¿El viajar es un placer?

¿El viajar es un placer?

 

Desde finales de marzo, cuando el gobierno decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, el turismo ha sido una actividad inexistente en Argentina. Desde hoteles y restaurantes, hasta agencias de viajes y trabajadores, todo el sector trata de hacerle frente a la nueva realidad. Durante los primeros meses de cuarentena la mayoría de las empresas y prestadores turísticos se encontraron en una facturación de cero pesos y muchas tuvieron que cerrar. ¿Con qué expectativas se encuentran en octubre, mientras el gobierno asegura que habrá temporada de verano?

En Argentina, este sector es responsable del 10.3% del PBI y es la cuarta industria generadora de divisas. Brinda empleo directo e indirecto a miles de personas en diferentes rubros. «En el país existen aproximadamente 5.600 agencias de viajes y alrededor de un millón y medio de personas viven gracias al turismo»,  comenta Anabella Marino, licenciada en Turismo y titular de la agencia La Catrina Viajes, ubicada en la localidad de Belgrano.

 Las empresas del rubro tuvieron que cerrar sus oficinas a partir del 10 de marzo. Según lo establecido en la Resolución Oficial 125/2020, las agencias tenían que informar a los turistas con quienes tengan contratos con prestaciones pendientes los canales digitales de atención. A partir de estos hechos, se vieron obligados a sumergirse en una gran cantidad de cambios en su ámbito laboral, ya que desde sus casas tuvieron que asistir a los pasajeros que quedaron varados por todo el mundo, entre otros problemas.

Durante casi dos meses, las ventas fueron nulas. Casi todas las empresas empezaron a reducir gastos, renegociando costos de alquileres y anulando teléfonos fijos. “A principios de año, cuando comenzó la pandemia en Europa y Asia, postergamos todos los viajes a esas zonas. Y a partir del 10 de marzo empezamos a traer de vuelta a todos nuestros clientes ya que tipo efecto dominó cerraron en cuestión de días todos los aeropuertos del mundo hasta que el 17 de marzo cerró también Ezeiza. En medio de ese caos nos ayudamos mucho entre colegas, buscando soluciones para los pasajeros varados por el mundo. Este trabajo de titanes se hizo desde casa” expresa  Marino.

A partir de febrero, comenzaron las cancelaciones ya que por lo general en enero-febrero se empieza a vender la temporada de Europa. “Todo esto económicamente nos destruyó -comenta Natalia Provenzano, titular de la agencia de viajes Pronatour de la localidad de Castelar-. La gente al ver que Europa estaba explotada con el tema de la pandemia dejó de reservar o empezó a cancelar viajes que ya tenía señados durante el año, eso implicó devolver señas, lo que se podía o sino entregar vouchers por lo que la gente había pagado para que lo puedan usar durante el año que viene”.

En el país existen unas 5.600 agencias de viajes y alrededor de un millón y medio de personas viven gracias al turismo.

En el caso de las agencias del resto del país, muchas de ellas dependen de los turistas exclusivamente de Buenos Aires. Pero, como se sabe, el AMBA fue hasta hace poco la zona más afectada por el virus del COVID-19.

“Esto está parado desde marzo y no le vemos en el corto plazo solución, sobre todo mientras no desaparezca el virus de nuestro país. El 80% de nuestros clientes son precisamente de la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, por lo tanto no existe la posibilidad de que a mediano plazo esa gente pueda venir acá sin contagiar. El virus viaja en avión, viaja en bus y viaja en auto”, cuenta Jesús Carrizo, dueño de la empresa catamarqueña Yokavil Turismo.

Por su parte, los guías de turismo son el eslabón más endeble de la actividad turística. La situación se agrava con una pandemia como la del coronavirus, que revela la precarización que atraviesan estos empleados.

Emilse Guglielmetti, guía de turismo temático en CABA para agencias de turismo educativo y para la Fundación Vida Silvestre (visitas guiadas en Reservas Naturales), revela que el salario que recibió durante los meses de confinamiento fue casi nulo. Los trabajadores freelance son convocados cuando se contrata o se gestiona con un colegio,  si  la institución no va, el empleado no recibe ningún tipo de ingreso: “El museo donde trabajo también necesita ese ingreso, ya que  recauda para cubrir gastos de infraestructura. Muchos de mis compañeros están en negro. A nivel personal tengo deuda por el Monotributo ya que no estoy trabajando. Existió un subsidio de APTUR (Auxilio Para Prestadores Turísticos) me postulé y como no tengo actividad de corrido durante los doce meses del año no fui aceptada”.

En Argentina, el turismo es responsable del 10.3% del PBI y es la cuarta industria generadora de divisas.

A pesar de la crisis económica, el sector prepara un protocolo para cuando se vuelvan a reactivar las visitas guiadas en los diferentes puntos del país. El Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación difundió un anexo del Protocolo COVID-19 destinado a guías de turismo, con el objetivo de hacerle frente a la situación actual y ayudar a la recuperación de la actividad, estableciendo criterios de prevención sanitaria a nivel nacional. Entre otros puntos, plantea no entregar material impreso, coordinar las visitas para evitar aglomeraciones y establecer las paradas técnicas en lugares relevados con anticipación en cuanto a sus condiciones higiénicas. Por su parte, el gobierno bonaerense confirmó pocos días atrás que se podrá ir a veranear a la Costa Atlántica sin que haya que presentar exámenes médicos.

“Hay que reflexionar y actuar, de que esto nos sirvió para darnos cuenta todo lo que está mal en nuestro país, que tanto amamos, en varias áreas no solo en turismo. Y cómo una pandemia como la que estamos viviendo nos deja en ruinas, sobreviviendo, como se puede”, agrega Lorena Ibañez, guía de turismo nacional de la empresa Aprenditur Turismo Didáctico, con sede en la Ciudad de Buenos Aires.

Aunque hay más dudas que certezas sobre la fecha de apertura, ya se piensa en las medidas de prevención para cuando se reactive la actividad. Se basa en contar con un protocolo estricto en los ámbitos laborales: tener un control por reserva, grupos de cantidad reducida, visitas autoguiadas, atención desde una vitrina, restaurantes al aire libre y que las personas lleven consigo sus elementos de desinfección, entre otras pautas.

Tatiana Baez, licenciada en Turismo y Hotelería,  explica: “Va a ser difícil ya que uno de los principales roles de los empleados turísticos es la hospitalidad y contacto con el huésped, pero ambos tendremos que adaptarnos a la nueva modalidad para cuidarnos. Realmente es un desafío por la magnitud que tiene el virus, esperemos se puedan realizar viajes con un comportamiento responsable de ambas partes y así ayudar a que el turismo pueda levantarse nuevamente, pero se estima que las empresas van a poder acomodarse económicamente recién a fines de 2021”.

A Buenos Aires le falta verde

A Buenos Aires le falta verde

La Ciudad Autónoma de Buenos Aires es una de las urbes con menos espacios verdes por habitante del país: el 12,4% de los residentes vive lejos de un parque o de una plaza. El dato se desprende del Atlas que desarrolló la Fundación Bunge y Born con la finalidad de analizar  la disponibilidad de este tipo de lugares para la población en las 155 localidades más grandes de la Argentina.

La ausencia de parques y paseos verdes no sólo conlleva consecuencias ecológica sino que también afecta la salud física y mental de los ciudadanos. Según el informe de la Fundación Bunge y Born, es necesario garantizar su presencia y accesibilidad para evitar la degradación ambiental ya que disminuyen riesgos, como por ejemplo la formación de islas de calor, inundaciones y la contaminación del oxígeno.

En el caso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Fundación detectó un total de casi 15 millones de m² de espacios verdes públicos, entendidos como superficies verdes de libre acceso de más de media hectárea. En relación a otras urbes es muy poco. Por ejemplo, en Nueva York, un análisis reciente encontró 13,6 m² por habitante y cantidades mayores en el resto de las cincuenta ciudades principales de Estados Unidos.

Hay muchas formas de medir los espacios verdes, pero en este caso dicho informe tomó en cuenta la posibilidad de acceder, que tan fácil le resulta a la gente llegar: “Esto reemplazando el método típico histórico que era contar los metros cuadrados de espacios verdes por habitantes. Si simplemente hiciera la división entre los metros cuadrado de espacios verdes y la cantidad habitantes de la ciudad, pareciera que todo el mundo está bien servido, pero no es así. En la actualidad a más de 350.000 porteños les falta un parque o una plaza más cerca de su vivienda”, expresa Antonio Vazquez Brust, quien estuvo al frente de la investigación.

«A más de 350.000 porteños les falta una plaza más cerca de su vivienda”, expresa Antonio Vazquez Brust.

El Atlas realizado por la Fundación se encargó de catalogar los espacios verdes y geo referenciarlos. Mediante esta metodología se midió la distancia a través de la grilla de calles de la ciudad y cuánto tiempo toma desde cada punto caminar hacia una plaza o un parque: “Así es como encontramos que un 12% de la población vive más lejos que la distancia recomendada a los parques, que es de 10 minutos de caminata. Si se está un poco más lejos del parque, ahí es cuando la gente tiende a no asistir, de cierto modo no acceden al espacio público y gratuito que es el parque como espacio cotidiano”, sostiene Vázquez Brunt.

Además de profundizar las inequidades existentes, esta tendencia presenta serios riesgos para la sostenibilidad urbana y para la salud pública en especial. Numerosas investigaciones señalan una fuerte relación entre espacios verdes urbanos y la salud física y mental. “En un estudio que se hizo en Israel –comenta Antonio Vazquez Brust- se comparó el nivel de acceso y uso de espacios públicos de embarazadas y luego tras el parto midieron el peso de los bebés y el diámetro craneal, y se sugiere que hay un efecto benéfico en la salud de los bebés con el acceso de las madres a espacios verdes. También se lo ha unido a reducción de enfermedades mentales como depresión y reducción en tasas de diabetes”.

El individuo necesita un lugar de esparcimiento al aire libre pero el contacto con la naturaleza se pierde en Buenos Aires a medida del crecimiento de los emprendimientos inmobiliarios: “Las plazas de la ciudad son unos recortes verdes en dónde hay más caminos que otra cosa. Muchos parques y plazas han sido muy afectados; por ejemplo al Parque Chacabuco le pasa la autopista por el medio, cuando se decidió la construcción la decisión fue porque ahí no había que expropiar a nadie, pero en realidad era un parque de todos. Es prestigioso vivir frente a un espacio verde pero la mayoría de estos espacios están rodeados de edificación de hasta 12 pisos de altura y en consecuencia la plaza pierde su función de pulmón verde”, dice Beatriz Arias, arquitecta, planificadora urbana-regional y profesora de Sistemas Urbanos de la carrera de Gestión Ambiental en la Universidad Nacional de Moreno.

La Ciudad de Buenos Aires tiene 15 millones de metros cuadrados de espacios verdes.

Por otro lado, Carolina Somoza, perteneciente a la organización ecológica Somos Ambiente, afirma: “Los beneficios de los espacios verdes públicos van de la mano con el servicio ambiental que brindan los árboles (segundo pulmón verde del mundo después del fitoplancton en los océanos). En Buenos Aires, donde cada vez hay más autos y va haber cada vez más población, son indispensables. Nuestra ciudad tiene niveles altísimos de contaminación sonora y ni siquiera cuenta con todos los instrumentos necesarios para medir de una manera exhaustiva la contaminación del aire”.

La dirigente ambientalista agrega: “El Hospital de Clínicas, frente a la Plaza Houssay, está todo cementado, los árboles alrededor tienen una simulación de pasto, pero en realidad son granitos de cemento. Se viene priorizando las calles y cementos antes que las plazas y parques”.

No contar con espacios verdes de proximidad repercute negativamente en el hábitat y en las cualidades paisajístico-ambientales urbanas, además de atentar contra el uso recreativo de aquellos. Gabriela Campari, licenciada en Planificación y Diseño del paisaje asegura: “Estas consecuencias también pueden darse aun contando con estas áreas si ellas presentan un alto grado de deterioro, dado que su existencia física no garantiza de por sí los beneficios aludidos, sino que además deben reunir determinadas cualidades compositivas en lo material y lo vegetal que hagan posible su uso pleno, evitando así que la falta de mantenimiento genere una idea vinculada a la de espacios vacantes o carentes de función que impacte en su apropiación social”.

La investigadora, autora el ensayo Paisajes sensibles. Subjetividad, salud y patrimonio verde en el espacio intrahospitalario, publicado por Prometeo, dice: “Vale resaltar que las consecuencias desfavorables enunciadas también impactan de manera disímil de acuerdo a la edad, posibilidades de accesibilidad y pertenencia de los habitantes a grupos vulnerables desde el punto de vista económico y social”.

El Plan Urbano Ambiental de la Ciudad plantea la necesidad de asegurar el derecho al uso de los espacios verdes públicos urbanos (parques, plazas y paseos) y propone su incremento, recuperación y mejora a fin de dar lugar a funciones vitales para la sociedad como son, entre otras, el encuentro, el relax, el ocio, el confort y la socialización. Pero lamentablemente, se han perdido muchas oportunidades en las últimas décadas de promocionar la conversión de terrenos disponibles en parques porque se ha priorizado el desarrollo inmobiliario. Es decir: se ha preferido edificar antes que parquizar.

El dilema cartonero: el virus o el hambre

El dilema cartonero: el virus o el hambre

Una de las preocupaciones más grandes que se desató a partir de la cuarentena obligatoria y del freno a las actividades laborales, además de las cuestiones de salud, es sin duda el fuerte impacto negativo que recibe el sector de la economía informal. Los cartoneros, recuperadores urbanos y cooperativas de recicladores luchan día a día intentando subsistir a esta situación crítica que atraviesa el país.

El hambre, la caída de la recaudación, la falta de circulación en las calles y el cierre de comercios, son unos de los tantos problemas que giran en torno a este ámbito. Desde el primer momento que se decretó la cuarentena los cartoneros de la provincia sabían que no iban a poder cumplirla por mucho tiempo. “Yo estoy de acuerdo con la cuarentena, pero lamentablemente si no salgo a las calles en busca de cartón, mis hijos no comen. Me quedaría encantado en mi casa con mi familia pero antes del virus tengo otro problema: llevar un plato de comida a mi casa todos los días”, cuenta Ariel Fernando Maitini, un cartonero de 43 años de la localidad de Moreno.

Los cartoneros de la Provincia de Buenos Aires se encuentran en una situación aún más precaria que los de la Ciudad.

En el comienzo del aislamiento obligatorio se pararon por completo, tanto las actividades de los cartoneros que trabajan de forma independiente como aquellos que lo hacen en las cooperativas. A mediados del mes de abril, el Gobierno nacional y de la Ciudad llegaron a un acuerdo para que algunas cooperativas tengan permiso de circular para llevar a cabo su trabajo. Pero claro, esto no fue suficiente para que la situación se alivianara. “El permiso que nos da el gobierno para circular es para dos veces a la semana, ir a retirar el camión que nos brinda el Gobierno de la Ciudad, pero igualmente esto es terrible. Se ha perdido prácticamente el 75% de los grandes generadores porque hoteles de cuatro y cinco estrellas están cerrados, universidades, colegios y también oficinas, esto es un desastre”, expresa María Ramíz, tesorera y encargada de las relaciones humanas de la Cooperativa del Oeste de Mataderos.

Los cartoneros exigen que su actividad sea considerada esencial. Muchos de ellos se integraron a cooperativas de trabajo. La actividad está semiparalizada porque el gobierno prohibió la recolección diferenciada de residuos generados por comercios y vecinos. Lo único que tienen habilitado es el retiro a supermercados, dos veces por semanas y el tratamiento de ese material en una planta.

“Si hubiéramos cumplido con esa prohibición, el trabajo de 20 años se hubiera ido a la basura. En el Conurbano están muertos de hambre, están ingresando a la ciudad sin más protección que un barbijo, con carros que pesan horrores”, expresa Alicia Montoya, responsable de la coordinación técnica de la Cooperativa El Álamo, ubicada en el barrio de Villa Urquiza.

La situación en la Ciudad es sumamente complicada, pero los recuperadores que están en las cooperativas cobran, en algunos casos, un incentivo por un acuerdo con el Gobierno. Es así que, en realidad, lo más perjudicados son los cartoneros del Conurbano bonaerense y de las grandes ciudades del interior ya que no reciben ningún tipo de ayuda económica.

Los cartoneros reciben siete pesos por un kilo de papel y ocho por el de plásticos.

Juan Facundo Quiroz, de 70 años, un cartonero de la localidad de Merlo, a pesar de ser un paciente de riesgo por el COVID19, sale todos los días a transitar las calles en busca de material: “Nos ponemos barbijo, nos lavamos las manos todo el tiempo y salimos a ponerle el pecho al virus. Cada mañana es un camino más largo, los comercios están cerrados por lo que el día de trabajo se alargó, caminamos muchas más cuadras de las que hacíamos antes para buscar un poco de cartón. Acá no importa si no tenemos permiso para circular, si no salís te morís de hambre”.

La entrada de dinero a los hogares de los cartoneros se vuelve una lucha constante, pero ahora también existe el conflicto para adquirir los elementos de protección personal, que obviamente tienen que salir de sus bolsillos. “Por día recaudo, con suerte, 600 pesos y lo tengo que repartir entre la comida y dejar plata para el barbijo y alcohol en gel. Los precios no ayudan, me pagan 7 pesos por kilogramo de cartón y 8 pesos el de plástico. Es tan poco que ni siquiera ayuda el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia). Es fácil decir quédate en casa cuando no te hace falta nada”, cuenta Lucas Andrés Asem de la localidad de San Martín.

Las ollas populares son una de las salidas por las que han optado en varios lugares para combatir el hambre que afecta a los recuperadores y sus familias. Lucas es uno de los muchos cartoneros que participa de esta iniciativa: “Los jueves cocinamos junto con mis compañeros en la cancha para nosotros y la gente que lo necesita y lo que sobra lo administramos y cada uno se lo lleva para su familia. Han llegado a ir entre 100 y 200 personas en busca de un plato de comida, realmente necesitamos una ayuda porque la situación nos cortó al medio, estamos paleando el hambre con polenta, arroz y fideos. No hay leche, no hay carne”.