Por Dylan Mizawak
Fotografía: La Retaguardia

A los partos clandestinos, las sustracciones de bebés, las torturas y desapariciones se le sumaron los robos patrimoniales en el relato de los testigos en una nueva jornada de audiencias del juicio por los crímenes de lesa humanidad ocurridos en los pozos de Quilmes y Banfield y en la Brigada de Lanús.

El martes 13 de septiembre, se llevó adelante la audiencia Nº 80 del juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en la Brigada de Investigaciones de Lanús, en el Pozo de Quilmes y en el Pozo de Banfield, en manos de las Fuerzas Armadas en cooperación con la sociedad civil, empresarial y eclesiástica, entre los años 1976 y 1983, en el marco de la última dictadura militar autodenominada “Proceso de Reorganización Nacional”.

Declararon los sobrevivientes Darío Machado, Daniel Wejchenberg y Luis Taub, quienes fueron privados ilegítimamente de su libertad entre los años 1977 y 1978 y sufrieron torturas físicas y psicológicas en el cautiverio y durante los años posteriores, junto a familiares, colegas y otros militantes. Por otro lado, también declaró Julio Ernesto Cabrera, hijo del militante peronista Julio Washington Cabrera, quien hasta hoy continúa desaparecido. En la audiencia, también se denunció la apropiación indebida de bienes patrimoniales.

Desde las 8:30, vía zoom, comenzó la jornada. El primer testigo en declarar fue Machado, quien relató concisa y directamente cómo fue su experiencia. Fue secuestrado la medianoche del 12 de agosto de 1978 y permaneció detenido durante tres meses en tres centros clandestinos distintos: un mes en El Vesubio -del cual hoy solo quedan sus cimientos ubicados en la localidad de Aldo Bonzi-, luego fue trasladado al Batallón logístico 10, ubicado en Villa Martelli, donde pasó otro mes y posteriormente fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Lanús, más conocida como “El Infierno”. Luego lo trasladaron a la comisaría de Monte Grande, donde pasó otro mes sin contacto con su familia y desde donde fue legalizado y llevado a la Penitenciaría Nº 9 de La Plata. En todo ese proceso, Darío sufrió innumerables torturas, hambre y padeció grandes dolores corporales producto de los maltratos físicos y la inexistencia de camas, almohadas o siquiera cobijas donde descansar.

En sus palabras: “Cuando salimos, hubo un gran despliegue de armamento de los policías. La mayoría de ellos estaba de civil. Desde arriba nos apuntaban con ametralladoras y un policía que estaba a mi derecha, uniformado, me estaba apuntando con una ametralladora. Cuando nos mira, veo que se sorprende, porque nosotros estamos blancos como un papel, flacos, desgarbados, sucios, barbudos, es así que este personaje baja la ametralladora como diciendo nos dijeron que eran unos terribles terroristas sanguinarios y nos encontramos con esto, ¿no?”.

La brevedad en la declaración da cuenta de las repetidas veces que Darío Machado tuvo que prestar declaraciones en ocasiones anteriores. Lo mueve el deseo de verdad y de justicia, pero también frunce su ceño por el paso del tiempo y cómo la historia se repite: “Ese odio que tenían las Fuerzas continúa. Es un odio de clase social, y quienes han mandado a secuestrar, violar y matar, esa gente sigue impune y haciendo de las suyas. Es un problema que tiene nuestro país y que todavía la democracia no ha resuelto”, sentenció.

El segundo testigo que prestó declaración fue Daniel Wejchenberg. Secuestrado en julio de 1978 junto a su esposa embarazada de seis meses, quien, para su tranquilidad en aquel entonces, posteriormente fue liberada. Su hijo nació el 30 de septiembre, mientras él continuaba privado de su libertad. “Permanecí en El Vesubio durante 53 días. Después de ahí, el 12 de septiembre, me sacan a mí y a siete personas. En realidad, son 35 personas las que salimos con ese método, de a siete personas por día. Quedaron unos veinticinco de los cuales nunca más se supo nada. Antes de eso nos hicieron firmar una autodeclaración, donde nos acusamos de una serie de delitos subversivos, que había que firmar sí o sí”, aseguró el sobreviviente. Luego fueron trasladados a un descampado bajo amenaza de muerte ante la tentación de escapar, y al rato fueron recogidos por camiones del ejército para trasladarlos al Batallón de Logística 10. Los traslados estaban colmados de constante tensión debido a la incertidumbre y a la conciencia de impunidad con que se manejaban las Fuerzas. Él y los detenidos debieron soportar, por ejemplo, bromas sobre la posibilidad de tirarlos al Riachuelo. Luego, fue trasladado a la Brigada de Investigaciones de Lanús y posteriormente a la Comisaría de Monte Grande, donde permaneció hasta el 5 de octubre.

Dando cuenta del funcionamiento sistemático y coordinado de la logística antisubversiva, Daniel siguió abordando y arribando a distintos centros clandestinos, donde llegó a perder la noción del tiempo y espacio, ya que permanecía con los ojos vendados. Finalmente, recuperó su libertad el 23 de mayo de 1979. Respecto a las consecuencias que tuvo en su vida, jamás pudo ejercer su profesión de psicólogo, y ha logrado -limitadamente- superar aquel trauma con largos años de terapia.

Luego vino el desgarrador testimonio de Luis Taub. “El motivo de la detención evidentemente fue para sacarnos plata en su momento, y el origen es que una o dos semanas antes habían detenido, saliendo de Argentina por Aeroparque, a Eduardo Timblack y Horacio Dombiak. Horacio era el segundo primo de mi familia. Los detuvieron y no tuvieron mejor idea que denunciarnos a nosotros a ver si los podíamos ayudar y pagar lo que les pedían. Tanto Horacio como Eduardo, convertidos en cooperantes, los vi cuando nos estaban torturando a mi padre y a mí. Nos golpearon, nos lastimaron y así comenzó toda ésta horrible odisea que nos tocó. Me secuestraron el 7 de septiembre, y me blanquearon creo que el 14 de febrero del 78”, confesó.

“A mi papá (Benjamín Taub, un hombre de 130 kilos), lo dejaron inválido por un coma diabético que tuvo, y lo internaron con nombre falso en el hospital de Vicente López. Estuvo internado hasta que lo llevaron desde ahí al hospital de Villa Devoto”, dijo y lamentó el lento accionar de la justicia en su momento y en la posteridad. “De la casa de cambio también desapareció todo el dinero. Cuando yo salí en libertad no estaba en condiciones económicas ni anímicas para retomar el negocio. Mi padre falleció ocho meses después de haber sido liberado, como consecuencia de todo lo que le tocó vivir. Yo me fui unos años de Argentina y volví cinco o seis años después. Y estoy acá. Las consecuencias son que uno nunca termina de remontar lo que habrá pasado. Recibo una pensión del IPS de la provincia de Buenos Aires, de 30.000 pesos por mes”, se ríe, para no llorar, y continúa: “Una familia que estaba en buena posición económica, que generamos empleo. Se perdió el Hotel Liberty, el campo, un montón de propiedades. Mi mamá fue extorsionada varias veces y le hicieron firmar con los bienes. Una cosa absolutamente horrible”.

Luis aclara que dará testimonio las veces que se lo requiera y lamenta el saqueo que sufrió su familia. Con gesto resignado y en tono simpático para con los querellantes, agrega: “Es un juicio para los libros. Justicia fuera de tiempo no es justicia para nada. La oportunidad histórica de haber resuelto un poco esto y habernos ayudado a nosotros fue hace muchos años”.

Ante la pregunta de una de las querellantes sobre si evidenció la presencia de mujeres embarazadas durante su detención, recordó haber visto a dos, “Le limpié la celda varias veces a una de las chicas. Una vez que tuvieron familia las trajeron para nuestro lado. Después, con los años, el chico que nació, que es un chico de apellido D´Elia, me contactó. Es uno de los chicos recuperados. La otra chica no puedo recordar el apellido… Sáenz me parece”. El niño al que se refiere es hijo de Yolanda Iris Casco, quien hoy día tendría la edad de 76 años y continúa desaparecida.

Luis pasó por varios centros clandestinos durante todo ese tiempo. Luego de un trabajo de memoria y reconstrucción histórica, advirtió que estuvo en “El Infierno”, del que recuerda los cuerpos apilados y las torturas. Luego fue trasladado a la comisaría de Avellaneda, donde también tenían prisioneros a personal de la casa de cambio de su familia; luego pasó por el Pozo de Banfield; posteriormente fue llevado al Centro de Operaciones I (COTI) ubicado en Martínez. El último destino fue el Pozo de Banfield y finalmente fue blanqueado en el penal de Villa Devoto. “Una vez que fui blanqueado en Devoto, me tuvieron en los entrepisos, en pabellones comunes, después en pabellones segregados para políticos. Durante la época del Mundial nos tenían como garantía en caso de que hubiera un atentado, nos tenían para matarnos a nosotros. De Devoto fui llevado -fue el preso 113- a la Unidad Carcelaria Nº2 de Caseros, la nueva, que después se demolió. Ahí estuve un año o dos. Castigado en el piso 16, 17 y 18. Horrible, nunca salía al patio. Permanecíamos encerrados. La comida era de terror. Bueno, uno no puede esperar comida gourmet en esa situación. Después de ahí, me llevaron a la Unidad 9 de La Plata, ahí también estuve una cantidad grande de tiempo y finalmente fui trasladado a la cárcel de Trelew. Después de seis años y nueve meses fui finalmente liberado. Ya acaecida la democracia, había pasado una cantidad de meses del gobierno de Alfonsín. Fui juzgado en el camino por un tribunal inventado; Fui juzgado por encubrimiento de asociación ilícita calificada y me pedían ocho años de prisión, y mi defensor dijo que eso estaba mal, que yo tenía que tener 12 años o perpetua”.

Todos los testigos comparten el mismo vacío de injusticia y de impotencia ante el paso del tiempo que terminó dando respiro a quienes debieron ser condenados. Pero Julio Ernesto Cabrera encauza su deseo en otra cuestión: la recuperación de la identidad de su padre y así también la suya propia.

El papá de Julio fue un ferviente militante peronista y formaba parte de la guerrilla denominada Uturuncos, con acción en Tucumán. Nació en los años 30 en Bellavista en una familia de cinco hermanos, y tuvo dos hijos con otra mujer antes de juntarse con su madre. Hasta el fallecimiento de su mamá, Julio no tenía una clara visión de quién era su padre quien hoy continúa en condición de desaparecido, y tuvo que emprender una intensa reconstrucción histórica junto a organizaciones de derechos humanos, militantes y familiares, que él denominó “detectivesca”, acudiendo a archivos, fotografías, documentos y cartas. Esta reconstrucción le cambió la perspectiva hasta de su propia vida. Respecto de los motivos de su participación en el juicio, dice: “Quiero con esto que mi padre esté presente en esta causa, en este juicio, buscando y exigiendo verdad y justicia, no otra cosa”.

Entre lágrimas, declara junto a una fotografía de su padre en blanco y negro, la más reciente que tiene, del año 1972. Por otro lado, los contactos que tuvo con su progenitor durante su infancia eran mediante cartas: “Hay una carta del 21 de febrero que dice: `Ana no contestó en mi ayuda, pues por razones de política tengo que volver a Tucu. Julito, espero que te portes bien. Cuando vengas a Tucumán si puedo te iré a ver. Te besa, tu padre´. También hay otra de septiembre de 1975, una postal de la quebrada de Lules, Tucumán, donde se lee: ´Para Julito con Cariño´. Otra, del 15 de diciembre de 1975, con motivos de las fiestas, me desea felices fiestas a mí y a mi familia y me dice que está de paso por Buenos Aires y me da una dirección donde puedo contestarle. En diciembre de 1975 me envió un regalo para Reyes. Al despedirse, me dice: “Sin más, saludo a todos. Besos de tu padre que a pesar de la distancia no te olvida. Ese fue el último contacto que tuve de él”, repasó.

Luego de esa reconstrucción Julio aseguró: “A partir de este hecho y tocado tan de cerca, trabajo por la memoria, exigiendo verdad y justicia simplemente eso. No es mucho más lo que puedo aportar más que una visión muy, muy personal”, y agregó: “Con 34 años lo lloré por primera vez y a partir de ahí creo que cada tanto sigue haciéndome falta”.

Por estos casos están imputados Roberto Armando Balmaceda, Jaime Smart, Carlos María Romero Pavón, Carlos Gustavo Fontana, Juan Miguel Wolk, Enrique Augusto Barre, Alberto Julio Candioti, Federico Minicucci, Jorge Héctor Di Pascuale y Carlos del Señor Hidalgo Garzón.

 

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