 2004 con la finalidad de promover y consolidar la prestación de la justicia, brindar servicios de asistencia y constituir un foro de defensa de los derechos y la seguridad ciudadana. Las fundadoras han perdido a sus hijos en diferentes hechos de violencia que lejos están de calificarse como simples accidentes de tránsito. Una de las integrantes es Viviam Perrone, mamá de Kevin Sedano.

Kevin, de 14 años, fue atropellado, abandonado y muerto por Eduardo Sukiassian el 1 de mayo del 2002. A partir de ese trágico momento, Viviam comenzó una larga lucha para pedir justicia por su hijo.

La labor de Viviam está enfocada en visibilizar violaciones a las reglas de tránsito que provocan muertes evitables, algo que se ha incrementado en forma excesiva. Teresa Mellano, mamá de Paolo Mellano, atropellado en una picada el 21 de septiembre de 2003, vio que en Colombia para recordar a las víctimas de tránsito pintaron y colocaron carteles con cruces negras. 

“A nosotras nos pareció mejor la estrella amarilla con el lema «No queremos más una estrella en el cielo» y con el color amarillo, que es el que se usa en la prevención de  tragedias viales”, explica Viviam.

“Nosotras no utilizamos la palabra accidente porque la mayoría de los casos son totalmente prevenibles. Un accidente es algo que vos no podés evitar. En cambio, la mayoría de estos hechos son totalmente evitables. Entonces, colocamos el cartel estrella amarilla para prevenir otros casos”, agrega Viviam.

Cinco puntas

“La Estrella tiene en cada punta una palabra: Memoria, Prevención, Ley, Justicia y Educación”, cuenta Viviam. En cada hecho vial se repetían, por eso las madres fundadoras las eligieron para comunicarse. La representante de Madres de Dolor lo sintetiza en cinco puntos:
1)
“Memoria para nuestros seres queridos, muchos de ellos tenían muchos sueños por delante.” 

2) “Justicia porque no queremos venganza, sino que la justicia sirva para levantar los pedazos que quedaron de nuestras familias y volver a armarla en una nueva vida, nueva familia, porque todo hay que construirlo desde cero. Lamentablemente casi nunca se hace presente.” 

3) “Prevención, que sea llamativa y llame la atención.”

4) “La Ley estaría emparentada con la justicia”

5) “Educación porque sentimos que todavía hay mucha gente que no sabe lo que significa la estrella”.

“En la bici va una vida” hay gente que pone la bicicleta y la estrella porque también es un hecho vial. La verdad es que no queremos llenar las ciudades y el país con estrellas, bicicletas, lo que queremos es que no existan”, concluye la referente de Madres del Dolor.

Señales

La muerte de Kevin Sedano fue un caso que ningún medio cubrió. Viviam necesitaba saber quién había atropellado a su hijo, qué pasó, por qué se escapó y encontrar al responsable. 

Hoy, cuando alguien se escapa rápidamente, la prensa cubre la noticia. “En ese entonces no había tanta cámara. Nos acompañan los medios, la gente comprende que realmente son evitables; y, la gente sabe que no hay que correr picadas, que no hay que estar conduciendo en estado de ebriedad”, analiza Viviam sobre las dificultades iniciales y los cambios propios de entornos urbanos con muchas cámaras de seguridad..  

Las estrellas amarillas empezaron en 2006. En Vicente López se colocó la primera, fue la de Paolo Mellano, a dos cuadras de donde mataron a Kevin (Corrientes y Libertador). La segunda estrella fue la de Kevin, recuerda Viviam. 

Penar el “homicidio vial” 

En la Cámara de Diputados hay dos proyectos legislativos importantes: La Ley Tahiel recupera el nombre de Tahiel Contreras, un niño de 6 años atropellado por un automóvil que corría una picada en la localidad bonaerense de Gregorio de Laferrere. Este proyecto crea las figuras penales de “homicidio vial” y “lesiones viales” y determina que quien cause la muerte haciendo picadas ilegales, tendrá una pena de 8 a 25 años de prisión. Según la norma, el delincuente vial quedaría preso desde el momento cero de la investigación, además de fijar la pena de inhabilitación absoluta para volver a conducir.

La Ley Kevin, otra iniciativa  elaborada por la diputada María Luján Rey, aplica no sólo para los que participan de las picadas, sino también para aquellos que las promocionan o las organizan.

Viviam Perrone también está trabajando en el proyecto de Ley Alcohol Cero. “Nosotras queremos, que si el test de alcoholemia le da a un conductor un gramo de alcohol en sangre, se considere un delito aunque no haya chocado o matado a nadie. Si te dio más de uno, que es una barbaridad, además de eso te queda un antecedente penal y si lo volvés hacer tenés que quedar preso seis meses”, propone Viviam.

Picadas en pandemia

Durante las medidas de aislamiento preventivo los hechos viales se frenaron a partir del 20 de marzo. La primera semana la Asociación Madres del Dolor no recibió ningún llamado, pero en la segunda comenzaron a sonar los teléfonos. 

“Fue impresionante la cantidad de picadas que había en diferentes municipios, no pararon. Al contrario, cuando se liberó un poco fue increíble la cantidad de casos que hubo”, señala Viviam, y agrega: “A partir de junio ya estuve en el Congreso. Dije: “¡Basta, la gente se está muriendo, algo tenemos que hacer!” Siempre con los cuidados, manteniendo la distancia, estuve en marchas y cuando murió Tahiel me fui a La Matanza”.

Con las calles vacías y pocos autos circulando, las picadas callejeras durante la cuarentena cambiaron la metodología: se citaban por whatsapp y se encontraban al costado de alguna ruta. Hoy en día ocurren en cualquier horario. La Agencia Nacional de Seguridad (ANSV) está tomando medidas jurídicas de fiscalización para erradicarlas. También, solicita a quienes detecten estas competencias prohibidas las graben y las compartan con el organismo para que actúe de inmediato. 

Siniestros viales en Argentina

Comparando los datos del año 2020 con los anteriores disponibles se observa una contundente baja en la siniestralidad vial como un impacto directo de las primeras fases de la cuarentena.

De acuerdo con el análisis realizado por el Observatorio Vial, la tasa de mortalidad del año 2020 resultó ser de un 44% menor al último dato registrado. Un 6,9% durante 2020 contra 12,3% de 2018, último registro disponible. 

En abril del 2020 se registró una circulación 80% menor que la observada en el mes de febrero. No obstante, ese porcentaje se reduce a medida que avanza el año y aumenta la movilidad, en concordancia con los cambios de fases. Así, alcanza a una cantidad de víctimas fatales para el mes de diciembre similar a los de comienzo de este 2021 (369 para diciembre, 407 para enero y 340 para febrero).

Viviam Perrone hace 19 años inició una nueva etapa en su vida. Una historia que, lamentablemente, la cambiaría para siempre. Desde que su hijo murió en un hecho vial evitable, impulsó una lucha tenaz que Madres del Dolor sostuvo de manera continua. Sin embargo, hasta ahora sólo logró promover tres proyectos de ley que aún se encuentran en la mesa de entradas del Congreso de la Nación. 

Desde el 2007, Madres del Dolor participa en la campaña global  Calles para la vida o Streets for Life con el hashtag #Love30 para la Seguridad Vial que defiende el establecimiento del límite de velocidad de 30 km/h en todo el mundo, con el objetivo de lograr ciudades más seguras, saludables, ecológicas y adecuadas para vivir. 

Juventud, ¿divino tesoro?

Juventud, ¿divino tesoro?

Según una encuesta publicada por la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA), el 45% del alumnado abandonó en 2020 alguna o varias materias debido a factores anímicos. Asimismo, un 35% señaló no haber contado con condiciones anímicas adecuadas para seguir los estudios. La evaluación, que indagó sobre la situación de cursada durante el segundo cuatrimestre, repitió resultados similares a los que arrojó la encuesta del primer cuatrimestre. ¿Qué pasa con la salud mental de la juventud en pandemia?

El grupo etario que corresponde a la categoría “joven” se ubica entre los 18 y 29 años, según los criterios sociológicos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y UNICEF. Hablamos de personas que finalizaron sus estudios secundarios y se encuentran formándose en educación superior y/o trabajando. En Argentina, el 49.2% de jóvenes en aglomeraciones urbanas es pobre, según INDEC. Un informe reciente sobre los efectos de la pandemia en los empleos, la educación, los derechos y el bienestar mental de los jóvenes concluye en varios puntos que resultan alarmantes: por un lado, la pandemia habría exacerbado la desigualdad económica, lo que repercute sobre la dificultad para conseguir empleos decentes. Al mismo tiempo, la interrupción de la educación y formación habría reducido el potencial productivo.

Un 27% de los jóvenes entrevistados por UNICEF siente más ansiedad de la que manejaba antes de la pandemia.

En este panorama, si bien el impacto de la covid-19 en la salud física de la juventud parece ser menor que para las generaciones mayores, la primera es más vulnerable a las repercusiones económicas, sociales y culturales que la pandemia está dejando. La encuesta de la OIT revela que los jóvenes perciben una reducción en los ingresos por disminución de horas trabajadas. Asimismo, la brecha se expande según género: las mujeres suman horas de trabajo doméstico al quedar a cargo de hijos, hijas o familiares menores que continúan el aprendizaje de manera virtual en sus hogares.

Otra intersección a contemplar es la regional: la transición a los estudios en línea y a distancia, parece estar más generalizada entre los jóvenes que viven en países de ingresos altos, lo que pone de relieve las grandes brechas digitales según la ubicación periférica o central del país en el que se reside.

Salud mental y crisis

Un sondeo de UNICEF sobre jóvenes y salud mental en Latinoamérica y el Caribe reportó que casi uno de cada dos de los entrevistados tiene menos motivación para realizar las actividades que normalmente disfrutaba. Además, un 27% identifica más ansiedad de la que manejaba antes de la pandemia. Sobre este tema, Florencia Zara, psicóloga y terapeuta cognitivo-conductual, asegura que la pandemia disparó estados de ansiedad al crear nuevos estresores: estímulos que generan estrés e inciden sobre la calidad de vida.

La encuesta de UNICEF señala que el 73% de los jóvenes sintió la necesidad de pedir ayuda para su bienestar físico y mental

Entre las consultas que recibe de pacientes en la franja etaria en cuestión, el miedo a contagiar a familiares resulta un tema frecuente. La tristeza, el aburrimiento y la sensación de soledad son otras de las emociones habituales. Asimismo, identifica la frustración, debido a la imposibilidad de realizar actividades de la manera habitual, y la impotencia, por la situación que escapa al control individual, como otras inquietudes que suelen aparecer.

Según la especialista, la pandemia y las medidas de aislamiento supusieron una transformación en las rutinas de los jóvenes que incide directamente sobre la salud emocional. Normalmente, los ciclos del día se orientan según los horarios determinados de trabajo y/o estudios. Con la virtualidad y el teletrabajo, las actividades habituales se vieron afectadas según los nuevos ritmos y problemáticas domésticas. Otras consecuencias que acarrea esta alteración son trastornos del sueño, como insomnio, y de la alimentación. Una investigación de la Universidad del Siglo XXI identificó recientemente que 7 de cada 10 argentinos tienen dificultades medias-elevadas para conciliar el sueño antes de dormir.

La encuesta de UNICEF también expuso que el 73% de los jóvenes sintió la necesidad de pedir ayuda en relación con su bienestar físico y mental pero que, pese a lo anterior, el 40% no solicitó asistencia profesional. Zara afirma que existen varias causas que podrían explicar este desfasaje: por un lado, las creencias que se tienen acerca de la terapia. En el sentido común aún persisten dudas sobre lo que se puede lograr en un proceso terapéutico, cómo se lleva a cabo, desconocimiento acerca de los distintos tipos de terapias que existen y la evidencia científica sobre ello.

El factor económico también resulta determinante para el acceso al sistema de salud, debido al costo de los tratamientos. Una tercera causa es la subestimación de las propias emociones. En palabras de la terapeuta: “Muchas veces las personas minimizan lo que les pasa, creen que no es para tanto, que ya se les va a pasar, que eso no es suficiente para iniciar un tratamiento. La realidad es que si algo interfiere tu calidad de vida, te genera malestar, es lo suficientemente importante como para poder hacer la consulta y evaluar qué tratamiento es el adecuado”.

Cuidar las emociones

Al comienzo de la pandemia, la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires elaboró una guía de recomendaciones psicológicas para afrontar la crisis por la covid-19. En caso de necesitar ayuda, lo importante es poder consultar con un profesional idóneo, que realice un adecuado diagnóstico y evalúe qué tratamiento es necesario para la problemática que esté padeciendo la persona. Zara asegura: “Existen distintas herramientas que uno puede obtener en el espacio terapéutico para poder transitar las inquietudes inherentes a la pandemia de una mejor manera. Sobre todo, para que interfieran lo menos posible en el día a día”.

La encuesta de la OIT revela que los jóvenes perciben una reducción en los ingresos por disminución de horas trabajadas.

Dentro de lo que podemos hacer, resulta clave tener establecida una rutina. Si bien con la pandemia las rutinas se tuvieron que flexibilizar, cambiar o adaptar, es importante mantener un ritmo. Por ejemplo: establecer ciertos horarios para dormir, para comer, para realizar ejercicio, para distraerse. Asimismo, acotar el consumo de noticias a una franja horaria fija para evitar sobreexponerse a información que pueda despertar más ansiedad. Aunque parezcan cosas pequeñas, cambiarse el pijama y lavarse los dientes son actividades que ayudan a mantener organizado el ciclo del día en aquellos que aún no retomaron sus actividades presenciales.

A nivel afectivo, se recomienda tener una red de contención emocional con familiares y amigos al menos virtualmente. También es importante poder etiquetar la emoción por la cual se está atravesando: ¿enojo? ¿tristeza? ¿impotencia? Reconocer las propias emociones y poder comunicarlas mejora el estado de ánimo ya que produce una sensación de alivio. Si se convive con menores, se sugiere hablar con ellos sobre cómo se sienten y poder compartir cómo uno se siente. Normalizar las emociones sirve para enseñarles a gestionar sus estados de ánimo, mostrándoles las formas que tenemos los adultos de manejarlas.

Por último, son necesarios los límites: para el teletrabajo, para los estudios, para el consumo de información. Se puede establecer con horarios, así como también se aconseja reservar un espacio físico para dedicarse al trabajo o la facultad, que esté ubicado en un lugar diferente a donde se duerme. Si no se puede, sostener la diferenciación a través de horarios claros. Suena sencillo pero en la práctica se puede perder de vista. En caso que se considere necesario, no dudar en pedir ayuda profesional.

«Celebramos la crisis del rock»

«Celebramos la crisis del rock»

 

El ambiente del rock argentino tras la crisis del 2001 y la tragedia de Cromañon, sin dudas, ha sufrido cambios paradigmáticos que van desde las formas de su producción hasta las maneras de su consumo.

Con un pie en la investigación y otro en el análisis, el sello Clara Beter Ediciones editó La Campana de la División. Escribir sobre las ruinas del rock argentino, un libro que mediante cinco ensayos ofrece un estudio sobre estos últimos 20 años a través las categorías  “sensualidad”, “urbanidad”, “onirismo”, “valvularidad” y “trovadurismo”. El volumen fue compilado por el licenciado y profesor en Letras Emiliano Scaricaciottioli, quién además forma parte del Seminario Permanente de Estudios sobre Rock Argentino Contemporáneo (SPERAC), un espacio nacido hacia fines de 2018 como una respuesta para pensar las apuestas, contradicciones y dilemas que plantea el rock argentino a partir de la crisis de 2001.

¿Cómo surgió la idea de este nuevo libro?

Nosotros descreemos del concepto de “rock nacional”, surgido a partir de 1982 del Festival Latinoamericano de Solidaridad, en el marco de la guerra entre Argentina e Inglaterra por las Islas Malvinas. A partir de 1983, hay un estallido y el rock argentino pasa a confluenciar y a conformarse con otras poéticas y géneros. Es decir, empieza a dialogar consigo mismo y se delinean dos tendencias: una reguladora, que tiende a lo conservador y otra desreguladora, que identificamos en ciertas micro poéticas de artistas contemporáneos. Por eso el libro está dividido en cinco capítulos que trabajan con poéticas de autor en las que se ve el movimiento de contracción y de amplificación permanente del rock respecto de su realidad y de su propia historia.

¿Cuáles fueron los criterios que tomaron a la hora de compilar los diferentes ensayos que componen el libro?

En principio, el libro está dividido en capítulos temáticos que describen micro poéticas. El capítulo de Carla Daniela Benisz tiene que ver con la sensualidad en el rock argentino contemporáneo y se centra en la figura de Sara Hebe. El capítulo de Daniel Gaguine es sobre el trovadorismo y tiene como protagonista a Lisandro Aristimuño. Mi capítulo es sobre onirismo, basado en la banda Catupecu Machu. El capítulo de Nancy Gregof habla sobre la valvularidad y se analiza a Divididos, entre otras bandas. Y finalmente, el capítulo escrito por Daniel Talio sobre urbanidad y el fenómeno de El Kuelgue. Así, el libro está configurado como una confluencia de tópicos, temáticas, ejes, vibraciones que están sucediendo hacia el interior de lo que llamamos rock.

¿Por qué se eligió el 2001 como punto de partida?

Porque ese año fue un momento de quiebre y de saturación de las grandes referencias. Y el rock, claramente, fue parte de ese contexto.  Diacrónicamente, el rock también tiene distintos momentos de quiebre y fractura.

¿Por qué eligieron ese título?

El título viene del disco de Pink Floyd, The Division Bell (1994). Este álbum es interesante para observar momentos de ruptura respecto de eso que nosotros llamamos el humanismo como proyecto de la progresía a nivel mundial, la caída de las grandes utopías y los grandes proyectos colectivos. Me gusta el concepto, bastante nietzscheano, de ese disco que tiene que ver con la imposibilidad de volver a aquel lugar glorioso, a aquella época de oro que dejaste atrás. Por un lado, la campana lo que hace es dispersar. Por otro lado, hace revisionar aquello que quedó después de que algo explotó o se puso en crisis. Nosotros celebramos la crisis en el rock porque cada vez que esto pasa, luego vive de una manera distinta. Pensamos que el rock es un fenómeno que se va reescribiendo y que va adoptando nuevas identidades, nuevos disfraces y nuevos movimientos. El rock es como un rizoma, un movimiento inagotable y, al mismo tiempo, apasionante si uno lo vive dentro de esa ritualidad que se va actualizando.

«El rock se va reescribiendo y que va adoptando nuevas identidades. El rock es como un rizoma», dice el autor.

¿Puede reinventarse el rock dentro de su crisis actual?

La gran pregunta pasa por las orientaciones que son las grandes referencias. Nos parece que estamos en un momento de grandes consignas pero sin grandes referencias. Por un lado, la atomización de propuestas musicales tiene una valencia positiva relacionada con celebrar el ir en contra de la moderación, contra ese clima del presente que refiere a tener que estar de acuerdo con que hay que sellar la grieta, o el pasado. No estamos de acuerdo para nada con esa concepción de que hay que sellar, al contrario. Por el otro lado, también, es cierto que dentro de cada movimiento, el rock tiene al mismo tiempo subgéneros, en algunas poéticas mayúsculas se vienen dando fenómenos nuevos. Por ejemplo, en el heavy metal, en el hardcore punk y hasta en el rock cristiano o evangélico, y, a nivel trasversal, en el trap y en el hip hop. Estos dos últimos géneros que mencioné, pasan a ser los grandes protagonistas de este presente en el que el rock se identifica. Aunque algunos no les guste demasiado esta idea, a las pruebas me remito.

¿Cómo vivenciaron el proceso de escritura?

Como trabajamos el formato de ensayo, tratamos de reponer lo menos posible aquello de lo que ya se ha encargado el periodismo o Wikipedia. Realizamos una crítica indirecta a aquellas editoriales que tratan de historizar al rock argentino para sellarlo. Insisto con el concepto, porque construyen un nicho. Es decir, otorgan un carácter institucional a cada fenómeno nuevo del rock. Nosotros estamos en las antípodas de aquellos proyectos editoriales que cierran procesos que están todavía abiertos. Por eso no historizamos. Lo que encontramos en el proceso de escritura de este libro es lo que nos va sucediendo con las micro poéticas, poéticas mayúsculas, líricas… Experiencias que van más allá del fetiche antropológico de ir a un recital para ver “lo que está pasando” en determinados fenómenos nuevos. Nos interesa qué nos pasa a nosotros y nosotras dentro de esos espacios como sujetos activos de la escritura. Estamos generando un fenómeno crítico pero no para que esto quede documentado sino para que esto se cuestione, se critique, se dialogue y se discuta; que es lo que, generalmente, no sucede en los marcos universitarios. Nosotros tratamos que los signos estallen, no que se instalen. Como investigadores, buscamos corrernos de ese lugar porque cuando eso pasa, hay algo que está mal.

«Es muy difícil entender cuando se llevan a una persona y te entregan un par de huesos»

«Es muy difícil entender cuando se llevan a una persona y te entregan un par de huesos»

Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Pozo de Quilmes.

En una nueva audiencia del juicio de lesa humanidad que busca justicia por los crímenes cometidos en los ex Centros Clandestinos de Detención, Pozos de Banfield, Quilmes y Brigada de Lanús, declaró la familia de Miguel Ángel Soria, obrero naval del Astillero Río Santiago, secuestrado el 6 de junio de 1976 en su domicilio, en un operativo de detención ilegal a cargo del Primer Cuerpo del Ejército. En marzo de 2011 los restos de Miguel Ángel fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en el Cementerio Municipal de General San Martín. Allí pudo reconstruirse que fue asesinado el 3 de febrero de 1977, en un simulacro de enfrentamiento.

El último día en que María Esther Buet vio a su esposo fue el 6 de junio de 1976.  Habían quedado en encontrarse en la casa de su suegra, porque ahí estaba la hija del matrimonio, Stella Soria, de cinco años. Miguel Ángel Soria, tenía 25 años y había nacido el 14 de mayo de 1951 en Berisso. Trabajaba en el Astillero Río Santiago de día, donde era delegado gremial, y de noche en un frigorífico. Aquel día cobraba y dijo a su compañera: “Nos encontramos antes para que vayas a pagar el alquiler”. Vivían en La Plata, en la calle 18 entre 66 y 67.

Unos días antes, María Esther había sido amenazada por un viejo amigo de la familia: “Si no renunciás, esta noche pasamos por vos”, le dijo y María tuvo que dejar su trabajo en el frigorífico donde también había sido elegida delegada por sus compañeras.

De camino a su departamento de La Plata, el verdulero del barrio le advirtió que no se le ocurriera ir a su casa, porque estaba lleno de policías. Un hombre de apellido Sotelo era quien le había alquilado la casa y ahora también se convertiría en el entregador. Con el tiempo se enteraron de que trabajaba en la comisaría 5ª de La Plata.

El miedo era constante. Terrible. Siempre pasaban por los lugares donde ella se escondía, pero nunca pudieron encontrarla: “Para ellos éramos subversivos”, describe hoy María, en la audiencia virtual del juicio que investiga entre otras la desaparición de su marido. Como excusándose, explica al Tribunal que cuando trabajó en el frigorífico no tenía una militancia partidaria, que lo que hacía era sólo apoyar a los compañeros, al igual que Miguel, quien sí militaba en la Juventud Peronista. 

La mamá de Miguel fue quien prácticamente crió a su hija. Era muy riesgoso que María tuviera contacto con ella. Se la arrancaron de los abrazos, nunca más pudo dormir con la niña. El terrorismo de Estado destruyó a su familia: “Cuando te pasan esas cosas siempre pasa que tenés la culpa, siempre te echan la culpa”.

En 2011, llamaron a su hija y le dijeron que habían encontrado los restos de su papá, recuerda María, en relación a la identificación que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) pudo hacer de los restos de Miguel Ángel. “Se lo entregan y hoy lo tenemos, pero tampoco puedo entender que se lleven a alguien y devuelvan esos huesitos. Nunca lo voy a entender. Trataré de hacer un esfuerzo para hacer el duelo. La verdad que no se puede vivir, es algo que me duele hasta el día de hoy”, cierra.

El recuerdo de la hija

Con un pañuelo blanco de fondo con el nombre de su padre, Miguel Ángel Soria, y su fecha de desaparición; y una remera con la leyenda “son 30 mil”, Stella Maris, comienza su declaración. Es que recuerda aquel 6 de junio como si fuera ayer. Tenía cinco años cuando unos hombres de traje irrumpieron en la casa de sus abuelos, que la estaban cuidando y que luego de ese día se convertiría para siempre en su casa.  Estaba mirando la televisión, miraba el dibujito furor de la época: La pantera rosa. “No me olvido más. Entra una cantidad grande de personas, uno me agarra upa, alguien que yo creí reconocer porque tenía un anillo y pensé que era mi abuelo. Era un hombre que estaba de traje. Después supimos que era el comisario (inspector Atilio Pascual) Viola, que estaba a cargo del operativo. Era de la brigada de operaciones de La Plata”. Su abuelo tenía un almacén delante de la casa y estaba atendiendo. Su abuela estaba planchando. ¿Su papá? había llegado del trabajo, porque allí se encontraría con su compañera para darle el dinero para pagar el alquiler. Los represores revolvieron toda la casa, pero aquellos hombres de traje no pudieron encontrarlo. Sí encontraron los documentos, pero su papá ya había salido por el fondo de la casa escapando de la cacería que sería inevitable. Según Stella, estuvieron un montón de tiempo, como hasta las siete u ocho de la noche. O quizás el tiempo se le hizo interminable en ese momento. “Ese 6 de junio nos cambió la vida a todos”, afirma.

“Mi abuela fue a hacer la denuncia a la Comisaría 1ª y no se la tomaron. Tuvo que ir como tres días y recién al tercero aceptaron la denuncia y a partir de ahí, empezó el peregrinaje: haciendo trámites, cartas al arzobispado, habeas corpus. En realidad, fue a todos lados, como hizo la mayoría de los familiares. Pero a casa siguieron viniendo. Hasta mayo del 77, vinieron todas las noches”. Su abuelo ponía el despertador y a las dos o tres de la mañana llegaban pateando la puerta. Era repetitivo. Sí, hasta mayo del 77 fueron todas las noches, hasta que desapareció María Seoane, la novia de su tío. Esos días fueron los últimos días que visitaron la casa de sus abuelos, su casa.

“A mi papá también fueron a buscarlo al departamento de la calle 18 donde en realidad estaban viviendo con mi mamá. Yo estaba en la casa de mis abuelos porque ellos trabajaban todo el día. El departamento era en la calle 18 entre 66 y 67. Ahí estuvieron también apostados dos días, los militares. Nunca encontramos la llave”, recuerda. “No supimos más nada de él hasta que en el año 2011, el Equipo de Antropología Forense lo reconoció, en el cementerio de San Martín, estaba en una fosa común. La antropóloga hizo el informe y decía que lo mataron un 3 de febrero de 1977. O sea, lo mataron y seguían viniendo a mi casa, eso es lo que yo nunca entendí. Por qué seguían viniendo a casa. Es muy difícil entender cuando se llevan a una persona y te entregan un par de huesos, un esqueleto incompleto, con un cráneo multifragmentado, sus fémures quebrados, cuando uno no tiene un cuerpo. Es muy difícil hacer ese duelo y es muy difícil entenderlo”.

En todos esos años, Stella acompañó a su abuela en la búsqueda de su padre, hasta el último día. “Mi papá estuvo detenido en La Plata, pero no sabíamos dónde porque lo buscaban de la Brigada de Investigaciones. Después sí supimos que estuvo en la Brigada de Lanús. Mi abuela fue a Lanús a hablar con Viola porque había sido traslado allí. Luego fuimos a San Martín. Este fue su último lugar donde estuvo detenido porque lo matan ahí, en Caseros, en un enfrentamiento. Eso es todo lo que sé”, describió. Un supuesto enfrentamiento, el eufemismo que utilizaba la dictadura para ocultar los fusilamientos. 

“Si estoy acá, es también por mis abuelos, por mis viejos, para que se haga justicia y para poder entender las cosas. Hoy yo tengo una hija y veo todo desde otra perspectiva. Le doy y me da un montón de cosas  unas ganas de vivir, de luchar, de buscarle la vuelta y es difícil entenderlo, pero es así en nuestra vida. Uno trata de reconstruirla, viviendo de otra manera. Es muy difícil de explicar. Una vida que en realidad le falta algo, pero una le va buscando la vuelta”.

Memoria fraterna

 “Nos dijeron que tenían que eliminarnos a nosotros y a toda la juventud, porque tenían que sacar toda la pudrición, nosotros éramos la pudrición”, recuerda Norma Soria, hermana de Miguel. Aquel 6 de junio, ella regresaba de la facultad y le advirtieron que no fuera para su casa porque se la podían llevar. “Mi hermano se dirigió al departamento de calle 66 y aparentemente en esa calle fue detenido por fuerzas conjuntas, el mismo día. De ahí en más lo empezamos a buscar con mi mamá y mi sobrina. Recorrimos todas las unidades carcelarias, regímenes abiertos, todos los distritos militares, sin encontrar nada. A mi casa fueron en tres oportunidades. 

Entre lágrimas los recuerdos pasan por su cabeza. En una oportunidad le apuntaron a mi sobrina que tenía solo cinco años. A mi mamá le estaba por agarrar un infarto y ellos no me dejaban ir a buscar las pastillas. Entonces me apuntaron a mí también, pero fui igual”. Desde el día 6 nunca más supieron de su hermano Miguel Ángel Soria. “Fue un detenido desaparecido porque fue así. A él no se lo tragó la tierra. El terror que generaba el haber salido a buscarlo por todos lados, en noches frías de inviernos, a las casas de sus amigos para ver si estaba con ellos. Todos los hermanos, hijos, madres y padres han quedado traumatizados por todo eso. Fue realmente una masacre”, expresa Norma.

“Es difícil seguir, tengo un tic que hace lastimarme de noche. Mi vida cambió mucho. Tengo miedo a las tormentas, porque cuando llegaban los militares eran días de lluvia, de tormenta y siempre con la luz apagada. Aunque lo encontramos después, nos desarmaron a todos. Mi mamá iba a llevarle flores al cementerio a los NN, porque pensaba que cualquiera podía ser su hijo. Nos destruyó totalmente”.

 En marzo de 2011 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Miguel Ángel y pudo reconstruir que fue asesinado el 3 de febrero de 1977 y su cuerpo hallado en la intersección de las calles Falucho y Besares en Ciudadela, partido de Tres de Febrero.

 

A 45 años, no es fácil declarar para María, ni para Stella, ni para Norma. Entre recuerdos, lagunas, emoción, pero sobre todo dolor, mucho dolor, igual pudieron hacerlo. Describieron todo lo que recuerdan de aquellos años que cambiaron sus vidas para siempre. Y gracias a ello, el martes, en una nueva audiencia virtual del Tribunal N°1 de La Plata, que juzga a 18 represores por los crímenes cometidos en Pozos de Banfield, Quilmes y Brigada de Lanús, se oyó un nuevo grito de memoria: por Miguel Ángel y por los 30.000 que aún esperan justicia.