Sep 12, 2018 | Culturas, Novedades

Enrique Fauri, el dueño del bar.
La noche está helada, pero adentro hay calor. Las luces están bajas y la música fuerte. Sobre las paredes cuelgan cuadros realizados con diferentes técnicas y realizados por distintos autores. Un rincón lleva pintado la cara de una mujer que tiene los ojos cerrados y el pecho abierto: parece querer respirar hondo el aire de la madrugada. A su derecha, detrás de un acrílico, el sobre de cartón original del long play Artaud, de Pescado Rabioso, grupo integrado, entre otros, por Luis Alberto Spinetta. A su izquierda, un poco más allá, muñecos en miniatura con personajes de la historia del rock argentino sentados a la mesa como en La última cena, el famoso cuadro de Leonardo Da Vinci. En el centro, una barra de madera larga, con una caja registradora antigua sobre su falda, que sostiene al público y a la columna vertebral del bar: un tercio de la colección de más de 12 mil vinilos que guarda su dueño, Enrique Fauri.
Quique, como es conocido, tiene ojos oscuros, 65 años y lleva 50 viviendo de la música. Su barba larga y tupida se confunde con el pelo lacio que lleva por los hombros. Usa remera oscura y camisa a cuadros desprendida. A simple vista es un hípster o un leñador o alguien que viene del futuro a decirnos dónde está la clave: “Los vinilos es lo único original que existe en el planeta”. Sus dedos tienen memoria técnica. Entre los 2.500 discos que guarda en la estantería decorada con fotos carnets, estampitas del Gauchito Gil y tapas de álbumes históricos, sus yemas leen mejor que un escáner y su oído detecta la energía del ambiente en cuestión de segundos. “Podemos empezar escuchando Gospel, porque entró una pareja y sé que les gusta y terminar bailando tarantela o lentos, como en los ’80. Es espontáneo”, dice. Una espontaneidad que cocinó durante todo este tiempo de vida: una combinación de ser DJ en la zona Oeste durante las décadas del 60 y 70, tener una discoteca y luego una disquería en Mercedes (por aquél entonces un pequeño pueblo), para convertirse hoy en algo más que el dueño de “Vinilo”, uno de los pocos bares del país donde pasan exclusivamente música en ese formato antiguo, original y –al parecer- eterno.
“Vinilo nació gracias a un rayo”, dice Esteban Fauri, hijo y productor musical del espacio: “Mi viejo estaba en (el bar) La Oveja Vasca, con mi hermano y hubo un bajón de luz. Cuando volvió se había quemado la computadora con la que pasaban música. Entonces probaron con un tocadiscos que tenían en exhibición, lo enchufaron y andaba. Le dieron diez pesos a mi viejo para que se fuera en taxi hasta mi casa y volvió con veinte vinilos y ahí arrancó a poner música.” Aunque, para ser objetivos y realistas, ahí no empezó la historia. Ni la de Vinilo ni la de Quique Fauri pasando música. Sí, pasando música porque el verbo ‘pasar’ es diferente del verbo ‘poner’. Cuando uno ‘pasa’ música la acción implica una atención constante a lo que sucede con ese artefacto y un uso de las manos distinto al ‘poner’ música donde lo único que hay que hacer es colocar un cd y dar play. “Es como para el gaucho el mate de la mañana. Para mí ese ritual es una parte natural. Es como si fuera una extensión de uno”, explica Esteban. “Yo por ahí tengo las manos como si las tuviera en la bandeja”, dice, mientras imita un movimiento que emula al paso de Thriller. Por decirlo de algún modo, su padre es uno de los creadores de aquel ritual al que hoy asisten adultos y jóvenes. Unos, recordando otras épocas, otros investigando lo viejo y lo nuevo, yendo de lo digital a lo analógico, entendiendo aquello que tiene el vinilo, de irrepetible y singular.

«Vinilo es como un instante, un aura, Vinilo está completamente vivo y en revolución», dice Esteban, hijo de Quique.
Enrique Fauri recibió el don a sus 12 años cuando su padre llegó con un Winco: “Para que pudiera escuchar algo. En ese momento me dio un disco simple y ese simple está allá”, señala. “Era de The Beatles: el lado A, ‘Twist y gritos’ y el lado B, ‘La vi parada ahí’”, recuerda mientras mira una de las paredes de ladrillo a la vista. Después de ese día, la rutina de Quique era ir y venir a la disquería que quedaba a 15 cuadras de su casa: “Pesito que agarraba, me compraba un simple. Me rompió la cabeza eso: el usar el Winco con algo arriba para que suene, sea lo que sea. De ahí no paré más. Como algo físico. Y eso que yo escuchaba me abría la cabeza entonces yo no pensaba en nada más que en juntar eso, como otro pensaría en juntar figuritas.”
El don convertiría a Quique en el extraño de pelo largo que pasaba música en los cumpleaños de sus amigos, para luego transformarse en Dj de la zona oeste de Buenos Aires y tocar en lugares como Juan de los Palotes, Camelot, Pinar de Rocha y Waikiki. El escritor Hernan Casciari, nacido en Mercedes, lo retrató en la revista mercedina La ventana hace 26 años. Allí lo imaginó sobreviviendo gracias a una dieta a base de vinilos, luego de quedar encerrado durante días en una casilla de DJ. Enrique Fauri – y por ende las noches de Vinilo– cuentan con un banquete prodigio. Dentro de su colección aparecen simples como “Rebelde”, de Los Beatniks -considerado el primer disco de rock nacional-, discos originales de Los Gatos, Manal, Vox Dei, La Cofradía de la Flor Solar, y las primeras ediciones del rock internacional editadas en Argentina. Entre ellos, el original de Corazón de madre atómica, de Pink Floyd.
Enrique nombra títulos ingleses en español y, sin querer, remarca un estado de época: “La única guía que teníamos en ese momento era la revista Pelo. Aunque después lo tenías que escuchar cien veces para que te empiece a entrar”, recuerda. La colección se fue ampliando durante los años, gracias a la insistencia y el capricho: “Cuando fue el boom del CD, los vinilos pasaron a valer un peso. No se los llevaba nadie”, cuenta rememorando su época de vendedor en DiscoLibra, local que mantuvo vivo durante 30 años. “Todos deslumbrados por el CD y yo me guardé miles de vinilos. Yo sabía que eran míos y que no podían desaparecer.” La disquería fue el tercer momento luego de una vida de DJ y como dueño de Oikos, un boliche que revolucionó la noche mercedina. Pero en 2007, un incendio arrasó con el local y todo lo que vio a su paso. En el 2011, los planetas se volvieron a encontrar y luego de aquella noche en el Bar La Oveja vasca, su vida y la de sus hijos tomarían un nuevo rumbo habilitando un punto de inflexión en la historia de la colección de música en Argentina.
“Esa noche el bar del Oveja (como le dicen a su dueño) en vez de cerrar a las once cerró a las cinco de la mañana”, dice Esteban, orgulloso. Su padre volvería a pasar música después de décadas. Por otro lado, el deseo de la pasión puesto en una púa y la insistencia hicieron lo suyo: “Teníamos tantos vinilos en casa, tanta música que no sabíamos cómo mostrarla”, dice Quique. “Invitábamos a un par de amigos a nuestro comedor y poníamos a Jimi Hendrix, a Nicola Di Bari, parecía que estaban tocando adentro de nuestra casa. Y surgió la idea, en forma natural, de hacer algo, que no sabíamos en qué formato, para tener los discos, los long plays y los simples a disposición de la gente”, cuenta mientras arma un cuenco con su mano derecha, mostrando el lugar. Hoy, siete años después y varias noches de borracheras y discusiones mediante, esa magia se mantiene: “Yo vuelvo a mi adolescencia”, dice Quique. Su hijo y primer fan, agrega: “Tengo el ojete de tenerlo a él como viejo, yo lo asumo como una escuela de producción del oficio del DJ.”

La estantería guarda 2500 discos y está decorada con fotos carnets, estampitas del Gauchito Gil y tapas de álbumes históricos.
El fuerte de aquel extraño está ubicado en el ala izquierda de la barra donde transcurre la mayor parte de la noche. Desde allí realiza un medio giro que va de la bandeja al público y del público a la bandeja. Les da la espalda y regresa. O regresa, saluda a alguno con sus dos manos cerradas y pulgares en alto y les da la espalda. Realiza la alquimia musical. Luego, apoya sus manos sobre la madera marcada por vasos de Fernet, cerveza, vino y picadas. De este modo recibió y recibe a todos los músicos que pasan por este reducto cultural. Locales e internacionales, como Black Amaya, Daniel Maza, Robin Benjeree (ex guitarrista de Amy Winehouse), Amparo Sánchez y artistas de otras disciplinas como cine, literatura y pintura, que dejaron su aura dentro de Vinilo. Sólo hubo una excepción: Miguel Cantilo. “Casi me desmayo. Vos sabés que la emoción continuó hasta que se fue Miguel. Casi no pude disfrutar del show».
Vinilo, bar temático y cultural, como es su nombre completo, es además un bar familiar. Gastón, su otro hijo, está encargado de la barra y la cocina. “Acá estuvimos 40 días y 40 noches entre amigos, levantando esta esquina que estaba venida abajo”, cuenta Esteban con una sonrisa de orgullo y felicidad. “Lo hicimos desde el amateurismo –dice-. Fue como un sueño hecho realidad y también un sueño colectivo. Algo que se montó con muchísima gente. También fue un homenaje a eso, a ir en contra de los libros que dicen no hagas nada ni con familia ni con amigos”. Y el respaldo de aquellos vinilos, claro. Gracias a ello conocieron también a Gustavo Santaolalla. Quique guarda entre sus ejemplares una de las 500 copias del simple Blues de Dana, con el cual el músico argentino ganó en el Festival Beat de la Canción Internacional de Mar del Plata, en 1970. “Por medio de una amiga que trabaja en el Centro Cultural Kirchner supe que Santaolalla estaba buscando varios de sus discos. Caí de sorpresa. Era encararlo y con el plan efecto sorpresa. Estuvimos hablando un rato. Ni amagó a pagarlo porque sabía que yo no estaba ahí para vendérselo, sino para mostrárselo y nada más.”
En la esquina de la 23 y 24 algunos recién llegados, curiosos de sus trucos, le preguntan qué es eso que suena. El abanico es amplio: tarantela, paso doble, Michael Jackson, Depeche Mode o Gilda. “Mamó la música de ya tres épocas, está super abierto y conoce nuestra generación. Los 80, los 90, los 2000. Vivió de eso y generó una cierta potestad”, resume Esteban.
“Hoy Vinilo es el cierre perfecto de mi vida -analiza Quique- porque con esto ya arrancaron un nuevo oficio nuestros hijos, Gastón y Esteban. Como padre estoy hinchado de felicidad y re orgulloso”, y los ojos oscuros se le llenan de agua salada. “Vinilo es como un instante, un aura, Vinilo está completamente vivo y en revolución”, concluye Esteban. Un instante de forma circular, un aura original de sonido que se gestó con la devoción por un formato y que un rayo terminó de dar vida.
Ago 29, 2018 | Culturas, Novedades

María Centurión y Valentín Mederos de la Obra La Cuna Vacía (dir. Omar Pacheco) – Teatro La Otra Orilla.
La propuesta de la obra La Cuna Vacía comienza con un desafío a los sentidos y las emociones. De una manera poco ortodoxa y rupturista, la obra narra los sucesos ocurridos durante el golpe militar de 1976, proponiendo una manera diferente de recordarlos, de reconocer la fuerza de tantas mujeres y, por último, de nunca olvidar. Presentada por primera vez en el 2006, al cumplirse 30 años del Golpe, en el Centro Cultural de la Cooperación, y reestrenada en 2011, continúa con su gran capacidad de interpelación a los espectadores, todos los viernes a las 21 en el teatro La Otra Orilla, General Urquiza 124, CABA.
El director de la obra, Omar Pacheco, la presenta tomando como eje la propuesta metodológica y técnica del “Teatro Inestable”; una propuesta definida como una filosofía de vida, que presenta un sistema de comunicación diferente, contrapuesto al establecido por el teatro tradicional. Pacheco –que hace más de 36 años que trabaja con este concepto- concibe este teatro para movilizar y modificar la actitud pasiva del espectador. “No hay otra posibilidad de construir un imaginario distinto sin un proyecto grupal, sin oponernos al sistema, sin romper con lo establecido y eso lleva largos años de formación y de búsqueda personal y colectiva”, afirma el director.
El cuerpo es uno de los ejes de la obra. Poniendo más énfasis en él que en la palabra, la obra casi no tiene diálogos. Por el contrario, continuamente aparecen escenas donde la gestualidad lo es todo, desde rostros de horror hasta danzas que manifiestan el dolor de los personajes. La obra parte desde la noción de desaparecido y el cuerpo se convierte en una metáfora de las luchas, los miedos y las ausencias en los años dictatoriales.
“Este proyecto tiene que ver con la creación de un nuevo sistema de comunicación, el cual demanda poner el cuerpo en crisis, sacarlo de la comodidad de los movimientos y acciones de la vida cotidiana para activar otras zonas que expresen y transmitan, no que informen a través de la palabra”, expresa María Centurión, actriz de la obra.
“Desde el primer momento, en la formación aprendemos que el cuerpo es el que habla. En general la palabra informa desde lo literal para que el espectador comprenda desde la racionalidad todo lo que está sucediendo. En cambio, el cuerpo puede transferir un mensaje mucho más profundo, siempre y cuando está cargado de contenido”, comenta, por su parte, Valentín Mederos, otro de los integrantes del elenco.
La obra no tiene una continuidad narrativa sino que se presenta en un espacio atemporal, con escenas sueltas de danza, intervenciones de muñecos y monólogos. Esta manera de comunicar altera profundamente la recepción del espectador, poniéndolo también en tensión e interpelándolo no solo desde un punto racional sino emocional. Uno de los resultados de esta manera de narrar es el hecho de que al final de la obra, el espectador se sienta tan afectado que no pueda aplaudir.

La obra no tiene una continuidad narrativa sino que se presenta en un espacio atemporal, con escenas sueltas de danza, intervenciones de muñecos y monólogos.
Elementos como los sonidos, la música y la luz también se ven alterados. Al encontrarnos en un espacio que está la mayor parte del tiempo a oscuras, la luz de manera tenue ilumina los rostros de los actores, enfatizando sus caras y sus expresiones. Omar Pacheco afirma que al ser la estética narrativa inédita, provoca una conmoción que justifica a la pregunta de por qué el público no siente la necesidad de aplaudir.
Finalmente, la temática de la dictadura y la manera de narrar es la que termina poniendo en quiebre la manera tradicional de expresar un discurso. Desde los postulados del Teatro Inestable se conjugan el compromiso artístico con lo ideológico. Y así la obra se presenta desde un lugar de resistencia, comprometida con la realidad política del país.
“Transmitir el horror de lo que significa una dictadura es una forma de resistir al olvido, de interpelarse e interpelar a los otros, para que la memoria esté activa, presente y, sobre todo, para recordar que aún nos falta encontrar a nuestros desaparecidos y a sus hijos expropiados de su identidad”, expresa María. Valentín Mederos agrega: “Todo lo que hacemos en la vida y en el arte es un hecho político e ideológico, por lo tanto no podemos desconocer nuestra historia, nuestra memoria, y debemos tomar partido frente a la realidad de la cual formamos parte.” Presenciar La cuna vacía se inscribe en ese camino.
Ago 22, 2018 | Culturas, Novedades

Marcelo Figueras fue una de las figuras que llegó a la radio en el 2017.
Las paredes verde antiguo están cargadas con fotos en blanco y negro de distintos tamaños. Son muchas y están casi pegadas entre sí. Aparecen el Che Guevara, Fidel Castro, Carlos Mugica, Juan Perón, Héctor Cámpora, Néstor Kirchner, Simón Bolívar. Más grande, ocupando un lugar privilegiado, luce Evita sonriendo. De fondo suena el último disco del Indio Solari, El ruiseñor, el amor y la muerte. El Café de los Patriotas, ubicado en La Paternal, tiene la estética de cualquier bar porteño y además funciona como cooperativa de trabajo desde el 2012. En 2015 comenzó a funcionar allí FM La Patriada (102.1), una radio popular capaz de poner al aire a figuras como el Indio Solari o Andrés Calamaro.
¿Cómo nació la radio popular que atrajo a figuras con una propuesta alternativa que busca “disputarle el sentido común” a los medios masivos?
Nuestro orígen fue el conflicto y la lucha popular – el que contesta es Pablo Velázquez, que se presenta como un militante. “Termino de hablar con vos y me voy a hacer cargo del café, en el mismo lugar donde fui bachero, delivery, mozo. Acá no somos empresarios”, dice el coordinador general de FM La Patriada, un tipo que arrancó su militancia a los 13 años, con el estallido del 2001.
“La radio pertenece a Proyecto Comunidad, una organización social que se forma producto de las asambleas populares en 2001 y decantó en la construcción de una cooperativa de viviendas para las familias que estaban en La Lechería, una fábrica ubicada en La Paternal, a la vera de las vías del Ferrocarril San Martín”, cuenta Velázquez sobre esa primera época.
Ya en 2009, instalados en Villa Lugano, surge la necesidad de contar con un medio de comunicación que fuese propio y representara las voces de esas familias. “Ese año damos un salto a pensar la política como política pública. Por eso entendimos que era vital tener un medio de comunicación propio, porque lo que pesaba permanentemente sobre los habitantes de La Lechería era la estigmatización por ser pobres y, además, fue una forma de meternos en el debate nacional por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Así nació Radio Comunidad, que luego fue FM La Patriada”, cuenta Velázquez.

Pablo Velazquez.
Con la radio se creó también un proyecto formativo donde se buscó incluir en la comunicación a los propios jóvenes del barrio. “Empezamos una radio escuela con jóvenes de Lugano. Se acercaron pibes del barrio que hoy van a la casa del Indio (Solari) todas las semanas a grabar en su estudio. O pibes que arrancaron haciendo operación y que luego terminaron haciéndose cargo de un puesto de responsabilidad importante en una cooperativa económica, por ejemplo. Lo que hace la organización es generar oportunidades donde no las hay y formar en el trabajo y en la conciencia política e histórica. Ese es el formato, porque si no, no hay ni apropiación popular de la tecnología ni apropiación popular de la comunicación”, subraya Velázquez y agrega: “Hay que profesionalizar, hay que aprender para poder decir, discutir y pensar desde nuestro lugar de trabajadores. Hay mucho esfuerzo, mucha dedicación y mucho estudio de parte nuestra. Nos obligamos al estudio porque más allá de que hay compañeros que pasamos por la universidad, todos tenemos que saber todo. Creemos que es importante que los trabajadores tengan sus propias herramientas económicas para subsistir y desde ahí poder salir a declamar”.
En 2012, Proyecto Comunidad adquiere el Café de los Patriotas, lugar que toma un fuerte sesgo cultural como espacio de reunión y expresión artística. Fue en ese marco que en 2015, Radio Comunidad pasa a funcionar en el bar, cambiando su dial del 88.3 al 102.1, y transformándose en La Patriada.
“En Lugano estábamos bajo el nivel del mar y acá estamos buscando meternos en un lugar de fuerte disputa cultural, buscando también hablarle a otro público”, cuenta el coordinador general de la FM.
“Lo que nosotros estamos haciendo es La Patriada como un concepto: es un medio popular, de propiedad popular, que viene a cambiar un poco con su propio ejemplo, las relaciones capitalistas”, explica Velázquez.

FM La Patriada se ubica en Nicasio Oroño 2200, La Paternal.
“Nunca soñamos con esto”
Un gran punto de inflexión para la emisora se dio en el 2017, cuando se decide buscar la masividad. “Nosotros pensamos, desde Radio Comunidad, hacer comunicación popular y comunitaria, y desde La Patriada, que esa comunicación tenga llegada masiva”, comenta Velázquez.
En ese sentido, destaca el reconocimiento: “Para nosotros lo más importante es el ejemplo. Ejemplo militante, de sacrificarse, de andar cada uno de nosotros endeudado, sin llegar a fin de mes para que esto se mantenga. Y lo hacemos porque somos conscientes que hay una lucha en el medio. Es una lucha quirúrgica, que es la lucha por la disputa del sentido común dominante”.
Para el coordinador de La Patriada esa lucha tiene como una de sus aristas pensar un nuevo tipo de comunicación: “Nosotros no estamos en la lógica del periodismo comercial. Damos libertad para que se investigue y para que se haga lo que se tenga que hacer. No somos ni fanáticos ni obsecuentes de ninguna bandería política. La Patriada no es el órgano de difusión de una organización, es una radio donde hay periodismo, donde hay cultura, donde pasan cosas todo el tiempo y tiene una lógica distinta. Por eso termina pasando que el Indio se acercó a la radio. Nosotros ni soñamos que esto iba a pasar”.
Casi como un juego de palabras, Velázquez hace un guiño inconsciente al estribillo de “JiJiJi”, el mítico himno de Los Redonditos de Ricota, para hablar de la llegada del Indio Solari a la radio, quizás la más paradigmática de varias figuras conocidas que se integraron a la emisora.
“Los artistas acá tienen posibilidad de desarrollarse. Seguramente tienen ganas de hacer o decir cosas que de otra manera no las podrían hacer y acá tienen un espacio”, explica al respecto.

El orígen de la radio fue el conflicto y la lucha popular.
Marcelo Figueras fue una de las figuras que llegó a la radio en el 2017. Desde agosto de ese año conduce Big Bang, un programa diario que va de lunes a viernes de 22 a 00 hs. Fue además, quien le ofreció al ex líder de Los Redondos sumarse.
Figueras destaca a La Patriada como “una posibilidad para ejercer un periodismo distinto”, alternativo a los grandes medios masivos de comunicación. “Nosotros tenemos la sensación que nos estamos enfrentando con un poder que es muy monolítico, que tiene todo el dinero, todos los ‘fierros’, pero hay una rajadura inevitable porque no pueden engañar eternamente a la gente. Ahí es cuando comienzan a emerger medios alternativos donde todos laburamos sabiendo que no hay competencia entre nosotros, al contrario, nos alegramos porque sabemos que el adversario verdadero es otro. Sabemos que somos los ‘Davides’ de la historia y nos estamos enfrentando a un Goliat. Por eso hay que relacionarnos y apoyarnos cada vez más: potenciarnos y resonar lo que dice el otro para que trascienda la cadena de desinformación que estos medios tan grandes hacen”.
Figueras es además el biógrafo del Indio Solari, que al igual que él también vio en La Patriada un espacio de expresión. “Cuando apareció la posibilidad del programa, el Indio había empezado a tener páginas en Facebook con alias distintos que se las terminaban cerrando siempre. Entonces le dije que podía usar el programa para lo que quisiera, con el nombre que quisiera, como un medio de expresión, y se enganchó de inmediato. Tanto es así que muy rápidamente dijo que quería programar toda la música, cosa que nunca se me hubiese ocurrido. Mirá si le iba a decir que programara la música de un programa de radio diario de dos horas (risas)”, contó el escritor sobre el cantante.
Figueras consideró que este acercamiento se trató de “un gesto político clarísimo. Un gesto de poner los huevos en el lugar donde uno cacarea: ver dónde está la gente que está tratando de hacer algo parecido a lo que él trató de desarrollar a lo largo de toda su vida. Más allá de nuestras limitaciones técnicas, él sabe que nuestro espíritu está más cerca de eso. Se me hace que para él es como un volver a la fuente, a los principios en los cuales los medios que le daban bola eran todos medios alternativos”.
Pablo Ramos es otro de los nombres conocidos que integran la radio popular. El escritor y guionista forma parte de La Patriada desde el desembarco de la emisora en La Paternal, en 2015. “Al ver lo que era, me quede acá. Era una posibilidad. Confío en mi destino de radiador”, contó Ramos, que en la radio conduce El orígen de la tristeza y participa en Cosa de negros.
Al ser consultado sobre qué significaba estar en La Patriada, Ramos hizo una salvedad: “Nadie está en La Patriada, todos hacemos La Patriada. El que está en La Patriada, sobra. Todos hacemos. Cada uno sabe lo bueno que tiene el compañero, cómo te ayuda, los límites, cómo escuchar. Es hacer la patriada. Cada uno de nosotros somos La Patriada”.

Pablo Ramos.
En este ser La Patriada también se encuentra Andrés Calamaro, quien se sumó a la FM el año pasado por intermedio de Ramos y hoy produce contenido de lunes a lunes.“Calamaro se acercó primero a mí como escritor, para que colabore con una revista. Le dije lo que estaba haciendo, le conté de este proyecto, no le pedí nada, y se sumó, igual que el Indio”. “De repente, te hacen una nota y no pueden creer que no haya plata de por medio”.
“A veces creo que me voy y me termino quedando. Siempre termino abrazando”, dice Pablo Ramos. “¿Por qué me quedo? Me quedo en la radio por amor. Por amor me quedo”.
Ago 15, 2018 | Culturas, Novedades

Daniel Vides, presidente de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA), toma la palabra.
El lunes por la tarde se llevó adelante el primer encuentro de “Fotoperiodismo y conflicto social”, organizado por el departamento de Comunicación del Centro Cultural de la Cooperación (CCC) y el Area de Estudios sobre Fotografía de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la/UBA. Contó, además, con la colaboración de ANCCOM y la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA).
Más de cien personas llenaron la Sala Pugliese del CCC donde se realizó una charla con fotoperiodistas y otra con colectivos de fotógrafos.
Yamila Ocampo, investigadora del CCC, junto a Cora Garmanik, doctora en Ciencias Sociales, fueron las presentadoras y hablaron sobre la necesidad de analizar la relación entre el fotoperiodismo y los conflictos sociales tanto en la historia como en la actualidad. También remarcaron la importancia del intercambio de experiencias entre fotoperiodistas de agencias y medios y colectivos de fotógrafos y fotógrafas.

Cora Garmanik, doctora en Ciencias Sociales.
Paula Ribas fue la primera expositora en tomar la palabra. La fotógrafa despedida por el vaciamiento de Télam comenzó a hablar sobre su experiencia en agencias de noticias, definió al conflicto social como la “disputa de intereses de la sociedad y el Estado” y remarcó que “la fotografía es la búsqueda de una imagen democrática”.
Mientras en la pantalla se observaban imágenes de marchas como la que se realizó en contra de la Ley de Reforma Previsional en diciembre del año pasado, Ribas afirmó que “en la actualidad el conflicto social está agudizado y el periodismo ha pasado a ser el blanco de la violencia”. Acto seguido, sentenció: “Hay que tener una posición ética y moral frente a estos acontecimientos”.
El segundo en tomar el micrófono fue Pepe Mateos, el exfotoperiodista de Clarín que estuvo presente -entre otros conflictos sociales- en la masacre de Avellaneda, cuando la Policía Bonaerense asesinó a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Durante su exposición proyectó obras fotográficas que le tocó hacer durante el alfonsinismo y el menemismo y, en ese sentido, afirmó que “los años interesantes son tremendos porque son años de cambios de paradigma y tienen un costo altísimo para la mayor parte de las personas”. Finalmente remarcó: “La fotografía tiene que comunicar algo”.

Pepe Mateos y Paula Ribas.
Pablo Piovano fue el tercero en tomar la palabra. El autor del libro “El costo humano de los agrotóxicos” y exreportero gráfico de Página/12 abrió un debate sobre el conflicto dentro de la fotografía en “este tiempo”. Afirmó que “están sucediendo cosas en el interior del país que no son narradas” y, como consecuencia, se preguntó: “¿Para qué fotografiamos?”. Piovano contó lo que significó llevar adelante la investigación sobre la problemática de los agrotóxicos y, en ese sentido, manifestó que “no hay forma de contar una historia que no sea con el tiempo”.

Pablo Piovano.
A continuación, el actual presidente de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA), Daniel Vides, habló acerca de la rama institucional del fotoperiodismo y señaló que “no se puede construir lo que no ocurrió, se puede tomar posición pero no se puede inventar una realidad”. Luego, aseguró que “estamos atravesando una crisis salvaje que el año pasado tomó una gran dimensión y durante diciembre fuimos, claramente, objeto de la represión”. Además reafirmó: “Estaba claro que había algo que no querían que mostráramos”. En ese sentido, Vides reconoció que ARGRA es una gran herramienta para poder enfrentar ese atropello.
Pasadas las 18:15 se abrió el debate y una de las concurrentes preguntó: “¿Cómo se pueden sacar los estereotipos y reflejar el origen del conflicto en las fotografías?”. Piovano insistió en la necesidad de “tomarnos el trabajo de investigar por qué pasa lo que pasa, de ir al interior del país, pero el problema es que no tenemos forma de que nos financien. Y así, ¿cómo hacemos para mostrar a aquellos que no tienen voz?”. En esa línea surgió el dilema entre registrar lo inmediato o lo profundo y fue Ribas quien remarcó que “la fotografía de la inmediatez también tiene una función social muy grande” Y afirmó: “Es tan importante lo profundo en el tiempo como la rapidez en lo inmediato”. Otra de las preguntas hizo referencia a “¿cómo seguir comunicando en un contexto donde no hay trabajo?” Mientras todos asentían cabizbajos, Piovano remarcó que “lamentablemente tenemos enfrente a los grandes medios concentrados que lo único que hacen es engañarnos. Por eso ser fotógrafo en este momento es un gesto romántico”.
Antes de iniciar la segunda parte del encuentro, la pared del escenario desplegó un cartel con la consigna “Todos somos Télam” y, en apoyo a los 357 trabajadores y trabajadoras despedidas, el panel y el público se acercaron al escenario para tomar una foto en apoyo a la lucha y en defensa de los medios públicos y estatales.
La segunda mesa inició pasadas las 19:00 y por el panel fueron desfilando, en palabras de Yamila Ocampo, “distintos colectivos de fotógrafos y fotógrafas con experiencias muy diversas”. Posteo, medio de origen rosarino, fue quien abrió la charla. El expositor agradeció la invitación y explicó que pertenece a un espacio de práctica de la fotografía que realiza trabajos desde la ciudad de Rosario de corte documental. Además remarcó que trabajan con material analógico y que son irregulares, ya que no tienen una agenda determinada ni un cierre de edición porque “publicamos cuando sentimos que conseguimos abordar una problemática de manera seria, profunda, con paciencia y con empatía. Apurar una publicación para responder a una fecha estipulada de antemano es atentar contra la calidad de los trabajos que estamos haciendo y, eventualmente, faltarle el respeto a nuestros posibles lectores”. Desde Posteo definieron a la fotografía como un hecho colectivo- “No tenemos tanta presencia en la web sino más bien en ferias, en presentaciones como estas -expresaron-. El colectivo debe entenderse como puente hacia otros colectivos”.

Colectivo POSTEO de Rosario.
El colectivo Sado, el segundo en presentarse, se formó hace cinco años en la Ciudad de La Plata y, según una de sus expositoras, lo que tratan de hacer es “construir nuevas formas de vida cotidiana”. Aseguraron que el medio surgió con la necesidad de contar los conflictos sociales de la ciudad y “mostrar lo que está sucediendo que los medios hegemónicos no están contando”. Mientras la pantalla mostraba imágenes de conflictos laborales en una línea de colectivos platenses, otro de los expositores señaló: “La horizontalidad es el valor que intentamos construir todo el tiempo”.

Colectivo SADO de La Plata.
A continuación, tres integrantes de La Garganta Poderosa se sentaron en el panel. Daniela fue quien contó cómo surgió el medio y, en ese sentido, enfatizó que “La Garganta nace con la necesidad de terminar con la estigmatización”. Luego Rodrigo, otro de los integrantes, aseguró que “ser fotógrafo es un privilegio de clase”. De manera simultánea, en la pantalla, no dejaron de circular fotos de actividades en distintas villas, coberturas de movilizaciones, imágenes del Pu Lof de Cushamen. Roque continuó con la exposición y contó la experiencia que le tocó vivir junto a sus vecinos en la Villa 21-24 donde el 24 de mayo “me encontré con 200 policías reprimiendo a los alrededores de mi casa y como no hice a tiempo de buscar mi cámara para registrar lo que estaba pasando, usé mi celular. Entonces la fotografía es importante pero todos los recursos son válidos”. En ese sentido, Daniela aseguró que trabajan para que “dejen de hablar de nosotros y seamos nosotros los que hablemos de nosotros”, y afirmó: “Hay algo que no se muestra porque no quieren que se muestre y es ahí cuando tomamos nuestras propias armas: la cámara es una de ellas”.

Fotógrafos de La Garganta Poderosa.
Enfoque Rojo fue el último colectivo fotográfico en exponer. El equipo forma parte de La Izquierda Diario. Mariana, una de sus integrantes, manifestó que “la fotografía es como un arma para la crítica”. Aseguraron que lo que intentan es hacer periodismo pero de forma militante y estar en los conflictos “que atraviesa la clase trabajadora como el de Pepsico o Lear”. Desde Enfoque Rojo aseguraron que “la fotografía, como todo proceso identitario, es colectivo”.
Luego de una gran ola de aplausos y antes de finalizar la jornada, las presentadoras recordaron que el próximo encuentro tendrá lugar el 10 de septiembre. Ese día, los fotoperiodistas podrán exponer sus obras. Para ello, se abrió una convocatoria hasta el 27 de agosto para que los reporteros o colectivos envíen sus trabajos. Un comité editor seleccionará los trabajos a proyectar en una jornada en la que también habrá espacio para conversar con los autores.

Fotógrafos de Enfoque Rojo.
Ago 14, 2018 | Comunidad, Culturas

Diego Singer, filósofo recibido de la UBA, enseña en la Universidad de San Martín y en la de Lomas de Zamora.
Diego Singer llega al Centro Cultural Teatro Ensamble en Banfield media hora antes de que
empiece su función. Mueve una mesa de madera oscura hasta un improvisado escenario
que consiste en una tarima de dos metros por dos. La austera escenografía se completa
con una alfombra gris con algún que otro color y un micrófono de pie. Son las seis y media
de una tarde de sábado.
Filósofo recibido de la UBA, Singer enseña en la Universidad de San Martín (UNSAM) y en
la de Lomas de Zamora (UNLZ), y dirige un Taller de Filosofía, un curso corto que cambia
de tema cada dos meses y en el que se lee y debate bibliografía en torno a una temática
puntual o un autor en particular. Sin embargo, el dato más interesante de su biografía es
una actividad que está por fuera de la rutina docente: sus encuentros de “Filosofía a la
gorra”, charlas sobre ideas y corrientes de pensamiento bajo el criterio de un espectáculo
artístico callejero. El recorrido ya acumula ocho años por teatros y centros culturales de la
Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano.
¿Cómo y cuándo surgió la idea?
No sé exactamente cuándo; ni siquiera estaba recibido. Se me ocurrió hacer charlas
abiertas y empecé a pensar cómo hacerlo. Si cobraba aunque sea 20 pesos no iba a ir
nadie porque no era conocido. Pero tampoco quería hacerlo gratis porque me parecía que
no estaba bien. Entonces pensé en hacerlo a la gorra. Y funcionó en el sentido de que vino
gente, gustó y se empezó a armar un boca a boca. Yo fui problematizando mucho qué
pasaba con el tema de la gorra y la verdad que se armó algo mucho más grande de lo que
pensaba.
¿Y por qué entonces a la gorra?
Primero para que pueda venir quien quiera y sea democrático. Vos ponés una entrada
barata, te hablo alrededor de 200 o 300 pesos, y mucha gente no puede venir. Me
interesa también problematizar esa idea de que la cosa tiene que ser ‘gratis’. Yo siempre
pongo el ejemplo de la ´pica´ entre Sócrates, Platón y los sofistas. Ellos señalaban que los
sofistas “vendían” enseñar a argumentar y entonces eran como unos mercaderes de la
palabra. Pero claro, eso decían Platón y Sócrates porque vivían en una sociedad esclavista.
Su desinterés era una forma de ocultar justamente las condiciones necesarias para que
ellos hicieran su trabajo. La Filosofía también tiene algo del fetiche de “oh, mira, el
filósofo, que se conecta con el mundo de las ideas de Platón…”. En el otro costado se
oculta el proceso de producción, entonces se cree que uno sabe no porque estuvo
trabajando durante años, leyendo e interactuando con otros, sino porque es filósofo. Eso es una mentira absoluta. Con la gorra trato de explicar que lo que nos interesa que suceda
tenemos que sostenerlo comunitariamente. Tanto lo que yo hago como los centros
culturales a los que vengo, que también son espacios que viven de lo que se consume en
la barra.

«Con la gorra trato de explicar que lo que nos interesa que suceda tenemos que sostenerlo comunitariamente», explica el filósofo.
¿Por qué centros culturales y no espacios académicos “tradicionales”?
Justamente para que pueda venir un público que no va a la universidad. Me parece que
estos espacios son lugares donde siempre circula la cultura. De alguna manera son parte
de nuestra ágora contemporánea. Son más importantes de lo que pensamos. Siempre me
encuentro, además, que quienes los sostienen son gente maravillosa, interesada
genuinamente. Ahí cambian las lógicas de la Universidad, de la cuestión pasillo, de las
becas, todo eso que a mí nunca me simpatizó y por lo que nunca hice la carrera académica
típica. Me parece bien que exista todo eso, no soy un anti académico, pero sí quiero
airearme y airear lo que pasa. Es como entrelazar espacios, no decir que la academia es
una porquería. Yo me formé y me sigo formando en la academia, pero no puede ser que
eso sea lo único. No puede ser que sólo hablemos para nosotros.
La sala se empieza a llenar y en las mesas se acomoda la gente. Circula café y cerveza por
igual. Tostados y papas con cheddar. Alguna que otra agua saborizada. Cerca de cincuenta
personas se acomodan expectantes, orientando sus sillas de costado para ver el escenario.
Son las siete y Diego abandona la mesa de la esquina y va hasta la tarima. Abre su mochila
y saca dos, cuatro, ocho, once libros con señaladores improvisados de papel y los pone
uno a uno sobre la mesa. Después una boina bordó, que pone sobre una silla. También
saca dos pilas de hojas A4 y una tijera. Una es la charla que va a dar la tarde de hoy:
‘Borges, estética y metafísica’. La otra es una lista de frases de los libros que va a citar
durante el encuentro. Con la tijera recorta la hoja y separa las frases en tiritas de papel
individuales. Finalizado el trabajo, las pone dentro de la gorra, prueba el micrófono y
arranca. Pero primero, explica.
Paso la gorra para que venga cualquiera y porque todos los encuentros necesitan un
sustento material, no esconder nuestras condiciones materiales de producción, porque si
no nos va mal. Pienso que nos está yendo mal, más allá de la coyuntura actual, cuando
trabajamos de algo y después nos damos sólo un rato para hacer lo que más nos gusta.
La charla sigue la lógica de lo prometido. Mientras ata textos de Borges con Nietzsche,
Kant y Lovecraft, va tirando al piso las hojas de la parte de la charla que ya pasó. La gente
escucha, atenta, y lo único que interrumpe el silencio son los ruidos lejanos de la barra y la
moza que reparte alguna cerveza, algún café, algún tostado.
¿Son distintas estas charlas a tus clases en la universidad?
Son muy parecidas. De hecho hay muchas que fueron ponencias que di en jornadas
académicas. Intento no subestimar a quienes vienen. Por supuesto que hay algunos
tecnicismos que uno tiene que trabajar de otra manera. Acá no se trata de acreditar saber, pero no lo bajo de nivel. Uno siempre agradece cuando el profesor baja de la pura
cuestión técnica y cuenta una anécdota o pone un ejemplo. A todos nos es agradable, no
es que la universidad es “pura academia” y acá uno tira chistes todo el tiempo.

Singer brinda los debates en centros culturales, para que pueda asistir un público que no va a la universidad.
¿Cómo articulás lo académico con lo coyuntural?
El desafío más que nada, para mí, no es de comprensión sino que los problemas que yo
traigo se sientan que son reales y que tienen conexión con lo que pasa. Eso se siente
mucho porque, a pesar de que algunas de mis charlas se relacionan directamente con
temas de actualidad y otras no, en la conversación a veces sucede que hablo durante una
hora y media sobre algo y la pregunta viene después sobre otra cosa. Eso muestra qué se
le demanda a la Filosofía: que nos dé ciertas respuestas y nos ayude a pensar. Yo lo pienso
como una acción política en el sentido amplio de la palabra “polis”, intervenir en la
comunidad.
Singer termina su exposición a las nueve de la noche y la gente aplaude. Saca las tiritas de
la gorra y empieza a caminar por la sala con la gorra en una mano y las tiritas en la otra.
Ofrece a cada espectador la gorra para la colaboración y la madeja de tiritas para que elija
una. Cada uno le deja cien o doscientos pesos.
Finalizada su pasada vuelve al escenario, deja la gorra con los billetes y las tiritas que
sobraron y saca el micrófono del pie. Camina hacia el público y lo ofrece para empezar la
conversación. Un anónimo lo toma y le cuenta que a un amigo suyo no le parecía bien que
fuese a esa charla porque Borges era un facho. Diego se ríe y le dice que le diga a su amigo que si no leyéramos a ciertos autores por sus posturas políticas, nos estaríamos perdiendo de cosas buenas que pudieron dejar. Otro pide explicaciones sobre esa postura. Diego se las da. Alguien pregunta sobre la imagen de Dios en los textos de Borges. Diego explica. Una opina sobre un filósofo que le gusta. Diego escucha.A las nueve y media, la conversación se apaga. Ya nadie quiere hacer preguntas. Algunos abandonan la sala con timidez. Diego apaga el micrófono y lo deja en el pie, junta sus libros y las cosas de la gorra y se queda parado en el escenario, apoyado sobre la mesa.Espera que se vayan quienes vinieron a verlo, toma sus cosas y se va. Solo como llegó. Hasta el encuentro que viene.

«Pienso que nos está yendo mal, más allá de la coyuntura actual, cuando trabajamos de algo y después nos damos sólo un rato para hacer lo que más nos gusta», afirma Diego.
Ago 9, 2018 | Culturas, Novedades

A pesar de las dificultades propias del sector, la Feria de Editores se mantiene más viva que nunca. Este año, la cita comienza este viernes 10 y sigue durante el sábado y el domingo, de 14 a 21 en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131, CABA). En su séptima edición, el evento que nuclea a más de 250 editoriales independientes de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador y México, contará con charlas y talleres abiertos al público, entre otras actividades. Tal como sucede con la industria y el consumo en el país, la situación que está atravesando el mercado editorial es muy compleja.
Crisis en el sector
Leonora Djament es la directora editorial de Eterna Cadencia. Sostiene que “las ventas cayeron por segundo o tercer año consecutivo, en algunos casos acumulando caídas promedio de un 25%”. Según el Informe de producción del libro argentino que elabora anualmente la CAL (Cámara Argentina del Libro), la producción de ejemplares es un 60% menor que en 2014.
La gran devaluación sufrida este año en pocos meses, sumada a la inflación que se proyecta este 2018 en torno al 30%, repercute de manera directa en los insumos. “El precio del papel (que cotiza en dólares) subió por encima de la inflación anual, y la cartulina que se utiliza para las tapas (que es importada porque no se produce en el país) incrementó su valor en un 145%”, advierte Djament.
Por su parte Ariel Shalom, escritor, traductor y editor en Dedalus, afirma que “al menos para los sellos pequeños como el nuestro, se vuelve muy complicado. La caída en las ventas es notoria desde, por lo menos, 2016”. Entre las mayores dificultades, Shalom también destaca el costo de imprenta, el cual “es vital y ha aumentado muchísimo en los últimos tiempos”, cierra.
En la misma línea Ricardo Romero, escritor y editor en Aquilina, reconoce que el sector siempre estuvo en tensión, aunque “en los últimos años, la apertura indiscriminada de las importaciones y el cese de programas estatales de apoyo al libro, lo han llevado a una crisis en la que todas las partes estamos afectadas: imprentas, editores, distribuidores, libreros y, por supuesto, autores y lectores”, enumera.
Un Estado que no lee
Fuerte devaluación, creciente inflación, apertura indiscriminada de importaciones, son sólo algunos de los escollos que deben afrontar las editoriales. Por dar otro ejemplo, la política de compra de libros por parte del Estado había logrado un gran impulso a partir de la sanción en 2006 de la Ley Nº 26206 de Educación Nacional, la cual define en su Artículo 91 que “El Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología (…) fortalecerá las bibliotecas escolares existentes y asegurará su creación y adecuado funcionamiento en aquellos establecimientos que carezcan de las mismas”. Esta política de adquisiciones fue suspendida en su totalidad por el macrismo.
Pero entonces, ¿existe alguna política de auxilio hacia la industria editorial? Antes de responder, Romero hace una aclaración: “La palabra auxilio no me gusta porque creo que una presencia paternalista del Estado no soluciona nada. La compra masiva de libros puede ser un gran apoyo a la industria, como lo fue en años anteriores, pero es pan para hoy y hambre para mañana si no hay políticas estructurales que pongan a la lectura y a la escritura en un lugar central de la educación”, define.
Shalom, desde la propia experiencia de Dedalus, sostiene: “Hay algunos subsidios para editar a autores locales, pero como nuestra área es la traducción no estamos muy al tanto: nos manejamos principalmente con subsidios de países extranjeros (que también han reducido su presupuesto, como es notorio en el caso de Francia)”.
Coincide con lo antedicho Djament, de Eterna Cadencia: “No hay por el momento, desde el gobierno, políticas integrales de ayuda al sector. Por otro lado, sólo puede recuperarse la industria editorial en el marco de una recuperación del consumo en general y de una reactivación de la actividad económica y cultural en el país”.

Desafíos de cara a la Feria
Ante este panorama, parece difícil sostener algún tipo de esperanza. Para Romero el desafío sigue siendo el mismo de siempre: “Ampliar el mercado, llegar a más lectores, adaptarnos y comunicar más y mejor. La crisis es dura, y sin embargo nunca se vieron en Argentina tantas editoriales trabajando con tanta profesionalidad e imaginación como ahora. Esa ebullición editorial necesita su público, y eso es algo de lo que podemos y tenemos que hacernos cargo. La Feria de Editores es un gran paso en ese sentido”, reconoce ilusionado.
Son tiempos que exigen más que nunca imaginación y alternativas viables. Shalom afirma en ese sentido que Dedalus sigue subsistiendo a pesar de la crisis “gracias a la implementación de algunas estrategias de emergencia, como por ejemplo imprimir por nuestra propia cuenta a bajísimas tiradas y aportar nuestro trabajo como traductores a precios irrisorios para lograr sacar adelante el sello”.
Djament se manifiesta expectante de cara a la Feria: “Primero por el gran trabajo que vienen realizando Víctor Malumian y Hernán López Winne para que esto sea posible y para que cada vez sea más profesional, más sustancioso y más provechoso para todos. Por otro lado, porque juntarse con los colegas siempre es una fiesta. Finalmente porque el encuentro con los lectores es un momento único donde se puede conversar sobre el catálogo y compartir diferentes ideas sobre los libros”, asegura.
Dedalus, al igual que Eterna Cadencia y Aquilina, van a tener su stand. “Todas las ferias siempre son una gran oportunidad de contar con dinero inmediato y sin las comisiones de las librerías. Esta Feria se convirtió en los últimos años en la feria independiente más importante del país. El público sabe que va a encontrar ofertas importantes y tal vez eso fomente un mayor consumo”, cree esperanzado Shalom.
Se viene una nueva Feria, y se viene como apunta Romero un nuevo foco de resistencia: “No sólo ante la crisis actual, sino también frente al centrifugado constante al que está sometida nuestra cultura”.
En esta edición, entre las principales figuras que dirán presente estarám la filósofa eslovena Renata Salecl, el escritor mexicano Eduardo Rabasa, el autor portorriqueño Eduardo Lalo, y la escritora argentina Liliana Villanueva. Además, habrá una mesa especial compuesta por los mejores autores de ficción de América Latina menores de 40 años, distinguidos en la antología Bogotá39.
Entre las editoriales participantes se encuentran: Ediciones Godot, Fiordo, Entropía, Sigilo, Musaraña, Aquilina, Mil Botellas, Blatt & Ríos, Dedalus, Limonero, Ediciones del Zorro Rojo, Eterna Cadencia, Adriana Hidalgo, Gourmet Musical, Beatriz Viterbo, La Bestia Equilátera, y Alto Pogo.