Por ahora no es ley

Por ahora no es ley

Con 31 votos a favor, 38 en contra y dos abstenciones y una ausencia, la Cámara de Senadores de la Nación no aprobó el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que obtuvo medía sanción en Diputados. La legalización del aborto podrá ser tratada nuevamente el año que viene.

El debate en el recinto comenzó a las 10 de la mañana y se prolongó hasta la madrugada del jueves. Ya desde temprano, los medios hablaban de una tendencia irreversible por el rechazo. A las 11 la votación estaba 38 a 31 en contra, teniendo en cuenta la abstención de la senadora Lucila Crexell del Movimiento Popular Neuquino y la indecisión del senador Omar Perotti del Partido Justicialista por Santa Fe, quien finalmente también se abstuvo.

Hasta el anochecer, la discusión en el Senado se llevó a cabo con tranquilidad. El primer cruce se produjo cerca de las 19, cuando Gabriela Michetti, la presidenta de la Cámara Alta, le pidió a Luis Naidenoff que no interrumpa los discursos de los senadores: “usted no tiene que conducir la sesión, no tiene que decir cuando termina o sigue alguien. Eso lo tengo que decir yo”. El presidente del interbloque Cambiemos insistió en hacer uso de la palabra y Michetti respondió casi para sus adentros, pero con el micrófono abierto: “Es un pelotudo, que no rompa las pelotas”.

Minutos antes de las 21 la senadora Crexell confirmó su abstención argumentando por qué decidió no votar ni a favor ni en contra: “este debate demuestra el fracaso del Congreso Nacional y el fracaso de la política”. Sin embargo, un rato después, las mujeres de la Campaña Naciónal por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito brindaron una conferencia de prensa en el Hotel Castelar y no hablaron del fracaso político sino del éxito de la lucha: “Nos quieren hacer retroceder, pero este día histórico les tiene que explotar en la cara”. Inmediatamente después tomaron la palabra las actrices argentinas y resaltaron la idea de que ya no hay vuelta atrás: si no es ley hoy va a ser ley el año próximo, porque somos dos millones.”

En el transcurso de la jornada la balanza no se inclinó en ningún momento hacia el resultado positivo y pese a la importancia del proyecto tratado, algunos senadores, seis en contra, uno a favor y otro que decidió abstenerse, optaron por no exponer en el debate. Entre ellos Carlos Ménem, quien regresó a última hora al recinto para rechazar el proyecto, a pesar de no haber asistido a ninguno de los plenarios de comisión en la Cámara Alta.

Pasada la medianoche, en el discurso de cierre, la ex-presidenta, Cristina Kirchner, cuestionó: “Estamos rechazando un proyecto sin proponer ninguna alternativa” y agregó: “Nunca es gratis oponerse al status quo y como legisladores tenemos la obligación de deconstruirnos a nosotros mismos”.

En definitiva, la ley no salió pero una cosa está bien clara: la multitud en la calle no está dispuesta a dejar morir el pañuelo en un cajón. Porque ese triángulo verde habla por sí solo y representa la lucha de las impulsoras de la Campaña, mujeres próceres y pioneras de un lago camino, y también la lucha de las jóvenes, de aquellas que viven el llanto, el abrazo y el grito en el asfalto. Dentro de un año, el proyecto de legalización del aborto podrá ser discutido nuevamente y para ese entonces el feminismo no se habrá borrado de los medios, de las escuelas y mucho menos de las conciencias. Como aseguran una y otra vez las integrantes de la Campaña, las mujeres se cansaron de esperar en la cola de la historia y “no van a parar hasta conquistar sus derechos, constituyendo la equidad nacional, afianzando la justicia social y promoviendo la autonomía y la libertad para todas, para todos, para todes”.

Postales celestes

Postales celestes

Sobre el cruce de las calles Alsina y Virrey Ceballos, en la tarde de Microcentro, un joven con megáfono en mano y pañuelo celeste en su cuello grita mientras camina de una esquina hacia la otra: “Sigamos por Yrigoyen en favor de la vida”, grita. El joven está acompañado por otro veinteañero que lo protege de la lluvia con un paraguas, y lo sigue como una sombra, mientras intenta llamar la atención de personas que van y vienen con banderas de Argentina. En una de las esquinas, un bar está cerrado y confunde a transeúntes por tener el cartel de “abierto” en la puerta. Al lado, un hombre de más de cincuenta años, canoso, con boina, vende pines con imágenes de fetos y banderas patrias. “Me robaron las banderas que tenía para hacerme guita, ¿podés creer, y encima acá? Y a mi nieta le encajaron un billete de mil trucho”, le comenta al hombre otra vendedora ambulante sobre la puerta del bar cerrado.

A pesar de las indicaciones sobre el rumbo a tomar, los manifestantes en contra de la legalización del aborto, se concentran multitudinariamente del lado izquierdo frente al Congreso de la Nación. Las vallas delimitan una plaza contrariada por el color verde y celeste. Desde el lado celeste, se ven imágenes de vírgenes y santos pegadas en los edificios aledaños. Y sobre la inmediación al Congreso, un escenario concentra la mayor cantidad de personas que con las manos en el aire, siguen la letra de canciones católicas. “Creo que el aborto nunca puede ser una solución –sostiene Juan Cruz Díaz (27)-. Aunque las marchas no me gusten, vine para apoyar. Y en caso de que se apruebe la ley, no haremos disturbios”.

Sacerdotes, monjas, estudiantes primarios y secundarios de escuelas privadas se repiten a lo largo y ancho de una calle Hipólito Yrigoyen colmada de carteles “a favor de las dos vidas”. Sobre los costados hay carpas blancas en las que se dictan misas en reducidos espacios, con dos hombres vestidos de negro en la entrada de cada una. Una mujer gestiona la entrada y salida de cada persona en la carpa: mira hacia fuera y controla la capacidad sólo con su mirada.

“La ley es pésima, porque está en contra de las instituciones y la postura médica –dice Soledad Fernández (54)-. La moral de esta ley, además, no es adecuada para esta sociedad”. Los silencios son pocos, ya que son interrumpidos por cánticos acompañados de bombos que refieren una y otra vez a “la vida”, mientras las cámaras de un drone filman la representación de un feto de más de tres metros sobre la multitud. Multitud que, llegada la noche, comienza a dispersare paulatinamente debido a la falta de convocatoria y un clima frío y lluvioso.

“A las ocho de la noche es la misa de la Catedral”, se escucha desde los parlantes ubicados en lugares estratégicos. El barro mancha a más de uno, y la marcha ya no tiene una dirección unívoca: los recorridos se pierden entre las calles aledañas al Congreso.

En la entrada de un edificio en donde manifestantes de pañuelos celestes descansan, una mujer golpea sin intención con su paraguas a un joven que fuma y bebe junto a otros cinco, apoyado en la rampa de la fachada. Él le dice algo a ella al pasar; y ella, con la llave ya puesta en la puerta de entrada, le pregunta: “¿Así luchas por la vida vos?” “Yo no lucho, estoy laburando acá”, contesta el joven con un tono de voz hostil, que deja callados y confundidos a otros presentes.

La lluvia se torna más intensa para las altas horas de la noche, y al frío, se suman las ráfagas de viento imposibles de esquivar. Después de la esperada misa de las ocho, aún hay gente del “lado celeste” de la plaza que divide una postura. Son quienes esperan la decisión de la Cámara de Senadores en contra de la legalización del aborto en Argentina.

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La fuerza de la calle

La fuerza de la calle

Puertas afuera del Palacio, la calle volvió a ser protagonista. La Plaza del Congreso amaneció dividida. Mientras los senadores debatían el proyecto por la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) en el recinto, miles de personas se congregaron de ambos lados de las vallas: en la orilla norte, la Campaña por la Legalización del Aborto; y, tras el límite sur, los grupos autodenominados “Provida”. Otra vez celestes contra verdes, derechos contra status quo, las ´pibas´ contra la religión.

La convocatoria arrancó temprano en la mañana y las actividades en ambos lados empezaron alrededor del mediodía para concluir con sendos actos centrales y las vigilias para esperar el resultado que finalmente vio la luz en la madrugada, en contra del proyecto que proponía legalizar el aborto legal, seguro y gratuito.

A las seis de la tarde, del lado norte se vive una fiesta. Las jóvenes son mayoría y el verde, color obligatorio: el mítico pañuelo, el glitter en las mejillas, la sombra sobre los ojos, el labial, las uñas, las chalinas, las remeras, las banderas. También se deja ver el pañuelo naranja de la campaña por la separación de la Iglesia del Estado. Los hombres son menos. Apoyan, pero no lo viven en su cuerpo.

Los bombos suenan y las ´pibas´ bailan y cantan. En el escenario central se lee el libro de poesía Martes Verde, confeccionado a partir de relatos de mujeres que abortaron. En la carpa Safina Newbery venden los pañuelos de la Campaña, el libro de poesía y hacen mística con maquillaje, peinados, tatuajes y estampados de remeras. Las paredes están llenas de pintadas e intervenciones artísticas. Los puestos de choripán y cerveza andan a todo gas. Algunos ofrecen “birra con misoprostol”. El frío y la lluvia se sienten en los huesos y hay que calentarse comiendo, bailando, cantando, alentando.

Un grupo de chicas se protege del frío en un cajero Link. Mientras comen, cuentan que tienen todas 18 y que se conocieron en el secundario de un colegio católico en San Isidro. Se ríen y dicen que “así salieron”. Las acompaña Hernán, que les copia el glitter en las mejillas.

¿Por qué vinieron?

Paula toma la delantera.

Porque creemos que las mujeres pueden decidir sobre su propio cuerpo. No sirve traer un chico al mundo en un contexto en donde no se lo buscó.

¿Y la discusión sobre el inicio de la vida?

Hernán se enoja y contesta que el feto no es un ser humano y, a lo sumo, será un proyecto de ser humano, una vida en potencia.

¿Por qué contestas vos, si no podés gestar?

Porque yo tengo una hermana y, si algún día tiene que abortar, quisiera que lo haga de forma segura, con el Estado conteniéndola.

Del otro lado, la marcha es muy distinta. Ahí no hay fiesta, no hay glitter, no hay poesía. Hay varones y mujeres de todas las edades con los pañuelos celestes al cuello y en el brazo. Hay banderas de Argentina y una gran cantidad de miembros de la Iglesia Católica que rezan abrazados y por parlantes. El feto gigante con la bandera de “salvemos las dos vidas” al cuello está apostado al lado del escenario principal, del que suena primero una chacarera. Luego se suma un cirquero haciendo piruetas. Acción Católica reparte caldo, galletitas y mate cocido. El puesto de pañuelos celestes los regala a cambio de pintarlos.

Paula, 21 años, estudiante de Agronomía de la UBA y miembro de la agrupación católica Schoenstatt dice que está ahí porque hay que “salvar las dos vidas”, que el aborto no resuelve nada y que la solución es que el Estado regule la adopción. Su compañera de agrupación, Clara, de 22, opina que está bueno que las mujeres reclamen por sus derechos pero que esos derechos se terminan cuando afecta a su bebé, que es otra vida.

¿Te reconoces en el feminismo?

Clara duda:

No, con ellas no me reconozco.

Romina, de 30 años, está parada junto a su marido y cuenta que está en contra del aborto porque ya se hizo tres:.

“El primero fue con una ginecóloga en una clínica, el segundo me lo hice leyendo en Internet y el tercero me lo hizo una vecina”.

Dice que lo que vivió la hizo cambiar de opinión y que su decisión de interrumpir los embarazos fue porque nadie la contuvo. Se arrepintió después.

¿Qué pensás del movimiento feminista?

Son mujeres con mucha fuerza y muy valientes. Las respeto. Seguro pasaron por mucho. Estoy de acuerdo con algunas cosas, como la paridad en el salario, pero no con todo.

¿Crees en Dios?

Sí, pero mí postura no tiene que ver con eso.

Gracias por tus palabras.

Dios te bendiga.

La jornada sigue sin complicaciones. Son dos marchas, pero parece que hubiese sólo una: de un lado al otro del vallado apenas puede verse el reflejo de la otra concentración, y casi no se escuchan los ruidos. En las calles paralelas no hay vallado y los verdes y los celestes se cruzan. Cabezas bajas, casi ni se miran. Se ignoran. Como si no hubiese esa otra Argentina que se esconde atrás del otro pañuelo.

Llega la noche y la lluvia empieza a aflojar. La discusión en el Senado se empieza a dar por cerrada. Después de 12 horas de debate se confirma que una mayoría por el rechazo al proyecto aprobado en la Cámara de Diputados. Las cuentas ya dan seis votos de diferencia.

Terminan las actividades y todos se juntan en sus escenarios a escuchar el final del debate. Como si fuera un presagio, los autodenominados “Provida” están al lado del Congreso, mientras que la Campaña se ubica en la Avenida de Mayo y la 9 de julio.

A las tres menos cuarto de la madrugada y finalizadas las intervenciones, se procede a votar. El resultado: 38 negativos, 31 positivos, 2 abstenciones y 1 ausente. La IVE no es ley en Argentina.

La presidenta de la Cámara y vicepresidenta de la Nación, Gabriela Michetti, deja salir un “¡Vamos todavía!”. No ¿sabe? que su micrófono todavía está abierto.

Los autodenominados “Provida” saltan, festejan. Un tiroteo de fuegos artificiales inunda su cielo.

Las mujeres de la campaña abuchean. Gritan. Es la angustia de ver todo un año de lucha golpeado en un instante. La organización empieza a insistir con la desconcentración pacífica. Unos minutos de furia no van a arruinar un año en movimiento y el inicio de un camino sin retorno. Hay llantos, hay abrazos, hay cantos. Hay quienes quieren ir a quemar el Congreso: nadie les hace caso.

Está la certeza de que la lucha sigue, que este no es el final ni mucho menos, que el aborto legal será ley el año que viene. O el otro.

En el recinto, algunos senadores se abrazan. Su fe y su moral salieron victoriosos. Tenían la chance de hacer historia, pero eligieron que nada cambie: las mujeres en Argentina seguirán muriendo mujeres por abortos clandestinos. Fuera del Palacio, sin embargo, la calle vuelve a demostrar que la marea verde es definitivamente imparable.

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