Por Natalia Sivina
Fotografía: Pamela Pezo Malpica, Valentina Gomez

Una nueva manifestación pacífica contra la Ley Omnibus fue convertida en un caos por la Policía Federal, la Gendarmería y la Prefectura. Hubo cinco detenidos, entre ellas una militante radical. La sesión de diputados pasó a cuarto intermedio porque nadie conoce el texto definitvo que se está votando.

La jornada pacífica duró poco. Apenas después de las cinco de la tarde, el primer cordón de la Policía Federal y el segundo de Gendarmería, hasta entonces estáticos y de espaldas al Congreso, avanzaron hacia la plaza para impedir que los manifestantes bajaran a la calle y cortaran el tránsito. Fue entonces que Avenida Rivadavia quedó descuidada y enseguida muchos manifestantes consiguieron poner sus pies en el asfalto, algo que ahora es todo un desafío: con el nuevo Protocolo Antipiquete, pisar la calle en contexto de protesta significa un acto de delictivo. Tal es así, que ya al final de la jornada cuatro mujeres –una de ellas militante radical- resultaron detenidas mientras cantaban el himno, sentadas en la calle. Detrás de las rejas, bajo la vieja cúpula verde construida hace más de un siglo, la sesión extraordinaria de la Cámara de Diputados llevaba ya siete horas. El proyecto de ley que están debatiendo, las “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” presentadas por el Poder Ejecutivo, postula cambios estructurales en diversas áreas, si bien algunos capítulos ya fueron quitados por parte del oficialismo para destrabar las negociaciones con los bloques cercanos. Entre las áreas afectadas se cuentan artes como el teatro, el cine y la industria del libro -que se manifestaron con un cacerolazo frente al Congreso del 10 de enero-, la educación universitaria, la salud mental, el ambiente y los recursos naturales y el uso de semillas, por mencionar solo algunos. También están las privatizaciones de las empresas públicas, la negociación de la deuda externa sin pasar por el Congreso y las facultades delegadas que permitirían al Ejecutivo tomar todo tipo de decisions legislatives.

El proyecto necesita el voto afirmativo de 129 diputados, es decir, la mayoría simple de la Cámara Baja. El bloque de La Libertad Avanza, sumado al de la UCR, el Pro y el interbloque Hacemos Coalición Federal ya anticiparon su apoyo al proyecto en general. En total, sumarían 132 bancas. La mayoría de los jubilados, estudiantes y trabajadores que están presentes en la plaza y alrededores saben que la ley tiene el quórum técnicamente asegurado, pero la Resistencia continúa en las calles.

Sobre Avenida Rivadavia, un notero poco decoroso comenta que los manifestantes finalmente cumplieron su objetivo: bajar a la calle y cortar el tránsito. Del otro lado de la televisión, algunos asentirán en acuerdo. Pero el camarógrafo apunta a otro lado. Registra a los manifestantes vitoreando y cantando: “Unidad, de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode”. Horas más tarde, ese canto emblema de la izquierda se repetiría con fervor cuando una columna conformada por el PTS, Libres del Sur y el Partido Obrero, avanza ante el retroceso de otros dos cordones policiales.

Como los bastones no alcanzan, hay un cordón de la policía federal motorizada. Avanzan sobre Rivadavia, en dirección a la Casa Rosada. Portan armas con balas de goma, pero no pueden dispararlas porque detrás de quienes bajaron a la calle hay colectivos frenados. “Podrían dañar a civiles, por eso no disparan”, aclara una mujer a otra, aunque no queda claro quiénes no serían los civiles a los que se podría disparar.

Mientras tanto, en el recinto María Eugenia Vidal no da tregua con lo que sucede afuera: “Dejen de querer ganar en la calle lo que no ganaron hace dos meses en las urnas”. La exgobernadora desconoce la calle como espacio de expresión política más allá del voto.

A las 17.40 llega el primer camión hidrante. El segundo está en camino y de detenerse cerca de la plaza, cortará definitivamente el tránsito de Rivadavia. Luego de un avance lento consigue ese objetivo.

Otra vez el gas pimienta

Entre pañuelos, gorras de sol, antiparras y lentes de todo tipo, los estudiantes, jubilados y pensionados, y trabajadores de distintos rubros se cubren como pueden para tapar el gas lacrimógeno, aquella represión invisible. Comienza una sentada que la policía no permite durar mucho. Recibe órdenes de arrastrar a los que están sentados, para sacarlos de la calle, para que los autos usen el espacio que les corresponde. A varios metros, casi sobre la plaza, los forcejeos entre Gendarmería y varios manifestantes se convierten en bastonazos y puños limpios sin armas. La represión social se profundiza. Sentados sobre sillas cómodas, con aire acondicionado y en estudios de televisión alejados de la historia que se teje, los periodistas equiparan la violencia de ambas fuerzas. A las 18.42, cae Eduardo Belliboni sobre el asfalto y se tapa la cara para que las cámaras no lo capten. El líder del Polo Obrero está lastimado.

El orden de los siguientes factores no altera el producto: tiran gas pimienta y avanzan los cordones de gendarmes con bastones, motos y camiones hidrantes. Ya sobre la vereda, terreno que según el Protocolo de la ministra de Seguridad puede y debe ser el único ocupado en manifestaciones, los gendarmes aprisionan a un manifestante contra el portón de rejas negras de un edificio. Vuelan las cámaras, los micrófonos, los celulares. Finalmente, llega la nube de gas pimienta que no discrimina por condición social. La Policía Federal avanza “tratando de ganar la vereda y la calle”, dice un periodista. Myriam Bregman sale unos minutos más tarde en reclamo de eso mismo.

Una chica de musculosa negra fuma sentada en el cordón de la vereda, casi en el cruce entre Avenida Rivadavia y Avenida Entre Ríos. Frente a ella tiene otro cordón: la Policía Federal se ubicó de ambos lados de la avenida más larga del mundo e impide cruzar incluso por la senda peatonal. Otra chica quiere pasar: “Por acá no”, le dice uno de la federal; “Tenés que ir hasta el final”. Por suerte para ella, no estaba lejos de uno de los extremos. Pero entrar a la plaza es otro tema. La Prefectura impide el ingreso cercano al Monumento a los Dos Congresos. Detrás, hay banderas del Partido Obrero, del Nuevo MAS, del MST y del Polo Obrero.

 

La zona media

A las 20, horario de la convocatoria a la vigilia, se mezclan distintos sonidos a la altura de Rodríguez Peña. La plaza está ocupada en un 50% y hay columnas avanzando por Rivadavia y Avenida de Mayo. Del lado derecho, a través de parlantes lejanos, se escucha a una mujer cantando y algunos platillos de fondo. Del izquierdo, solo bombos, platillos y alguna trompeta a más no poder. Si hay algo que no falta es ruido. No faltan los silbidos, los aplausos y las latas de cerveza vacías siendo aplastadas. Un pibe de remera naranja, Ramiro, medita en medio de todo. O en los extremos de nada.

Al lado de los dos camiones hidrantes, el abrazo entre una fotógrafa y una redactora no se queda pequeño. Cuando se sueltan, sus caras expresan lo que piensan: cómo atravesar los cordones policiales para llegar al otro lado de la plaza. Lo mismo se preguntan Matías y sus compañeros del movimiento antiextractivista, que concentran en Solís y Avenida Hipólito Yrigoyen. Están ahí porque ninguno de los diputados y diputadas que se encuentran sesionando representan esos intereses. Y no son el único movimiento apartidario: hay un hombre que practica una vertiente no hegemónica del cristianismo y considera que sus intereses tampoco son representados en el Congreso. A tres carteles de distancia, dos jubiladas autoconvocadas exclaman: “Estamos acá porque queremos a la Patria. La ley nos va a afectar muchísimo a todos y Milei odia a los jubilados”. Ambas saben, como muchos en la plaza, que los diputados del Pro y otros bloques aliados darán apoyo sin condiciones a la ley: “Son todos lo mismo. Unos entraron al poder por otros. Y a Patricia Bullrich ya la conocemos, conocemos su historial de represión”.

óLa vigilia se truncó

A las 21.30, comienza a circular entre los manifestantes que se suspende la sesión. Cuando a las 21.38 se hace oficial que la misma fue pospuesta por falta de dictamen para las 12 del mediodía siguiente, Oscar “El Colo” de Isasi, secretario gremial de ATE y secretario general de CTA Buenos Aires, exclama: “La suspensión no es la derrota de los grupos económicos y de su casta política, encabezada por Javier Milei, los diputados del Pro y otros satélites. Hay que insistir. Había un viejo y sabio dirigente sindical que decía: ‘Cuando la política se discute en la calle, nuestros representantes, aquellos que son coherentes con el mandato popular, se sienten fortalecidos en el Congreso’, y aquellos que no lo son quedan con poco margen de maniobra. Hoy fue así”.

Lentamente, las distintas fuerzas de seguridad se retiran en forma ordenada. Los cuerpos se desplazan en fila, recibiendo insultos de todo tipo. Ante ello, algunos ríen y otros desvían la mirada. También vuelan botellazos, y no falta la respuesta con gas pimienta. Esta vez, la respuesta es el taconeo de las botas sobre el asfalto, retrocediendo, cesando la actividad represiva. Otra columna conformada por agrupaciones y partidos de izquierda avanza sobre este retroceso, pero la noche los desafiará con un enfrentamiento más. Para proteger la salida de los diputados y diputadas, dos cordones policiales se clavan en el suelo. Ante el avance, aparece de nuevo el gas pimienta. Una chica experimenta los efectos por primera vez: los ojos que arden, la vista nublada y la tos irrefrenable.

Una última columna del Partido Obrero, bordeando la plaza por el lado de Rivadavia, canta: “Libertad, libertad, a los presos por luchar”. La columna del PTS comienza a moverse, en el mismo sentido que lo hizo la del PO. Un nuevo cordón policial, compuesto por la Prefectura, se arma en torno del último camión hidrante. Se acercan fotógrafos y civiles para retratar el momento. Una manifestante, trabajadora en telecomunicaciones, les grita: “Posen, posen, soretes. Vergüenza les debería dar, frente a todos los que defendemos la patria. Con la mano no se la bancan, cagones”. Y otra le responde, también gritando: “No queda nada, eso es lo que no entienden. No se están dando cuenta de que nos están vendiendo el país”.

Las columnas se disuelven, las personas enfilan para los distintos transportes. Quedan algunos carteles, los gritos del asador de la parrilla improvisada ofertando choripanes y patys y los clamores lejanos de pocos grupos que aún cantan en defensa de sus derechos. Pero todavía no termina. Un hombre insulta a algunos federales: “Mirá lo que le hicieron”, señalando a un adolescente con la cara enrojecida, llorando por el gas pimienta de lleno.

En el ultimo acto, un grupo de manifestantes que se resiste a marcharse, se sienta sobre la calle. Cantan el Himno Nacional. Cinco personas resultan detenidas., entre ellos un periodista de nacionalidad chilena por “resistencia a la autoridad y agresión a un prefecto naval”, y cuatro mujeres autoconvocadas que estaban cantando el himno nacional en la puerta del Congreso. Eduardo Tonelli, diputado por la provincia de Santa Fe, acusó minutos más tarde que también les habían pegado sin motivo. Infructuosamente intenta subirse al camión en el que se las llevan. Poco después, la UCR, uno de los partidos que anticipó votar a favor de la Ley Omnibus, emite un comunicado exigiendo la inmediata liberación de una de sus militants, Ivana Bunge. Al cierre de esta nota, las detenidas fueron liberadas.