Amenazan a Madres Víctimas de Trata

Amenazan a Madres Víctimas de Trata

“Cerrado por duelo”. El mensaje para la organización Madres Víctimas de Trata fue inequívoco. El viernes 7 de julio sus integrantes recibieron la amenaza en un cartel que alguien dejó adosado en la puerta del comedor comunitario que abrieron en Constitución mientras se encontraban en la Primera Jornada Artística contra la Trata que organizaban en el ECuNhi.

A través de un comunicado, la entidad denunció a las redes de trata y a la mafia del narcotráfico; también responsabilizó al vicejefe de Gobierno porteño Diego Santilli, a los proxenetas, a la policía y exigió protección para el comedor y para el barrio.

Margarita Meira, una de las encargadas del comedor de Madres de Constitución y referente de la organización explica: “El primer jueves de cada mes, nos venimos reuniendo con los comisarios, hace años, simplemente para hacernos ver y dar visibilidad a los problemas de Constitución. Estamos cansados de ir y que nos den la espalda. “Si viene la Gendarmería al barrio le rompemos el negocio a los narcos, cuando pedimos la intervención aplaudimos todos, aplaudimos con bronca porque no nos gusta la idea, pero si no tenemos policía no nos queda otra“.

Nunca me habían hecho una amenaza así”, dijo la referente de la agrupación Madres Víctimas de Trata.

Si bien sospechan que la amenaza fue a partir de lo sucedido en la reunión del día anterior, desconocen quién pudo haber sido responsable. “Nunca me habían hecho una amenaza así”, explica Margarita.

En una de las reuniones mensuales estuvo presente Horacio Rodríguez Larreta. ”Cuando me vio con la pechera de Madres Víctimas de Trata se dio vuelta y me dio la espalda, entonces le dije: ´No te hagas el pelotudo, te estoy hablando de Trata. No me dio bola.” Diego Santilli también estuvo en otra ocasión. Entre los vecinos hicieron un escrito dando cuenta de mucho de los conflictos en el barrio y se resistió a recibirlo, hasta que, frente a la presión de que todos lo estaban mirando lo firmó, pero no obtuvieron respuesta.

El mayor conflicto por el que reclaman los vecinos de Constitución surge a partir del accionar de la policía, su aparente complicidad frente a los robos, a la trata y al narcotráfico. Para Margarita la fuerza policial perdió poder y utilidad en el barrio, según ella “toda la vida recibió plata de los narcos y en la actualidad los narcos ya ni siquiera le dan plata porque ellos son los que manejan el barrio, se asentaron”. 

Si bien no se sabe quién fue el o los responsables del cartel, creen que, además de que fue consecuencia del reclamo que hicieron el jueves a la comisaría, es también una reacción frente a las luchas que vienen dando y la visibilidad cada vez mayor que tiene la organización.

Actualizada 11/07/2017

Ado Petinari, la lucha continúa

Ado Petinari, la lucha continúa

Una fábrica vacía, sueldos e indemnizaciones adeudadas, policías en la puerta, los obreros en la calle y sin respuesta, familias enteras con incertidumbre sobre su futuro. Tras el veto de la Ley de Expropiación a mediados de 2016, llegó el desalojo el 3 de marzo. Y la semana pasada se realizaron allanamientos en viviendas de ex delegados. Hoy, los 120 trabajadores de la Cooperativa Acoplados del Oeste (ADO ex Petinari) se encuentran en el medio de una lucha dispar.

Más de 120 días  han transcurrido desde que el juez Ricardo Fraga, del Juzgado de Garantías N° 2 de Morón, ordenó el desalojo de los integrantes de ADO a través de un enorme operativo que contó con la presencia de 600 efectivos de distintas fuerzas de seguridad (Gendarmería, Policía Federal y Policía Local). Cien días en que los obreros han tenido que acampar en una carpa blanca situada en la puerta de la fábrica, velando porque no vacíen sus instalaciones y pidiendo colaboraciones para poder llevar comida a sus hogares. Hoy la situación se vuelve insostenible.

ADO-Petinari se encuentra a la altura del kilómetro 32 de la Ruta Provincial 200, ubicada en el partido de Merlo. El predio tiene alrededor de 16 hectáreas, ocupadas entre galpones, maquinarias y extensos espacios de terreno. Desde agosto de 2015 la bandera que se podía ver en la entrada (junto a la nacional y a la provincial) era la de la cooperativa Acoplados del Oeste. Hoy la bandera de ADO fue reemplazada por la de Petinari.

Los trabajadores reunidos en Asamblea, luego de una reunión con directivos del municipio.

Pese a que la fábrica es una de las tres más importantes del mercado nacional dedicada a la fabricación de acoplados y repuestos en general, actualmente la actividad está suspendida. Según cuentan los ex empleados de Petinari, solo hay entre diez y doce personas ocupando la fábrica. Ninguno quiso dar testimonio. Según manifiesta Walter Romero (operario de ADO) esto responde solo a una razón: “Tienen miedo, de que los echen y de quedarse en la calle como nosotros, fijate que no preguntan ni por su deuda. Les deben lo mismo que a nosotros y no lo reclaman porque tienen miedo”. Para Fernanda Lizarraga, vicepresidenta de la Cooperativa, la ocupación de la fábrica no es más que “una pantomima” generada por los dueños.

Entre fines de 2014 e inicios de 2015, los operarios comenzaron a evaluar la idea de emprender una cooperativa. Sin embargo, al momento de aventurarse a crear ADO, el sindicato les quitó su apoyo. Así lo cuenta Walter Romero: “Fuimos a hablar con el sindicato (SMATA) pero nos decían que la cooperativa no era algo posible de llevar a cabo. En ese momento nos dimos cuenta que el sindicato no estaba con nosotros, sino del lado de la empresa”. Esto generó que varios compañeros desistieran de la idea. Otro grupo se siguió movilizando en pos de su objetivo. A través del diputado provincial del Frente para la Victoria, Miguel Funes, pudieron viajar y conocer el caso de la Textil Pigüé (Ex Gatic), otra empresa recuperada que se encuentra a 600 kilómetros de Merlo. Esto les dio a los trabajadores la pauta de que su meta era posible. Así lo detalla Walter: Vimos el modo en el que estaban produciendo, y notamos que era algo muy difícil pero no imposible, así que lo emprendimos. Lo hablamos con los compañeros y empezamos con la Cooperativa”.

Hoy, los 120 trabajadores de la Cooperativa Acoplados del Oeste (ADO ex Petinari) se encuentran en el medio de una lucha dispar.

Desde agosto de 2015 los obreros tomaron la fábrica, luego de conseguir que ambas cámaras de la Legislatura Bonaerense dieran sanción a la expropiación de la planta; sin embargo, todo cambió a partir de mayo de 2016. En ese momento la gobernadora María Eugenia Vidal vetó dicha ley a través del decreto 307/2016. La medida trajo como consecuencia dos realidades: por un lado,  los Petinari empezaron a realizar movimientos burocráticos con el fin de recuperar la fábrica, trabando la causa judicial por la quiebra de la empresa. Por otro lado, en los integrantes de ADO se acrecentó el temor por perder su fuente de trabajo. ¿Qué es lo que los ex empleados esperan actualmente? Que el Estado dé marcha atrás con el veto. Es decir, que se reflote en el Senado el proyecto de la Cooperativa.

El veto a la Ley de Expropiación de ADO no es el único. A partir de la asunción de Mauricio Macri como Presidente de la Nación se han multiplicado los conflictos en torno a las cooperativas. Otros emprendimientos semejantes son la Asociación Pantalón Cortito, de la localidad de Abasto; el Hotel Bauen, de Capital Federal; la Asociación Civil “La Semillita de Algarrobo Colorado”, de Lanús; la Cooperativa de Trabajo “Presidente Néstor Kirchner Limitada” de Bernal; la Cooperativa de Trabajo CDP en Tigre y el caso de la Asociación Civil sin fines de lucro SER.CU.PO de Almirante Brown.

En el caso de Petinari, además, se suman los allanamientos a los domicilios de cuatro integrantes de la cooperativa, ordenados por el Poder Judicial de Morón. Los operativos, realizados durante la noche del martes pasado,  se ordenaron con el argumento de buscar elementos faltantes en la metalúrgica.

Desde agosto de 2015 los obreros tomaron la fábrica, luego de conseguir que ambas cámaras de la Legislatura Bonaerense dieran sanción a la expropiación de la planta.

Decretos, decisiones arbitrarias y un manejo que va por encima del poder legislativo. Para Fabián Malacalza, referente dentro de Acoplados del Oeste, el veto responde a una política de Estado: Es una persecución hacia todas las cooperativas. Este gobierno es empresarial. El empresario tiene mucha impunidad. El favorecido nunca es el trabajador.” Al mismo tiempo, Malacalza  detalla cifras acerca de la situación: Acoplados Petinari adeuda cerca de 65 millones de pesos a sus empleados (entre salarios, aguinaldos y vacaciones impagas), 75 millones de pesos a la AFIP y entre 7 y 8 millones de pesos al Municipio de Merlo. A esos números es necesario sumarle las deudas que la empresa tiene con sus proveedores directos.

¿Qué dice la familia Petinari sobre el conflicto? Adolfo Petinari fue contactado por ANCCOM pero evitó hablar sobre lo sucedido. En su página web la empresa deja en evidencia su postura ante los hechos. Allí tilda a los obreros de “delincuentes disfrazados de cooperativistas” que actuaron “bajo falso ropaje de una cooperativa de trabajo”. Al mismo tiempo habla de “acciones delictivas llevadas a cabo por los usurpadores”. Sin embargo, los cooperativistas se definen como trabajadores y resaltan que los problemas con la empresa no son algo novedoso, sino producto de años de disputa. Como sostiene Walter Romero, quien trabajó durante 18 años en la planta, la precarización laboral era una constante: “El aguinaldo te lo pagaban en dos o tres veces.  Las vacaciones no te las pagaban, te ibas pero te tenías que volver porque no te depositaban la plata.  Me llegaron a pagar las vacaciones en cuatro veces”.

Entre fines de 2014 e inicios de 2015, los operarios comenzaron a evaluar la idea de emprender una cooperativa. Sin embargo, al momento de aventurarse a crear ADO, el sindicato les quitó su apoyo.

Frente a lo que ocurría en la antigua Petinari, la cooperativa ADO manejaba una dinámica de trabajo distinta. Los empleados ya no se limitaban solo trabajar en su sector, sino que se capacitaban entre sí en diferentes tareas y sectores. Al mismo tiempo, inauguraron un comedor dentro de la planta, donde almorzaban todos juntos. De este modo, se establecía un mejor clima laboral. Como contó Julio Ramírez, operario, la dinámica era diametralmente opuesta: “Con Petinari, entre los compañeros prácticamente no nos conocíamos, teníamos que agachar la cabeza y trabajar. Hoy tenemos un compañerismo bárbaro, sabemos cosas de nuestras vidas, de nuestras familias, nos apoyamos entre todos”.

La mayoría de estos obreros superan los 45 o 50 años, por lo que conseguir un trabajo se torna cada vez más complicado para ellos. Sus cuerpos están marcados por el duro esfuerzo que han realizado en esta fábrica. “Acá dejamos nuestra vida”, dice Julio Ramírez mientras aclara que se enfrentan a una lucha desigual. Esta lucha es la que ha conmovido a los vecinos de la zona, que  se acercan a la carpa blanca a brindar su apoyo todos los días y también a compartir las “mateadas informativas” de los domingos. Este es el caso de Carlos (80 años), un vecino que va todos los días a compartir con los cooperativistas: “Siempre estoy acá y tratando de convocar a los vecinos. ADO está presente siempre. Yo soy parte de ADO, tengo hasta mi camiseta. En este tiempo me comprometí a que volveremos a entrar. Y vamos a entrar, no tengas dudas”.

 

Actualizada 12/07/2017

El ajuste en el cercano oeste

El ajuste en el cercano oeste

 

Emergencia Social y Alimentaria en el distrito de Moreno. La medida, que ilustra la dureza de la situación socioeconómica en el Conurbano, fue aprobada por el Concejo Deliberante local. ANCCOM dialogó con distintos actores para explicar el panorama y las implicancias de esa declaración.

José Santinelli, subsecretario de Comercio y Actividades Rurales, explicó: “El intendente Walter Festa los juntó a todos, para buscar una solución en conjunto”. Primero dialogó con el empresariado. “A ellos el gobierno provincial les garantizó Gendarmería en caso que se desmadre la situación”, advirtió.  Por otra parte, en negociaciones con el Municipio se llegó a acordar una canasta básica que cubra todas las necesidades, y apoyar a las organizaciones sociales ya que “los comedores y merenderos se han cuadruplicado”, según el funcionario

El proyecto de declaración de Emergencia Social y Alimentaria fue elaborado como resultado de una serie encuentros de la Mesa Intersectorial para la Promoción del Diálogo Social. Johana Morinigo,  responsable de Barrios de Pie en Moreno, asegura que no fueron invitados a ese espacio, aunque manifiesta que la situación que viven los comedores en Moreno “es lamentable”. En ese sentido, Morinigo señaló: “El problema es que los chicos tienen que comer a diario, uno no puede esperar a que se pongan de acuerdo, no alcanza con el dialogo, se necesitan soluciones.”

Las situaciones en los barrios son variadas, pero en algo coinciden: los bolsillos necesitan un poco más de dinero. Alicia Hernández,  directora y fundadora del hogar de niños SIAND (Servicio Integral al Niño Desamparado), reveló: “Yo administro correctamente, no se tira ni un gramo de nada, y nos alcanza. Si digo que no me alcanza mentiría, pero si nos dan más, mejor”.

 La situación no es la misma para Gloria Páez, cocinera y fundadora del comedor “Carlitos”, ubicado en San Lorenzo 1275 del Barrio de Cascallares. Cuenta que hace dos años que trabaja en este proyecto, que en principio le daba de comer a 20 chicos y ahora son más de 50. Las necesidades son muchas: “Hay chicos que no conocían la carne”, asegura, ya que en esos hogares  “comen papas, fideos, guisitos con dos o tres ingredientes”. Gloria aclara que “los comedores se han cuadruplicado en el municipio”.

 El problema de la Emergencia Alimentaria es un problema que involucra la responsabilidad de diferentes jurisdicciones: “El municipio se propone seguir asistiendo a los comedores, a través de asistencia social.  El diálogo con Provincia es difícil y muchas veces no existe la coordinación necesaria para entender la situación.”

  Por otra parte, la declaración de Emergencia Alimentaria necesita, para ser operativa,  la difusión a través de los organismos municipales de los bolsones o canastas de productos básicos acordados con los comerciantes, para que puedan ser comercializados barrio adentro, en los típicos almacenes de la zona. Con la medida, los mayoristas contarán con beneficios impositivos y los minoristas podrán acceder a un mejor precio. La cadena Maxiconsumo, por caso, ya tiene esa canasta.

  María Trinidad Acosta es una flamante ama de casa; no es que sea una recién casada, es una recién desocupada. “Antes era comerciante” dijo con un dejo de nostalgia, Era dueña de un supermercado ubicado en Galileo Galilei esquina O’ Brien, en Barrio Parque. Durante más de veinte años se conoció el negocio como el “súper de “Yesi”, con cinco empleados, carnicería, fiambrería, productos de almacén y cotillón. “Me empezó a ir mal en el último periodo de Cristina y con este gobierno me terminé de fundir. No hay plata en la calle”, afirmó. Un corte de calle por una obra municipal que se demoró cien días, combinado con la recesión y la caída del consumo, hizo cerrar las persianas de su local. Otros tres comercios de esa cuadra cerraron por los mismos motivos.

Lucas Chedrese, jefe de Gabinete del Municipio de Moreno,  aporta datos duros: “Los comedores en 2015 eran 39, ahora son 84 y los merenderos pasaron de 36 a 125. Sobre las estadísticas sanitarias no hay indicadores concretos ya que hay que realizarlos año a año. Solo hipótesis: se redujo la ingesta de proteínas a la vez que se incrementó la de carbohidratos. Desde la Secretaria de Salud indican que se incrementaron los nacimientos con bajo peso. Pero habrá que esperar para los indicadores concretos. Son temas muy delicados”, aclaró.

  Yolanda Britos forma parte de la estadística; manda a sus hijos al comedor de la Escuela Primara N°19, en Paso del Rey. “Al mediodía comen en la escuela y a la noche nos arreglamos”,  Cuenta que su esposo hace changas, pero que no todos los días tiene trabajo y que la Asignación Universal por Hijo le dura unos días nada más.

— ¿Y después?  

— Después hay que esperar. Esperar que todo pase.

 

Actualizada 12/07/2017

Un caído del mapa

Un caído del mapa

Hace cuatro meses Daniel Gremiger se quedó en la calle. Su casa es el techo de un puesto de diarios cerrado en la vereda del Hospital de Agudos Dalmacio Vélez Sarsfield, en el barrio de Monte Castro. Mozo de oficio, nunca pensó que iba a terminar viviendo a la intemperie y hoy lucha para salir adelante.

En abril de este año, ANCCOM informó sobre el Censo Popular de Personas en Situación de Calle, una iniciativa de más de 50 organizaciones sociales cuyo objetivo fue recabar cifras reales acerca de esta problemática, frente al “conteo” oficial del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que desde hace tres años habla de unas 900 habitantes sin techo. Pero detrás de los números hay seres humanos de carne y hueso, como Daniel.

Delgado, tez blanca, 53 años e hincha de Quilmes, afirma que su salud es “muy buena”. Pasó la niñez y adolescencia en distintos lugares ya que su padre era empleado del Banco Nación e iba rotando de sucursal. Daniel terminó el secundario en el colegio Fray Mamerto Esquiú de Quilmes y a los 19 se casó con Claudia, con quien compartiría 17 años.

Trabajó de albañil y carpintero hasta que en 1986 ingresó en Editorial Perfil donde, con el tiempo, se convirtió en compaginador. Con su esposa se construyeron una casa en Quilmes y tuvieron tres hijos: dos mujeres (que hoy tienen 30 y 28 años) y un varón (25). En 2001, fue despedido de Perfil. Lo indemnizaron con 45.000 pesos. En ese mismo momento, con Claudia iniciaron los trámites de divorcio.

Según cuenta Daniel, ella se puso en pareja con un hombre que intentó abusar de una de sus hijas y esto derivó en que le dieran la tenencia de los chicos a él. Conseguir un nuevo empleo, que alcanzara para los cuatro, fue difícil. Recién en 2003 se estabilizó cuando entró en una carpintería. Mientras, sus hijos terminaron el colegio y se pusieron a estudiar y trabajar.

Daniel Gremiger sentado en un banco de la Plaza Don Bosco tomando mate.

«Vivir en la calle es muy duro porque no tenés sentido de pertenencia, no estás en ningún lado”, dice Daniel Gremiger.

En 2009, después de hacer un curso de mozo de salón, Daniel comenzó como empleado en el rubro gastronómico. Pero en marzo de este año, luego de un año y cuatro meses de gobierno macrista, se quedó en la calle. Hasta fines de 2016, compartía con su hijo el alquiler de un monoambiente en Rivadavia y Lope de Vega, pero el muchacho decidió mudarse con su novia a Quilmes y le avisó que no renovaría el contrato. Para entonces, hacía tres años que Daniel trabajaba de maître durante los fines de semana en un salón de fiestas en Devoto, y cuando aparecía, en algún evento extra. Pero cada vez había menos.

En ese doble juego de recursos escasos y alquiler, tarifazos e inflación, Daniel podía aportar sólo para las expensas, el cable y algún servicio. “Él es un gran pibe –dice refiriéndose a su hijo–, pero la chica con la que está le decía que yo estaba de más. Al principio me dolió la decisión de él, más que nada porque fue de un día para el otro. No pensé que me iba a la calle porque como era diciembre me iba a trabajar a la costa, como años anteriores. En San Bernardo entré en el boliche Punto Límite. Pero la temporada fue malísima, sólo había lugar para la cocina”. Los precios del alojamiento también habían aumentado. Le cobraban 400 pesos por dormir, casi lo mismo que sacaban por noche.

Daniel decidió volverse con lo poco que había juntado. Los primeros quince días se quedó en lo de un amigo, en Quilmes. “¿Qué hago? –pensó–. Si me voy a la provincia, seguro me roban todo, mejor me quedo en Capital y duermo en los colectivos y trenes”. Entonces empezó a quedarse de día en la plaza Don Bosco, donde antes paseaba a sus perros, y de noche viajaba para ir a dormir. Pero con el aumento del transporte se le complicó, y fue ahí que conoció a un pibe que le permitió quedarse a dormir en el Servicio de Guardia del Hospital Vélez Sarsfield, y más tarde, cuando se desocupó, en el puesto de diarios que ahora es su casa.

Daniel Gremiger en la puerta del Hospital Vélez Sarsfield.

Trabajó de albañil y carpintero. El puesto de diarios del Hospital Velez Sarsfield es hoy su casa.

“Uno piensa que nunca le va a tocar, y a la vez cuando te pasa no se lo deseas a nadie. Vivir en la calle es muy duro porque no tenés sentido de pertenencia, no estás en ningún lado”, dice Daniel, quien recalca que mucha gente lo ayuda y reconoce: “Comer, comí siempre”.

Para Daniel, vivir en el kiosco de diarios resulta estratégico por la seguridad y las instalaciones que brinda el hospital, como los sanitarios, pero siente el rechazo desde adentro: “A los vigiladores les molesta todo, y teniendo un colchón donado, no lo podemos extender en el piso, porque se quejan”, relata. Un camillero, dice, los hostiga constantemente, pasando a toda velocidad con su moto por el refugio y amenazándolos con que les va a sacar todas sus cosas.

Mientras remueve el edulcorante de un café de estación de servicio, confiesa que sus hijas no saben que él vive en la calle, el único que sabe es el varón. “Ellas intuyen que alquilo algo solo y cuando quieren verme disipo la cosa y voy a sus casas”, explica. Ellas le han dicho que no importa cómo viva, que quieren estar con él, pero a Daniel le gana la vergüenza. “No quiero que ellas lo tomen como que llegué a un punto muy límite de mi vida, porque yo lo tomo como una circunstancia, nada más”. Supone que, de enterarse, las hijas lo ayudarían, aunque no se quiere arriesgar: “Si me dijeran que no, me sentiría peor que ahora, me dolería muchísimo, como me pasó con mi hijo”.

Daniel comparte el techo del puesto de diarios con Carlos y Néstor. Juntos, se las arreglan para mantener el espacio limpio y ordenado. “Carlos es el más veterano en esto, lleva tres años en la calle y conoce todo. Me enseñó desde cómo cuidarme de noche de los robos hasta cómo guardar la plata. Néstor está hace un año y como no tiene ingresos de changas, lo único que puede ofrecer es agua caliente de un bar de la vuelta. Él barre la vereda todos los días y a cambio le dan el desayuno y nosotros podemos pedir hasta cuatro veces agua durante el día”.

Daniel Gremiger en la Plaza Don Bosco.

Daniel en la Plaza Don Bosco, uno de los lugares en los que vivió.

“En la semana me levanto a las 7 de la mañana y voy al Hospital para lavarme. Cuando necesito bañarme, voy a la casa de un amigo en Devoto, que es la única persona que sabe de mi situación, y vuelvo al puesto. La ropa la tengo ahí y, cuando junto quince prendas para lavar, las llevo a la lavandería de acá a la vuelta”, relata. Pagaba como cualquiera, 80 pesos, hasta que un día la mujer de la lavandería pasó por el Hospital, porque llevaba a su hijo, se acercó y lo saludó afectuosamente: “Yo no sabía que estabas en esta situación”, le dijo, “pero no importa, de todo se sale, lo único que te digo es que tenés que salir de esto”, lo alentó.

Por la noche, se organizan para comprar comida entre los tres y hacer guardias. Casi todos los días camina hasta un McDonald’s de la zona, donde aprovecha a cargar el celular, usar el wifi y, a veces, comprarse un café. Tener un teléfono con Internet es una necesidad porque allí revisa sus correos y recibe llamados para trabajar en eventos. La gente del salón de fiestas, donde continúa trabajando, no sabe de su situación. “Si supieran es probable que me digan que no puedo ir más, porque lamentablemente se etiqueta a las personas. Por ahí se lo toman como que soy un marginal y no estoy para arriesgarme a eso”, argumenta. Hace cálculos y dice que si tuviera suficiente trabajo como para ganar unos 10 mil u 11 mil pesos, podría alquilarse algo y vivir ajustado. En la actualidad, le pagan 900 pesos por evento y no logra juntar más de 6 mil al mes, así que todavía está lejos.

“Desde que está este Gobierno, cayó tremendamente el laburo, y te lo digo a pesar de que no soy partidario de Cristina Kirchner y yo lo voté a Macri”, admite. Hasta 2015, tuvo mucho trabajo con la empresa “Comer y pasarla bien”, propiedad de la cocinera mediática Narda Lepes, que se encargaba del catering en eventos del PRO.

El sentimiento que lo invade viviendo en la calle es la soledad. “Por ahí querés hablar con alguien y contarle lo que te está pasando… ¿y a quién se lo vas a contar?”, se pregunta solo. “Había momentos en los que estábamos en grupo, trabajando de jueves a domingos, y era muy lindo, porque te volvés a sentir dentro del circuito, y de pronto a mí me ponía muy mal cuando todos se iban, yo volvía en tren hasta Devoto y ahí caía en cuál era mi realidad. Entonces yo ni quería tomarme el colectivo hasta el puesto, empezaba a caminar para alargar el momento de llegada”.

Tener un trabajo, aunque por ahora no le alcance para alquilar, hace que no se sienta totalmente excluido del sistema. Daniel piensa que puede salir adelante: “El tema es también que se me dé la oportunidad, yo no voy a morirme así, me lo prometí a mí mismo y voy a ir contra todo”, concluye.

Actualizada 11/07/2017

“Nos quieren hacer creer que esto nunca existió”

“Nos quieren hacer creer que esto nunca existió”

Basada en la novela homónima de Gaby Meik, Sinfonía para Ana habla de dos quinceañeras, Ana e Isa, que estudian en el Colegio Nacional Buenos Aires justo antes del golpe de 1976. Dirigida por Virna Molina y Ernesto Ardito, la película muestra un mundo de pasiones en el que Ana, la protagonista, tomará decisiones irreversibles que cambiarán su forma de ver las cosas. Desde su ópera prima, Raymundo –sobre la vida de Raymundo Gleyzer–, hasta hoy, Molina y Ardito (pareja desde hace muchos años) dirigieron Corazón de fábrica, Memoria iluminada, Alejandra Pizarnik, El futuro es nuestro y Ataque de pánico. Sinfonía para Ana, si bien utiliza recursos del documental, es su primera ficción. A poco de ganar el Premio de la Crítica en el Festival de Cine de Moscú y antes de su estreno comercial en octubre, ANCCOM conversó con ambos.

¿Cómo llegaron a Sinfonía para Ana?

Ernesto Ardito: Nuestras dos hijas estaban estudiando en el Nacional Buenos Aires y militaban. En 2012, a Niquita, una de ellas, le dieron el libro para leer. La impactó, se quedó encerrada en la habitación llorando. Entonces lo leímos nosotros y nos gustó mucho. En el medio, hicimos El futuro es nuestro [serie de cuatro capítulos sobre los alumnos desaparecidos del colegio para Canal Encuentro], que narra la misma historia pero a modo de documental, tomando casos reales de chicos de la UES. A partir de esa investigación y del libro, trabajamos la adaptación.

¿Qué los convocó de la novela?

Virna Molina: En Sinfonía para Ana se cuenta la intimidad y el día a día de un grupo de chicos que militaban en los años 70. Sus sentimientos, sus intereses más allá de la política, el vínculo con sus padres. Todos esos elementos reunía la novela. Porque Gaby Meik, que no es escritora, es psicóloga, la escribió como una forma de contar su propia historia y la de su amiga [desaparecida] Malena Gallardo. Entonces tenía esa fuerza que la sacaba del ámbito de la ficción y la colocaba en un plano documental. Por otro lado, los documentalistas venimos trabajando hace mucho la militancia en los 70, pero en ficción es nuevo y casi siempre se abordó desde el 76 en adelante. Hasta ahora no existía ninguna película que abordara ese universo. Las que había estaban más direccionadas, como La noche de los lápices, al hecho concreto de la desaparición, la tortura y el sufrimiento. Y no al momento previo que era por qué estaban esos pibes motivados a militar, cuáles eran sus expectativas, cómo era su forma de sentir, de amar…

¿Cuál fue el diálogo con la autora?

VM: La relación con Gaby comenzó cuando hicimos El futuro es nuestro. Ella fue amiga de Malena, la estudiante más chica desaparecida del Nacional y uno de los casos que trató el documental. Le dijimos que nos encantaría filmar el libro. Después de ver la primera adaptación, Gaby nos dio el okey y comenzamos. Había habido intentos de filmarlo antes pero Gaby sentía que no se respetaba el espíritu, que se lo trataba de llevar a un registro tipo Melody, una película clásica inglesa que es una historia de amor, más abstracta desde lo político. Nosotros la transformamos en más política todavía.

¿Cómo fue la articulación de ficción y documental?

EA: Están totalmente vinculados. No es una película de personajes donde hay una escena que comienza, tiene su punto fuerte y termina. Se mezcla la reconstrucción y la actuación con el archivo histórico, pero además con fragmentos de escenas que completa el espectador. Eso hace que no haya un distanciamiento, que la obra no esté sucediendo y acabe frente a un espectador pasivo, sino que al trabajar las emociones junto con la historia narrativa, se va generando un intercambio. También iban surgiendo ideas en el montaje porque lo iba pidiendo la película. No teníamos un guión. Mientras estábamos montando íbamos registrando otras imágenes.

VM: Es nuestra primera ficción. Nos gustó mucho la experiencia. Hay un campo muy interesante en el cruce, donde se puede llevar a la máxima potencia lo documental y lo ficcional. Cuando se mezcla la historia personal del que interpreta con su personaje, hay muchas cosas conscientes o inconscientes que ese actor vuelca en lo que hace. El neorrealismo italiano parte de esa lógica y ha generado obras alucinantes porque había una necesidad. Se filmaba así porque no había plata. Y cuando hubo más presupuesto, se empezó a narrar como “se debían narrar las historias”. Está buenísimo cuando las historias te atraviesan. Con Sinfonía para Ana queríamos involucrarnos, que no fuera solamente una novela y adaptarla, sino entenderla hasta el final. El cine de Cassavetes, Fassbinder, Tarkovski, siempre fue el que más quisimos, con ese algo que escapa al mundo industrialista del cine, con cierta locura y búsqueda. También nos gustaba estar involucrados a un grupo con el que te une algo fuerte, que no tiene que ver con la relación laboral estricta.

¿Qué decisiones tomaron para la puesta?

VM: Hicimos búsqueda de archivos, no sólo oficiales sino también personales. Porque si contábamos la historia de la novela desde un relato tradicional, iba a quedar como una reconstrucción clásica. Además, no contábamos con una producción gigante. No queríamos que los vestuarios, los peinados, fuesen demasiado remarcados, como si fueran personajes de revistas de los 70, y no personajes reales que vivían en esa época. Por ende, se trabajó en recrear una puesta más cercana al documental y quizás no tanto una puesta colorida o cinematográfica. Buscábamos una recuperación desde la memoria.

Los directores de la película sentados en un sillón.

«En Sinfonía para Ana se cuenta la intimidad y el día a día de un grupo de chicos que militaban en los años 70», dicen los directores.

¿Cómo fue el casting?

EA: El de los chicos se hizo en el colegio. Manejaban el modo de comportarse de los adolescentes que buscábamos representar. De hecho, Madres de Plaza de Mayo y de chicos desaparecidos dicen que cuando los ven hablar les impacta mucho porque tienen el mismo modo de comportarse, hay ciertas subculturas o códigos internos particulares. En el Pellegrini también. El cine no es igual que el teatro. El actor que está delante de las cámaras tiene que tener mucho de su propia personalidad que vaya con el personaje. Fue muy bueno combinar no actores con actores. No sólo los chicos. Javier Urondo, que representa al papá de Ana, no es actor. La actriz es Vera Fogwill. El cruce de esa pareja generaba cosas extrañas. Cuando discutían no eran dos actores discutiendo, era una persona, Javier Urondo, en una situación donde él imaginaba a su propia hija viviendo eso, y recibía a Vera que lo taladraba. Él reaccionaba como Javier. Eso le da naturalidad y hace que el espectador sienta proximidad.

VM: Aparte había una realidad operativa: que nuestras dos hijas cursaban y tenían amigos del Nacional. Algunos que venían haciendo teatro, otros que militaban y sabían moverse en una asamblea. Convocamos en los sectores de militancia no sólo del Nacional sino de varios colegios. Tampoco queríamos hacer una convocatoria abierta porque iban a venir pibes del mundo de la actuación y nosotros queríamos de la militancia. Varios chicos habían leído y estaban fascinados con la novela y querían contar la historia que nunca se había contado del Nacional, porque se tapó durante tiempo. Cuando Lerman hizo La mirada invisible no se le permitió filmarla allí. En nuestro caso, se trataba de una oportunidad de hacer un trabajo de memoria colectiva más que una película cinematográfica de actuación.

¿La película dialoga con la realidad actual?

VM: Mientras la montábamos íbamos tomando conciencia de su vigencia. Con los primeros despidos masivos que hizo el gobierno de Mauricio Macri en el Estado, estábamos montando la parte en que el preceptor no deja entrar más a una de las profesoras y dice: “Esta mujer no ingresa más al edificio”. Fue horrible, pero una cosa es que eso ocurriese en la dictadura y otra que las mismas palabras hayan sido utilizadas por un hombre de seguridad de un organismo del Estado para no dejar entrar a un trabajador. Con esa misma prepotencia, con esa misma impotencia de la persona que se encuentra sin posibilidad de diálogo. Veníamos de una época donde cada uno podía hacer la crítica que quisiese al gobierno kirchnerista, había un debate político muy rico. Desde 2015, cuando termina el gobierno de Cristina y comienza el del PRO, hay cosas de las que ya no se puede hablar. Por otro lado está la cuestión de vaciamiento y de tristeza en términos laborales. Y de violencia de determinados sectores del Estado, como la policía, que empieza a accionar de manera irracional. En vez de operar para mantener un orden, lo hace con cierta peligrosa licencia que parecía que ya no iba a existir más. Te pueden detener por olvidarte el DNI, por averiguación de antecedentes, generan intimidación. Es el imaginario de la dictadura. Se instala la idea de que alguien tiene derecho a avasallar tu espacio personal, tus libertades individuales. Estamos viviendo etapas jodidas. Hay presos políticos y una utilización de la legalidad para fines políticos. En Sinfonía para Ana hay frases que sí estuvieron puestas por nosotros y que tienen que ver con esa sensación hacia la dictadura y hacia el presente. Como dice Ana al principio del relato, cuando le graba la cinta a la amiga: “Nos quieren hacer creer que esto nunca existió, pero es mentira, fue lo mejor que viví”. Eso es algo que también nos pasó a nosotros. Eran los mejores diez años que habíamos vivido. Un país en el que vos decías “che, tenemos diferencias, sí, pero hay laburo”.

Los hechos de represión en los secundarios se inscriben en la misma línea.

VM: Sí. Y es aberrante que un gobierno persiga a los alumnos que tienen una voluntad de organización. Siempre desde la dictadura hubo cierta idea de “bueno hay gente que va al colegio o a la universidad a hacer otra cosa aparte de estudiar”. Si un pibe en un secundario tiene la intención de participar en un centro de estudiantes, de comunicarse con sus compañeros, de dedicarle parte de su tiempo a una problemática común, eso tendría que ser visto como una virtud que docentes y directivos deberían premiar o fortalecer. Cuando un gobierno baja línea de que hay que castigarlo, marcarlo y encima le da piedra libre a la nefasta policía, es atroz. Y lo más jodido es que los pibes son los más indefensos. Y se alecciona a los demás a partir del miedo y se va formando una sociedad de individuos que no entienden que están dentro de un tejido social complejo, que su bienestar depende del de todos, que mejorar su calidad de vida, su potencial y la concreción de sus sueños y objetivos, va a depender de que se mejoren las condiciones de todos. El gobierno propicia un clima de individualismo, de competencia voraz. No es un problema de Cambiemos, no le podemos atribuir tanta inteligencia, es un tema del capitalismo. Lo único que hace Cambiemos es replicar la lógica de mercado.

¿Cómo enfocan el trabajo después del conflicto en el INCAA?

VM: Estamos todos afectados, sensibilizados y tomando una parte activa. Por primera vez los técnicos, no sólo del SICA, que es el sindicato tradicional, sino de agrupaciones de profesionales que surgieron ahora, están siendo parte motora. Eso nunca había pasado. Siempre éramos los documentalistas que ya estamos catalogados como los más “revoltosos”, o la gente con más trayectoria como Luis Puenzo o Pino Solanas. Pero cuando están involucrados todos los sectores, la cosa está mal. Está todo un poco frenado pero también todo el mundo en estado de alerta y accionando. La situación es crítica y está a punto de estallar. Lo bueno es que a partir de esto la gente toma conciencia  y se involucra. A partir de estas crisis extremas surgen cosas que después son grandes logros. Hoy vemos cómo creció un 50 por ciento la producción documental. De cine, antes, con suerte, eran 16 películas anuales y ahora son 50. Eso hace que más gente filme y surjan cineastas nuevos. Las luchas te comen la cabeza pero por otro lado te fortalecen. Nadie quiere vivir en la crisis pero, cuando está, hay que llevarla hasta el final y solucionarlas, no poner parches. Si bien es desalentador, estamos todos juntos y eso da algo de tranquilidad.

Presentaron Sinfonía para Ana en el Festival de Cine de Derechos Humanos, ¿qué sintieron?

VM: Siempre ese un espacio donde pasamos nuestras películas. Fue el primer lugar donde se pasó Raymundo, es el primer público al que están destinadas nuestras películas, a los que sienten la necesidad de que exista un cine así. Fue una emoción para ellos y para nosotros. La podíamos presentar en Mar Del Plata o en el Bafici, pero no son festivales que respondan a nuestra búsqueda. El Festival de Derechos Humanos tiene una historia muy grande. Cuando casi no se hacían festivales acá, abrió una línea que después siguieron otros.

¿Quién la distribuye?

VM: Distribution Company, la dirige Bernardo Surni, uno de los distribuidores históricos de Argentina (La Historia Oficial, El secreto de tus ojos, Infancia clandestina). Cuando se la mostramos le encantó y dijo que le va a poner todas las ganas. Obviamente tiene un límite para conseguir sala. Estamos a merced de los exhibidores que son los dueños de las cadenas y los que aprueban los horarios. Todos pedimos un horario normal, racional, para meter determinada cantidad de espectadores y que no levanten la película en la primera semana. La pelea es esa y, un poco por eso, esperamos hasta octubre para estrenarla, ya que la pantalla de cine argentino se divide por cuatrimestres y el último, que arranca en octubre, es el que está más libre. Porque este año se van a estrenar muchas películas argentinas que se hicieron en 2015, 2014, 2013, de tipo más independiente, incluidas la última de Lerman y la de Lucrecia Martel. Va a ser triste el año próximo y el siguiente, porque no se está filmando, las películas van a ser muy pocas comparadas con todas las que se están estrenando ahora.

Actualizada 11/07/2017