“Necesito justicia para que mi hijo descanse en paz”

“Necesito justicia para que mi hijo descanse en paz”

«Tengo esperanza y confianza en la justicia. Dentro de todo el dolor, eso me está dando tranquilidad», cuenta Ríos.

La vida de Susana Ríos cambió por completo la madrugada del 21 de mayo. A través de Facebook le llegaron rumores de disparos en las adyacencias del pueblo. A las 4 confirmó lo peor: su hijo Gonzalo Domínguez, de 14 años, era uno de los pasajeros del Fiat 147 que se estrelló contra un camión sobre la colectora de la Ruta 3, luego de una persecución policial.

Gonzalo viajaba junto a sus amigos Danilo Sansone (13), Camila López (13), Aníbal Suárez (22) y Rocío Quagliarello (13). Rocío fue la única sobreviviente. “Todavía no pude hablar con ella. Me cuesta salir. Cuando pueda, y si su mamá me lo permite, la voy a ir a visitar. Por lo que me contaron, está recuperándose muy bien”, cuenta Susana, quien hoy, a sus 56 años –y tras la muerte de Gonzalo– quedó viviendo sola en su casa de San Miguel del Monte. Sus otros dos hijos, Marina de 30 y Juan Ignacio de 27, ya no viven con ella.

Susana fue de las primeras en sospechar de la primera versión que hablaba de un choque, que se descartó cuando la autopsia confirmó que el cuerpo de Gonzalo había sido impactado por una bala. Con esta información, empezó a revelarse el encubrimiento policial. Horas más tarde, cuando se publicaron las imágenes de las cámaras de seguridad que mostraban a los agentes tiroteando ferozmente al Fiat 147, no quedaron dudas. El resultado inmediato fue el descabezamiento de la cúpula local de la Bonaerense.

“Los medios fueron muy importantes. Nos ayudaron a demostrar que esto no había sido un simple accidente. Por ahora no vi ninguno que no haya tratado con respeto el asunto. Fueron muy cálidos todos”, destaca Ríos y afirma: “Esto repercutió en la sociedad y se pudo conocer lo que realmente fue: una masacre de niños inocentes”.

«El cariño que recibí del pueblo ha sido tremendo», revela Ríos.

¿Cómo está progresando la causa?

Estamos esperando que baje de la Cámara para seguir con otras denuncias que tienen que elevarse. Siempre estoy informada. Junto con mi abogada trabajamos permanentemente. Faltan responsables. Por el momento tenemos trece personas detenidas. Tengo esperanza y confianza en la justicia, y sé que se están trabajando bien. Dentro de todo el dolor, eso me está dando tranquilidad. Espero que se determine qué grado de culpabilidad tuvieron las autoridades implicadas.

¿Cuándo empezó a sospechar de un encubrimiento policial?

Aquella noche, desde las 2, en las redes sociales ya se comentaba de disparos en el pueblo y a partir de ese momento supe que algo estaba pasando. A las 4, cuando fui a reconocer el cuerpo de mi hijo, lo confirmé. Mientras tanto, me mintieron. Rubén Martínez, el secretario de Seguridad municipal, me negó en la cara que lo de los disparos fuera cierto. Pero la mentira duró pocas horas porque lo que ellos presentaban era una farsa. Martínez fue vital para el encubrimiento: por suerte ahora está detenido con prisión preventiva. Esto destapó muchas ollas. Antes no lo sabía pero lo empecé a notar con las denuncias que fueron apareciendo. Me enteré que desde antes maltrataban mucho a los chicos. Esta policía estaba actuando de una manera enviciada y atroz.

Desde entonces Monte dejó de ser un pueblo tranquilo…

Sí, ahora es un pueblo triste y que quiere justicia. También está muy enojado por todo lo que pasó. El tema de la seguridad hay que tenerlo en cuenta y trabajar sobre eso. Hay que devolver la tranquilidad a los habitantes que quedan y sobre todo a los niños. Luego de la masacre tuvimos una reunión con el Gobierno provincial en donde les elevamos requerimientos específicos para la policía. Más que nada, para que esto no vuelva a repetirse. Esto no puede pasar de nuevo. Jamás.

«Estoy asistida por una psicóloga del CELS porque me di cuenta que no puedo sola», confiesa Ríos.

En el pueblo se hicieron numerosas marchas en repudio al accionar policial y en reclamo de justicia, ¿qué significan para usted?

Me emocionan mucho porque me siento acompañada. El cariño que recibí del pueblo ha sido tremendo. Me cuesta salir a la calle pero las veces que salgo, la gente me abraza y llora. El dolor es muy fuerte y juntos debemos buscar que se haga justicia y que el recuerdo de los nenes esté vivo para siempre.

¿Cómo era su relación con Gonzalo?

Yo crié un hijo sano. En mi casa había besos y abrazos. Mis otros hijos ya son grandes y no viven conmigo. Así que Gonzalo, con 14 años, era mi chiquito mimado. Con él teníamos mucho diálogo y conversábamos sobre todo: los peligros, las cosas buenas y las malas. Me hace muy bien recordarlo por cómo era él. Solía ir a la plaza Alsina y a la pista de skate, donde hacían rap. Tenía muchos amigos, con quienes hacían juntadas en la costanera o venían a tomar mates a casa. Después hacía futbol. Hacía las mismas actividades que la mayoría de los chicos de su edad en un pueblo tranquilo como es éste. Bah, que lo era.

¿Usted cómo está?

Pasándolo. Mi día a día es estar en mi casa. El momento en que estoy sola es muy duro. Estoy asistida por una psicóloga del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) porque me di cuenta que no puedo sola. Ya pasaron dos meses y este suceso me cambió la vida. En el resto de la familia también están todos muy tristes. Gonzalo tenía cinco hermanos, dos por mi parte. Mi esposo Omar está internado en La Plata, está en rehabilitación hace un año por un ACV isquémico y todo esto es muy duro para él.

¿Y le quedan fuerzas para seguir atendiendo a la prensa?

Yo voy a seguir dando notas para que el tema siga presente y no quede en el olvido. Quiero que este hecho se recuerde para siempre. Tengo que tener la fuerza y la valentía para seguir hablando porque necesito justicia para que mi hijo descanse en paz. Esta madre no va a bajar los brazos, vos quedate tranquilo.

“Lo de Monte no fue una tragedia, fue una masacre”

“Lo de Monte no fue una tragedia, fue una masacre”

Sandra Raggio es categórica en sus definiciones. Y no se puede ser de otra forma. Directora general en la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) en las áreas Organización Pública Autónoma y Autárquica, cuyos objetivos apuntan hacia la defensa de los Derechos Humanos, actualmente pasa sus días entre La Plata (sede de la Comisión) y San Miguel del Monte, aquel pueblo de alrededor de 21.000 habitantes que se vio convulsionado por la persecución policial del 20 de mayo último que terminó con la muerte de cuatro jóvenes y la internación con graves heridas de una niña de 13 años.

“No fue un accidente, no fue una tragedia, no fue un hecho fortuito, sino todo lo contrario. Es la consecuencia de un conjunto de prácticas, de hechos que ya venían sucediendo”, explica en relación a lo que ella califica como la “masacre” de San Miguel del Monte. Masacre que se llevó las vidas de Danilo Sansone (13 años), Gonzalo Domínguez (14 años), Camila López (13 años) y Aníbal Suárez (22 años), quienes viajaban en el Fiat 147 que terminó colisionando contra el acoplado de un camión estacionado luego de haber sido perseguido (balacera mediante) durante varios kilómetros por la Policía Bonaerense. Rocío Guagliarello (13 años) es la única sobreviviente, todavía internada en el hospital El Cruce de Florencio Varela.

El relato de Raggio vierte una lluvia de nombres que se amontonan junto al polvo de “20 años de políticas de seguridad ligadas con la mano dura” en la provincia de Buenos Aires y en todo el país: Carlos Ruckauf, Daniel Scioli, Alejandro Granados y Patricia Bullrich son algunos de los avatares que fueron apareciendo sobre este fondo que mezcla a la exclusión social junto a la represión sin eufemismos que realiza el Estado. “¡Lo que pasa es que ahora el presidente los recibe!” se indigna Sandra al hablar de la “doctrina Chocobar” y el incremento desmedido de la violencia estatal llevada adelante por el actual gobierno de Mauricio Macri.

Impulsora desde el año 2002 del programa “Jóvenes y Memoria” (destinado a alumnos de colegios secundarios, donde se les ofrece la posibilidad de contar sus experiencias personales o las de su comunidad en relación a la violencia simbólica e institucional), Raggio hará hincapié en la responsabilidad ineludible del Estado en todos los casos de violación a los Derechos Humanos: “Siempre las comete el Estado, porque es el garante de todos nuestros derechos”.

¿Ya había sucedido algún hecho similar en San Miguel del Monte?

Hemos relevado múltiples hechos anteriores que ahora saltan a la luz. Por eso se entiende por qué la comunidad de Monte salió rápidamente a desmontar la versión policial. Esa policía no contaba con la buena opinión de la comunidad. Nosotros estuvimos relevando distintos casos de abuso policial: desde causas armadas, torturas en las comisarías, detenciones ilegales, amenazas. De todo. Involucran a buena parte de los oficiales que hoy están detenidos. Lo de Monte no fue un accidente. No fue una tragedia ni un hecho fortuito. Lo que sucedió fue una masacre. Es la consecuencia de un conjunto de prácticas, de hechos que venían sucediendo y terminan en este episodio, y que si la policía y las instituciones actuaran como tienen que actuar, no debería haber ocurrido nunca. Hay episodios que narraron los chicos que están en la plaza, que son los amigos de Gonzalo y Danilo, donde cuentan cómo eran hostigados permanentemente por la policía. El propio Danilo había estado detenido ilegalmente. ¡Un niño de trece años había estado detenido!

¿Cómo fue eso?

Eso fue claramente un episodio de arbitrariedad policial. Estaban en la plaza, una noche. Ellos rapeaban, andaban con sus skates y hacían parkour. Antes, en las plazas había jueguitos infantiles. Había hamacas y toboganes. Hoy un chico de 13 años no se hamaca, sino que anda en skate o rapea. Es un espacio de recreación de los jóvenes y así lo usan, en su derecho de uso del espacio público. Sin embargo la policía estaba permanentemente hostigándolos, tratando de sacarlos de la plaza. Al parecer las plazas tienen que estar vacías para que haya seguridad. Entonces, hubo un episodio en que uno de los chicos conecta el celular en el enchufe de los tomacorriente de la plaza, hay algún desperfecto y se cortan las luces. Después desenchufa el celular y las luces vuelven. Y a partir de ese momento viene la policía y empieza todo. También había pasado algo con un skate y un cartel que había ahí en la plaza y, bueno, les preguntan quiénes son, cómo se llaman y decidieron llevarse a algunos a la comisaría. Lo que le dicen después a la madre es que a Danilo se lo llevaron “por jetón”. Porque Danilo les dijo “soy fulano de tal” y otras cosas. Ni siquiera fue un enfrentamiento, digamos. No admitió el bardeo, puso un límite. Y por eso se lo llevan y estuvo detenido alrededor de cinco horas en la comisaría. Un niño. Los niños no pueden ser retenidos por la policía. Pero se lo llevaron y eso está en el registro de entrada de la comisaría.

¿Esta forma de actuar de la Policía en San Miguel del Monte es análoga a cómo se comporta en toda la provincia?

Sí, en toda la provincia. Y en muchas otras policías provinciales también. Lo que pasó en Tres de Febrero, un día antes, que con la masacre de Monte no está teniendo repercusión pública. Es un caso donde a un hombre (Diego Cagliero) lo fusilan. Él levanta las manos y lo fusilan. Y esto no sucede sólo en el Conurbano. Hay una idea de que las policías sólo son bravas en el Conurbano porque se lo asocia con el delito. Pero no, también sucede en estos pueblos, que tienen diez  o veinte mil habitantes y donde no hay problemas de inseguridad. Cualquiera que vaya a Monte se da cuenta. Están las bicicletas sin atar en la vereda y no las roban. Todos están con la puerta abierta. En Monte no hay nada que justifique la saturación policial que se lleva a cabo. Hasta había llegado el grupo GAD (Grupo de Apoyo Departamental).

¿Y a qué se debe eso?

Las distintas gestiones creen que la mejor promesa que le pueden hacer a la gente es la seguridad, que haya más patrulleros y más policías. Es parte de las campañas políticas. Cuando se fue (Daniel) Scioli (ex gobernador de la provincia de Buenos Aires), dejó casi 100.000 agentes policiales. Cuando entró había 60.000. ¿Qué problemas de inseguridad se resolvieron? Ninguno. Los índices de delito en la provincia de Buenos Aires siguen aumentando. En Monte, creo que el hecho de inseguridad más grave de su historia es el que ocurrió este 20 de mayo. Y lo ejecutó la policía. Cuatro homicidios y lesiones gravísimas a una chica. Entonces, es momento de replantearse de qué hablamos cuando hablamos de seguridad. Esto que sucedió es resultado de 20 años de políticas de seguridad ligadas con la mano dura. Y en eso se inscribe sin ninguna duda la “doctrina Chocobar”, que es la que impulsa la ministra de Seguridad Patricia Bullrich a nivel nacional. Ahora no es necesario dar la voz de alto para disparar. Bueno, eso pasó en Monte.

Más allá de las promesas electorales, ¿cuáles creé que son las causas de la impunidad de la Policía Bonaerense?

En gran medida es también porque la política criminal, la persecusión del delito, está en manos de la policía y no de la justicia. El 90 por ciento de las detenciones que convalida la justicia son aprensiones que realiza la Policía Bonaerense en situaciones de flagrancia. O sea, no son órdenes judiciales. En la Constitución Nacional se dice que nadie te puede detener sin una orden previa de un juez. Bueno, en el 90 por ciento de los casos te detiene la policía. Porque le parece que sos sospechoso, porque vio que estabas haciendo algo, porque llamaron al 911. La mayoría de los fiscales convalidan lo que hace la policía. Y en eso convalidan causas armadas. En Monte, un montón de denuncias que tenemos son por causas armadas que hacían los policías.

¿Por qué funciona de esa forma?

Por muchas cuestiones. Una tiene que ver con la estadística, con el número de resolución de casos. Cuantas más detenciones hacés, mejor controlás el delito. No hay una política de seguridad racional, que apunte a desarmar las redes criminales. Cuando hablan de la persecusión al narcotráfico, ¿qué es lo que termina siendo? Un montón de detenciones y aprensiones por narcomenudeo. O a consumidores. Entonces, quienes organizan el mercado de la droga y el narcotráfico no están presos. Lo están los eslabones más débiles de la cadena delictiva. Otra cosa: la baja de la edad de imputabilidad. Acá tenemos el resultado de lo que implica la persecusión y criminalización de los chicos. Termina en tres niños muertos en Monte. Los policías deberían haber estado cuidando a esos chicos. Eso es lo que queremos, que los cuiden. Que cuando están en la plaza esté el Estado cuidándolos, porque es un espacio público. El Estado tiene la obligación de cuidarnos en el espacio público. La mano dura tiene buena prensa. Acá teníamos a (Alejandro) Granados (ex ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires), al que le decían “El Sheriff”, que hacía unas escenas donde sacaba un revolver y decía cómo perseguía a los delincuentes. Y ahora tenemos a Bullrich que hace alarde de su dureza y genera dispositivos y programas en el Ministerio de Seguridad de la Nación para proteger a los policías acusados de violación a los Derechos Humanos. ¿Por qué los policías creen que pueden encubrir? Porque se sienten impunes. Porque hay un discurso público que los habilita. En la provincia de Buenos Aires se sancionó una ley que crea las fiscalías especializadas en violencia institucional, para que sea el Ministerio Público Fiscal el que controle a la policía. Está la ley y nunca se crearon. Si existiera esta política, los vecinos y vecinas de Monte hubieran denunciado mucho antes lo que pasaba. Hoy hay un miedo muy grande allí. Los vecinos que tuvieron la valentía de declarar ahora tienen miedo a las represalias. Porque además la policía actúa corporativamente. Si todos estos hechos se hubieran denunciado a tiempo, si hubiera actuado la justicia, si hubiera actuado el Ministerio de Seguridad, si hubieran actuado las autoridades de Seguridad del municipio, esto no hubiera ocurrido. Si las cosas fueran como deben ser, si el Estado funcionara cumpliendo con la ley, esto no hubiera ocurrido.

Hay una política de seguridad ineficiente, como usted relata, y que tiene estas consecuencias. ¿Por qué se sigue haciendo entonces?

Es una gran pregunta. Incluso, y es una opinión personal, creo que ni siquiera les da rédito político. Ni siquiera ganan elecciones con esto. En verdad, tiene que ver con la forma de gobernar a ciertas poblaciones que se consideran “poblaciones excedentes”, digamos, y que son producidas por el mismo sistema. Porque las políticas más duras se acrecientan en nuestro país al calor de las reformas neoliberales. Y la respuesta que tiene un Estado que expulsa por sus propias políticas macroeconómicas a ciertos sectores de la población es controlar. ¿Cómo controla? A partir de la política criminal. Esas poblaciones son posibles criminales. ¿Qué hace en los barrios pobres? No hace unidades sanitarias, no asisten ni nada de eso. Patrullero y control. ¿Qué hace con los pibes que están en la periferia? Que no vengan al centro, que no generen problemas. Construye la idea de que el expulsado del sistema es peligroso. Cuando es al revés: es la víctima de la producción de esa desigualdad. La pregunta que hay que hacerse es por qué, por ejemplo, durante gobiernos que promovieron los Derechos Humanos y la inclusión, se siguieron sosteniendo políticas de seguridad de mano dura. En la provincia de Buenos Aires, Scioli las sostuvo. Las profundizó en los últimos años de su gestión, supongo que porque creía que era una demanda social. Pero no le dió resultado, porque perdieron las elecciones. (Carlos) Ruckauf, que fue el gobernador de la mano dura en la provincia, desapareció de la política. Él hizo campaña y ganó las elecciones en el 99 diciendo lo mismo que Bullrich. Él fue el inventor de la “doctrina Chocobar”. Un adelantado. Él decía “¿Qué le diría a un policía si está persiguiendo a un delincuente? Meta bala, mate al delincuente”. Bueno, acá estamos.

La “doctrina Chocobar” es entonces una continuidad.

Es una continuidad. ¡Lo que pasa es que ahora el presidente lo recibe! La ministra de Seguridad de la Nación lo premia y lo felicita. O sea, han corrido un poco más el límite. Y también se ha corrido el límite de las prácticas policiales: se sienten más impunes. Porque hay que entender el hecho de las cuatro muertes, pero también hay que pensar por qué todos ellos creyeron que lo iban a poder cubrir. Porque muchas veces lo hacen. Los encubrimientos lamentablemente son exitosos y, en muchos casos que nosotros conocemos, es imposible llegar a la condena porque ya encubrieron. Destruyen pruebas, amedrentan a los testigos, plantan armas. Y las fiscalías a veces miran para otro lado.

¿Cómo está el ambiente ahora en San Miguel del Monte entre la gente, la policía y la intendencia?

Es un ambiente complejo. Fue un hecho que rompió con la tranquilidad del pueblo. En sentido metafórico, porque evidentemente no había tranquilidad en el pueblo. Emergió todo lo que estaba pasando. Hay mucho dolor, porque todos conocían a los chicos y a sus familias. De lo único que se habla en Monte es de lo que pasó. También hay mucha movilización, a pesar de ser un pueblo chico. Y en algunos sectores hay un cuestionamiento de las autoridades políticas de la comunidad. Pero bueno, son diferentes interpretaciones que se hacen. Lo cierto es que hoy vas a Monte y ves que la municipalidad está vallada de policías. Eso es no haber entendido que el problema no es la comunidad, sino quiénes la están custodiando. Al poder político le cuesta entender que ese no es el camino, que hay que reconocer que se equivocan. En el mejor de los casos se equivocan, porque uno a veces puede terminar pensando que saben muy bien lo que están haciendo. Pero démosle la posibilidad de que se estén equivocando y se den cuenta. Y sobre todo es importante que la sociedad se dé cuenta y no avale más este tipo de cosas. Que exija políticas de seguridad serias y no demagogia pura.

¿Cuál es la función de los organismos de Derechos Humanos ante estos casos?

Por suerte en nuestro país tenemos una trayectoria de organización en torno a los Derechos Humanos. Desde lo que pasó durante la dictatura militar, la emergencia de estos organismos se erigió como un lugar de denuncia, de resistencia, de disputa con los relatos oficiales. En ese sentido, los organismos de Derechos Humanos tenemos la obligación de acompañar a las víctimas y a sus familiares, y de demandar al Estado. Demandarlo penalmente, pero también demandar al Estado por la responsabilidad política que tiene en lo que ocurre. Siempre los organismos de Derechos Humanos debemos tener una mirada desconfiada del Estado, porque es él quien provoca esas violencias. Nosotros somos un organismo público. Somos parte, de alguna manera, de la estructura del Estado, pero funcionamos de forma autónoma y autárquica. Y reivindicamos ese lugar. Creemos que lo que hacemos es lo que el Estado tiene que hacer. Sin embargo, no respondemos a la línea gubernamental. Nunca. Tenemos independencia. El presidente de la Comisión es Adolfo Pérez Esquivel, está Norita Cortiñas también. Todos los miembros de la Comisión pertenecen a la sociedad civil y al movimiento de Derechos Humanos, y con esa lógica actuamos. Pero, de nuevo, nos reivindicamos como organismo del Estado y hacemos lo que el Estado tiene que hacer. Patrocinamos a las víctimas porque creemos que el Estado tiene que hacerlo.

Lo están haciendo ahora en Monte.

Lo estamos haciendo ahora en Monte, con la familia de Danilo y la de Camila. También estamos patrocinando a los familiares de las masacres en las comisarías de Esteban Echeverría y Pergamino. Es lo mínimo que tiene que hacer el Estado. No hay dispositivos de acompañamiento a las víctimas de violencia institucional. No hay una política seria con respecto a eso. Los papás de los chicos están devastados. Alguien tiene que acompañarlos, asistirlos. ¿Quiénes van a ser? ¿El servicio de salud mental? En el hospital, cuando fueron a retirar los cuerpos les dijeron barbaridades. A Yanina (madre de Camila), el médico le dijo: “Ah, acá está la mamá…si se le puede decir madre”. Al papá de Danilo le dijeron: “¿Para qué tenés diez hijos si no podés cuidar a uno?”. Eso es el Estado también. Creo que esa brutalidad es también responsabilidad del Gobierno. Por los discursos que enuncia. No desresponsabilizo al sujeto que lo hace, de todas formas. Pero, por otro lado, hay un discurso que lo habilita. Los medios de comunicación, muchos periodistas, reproducen esos discursos. Enseguida buscan la responsabilidad en las víctimas y en las familias. Pero en dónde hay que mirar, es al Estado. Un policía tiene un arma reglamentaria, que se la pagamos todos. Balas, que se las pagamos todos. Patrulleros, uniforme, sueldo. Responden al Estado. Son parte de su función pública. Entonces, el Estado está comprometido absolutamente. No es un problema de nombres propios, no son trece (la cantidad de detenidos por la masacre de Monte) los responsables. Penalmente, sí lo son. Pero hay responsabilidades políticas de las que el Estado se tiene que hacer cargo.

¿Qué políticas necesitaría la gente de Monte para comenzar a sentirse tranquila?

Ponerse a discutir la política de seguridad. Que le pregunten a la ciudadanía de Monte qué es lo que precisan. Pero además, que a las policías se las controlen. Que haya un control comunitario de la fuerza. Si las policías van a actuar en las municipalidades, si hay directores de Seguridad, también tiene que haber dispositivos de control y monitoreo. La policía tiene que rendir cuentas a la comunidad todo el tiempo. Nosotros hemos promovido consejos locales de prevención de la violencia institucional para darle atribuciones a ciertos sectores de la sociedad civil, para que puedan auditar a las policías. ¿Quién instruye a los policías? ¿Cuáles son los protocolos? Pidamos protocolos de actuación en la provincia de Buenos Aires. Y hay que discutir el tema del Estado policial. Porque, por ley, los policías tienen obligación de llevar el arma reglamentaria todo el tiempo. Están en estado policial las 24 horas. Muchas veces, las muertes por gatillo fácil son fuera de servicio. Alguien les intenta robar, entonces se defienden y matan. También hay femicidios. Nosotros registramos ocho por parte de policías con el arma reglamentaria.

 

¿Cuáles son los cambios que precisan la policía y el Estado para poder mejorar esta situación?

Hay que revertir absolutamente todo: profesionalizar las fuerzas, crear la policía judicial, o sea, separar a la policía de calle de la policía que investiga. Hay que crear las fiscalías de violencia institucional. Tiene que haber una dura política de control y transformación de las fuerzas de seguridad. Hay que tener una política de criminalidad que persiga a quienes controlan los mercados ilegales, que investigue el crimen organizado. Si vos vas a detener al que roba las ruedas del auto, pero no al que organiza el mercado de las autopartes, no vamos a resolver nunca el problema. Y muchas veces, en los que organizan ese mercado te encontrás con la policía. ¿La policía no sabe quiénes son los transas de un barrio? Sí, lo saben. Lo saben todos los vecinos. Lo sabe la policía, y los vecinos saben que la policía lo sabe. No van a ir a la comisaría a decir: “Che, a la vuelta de mi casa hay un transa”. ¿Qué podés hacer? ¿A dónde vas a denunciar? Estamos hablando de una democracia que se ha consolidado en Argentina, pero a la que le falta mucho para ser una democracia sustantiva. Hay una deuda pendiente muy grande con las políticas de seguridad, que no se han democratizado ni están al servicio de la construcción de la democracia.

 

Hace unos días, Patricia Bullrich fue entrevistada en un programa de televisión y, entre otras cosas, declaró que “antes, cuando la policía actuaba, aparecía un aparato ideológico como el CELS o Correpi, que lo condenaban por el simple hecho de ser policía”. ¿Qué opinión le merece?

Bullrich es una funcionaria importante en el gobierno nacional. Incluso se hablaba de cierta proyección de ella como candidata, por la buena política de seguridad que había tenido. La policía más dura, la mujer firme. Ella avaló a la Gendarmería en el caso de Santiago Maldonado. No se admitió ninguna responsabilidad de su parte. En el marco de un operativo represivo, donde el Estado estaba presente, se produce ese hecho. Aún convalidando la versión judicial de los hechos de que el cuerpo estuvo en el río, aún aceptando esa verdad judicial, ¿la responsabilidad del Estado no existe? En su construcción narrativa sobre la Correpi y el CELS, es notable que para ella los Derechos Humanos sean un aparato ideológico. En buena hora, porque siente que estamos, que somos quienes los controlamos. Ahora, no creo que puedan sostener este discurso. Me parece que la gente vota otra cosa cuando vota. Por suerte. Si no te alcanza la plata para comer, si hay desocupación, si hay pobreza, por más que llenes las calles de gendarmes y policías…la gente no tiene para comer. En la provincia de Buenos Aires, las políticas de promoción de la niñez son el 0,37 por ciento del presupuesto. El Ministerio de Seguridad tiene asignado el 8 por ciento. Con esos dos datos ya tenés cómo se ubica el Estado. A ver si revertimos…bueno, no propondría una política tan radicalizada como decir “vamos a tener 100 policías en toda la provincia”, pero si estuviera más equilibrado ese presupuesto, si gran parte del presupuesto en seguridad se destina a políticas sociales, a protección de derechos, quizás tendríamos una sociedad mucho más segura. La violencia social se acrecienta cuando aumenta la desigualdad social. Esa es la madre de todas las violencias. Si el Estado no lo ve y sólo se le ocurre reprimir las violencias que producen las desigualdades con más violencia, estamos en un problema: hay que advertir que la democracia así corre peligro.

 

¿La democracia corre peligro hoy en día?

Sí. No en los términos de que haya un golpe de Estado, de que no podamos elegir a nuestros gobernantes. Pero la democracia es la plena vigencia del orden normativo también. Acá se viola la Constitución todos los días. Si se violan los Derechos Humanos, se viola la democracia. Porque la democracia no es sólo un régimen, una forma de elegir a quienes nos gobiernan. Es otra cosa, tiene que estar vinculada con el acceso a derechos. No sólo los derechos políticos de votar, sino otro conjunto de derechos. No hay democracia plena sin plena vigencia de los Derechos Humanos.

La plaza de los pibes

La plaza de los pibes

Crónica de San Miguel del Monte luego del asesinato de cuatro jóvenes por parte de la policía. Fotos de Juli Ortiz / ANCCOM

“Siempre estábamos acá con ellos, todavía no caigo, es raro que no estén”, dice Lucas, de 15 años, en el corazón de la Plaza Alsina. Él era amigo de Danilo Sansone (13) y Gonzalo Rodríguez (14), masacrados junto a Aníbal Suárez (22) y Camila López (13) en la madrugada del 20 de mayo por la Policía Bonaerense tras una injustificada persecución. La única sobreviviente, Rocío Guagliarello (13), aún se encuentra en grave estado.

“La plaza es nuestro segundo hogar, donde cada día nos encontramos todos los chicos del pueblo”, cuenta Lucas. Punto neurálgico en esta localidad de 25 mil habitantes, es el lugar para exigir justicia por los cuatro chicos. Enfrente, la sede de la Municipalidad permanece rodeada por agentes de seguridad.

Yanina Zarzoso, mamá de Camila, agradece el apoyo de la gente: “Este respaldo es lo que me mantiene en pie”, afirma. Ante la pérdida de su hija, denuncia el destrato de las autoridades municipales: “La intendenta Sandra Mayol [del Frente Renovador] nos mintió desde el principio. Nunca se acercó a mi casa para hablar conmigo. Quiero justicia y que caigan los responsables. No voy a bajar los brazos”. Por el momento hay 13 detenidos, 12 de ellos policías más el secretario de Seguridad comunal, Claudio Martínez.

La concejala del PRO, Sandra Ferrandi, organizó una conferencia de prensa para expresar su postura ante la tragedia. Usando expresiones faciales calcadas a las de la gobernadora María Eugenia Vidal, la edil sostuvo: “Tuve la responsabilidad de salir a decir hace mucho tiempo lo que estaba pasando con la Policía. Nadie se hizo eco de lo que yo decía y hoy estamos lamentando cuatro víctimas”.

El concejal de Unidad Ciudadana, Fernando Mila, retrucó a la dirigente macrista: “No es momento de colgarse medallas. Además este hecho tiene que ver con la política de seguridad que impulsan las autoridades de la Provincia: ante la duda, tirar. Estas políticas pueden causar consecuencias desastrosas y lo que pasó en Monte es un ejemplo”.

La niebla y la gélida brisa acompañan el amanecer de un día pálido en San Miguel del Monte. Esquinas sin ochavas, fachadas añosas y las pintorescas boinas de algunos transeúntes retratan a uno de los pueblos más antiguos de la provincia, ubicado a 107 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.

Algunos pescadores comienzan a llegar a la desolada costanera de la laguna, el principal atractivo de la ciudad, con sus cañas y sus carnadas. En las calles persiste una fuerte presencia policial mientras los negocios empiezan a subir sus cortinas.

Uno de ellos es el almacén de Roberto, siempre acompañado por su loro Atahualpa. Con algo de recelo frente al equipo de ANCCOM, ofrece un saludo parco. Dice que durante la última semana la calma habitual ha desaparecido: “Lo que pasó con los chicos ha sido un golpe grande para la vida cotidiana. De ahora en más van a salir a la luz muchas cosas que antes no se sabían de la Policía”, asegura.

“Quizás se destapen varias ollas”, vaticina el locutor de Radio Monte, Lucas Ariel Rizzoli, en uno de sus descansos del aire de la FM 90.1. “Acá sabíamos cuáles eran los policías corruptos pero no teníamos pruebas. Además es gente que ubico del pueblo”, admite Rizzoli. En Monte casi todos se conocen. “La única forma que teníamos para filtrar este tipo de informaciones era través del humor. Tras el despido de toda la cúpula policial se contaron alrededor de 60 personas dispuestas a declarar”, precisa.

No todos piensan como él. Gabriela, una maestra de primaria, opina que “la gente tiene miedo a hablar. No quieren declarar porque si el que te tiene que cuidar te mata, es difícil exponerse”, razona. La dueña de un kiosco que no quiso dar su nombre para “no comprometer a su familia”, dice que tras el asesinato de los chicos “se trabajó menos y hay gente con temor de salir”.

A pesar de las aplastantes pruebas contra el accionar policial, hay vecinos que eligen apuntar a las víctimas, como Laura, propietaria de un comercio lindante a la iglesia, frente a la plaza: “Es una suma de responsabilidades, incluidas la de los padres. Deberían hacer un mea culpa. Eran chicos de 13 y 14 años que estaban en la calle a la madrugada. Yo tengo un nieto postizo de esa edad y a las ocho de la noche no está afuera de la casa”.

Cerca de allí, Silvia, empleada de una agencia de autos, describe a Monte como “un pueblo conservador, donde importa mucho el qué dirán”. Pero reconoce: “Nunca había visto tanta movilización en el pueblo. La movida más grande la hicieron los pibes en la plaza”.

Los pibes y las pibas hacen piruetas con sus bicicletas y patinetas que dejan boquiabiertos a propios y extraños. Otro grupito improvisa malabares con una pelota de fútbol naranja. La colectiva feminista Vivas organiza una pintada de remeras para protestar contra el gatillo fácil. El beat emerge desde el corazón de la plaza a través de unos poderosos parlantes y unos chicos rapean encima. “La diferencia entre nosotros es que yo disparo con mis palabras”, remata Demián Méndez, alias “Asima”, mirando a la distancia a los uniformados apostados en el Palacio Municipal.

“Hay que acompañar constantemente a los chicos para que puedan transformar la bronca a través del arte y la palabra. Hay varios que se manifiestan a través del rap y lo hacen excelente. Transmiten lo que les pasa, lo que sienten por lo que pasó y cómo extrañan a sus amigos”, sostiene Antonela Casale, referente de Vivas, y agrega: “Los pibes masacrados hoy se convirtieron en los hijos de todos nosotros. Esto no tendría que haber pasado nunca, pero tomemos esto como una forma de darnos cuenta de que el gatillo fácil y la doctrina Chocobar nos lleva a la muerte y a la injusticia”.

Hasta hace pocos días, Danilo Sansone y Gonzalo Rodríguez solían pasar las tardes en la plaza rapeando y andando en skate. Asima escribió una canción para homenajearlos y para despedirse de ellos, “Vuelen alto mis guerreros”, que dice así: “Yo siempre lo digo, van a ser todos testigos / la violencia no soluciona nada pero qué pasa si perdés un amigo / nada te lo devuelve, ni siquiera a los tiros / hoy fue gatillo fácil, ojalá que no le pase a algunos de los hijos que acá estamos parados / pidiendo justicia por todo lo que pasó / la verdad que los extraño / a veces cantamos demasiadas cosas / a veces estábamos ahí caminando por la laguna / como siempre mirando la luna / tratando de llegar a algún lugar / que ahora no van a estar pero vamos a cumplírselos de una”.

La Plaza Alsina ya no será la misma, será la plaza de Camila, Gonzalo, Aníbal y Danilo: será para siempre la plaza de los pibes.

“¡Se va a acabar, esa costumbre de matar!”

“¡Se va a acabar, esa costumbre de matar!”

Nora Coriñas y Sergio Maldonado participaron de la marcha a Plaza de Mayo para reclamar justicia por los cuatro adolescentes asesinados por la policía en San Miguel del Monte.

La marcha fue convocada a última hora. Los acontecimientos obligaron a hacerlo. Por Danilo, Gonzalo, Camila y Aníbal. Sus deseos, sus ilusiones, sus proyectos y todas las otras cosas que no podrán ser más. Emilia Vasallo, Nora Cortiñas, Mónica Alegre, Sergio Maldonado y madres cuyos hijos fueron víctimas del gatillo fácil encabezaron la marcha. Caminaron con rapidez, muchos con lágrimas en los ojos. Las calles retumbaron ante el grito colectivo: “¡Se va a acabar, esa costumbre de matar!”.

El domingo en la madrugada cinco jóvenes de entre 13 y 22 años de San Miguel del Monte, en la provincia de Buenos Aires, salieron a dar una vuelta en auto. En una colectora, la policía empezó a perseguirlos y dispararles y el auto, fuera de control, chocó contra un camión. Cuatro pibes perdieron la vida y una aún lucha por la suya.

La Bonaerense intentó hacer pasar el suceso como un accidente y los efectivos presentaron los cargadores de las armas con la munición completa. Sin embargo, el peso de las pruebas dio vuelta el caso cuando uno de los peritajes mostró que uno de los cuerpos tenía un impacto de bala. Siete policías de la comisaría local se encuentran presos, de los trece que fueron desplazados de sus funciones.

Ayer, en Plaza de Mayo, el mensaje era uno solo: “Pedimos que dejen de matar a los chicos”. “La doctrina Chocobar y del gatillo fácil avala estos hechos y el Ministerio de Seguridad permite que estas cosas pasen. Es algo sistemático y no son casos aislados”, afirmó una mujer que marchaban al frente de la columna. “Las víctimas de esto son los chicos pobres, los que viven en las villas, los pibes que hacen lo que pueden con su vida para sobrevivir”, añadió.

De los 13 policías sospechados que fueron desplazados de sus funciones, siete se encuentran detenidos.

Guillermo Alberto Lorusso y Ana María Parnasse, integrantes de Ex Detenidos Desaparecidos, miraban desde el Cabildo hacia la plaza. “El incremento de la represión que tiene como objetivo acallar la protesta que cunde por todos lados, por la enormidad de injusticias que se están viviendo”, subrayó Lorusso. Según él, la raíz del problema es la vía libre a las fuerzas represivas que lleva a que se cometan hechos que no tienen que ver directamente con aquello que quieren reprimir: “La matanza de estos chicos no es un hecho político, pero sí tiene consecuencias políticas. Así que nuestra respuesta es política. Esta protesta es un anuncio de que no vamos a dejar pasar estas cosas. Vamos a estar peleando por la justicia que se nos debe”, sostuvo.

Las madres organizadoras de la Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil encabezaron la movilización de ayer. Emilia Vasallo, madre de Pablo “Paly” Alcorta, fusilado por la policía, fue una de las oradoras. “Nos concentramos hoy por la rabia y el dolor que tenemos. Hoy nos congregamos por los pibes de San Miguel del Monte y por los más de 6.000 asesinados por el gatillo fácil”, remarcó en diálogo con ANCCOM. “Todos esos jóvenes merecían vivir y sus vidas valen lo mismo que otras”, dijo y completó: “Nos asesinan chicos de 11 años, como hicieron con Facundo en Tucumán. Nos matan un pibe cada 21 horas y no tenemos otra forma de reclamar porque la justicia siempre está del lado de las fuerzas de seguridad”.

“¿Qué lugar queda para la justicia?”, grita Mónica Alegre, madre de Luciano Arruga, frente al micrófono. “La justicia no existe en un sistema donde nos matan, donde nos explotan. Sin embargo peleamos y seguimos luchando en las calles. Tenemos fe porque creemos que merecemos vivir en una sociedad justa para todos”.