Por Noelia Ale
Fotografía: Noelia Pirsic

Pescar no siempre implica levantarse antes de que febo asome para acercarse a una laguna llena de peces. En la jerga de los libro-adictos, la práctica remite a internarse en las profundidades de la calle Corrientes para encontrar alguna piedra preciosa bajo el mar de textos que ofrecen los distintos anaqueles. Edipo, Adán Buenosayres, La Catedral son apenas algunas de las librerías de usados superpobladas de historias.

“Nuestro fuerte son las rarezas. Tenemos saldos sobrantes de editoriales pero más que nada apuntamos a conseguir joyitas”, cuenta Maximiliano desde el abultado mostrador de Compro-Libros.com, firma con 20 años de experiencia en la compra y venta de libros. El local, ubicado al 1400 de Corrientes, recibe día tras días una muestra variada de visitantes: “Esta zona es una fauna llena de personajes y freaks. Hay curiosos, estudiantes y por la cercanía con Tribunales, muchos abogados. Algunas personas vienen a buscar libros específicos muy viejos, otros buscan ediciones que tal vez perdieron o prestaron y ahora quieren recuperar… Pero también están los que se equivocan creyendo que hay novedades o libros de texto. Aunque la gran mayoría entran porque sí, para ver que encuentran”, comenta.

Cazalibros, 14 de Junio de 2015, Avenida Corrientes, Librerias

El efecto sorpresa que provocan estos laberintos literarios actúa como un imán para los devoradores de páginas: “Si voy por calle Corrientes, olvidate, llego tarde a todos lados”, ríe la veinteañera Victoria. “No puedo dejar de entrar. Para mí es una actividad en sí misma a la que le tengo que dedicar -mínimo- dos horas. No porque quiera sino porque cada vez que entro a una librería pierdo por completo la noción del tiempo”, asegura maravillada.
Este agujero negro -que se inicia a la altura de la calle Junín y se expande hasta el Obelisco-, congrega más de 20 librerías de usados y de saldos, ejemplares nuevos y desplazados del mercado: “Cuando las editoriales descatalogan determinados libros, vienen a las librerías de saldos”, explica Gabriela de Dickens, local ubicado al 1300 de la avenida. “Es un azar, una ruleta rusa. Llega de todo. Desde best sellers hasta literatura clásica. Por eso nuestro perfil de compradores es bastante amplio”, explica mientras un señor de unos 70 años -que se presenta como Lusardi- pide pista a lo lejos y se acerca a hablar: “Gran parte de los que compramos somos cazadores de libros”, afirma sonriente el asiduo maratonista de la zona. “Recorremos buscando no sabemos qué pero sabiendo que eso que encontremos, esa cosa, la cazamos nosotros. El que encuentra avisa a sus amigos. Incluso a veces te llevas más de un volumen para repartir. Tiene algo de suerte también. Porque podes pasar y encontrar algo que a las ocho horas o dos días no está más”, cuenta el también docente -ex librero- que en la actualidad posee una biblioteca de siete mil títulos. “Con los de mi mujer, llegamos a los 14”, aclara orgulloso. Detrás suyo, una señora con anteojos -que no deja por un minuto de observar con ojo de águila la mesa de ofertas-, asiente.

El popurrí de títulos sobre una mesa es muy común en estos locales. Bajo carteles indicativos de precios o promociones, cientos de libros luchan entre sí por sobresalir del montón, por ser elegidos. El rejunte, que muchas veces no conoce de géneros y autores, invita a los lectores a internarse en la tarea infinita del descubrimiento: “Es todo un disfrute en sí mismo para mi encontrar cosas en las bateas”, dice Lautaro, estudiante de Ciencias Sociales en la UBA. “Algunas librerías no tienen las cosas ordenadas por temática y uno tiene que buscar. Esas son de las mejores. De repente te encontrás algo que no esperabas y es una tremenda satisfacción. Siempre llevo en la cabeza tres o cuatro libros que quiero encontrar. Aunque sean difíciles uno nunca deja de tener esperanzas. Pero también puede pasar que entres con algo en mente y te lleves otra cosa”.

Pero las rarezas no son todo lo que atraen. Uno de los factores determinantes de esta actividad es el acceso económico: “Los precios de los libros nuevos son totalmente prohibitivos. Yo leo mucho pero si tuviese que comprar nuevos, no podría leer nada. Uno prioriza eso, si el libro está viejo o subrayado no me importa. Con tal de que pueda leerse yo me lo llevo”, sostiene Lautaro.

Cazalibros, 14 de Junio de 2015, Avenida Corrientes, Librerias

Según la Cámara Argentina del Libro (CAL), la venta de libros nuevos cayó en un 10% en 2014 dado al aumento del 20 al 30% interanual de los precios. En ese marco, amigos del bolsillo del caballero y la cartera de la dama, los locales de saldos y usados ofrecen gran variedad de ejemplares a partir de los 20 pesos: “Elegimos partiendo de varias bases. Por ejemplo, si un libro nuevo se vende a 300, tenemos que empezar de la mitad para abajo”, cuenta Maximiliano de Compro Libros. Lo mismo opina Gabriela de Dickens quien, en ese sentido, amplía: “Hay una pauta comercial pero se tiene en cuenta la calidad de lo escrito, la obra. El ABC del arte que salía entre 1000 y 1500, acá está 500. Ponemos atención a eso. Aunque a veces determinados títulos por ser conocidos determinan sus propio valor”, explica sobre los volúmenes dedicados al público adolescente.

Además, otra particularidad de esta modalidad de venta es el incentivo a la lectura: “Lo que más me gusta llevar libros sin saber de qué se tratan”, dice Victoria. “Antes tal vez uno podía ir a una librería y elegir un título solo por lo que decía en la contratapa. Te podía gustar o no después, pero te arriesgabas. Ahora en una librería comercial es imposible. No vas a pagar 200 pesos salvo que te interese el autor o sepas de qué trata la obra o lo tengas ultra recomendado. En cambio, estos lugares te permiten jugar con eso, comprar por curiosidad, llevar cosas desconocidas, probar autores que no sabías que existían”, detalla.

Cazalibros, 14 de Junio de 2015, Avenida Corrientes, Librerias

Sin embargo, existen formas alternativas de “cazar”. En los últimos años, los mercados de ventas por Internet lograron captar a quienes prefieren explorar desde la comodidad de sus hogares, entre el uso de palabras clave y un gran conocimiento de los motores de búsqueda: “No es el mismo disfrute pero me genera satisfacción encontrar algo que busco. Si bien la búsqueda está más sesgada y es mucho más difícil encontrar algo inesperado, muchas de las mejores cosas que encontré fueron por Internet”, comenta Lautaro.
Otro formato creado para los aficionados de las nuevas tecnologías son los e-readers, dispositivos que permiten comprar libros en formato digital, así como también descargar de manera gratuita: “El libro electrónico es algo bueno”, afirma el señor Lusardi. “Al poder descargar una cantidad enorme de títulos, por ejemplo, mi señora ya no compra policiales, pero lleva libros de adivinanzas para los chicos”, sonríe. Lautaro, por otro lado, no opina lo mismo: “No me gusta para nada. Me parece que matan a las librerías”, sentencia.

Pero apocalípticos a un lado, estos nuevos caminos aún no hacen temblar a la modalidad de compra-venta tradicional: “Para nosotros no es tan grave. En el último tiempo entró a jugar Mercado Libre. Sabemos que mucha gente busca ahí pero también las librerías se incorporaron creando sus propios usuarios para competir. Pero no nos afecta tanto”, cuenta Maximiliano.

A una calle de distancia, Gabriela opina lo mismo: “No nos afecta porque vendemos ofertas. Son las librerías de línea las que tienen problemas. Más allá del romanticismo que se puede tener por los libros, a muchas personas les es mucho más práctico y cómodo tener el e-reader. Pero no nos modifica en absoluto”, cuenta.

Cazalibros, 14 de Junio de 2015, Avenida Corrientes, Librerias

Respecto a la modificación de hábitos de los consumidores Victoria es tajante: “Imposible que esto se extinga por el internet. Siempre que venís a estas librerías hay gente chusmeando. Tienen ese no sé qué, algo mágico que no encontras en una computadora”, opina.

Lusardi está de acuerdo. Luego de guardar su e-reader con sus últimas adquisiciones se acerca con paso cansado hasta la mesa de ofertas. Busca algo, atento como quien lee entre líneas. De repente, agarra un ejemplar y lo sostiene en lo alto. Se aclara la voz y con firmeza, truena: “Las tecnologías pueden ser un avance pero no hay como tener un libro. Esto -expresa blandiendo un Durkheim de tapa anaranjada- no se compara con nada. Así que haceme caso, una vez por mes pateá por Corrientes y pescá”.