Por Camila O. Correa
Fotografía: Mariel Bonino

Con un frazadazo de Plaza de Mayo al Congreso, finalizó el Tercer Encuentro Latinoamericano de personas en situación de calle. Reclamaron por la implementación de las leyes que protegen a uno de los sectores más vulnerables de la sociedad.

Todavía es de día. El sol está bajo pero el frío ya se siente en Buenos Aires; aunque eso no detiene a las diferentes personas que se reúnen en Plaza de Mayo para alzar sus banderas, preparar sus bombos, carteles significativos y numerosas frazadas para entregar a aquellos que las necesiten. Están preparando la marcha de cierre del Tercer Encuentro Latinoamericano de Personas en Situación de Calle.

Al grito de “¡Vamos carajo!” las diferentes organizaciones como Red Puentes, Proyecto 7,  Somos Barrios de Pie y Hecho en Buenos Aires comienzan a movilizarse hacia el Congreso de la Nación. Todos cuentan con una botella de plástico cortada en sus manos; en su interior una vela encendida que alzan para visibilizar su presencia; y en sus espaldas, una frazada que intenta tapar las oleadas de un frío inevitable. 

Las bocinas aturdidoras provenientes de los autos, colectivos y motos que pasan de manera indiferente a su lado, no logran callar los cánticos de los protagonistas de la tarde: “Frazadazo, olla popular, que nadie se quede sin luchar”. 

Detrás de las capuchas, los gorros de lana y las mantas que cubrían parte de sus cuerpos hay hombres en silla de ruedas, bebés en cochecitos, niños jugando a la pelota, mujeres mayores y el colectivo LGTBIQ+ acompañándose entre sí para una causa en común: la implementación de la Ley Nacional 27.654. 

“No somos peligrosos, estamos en peligro”, escribe en un cartel Mariela Celis de 28 años, quien duerme en la calle y ha sufrido violaciones, abusos de fuerzas policiales y fue engañada para trabajar en la limpieza pero se encontró con la prostitución, de la que luego logró escapar hacia el mismo lugar de donde venia; la calle. No pide planes, subsidios o ayuda de “arriba”, sino posibilidades y recursos que le permitan tener una vida digna y se hagan valer sus derechos como ser humano. “Sufrí mucho frío, no podés dormir de noche por el peligro que hay, tenés que estar caminando porque si te dormís perdés tus cosas que te roban,  corrés riesgo de que te abusen nuevamente y bueno, antes no había donde poder alimentarte o bañarte pero ahora hay pocos lugares que podés acceder a eso.” 

Con un chaleco naranja y revistas bajo su brazo, Marcelo Díaz aprovecha el movimiento de gente para vender la revista Hecho en Buenos Aires -editado por la empresa social homónima-. Con su barba pronunciada y su gorro de lana, recorre la Plaza de Mayo en busca de un nuevo comprador. 

Marcelo es un hombre grande que vive en la calle hace veinte años pero encontró un espacio de ayuda en Hecho en Buenos Aires: “Cuando empezás, ellos te regalan diez revistas para que vos las vendas a 500 pesos cada una y así tener tu capital. A veces no me alcanza y voy para la sede a comer. Pero yo vivo en la calle.” 

Cada uno tiene un lugar asignado de venta, como dice su credencial, hecha por la organización. A Díaz, como a cualquier otro que necesite, Hecho en Buenos Aires al regalarle sus primeras revistas, genera una fuente de ingreso ya que el 70% del precio de tapa es para el vendedor y el 30% restante es para reponer publicaciones y seguir vendiendo. 

A Marisa le faltó ese dato. Con el dinero de la venta de sus tres revistas durante la tarde, se acercó a una de las coordinadoras de Hecho en Buenos Aires para saber cuándo tenía que darle el dinero. “Es tuyo, no me tenes que dar nada a mi”, fueron suficientes palabras para que la nueva integrante de la empresa social, con sus ojos celestes cristalizados por la emoción y un tono de confusión, abrace con fuerza y felicidad a su compañera durante unos largos minutos.

Mariela asiste a los lugares como Red Puentes -centro de abordaje comunitario- que le permite pasar el día, bañarse y comer las veces que quiera. Pero después vuelve a la calle y se enfrenta, a solas, a las adversidades de la noche. “Crecí en la calle y la policía no es nada. Te pasan por encima, te quieren gatillar, te sacan a patadas de donde estés durmiendo. No te respetan.”

A pesar de su condición de calle, Celis no se rinde y utiliza los pocos recursos que encuentra para hacerse valer. Uno de ellos, es el estudio en una escuela popular en Llavallol, donde pudo terminar la primaria y ahora continúa en carrera. “Yo participo de este encuentro dando mi opinión, los derechos que quiero y cómo defenderme porque yo dormí en la calle y no soy la única que está ahí. Mis compañeros de calle, mis conocidos han fallecido: Beto, Betty y Compi. Les ponemos así porque no tenemos DNI. Pero no nos merecemos vivir así como si fuéramos ratas. Nosotros somos personas como cualquier otra que están en la sociedad.” 

 La banda sonora que acompaña el encuentro está con problemas de conexión de cables y se dilata su llegada. Pero detrás de ella, aparece Somos de Pie -agrupación popular- con un aroma que prevalece en el ambiente: dos ollas populares gigantes, tan grandes que tenían que agarrarla entre dos o tres personas. La fila ya se empieza a armar. El frío se hace cada vez más presente y el hambre también. Cada uno, con ansiedad y expectativa reflejado en sus ojos, espera por su plato de comida. La preparación es rápida y entre muchas personas de las organizaciones sociales: algunos sirven en las bandejas, otros agregan el pan y dos se encargan de darles a quienes están en la espera. Ya todos servidos, la vereda era la mesa para sentarse a disfrutar de ese plato caliente y tan deseado. 

Ona Oriana es una chica trans que vivió en situación de calle por tres días, debido a sufrir violencia de género. Gracias a su médica de cabecera que dio inicio a su tratamiento hormonal, conoció una de las sedes de Red Puente, de mujeres y disidencias:  “Vivo ahí y tenemos ayuda psicológica, me dan la posibilidad de estudiar, de crecer porque antes yo no tenía esa posibilidad porque estaba muy encerrada, mi pareja no me dejaba hacer nada.”

Oriana hace manicura gracias a la enseñanza y recursos que ofrece la sede. De esa forma, genera ingresos para cuando esté lista, salir a alquilar. “Como digo siempre, estamos en un capullo y estamos esperando para salir a volar, para convertirnos en mariposas y salir a volar.” 

Alejandro Barrera -Integrante de la coordinación de Proyecto 7- conoció la calle durante ocho meses, dado que perdió su trabajo anterior por consumo. Gracias a Proyecto 7, pudo volver a trabajar y con su dinero, alquilar un espacio para vivir. Sin embargo, sigue en lucha por sus compañeros y por el país. “Lo que se está tratando de lograr es que a nivel Latinoamérica se unifique la ley, como tenemos acá en la Argentina. Acá tenemos dos leyes, la de la ciudad y la nacional. La de la ciudad se cumple a medias y la nacional todavía no está implementada. Pero hay países como Ecuador que no tienen ninguna ley reglamentada para dar una cierta ayuda a los compañeros que tienen situación de calle. Directamente no existe.” 

Junto a su grupo de trabajo, ofrecen centros de integración para darle a la gente una solución a su salud mental, los problemas de consumo, que puedan volver,  generar un vínculo con la familia con aquellos que tienen o ayudarlos con sus problemas de ley y la justicia. El lema que los acompaña durante todo el encuentro marca su lucha: “La calle no es un lugar para vivir, ni para morir.”