Toda la verdad que entra en un lápiz

Toda la verdad que entra en un lápiz

Mientras se desarrolla el juicio que investiga las violaciones a los derechos humanos ocurridas en el centro clandestino Mansión Seré, se inauguró en el Museo de Morón una nueva edición de la muestra Dibujos Urgentes, de Eugenia Bekeris y Paula Doberti.

Cada dibujo se compone del retrato de quien testimonia, yuxtapuesto con oraciones sueltas, pequeñas frases o palabras a su alrededor, que intentan mostrar la complejidad de un relato  sobre el periodo, probablemente,  más oscuro de la vida de quien cuenta. Son retratos que componen ahora una muestra de aquel horror donde hilvanan lo escrito y lo visual en una pieza única y espontánea, atravesada por aquel espanto. Las paredes blancas están repletas de retratos de sobrevivientes de la última dictadura testimoniando en juicios de lesa humanidad y cada pared corresponde a un juicio diferente: Brigadas, Mega causa Esma, Campo de Mayo, Plan Cóndor, Apropiación de bebés y en la actualidad, la mega causa Mansión Seré IV y RIBA II, que enjuicia los crímenes perpetrados por la Fuerza Aérea, en la zona oeste de Buenos aires.

La muestra Dibujos Urgentes, elaborada por las artistas visuales Eugenia Bekeris y María Paula Doberti, que por estos días puede verse en el Museo de Morón, muestra un recorrido por los testimonios de sobrevivientes desde que abrió el juicio por los crímenes de lesa humanidad en la Mansión Seré, en agosto 2024, hasta llegar al presente. “Fue importante territorializar la exposición, teniendo en cuenta que Seré está en Morón”, expresó a ANCCOM Candela Kusznieryk, directora del museo. El proceso de curaduría incluyó el transporte de algunos objetos de la Mansión: en la muestra pueden verse, por caso, algunas baldosas de la planta alta, donde permanecieron detenidas las personas secuestradas.

El espacio dedicado a Mansión Seré tiene dos paredes donde se exponen decenas de retratos que comenzaron a realizarse en el inicio de este juicio. Un espacio dedicado a Beatriz Boglione, testigo de una de las jornadas más duras vividas en los tribunales; su retrato está bordeado por frases de su testimonio: “Veo una pared negra y supongo que detrás de eso hay un trauma”; “Me fui a vivir a Suecia”; “Esto no pasó”. Allí está el rescate de la voz de Sergio Gobulin: “Me confirmó Bergoglio que me buscaba la Fuerza Aérea”; “El desarraigo y empezar desde cero”. O el de Raúl Morello: “Me dicen que me van a matar, que elija dónde quiero el tiro”. También tienen un sitio Mariana Eva Pérez, Ana María Wenk, Carlos Rivarola, Aldo Amegueiras y Faustino Altamirano. Un retrato a través del tiempo y de las distintas sesiones de la causa que construyen un mapeo del desarrollo del juicio. “Dijimos ‘Esta vez lo vamos a dibujar’”, expresó Doberti, en dialogo con ANCCOM. “Hace mucho tiempo teníamos ganas de cubrir el juicio por los crímenes de Mansión Seré, su historia es tremenda. Muchas veces en otros juicios escuchábamos historias de embarazadas que habían estado en Seré y luego las llevaron a parir a la ex Esma”.

Una de las propuestas de la muestra fue recuperar en los dibujos aquellas frases que resuenen y escribirlas para que queden registradas en las paredes: “Nunca se supo que pasó con Eduardo”; “Digan dónde están”; “Parece que al no haber cuerpo no hay delito”. En la charla de inauguración la primera mención fue para Julio López, parte del contexto y la razón por la que iniciaron con su labor artística de dibujar los juicios. En 2010, tras su desaparición, hubo una directiva que prohibía el registro fotográfico y audiovisual de las sesiones: “La consecuencia fue la invisibilización de los juicios, nadie sabe que los juicios están ocurriendo”, fue el diagnóstico de aquel momento. En ese marco, la agrupación HIJOS tuvo la iniciativa de invitar a estudiantes y docentes a dibujarlos. “Al principio éramos un montón de dibujantes y nosotras tuvimos la misma idea: dibujar con grafito en tamaño pequeño, A4”, sostuvo Doberti. Ya con centenares de dibujos en sus manos, elaboraron un archivo con todos ellos y en 2020 publicaron el libro Dibujos Urgentes, testimoniar en juicios de lesa humanidad.

En ese mismo periodo, tras la pandemia, cuando comenzó a transmitir los juicios el medio comunitario La Retaguardia, empezaron a dibujar a través de las pantallas. Tenían la posibilidad de verlos, que les había sido quitada en el 2015: “Cuando asumió Macri, les permitieron a los genocidas no ir a los juicios. Ya no los pudimos dibujar. Iban sus representantes, abogados defensores”. Sin embargo, tras la pandemia, también encontraron estrategias para obstaculizar que su imagen se muestre: “Es muy particular cómo se esconden incluso de las cámaras”, sostuvo.

“Es importante que todos presencien, aunque sea una vez, una audiencia de juicios por lesa humanidad, es transformador. Se vuelve real al escuchar los testimonios –aseguró Bekeris–. Es un antes y un después. En los testimonios se cambia el tiempo verbal en la narración de quienes testimonian. Eso es recordar, volver a estar ahí”.

Un sobreviviente conocido con el apodo de Hormiga, alzó su mano y concordó con lo expresado, que declarar es volver a aquel lugar, pero subrayó que aun así una convicción sigue tajante pulsando en su interior: “Todas las veces que sea necesario vamos a volver a declarar por la memoria, la verdad y la justicia”.

“Fuimos construyendo nuestro modo de abordar mientras íbamos dibujando”, reflexionó Doberti, acerca de su mecánica de trabajo artístico. Ambas han tomado la determinación de no ilustrar lo que cuentan, sino de dibujar el momento en que están testimoniando: “Nos parecía que lo mejor era escribir algunas partes del testimonio que nos causaban escalofrío, otras veces miedo y ternura”.

Tal es el caso de una testigo que contó que ella guardaba el dinero en una alcancía con forma de chanchito, que pertenecía a su hermano a quien se lo llevó la dictadura: “También se llevaron su alcancía. Nosotras no dibujamos una alcancía con forma de chanchito. Dibujamos a una persona que va contando cómo se llevaron a su hermano y anotamos que hasta se llevaron su alcancía”, señaló y agregó: “No sabemos cómo era esa alcancía. Para esa persona tiene una forma muy particular y no queremos inventarla”. Por ello, expresó su decisión conjunta acerca de que los dibujos tenían que quedar como habían sido hechos durante el testimonio, incluso si alguno quedaba sin terminar: “Para darle un carácter más de veracidad entre nuestro hacer y la posibilidad de cada persona a expresarse”, analizó Doberti. Relató que muchas veces realizan dos o tres dibujos de la misma persona en las diferentes etapas de su testimonio: “La dibujamos cuando recuerda el momento en que se la llevaron, a un compañero desaparecido o piensa en cuando era chica. Las expresiones de nostalgia o de tristeza y alegría, al recordar un reencuentro”.

Bekeris, en diálogo con ANCCOM, expresó: “Hace tiempo que trabajo en la temática de los derechos humanos y la memoria desde el arte, vinculado a mi historia familiar. Nuestro trabajo es testimonial y me pareció una tarea imprescindible. Le devolvió el sentido al dibujo”. A la vez, recalcó la importancia de conocer a su compañera de proyecto, Doberti, y del trabajo en equipo “para dar a conocer todo aquello que nosotras escuchamos y pudimos atrapar en el dibujo”. Entre ambas intentan acercar el testimonio de las víctimas de una forma más amable: “No hacemos difusión de la crueldad de los genocidas, no revictimizamos a las víctimas, no contamos la tortura que escuchamos”. Un pacto ético entre ellas, reflexionaron, en el marco de un debate social acerca de cómo abordar el relato de la tortura y el abuso explícito. De la misma forma, ahondaron acerca de la necesidad de saber hasta dónde se llegó con la crueldad de la dictadura militar, a riesgo de que aquel terror se vuelva ajeno.

 Doberti hizo hincapié en el rol de la lucha feminista en los últimos años que ha posibilitado que cada vez más mujeres que se animen a declarar sobre las vejaciones sufridas en periodos de cautiverio: “Hoy existen figuras separadas, la de la tortura, y la violación. Antes no era así: a partir de la lucha se empezaron a discernir”. En la misma línea, recordaron relatos de mujeres que las estremecieron. Bekeris puntualizó en el caso de una testimoniante que declaró desde España y había sido víctima de abuso sexual, que había sostenido una mesura en sus palabras durante toda su declaración, pero al preguntarle a que le tenía miedo, ella respondió: “Temo volverme loca y no poder salir de ahí”. Ambas dibujantes recuerdan cada testimonio desde su particularidad y memorizan cada uno de ellos. Relataron el caso de un grupo de mujeres uruguayas que conocieron su muestra de dibujos en su inauguración en el Museo de la Memoria de Montevideo; ellas habían sufrido un episodio concentracionario y de abuso y no tenían la posibilidad de vivir la instancia de un juicio como en Argentina, entonces pidieron ser retratadas. “El dibujo nos inscribe” sostuvo Doberti, quien vivió un momento muy especial con una de ellas: “Me contó de su violación, que no le había contado a nadie. Al día siguiente me la cruzo en la marcha del 8M, con un cartel que decía ‘Yo fui violada’. Quería que lo supiera su pueblo. Pero solo pudo hacerlo cuando tuvo la oportunidad de contarlo por primera vez”. Allí ambas tomaron dimensión de la importancia de su labor, vieron en su tarea una necesidad urgente: “La presencia de una escucha. No nos importa cómo sean sus dibujos, me importa que estén ahí”, les dijeron una vez.

Al canto de “30 mil compañeros desaparecidos presentes. Ahora y siempre. Hasta la victoria siempre”, se dio por finalizada la inauguración de la exposición.

 

*La muestra estará abierta al público de martes a jueves de 10 a 17, y los viernes de 10 a 19 en el Museo Histórico de Morón, Casullo 59.

 

Dibujar la memoria, la verdad y la justicia

Dibujar la memoria, la verdad y la justicia

Eugenia Bekeris y María Paula Doberti son artistas visuales militantes. Cabría preguntarse qué artista no lo es, pero en su caso la labor artística al servicio de una causa ha sido tan sostenida y significativa que han creado una obra que se volvió un documento histórico vivo del ejercicio de hacer memoria. Desde hace diez años, ambas asisten a las audiencias públicas donde se juzgan los delitos de lesa humanidad, se sientan como oyentes y con sus manos, lápiz negro y un bloc de notas tamaño A4 dejan testimonio de los rostros y las palabras, diálogos, escenas y recuerdos que acontecen allí, a partir de las declaraciones de víctimas sobrevivientes, testigos y perpetradores del horror cometido durante la última dictadura militar argentina.

El fruto de esas horas y trazos militantes hoy puede palparse como un conjunto: 100 de esas piezas artísticas -en el sentido amplio del arte, en su dimensión política y creativa- fueron seleccionadas y forman parte de Dibujos Urgentes. Testimoniar en juicios de lesa humanidad, libro-archivo publicado por Mónadanomada ediciones que sus creadoras presentaron el miércoles 11 de marzo en el Centro Cultural de la Cooperación. El origen de sus prácticas, hace una década, fue la iniciativa que H.I.J.O.S. y la Universidad Nacional de las Artes (entonces IUNA) lanzaron con la idea de contrarrestar la decisión de la Corte Suprema de prohibir los registros fotográficos y fílmicos en los juicios, tras la desaparición de Jorge Julio López.

“No tiene nada que ver el dibujo de un retrato tradicional con uno de nuestros dibujos de las audiencias -dice Doberti, aún cuando el ojo lego percibe rostros y cuerpos en esas imágenes-. Lo que hacemos es dibujar durante toda la declaración del testimonio, sin metaforizar, sólo lo que vemos. Son dibujos textuales, porque solemos agregar fragmentos de las declaraciones. Es muy distinto, porque uno observa muchas horas a una persona, va corrigiendo el dibujo, tratando de encontrarle la expresión, y en ese detenimiento se convierte en algo diferente. Además, lo hacemos a través de una pantalla, a su vez mediatizada por el vidrio de la sala de la audiencia, y en el contexto de una declaración bastante dolorosa. Lo que hacemos es la visualización de un testimonio”.

Presentación del libro en el Centro Cultural de la Cooperación.

Este trabajo nació de la prohibición de fotografiar y filmar los juicios. ¿Qué diferencia creen que hay entre un dibujo y una fotografía o un video para registrar lo que se vive allí?

María Paula Doberti: El dibujo tiene algo que acerca más al espectador. No sé por qué motivo, pero algo lo hace más cercano. Hacerlo con la mano, sin la mediación que tiene una foto o un video, quizás. O el estar hechos de manera rápida, a lápiz negro, con el agujerito de bloc en el papel… Tal vez eso acerca a quien los mira, como algo que formó parte de su propia historia, porque todos dibujamos en algún momento de la vida.

¿De dónde nace esta idea de lo “urgente”?

MPD: Fuimos armando la idea de qué es un “dibujo urgente” mientras los íbamos dibujando.

Eugenia Bekeris: Lo urgente fue emergente de la práctica. Empezamos a notar la urgencia del dibujo en un ámbito judicial de quienes habían logrado sobrevivir. Era un ámbito delicado y allí la urgencia era una cualidad fundamental para atrapar y registrar estos juicios como hechos únicos.

¿Cómo empezaron a organizarse para hacer los dibujos?

EB: Nosotras no nos conocíamos. Al principio, cada una empezó a dibujar sola. Y sucedió que, estando en ese ámbito, en estos escenarios del horror, hacerlo en compañía de una colega era fundamental y necesario.

MPD: Juntas fuimos decidiendo qué hacer y qué no. Por empezar, resolvimos que los dibujos no se tocan. Si un dibujo queda por la mitad, porque una persona declaró poco y no lo terminamos, así queda. No los completamos porque los consideramos un testimonio. La relación con las palabras también la descubrimos en la práctica: al principio,  sólo dibujábamos por la necesidad de que esas palabras no se evaporaran, de no perder esos fragmentos de testimonios que atravesaban alma o daban escalofríos. Nos dimos cuenta de que, a veces, anotábamos lo mismo.

¿Fue difícil dibujar a los genocidas?

MPD: Sí, me costó. No sé si dibujarlos, me costó verlos. La primera vez que vimos a Videla, dije “guau, ese es Videla, ese viejecito anciano que casi no puede caminar”. Nos han preguntado si dibujamos igual a un genocida y a un sobreviviente, y la verdad es que sí: el dibujo es igual. Y eso lo hace más perverso: saber que es una persona como cualquiera. No tiene cara de genocida, tiene cara de persona común como la que te cruzás en la calle. Cuando se pone a hablar, se transforma en Videla. Ahí saca todo su demonio interno. Me pasó con Julio Poch, el aviador de los vuelos de la muerte. Realizó una declaración muy larga, como de cuatro horas. Al principio, estaba muy coacheado por sus abogados, usaba un vocabulario súper cuidado, y además estaba muy bien vestido, un tipo grande, pintón, te diría. Y en un momento, me dio miedo y se lo dije a Eugenia. ‘Este tipo me está dando miedo’, le dije. Y ella me dijo: ‘Te está seduciendo, por eso te da miedo’. Recuerdo también otra vez, ante un apropiador, en una sala muy pequeña. Yo estaba dibujándolo desde atrás, el rostro a tres cuartos, y se ve que él sintió mi mirada. Se dio vuelta y me miró fijamente a los ojos. Como si me dijera: “¿Qué estás haciendo?”. Me sostuvo la mirada y no pude seguir el dibujo, me atemorizó. Ese tipo, es capaz de hacer todo aquello por lo que hoy lo están juzgando, sólo mirándome me heló la sangre.

***

Las escenas macabras y los dolores inconmensurables son parte de eso inaprensible que atraviesa sus dibujos, y que antes las atravesó a ellas. Son recuerdos que ahora les pertenecen y que su memoria invoca casi irracionalmente, a su puro antojo. Doberti trae la figura de Stella Calloni, testigo especialista en el juicio por el Plan Cóndor, cuando se le pregunta por el número de dibujos que acumularon en estos diez años. Y consultada por cuál fue la última audiencia que dibujaron, Bekeris detalla su último registro del dictador Jorge Rafael Videla, ese que guardó entre sus papeles hace siete años. Sus recuerdos, testimonios de virtual presencia ante aquel terror, también funcionan según la lógica de lo urgente: lo que conmueve, lo que dejó huella en su alma, es lo que sale a la superficie.

“Recuerdo muy bien la audiencia de Stella Calloni -la evoca Doberti-. Ella era una persona grande, pero cuando declaraba no tenía ni un ayuda-memoria. Tenía una memoria impresionante y hablaba sin parar, con mucha precisión. Me acuerdo que, durante el cuarto intermedio, me la crucé en el baño: era una anciana a la que ayudaban a caminar. Me impactó que fuera la misma persona. Y cuando se reanudó la audiencia, volvió a ser gigante y todopoderosa”.

Bekeris es la última persona que capturó una imagen pública del genocida que encabezó la junta militar que se alzó con el poder luego del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.  Aunque no había nadie en el sector asignado al público, estaban presentes miembros de la querella, el abogado del dictador y los jueces: sin embargo, en la memoria de Eugenia, el recuerdo es de él a solas frente a ella.

“Me acuerdo que entró al recinto vacío sostenido a cada lado por un hombre, arrastrándose -relata-. Se sentó a dar su alegato y parecía que no iba a poder hablar, tenía la boca pastosa. Tuvieron que acercarle un vaso de agua. Me provocó vértigo ver a ese anciano moribundo, con la nariz dilatada, los párpados caídos, los ojos vidriosos, balbuceando. Era un despojo. Le mandé un mensaje a María Paula: “Videla se va a morir”. Cuando por fin pudo hablar, repitió que no le daba a ese juicio ningún valor legal, que seguía acompañando a sus camaradas hasta el final. Junto al dibujo, tengo escrito lo que dijo: hablaba despacio, como si me lo estuviese dictando a mí. Yo dibujaba en mi cuaderno pequeño, con lápiz y goma, ese final: ese genocida tan temido y cruel estaba reducido frente a mí, sentadito ahí, muriendo. Como si fuera una venganza sutil, alejado de la escena de crueldad y condenado a cadena perpetua. A los tres días, murió”.

Su subjetividad, movilizada durante las audiencias, ¿cómo se conjuga al dibujar con la intención de registrar la escena?

MPD: Obviamente una siempre dibuja desde una. Es inevitable. Pero nosotras teníamos la claridad de saber que nuestro objetivo era darle visibilidad a los juicios: lo hacíamos y seguiremos haciendo desde esa tarea militante, no con el fin de exponerlos en una galería. Nos sentamos a dibujar desde otro lado, acompañando esos testimonios. Es distinto a estar en un taller componiendo más reflexivamente. Personalmente, en los dibujos de los juicios soy pura emoción. Es muy complicado dibujar ahí.

¿Por qué?

MPD: Porque los testimonios son muy crudos y duros. Me ha pasado no poder seguir dibujando porque tenía los ojos llenos de lágrimas y tener que parar y serenarme. O atemorizarme frente a un genocida. Son emocionalidades complejas a la hora de hacer un dibujo, que además vienen desde afuera. Cuando uno dibuja en taller, las emociones nacen desde el hacer. Acá, es lo que oís, que te puede dar un palazo o ganas de abrazar a alguien.

¿Es posible dibujar en esos momentos?

EB: Adquirimos práctica para abordar estos escenarios, encontrando estrategias para dibujar. Siempre uso una metáfora de lo que me pasaba a mí: iba de cacería a atrapar imágenes. Y eso genera una cierta distancia emocional. Era vertiginoso, urgente. Confrontadas al hecho con velocidad, teníamos que documentarlo con rapidez. Eran aterradores los testimonios de las víctimas testigos, pero no teníamos tiempo de aterrarnos. Aún cuando esos testimonios desoladores nos ponían a la vista una experiencia inabordable.

¿En qué sentido?

EB: Podríamos asociarlo al concepto que refiere a los sobrevivientes del Holocausto y a ese “otro lado” donde estuvieron, como otra dimensión de la realidad, a la que nosotros, que no estuvimos, no tendremos acceso nunca y de la que ellos no podrán salir. Es inabordable, inasible, difícil hasta de comprender. Te hace doler, te sorprende, te pone triste, pero nosotras no intentamos darle ningún tipo de emoción a nuestros dibujos. No agregamos fiereza ni tristeza, aunque en nuestro dibujos algo de eso trasciende.

Hay algo de lo sombrío en sus trabajos.

EB: Sí, hay algo que es inquietante. El día de la última aparición de Videla, me acuerdo que llegué a casa y dormí el resto de la tarde, como tres horas. Nos impactó en el cuerpo todo eso que vivimos.

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Los juicios por delitos de lesa humanidad que lleva adelante Argentina son un hecho único e inédito en todo el mundo: prácticamente no hay países que hayan saldado esos delitos con sus propios tribunales y con las leyes que se aplican a todos sus ciudadanos. En ese sentido, las autoras de Dibujos Urgentes lamentan la poca concurrencia de público que llega a las audiencias. “Los juicios no tienen ni la difusión ni la visibilidad que merecen, por eso nosotras subíamos siempre los dibujos a nuestras redes. A veces, la gente se enteraba de los juicios por nuestros dibujos. Durante mucho tiempo, ha sido un proceso judicial casi invisible”, se lamenta Bekeris.

Por el imprescindible ejercicio de la memoria, pero también para reivindicar unos procesos de justicia inéditos y originales en todo el mundo, es que su obra se agiganta en valor. “Creo que es muy importante este trabajo -agrega. Estos dibujos pequeños y en lápiz dan cuenta con sencillez de hechos muy importantes para las nuevas generaciones. Para quienes nacieron en post dictadura, el libro puede ser una estrategia poderosa de información. A veces la lectura no alcanza. Nosotras escuchamos e intuimos lo que les pasó a quienes declararon, más de eso no podemos hacer, pero los textos vuelven su palabra presente, la traen in situ, nada de lo que dijeron fue modificado. El testimonio intacto en dibujos es una posibilidad de acceder a otro fragmento de la verdad en esta lucha contra el olvido y el negacionismo”.

¿Por qué creen que se acerca poca gente a los juicios?

MPD: Un poco de todo. Al principio iba mucha gente, pero hay que sostener una práctica de tantos años… Siento que hay muy poca difusión y mucha gente no se entera. Los cuatro años del macrismo fueron tremendos en ese sentido, hubo un silenciamiento total. Además, creo que esta idea de preservar a los testigos y no poder fotografiarlos ni filmarlos, invisibilizó a los juicios, justamente cuando parece tan necesario que alguien acompañe en esos momentos.

Además de sus dibujos, su presencia debe haber sido importante en ese sentido. ¿Tuvieron devoluciones sobre eso?

MPD: Una vez, Eugenia le mandó uno de nuestros dibujos a una persona que había declarado y no los había podido ver, porque a veces, cuando salen del tribunal, les mostramos los dibujos o les pedimos sus mails para mandárselos. Esa vez, ella le preguntó a un sobreviviente si nuestros dibujos le parecían banales en el marco de todo lo que habían vivido. “Lo que nos importa es que ustedes estén ahí y que los dibujos sean como un testimonio”, le dijo. Imagino, por lo que nos cuentan, que no debe ser igual declarar frente a una sala llena que hacerlo cuando no hay nadie. A veces, cuando van personas que tienen una gran militancia, van muchos compañeros y se produce un diálogo con quien declara. Y otras veces, cuando está sola la persona declarando, es muy triste. Me pasó una vez que me quedé sola en la sala. Declaraba una mujer por la desaparición de su hermano. Llevó una foto de él, y no había nadie. Se fue muy angustiada, después de declarar, abrazada a la foto de su hermano. Está bien que se declara para que escuchen los jueces, pero también es necesario que haya alguien del otro lado, escuchando…

Estabas vos.

MPD: Sí, pero estaba yo sola. Y como ella estaba muy angustiada, no me dio para acercarme. Es que ella lloraba. Y yo también.