Por Delfina Argento
Fotografía: Clara Pérez Colman

La obra de teatro comunitario emblemática del Circuito Cultural Barracas continúa en escena, con 70 vecinos en escena que, además de divertir y divertirse, construyen comunidad.

“Con alma y desmesura, amateurs de la ternura”. Es una de las frases tatuadas en las paredes de la sede del Circuito Cultural Barracas (CCB). La fachada colorida resume la experiencia que se vive dentro del teatro barrial e invita a la unión de diversas realidades a través de la ficción.

Enclavado en la Avenida Iriarte 2165, límite entre la Capital y la zona sur del Conurbano Bonaerense, se encuentra el galpón de la compañía de teatro comunitario. Detrás de sus puertas decoradas con fotografías y cartelería de sus obras, existe un “teatro de vecinos para vecinos”. Un espacio sustancial para la integración de la comunidad, no sólo como hecho social sino también artístico. Según Ricardo Talento, director, fundador y cabeza creativa del Circuito, es la comunidad la que tiene que tomar la ficción de la realidad en sus manos: “Con nuestro trabajo estamos haciendo política del barrio y no partidaria”, describe Talento y agrega que la idea del CCB “es construir con el que tengo al lado y confiar en el otro”.

El curtido director explica que opera un sistema de trabajo colaborativo que desafía la lógica del teatro tradicional, donde reinan el estrellismo y la competencia. Este espacio desaliñado, con altos techos de chapa, se contrapone con la rimbombante infraestructura de la Avenida Corrientes y la bohemia del under palermitano. En su lugar, al fondo de Barracas, crece y se comparte una experiencia artística colectiva y comunitaria. “Un espacio donde no te sentís intimidado por la mirada del que sabe”, relata Graciela, integrante con más de 21 años en el grupo.

Noche de teatro

Son casi las 20:30 de un sábado otoñal y la gente comienza a hacer fila sobre Iriarte a la espera de la función 570 de “El casamiento de Anita y Mirko”. Tras 20 años de ininterrumpidos, con más de 70 vecinos en escena, es la obra de cabecera del Circuito.Un auténtico longseller.

Con puntualidad, a las 21, ante un público expectante, un grupo de actores sale hacia la vereda a través de una puertita que pasa desapercibida. La obra ya arrancó. Los personajes comienzan a saludar y a conversar con los presentes, se entremezclan con el público a partir de interacciones que invitan al espectador a ser parte de la ficción.

Luego de ingresar por la puerta principal, los asistentes se encuentran con un salón preparado para una ceremonia. Las organizadoras del evento, así como los parientes de la obra, son el comité de bienvenida que acompañan a los invitados a sus lugares. Como en toda fiesta, hay mesas principales, pero en este caso están enfrentadas. A su alrededor se observan distribuidas las mesas y palcos de los demás invitados. Todas cuentan con bebidas para acompañar la aparición de un catering de empanadas de copetín y riquísimos sanguchitos de miga.

El casamiento de Anita y Mirko es un clásico de clásicos del barrio, que relata la unión de dos hijos de familias migrantes. Por un lado están los tanos, con su estruendosa alegría: conversan con el público a los gritos y llevan extravagantes trajes y vestidos. Por el otro están los rusos, emperifollados con pieles negras y maquillaje oscuro, quienes juzgan en silencio, sentados en la esquina opuesta del recinto.

El casamiento… es una historia que hace eco de las experiencias migratorias en el país, en particular en una zona portuaria como Barracas, que supo dar techo y comida a tantas familias que llegaron a hacerse la América. “Es un relato súperporteño”, cuenta María Eugenia, que colabora hace 12 años en el CCB. Detalla que para el desarrollo de una comunidad saludable es fundamental que los vecinos del barrio puedan hablar desde su experiencia: “Si en cada barrio existieran grupos de teatro, el mundo sería mucho mejor”.

Barracas al fondo

En 1996, durante los tiempos duros del neoliberalismo, nació el Circuito Cultural Barracas. Talento relata que, al ser un proyecto de teatro comunitario, la propuesta surgió como un “espectáculo de calle”, donde el barrio se transformaba en espacio escénico. Los fundadores se plantearon una pregunta germinal: “¿Por qué alguien que nace en el mundo no tiene lugar en él?

En sus inicios, el CCB tenía la intención de hablar de una marginalidad insurgente en el barrio, que aún no estaba puesta en discusión. Para Talento, “La ficción tiene una intencionalidad. Que sueñes de tal manera, que te imagines el mundo de esa manera, que quieras ser de esa manera”. Esto no es algo inocente, está relacionado a cómo se concibe la realidad a partir de las ficciones, hay una construcción por detrás. Algo similar se vive en la obra “El caldo de la violencia”, en la que se narran vivencias de la última dictadura cívico-militar.

En la actualidad, el proyecto mantiene el objetivo de imaginar y producir prácticas que permitan atravesar las diferentes realidades y generaciones de manera comunitaria. El dramaturgo del proyecto cree que dividir las generaciones es una forma de dominación. Es por ello que en el CCB existe una colaboración intergeneracional, ya sea en los ensayos o en las obras y su convocatoria. Ahí radica su construcción colectiva.

El CCB cuenta también con talleres de canto e integración teatral, sustentados por un programa de mecenazgo cultural, en el que los contribuyentes pueden destinar parte de sus impuestos a apoyar proyectos culturales como el espacio de Barracas, o su vecino portuario, el Catalinas Sur de La Boca

Tras bambalinas

Al fondo a la izquierda, escondido entre los palcos, se encuentra un pasillito que lleva a una escalera de metal verde y angosta que revela la base de la organización de cada obra. Se trata del detrás de escena, un recinto donde se ven cajas repletas de pelucas, cinturones y carteras. Hay papeles y cintas impresas sobre los muebles con palabras como “rusos”, “italianos”, “zapatos”, “polleras” o “tocados”. Es una zona repleta de trajes y bijouterie. Desde blusas de brillo dignas de la noche hasta recatadas polleras típicas de abuela. El vestuario está compuesto por las donaciones de vecinos y espectadores. En las paredes se observan figuras de cartón intervenidas con papel de diario y posters, esbozos de la expresión artística que se respira en el aire.

Es miércoles, día de orden y limpieza en el tras bambalinas. “¡Estos zapatos me encantan!”, confiesa Mirta, una señora de bucles rubios y coqueta boina negra. Acomoda decenas de pares esparcidos por el piso. A unos metros, Elina, 60 años de pura coquetería, agarra un vestido del perchero de los rusos y pregunta “¿qué hacemos con este?”. Son señoras, jubiladas, que dan una mano en el CCB. Como una familia que ordena su placar en el cambio de temporada, se juntan a separar lo limpio de lo sucio, lo nuevo de lo viejo, lo que sirve y lo que se tira.

En un lugar apartado, una señora revisa cajas de ropa polvorienta. Se llama Consuelo, pero todos la conocen como “Chela”, participa hace siete años. Era dueña de una panadería del barrio. Cuenta que tenía poca sociabilidad antes de sumarse al CCB: “Había visto El casamiento… como diez veces porque actuaba mi nieta. Me gustó el ambiente”. Un día, a pesar de su vergüenza inicial, Chela tomó coraje y se arrimó al galpón: “Algo tenía que hacer con mi vida”, y así arrancó. La gente suele preguntarle si se entretiene al actuar la misma obra todos los sábados, a lo que ella responde sin dudar: “¡Yo me río todos los sábados! Te divertís siempre”. Asegura que hacer teatro comunitario la llena de alegría y que el Circuito la revitaliza en sus peores días.

La casa de todos

Al terminar la función se necesitan pocos minutos para desarmar, ordenar y limpiar el espacio. Algunos barren y apilan las mesas, otros acomodan los asientos, y no faltan quienes deambulan registrando el momento. Como una familia cuando termina un cumpleaños.

Eso es lo que se propone el circuito: jugar a ser una familia. Rosita, una de las participantes de mayor edad, define al CCB como “la casa de todos”. No importan las edades o las ideologías, los participantes conviven en busca de un objetivo en común: la expresión colectiva.

Rosana es nacida y criada en el barrio. Hace pila de años integra el colectivo: “Este es un lugar al que siento parte de mi vida”. La primera vez que Rosana estuvo en la función de El casamiento…, una nena le decía todo el tiempo qué era lo que tenía que hacer. Es así como todos “ponen el cuerpo” al servicio de la obra grupal, todos construyen, aportan y forman parte de la organización.

El objetivo de la expresión colectiva no solo influye a sus integrantes, sino que se difunde entre los invitados. Talento opina que se construye comunidad: “Y no lo producen profesionales, es magia que creamos un grupo de vecinos.”