“Vivo dentro del lenguaje”

“Vivo dentro del lenguaje”

Llegamos. Una puerta de color rojizo adornada con una media luna y una ventana en el medio con la cara de la escritora dibujada indicaba que algo fantástico nos esperaba: un espacio consagrado a la literatura. 

La autora de Aquí pasan cosas raras, El mañana, Zoorpresas zoológicas, Conversación con las máscaras, entre otras obras, nos invita a pasar. Una casa-cofre de recuerdos en la que se pueden explorar vivencias, viajes, escritos, relatos y mucho encanto. 

Luisa explica el protocolo —por el malvado SARS-CoV-2—, y una vez que tomamos los recaudos correspondientes sacamos todo el material para poder realizar la entrevista. Valenzuela nos guía hacía el lugar en donde pasaremos la mañana de uno de los últimos días otoñales. Entre cafés, bizcochuelo casero, y custodiadas por la atenta mirada de las máscaras de los tres Reyes Magos, empezó a contar la historia de cómo el microrrelato llegó a su vida sin saber que eso que había escrito era un microrrelato. 

“A principios de los años noventa, hubo un gran Congreso en Salamanca de Literatura Hispanoamericana en donde yo tenía que participar de una mesa de cuentos. Veo una [mesa] sobre microrrelatos, y me digo qué interesante, qué será esto. Lo dirigía Francisca Noguerol, una de las grandes profesoras de Salamanca. Ella hacía su ponencia, explicaba lo del microrrelato, toda la teoría que se estaba gestando en esa época. Y citan un cuento mío que se vuelve emblemático, un cuento de 1967 que se llama El abecedario. Empiezo a interesarme, a mirarlo como género y a aprender un poco de la teoría”, recuerda Valenzuela. 

El microrrelato, como su palabra lo indica, es breve, conciso y deja que el lector complete la parte que falta. La cotidianidad está colmada de pequeños detalles, y ahí es donde cobra vida. Una palabra, un objeto, un animal pueden ser los protagonistas de estas pequeñas historias que dejan mucho en la vida del lector cuando lo lee por primera vez. La autora dice: “Dos cosas lográs con el microrrelato. Primero, no te da miedo porque es corto, no sentís que sea apabullante. Segundo, tenes que prestar mucha atención a las palabras, los vocablos y a los puntos y aparte, a toda la puntuación”.

“El microrrelato es la cosa más linda de la tierra porque esa misma gente: novelistas, cuentistas, ensayistas, cuando hacemos microrrelatos nos convertimos en otra persona mucho más jocosa, juguetona. Hay una cosa lúdica, muy literaria y una pasión por la literatura que también está en todo escritor, pero con el microrrelato está latente. Hay mucha atención al lenguaje”, agrega. 

La habitación 201 

El tiempo parece detenido en ese rincón del hogar donde disfrutamos el desayuno. Bajo la mesita de vidrio asomaba una sirena de cerámica tratando de ver a las extrañas que estaban sentadas ahí. Si miraba al techo podía ver un tucán pispiando lo que anotaba. A mis espaldas se percibía una leve brisa que las máscaras de Luisa soplaban como un llamado. Porque Luisa colecciona máscaras de todo tipo que condensan cada uno de sus recorridos.

Luisa está acostumbrada a vivir con esos seres extraños. Ella habla y cuenta una anécdota tras otra. Esos viajes que ha realizado por el mundo se potencian en sus relatos fantásticos. Tal es así, que entre café y café cuenta cómo nació la serie de microrrelatos relacionados con la habitación de los hoteles que tiene como número 201. 

“Hubo un Congreso en Enchanted, Suiza. En estos Congresos se genera el carrusel de microrrelatos. Al final de los Congresos muchos de los microrelatistas, en una mesa larga, empiezan a leer. En una punta de esa mesa larga estaba David Roas, que es un especialista en microrrelato catalán. Lee un microrrelato diciendo que en una gira por España le tocó varias veces la habitación 201, a la tercera vez que le tocó no sé animo a entrar. Cuando entra no le pasa nada, y dice maldita realidad, ese es el microrrelato”, cuenta Luisa. 

Y continúa: “Llega mi turno, estaba en la otra punta de la mesa y digo, yo estoy viviendo una ficción de David Roas porque estoy en el Hotel Enchanted en la habitación 201. Y así se empezó a generar la serie 201. Me encuentro con mi editor italiano que acababa de publicar un libro mío y salimos de gira. Me tocó tres veces la habitación 201, en Italia. Entonces, escribo el primer microrrelato de la 201 que dice que en todos los hoteles antiguos de Europa como no pueden construir más hay una habitación de uso múltiple que entran universos en el multiverso. A la mañana siguiente todos se saludan con cierta distancia sin saber que durmieron todos en la misma cama”.

“Esto lo inició David Roas, luego lo tomé yo y sigue y sigue”, añade la escritora.  

La niñez

Le preguntamos a Luisa si los niños podían acceder al microrrelato, si lo podían contar o escribir, y cómo podían acceder al género. La escritora dice que “primero hay que enseñarle a los profesores sobre el microrrelato”.

“En una época no se le podían contar a los chicos cosas que les den miedo. El escritor y psicólogo Bruno Bettelheim descubre que es necesario. Necesitan el miedo para saber que los monstruos están afuera, que no son propios. Ellos creen que todo es tuyo, y no. Son cosas que están afuera, y ahí las combatís”, explica Valenzuela.

“Los niños pueden contar sus miedos. Poco a poco los vas llevando a tener conciencia de eso, y después pueden expresar con pocas palabras cosas internas. Es la conciencia del peso de las palabras. Ponés acá tal palabra, y si pusieras esta u otra que es lo mismo, te da otra connotación, podés mirarlo por otro lado. Jerome Bruner, psicólogo norteamericano del conocimiento que trabajó mucho con la niñez, decía que a los chiquitos les sorprendía lo inhabitual, lo inusual. Por ejemplo: en lugar de soplar las velitas de cumpleaños, le tiran un vaso de agua. Al chico enseguida le sorprende y le llama la atención. Eso es lo que hace el cuento, te hace pensar desde otro lugar, es lo que llamamos pensamiento lateral. Es interesante en los pequeños porque los llevás a no pensar por el camino trillado”, comenta en detalle Luisa.

Periodismo y literatura

Luisa Valenzuela dio sus primeros pasos como periodista en la revista 15 abriles. Luego, pasó por los diarios Clarín, El Mundo, La Nación; y, también, escribió para diversos diarios y revistas latinoamericanas. Nos cuenta que en junio de este año un día se despertó y le cayó una novela que va a salir en octubre.

Nace a raíz de un cuento que había escrito un mes antes, incorporé todo el trabajo de experiencia en el área de investigación que venía haciendo en esos meses. Así, armé esta novela rapidísimo, y convencí a la editorial que en lugar de publicar mi libro de las pestes, publique ese antes. Se llama Fiscal muere, es un libro policial”, adelantó la escritora.

A raíz de esta nueva publicación de contenido periodístico, le consultamos si el periodismo y la literatura pueden ir de la mano. Ella responde que “la literatura y el periodismo no pueden ir de la mano porque son dos maneras de mirar el mundo. Dos maneras de trabajar con la lengua y la información. Al periodismo lo tenés que ver horizontalmente, tenés los datos, hay que trabajar con esos datos y conjugarlos”, asegura Luisa.

“En la literatura la mirada es vertical, tenés que penetrar en el lenguaje, escribir lo que no sabés sobre lo que sabés. En el periodismo tenés que escribir sobre lo que sabés. Recabás la información. A veces uno ayuda al otro. Cuando escribí La máscara sarda, el profundo secreto de Perón, me ayudó mucho el periodismo para hacerlo rápido y la cancha que tenía con la investigación”, agrega.

Carnaval toda la vida

Luisa, en su casa del Bajo Belgrano, atesora una impresionante colección de máscaras de todos los continentes. Están agrupadas por región y cada una cuenta una historia particular, las rodean bibliotecas llenas de libros que desbordan los estantes. 

La sala, que parece un museo, está cercada por un extenso jardín que le da aire a ese asombroso lugar repleto de naturaleza en medio de una ciudad. Ahí se respira historia antigua, mitos y los espíritus de los pueblos originarios. La de Luisa es una vida puesta al servicio de la literatura. No sabe exactamente cuándo comenzó su afición por las máscaras, y tampoco se acuerda cuál fue la primera. Siempre coleccionó, asegura, lo que le atraía de esos otros mundos.

Premios y reconocimiento

“Como mujer he tenido éxito afuera, que también es difícil. Hay una memoria argentina que a mí me preocupa mucho, y mucho más allá de lo mío, el círculo que a mí me interesa sí me reconoce, pero me preocupan mucho todos esos grandes escritores que quedan en el olvido. Inventé para PEN (poetas, ensayistas, narradores) un diccionario de escritores argentinos. Tenemos mil nombres. Quiero involucrar a todas las provincias, pero para que vean que tenemos un acervo literario enorme”, reflexiona Luisa.

Y ocurre algo inesperado en esta Era digital. El avance de la tecnología, la conectividad, los tiempos breves de la cultura, combinados al uso de las redes sociales en las que se accede a lecturas rápidas y fragmentadas, interpela a la sociedad en su máxima expresión. Preferimos leer mucho en poco tiempo, contestar mensajes, abrir el mail, bajar algún libro corto o responder un llamado. Es ahí donde el microrrelato cobra impulso y se hace cada vez más fuerte, se mete de a poquito en las lecturas cotidianas y va teniendo más seguidores.

Entrar al santuario del microrrelato es como ese jardín biblioteca-casa-museo. Todo en uno. Un mundo dentro de otros que en la brevedad del mañana ya no te deja escapar.

Por cierto, Luisa es la primera mujer en ganar el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria, en 2019, unos meses antes de que las máscaras se transformaran en barbijos.

Junto a Sandra Bianchi y Ramón Alfredo Blanco, seleccionarán textos realizados por estudiantes de sexto grado de nivel primario hasta cuarto año del secundario de las escuelas de todo el país,  hasta el próximo 10 de noviembre, en este Primer Concurso de microrrelatos. Las y los participantes deberán asumir el desafío de no pasar la extensión máxima de 150 palabras incluyendo el título. Dicen que lo bueno y breve es dos veces más bueno.

“Vivo dentro del lenguaje”

“Vivo dentro del lenguaje”

Llegamos. Una puerta de color rojizo adornada con una media luna y una ventana en el medio con la cara de la escritora dibujada indicaba que algo fantástico nos esperaba: un espacio consagrado a la literatura. 

La autora de Aquí pasan cosas raras, El mañana, Zoorpresas zoológicas, Conversación con las máscaras, entre otras obras, nos invita a pasar. Una casa-cofre de recuerdos en la que se pueden explorar vivencias, viajes, escritos, relatos y mucho encanto. 

Luisa explica el protocolo —por el malvado SARS-CoV-2—, y una vez que tomamos los recaudos correspondientes sacamos todo el material para poder realizar la entrevista. Valenzuela nos guía hacía el lugar en donde pasaremos la mañana de uno de los últimos días otoñales. Entre cafés, bizcochuelo casero, y custodiadas por la atenta mirada de las máscaras de los tres Reyes Magos, empezó a contar la historia de cómo el microrrelato llegó a su vida sin saber que eso que había escrito era un microrrelato. 

“A principios de los años noventa, hubo un gran Congreso en Salamanca de Literatura Hispanoamericana en donde yo tenía que participar de una mesa de cuentos. Veo una [mesa] sobre microrrelatos, y me digo qué interesante, qué será esto. Lo dirigía Francisca Noguerol, una de las grandes profesoras de Salamanca. Ella hacía su ponencia, explicaba lo del microrrelato, toda la teoría que se estaba gestando en esa época. Y citan un cuento mío que se vuelve emblemático, un cuento de 1967 que se llama El abecedario. Empiezo a interesarme, a mirarlo como género y a aprender un poco de la teoría”, recuerda Valenzuela. 

El microrrelato, como su palabra lo indica, es breve, conciso y deja que el lector complete la parte que falta. La cotidianidad está colmada de pequeños detalles, y ahí es donde cobra vida. Una palabra, un objeto, un animal pueden ser los protagonistas de estas pequeñas historias que dejan mucho en la vida del lector cuando lo lee por primera vez. La autora dice: “Dos cosas lográs con el microrrelato. Primero, no te da miedo porque es corto, no sentís que sea apabullante. Segundo, tenes que prestar mucha atención a las palabras, los vocablos y a los puntos y aparte, a toda la puntuación”.

“El microrrelato es la cosa más linda de la tierra porque esa misma gente: novelistas, cuentistas, ensayistas, cuando hacemos microrrelatos nos convertimos en otra persona mucho más jocosa, juguetona. Hay una cosa lúdica, muy literaria y una pasión por la literatura que también está en todo escritor, pero con el microrrelato está latente. Hay mucha atención al lenguaje”, agrega. 

La habitación 201 

El tiempo parece detenido en ese rincón del hogar donde disfrutamos el desayuno. Bajo la mesita de vidrio asomaba una sirena de cerámica tratando de ver a las extrañas que estaban sentadas ahí. Si miraba al techo podía ver un tucán pispiando lo que anotaba. A mis espaldas se percibía una leve brisa que las máscaras de Luisa soplaban como un llamado. Porque Luisa colecciona máscaras de todo tipo que condensan cada uno de sus recorridos.

Luisa está acostumbrada a vivir con esos seres extraños. Ella habla y cuenta una anécdota tras otra. Esos viajes que ha realizado por el mundo se potencian en sus relatos fantásticos. Tal es así, que entre café y café cuenta cómo nació la serie de microrrelatos relacionados con la habitación de los hoteles que tiene como número 201. 

“Hubo un Congreso en Enchanted, Suiza. En estos Congresos se genera el carrusel de microrrelatos. Al final de los Congresos muchos de los microrelatistas, en una mesa larga, empiezan a leer. En una punta de esa mesa larga estaba David Roas, que es un especialista en microrrelato catalán. Lee un microrrelato diciendo que en una gira por España le tocó varias veces la habitación 201, a la tercera vez que le tocó no sé animo a entrar. Cuando entra no le pasa nada, y dice maldita realidad, ese es el microrrelato”, cuenta Luisa. 

Y continúa: “Llega mi turno, estaba en la otra punta de la mesa y digo, yo estoy viviendo una ficción de David Roas porque estoy en el Hotel Enchanted en la habitación 201. Y así se empezó a generar la serie 201. Me encuentro con mi editor italiano que acababa de publicar un libro mío y salimos de gira. Me tocó tres veces la habitación 201, en Italia. Entonces, escribo el primer microrrelato de la 201 que dice que en todos los hoteles antiguos de Europa como no pueden construir más hay una habitación de uso múltiple que entran universos en el multiverso. A la mañana siguiente todos se saludan con cierta distancia sin saber que durmieron todos en la misma cama”.

“Esto lo inició David Roas, luego lo tomé yo y sigue y sigue”, añade la escritora.  

La niñez

Le preguntamos a Luisa si los niños podían acceder al microrrelato, si lo podían contar o escribir, y cómo podían acceder al género. La escritora dice que “primero hay que enseñarle a los profesores sobre el microrrelato”.

“En una época no se le podían contar a los chicos cosas que les den miedo. El escritor y psicólogo Bruno Bettelheim descubre que es necesario. Necesitan el miedo para saber que los monstruos están afuera, que no son propios. Ellos creen que todo es tuyo, y no. Son cosas que están afuera, y ahí las combatís”, explica Valenzuela.

“Los niños pueden contar sus miedos. Poco a poco los vas llevando a tener conciencia de eso, y después pueden expresar con pocas palabras cosas internas. Es la conciencia del peso de las palabras. Ponés acá tal palabra, y si pusieras esta u otra que es lo mismo, te da otra connotación, podés mirarlo por otro lado. Jerome Bruner, psicólogo norteamericano del conocimiento que trabajó mucho con la niñez, decía que a los chiquitos les sorprendía lo inhabitual, lo inusual. Por ejemplo: en lugar de soplar las velitas de cumpleaños, le tiran un vaso de agua. Al chico enseguida le sorprende y le llama la atención. Eso es lo que hace el cuento, te hace pensar desde otro lugar, es lo que llamamos pensamiento lateral. Es interesante en los pequeños porque los llevás a no pensar por el camino trillado”, comenta en detalle Luisa.

Periodismo y literatura

Luisa Valenzuela dio sus primeros pasos como periodista en la revista 15 abriles. Luego, pasó por los diarios Clarín, El Mundo, La Nación; y, también, escribió para diversos diarios y revistas latinoamericanas. Nos cuenta que en junio de este año un día se despertó y le cayó una novela que va a salir en octubre.

Nace a raíz de un cuento que había escrito un mes antes, incorporé todo el trabajo de experiencia en el área de investigación que venía haciendo en esos meses. Así, armé esta novela rapidísimo, y convencí a la editorial que en lugar de publicar mi libro de las pestes, publique ese antes. Se llama Fiscal muere, es un libro policial”, adelantó la escritora.

A raíz de esta nueva publicación de contenido periodístico, le consultamos si el periodismo y la literatura pueden ir de la mano. Ella responde que “la literatura y el periodismo no pueden ir de la mano porque son dos maneras de mirar el mundo. Dos maneras de trabajar con la lengua y la información. Al periodismo lo tenés que ver horizontalmente, tenés los datos, hay que trabajar con esos datos y conjugarlos”, asegura Luisa.

“En la literatura la mirada es vertical, tenés que penetrar en el lenguaje, escribir lo que no sabés sobre lo que sabés. En el periodismo tenés que escribir sobre lo que sabés. Recabás la información. A veces uno ayuda al otro. Cuando escribí La máscara sarda, el profundo secreto de Perón, me ayudó mucho el periodismo para hacerlo rápido y la cancha que tenía con la investigación”, agrega.

Carnaval toda la vida

Luisa, en su casa del Bajo Belgrano, atesora una impresionante colección de máscaras de todos los continentes. Están agrupadas por región y cada una cuenta una historia particular, las rodean bibliotecas llenas de libros que desbordan los estantes. 

La sala, que parece un museo, está cercada por un extenso jardín que le da aire a ese asombroso lugar repleto de naturaleza en medio de una ciudad. Ahí se respira historia antigua, mitos y los espíritus de los pueblos originarios. La de Luisa es una vida puesta al servicio de la literatura. No sabe exactamente cuándo comenzó su afición por las máscaras, y tampoco se acuerda cuál fue la primera. Siempre coleccionó, asegura, lo que le atraía de esos otros mundos.

Premios y reconocimiento

“Como mujer he tenido éxito afuera, que también es difícil. Hay una memoria argentina que a mí me preocupa mucho, y mucho más allá de lo mío, el círculo que a mí me interesa sí me reconoce, pero me preocupan mucho todos esos grandes escritores que quedan en el olvido. Inventé para PEN (poetas, ensayistas, narradores) un diccionario de escritores argentinos. Tenemos mil nombres. Quiero involucrar a todas las provincias, pero para que vean que tenemos un acervo literario enorme”, reflexiona Luisa.

Y ocurre algo inesperado en esta Era digital. El avance de la tecnología, la conectividad, los tiempos breves de la cultura, combinados al uso de las redes sociales en las que se accede a lecturas rápidas y fragmentadas, interpela a la sociedad en su máxima expresión. Preferimos leer mucho en poco tiempo, contestar mensajes, abrir el mail, bajar algún libro corto o responder un llamado. Es ahí donde el microrrelato cobra impulso y se hace cada vez más fuerte, se mete de a poquito en las lecturas cotidianas y va teniendo más seguidores.

Entrar al santuario del microrrelato es como ese jardín biblioteca-casa-museo. Todo en uno. Un mundo dentro de otros que en la brevedad del mañana ya no te deja escapar.

Por cierto, Luisa es la primera mujer en ganar el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria, en 2019, unos meses antes de que las máscaras se transformaran en barbijos.

Junto a Sandra Bianchi y Ramón Alfredo Blanco, seleccionarán textos realizados por estudiantes de sexto grado de nivel primario hasta cuarto año del secundario de las escuelas de todo el país,  hasta el próximo 10 de noviembre, en este Primer Concurso de microrrelatos. Las y los participantes deberán asumir el desafío de no pasar la extensión máxima de 150 palabras incluyendo el título. Dicen que lo bueno y breve es dos veces más bueno.

Una Guía Té surrealista

Una Guía Té surrealista

Explicar este proyecto no es tarea fácil, se corre el riesgo de que no sea comprendido, o que algún lector ansioso por las noticias del día se tome la cuestión a la ligera. Pero los casos que pasan por el programa de Anabela Ascar, en Crónica TV, existen más allá de la pantalla y “Guía Té” es una de las tantas rarezas que se presentaron en ese canal para desplegar su universo kitsch.

Su creador se llama André Demichelis, tiene 30 años, alguna vez fue estudiante de Comunicación Social, colectivero efímero y, ante todo, es un buscavidas. Oriundo de Wilde, hoy vive en Congreso y adquirió fanatismo por escribir microrrelatos ficcionales sobre distintas líneas de colectivos, luego de un breve paso como chofer de la línea 24 que une Wilde con Villa del Parque, cuando tenía 20 años. También cuenta con otra experiencia como conductor: un solo viaje en la línea 41, de Boedo a Munro, pero sin llegar a destino, “porque me volví antes”, confiesa André.

Fue en ese momento, cuando entre vuelta y vuelta, empezó a escribir situaciones que veía arriba del bondi: “Además de lo que iba imaginando en mi cuaderno, un par de veces dejé colgando una libretita y una lapicera arriba del colectivo que manejaba para que los pasajeros escribieran algo sobre sus viajes. Algunos se copaban, otros escribían insultos o figuras fálicas”.

Foto: Gentileza Guia Te

Hay producciones hechas con collage, dibujos con marcador, pinturas, y otras completamente digitales.

Demichelis cuenta que ahora ya se da maña, con Photoshop y Corel, para encuadrar y ajustar imágenes y texto, pero que al principio, cuando arrancó en 2014, no sabía cómo hacer y dependía para todo de la imprenta. Con ayuda de las redes y contactos fue escribiendo a distintos ilustradores y así cada microrelato adquirió imagen.

Hay producciones hechas con collage, dibujos con marcador, pinturas, y otras completamente digitales. Se propuso lograr que el costo de impresión se cubriera con la comercialización en bares y no con el dinero de su propio bolsillo. En esta suerte de venta ambulante “a voluntad” ha recibido de todo: “Desde gente muy entusiasta, a nada. Lo máximo fue un trueque que hice con una chica. Ella me dio una tarjeta INCAA que me sirvió para ir muchas veces al cine por 80 centavos”.

En dos años junto a más de 80 ilustradores, predominando el género femenino, André lleva realizadas 103 postales de 10×7 cm, que tienen a los colectivos como protagonistas, en este “bizarro” universo ficcional, donde cada línea tiene su propia historia, poderes y pasajeros arquetípicos.

¿Qué buscás con este proyecto?

Es como una especie de juego en relación a la verdadera Guía T. Lo que hago es para tomarse un té y perderse imaginariamente por la ciudad. Me gustaría que se arme una Guía Té en formato de libro o álbum de figuritas, pero también me gusta esta circulación de unidades sueltas, me da la sensación de que fluye más. En general, las personas me piden las postales de las líneas que se toman seguido.

¿Qué tipo de historias podemos encontrar en tu guía?

La mayoría de los microrrelatos son de humor y con final divertido, pero hay algunas historias de terror, que surgieron a partir de un taller de escritura que hice sobre ese género. Justamente lo había empezado para intentar alejarme del mundo de los colectivos, pero no pude… Y después hay algunos relatos más particulares, como el del 41, que es una historia futurista gay de un tipo que piensa que los choferes son robots. Por otro lado, lo que pasa en el 85, es puro amor y odio…

¿Qué entiende la gente cuando les das la SUBE Arcoiris?

Me miran y a veces me preguntan si va a servir de verdad. Es una sube “antimacri” y “friendly”, que genera clima amistoso dentro del bondi y se carga dejándola una tarde al sol o enterrándola en una maceta. Tuvimos una dorada que venía con WIFI, anteriormente.

«Es como una especie de juego en relación a la verdadera Guía T».

¿Cómo aparecen los ilustradores?

Surgen de una manera muy natural, entre toda la gente que conozco casualmente, o grupos de amigos. Han dibujado personas de México, Bahía Blanca, Tandil, dibujantes que se van enterando del proyecto por Internet y con quienes me escribo por mail. Lo hacen de onda, por eso debajo de la historia va siempre el nombre del dibujante. Una vez me escribió un colectivero de la 373 y me pidió una postal, y me contó cómo es el viaje de esa línea y la hicimos.

Ivana Ilguisonis tiene 21 años, estudia medicina en la UBA y dibuja desde chica como hobby. Con amigos iba seguido al bar El Imaginario, donde las meseras que traían la cuenta le dejaban las postales de “Guía Té”. “A mí me encantaban y siempre me las compraba, pero no sabía quién las hacía. Este año de casualidad vi a André repartiéndolas y ahí nos pusimos a charlar y cuando le dije que yo también dibujaba, me invitó a ilustrar. Me mandó el texto del 91, donde los colectiveros tenían un oído biónico y escuchaban todo lo que se conversaba”.

¿Qué resolviste dibujar?

Proyecté el poder en el colectivo en sí mismo y le hice unas orejas gigantes, que salían de los costados. Lo pinté con marcador negro y lápices acuarelables.

Azul Darras tiene 20 y es de Villa Crespo, estudia en la FADU Diseño Gráfico y le gusta hacer dibujos vectoriales. Iba en el colectivo 24 camino a San Telmo cuando André le repartió sus postales: “Me quedé mirándolas y me encantaron. Entonces André me invitó a ilustrar y me pasó por mail un relato de un hombre que persigue el 88, pero el colectivo nunca le abre en ninguna parada. Lo que hice fue un bondi medio psicodélico flotando en colores”.

¿Qué más hiciste?

Le pasé después unos dibujos míos viejos y le gustaron mucho, una casita que yo había hecho en Rotring y me dijo que así como yo ilustré sus palabras, ahora él iba a ponerle palabras a mi ilustración. Hizo una historia con el 181, que tiene una terminal “Puerto” en una playa. La mayoría de mis amigos pudieron encontrar las postales y lo loco es que siempre fue de casualidad. Un montón de gente conoce esta movida, que es algo súper under.

¿Qué estéticas encontrás?

Hay una gran diversidad y eso es lo que me encanta. Podes ver desde dibujos comunes pintados con marcador, algunos vectoriales con efectos, como el mío y otros acuarelados. En cada uno se nota el estilo personal y la creatividad de cada ilustrador.

¿Cuáles son los objetivos del proyecto a corto plazo?

Hace poco expusimos en Espacio Cultural Dinamo y estuvo muy bueno, teniendo en cuenta lo complicado que es juntar a tanta gente en un solo día. Estaría bueno hacer un festival para fin de año, organizado con más tiempo y también invitar bandas. Llenaríamos de postales y textos para exponer.

André suele repartir las postales de miércoles a sábado, arriba de los bondis y por bares y centros culturales como La Casona de Humahuaca, El Imaginario, El Canario rojo, El Banderín, Espacio Cultural Mi Casa, Le Troquet, Club Cultural Matienzo y Ladran Sancho. “Después de dos años, alguna cerveza me tomé con casi todos los que trabajan en los bares donde reparto”.

Actualizada 23/08/2016