El pintor nacional y popular

Alfredo Gramajo Gutiérrez es el autor del cuadro La Salamanca Norteña, recientemente elegido por el Presidente para su despacho junto a otro del impresionista Fernando Fader. El primer pintor, nacido en 1893 en Tucumán y fallecido en 1961 en Olivos, se dedicó a retratar la vida en el norte argentino, su universo abarca el trabajo de la tierra, las ferias, los ritos religiosos, las leyendas.

Nieves del Valle, hija del artista, lo recuerda como un hombre callado, fino, de profunda fe, de mirada melancólica. Gramajo Gutiérrez conoció de chico las penas de la existencia. Tenía siete años cuando su padre murió de una súbita enfermedad. Era el segundo de cinco hermanos y la suerte de su familia quedó en buena parte a su cargo. Los Gramajo Gutiérrez dejaron Tucumán y se fueron a Buenos Aires. A los catorce años, Alfredo empezó a trabajar en los Ferrocarriles del Estado. Su labor en los trenes sería su fuente de sustento por cuarenta años y le daría la oportunidad de conocer a su esposa, una maestra catamarqueña, en uno de sus viajes, y de pintar ese norte que fue su inagotable fuente de inspiración.

Su vocación por representar a la gente humilde de su pueblo se despertó en torno a los festejos del Centenario. Buscó formarse en el dibujo y la pintura y estudió en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes y en la Escuela Nacional de Artes Decorativas. También cursó estudios para desempeñarse como profesor, cargo que ejerció desde 1939 en la Escuela Manuel Belgrano.

Tempranamente, fue premiado por el cuadro La promesa que le valió un premio de la Comisión Nacional de Bellas Artes. Pero sin duda el reconocimiento más sonado llegó de la pluma de Leopoldo Lugones, cuando en 1920, en un artículo en La Nación, lo llamó “el pintor nacional”. Obtuvo posteriormente varias distinciones, entre ellas la Medalla de Oro y Diploma de Honor de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 y el Gran Premio de Honor del Ministerio de Educación y Justicia del Salón Nacional de Bellas Artes.

El cuadro La Salamanca Norteña, galardonado en 1946 por la Comisión Nacional de Cultura, se encontraba en otra dependencia del Estado Nacional antes de su traslado al despacho presidencial. La pintura representa un espacio diabólico y de brujería invocado en leyendas hispanoamericanas.

A lo largo de los años, Gramajo Gutiérrez fue perfeccionando un estilo propio. Usaba una paleta de colores vivos, plenos, dibujaba las figuras de forma intencionadamente rudimentaria y las perspectivas se generaban más bien por contrastes de colores o por la acumulación de personajes superpuestos antes que por una composición estrictamente geométrica. En sus cuadros hay gente, hay religión y rituales, hay paisajes, hay trabajadores bajo el rayo del sol, hay costumbres de tierra adentro, desconocidas en la capital cosmopolita, pero cercanas al corazón del artista. No los observaba con exotismo. Sus personajes, tal como él, no sonríen.

El tren no sólo le brindó el medio para acercarse a lo que quería pintar. Algunas publicaciones de la revista Riel y fomento –editada por Ferrocarriles– llevaron en la tapa ilustraciones con sus obras. La revista tenía estrecha relación con la búsqueda de una construcción de la argentinidad y esos cuadros, catalogados como costumbristas, permitían mostrar la cotidianeidad de una región del país.

Gramajo Gutiérrez integró, junto con otros, lo que se llamó “la Orden del Tornillo”, una distinción inventada por Quinquela Martín para premiar a los artistas. La condecoración era un tornillo de unos quince centímetros que simbolizaba el “que les falta a los artistas” y los conminaba a la búsqueda de “la Verdad, el Bien y la Belleza”.

El artista junto al presidente Marcelo Torcuato de Alvear. Foto: Gentileza de la Familia

“Era apolítico”, afirma su hija. Nunca integró un grupo específico, aunque tuvo cercanía con figuras como el radical Ricardo Rojas (cuyo libro El país de la selva llevó ilustraciones suyas). Pero también podía relacionarse con Leónidas Barletta, comunista y fundador del Teatro del Pueblo, o ser amigo de la feminista Alfonsina Storni. “Estaba inmerso en el clima renovador y revolucionario de los pintores que provenían de Europa, tanto de los que se mantenían en los márgenes clásicos –por ejemplo, el joven Spilimbergo o el ya maduro y americanizado Sívori–, como también de los emergentes y revolucionarios –Del Prete y Xul Solar. Se vinculó con Antonio Berni, militante de un original realismo social, y con otros artistas que luego fueron seguidos por las vanguardias del 40”, escribieron María Inés Rodríguez Aguilar y Miguel Ruffo, curadores de una muestra retrospectiva realizada en 2011. Tres años después, la exposición La hora americana 1910-1950 del Museo Nacional de Bellas Artes, también mostró obras del artista en el contexto del movimiento americanista.

El deseo de contribuir a un arte nacional que pudiera dar cuenta de las tradiciones populares locales fue un imperativo que guió su obra. Un día de febrero de 1933 llegó a su residencia en Olivos una carta del Director Nacional de Bellas Artes. Lo invitaban a un viaje a San Juan para “recorrer algunas zonas de esa provincia y recoger algunos elementos del folklore local”. Dos meses más tarde, Gramajo Gutiérrez escribió al Director después del viaje para decirle lo muy satisfecho que estaba y le contó que él y otros le habían propuesto al Gobernador que se creara un Museo Provincial de Bellas Artes. El museo efectivamente se creó, se inauguró un año después de ese intercambio de cartas.

“No sé de escuelas ni de academicismos. Pinto para los hombres de sentimiento, para los que aman la vida, para los que se amargan con sus tristezas, para los que quieren liberar de su condenación a los condenados, iluminar en sus tinieblas a los envilecidos, salvar de la pendiente de la muerte a los que viven enceguecidos y enfermos”, se definía el artista.

La obra de Gramajo Gutiérrez, patrimonio del arte nacional, se encuentra dispersa entre colecciones privadas y algunos museos abiertos al público, como el Bellas Artes, el de Tigre o el Quinquela Martín.