Por Matías Donoso
Fotografía: Gentileza Carlos Leiva

A 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, el barrio La Fe de Montechingolo, donde militaba el primero de los dos, mantiene viva su memoria pero también el trabajo social y la organización barrial con el objetivo de construir un mundo mejor.

A 23 años de la masacre de Avellaneda, cuando la Policía Bonaerense mató a los militantes sociales Darío Santillán y a Maximiliano Kosteki, ANCCOM estuvo en Monte Chingolo, la localidad donde hoy el Frente Popular Darío Santillán (FPDS) continúa su trabajo territorial, levantando la bandera de quien fuera uno de los suyos. Desde aquel oscuro 26 de junio de 2002 hasta hoy, sin descanso, el movimiento mantiene viva su memoria a través del trabajo social, la organización barrial y la resistencia popular, con la convicción de que un mundo mejor es posible.

En 2002 Argentina atravesaba una de las crisis sociales más profundas de su historia reciente. La pobreza, la desocupación y el hambre, productos del colapso económico marcaban el pulso de un país desolado que todavía tenía abiertas las heridas de diciembre de 2001. Fueron seis meses muy críticos tras el estallido. Ese junio de 2002, los piqueteros jugaban una pulseada silenciosa con el gobierno del presidente interino Eduardo Duhalde: querían cortar el acceso sur y los funcionarios estaban dispuestos a impedirlo. Para variar, el FMI exigía mayor control de las calles, y así la represión se hacía presente en cada jornada de protestas. Aquel 26 de junio, miles de manifestantes se congregaron en el Puente Pueyrredón para reclamar por trabajo, alimentos y asistencia en los barrios más carenciados.

La Policía Bonaerense –una de las cuatro fuerzas que integraron el operativo bajo órdenes del entonces gobernador Felipe Solá– avanzó con una brutalidad inusitada. Entre las postas de goma, algunas balas de plomo fueron disparadas contra la multitud. A Maximiliano Kosteki, de 22 años, lo mataron frente al Carrefour de Avellaneda y sus compañeros lo trasladaron a la estación ferroviaria. Poco después, Darío Santillán, de 21 años, fue ejecutado cuando se negó a abandonar a su compañero herido mortalmente, a quien no conocía. En ese momento lo ejecutaron por la espalda y su gesto trascendió la escena y se volvió bandera.

Las imágenes del crimen –captadas por fotoperiodistas Sergio Kovalewski y Pepe Mateos–, recorrieron el país, y dejaron al descubierto que no se había tratado de un enfrentamiento entre piqueteros, como había propalado el gobierno de Duhalde, sino de un asesinato a manos de las fuerzas represivas del Estado.

Veintitrés años después, en Monte Chingolo, el barrio donde militó Darío Santillán, su nombre sigue vivo en el trabajo cotidiano del FPDS, una organización que lleva su legado y lo multiplica en el trabajo comunitario. Allí, donde nunca dejó de funcionar la bloquera M’Barete, hoy funciona un merendero, jardines comunitarios, bachilleratos populares y espacios de contención. Todo lo que Darío soñó, y por lo que murió, hoy se construye con esfuerzo colectivo y compromiso con los barrios carenciados. 

De la crisis al barrio organizado

Carlos Leiva empezó a militar en diciembre del 2001, cuando el desempleo estaba desatado y la pobreza se profundizaba. “Nos habíamos quedado sin trabajo”, contó. “Vivía a media cuadra de donde estaba el comedor, me fui acercando cuando la necesidad se hizo fuerte. En ese momento no había otra salida”. Allí, Carlos conoció a Darío. Y desde entonces no se separó del Frente. Participando, ayudando en el comedor, acompañando a las familias. Cuando la organización comenzó, agrupada en la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, tenían presencia en cuatro barrios de Lanús. Hoy son ocho en Chingolo y muchos más en otros distritos. “Antes teníamos muchos más compañeros”, dijo Carlos. “Hoy, por las políticas de este gobierno contra los movimientos sociales, somos menos. Todo lo que tenemos lo conseguimos a pulmón”, apuntó entre el polvillo de la obra y un mate caliente.

El Frente es el sostén del barrio, el apoyo a los más carenciados. Es la organización y resistencia contra la pobreza, la desocupación y el narcotráfico que seduce a los más jóvenes. Desde los bloques que ellos mismos hacen, el plato de comida, hasta el acompañamiento a los adolescentes, el Frente nunca cesó de trabajar. “Nos cuesta más que antes”, comentó Leiva y agregó: “Atravesamos la pandemia siendo un eslabón clave. Nos decían ‘quedate en casa’, pero había que comer. Nuestros comedores no cerraron entonces ni lo hicieron durante está crisis brutal”.

En una semana de memoria por la masacre de Avellaneda, el Frente planteó el pasado 20 de junio una jornada en la que cada distrito eligió sus actividades. En Almirante Brown, por ejemplo, embellecieron sus espacios pintando y arreglando. En otros lados hubo charlas, debates, proyecciones de documentales y encuentros con los distintos compañeros que hoy están organizados. “Nosotros elegimos hacer lo que hacemos siempre: trabajo solidario en uno de nuestros espacios”, explicó Leiva. Así, pasaron el día construyendo un local destinado a niños, niñas y adolescentes, con el objetivo de plantear una alternativa al narco que rápidamente está captando a los más jóvenes. “Les ofrecen una salida más fácil: el celular, unas zapatillas nuevas, cosas que los padres no pueden comprar porque eligen comer”.

 

Construcción y memoria: la bloquera M’Barete 

En Roca Negra, a ocho cuadras del centro del FPDS en el barrio La Fe, se levanta uno de los espacios productivos más significativos de la organización: la bloquera M’Barete –que en guaraní significa ‘fuerte’ –. Funciona en un terreno recuperado en el 2006, dónde también conviven un comedor, un espacio textil, un jardín comunitario y un bachillerato popular para adultos. La bloquera nació en los primeros años del Frente, fundada por el propio Darío Santillán, con una idea sencilla pero fuerte: fabricar bloques y ladrillos para que los vecinos pudieran construir sus propias viviendas, y al mismo tiempo generar trabajo digno y organización comunitaria. “Hace un año y medio que estoy en la bloquera”, recordó con orgullo Leiva. “Nuestros edificios están hechos, en gran parte, con bloques nuestros. Hoy están certificados por el INTI, antes eran mucho más precarios”, agregó.

Marta Alarcón es militante, cocinera y vocera del FPDS. Ella recordó los inicios del espacio. “Al principio se hacía todo a mano para construir escuelas y generar trabajo. Las paredes de este lugar están hechas con esos bloques. Con el tiempo llegaron máquinas y fue creciendo”. Hoy, la bloquera no sólo produce insumos de construcción. Produce dignidad, memoria y autonomía popular, sosteniendo con cada ladrillo un modelo de organización desde los cimientos, con la convicción de que la realidad se cambia así, trabajando.

 

   Un compañero, un ejemplo, una bandera

 

Así como Leiva, muchos en el Frente convivieron con Darío Santillán en aquellos años de crisis y lucha activa, y lo recuerdan con lágrimas en los ojos pero con el orgullo de saber que su recuerdo aún vive y que los valores por los que él murió siguen siendo el espíritu del Frente que ahora lleva su nombre. “Para mí es muy duro, pero a la vez gratificante”, contó Alarcón, recordando a Darío. “Dar una mano como lo hizo él, dejando su vida, es algo muy emotivo”.

Nadie se olvida de mencionar que Darío fue asesinado por negarse a abandonar a un compañero al que ni siquiera conocía. Tenía 21 años cuando lo asesinaron, pero todos lo recuerdan como el motor del lugar. “Hoy hablás con un pibe de esa edad y no tiene la coherencia que tenía él”, narró Alarcón. “Él nos motivaba, iba casa por casa, te buscaba si no venías a la asamblea, te empujaba a salir, a hacer algo”. Incluso quienes no llegaron a conocerlo, resaltan la importancia de reflotar su ejemplo y convocar desde la memoria. “El gesto solidario de Darío, que al ver a Maxi herido frenó para ayudarlo, sin conocerlo y poniendo en riesgo su vida, es una bandera que levantamos todos los días”, contó Tamara Kallsen, una joven militante del FPDS.

Esa bandera se traduce en los comedores, que sostienen a familias que no pueden garantizar un plato de comida; en el jardín comunitario donde se da educación amorosa y gratuita desde muy pequeños; en los espacios de niñeces, adolescencias y bachilleratos populares. “Buscamos colectivizar nuestras vidas y realidades. Pensar en comunidad, frente a un sistema que todo el tiempo nos empuja al individualismo, a la meritocracia, al ‘sálvese quien pueda’”, narró.

Juventudes, educación y contención 

Contener a los más pequeños es una tarea fundamental para el Frente. Se trata de apoyar a las familias para que puedan salir a trabajar sabiendo que sus hijos están protegidos, y de inculcar los valores del servicio comunitario desde muy chicos. Maia Mauriño es docente en el espacio educativo que está en Roca Negra. “Acá funciona un jardín de primera infancia desde hace más de ocho años. No le decimos ‘guardería’, porque no creemos que se trate de ‘guardar’ a los chicos como si fueran objetos. Es un espacio de cuidado, pero también de aprendizaje”.

Las jornadas de memoria también se llevan a cabo en este lugar, en donde se enseña desde un enfoque político-pedagógico que los invita a jugar, aprender y participar desde la educación popular. “Hacemos política desde lo cotidiano, desde lo social”, comentó Mauriño. “Obvio que creemos que las cosas están mal y que hay que cambiarlas, pero no creemos que eso se resuelva solo yendo a votar cada cuatro años”.

Melina Rogl también enseña en el lugar, es profesora de Lengua en el bachillerato. “Ahí damos clases para adultos que quieren terminar el secundario, que funciona de lunes a jueves por la noche”. El bachillerato está reconocido como anexo de un Centro Educativo de Nivel Secundario, y funciona, como parte de la organización, con asambleas mensuales. Kallsen acota que “hoy, en una situación donde la pobreza crece, donde la crisis ajusta y el narcotráfico se mete cada vez más en los barrios, creemos indispensable volver a abrir este lugar para contener a un montón de pibes y pibas que, si no encuentran espacios de abrazo, terminan en situaciones de riesgo”.

En el barrio nadie tiene el día libre, y así aprovecharon el 20 de junio feriado, aunque la mayoría deja de salir a buscarse el sustento o de hacer las tareas del hogar para estar, para acompañar, para trabajar por los demás y aportar a un proyecto que es social y colectivo. “En momentos donde más nos cuesta, es cuando más necesitamos tejer lazos sociales y no olvidarnos que somos compañeros y compañeras”, comentó Kallsen. Para ella, estas jornadas se vuelven fundamentales porque hay “pibes y pibas desamparados», una política que busca bajar la edad de imputabilidad, sin presupuestos que apuesten a fortalecer la niñez y que abona el abandono estatal. 

Las muertes de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki no apagaron la militancia. A 23 años de caer fusilados por las balas del comisario Alfredo Fanchiotti y su subalterno, el cabo Alejandro Acosta, el Frente Popular Darío Santillán sigue vivo en cada merendero, en cada bloque de la bloquera M’Barete, en cada clase de los bachilleratos populares, en cada jornada solidaria que le arrebata terreno a la exclusión. “Hoy sostenemos el trabajo con su ejemplo, con memoria todos los días, desde lo cotidiano”, afirmó Leiva. Porque el legado de Darío, dice, no es una consigna ni una efeméride, es una forma de vivir, de luchar, de no rendirse. Su historia. concluye, no se cuenta en pasado: se respira, se enseña y se construye.