Con la música (nacional e independiente) a otra parte

Con la música (nacional e independiente) a otra parte

Los artistas nucleados en la Unión de Músicos Independientes (UMI) reclaman la plena aplicación del artículo 65 de la Ley 26522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, que exige cupos mínimos de difusión de música nacional e independiente en las emisoras radiales. Esa parte de la norma, que busca resguardar la producción nacional y autogestiva,  está vigente desde el 2009, pero nunca se cumplió. “Es importante que la sociedad tenga un acceso más amplio a la música. Lo que se consume en las radios comerciales tiene que ver con un segmento que suele estar vinculado a las grandes discográficas. Por eso, la aplicación de este artículo va a redituar una mayor difusión para los músicos y sabemos que eso significa más gente en los recitales y más discos que se venden”, explicó a ANCCOM Juan Ignacio Vázquez, presidente de la UMI y guitarra y voz de la banda Ardilla.

El artículo 65 expone que el 30 por ciento de la música que se transmite en las emisoras privadas debe ser de origen nacional, y de ese porcentaje la mitad independiente.  Por esto último se entiende cuando el músico es dueño de sus fonogramas, por lo que tiene el derecho de comercializar sus propios discos. “El músico independiente es el que desarrolla su carrera de forma autogestiva y sin convenio con discográficas. Genera su entorno de trabajo y no es que el músico independiente tiene que hacer todo, sino que va derivando gente que él elige para que lo ayude en su carrera”, explicó Lito Lisorski, guitarra de Ardilla y tesorero de UMI.

Según un relevamiento de 2016, a cargo de la Federación Argentina de Músicos Independientes (FAMI), de 73 radios analizadas, 51 cumplieron con la cuota de aire para la producción nacional, pero solo siete respetaron la de la música independiente. “Hay muy poquitas radios, alternativas, comunitarias, on line y de universidades que quizás hasta superan el porcentaje de música independiente en su programación, pero el problema lo tenemos en las grandes emisoras en las que no se cumple ni de cerca”, remarcó Vázquez.

“Es importante que la sociedad tenga un acceso más amplio a la música. Lo que se consume en las radios comerciales tiene que ver con un segmento que suele estar vinculado a las grandes discográficas», dice el presidente de la UMI.

El filósofo y músico argentino Gustavo Varela reflexionó acerca del lugar que se le otorga a la cultura independiente: “En los gobiernos populares hay un espacio para la producción de lo nacional dentro de lo cultural. Pero con el sistema capitalista, y más con el gobierno neoliberal actual, la producción de cultura resulta siempre un inconveniente, un gasto”. A su vez, sostuvo que “hay dos tipos de economías: la del Estado y la del mercado, una soporta la posibilidad de la producción cultural y la otra no, ve si es redituable o no”.

En este contexto, los músicos agrupados en la UMI llevan adelante una campaña de visibilización y concientización para exigir el cumplimiento del artículo. En la movida los acompañan reconocidas bandas y músicos nacionales como Lito Nebbia, Ricardo Mollo, El Mató a un Policía Motorizado, Boom Boom Kid, Raúl Porchetto, Onda Vaga y Attaque 77, entre otros tantos que se prestaron a grabar videos y difundirlos por la causa.

El artículo 65 se encuentra vigente desde 2009, cuando la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual reemplazó a la Ley de Radiodifusión 22.285, instaurada en 1980 por la última dictadura militar. No fue modificado en 2016, cuando a partir del decreto 267 del gobierno de Mauricio Macri se creó el Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM), que alteró una serie de artículos de la ley 26522. “Con la creación del ENACOM, pasó a haber un cinismo total sobre la Ley en general pero sobre el artículo en particular. Hace ya un tiempo largo que dejamos de tener algún tipo de conexión con la autoridad de aplicación”, denunció el presidente de la organización de músicos autogestionados en relación al organismo creado el 5 de enero de 2016 como resultado de la fusión del AFSCA y la AFTIC.

“El período 2009-2015, cuando todavía estaba el AFSCA, fue un momento de trabajo en la implementación del artículo. Había muchas dudas, más que nada en lo que se entendía por independiente”, expuso Vázquez. Por eso, desde la FAMI se generó un banco digital de música independiente, donde las radios pueden registrarse y acceder a discos de distintos géneros de todo el país, para poder cumplir con la cuota de música nacional independiente que exige la ley.

Son muchos los problemas a los que se fue enfrentando el artista independiente a lo largo de los años. Algunos como la producción y fabricación de discos, superados a partir de las nuevas tecnologías. “Hoy uno puede grabar un disco en su casa con una computadora sin necesidad de gastar un montón de plata en un estudio y luego fabricarlo con un sueldo normal”, explicó Lito Lisorski. Los condicionantes que encuentra hoy el músico autogestionado tienen que ver más con la difusión; “con el artículo 65 tratamos de generar esa herramienta por la cual cualquier músico pueda acceder a sonar en una radio de difusión masiva, por eso es tan importante para nosotros este artículo que logramos conseguir”, afirmó Ardilla.

 Además, que se exija la plena aplicación del artículo 65 de la LSCA y de esta manera que se difunda la música nacional e independiente, les permite a los artistas hacer valer los derechos intelectuales de sus producciones. “Lo que estamos pidiendo es que se aplique una ley que está en vigencia. Algo muy simple, que el Estado cumpla con sus funciones de fiscalizar una ley que fue votada por ambas cámaras. Y si no quieren que se cumpla deberían explicar por qué”, denunció el presidente de la Unión de Músicos Independientes.

Actualizada 26/09/2017

Postales tangueras

Postales tangueras

Los ojos se cierran y se baila con el resto de los sentidos. Con los perfumes de la pista y la pareja, con la interpretación del contacto en el pecho, con la mano en la espalda, con el tiempo marcado en los oídos y en los brazos. Al bailar el tiempo se suspende en un movimiento. Una caricia enérgica en la espalda agradece la pieza. No se dice nada, solo se sintió.

“Tango queer es el estilo que da lugar al intercambio de roles, las reglas de género acá no corren”, explica Mayra Lucio, antropóloga social e investigadora de corporalidad y sexualidad. En la milonga tradicional, el varón saca a bailar, mediante el cabezazo al aire, y marca los pasos. Elige a la mujer por sus cualidades de baile pero también por su belleza. A ella le cabe la posibilidad de rechazar la propuesta, aunque está mal visto negarse. “La mujer es admirada, deseada, pero luego va a casa y sigue haciendo las cosas de su hogar”, sostiene Mayra Lucio, en referencia al machismo característico de la “cultura tanguera”.

Dos mujeres bailando tango en el Club Pemier

En las clases de tango que se dictan en el Club Pemier las reglas de género no corren.

A partir de 2001, una oleada feminista irrumpió en las milongas under y aparecieron variaciones. El cambio de roles, una de ellas, comenzó como un ejercicio teórico dentro de las clases de tango y hoy es un símbolo y una práctica. En los últimos años, se ha ido “naturalizando” bailar entre personas del mismo género y se han abierto puertas para la negociación y la improvisación. Dividirse los cuatro tangos dentro de una tanda y hasta guiar tres pasos cada uno dentro de la misma pieza, son dos opciones. “Estos cambios rompen con lo establecido, se desarma el sentido que estaba dado”, señala Mayra Lucio.

Falta de apoyo

En el Club Premier funciona El Amague, “escuela de tango estilo milonguero”. Su director, Manuel González, además bailarín y profesor, afirma: “Ahora en los centros culturales, como antes en los clubes de barrio, el tango logra la unión, la comunicación, el arte, el abrazo, la música, la poesía. Acá la gente siente, piensa, se expresa, canta”.

“El estilo milonguero es el más sentido, genuino y musical, el que es producto de una transformación real y no un invento, como otros. Nació de una necesidad. Cuando no había lugar en las milongas comenzaron a acercarse y se encontraron los pechos. Es una transmisión, musicalidad y sensibilidad diferente. No hubo vuelta atrás”, cuenta González, para quien los estilos visuales, los más comerciales, se banalizan: “Si te estás mostrando, no te estás comunicando ni con los demás ni con tu pareja, sólo te estás luciendo. Este producto se vendió a Europa, a los japoneses y encima nos lo venden a nosotros. En cambio, el milonguero se caga en los demás, lo importante es la pareja”, opina.

Los pies de los bailarines sobre las baldozas de la clase de milonga a la gorra en

“Ahora en los centros culturales, como antes en los clubes de barrio, el tango logra la unión, la comunicación, el arte, el abrazo, la música, la poesía».

La rosa en la boca, las medias de red, los festivales de la Ciudad, eso no es tango para González, que se queja de la falta de apoyo del Gobierno porteño: “Que te ayuden a la difusión, que los músicos tengan una buena remuneración, nada de eso pasa. ¿Habilitaciones de condiciones edilicias, un matafuego, salida de emergencia? ¡Obvio que sí! ¿Pero habilitar como milonga o como práctica? Es como que me pidas que tenga una habilitación para reírme”. Son numerosas las milongas clausuradas en la era PRO en Buenos Aires, por eso unas cuantas funcionan a escondidas.

“El tango te cambia la vida para bien. Dejás de tener esa actitud absorbida por el laburo. El tanguero sabe que va a vivir cosas maravillosas y se permite cambiar los horarios por un momento único. No importa de dónde vengas o qué estudios tengas, acá somos todos milongueros y ahí surge magia”, dice González y se despide para ir a la pista.

Dos bailarines de tango en la clase.

Para uno de los organizadores del club, los festivales de la Ciudad no son tango.

“¿Bailás?”

Suena un violín y le da color a las luces apagadas. Se suma un bandoneón, un piano, dos violines, tres bandoneones… Ya suenan todos y la oscuridad se va. Poco a poco van desapareciendo en un tiempo marcado, el sonido se duerme en su silencio… hasta que irrumpe la orquesta, todos juntos, iluminando los oídos de los presentes.

Bandoneonista y director de orquesta, Federico Boffi asevera que “el tango es un lente por donde se ven las relaciones, la belleza de la ciudad, las distintas realidades, las cosas que tenemos los porteños como el café o los modos de hablar”. Para él hay dos caminos posibles, “lo que el mercado te pide o lo que a vos te llena”: “Conozco colegas que tocan y escriben lo que no les gusta porque comen del tango. Yo puedo elegir con quién y dónde toco. Pero eso de ´ser libre y hago lo que me canta´, no es así tampoco. Yo quiero tocar para alguien, eso es un límite, pero no económico”, remarca.

Boffi le resta importancia a la falta de apoyo del Gobierno de la Ciudad porque considera que arte y política van de la mano: “El gran dolor es que la guita no llega, por eso la lucha artística no se puede separar de cuestiones políticas, porque justamente empieza y se forma con actividades de militancia: la cultura viene a romper lo establecido en la sociedad”. Para él, el tango for export es un claro ejemplo de un producto construido para hacer dinero que deja sin lugar a otras expresiones.

Bailarines de tango en el medio de una ronda.

El director de la orquesta,  Federico Boffi, entiende que lucha artística no se puede separar de cuestiones políticas.

Defensor de la presencia de los músicos en la milonga, Boffi se desanima cuando le preguntan si lo que hace es bailable. “El tema es que no todo se baila igual, ¡Hay un violín, flaco, no podés estar tirando patadas! ¡Sentí la música!”, exclama. Aunque también reconoce que cuando fue director de una orquesta, había cosas que le costaba explicar desde la música pero sí podía desde el baile, con un gesto corporal. “La nota es una sola, pero yo necesitaba que con el violín se haga otra, y ahí tenía que bailar”, recuerda. “El baile es un viaje donde uno debe subirse y dejarse llevar. Es un juego comprometido con la pasión –expresa Boffi con los ojos cerrados–: es un lugar de escape, de resguardo. Uno se pierde en ese abrazo, en ese cariño”, dice abrazando al aire.

Yo no sé si es prohibido / si no tiene perdón / si me lleva al abismo / solo sé que es amor, suena ahora en la pista, y entonces, con “Pecado” de fondo, una chica le pregunta a otra: “¿Bailás?”. La elegida sonríe y responde: “Sí, ¿pero sabés llevar?”

pareja bailando tango mientras otros estudiantes los miran.

«El tanguero sabe que va a vivir cosas maravillosas y se permite cambiar los horarios por un momento único», dice González.

Muchas parejas bailando tango en el club.

A partir de 2001, una oleada feminista irrumpió en las milongas under y aparecieron variaciones.

 

Actualizado 16/8/2017

Esa musiquita

Esa musiquita

La calle que conduce a la capilla Luján de Cristo Obrero, en la Villa 31, es angosta y de tierra. Son las cinco y media de una tarde fresca pero soleada, los perros callejeros siguen a los nenes de la zona que deambulan al salir de la escuela. En la entrada del barrio hay un puesto de hamburguesas cocinadas en un tambor viejo, un lavadero, una verdulería, un kiosco, viviendas precarias con techos de chapa y grietas y un gran cartel del Gobierno de la Ciudad que anuncia próximamente una cancha de fútbol. Al llegar al final del caminito, una montaña de tierra emerge y cuatro nenes están parados en la cima mirando a lo lejos, entrecerrando los ojos para ver si aparece a quien esperan. Sostienen una guitarra pequeña de color rosa, otra en su funda negra y agitan los brazos, gritan y se ríen entre ellos, pero no la ven. Después de unos minutos regresan y se sientan en el escalón de acceso a la capilla.

-¿Y seño Pachu? ¿No viene hoy? –se preguntan.

Quince minutos después, Pachu –María Paz Paniego- llega sonriendo desde lejos, en jean, zapatillas, cola de caballo y la guitarra a sus espaldas. Viene de trabajar. Los gritos de alegría dan lugar a un abrazo sincero y, ni bien se abre la puerta de la capilla, unos veinte nenes aparecen desde distintas esquinas y corren a buscar su lugar como si se acabara de pinchar una piñata llena de caramelos. La foto del Padre Mugica los abraza desde lo alto de una pared, al lado de un pequeño altar y de una repisa llena de santos. Desde un cuartito del fondo, traen al menos diez guitarras, un teclado, una flauta dulce y cinco cajones peruanos. Los bancos de madera apilados en un rincón enseguida son desarmados y entre todos los acomodan formando una ronda.

nena tocando la guitarra

«Este taller es mi cable a tierra y la música, un elemento socializador muy grande».

El escenario es el fondo de la Villa 31. Si la se lo mirara en un mapa, el taller de música Ritmo 31 se dicta a la altura de la Facultad de Derecho. Paz es periodista, toca la guitarra, y hace tres años tuvo la idea de armar alguna actividad en la Villa: “Los sábados venía con mi primo Federico a una misa que estaba súper quedada, no asistía mucha gente y en esa época había un cura que tenía ganas de remontar el espacio. A su vez Blanca, una vecina del barrio, nos insistía para que inventáramos algo. Yo trabajaba en Soldati y tenía una hora de viaje hasta acá; me parecía imposible mantener un espacio semanal. Pero un día dijimos: ´Veamos qué pasa´”.

Fueron un jueves, el siguiente, al otro, se metían en la pequeña parroquia y tocaban entre ellos. Como el encuentro era al atardecer, coincidía con el horario de salida de la escuela. Los chicos empezaron a escuchar que desde la capilla del barrio -que solía estar cerrada y en silencio- sonaban los acordes de un par de guitarras criollas. La curiosidad pudo más y un día entraron.

El entusiasmo de esos nenes fue fundamental para que el proyecto empezara a tomar forma: se corría la voz de lo que pasaba en el barrio y cada semana nuevos chicos, en lugar de volver a su casa, desviaban el camino para ir en busca de sonidos y armonías. Con el correr de los meses, los organizadores del taller decidieron darle formalidad al espacio.

Según Paz, había una razón muy clara para pensar que esta idea podía funcionar: en el barrio la música suena todo el día, los chicos tienen ritmo, cierto pulso y ganas de aprender.

La metodología de Ritmo 31 consiste en armar grupos reducidos de chicos para detectar las capacidades de cada uno. Los pilares fundamentales se basan en la interacción y el respeto por el otro, el cuidado de los instrumentos en el aula y entender el silencio como un elemento constitutivo de la música, además de destacar los logros individuales. Durante una hora y media semanal, un promedio de veinte chicos de distintas edades observan, prueban, se equivocan, descubren sonidos, reflexionan. Por momentos, los gritos o llantos de los más chiquitos peleándose por la única flauta se mezclan con los acordes de los más grandes que prueban una y otra vez las canciones del repertorio. En cada encuentro se trabaja la memoria auditiva y la concentración, buscando potenciar la autoestima de cada uno y logrando que expresen, a través de la música, las emociones más diversas.

Según Paz, había una razón muy clara para pensar que esta idea podía funcionar: en el barrio la música suena todo el día, los chicos tienen ritmo, cierto pulso y ganas de aprender: “Cuando les traemos canciones que conocen, enseguida agarran viaje, pero también hay un tema generacional muy claro: en el último festival tocó León Gieco y no lo conocían, otra vez trajimos Mariposa tecnicolor como si fuera un clásico y nos miraron raro, pero por ahí traíamos Corazón mentiroso, de Karina, y era furor”.

nene tocando la flauta

«El entusiasmo de esos nenes fue fundamental para que el proyecto empezara a tomar forma».

Dolores, otra de las voluntarias, cuenta que cada vez necesitan más gente que se sume al proyecto y más donaciones de instrumentos: “Hace poco publicamos el pedido a través de la página de Facebook y recibimos muchos mensajes, salimos en bici por toda la ciudad para retirar guitarras, incluso hubo un luthier que puso en condiciones un par de criollas y nos las donó”.

Paz sostiene que la música siempre es un gancho muy atractivo: “Los viernes hay otros voluntarios que dan apoyo escolar y les cuesta un perú. Para mí este taller es una suerte de metáfora de la sociedad: yo puedo tocar mi ritmo pero si no escucho al de al lado, el resultado va a ser espantoso. De a poco los chicos van aprendiendo a escucharse, y de a ratos dejamos que ellos solos se organicen. Ejercitan la paciencia y la constancia, por eso les damos un incentivo fundamental: ´Si venís tres clases, te llevas el librito y la guitarra para practicar en casa´”.

De la vergüenza al escenario

Los voluntarios de Ritmo 31 soñaban con hacer un show en el medio de la cancha del barrio. “Nos interpeló el deseo que a veces uno tiene en estos espacios, contrapuesto al deseo de los chicos -recuerda Pachu– . No quisieron porque les daba vergüenza. Entonces les preguntamos si les gustaría hacer una muestra para sus familias. Al final organizamos una clase abierta con una merienda: vino una sola mamá porque un solo nene se animó a invitarla”.

Con la elección del nombre de la banda nació también una suerte de ritual: antes de empezar una canción, uno de los alumnos se para en medio del salón para presentar la obra y todas las guitarras están dadas vuelta sobre las piernas. Luego gritan como si fueran una tribu: “¡Ritmo 31!” y es la señal de que arranca la melodía: “Hace un año tocamos en una parroquia cercana y el domingo pasado fue la fiesta de Mugica, en Cristo Obrero, ya con escenario y micrófonos. Vino a tocar León Gieco y Raúl Porchetto. A León lo contrataron para esa fiesta, pero nosotros jorobamos diciendo que él fue nuestro telonero”, ironiza Paz.

Desde un cuartito del fondo, traen al menos diez guitarras. Los bancos de madera apilados en un rincón enseguida son desarmados y entre todos los acomodan formando una ronda.

Desde un cuartito del fondo, traen al menos diez guitarras. Los bancos de madera apilados en un rincón enseguida son desarmados y entre todos los acomodan formando una ronda.

En la villa 31 hay muchas situaciones de violencia que los voluntarios perciben, y la posibilidad de actuar es limitada. Sin embargo, cuentan con la ayuda de profesionales y asistentes sociales: “Los chicos nos transmiten inquietudes porque quizá en la casa no está dado el marco para hablar y acá de a poco vamos generando empatía y confianza. Este taller es mi cable a tierra y la música, un elemento socializador muy grande. Soy consciente que en muchos casos es el único abrazo y la única palabra de aliento que reciben en la semana”, considera Paz.

Al terminar la clase harán una actividad conjunta para afianzar la idea de la música como experiencia colectiva: “Y es que por tu amor volví a nacer / Tú fuiste la respiración / Y era tan grande la ilusión…”. A Traicionero, de La Beriso, se sumará Quiero casarme contigo, de Carlos Vives. De golpe todos juntos son capaces de algo mágico, como sacarle sonido a objetos que hasta hace poco tiempo ni sabían que existían: “La idea es que este taller sea un espacio de aprendizaje, dentro de nuestras posibilidades y recursos, de calidad”, sostiene Paz.

“´Te estaba esperando seño, ¡llegaste tarde!’, me decía el otro día una de las nenas. ¡Al final me tienen cagando!”, dice entre risas Cata, profesora de canto y piano, y agrega: “Tratamos de no faltar. Los chicos de verdad te esperan. Son siempre las mismas caritas, nunca hay baja de alumnos. Este taller es hermoso. Yo  lo defino así: un quilombo hermoso”.

“¿Ya me puedo llevar la guitarra? ¡Vine tres clases!”, pregunta un nene al salir de la capilla. “Yo voy a terminar pronto la escuela porque después voy a ser músico”, dice otro. Y desaparecen juntos tras la montaña de tierra hasta el martes siguiente.

Actualizada 20/06/2017

Los sonidos de la basura

Los sonidos de la basura

Hacelo Sonar busca un regreso a lo artesanal y a un encuentro genuino con el otro. Curiosear, reutilizar y trabajar con las manos son los ejes de este proyecto musical. Una de sus propuestas son los talleres gratuitos para niños, jóvenes y familias. “Hacemos una introducción al principio sonoro. Los invitamos a experimentar nuestra metodología para armar instrumentos. Les ofrecemos materiales y a partir de ellos les preguntamos cómo los podríamos hacer sonar o qué otros objetos necesitamos para lograr el sonido esperado”, explica Juan Lamouret, uno de los seis amigos, músicos y docentes que crearon este colectivo de educación no formal.

Una botella de plástico puede producir diversos sonidos y cumplir distintas funciones. Un caño de PVC con un globo atado en la punta y un broche de ropa, se convierte en un “lobonete”, como lo llamaron. Los talleres de Hacelo Sonar se dividen en tres momentos: la exploración, el hacer y el sonar. “Desde las ideas de los chicos, que son los protagonistas, se llega a un instrumento”, cuenta Lamouret. El objetivo es generar un espacio donde todos aporten su visión, interactúen y pongan en común sus ocurrencias. “Lo que nos interesa es que el resultado final sea el fruto de la creación colectiva”, expresa Luis Miraldi.

integrantes de Hacelo Sonar

«Hacelo Sonar busca un regreso a lo artesanal y a un encuentro genuino con el otro. Curiosear, reutilizar y trabajar con las manos son los ejes de este proyecto musical».

Creatividad, trabajo en equipo, explorar, jugar. Cuando concluye la etapa de la realización, comienza el hacer sonar. Hay una dirección musical básica que guía a una interpretación en conjunto, para que puedan probar los instrumentos. Y al final, los chicos se los llevan a sus casas. La única forma de conseguir las creaciones de Hacelo Sonar es participando en uno de sus talleres. “Es nuestro imperativo. Muchas veces nos preguntan: ‘¿Dónde los venden? ¡Yo quiero uno!’. Pero no hay productos terminados tipo souvenir. Les decimos: ‘Tengo los materiales, vení y hacételo’”, precisa Lamouret. De allí viene el nombre del proyecto. “Después nos escriben y nos dicen: ‘Mi hijo sigue llevando la guitarra a los actos de la escuela’ o ‘el bombo sigue sonando, lo llevamos a una marcha’”, agrega Miraldi, riéndose.

En 2008, presentaron su proyecto en la Secretaría de la Cultura de la Nación (hoy Ministerio) y fue aprobado. Gracias a eso pudieron llevar sus talleres a escuelas, barrios y comedores de Buenos Aires, viajaron por todas las provincias del país y participaron cinco años consecutivos en Tecnópolis. También fabrican instrumentos de mayor complejidad, como los que hicieron para la orquesta de la Escuela Normal N° 4 de Caballito.

«El objetivo es generar un espacio donde todos aporten su visión, interactúen y pongan en común sus ocurrencias».

Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento, pero ninguno tenía conocimientos previos de carpintería, luthería o máquinas. “Cuando arrancamos no teníamos mucha idea de nada. Fue complementarnos entre nosotros y una búsqueda permanente, y eso es lo que tratamos de llevar a la gente” relata Miraldi y añade: “Nunca pensé llegaríamos a hacer algo así, en 2008 me parecía que era algo para gente de otro nivel”.

“Nosotros, para contarlo, también lo tenemos que vivenciar. Y la mejor forma de aprender algo es haciéndolo, de ahí nuestra propuesta”, subraya Lamouret. Los amigos recuerdan una anécdota que sucedió en un encuentro donde uno de los participantes era ciego. Al principio, pensaron que iban a tener que cambiar la dinámica, para que él pudiera participar, pero se dieron cuenta que no era necesario. “Pudimos visualizar que era un taller en el que podía participar cualquiera, no había que adaptarlo”, señala Lamouret.

Utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta. Ningún material es descartado. La idea de utilizar objetos reciclables surgió de la necesidad de hacer la música accesible a todo el mundo. Que sean elementos cotidianos y que no haya una restricción económica que los imposibilite a hacer música, a explorar, jugar y conectarse con el otro. “En esa rueda del reciclado, resignificamos esos materiales que van a ir al descarte para transformarlos en un proyecto social o cultural”, dice Lamouret.

Ya han editado un libro donde comparten los fundamentos teóricos y pedagógicos de su propuesta y el año pasado se convirtieron en asociación civil. Su sueño es convertir el espacio propio que tienen en la calle Melo 195, en el barrio de La Boca, en un centro cultural, un lugar donde puedan combinar sus talleres tradicionales con otros de teoría musical, luthería y con distintas representaciones artísticas.

Uno de los creadores de Hacelo Sonar. Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento.

Uno de los creadores de Hacelo Sonar. Los seis amigos son educadores, maestros de grado, de jardín o de música, y todos tocan algún instrumento.

 

En el taller utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta.

En el taller utilizan maderas, pallets, garrafas, baldes de pintura, latas y hasta ruedas de bicicleta.

 

Actualizada 09/05/2017

“El rock es decirle al otro lo que está pasando”

“El rock es decirle al otro lo que está pasando”

Kubero Díaz luce en su andar el semblante de un hombre sabio en cuyo camino siempre han habido expectativas hacia la vida. Sus palabras tienen la serenidad de los sonidos que narran sus primeros viajes desde la ciudad entrerriana Nogoyá, su lugar de origen, hacia La Plata, donde inició un nuevo viaje, por el rock, junto a La Cofradía de La Flor Solar, una de las bandas míticas del rock argentino. De allí en adelante, el rumbo tendría matices -geográficos y de artistas-, pero siempre con un Kubero en continuo movimiento, buscando sublimar con arte su experiencia en el mundo. Luego la Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, y con ella la grabación de su primer disco solista y sus participaciones en los LP de otros grandes artistas que también han grabado con La Pesada.

Sus viajes hacia el sur del país y también a Brasil, junto a Miguel Cantilo, constituyeron para el guitarrista una gran experiencia compositiva. Más tarde, ya en Europa, forjó una gran amistad con Miguel Abuelo. Aquellos encuentros –a los que se sumaba Cachorro López- dieron paso a la primera experiencia de Los Abuelos de la Nada hasta afrontar la edición del álbum Cosas mías.

El de Kubero es un incansable periplo que a fines de los 80 encontró una nueva escala en Brasil, lejos de la escena nacional durante casi 15 años, tras los cuales regresó un día de paseo y se quedó para participar de la grabación del disco Clásicos, de Miguel Cantilo. También se encontró, por entonces, con León Gieco, quien lo sumaría a su banda estable para seguir viajando con giras por todo el país y el continente. El viaje es constante, incluso por estos días, en los cuales sigue en movimiento, tocando con su trío (junto a Juan Rodríguez y Daniel Saralegui) a la espera del inminente lanzamiento de Amaneceres.

¿Cómo te vinculás con La Cofradía de La Flor Solar en la La Plata?

Para mí la historia arranca antes, comienza en mi pueblo con Los Grillos, el grupo de rock que tenía con Eduardo Paz en batería y Luis Alberto en segunda guitarra y voz. Estaba también Carlitos Gómez, que entonces era el bajista y hoy es un abogado excelente que sigue tocando igual, un tipo bárbaro. La Cofradía eran pibes de mi pueblo, mayores que yo, que fueron hasta la Universidad, conocieron a Rocambole y a gente que quería -de alguna manera- vivir en la suya. Decidieron alquilar una casa y compartirla para no pagar cada uno la suya. Yo tenía 18 años, recién agarraba un pucho, y se vinieron de La Plata a buscarme.

¿Y a vos como se te presentó la oportunidad? ¿Imaginabas que podía ser el inicio de una vida ligada al rock y la música?

Era lo que yo pretendía, arrancar en algo serio. Desde chico siempre dibujé e hice música como mi hermano, y La Cofradía fue una consecuencia de eso. Aquellos músicos querían tocar conmigo y me vinieron a buscar a Nogoyá para convencer a mi padre. Le contaron toda la historia de la evolución del hombre y mi viejo me decía: “Estos son medios charlatanes, ¿son evangelistas estos pibes?”. Al año siguiente mi hermana lo convenció para que me dejara ir. Yo tenía dos años menos que ellos, así que con 18 años llegué a La Cofradía y fue toda una movida: encontrarme con esos personajes, estar en una Ciudad, que hasta ese momento no sabía lo que era… Nosotros éramos una familia de cara a la calle. Para los vecinos éramos muy queridos porque estábamos toda la mañana haciendo artesanías con las ventanas abiertas, muy de barrio como es en La Plata. Era una onda muy familiar.

Y estando ya con La Cofradía, ¿cómo se da el vínculo con Billy Bond y tu paso por La Pesada?

Billy nos descubrió en el Centro de Artes y Ciencias cuando estábamos tocando en Buenos Aires. Vio un show de La Cofradía que arrancaba y terminaba redondito y nos dijo: “Mañana grabamos muchachos. Así fue que Billy se copó conmigo, yo me copé mucho con el Negro Medina (el bajista de Manal) porque mi deseo era tocar con él en ese momento. A su vez Morci Requena (bajista de La Cofradía) estaba yéndose a Brasil y querían abrirse. Así me quedé con La Pesada, donde grabé incluso mi propio disco. Ahora que se recuperaron los derechos de Music Hall, una compañía distribuidora de España me contactó porque quieren editar mi disco.   

¿Por qué tuviste muchos problemas con la edición de ese disco?

Tenía una furia tremenda, hasta el día de hoy incluso, porque me habían grabado el lado B mal. Venía todo muy trucho, desde la pasta hasta mi nombre, en vez de decir Juan decía Jorge Fernando Díaz. Tuve mis conflictos con el disco y, sin embargo, se proyectó de manera muy interesante.

¿Creés que la Billy Bond y La Pesada tuvo importancia en la unión de distintos artistas de la escena nacional?

Totalmente, Billy Bond consiguió reunir un montón de músicos que estaban en planetas solitarios después de haber pasado por bandas como Manal, por ejemplo. Hasta el flaco Spinetta venía a tocar a veces con La Pesada. Estuvo muy bueno que Billy reuniera a toda esa movida, porque no un había sello de rock. Bah, no había nada en esa época. Había algún avión que traía algún disco de afuera, y ese era nuestro alimento. Hoy vemos esas cosas muy fácil por Internet, pero en aquella época no era así. ¡Qué bien nos hubiera hecho por entonces ver los conciertos de los Who o de Los Beattles!

Después de grabar con La Pesada tu disco y colaborar en algunos otros empezás a viajar…

Primero tuve la experiencia en El Bolsón con Miguel Cantilo, donde compusimos muchos temas. De repente, él se fue para Bahía donde nació su primer hijo, que hoy es baterista en México, y con mi compañera dijimos: Vamos a visitarlo”. Mandamos la carpa por tren y, mochila en mano, nos fuimos. Llegamos a donde estaba Miguel, en Arembepe, un pueblito perdido allá en Bahía, al lado del mar, un paraíso total, que en realidad era una aldea de doce casas a dos kilómetros del pueblito.

¿Y de Brasil te vas a Europa?

Sí, pero antes vuelvo para acá. Después de hacer un gran concierto de seis horas con (el violinista Jorge) Pinchevsky y Energía Total, me fui para Europa.

Y allá te reencontrás con Miguel Abuelo, ¿qué recordás de esa experiencia?

Miguel Abuelo había venido a La Cofradía, había estado en casa. Vino al gran festival que hicimos de las 34 horas en el Club Atenas, en La Plata. Algo ya lo conocía, pero siempre como a un tipo muy reservado. Cuando lo encontré en Europa que era un tiro al aire, otro Miguelito, y nos hicimos muy amigos. Nosotros estábamos en Holanda y él se venía desde Portugal a visitarnos. Con Miguel siempre nos encontramos de una manera muy mágica. De repente estábamos viajando a visitar unos amigos en Mallorca y ¿quién aparecía en el barco?: Miguel Abuelo, el mismo barco, la misma hora… y eso que no teníamos una facilidad de contacto como la que existe ahora. Era todo de cabeza. Con Pinchevsky también me pasó eso, cayó en cana y cuando calculé que lo habían largado fui a buscarlo a París y lo encontré. Toda esa experiencia para mí fue mágica y una locura, porque estábamos viajando con hijos. Si hubiésemos estado solos era otra cosa, pero ya teníamos pibes y decidimos instalarnos en Ibiza, que es un planeta aparte, un lugar donde todavía se respira ese clima medio hippie, romántico,

¿Cómo surge el proyecto de tu inclusión en Los Abuelos de la Nada?

Cachorro López y Miguel Abuelo venían siempre a casa y zapábamos, tocábamos, hacíamos asados, compartimos mucho. Y Cachorro, que estaba con Miguel de aquí para allá todo el día, consiguió traerlo nuevamente para Argentina y armar Abuelos de la Nada. Fue un proyecto más de Cachorro, que la vió, que de Miguel. Esa es la raíz de los primeros Abuelos. Mucho que ver tuvo mi casa, porque yo le daba clases de música a Cachorro. Cuando Miguel vuelve a Ibiza, después de grabar el Himno de mi Corazón en Estudio Mediterráneo, me dice: “Negro quiero que vengas porque quiero que toquemos juntos”. Incluso me había dedicado un tema, para mí todo un flash. Por otro lado también estaba Charly, que quería que volviera para grabar con él. Se me armó un conflicto, pero fui a Abuelos de la Nada porque ya lo había hablado con Miguel. Además, teníamos una conexión… Y Charly me hizo la cruz. Pero para mí era demasiado: Miguel Abuelo y Charly García… con uno me alcanza y me sobra.

¿Y qué recordás del período de Cosas Mías y de las presentaciones en vivo junto a Los Abuelos?

Muchas historias muy lindas, de las giras con Miguel. Un día decidió bajarse en plena pampa de noche, después de una lluvia, con todo inundado, oscuridad total. El tipo se bajó del micro y no quiso seguir con nosotros, y lo tuvimos que dejar, ni siquiera con un plomo para que lo acompañe… Terminó en un rancho con un gaucho que le dio cobertura a la madrugada. El tipo no subía al micro ni por joda, se había rayado no sé con quién. Pero él era así, como un perro, se te empaca y cagaste, no lo movés más. A la vez, lúcido como él solo, un tipo muy brillante.

Tras la muerte de Miguel Abuelo volviste a Brasil, ¿Por qué regresaste otra vez a la Argentina?

Fue una época de muchos golpes. Me había ido a Buzios y un día me vine a ver a la gente, a pasear un mes y a tocar un poco y, de repente, aparece Miguel Cantilo y me dice: “¿Negro, te vas a ir? Porque si no te vas te contrato para hacer las base de un disco (Clásicos)”. Y me entusiasmé al toque, era entonces la oportunidad de reencontrarme con toda la monada. Gracias a Miguel me contacte con León, con Charly, con Mollo, con unos cuantos.

¿Y por qué decidiste quedarte?

Botafogo (el blusero Miguel Villanova) me dijo un día: “Armate un trío”. Y así fue que armé un trío y, después de la presentación, aparece el mensaje de León Gieco para que yo participara de su disco. Un flash total, y así pasaron diez años tocando con León. Recorrimos el país y un poco más también. León es bien recibido en todos lados, es un capo.

¿En qué etapa se encuentra Amaneceres, tu próximo disco?

Ya está casi terminado, me faltan unos trámites para mandarlo a hacer. Sucede que hay muchas opciones, entonces quiero decidirlo bien. Por ejemplo está la posibilidad de Panal de Ideas, donde muchos pueden colaborar por Internet. Por otra parte tal vez les interese a la gente de España que quiere reeditar el de La Pesada. Ya editaron el disco Sur de Miguel Cantilo., Son muy especiales estos tipos, quieren música para coleccionistas.

 

Has manifestado ser un artista del aquí y ahora, ¿cómo te interpela el mundo y el contexto en este momento, cómo se conecta con tu arte?

Es complicado porque son tantos ángulos desde los cuales uno lo puede encarar… la gente, la calle. Hay mucha locura pero no de la buena, en mi época había una locura más creativa, ahora todo es chicaneo. “Si no fuera por la música no nos salva ni Tarzán”, dijo Cantilo y es tal cual, si no fuera por la música yo no sé qué hago, me pierdo.

También sos un artista plástico, ¿cómo conviven esas dos facetas?

Soy muy improvisador, la verdad no lo pienso demasiado. El otro día hice un dibujo para una canción que grabamos para un disco de unos pibes en Córdoba, la canción la canta Melingo con un coro de niños de escuela y yo meto las violas acústicas. Me pidieron un dibujo para esa canción y yo hice un dibujo de la Pachamama, pero no lo pienso mucho. A veces se me aparece alguna imagen, o unas líneas, y las pongo. Tiene que haber alguna motivación para superar la hoja en blanco, que es terrorífico. Lo mismo con la música, todo arranca con dos notas y con el ritmo. También hay otras maneras de componer, te fuiste a dormir y soñaste la canción, entonces a la mañana agarraste la viola y salió. Es magia pura, como dice el Flaco. Todas las cosas tienen música, todo te interfiere, yo ando en micro y se me viene toda la música encima, entonces quiero llegar a casa rápido para agarrar la viola. Últimamente ando con un grabador y me registro todo porque es la única manera de darle sentido al riff, al ritmo, a la intención. Sobre aquella pregunta de qué viene primero, si la letra o la música… para mi es todo una sola cosa.

¿Qué es el rock para vos?

Un poco la pila. Tengo un montón de años, sigo cantando rock, y me siento como si tuvieras 20. Para mí, el rock es la chispa que me mantuvo vivo en un momento de mi vida. El rock es algo que no querés soltar, para mi es inevitable el rock. El rock es también decirle al otro lo que está pasando: “Loco, despertate, no seas animal”. En La Pesada del Rock and Roll, por ejemplo, era una época donde subíamos al escenario con Billy y con el Negro Medina, con Claudio Gabis, con Pinchevsky con los que estuviéramos tocando en ese momento, y el Negro Medina improvisaba sobre un riff medio mántrico que teníamos y se mandaba a diestra y siniestra sobre la situación política. Improvisábamos mucho, eso es rock. A veces el Negro Medina terminaba con las manos lastimadas porque le pegaba al bajo de tal manera que terminaba lleno de sangre, una bestia total.

 

¿Qué te pareció el homenaje de Gustavo Gregorio a los pioneros del rock nacional con la edición del álbum Rock Argentino en Estado Sinfónico?

Es un disco muy mágico porque aparecieron los personajes que tenían que aparecer. El productor puso la parte más complicada, es un maravilloso ser que conocí gracias a este laburo y fue quien me impulsó, después, a que yo pudiera concretar mi disco en agradecimiento a que yo había participado sin pedirle absolutamente nada. El flaco apareció y me ayudó en todo lo que me hacía falta para poder terminar mi disco, eso en lo personal. Fue alucinante juntarme con Gustavo Gregorio, que nos conocemos hace más de 40 años y nunca imaginé que iba a llegar a ser un director de orquesta, un arreglador tan fantástico como es; y mucho menos que iba a tener una idea como esa… que la orquesta sinfónica de Kiev grabe estas canciones.

Estás tocando mucho, sea con tu trío, o en compañía de otros músicos, ¿te seguís conmoviendo sobre los escenarios?

Totalmente. Es que la felicidad de estar tocando es mucha, ahora me voy a presentar con el trío el próximo 20 de agosto en Nivangio (Colombres 946). Gracias a Dios me rodea gente muy especial. El Mono Insaurralde me grabó en el disco el tema “Escorpiano Mental”. Miguel me apoyó, me hizo unas voces fantásticas, y el tema quedó buenísimo… Ahora todo el material de Amaneceres se lo di a Rocambole para que con su arte arme y desarme según le parezca, pero pronto lo tendremos.

 

Actualizada 16/08/2016