Jun 13, 2017 | Culturas
“Rugió la bestia en medio de la avenida”. Alrededor de mil quinientos seguidores de la banda de rock La Renga se concentraron el sábado en el Obelisco para exigir que el grupo musical pueda volver a tocar en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ya que el 31 de mayo un informe policial no consideró viable su presentación en el Estadio Tomás Adolfo Ducó, del club Huracán. La banda no puede actuar en la ciudad desde 2007. Previo a la difusión del informe también se les canceló un show en San Juan, por lo que el banderazo se desarrolló en varios puntos del país.
El informe que establece no viable el recital lo dio a conocer el productor de la banda, José Palazzo, a través de la red social Twitter. Algunas de las problemáticas que aparecen detalladas son: “La venta de estupefacientes y alcohol, la falta de controles, baños colapsados, trapitos, incumplimiento con la ley de higiene y seguridad, salidas de emergencia, entre otras cuestiones”. También se indica que por ser la banda de rock de mayor convocatoria nacional se estima un público de 60 mil personas, y el estadio, según indica, tiene capacidad para 40 mil. El informe también hace referencia a los hechos ocurridos en Olavarría en el recital del Indio Solari.
La mitad de la Plaza de La República se llenó de aquellos que cantaban las canciones más conocidas y pintaban banderas. Pablo, encargado de organizar las previas de los recitales de La Renga, consideró que no quedan claras las razones por las que la banda no puede tocar, ya que las problemáticas que expresa el informe policial ocurren en otros ámbitos que no se ponen en discusión: «Los partidos los domingos se siguen jugando, las bandas internacionales siguen viniendo, y otras bandas de rock nacionales siguen tocando en la ciudad. Queremos que haya igualdad para La Renga. Esto es un trabajo para la producción y para familias que trabajan con ellos». También manifestó que no se les concede el autódromo Juan Gálvez de la Ciudad para presentarse, en el cual tocaron por última vez en 2007 para cien mil personas.
«El rock es cultura», declaró Javier, quien estaba pintando una bandera a lo largo de la plaza, antes de que se llenara de gente. És artista y antes de los shows expresa en pinturas lo que le generan las canciones. La tela, en este caso decía: «No somos cualquier público, somos especiales. Somos familia». Javier considera que no se le da lugar a La Renga por causas que representa la banda: «La Renga nunca estuvo con ningún gobierno, pero yo creo que el hecho de que haya tocado en el recital por los 30 años de democracia en 2013, y que se haya manifestado a favor de algunas políticas sociales tiene algo que ver».
En el caso de la provincia de San Juan, el recital se suspendió 29 de abril pasado. El secretario de Seguridad de la provincia había dicho previamente que la gente que moviliza La Renga tiene características similares a las que mueve el Indio Solari y que no podían disponer de un operativo de seguridad que controle la zona. En relación a estas argumentaciones, Javier vinculó la prohibición a que hace unos años la banda se manifestó en contra de las mineras en esa provincia. «La Renga apoya estas causas, como cuando tocó en el festival de rock junto a otras bandas en apoyo a los obreros de Zanon, la planta de cerámicos de Nequén que fue recuperada por sus trabajadores». El seguidor de La Renga también agregó que en Córdoba hasta ahora nunca hubo problema, y que siempre los dejaron tocar. El último recital allí fue el 6 de mayo último.
A alrededor de las 16 llegó al Obelisco un automóvil con parlantes en donde sonaba: “Soy el que nunca aprendió/ desde que nació/ como debe vivir el humano”. Se estacionó entre el monumento y la plaza. Los presentes cantaban y miraban como si hubiera un escenario de donde salía la música. Cristian, otro seguidor, estaba junto a tres amigos, escuchando. En diálogo con ANCCOM quiso hacer referencia a la actitud de la banda frente a las bengalas, ya que en el 2011, en un concierto al aire libre en el autódromo Roberto Mouras de La Plata, un joven de 27 años falleció porque otro prendió una bengala, y se la dio en el cuello. «La banda muchas veces paró recitales cuando había bengalas prendidas, más que nada después de lo que pasó en Cromañon. Esa vez, ocurrió en la otra punta del autódromo, no se veía lo que pasaba».
Muchos seguidores se quedaron hasta tarde en el centro porteño. Tal fue el caso de Alejandra que llegó desde de Entre Ríos a apoyar a la banda: «Tengo mil historias con La Renga, vamos con mi hijo y mi marido. Mis vacaciones muchas veces las planeo según donde tocan ellos». Con su grupo de amigos también estaba Yolanda, de 46 años: «Estamos acá porque seguimos hace muchos años a La Renga. Hay mucha gente que no puede pagarse un pasaje y está esperando que La Renga toque en su ciudad». Sofía en cambio, de 16 años, pudo viajar a Córdoba al recital pasado: «Empecé a escuchar la banda a los siete, por mi papá y mi tío. En 2014 los fui a ver con ellos por primera vez, y ahora a Córdoba también fuimos juntos». Diego, escucha a La Renga hace 12 años, estaba en el Obelisco con su bebé y su mujer: «Estoy acá con mi familia. Quienes estamos acá nos vemos en todos los recitales. Sabemos cómo nos manejamos. Por eso decimos que somos ‘los mismos de siempre’ «, concluyó el seguidor.
Actualizada 14/06/2017
Ene 11, 2017 | Entrevistas
Kubero Díaz luce en su andar el semblante de un hombre sabio en cuyo camino siempre han habido expectativas hacia la vida. Sus palabras tienen la serenidad de los sonidos que narran sus primeros viajes desde la ciudad entrerriana Nogoyá, su lugar de origen, hacia La Plata, donde inició un nuevo viaje, por el rock, junto a La Cofradía de La Flor Solar, una de las bandas míticas del rock argentino. De allí en adelante, el rumbo tendría matices -geográficos y de artistas-, pero siempre con un Kubero en continuo movimiento, buscando sublimar con arte su experiencia en el mundo. Luego la Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, y con ella la grabación de su primer disco solista y sus participaciones en los LP de otros grandes artistas que también han grabado con La Pesada.
Sus viajes hacia el sur del país y también a Brasil, junto a Miguel Cantilo, constituyeron para el guitarrista una gran experiencia compositiva. Más tarde, ya en Europa, forjó una gran amistad con Miguel Abuelo. Aquellos encuentros –a los que se sumaba Cachorro López- dieron paso a la primera experiencia de Los Abuelos de la Nada hasta afrontar la edición del álbum Cosas mías.
El de Kubero es un incansable periplo que a fines de los 80 encontró una nueva escala en Brasil, lejos de la escena nacional durante casi 15 años, tras los cuales regresó un día de paseo y se quedó para participar de la grabación del disco Clásicos, de Miguel Cantilo. También se encontró, por entonces, con León Gieco, quien lo sumaría a su banda estable para seguir viajando con giras por todo el país y el continente. El viaje es constante, incluso por estos días, en los cuales sigue en movimiento, tocando con su trío (junto a Juan Rodríguez y Daniel Saralegui) a la espera del inminente lanzamiento de Amaneceres.
¿Cómo te vinculás con La Cofradía de La Flor Solar en la La Plata?
Para mí la historia arranca antes, comienza en mi pueblo con Los Grillos, el grupo de rock que tenía con Eduardo Paz en batería y Luis Alberto en segunda guitarra y voz. Estaba también Carlitos Gómez, que entonces era el bajista y hoy es un abogado excelente que sigue tocando igual, un tipo bárbaro. La Cofradía eran pibes de mi pueblo, mayores que yo, que fueron hasta la Universidad, conocieron a Rocambole y a gente que quería -de alguna manera- vivir en la suya. Decidieron alquilar una casa y compartirla para no pagar cada uno la suya. Yo tenía 18 años, recién agarraba un pucho, y se vinieron de La Plata a buscarme.
¿Y a vos como se te presentó la oportunidad? ¿Imaginabas que podía ser el inicio de una vida ligada al rock y la música?
Era lo que yo pretendía, arrancar en algo serio. Desde chico siempre dibujé e hice música como mi hermano, y La Cofradía fue una consecuencia de eso. Aquellos músicos querían tocar conmigo y me vinieron a buscar a Nogoyá para convencer a mi padre. Le contaron toda la historia de la evolución del hombre y mi viejo me decía: “Estos son medios charlatanes, ¿son evangelistas estos pibes?”. Al año siguiente mi hermana lo convenció para que me dejara ir. Yo tenía dos años menos que ellos, así que con 18 años llegué a La Cofradía y fue toda una movida: encontrarme con esos personajes, estar en una Ciudad, que hasta ese momento no sabía lo que era… Nosotros éramos una familia de cara a la calle. Para los vecinos éramos muy queridos porque estábamos toda la mañana haciendo artesanías con las ventanas abiertas, muy de barrio como es en La Plata. Era una onda muy familiar.
Y estando ya con La Cofradía, ¿cómo se da el vínculo con Billy Bond y tu paso por La Pesada?
Billy nos descubrió en el Centro de Artes y Ciencias cuando estábamos tocando en Buenos Aires. Vio un show de La Cofradía que arrancaba y terminaba redondito y nos dijo: “Mañana grabamos muchachos”. Así fue que Billy se copó conmigo, yo me copé mucho con el Negro Medina (el bajista de Manal) porque mi deseo era tocar con él en ese momento. A su vez Morci Requena (bajista de La Cofradía) estaba yéndose a Brasil y querían abrirse. Así me quedé con La Pesada, donde grabé incluso mi propio disco. Ahora que se recuperaron los derechos de Music Hall, una compañía distribuidora de España me contactó porque quieren editar mi disco.

¿Por qué tuviste muchos problemas con la edición de ese disco?
Tenía una furia tremenda, hasta el día de hoy incluso, porque me habían grabado el lado B mal. Venía todo muy trucho, desde la pasta hasta mi nombre, en vez de decir Juan decía Jorge Fernando Díaz. Tuve mis conflictos con el disco y, sin embargo, se proyectó de manera muy interesante.
¿Creés que la Billy Bond y La Pesada tuvo importancia en la unión de distintos artistas de la escena nacional?
Totalmente, Billy Bond consiguió reunir un montón de músicos que estaban en planetas solitarios después de haber pasado por bandas como Manal, por ejemplo. Hasta el flaco Spinetta venía a tocar a veces con La Pesada. Estuvo muy bueno que Billy reuniera a toda esa movida, porque no un había sello de rock. Bah, no había nada en esa época. Había algún avión que traía algún disco de afuera, y ese era nuestro alimento. Hoy vemos esas cosas muy fácil por Internet, pero en aquella época no era así. ¡Qué bien nos hubiera hecho por entonces ver los conciertos de los Who o de Los Beattles!
Después de grabar con La Pesada tu disco y colaborar en algunos otros empezás a viajar…
Primero tuve la experiencia en El Bolsón con Miguel Cantilo, donde compusimos muchos temas. De repente, él se fue para Bahía donde nació su primer hijo, que hoy es baterista en México, y con mi compañera dijimos: “Vamos a visitarlo”. Mandamos la carpa por tren y, mochila en mano, nos fuimos. Llegamos a donde estaba Miguel, en Arembepe, un pueblito perdido allá en Bahía, al lado del mar, un paraíso total, que en realidad era una aldea de doce casas a dos kilómetros del pueblito.
¿Y de Brasil te vas a Europa?
Sí, pero antes vuelvo para acá. Después de hacer un gran concierto de seis horas con (el violinista Jorge) Pinchevsky y Energía Total, me fui para Europa.
Y allá te reencontrás con Miguel Abuelo, ¿qué recordás de esa experiencia?
Miguel Abuelo había venido a La Cofradía, había estado en casa. Vino al gran festival que hicimos de las 34 horas en el Club Atenas, en La Plata. Algo ya lo conocía, pero siempre como a un tipo muy reservado. Cuando lo encontré en Europa que era un tiro al aire, otro Miguelito, y nos hicimos muy amigos. Nosotros estábamos en Holanda y él se venía desde Portugal a visitarnos. Con Miguel siempre nos encontramos de una manera muy mágica. De repente estábamos viajando a visitar unos amigos en Mallorca y ¿quién aparecía en el barco?: Miguel Abuelo, el mismo barco, la misma hora… y eso que no teníamos una facilidad de contacto como la que existe ahora. Era todo de cabeza. Con Pinchevsky también me pasó eso, cayó en cana y cuando calculé que lo habían largado fui a buscarlo a París y lo encontré. Toda esa experiencia para mí fue mágica y una locura, porque estábamos viajando con hijos. Si hubiésemos estado solos era otra cosa, pero ya teníamos pibes y decidimos instalarnos en Ibiza, que es un planeta aparte, un lugar donde todavía se respira ese clima medio hippie, romántico,
¿Cómo surge el proyecto de tu inclusión en Los Abuelos de la Nada?
Cachorro López y Miguel Abuelo venían siempre a casa y zapábamos, tocábamos, hacíamos asados, compartimos mucho. Y Cachorro, que estaba con Miguel de aquí para allá todo el día, consiguió traerlo nuevamente para Argentina y armar Abuelos de la Nada. Fue un proyecto más de Cachorro, que la vió, que de Miguel. Esa es la raíz de los primeros Abuelos. Mucho que ver tuvo mi casa, porque yo le daba clases de música a Cachorro. Cuando Miguel vuelve a Ibiza, después de grabar el Himno de mi Corazón en Estudio Mediterráneo, me dice: “Negro quiero que vengas porque quiero que toquemos juntos”. Incluso me había dedicado un tema, para mí todo un flash. Por otro lado también estaba Charly, que quería que volviera para grabar con él. Se me armó un conflicto, pero fui a Abuelos de la Nada porque ya lo había hablado con Miguel. Además, teníamos una conexión… Y Charly me hizo la cruz. Pero para mí era demasiado: Miguel Abuelo y Charly García… con uno me alcanza y me sobra.
¿Y qué recordás del período de Cosas Mías y de las presentaciones en vivo junto a Los Abuelos?
Muchas historias muy lindas, de las giras con Miguel. Un día decidió bajarse en plena pampa de noche, después de una lluvia, con todo inundado, oscuridad total. El tipo se bajó del micro y no quiso seguir con nosotros, y lo tuvimos que dejar, ni siquiera con un plomo para que lo acompañe… Terminó en un rancho con un gaucho que le dio cobertura a la madrugada. El tipo no subía al micro ni por joda, se había rayado no sé con quién. Pero él era así, como un perro, se te empaca y cagaste, no lo movés más. A la vez, lúcido como él solo, un tipo muy brillante.
Tras la muerte de Miguel Abuelo volviste a Brasil, ¿Por qué regresaste otra vez a la Argentina?
Fue una época de muchos golpes. Me había ido a Buzios y un día me vine a ver a la gente, a pasear un mes y a tocar un poco y, de repente, aparece Miguel Cantilo y me dice: “¿Negro, te vas a ir? Porque si no te vas te contrato para hacer las base de un disco (Clásicos)”. Y me entusiasmé al toque, era entonces la oportunidad de reencontrarme con toda la monada. Gracias a Miguel me contacte con León, con Charly, con Mollo, con unos cuantos.
¿Y por qué decidiste quedarte?
Botafogo (el blusero Miguel Villanova) me dijo un día: “Armate un trío”. Y así fue que armé un trío y, después de la presentación, aparece el mensaje de León Gieco para que yo participara de su disco. Un flash total, y así pasaron diez años tocando con León. Recorrimos el país y un poco más también. León es bien recibido en todos lados, es un capo.
¿En qué etapa se encuentra Amaneceres, tu próximo disco?
Ya está casi terminado, me faltan unos trámites para mandarlo a hacer. Sucede que hay muchas opciones, entonces quiero decidirlo bien. Por ejemplo está la posibilidad de Panal de Ideas, donde muchos pueden colaborar por Internet. Por otra parte tal vez les interese a la gente de España que quiere reeditar el de La Pesada. Ya editaron el disco Sur de Miguel Cantilo., Son muy especiales estos tipos, quieren música para coleccionistas.
Has manifestado ser un artista del aquí y ahora, ¿cómo te interpela el mundo y el contexto en este momento, cómo se conecta con tu arte?
Es complicado porque son tantos ángulos desde los cuales uno lo puede encarar… la gente, la calle. Hay mucha locura pero no de la buena, en mi época había una locura más creativa, ahora todo es chicaneo. “Si no fuera por la música no nos salva ni Tarzán”, dijo Cantilo y es tal cual, si no fuera por la música yo no sé qué hago, me pierdo.
También sos un artista plástico, ¿cómo conviven esas dos facetas?
Soy muy improvisador, la verdad no lo pienso demasiado. El otro día hice un dibujo para una canción que grabamos para un disco de unos pibes en Córdoba, la canción la canta Melingo con un coro de niños de escuela y yo meto las violas acústicas. Me pidieron un dibujo para esa canción y yo hice un dibujo de la Pachamama, pero no lo pienso mucho. A veces se me aparece alguna imagen, o unas líneas, y las pongo. Tiene que haber alguna motivación para superar la hoja en blanco, que es terrorífico. Lo mismo con la música, todo arranca con dos notas y con el ritmo. También hay otras maneras de componer, te fuiste a dormir y soñaste la canción, entonces a la mañana agarraste la viola y salió. Es magia pura, como dice el Flaco. Todas las cosas tienen música, todo te interfiere, yo ando en micro y se me viene toda la música encima, entonces quiero llegar a casa rápido para agarrar la viola. Últimamente ando con un grabador y me registro todo porque es la única manera de darle sentido al riff, al ritmo, a la intención. Sobre aquella pregunta de qué viene primero, si la letra o la música… para mi es todo una sola cosa.
¿Qué es el rock para vos?
Un poco la pila. Tengo un montón de años, sigo cantando rock, y me siento como si tuvieras 20. Para mí, el rock es la chispa que me mantuvo vivo en un momento de mi vida. El rock es algo que no querés soltar, para mi es inevitable el rock. El rock es también decirle al otro lo que está pasando: “Loco, despertate, no seas animal”. En La Pesada del Rock and Roll, por ejemplo, era una época donde subíamos al escenario con Billy y con el Negro Medina, con Claudio Gabis, con Pinchevsky con los que estuviéramos tocando en ese momento, y el Negro Medina improvisaba sobre un riff medio mántrico que teníamos y se mandaba a diestra y siniestra sobre la situación política. Improvisábamos mucho, eso es rock. A veces el Negro Medina terminaba con las manos lastimadas porque le pegaba al bajo de tal manera que terminaba lleno de sangre, una bestia total.
¿Qué te pareció el homenaje de Gustavo Gregorio a los pioneros del rock nacional con la edición del álbum Rock Argentino en Estado Sinfónico?
Es un disco muy mágico porque aparecieron los personajes que tenían que aparecer. El productor puso la parte más complicada, es un maravilloso ser que conocí gracias a este laburo y fue quien me impulsó, después, a que yo pudiera concretar mi disco en agradecimiento a que yo había participado sin pedirle absolutamente nada. El flaco apareció y me ayudó en todo lo que me hacía falta para poder terminar mi disco, eso en lo personal. Fue alucinante juntarme con Gustavo Gregorio, que nos conocemos hace más de 40 años y nunca imaginé que iba a llegar a ser un director de orquesta, un arreglador tan fantástico como es; y mucho menos que iba a tener una idea como esa… que la orquesta sinfónica de Kiev grabe estas canciones.
Estás tocando mucho, sea con tu trío, o en compañía de otros músicos, ¿te seguís conmoviendo sobre los escenarios?
Totalmente. Es que la felicidad de estar tocando es mucha, ahora me voy a presentar con el trío el próximo 20 de agosto en Nivangio (Colombres 946). Gracias a Dios me rodea gente muy especial. El Mono Insaurralde me grabó en el disco el tema “Escorpiano Mental”. Miguel me apoyó, me hizo unas voces fantásticas, y el tema quedó buenísimo… Ahora todo el material de Amaneceres se lo di a Rocambole para que con su arte arme y desarme según le parezca, pero pronto lo tendremos.
Actualizada 16/08/2016
Ene 5, 2016 | Entrevistas
En una casa del barrio porteño de La Boca, Jorge Pistocchi, el creador de la legendaria revista El Expreso Imaginario entre 1976 y 1979 y de otras publicaciones contraculturales como Mordisco, Pan Caliente y Zaff, recibió a ANCCOM el viernes 25. Sus orígenes en el periodismo, las andanzas con Miguel Abuelo y los pioneros del rock nacional, las experiencias artísticas con videocassettes y la toma de una fábrica en Llavallol fueron algunos de los temas que abordó en la charla. Dos días después, el polifacético artista, editor y periodista, que sobrellevaba numerosos y serios problemas de salud, murió a los 75 años. Quedan una radio online con su sello y en pleno funcionamiento, un centro cultural en su vivienda y las impresiones que dejó en esta entrevista.
¿Cómo fueron tus inicios como periodista en la revista Pelo?
En 1972 comencé como periodista para la revista Pelo. Yo estaba más relacionado con las artes plásticas; las circunstancias me habían acercado al arte a través de la escultura. Antes de eso, no había escrito nunca. Tenía muchas faltas de ortografía y me daba vergüenza. Si escribía una carta, la hacía revisar porque era un desastre. También tenía un poco de dislexia y entonces me costaba. En Pelo me dijeron: “Tomá media página y escribí lo que quieras”. Y empecé con bastante éxito, me respondía mucha gente. Sentí que tenía un fierro caliente en la mano, porque tenía que empezar a escribir; pero sentí, a la vez, un compromiso con lo que hacía. Fue un fierro caliente porque ahí, desde una posición independiente, te ponías de enemigo con mucha facilidad a todo el mundo. Si decías ciertas cosas, eran aceptadas; si decías lo que pensabas, no. Yo decía abiertamente lo que pensaba y tenía mucha repercusión por eso, por hablar de temas que nadie se atrevía. Era un momento en el que tenías que estar o de un lado, o del otro. Era un tiempo muy difícil para decir con libertad lo que uno pensaba. Yo hablaba sobre la realidad de ese momento desde el punto de vista del rock and roll. Lo que en ese momento significaban los rockeros es tal vez muy difícil entenderlo desde esta realidad, porque había un marginamiento muy abrupto. Cometer cualquier transgresión estaba muy mal visto por la gente. En Pelo también dibujé una historieta y me entretenía mucho hacerlo.
¿Cómo diste el salto a director de la revista Mordisco?
Se dio que a fines del ´73, una chica me ofreció hacer una publicación, que se iba a llamar Polenta Rock; finalmente habían registrado ese nombre y lo cambié por Mordisco. Ahí empecé a aprender un oficio que me gustaba mucho, porque nunca había encontrado algo que reuniera tantas cosas a nivel creativo. Casualmente, esta chica, que estaba en una revista subterránea, me conocía, y su padre era muy rico, le quería bancar una publicación. Me pidieron que la dirigiera y aunque no tenía la más remota idea, me entusiasmé. Empecé a sacar Mordisco en una época muy dura. Porque en el ´74 murió Perón, mataron al padre (Carlos) Mujica, todo el país sabía la que se venía. Estaba la Triple A, me amenazaban por teléfono y empecé a aprender el oficio de cómo dirigir. Aprendí de la importancia de los roles y del significado de citar una redacción, cómo formar un equipo. Ahí hice el aprendizaje y me gustó, tenía condiciones para hacerlo. Aprendí que necesitaba también una mano firme para que no se desparrame la gente, porque podés tener muy buenas ideas, muy buen equipo, pero si no lo conducís, no funciona. Si no generas un polo de atracción muy fuerte, no funciona. En la publicación pensamos que íbamos a conseguir presencia únicamente vendiendo en los kioscos y ese no es exactamente un buen negocio porque el distribuidor te saca un 50 % del precio de tapa, de entrada. Pero estaba destinado a ser un proyecto comercial, sino, no lo podías hacer, había que pagar mil cosas. El proyecto resultó muy exitoso: llegó a vender 50 mil ejemplares. Pero después la situación se nos presentó muy dura, el editor resultó un estafador. Mordisco llegó a todo el país y había muchos que respondían. En ese momento yo pensaba que el rock era un movimiento.
¿A partir de esa experiencia te involucraste en el ambiente rockero de Buenos Aires?
Recorrí el rock desde que comenzó porque era amigo de Miguel Abuelo y naturalmente se dio eso de “Dios los cría y ellos se juntan”. El rock fue como un aglutinante natural, fue la música que nos gustaba a todos los que sentíamos de una manera parecida. Me contacté circunstancialmente con él, lo conocí en La Perla del Once, yo vivía a dos cuadras en ese momento. Era un lugar de gente de paso que estaba abierto toda la noche, y había un grupo de pibes quilomberos que me llamó la atención; me acerqué y les pregunté: “¿Ustedes que hacen?” Y me contestaron: “Nosotros somos músicos de rock and roll”. Eso me sorprendió, porque yo tenía esa cuestión del rock de mi adolescencia. Uno de esos pibes era Miguel Abuelo, un flaquito con mucha energía, ni me imaginaba quién iba a ser. Nos hicimos amigos, era un reo, se había criado en un reformatorio, a los doce años boxeaba en las infantiles. Era un personaje muy talentoso, quería ser boxeador pero le dieron dos palizas terribles y abandonó el deporte para dedicarse a las artes. Tenía un espíritu muy especial y nos hicimos amigos. Tiempo después, en el ´70, me compré una casa porque recibí una herencia muy grande y un amigo me dijo que había un flaco que necesitaba conseguir una pensión, y como yo tenía una habitación destinada justamente a la cultura le dije que viniera. El pibe era Miguel Abuelo. A través de él, conocí a casi todo el rock: a Pappo, a Spinetta, casi todos vivieron en mi casa. En ese momento era un grupo muy pequeño, a los recitales iban veinte o treinta personas. Era una cosa entre amigos, porque el rock era casi una elección de vida.
¿Cómo nace la revista El Expreso Imaginario?
En Mordisco anunciamos El Expreso Imaginario. Era una revista más movimentista, Mordisco apuntaba más al público de rock, que era muy numeroso, pero yo pensaba que si no se transforman las cabezas de la gente que cursaba en la facultad o que manejaba otra información, no iban a cambiar las cosas. Por eso pensé en una revista para un sector mucho más amplio. Había diseñado una revista grande, que después se achicó, creo que equivocadamente. Tenía tamaño tabloide, era una publicación portátil para leer en el colectivo. A mí me interesaba mucho la gráfica, su imagen era muy importante, y en la contratapa tenía una historieta llamada Little Nemo. Creo que tenía un sentido el tamaño, pero pude hacerlo durante un año. Después cambió de forma y para mi perdió bastante la gracia, tenía muchas posibilidades gráficas en un cuerpo más grande.
¿Fueron perseguidos durante esos años?
Estábamos muy curtidos y sabíamos manejar la situación con la policía. Algunos eran bravos, se agarraban a las trompadas, pero la policía nos veía como bichos raros, no había un ensañamiento. Y cuando apareció la guerrilla dejamos de ser su objetivo. Nos veían como marginales, por ejemplo yo tenía antecedentes por robo que me saltaban cada tanto.
¿Había censura?
Soy muy crítico de Montoneros porque ellos también fueron parte de una censura cultural, así como lo fueron los militares, dos formas distintas, pero creo que los dos eran formas de censuras. Había una censura desde izquierda porque si no pensabas como ellos te miraban como escapista: la ecología parecía una evasión de las prioridades. Tampoco eso nos gustaba, nosotros nos acercábamos al anarquismo. Éramos anarquistas militantes de la vida, siempre con una visión muy distinta de las cosas, sabíamos que este mundo se iba a la miércoles tal cual estaba. Pensábamos que tanto de izquierda o derecha estaban impulsando los mismos caminos, las mismas energías, una sociedad que está muy bien descrita por Orwell. Éramos decididamente opuestos a todo. Era muy difícil expresar lo que pensabas libremente, nosotros podíamos hacerlo porque el rock tenía una esencia marginal. Tenía amigos que eran “montos” y comprendía que eran idealistas, pero para mí estaban totalmente equivocados.
¿Por qué dejás la revista?
El grupo era un poco cerrado. Yo en cualquier cosa que haga busco la belleza y me parecía que la gráfica y la fotografía eran importantes. Quedé muy mal con ellos, siento que traicionaron un proyecto. El editor me robó los títulos y los compañeros se quedaron trabajando con él, haciendo la revista que Alberto Ohanian quería: una revista que se dedicó finalmente sólo al rock and roll. Yo les dije: “Loco, vayámonos de acá”. Al cuarto número ya había desaparecido Mordisco que era un suplemento de rock que llevaba el nombre de la revista anterior. Yo tampoco quería un suplemento, yo quería que el rock fuera una sección más, no una sección especial. Coparon El Expreso hasta que se convirtió en una revista de rock únicamente.
¿Con Pan Caliente hiciste la revista que vos querías?
En 1981 hice Pan Caliente con el mismo espíritu con el que había hecho El Expreso Imaginario, pero nunca tuve la producción de la revista anterior. Pan Caliente habrán sido nueve números, pero fue una experiencia muy fuerte. Los primeros editores eran jugadores de fútbol: el 10 de Deportivo Merlo, Julio Balbi, y el “Ruso” Verea que era arquero de Chacarita. En ese tiempo había muchos futbolistas rockeros, que usaban el pelo largo y eran tipos macanudos. Pan Caliente fue la única revista que se opuso a la Guerra de Malvinas. Teníamos experiencia, pero las circunstancias cambiaban todo el tiempo. Nos tocó salir después del Festival Pan Caliente, que fue el único recital independiente que se hizo en dictadura (n de la r: tocaron, entre otros, Los Redondos, Los Abuelos de la Nada y León Gieco), un recital en el estadio de Excursionistas que duró doce horas y media y fue gratis. Eran todos amigos. Pero cuando nos tocó la Guerra de las Malvinas todo el mundo se plegó a la guerra, incluso la revista Humor que era una revista dentro de todo contestataria. Nosotros salimos en contra decididamente. Esa fue la última revista que saqué, después siempre seguí combatiendo de la manera que podía.
¿De qué se trató el Centro Experimental de Video Cassette?
Vivíamos en una comunidad urbana con mucha gente en La Paternal. En la comunidad paraba Joaquín Amat, hijo de un empresario textil muy importante de Monte Grande. Joaquín ganaba fortunas en ese momento, pero era amante de las artes y venía a casa porque le interesaba cómo vivíamos, lo seducía. Con él creamos Canal Cero, un canal de producciones audiovisuales repentinas. Aparecía filmando en los lugares más insólitos. A esa experiencia la llamé Centro Experimental de Video Cassette, e hice la primera práctica en El Expreso Imaginario. Veíamos el video como un elemento nuevo y fenomenal, nos deslumbró poder registrar imágenes y sonido al mismo tiempo. Siempre tuve ganas de hacer cine y era un sueño poder hacer algo a bajo costo. Cuando empezó el Centro Experimental de Video Cassette todos me dijeron: “Estás loco, ¿cómo lo vas a hacer? No tenés equipos, no tenés nada.” Y, sin embargo, pensé: “Yo les voy a demostrar que se puede hacer”. Puse unos avisos y el número del Expreso y llamó un montón de gente. Ahí apareció Gustavo Schwartz, que era director de teatro y al que los padres le habían regalado un equipo. Con él, hicimos la primera filmación. El clima dentro del Expreso ya estaba más o menos y puse unos carteles que decían reunión del Expreso Imaginario tal día, tal hora. Y sorprendió a todos porque no era habitual. Me preguntaban por qué era la reunión y yo no respondía. Cuando llegó el día armé la reunión y escondí la cámara detrás de una mampara del cuarto, donde tenía la oficina Ohanian. Pusimos todos los asientos de la redacción, que eran muchos, y vino todo el mundo a ver qué pasaba. Preparé una botella de vino, un cuaderno y una birome, y llegué antes para esperarlos. A medida que llegaban, no los saludaba. Tomaba vino serio. Como estaba tan cortado tampoco les daba lugar a mucha familiaridad. Una vez que se juntaron todos y se empezaron a pudrir de la situación, Pipo Lernoud preguntó: “¿Para qué estamos reunidos?” Y yo respondí: “¿Para qué te parece que estamos reunidos?” “¿Nos querés psicoanalizar?, dijo. “¿Yo soy tu psicoanalista?”, contesté. También estaba Ohanian, cruzado de brazos y con mala onda. Decía: “Este boludo siempre haciéndonos perder el tiempo”. Y yo seguía bebiendo vino y anotando, serio. De repente, golpean la puerta y aparece un periodista que hacía las notas sobre ciencias: tenía zapatos, medias, portaligas, un maletín y estaba totalmente desnudo. Todos se quedaron helados, en silencio. El periodista de ciencias dijo: “Me imagino que se preguntarán por qué he venido así”. Algo que era obvio. “Vine así, como respuesta a que estoy cansado de tantas caretas y esto fundamentalmente te lo digo a vos Jorge”. Le respondí que eran puntos de vista. Empezamos a hablar con el periodista, obviando lo ridículo de la situación. De pronto, golpean la puerta agresivamente. Nadie entendía nada, todos se volvieron a sentar en las sillas, en la puerta había un paquete muy bien hecho, de papel blanco. Yo tenía dos o tres cómplices que sabían lo que estaba pasando y fueron los que empezaron a decir: “Un regalo para el expreso, un regalo para el expreso”. Era pesado y lo pusimos sobre el escritorio para ver que era. Era un televisor, cuando lo enchufaron, estaba todo listo. Se vieron ellos. Vieron cómo los estaba filmando. No entendían nada. En esa época, pensá que eran los ´70, nadie se veía en ningún lado. “Siéntense que van a ver la primera obra experimental del centro de Video Cassette”, dije. Habíamos hecho una introducción que decía: “La famosa reunión del Expreso Imaginario, ópera prima, homenaje a Pete Best, el primer baterista de Los Beatles”.
¿Y cómo siguió el proyecto?
Después de Pan Caliente lo conocí a Joaquín e hicimos el Centro Experimental de Video Cassette, Canal Cero y muchas obras, muy interesantes. Las tiene él. Registros de nuestra comunidad, la obra “La Revancha de América”. Esa comunidad fue durante seis años una experiencia muy intensa, muy rica. Venía gente muy diversa, desde pibes que estaban en la facultad hasta otros muy marginales, una conjunción interesante.
¿Durante los ´90 organizaste la toma de una fábrica en Lavallol?
Al final, me quedé sin casa para vivir y Joaquín me llevó a un taller que tenía, inmenso, una manzana, porque a él le interesaba mucho experimentar con cosas. Fuimos con Ricardo Iorio y entablamos una muy buena relación con la gente, incluso venían los pibes de la villa que estaba enfrente. La fábrica era un predio de nueve hectáreas que incluía al taller, ahí me fui a vivir con mi familia. Hasta que en el ´95 quebraron los Amat y me quedé viviendo adentro de la fábrica, solo. Armé un grupo con los obreros que se habían quedado sin trabajo y se tomó la fábrica al año. Fue importante el apoyo de Joaquín porque era el hijo del dueño. Allí se armó algo más que una cooperativa, fue una comunidad laboral, participan las familias de los obreros. Funcionó maravillosamente bien, inclusive una noche vino un grupo comando con armas largas para amedrentarnos, y nosotros, al contrario, se la seguimos. Para juntar fondos llamamos a las murgas que estaban en la villa, y con ellos organizamos carnavales en la fábrica durante dos meses. Se llenaba de gente.
¿De qué se trata el Centro Cultural Expreso Imaginario?
Acá hay un grupo grande, diverso, de chicos que hacen una radio por Internet. La radio es un medio de comunicación muy potente. Yo lo veo como ciencia ficción por la posibilidad de poder conectarte con el mundo. Como todas mis organizaciones siempre son bastante aleatorias, más vandálicas que otra cosa. Pero hay un orden natural, cada uno va encontrando su lugar. Creo en eso, el hombre tiene una naturaleza organizativa de por sí, cuando la extralimita, cuando organiza demasiado el sistema, no sirve. Creo en las organizaciones horizontales pero tenés que tener un rigor, sino cada uno viene con sus intereses personales y no sirve.
¿Con qué estás entusiasmado actualmente?
Con vivir un poco más. Te digo la verdad, vengo medio jugado de salud, siempre hice lo que quise, y estoy satisfecho conmigo mismo. Ya tengo 75 años, que es una edad a la que nunca hubiese pensado llegar. Estoy acá y estoy contento, me llega en esta situación, rodeado de gente que me cuida y me da su afecto y eso es un premio para la mayoría de los seres humanos que arribamos a esta etapa. Tengo asumida la muerte, aparte creo que somos eternos. Por ser humano de esta época me di muchos gustos, lo bueno es que nunca me sometieron. Nunca trabajé con patrón, elegí mi vida. Si hubiese tenido que hacer todos los días lo mismo me moría. A la vez, viví épocas de Buenos Aires muy hermosas, fue una ciudad mucho más alegre, mucho más libre. Hoy hay una libertad, pero no es libertad del bocho, antes una persona para ser libre se jugaba, nadie te regala la libertad en un sistema que está hecho para que te adaptes, es difícil. Nunca busqué la comodidad. Hay algo que te marca tu camino, que te prepara. Dentro de todo, pude hacer muchísimas cosas. Siempre las hice en función de que le sirvan las cosas a alguien. Siempre tuve miedo de que el mundo desaparezca antes que yo.
Oct 6, 2015 | inicio
La tercera edición de la Feria del Libro Heavy Metal de Buenos Aires se realizó el sábado 3 de octubre en el Centro Cultural La Imaginería de Boedo. Según relató su organizador Sergio “Gito” Minore, la idea surgió a partir de una mesa debate sobre este género, convocada en 2012: “Al organizarla veíamos que nos quedaba chica la mesa porque cada vez había más y más autores para invitar. Pensábamos: si invitamos académicos y escritores no podemos dejar afuera a los artistas plásticos, y si vienen ellos que también vengan los de los sellos independientes y los músicos, y también quienes hacen remeras, pulseras y toda la parafernalia heavy”, recuerda.
El centro cultural de la calle Treinta y Tres Orientales sonaba a metal. Bajo la autopista, el eco de los hierros en movimiento marcaba el ritmo para el armado de los puestos. Casi sin espacios libres, se preparaban para su exhibición los más variados objetos: pulseras de tachas, infaltables; pero también libros, revistas y fanzines. Según comentó Minore, “el hecho de que sea una feria surge como un espacio de intercambio de productos afines al Heavy Metal: libros, remeras, artesanías, discos pero también apela al intercambio de capital intelectual”. No es la simple reunión sino un lugar de difusión y discusión sobre cuestiones importantes acerca del Heavy en el país, “queremos darle legitimidad a un género y a un estilo literario que fue bastardeado por el estatus quo durante mucho tiempo”, agregó.

La tercera edición de la Feria del Libro Heavy Metal de Buenos Aires se realizó el sábado 3 de octubre en el Centro Cultural La Imaginería de Boedo.
En simultáneo con las calaveras, adornos y esculturas de hierro, discos emblemáticos y cuadros en exhibición, se desarrollaron presentaciones de libros y charlas debates. En especial en esta edición, se proyectaron dos trailers de películas próximas a estrenar: “Sueños de Rock”, de Alexis Jorquera y “Sucio y desprolijo”, de Paula Álvarez y Lucas Calabró. También se armaron mesas sobre medios alternativos en la difusión del Heavy, la historieta y el Heavy Metal -a cargo del ilustrador Isidoro Reta- y la recepción del Heavy en la Academia, con la presencia de Emiliano Scaricaciotti y Gustavo Torreiro, miembros del Grupo de Investigación Interdisciplinario sobre el Heavy Metal Argentino (GIIHMA). Ambos dictaron, hace unos meses, un seminario afín a este género en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (U.B.A).

«Al organizarla veíamos que nos quedaba chica la mesa porque cada vez había más y más autores para invitar» relata Sergio Minore (alias Gito), autor del libro Cultura Mediatica 2 sobre la Feria Heavy Metal.
Un momento esperado por la gran concurrencia fue la mesa dedicada al rol de la mujer en el heavy metal argentino, coordinada por Minore junto a tres exponentes femeninas de diferentes actividades: la guitarrista Carina Alfie, quien integró numerosas bandas y participó en el último disco de Ricardo Iorio; Nuna Calvo, escritora especialista en rock y heavy metal, académica y becaria del CONICET; y la periodista Myriam Onchimiuk, quien además administra las páginas web de diferentes bandas del Heavy nacional. El debate disparó una premisa: en el origen del Heavy Metal mundial se tomaba a la mujer como un objeto de adorno, como ideario masturbatorio. Con el paso de los años, algunas concepciones fueron puestas en duda, dice Minore: “Veíamos que ese estereotipo femenino no se correspondía con lo que eran nuestras mujeres del heavy, se difundía su figura en un rol prostibulario, se las mostraba en tetas en las tapas de los discos. Era una imagen muy pasiva, ni como consumidora ni como hacedora de heavy metal”. Las tres invitadas coincidieron en que pese a este preconcepto, las mujeres dentro del heavy nacional participaron siempre desde un lugar activo -lejos de la concepción arcaica de la groupie-, como verdaderas protagonistas, sea tanto sobre el escenario como en la organización de recitales o en la difusión de discusiones académicas sobre el género. Ellas mismas dieron testimonio de accionar junto a la numerosa concurrencia femenina que había entre el público.
Los participantes circulaban entre stands que exponían los más variados productos -siempre bajo la temática Heavy-, inundando de remeras negras la sede del Centro Cultural. En ese escenario se conjugaba el estereotipo del metal, del que si bien los organizadores no reniegan, tampoco se contentan con aparecer identificados solo con una calavera hecha de hierro, una remera de Hermética, un CD de Malón o una serigrafía de Iorio.

Casi sin espacios libres, se preparaban para su exhibición los más variados objetos: pulseras de tachas, infaltables; pero también libros, revistas y fanzines.
El heavy metal argentino fue hijo maldito de la banda británica Black Sabbath, sin embargo grabó a fuego y metal su identidad nacional. No remitió a la oscuridad de aquellos años, siguió su estética, su marca, sus notas musicales pero habló del Pibe Tigre, del gil trabajador, del hipotecado, de la resistencia y la Nación. Así también lo entiende Minore: “La temática del Heavy nacional, por las características históricas en que surgió, fue siempre de denuncia y de retrato social crítico. En cambio, en Estados Unidos viró al placer sensual y en Europa hacia temáticas más escapistas, entorno a lo mágico como demonios, hadas o espadas”.
Por estas particularidades, la reivindicación metalera propone entender al Heavy local como fuente de debates y capital intelectual legítimo dentro de la cultura nacional. Como describe Minore, en un principio y por desconocimiento al Heavy se lo veía como violento u oscuro; pasado un tiempo (y con la lamentable ayuda de los medios de comunicación) esa concepción viró hacia la ridiculización: se difundió una idea del metalero-idiota que sólo grita, poguea y mueve la cabeza. “Ahora estamos empezando a aparecer de verdad, el estereotipo ´violento´ de los años 80 o 90 quedó en el ideario y sólo persiste como una imagen para ridiculizar, (por ejemplo el gordo heavy en la publicidad de Anaflex). Pero por suerte esto se está reformulando gracias al trabajo constante de nuestra parte alrededor de la cultura metálica”, reconoce Minore.

“La temática del Heavy nacional, por las características históricas en que surgió, fue siempre de denuncia y de retrato social crítico. En cambio, en Estados Unidos viró al placer sensual y en Europa hacia temáticas más escapistas, entorno a lo mágico como demonios, hadas o espadas”, relata Minore.
Promediando la jornada, se presentó el libro Cultura Metálica 2, de Clara Beter Ediciones, que resume las ponencias de la Feria del Libro del año pasado: “Lo consideramos como una especie de libro de actas respecto de las exposiciones y debates que se desarrollaron en este mismo espacio”, explica Minore y agrega que harán lo mismo en esta edición para aportar a los debates sobre el género, procurando que no se pierdan las temáticas a abordar, que puedan continuarse, discutirse y reformularse con el tiempo.
Ya entrada la noche los asistentes se congregaron hacia lo que finalmente es su razón de ser: la música. Como un ritual santo en el que los fieles esperan el alimento divino, el cierre de la Feria tuvo como broche de oro el acústico en vivo de Aonikenk, banda neuquina de gran difusión. Las calaveras, las tachas y el cuero resplandecieron más que nunca. Hundido bajo el frío cielo de cemento, autopista mediante, un eco lejano se oye orgulloso: “Aquí estamos, aquí seguimos: las brigadas metálicas”.