Por Mariela Rivas
Fotografía: Gentileza Telam

El diccionario define a una jauría como un conjunto de perros que participan en la caza dirigidos por una misma persona. En el Teatro Picadero –todos los domingos a las 18- Jauría es una obra teatral documental que representa el juicio a los autores de una violación grupal.

El 7 de julio de 2016 fue uno de los días en que se celebró la reconocida Fiesta de San Fermín en Pamplona, España. Allí, una joven conoce a un grupo de chicos. Son cinco y se hacen llamar La manada. Ella está sola de noche en una fiesta. Los varones se ofrecen a acompañarla a su auto. En el camino uno logra acceder al palier de un edificio, la meten allí y la violan. Cuando terminan, abren la puerta y se van, como quien finaliza un trámite en el banco y continúa con su día. Para ella, el día no prosigue con tanta ligereza.

 Jauría, escrita por Jordi Casanovas y dirigida por Nelson Valente, es una ficción documental que fue creada a partir de las transcripciones del juicio que tuvo lugar entre 2017 y 2019, con fragmentos de las declaraciones de acusados y denunciante publicados en diversos medios de comunicación. La pieza teatral es potente y movilizante; el clima de tensión sólo afloja cuando los actores se toman de las manos y realizan el saludo final.

El espectador aplaude cuando recuerda que está sentado en la butaca de un teatro y que hay un elenco y un equipo de producción que ha realizado un gran trabajo, si fuera por la trama de la obra no habría nada por lo que celebrar. “Hay cosas que no permitimos más, pero ello no significa que hayan dejado de existir”,  recuerda ante ANCCOM Vanesa González, la protagonista, quien disfruta mucho realizar la obra ya que le permite combinar su trabajo con el mensaje que quiere transmitir: que escuchen a las mujeres, que las respeten y que se hagan cumplir sus derechos.

Sobre una cuestión muy fuerte y sensible, la obra encuentra una forma cuidada y delicada de narrar los hechos y transmitir un mensaje. “En el momento de la puesta, la decisión fundamental fue la de tener dos relatos en paralelo. Hay uno que se lleva adelante a través de las acciones de los cuerpos y otro que tiene que ver con el texto. En ningún momento los relatos coinciden, nunca pasa lo que están contando. Esto nos permite una sutileza en el momento de abordar el tema”, comenta Valente.

De todas formas, la obra es punzante; que los hechos representados hayan ocurrido fehacientemente no le permite al público resguardarse en el mundo posible de la ficción. “La primera vez que leí el documento que describe detalladamente lo que ocurrió, se me revolvieron las tripas”,  afirma Vanesa González, la protagonista de Jauría, y agrega: “Es imposible que no te pase algo en el cuerpo al enfrentar un tema como este”. 

Con escasa escenografía, la disposición espacial es apropiada por los actores. Los hombres se mueven de acá para allá a gusto y piacere, con la soltura de cualquier grupo de varones que se ve envalentonado por el manto protector del patriarcado. Ella está sola, sus movimientos oscilan entre la rigidez y el miedo, quiere que todo pase rápido para que termine de una vez. Vale preguntar, ¿se acaba en algún momento el daño realizado y el horror percibido? La obra se construye en el cruce de las dos interpretaciones: ellos convencidos de que no hicieron nada y ella llegando al punto de dudar si habría tenido algo de responsabilidad en el asunto.

La riqueza de Jauría radica en su capacidad de incomodar al espectador, de ponerlo en jaque; logra despertar preguntas que algunos creíamos haber deconstruido y pone sobre la mesa el hecho de que aún hay mucho por trabajar. “Es una obra muy fuerte porque viéndola uno se da cuenta de cómo está formateado. ¡Le pedimos reacciones a una víctima!”, agrega Valente.

Una mujer sola en una fiesta que no se negó, que no gritó, que no escapó; que besó a un hombre al que después denunciaría porque besar no significa querer tener relaciones sexuales con cinco; que se quedó ahí para que todo terminara lo antes posible; que cuando le preguntaron qué le había pasado dijo que le habían robado el celular -lo cual era cierto- porque no pudo contar la totalidad de lo que había sucedido.

Sobre esta cuestión, Vanesa comenta: “Yo creo que la obra es noble porque alza las voces tanto de los abusadores como de la denunciante y de los abogados y eso invita a pensar, a cuestionarnos, a revisarnos. No hay una bajada de línea”. En el mismo sentido, Nelson dice: “La obra está buenísima para abrir preguntas: ¿cuánto de este tema tengo superado? ¿Cuánto de este tema tengo claro?”.

En la sala, una señora se seca las lágrimas, otra le susurra algo al oído a quien tiene al lado, un señor pronuncia un sonido inentendible; que el público esté sentado y quieto no significa que no esté movilizado. La interpelación emocional al espectador es ineludible porque los perros cazaron a su presa, se pararon en dos patas y salieron caminando. Esta vez la lucha feminista pisó más fuerte y ladró más alto que los integrantes de La manada; logró remover los cimientos del consentimiento, la normativa legal española en cuestiones de violencia sexual y las creencias aprendidas por cada uno que se sienta a vivenciar la obra.

Piezas teatrales como Jauría son necesarias para no olvidar que estos hechos aberrantes existen y que es urgente el cuestionamiento y problematización de nuestras prácticas y creencias sociales si queremos vivir en un mundo digno y habitable para todos.