Los sonidos de la basura

Los sonidos de la basura

Hacelo Sonar busca un regreso a lo artesanal y a un encuentro genuino con el otro. Curiosear, reutilizar y trabajar con las manos son los ejes de este proyecto musical. Una de sus propuestas son los talleres gratuitos para niños, jóvenes y familias. “Hacemos una introducción al principio sonoro. Los invitamos a experimentar nuestra metodología para armar instrumentos. Les ofrecemos materiales y a partir de ellos les preguntamos cómo los podríamos hacer sonar o qué otros objetos necesitamos para lograr el sonido esperado”, explica Juan Lamouret, uno de los seis amigos, músicos y docentes que crearon este colectivo de educación no formal.

Una botella de plástico puede producir diversos sonidos y cumplir distintas funciones. Un caño de PVC con un globo atado en la punta y un broche de ropa, se convierte en un “lobonete”, como lo llamaron. Los talleres de Hacelo Sonar se dividen en tres momentos: la exploración, el hacer y el sonar. “Desde las ideas de los chicos, que son los protagonistas, se llega a un instrumento”, cuenta Lamouret. El objetivo es generar un espacio donde todos aporten su visión, interactúen y pongan en común sus ocurrencias. “Lo que nos interesa es que el resultado final sea el fruto de la creación colectiva”, expresa Luis Miraldi.

integrantes de Hacelo Sonar

«Hacelo Sonar busca un regreso a lo artesanal y a un encuentro genuino con el otro. Curiosear, reutilizar y trabajar con las manos son los ejes de este proyecto musical».

Creatividad, trabajo en equipo, explorar, jugar. Cuando concluye la etapa de la realización, comienza el hacer sonar. Hay una dirección musical básica que guía a una interpretación en conjunto, para que puedan probar los instrumentos. Y al final, los chicos se los llevan a sus casas. La única forma de conseguir las creaciones de Hacelo Sonar es participando en uno de sus talleres. “Es nuestro imperativo. Muchas veces nos preguntan: ‘¿Dónde los venden? ¡Yo quiero uno!’. Pero no hay productos terminados tipo souvenir. Les decimos: ‘Tengo los materiales, vení y hacételo’”, precisa Lamouret. De allí viene el nombre del proyecto. “Después nos escriben y nos dicen: ‘Mi hijo sigue llevando la guitarra a los actos de la escuela’ o ‘el bombo sigue sonando, lo llevamos a una marcha’”, agrega Miraldi, riéndose.

En 2008, presentaron su proyecto en la Secretaría de la Cultura de la Nación (hoy Ministerio) y fue aprobado. Gracias a eso pudieron llevar sus talleres a escuelas, barrios y comedores de Buenos Aires, viajaron por todas las provincias del país y participaron cinco años consecutivos en Tecnópolis. También fabrican instrumentos de mayor complejidad, como los que hicieron para la orquesta de la Escuela Normal N° 4 de Caballito.

«El objetivo es generar un espacio donde todos aporten su visión, interactúen y pongan en común sus ocurrencias».

Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento, pero ninguno tenía conocimientos previos de carpintería, luthería o máquinas. “Cuando arrancamos no teníamos mucha idea de nada. Fue complementarnos entre nosotros y una búsqueda permanente, y eso es lo que tratamos de llevar a la gente” relata Miraldi y añade: “Nunca pensé llegaríamos a hacer algo así, en 2008 me parecía que era algo para gente de otro nivel”.

“Nosotros, para contarlo, también lo tenemos que vivenciar. Y la mejor forma de aprender algo es haciéndolo, de ahí nuestra propuesta”, subraya Lamouret. Los amigos recuerdan una anécdota que sucedió en un encuentro donde uno de los participantes era ciego. Al principio, pensaron que iban a tener que cambiar la dinámica, para que él pudiera participar, pero se dieron cuenta que no era necesario. “Pudimos visualizar que era un taller en el que podía participar cualquiera, no había que adaptarlo”, señala Lamouret.

Utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta. Ningún material es descartado. La idea de utilizar objetos reciclables surgió de la necesidad de hacer la música accesible a todo el mundo. Que sean elementos cotidianos y que no haya una restricción económica que los imposibilite a hacer música, a explorar, jugar y conectarse con el otro. “En esa rueda del reciclado, resignificamos esos materiales que van a ir al descarte para transformarlos en un proyecto social o cultural”, dice Lamouret.

Ya han editado un libro donde comparten los fundamentos teóricos y pedagógicos de su propuesta y el año pasado se convirtieron en asociación civil. Su sueño es convertir el espacio propio que tienen en la calle Melo 195, en el barrio de La Boca, en un centro cultural, un lugar donde puedan combinar sus talleres tradicionales con otros de teoría musical, luthería y con distintas representaciones artísticas.

Uno de los creadores de Hacelo Sonar. Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento.

Uno de los creadores de Hacelo Sonar. Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento.

 

En el taller utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta.

En el taller utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta.

 

Actualizada 09/05/2017

Sin desperdicio

Sin desperdicio

Articulación y fortalecimiento para asociaciones civiles y cooperativas que trabajan con la separación de residuos. Con esos dos objetivos, la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE) y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires llevan adelante un convenio que busca consolidar el rol de las organizaciones sociales que intervienen en los procesos de reciclaje. Lorena Pastoriza, una de las fundadoras de la cooperativa Bella Flor, que tiene una de sus plantas ubicadas dentro de uno de los complejos ubicado al costado del Camino del Buen Ayre, señala: “La Universidad es un interlocutor,  funcionó en hacer entre nosotros y la empresa un puente de comunicación, de ideas y de trabajo”.

 Muchas organizaciones sociales trabajan con la separación de basura y su posterior reciclaje. Ante esa realidad, un equipo de especialistas de la UBA, nucleados en el marco de un convenio suscripto entre la Facultad de Ciencias Sociales y la empresa, interviene en el polo de residuos más grande de América Latina, ubicado en la localidad bonaerense de José León Suárez, donde se reciben 17 mil toneladas de desechos diarios. La iniciativa busca elaborar propuestas para colaborar con el proceso de consolidación de las experiencias de gestión asociada entre las organizaciones sociales y el CEAMSE,  que es propiedad de los estados bonaerense y porteño.

 En la Ciudad de Buenos Aires esta empresa pública posee las plantas de Flores, Pompeya y Colegiales que recolectan la basura generada en la Capital. Por su parte, en  José León Suárez están los Complejos Norte I, II y III que reciben esos desperdicios y también los generados por algunos partidos del Conurbano. A partir de la situación económica y social generada por las políticas implementadas en la década del 90, los vecinos de las zonas aledañas a dichos complejos comenzaron a subir a los rellenos sanitarios en búsqueda de comida. Ante esa situación, desde 2004,  se comenzaron a elaborar proyectos productivos para armar plantas de reciclajes que contemplaran tanto a las tareas de las personas que ingresaban al predio como los objetivos del CEAMSE.  

Actualmente, son doce las plantas recicladoras administradas por organizaciones sociales que tienen, cada una, su propio convenio con la empresa y que congregan a 800 trabajadores. Diez se encuentran dentro de los viejos rellenos: una en Norte I y las otras nueve en el sector más importante, Norte III, llamado comúnmente “Reciparque”.

Muchas organizaciones sociales trabajan con la separación de basura y su posterior reciclaje.

 Marcela Pozzuoli trabaja en CEAMSE desde 1993 y actualmente es jefa del Departamento de Plantas de Reciclaje. Destaca que la empresa es consecuente con la política de responsabilidad social adoptada, que está relacionada con el desarrollo de un proyecto medioambiental pero que además asume un lado social: “CEAMSE no fue ajeno a la realidad circundante que había. Nunca se dudó que se debía trabajar con la gente que vivía de separar basura manualmente”, explica.

 En este escenario complejo es donde el equipo de profesionales de la UBA interviene en la implementación de un programa que busca fortalecer a cada una de las organizaciones sociales que administran las plantas de reciclaje, tanto en el aspecto productivo como en el organizativo. El convenio fue planificado por un año: en julio de 2016 se comenzó con el proceso de inserción y diagnóstico de las organizaciones y hoy en día se lleva adelante la segunda etapa, de implementación de propuestas técnicas y organizativas.

Diego Brancoli, docente en la Carrera de Trabajo Social de la UBA, es el coordinador de la asistencia técnica del proyecto, en el cual se trabaja de forma interdisciplinaria para obtener una mirada integral del proceso. El grupo de profesionales está compuesto por trabajadores sociales, ecólogos, un biólogo, un ingeniero, una comunicadora social, un antropólogo y un especialista en seguridad e higiene. Brancoli señala cuál fue la tarea de la Facultad al intervenir en la relación que existía entre CEAMSE y las organizaciones:“La idea es que se encuentren canales a esa relación, canales de acuerdo y de respeto. Nosotros tratamos de aportar ideas, desde lo metodológico, y de cuestiones más conceptuales”.

Pozzuoli también se refiere a la intervención de la Facultad: “Hay un momento que sin querer perdemos de vista ciertas cosas que nos resultan cotidianas al ojo. La Universidad lo que hace es volvernos un poco al eje. De alguna manera, la imparcialidad que tiene la Facultad es la de ser un actor nuevo en un proceso que viene desde hace muchos años”.

Cada día, los 800 trabajadores reciclan una tonelada del total de residuos que recibe el CEAMSE. Una de las propuestas del equipo de profesionales de la UBA consiste en aprovechar mejor la infraestructura ya instalada en las plantas para poder avanzar hacia un menor enterramiento de basura. “Quizás a veces con el trabajo manual no se terminaba utilizando todo lo que la tecnología nos podía dar. Entonces tratamos de redefinir puestos en la cinta y redefinir un poco qué se separa y cómo”, señala Pozzuoli.

 Para mejorar la productividad, también se han mantenido reuniones con algunos municipios para acordar programas de separado de origen, que simplificarían el trabajo y mejorarían las condiciones laborales de los recicladores. Respecto a estas posibilidades,  Pastoriza piensa que “cada tonelada que nosotros trabajemos en mejores condiciones, van a ser toneladas que no se entierren, implicando más espacio para el CEAMSE y menos contaminación”.

Además,  durante el tiempo de intervención que llevan los especialistas de la Facultad se ha conformado una radio dentro del “Reciparque”,  se han hecho capacitaciones sobre la importancia de la utilización de los elementos de seguridad e higiene en el trabajo y se han actualizado los reglamentos internos en las plantas. También, se ha planteado crear una diplomatura en la Universidad sobre plantas sociales basada en esta experiencia, e inclusive este año empezó a madurar la idea de armar una escuela primaria y abrir una salita de atención primaria dentro del predio. “Imaginamos un Reciparque como un faro de modelo de gestión de residuos, porque creemos que esto se va a ir replicando, sobre todo en los municipios. Así que es un camino que va a seguir recorriendo CEAMSE y las plantas”, cierra Brancoli.

 

Actualizado 01/03/17