“Escribís cuando necesitás sacártelo del cuerpo”

“Escribís cuando necesitás sacártelo del cuerpo”

Romina Paula es autora, directora y actriz. Así, en ese orden. Un ranking de su práctica artística que arma “sin dudar”. Acaba de publicar su tercera novela, Acá todavía (Editorial Entropía) en la que Andrea, la protagonista, narra un presente dividido en dos partes. La primera, “Todavía”, transcurre en el Hospital Alemán durante la internación de su padre, un paréntesis de tiempo y lugar que arrastra algo del pasado para reflexionar sobre la familia y sobre la configuración de su sexualidad, de sus relaciones, de su propio recorrido vital. En la segunda parte, “Acá”, Andrea viaja a Uruguay y todo avanza en un presente sin red.

Antes de cada respuesta, Romina Paula mira unos segundos a través del vidrio del bar antes de volver al café con leche, a la mesa. Trae palabras que se van hilando, como en sus textos. En sus novelas intenta escribir el pensamiento, explica, y durante la entrevista dirá que está pensando en voz alta. Le gusta hablar sobre su propia obra porque, dice, así empieza a entenderla. Romina Paula piensa su propia obra, su propia práctica. Piensa y escribe. O escribe y piensa. Y se ríe.

¿Reconocés el momento en el que dijiste “voy a ser autora”?

Hace relativamente poco que encontré esta palabra. Me formé como dramaturga pero esa palabra no la conoce nadie fuera del ámbito teatral, es una palabra rara y difícil. Y aparte también escribo narrativa, entonces no era absolutamente cierto.

¿Y por qué no “escritora”?

Escritora me parece como medio de Isabel Allende, como “la señora escritora”. Lo de autoría me gusta, porque me parece que tiene algo muy del oficio. Y siento que también puede haber autoría en la dirección y en la actuación. Siento que es algo más amplio.

¿Tiene que ver con poner tu firma?

Sí, claro. Las veces que actúo siento que puedo decir que actúo porque le doy algo de mí. No siento que sea una actriz que pueda hacer una paleta enorme. Es mi autoría de lo que puedo dar en ese ámbito. O mismo la dirección, no siento que pueda agarrar cualquier obra de teatro, cualquier texto y ponerlo en escena, montarlo. Lo de la autoría me parece bien.

«Lo de autoría me gusta, porque me parece que tiene algo muy del oficio».

¿Pero siempre escribiste o hubo un momento fundacional?

Siempre escribí. Suena pretencioso, parece “la niña escritora”, como cuando los actores cuentan que bailaban frente al espejo, ¿qué niño no bailó frente al espejo? ¡Por Dios! Pero la verdad es que siempre escribí. No tiene nada ni de mágico ni de particularmente pretencioso, sólo fue así, algo que me gustaba. Y siempre leí, aunque ahora leo bastante menos que cuando era más chica.

En la conferencia Direccionario, en Fundación PROA, repasaste la evolución de tu obra teatral. ¿Cómo ves ese recorrido en tu narrativa? ¿Reconocés una evolución, un vínculo entre ¿Vos me querés a mí? (2005), Agosto (2009) y Acá todavía (2016)?

Para mí están muy vinculadas las tres. Con la primera novela, por los temas: el Hospital Alemán, la muerte, el deseo. Y con la segunda, a través de la primera persona femenina. Es una voz similar, como si fuera que Agosto es de los veintipocos y Acá todavía, de los veintimuchos o los treinta.

¿Pensás que, de alguna manera, podría ser la misma narradora?

No lo es. Me la imagino distinta. Pero sí hay un registro de un cierto momento de la vida y un registro de otro cierto momento de la vida, con lo cual podría ser como una serie. Eso es todo lo que podría decir en cuanto a verlo en perspectiva.

Las relaciones, el amor, la muerte, el duelo son temas que se repiten en toda tu obra. ¿Por qué volvés sobre estas cuestiones?

Son temas bastante universales. Y creo que es difícil eludirlos cuando se escribe porque son la vida. Quizás lo que lo hace distinto es ese tono más íntimo, que genera la sensación de que estoy hablando de esos temas. Se hacen esas preguntas en primera persona y se las responde, como algo del orden del pensamiento. Eso quizás está un poco en los tres libros. Intentar escribir el pensamiento. No sé si el pensamiento en la cabeza se da de modo lineal. Pero algo de ese vínculo con los temas, de intentar poner en palabras dudas, pensamientos, a modo de monólogo interno.

¿La primera persona y el monólogo interior son decisiones conscientes? ¿O empezás a escribir y los recursos aparecen?

En realidad, esta novela yo quería inicialmente que fuera una tercera persona. Toda la primera parte la escribí a mano en cuaderno, y al pasarla a computadora me encontraba pasándola a primera. Era rarísimo. Y me preguntaba: “Bueno, ¿cuánto fuerzo esto?” Lo sentí como una pequeña derrota pero quizás otra novela la escriba en tercera persona.

Dijiste que el principio de Acá todavía lo escribiste en un cuaderno, ¿siempre empezás escribiendo a mano?

En narrativa, sí. Teatro no necesariamente. La última obra de teatro, Cimarrón (2016), la escribí toda en computadora. La anterior, Fauna (2013), también. Para mí, la computadora es más el teatro. Después, la novela termina en la computadora, la termino de editar ahí y la sigo escribiendo ahí también. Pero todas tuvieron su momento de papel, claramente. Es todavía más solitario, porque con la computadora tenés abiertas otras ventanas, está Internet. Siento que, de por sí, la computadora es una zona social. En papel, podés estar en cualquier lado, concentrado. Y después hay algo que me da placer de la acción de escribir a mano, los vínculos con la hoja. Ya igual, con los años, como escribo cada vez más rápido, me reconcilié también con esa velocidad y con ese sonido, “chuc-chuc-chuc”, esa velocidad es linda también. Ahora me gustan las dos cosas.

«Siempre escribí. Suena pretencioso, parece ‘la niña escritora’, como cuando los actores cuentan que bailaban frente al espejo, ¿qué niño no bailó frente al espejo? «.

¿Tenés registrado el momento en que nacen tus historias, el germen?

Es tanto tiempo que creo que sobre la marcha me voy engañando respecto de cuál fue el primer impulso. En este caso, empecé a escribir a fines del 2010. Pero sí tengo un primer diálogo escrito entre Andrea y Rosa, la enfermera. Rosa quedaba embarazada y Andrea se ofrecía a ser el padre de ese hijo, de una persona que no conocía. Me divertía eso. Y, en paralelo, hacer como una especie de reconstrucción de su recorrido emocional, amoroso-sexual, algo así. Y también quería que fuera una novela familiar. De un poco de cada una de esas cosas quedó esto. Me acuerdo que en un momento lo vi a Pablo Ramos, el escritor, le conté de qué se trataba y me dijo: “¿Por qué la que está embarazada no es la protagonista? ¿Por qué está desplazado al personaje secundario?”. Y fue como: “¡Oh! Buena pregunta”. Fue revelador. Y además, entre medio, yo tuve un hijo. Embaracé a la protagonista y más tarde tuve un hijo. Se parecen la realidad y la ficción. Hay que tener cuidado con lo que se escribe.

En la segunda parte, aparece un ingrediente fantástico, ya desde la llegada a Uruguay y los personajes que va conociendo.

Sí, se arma una zona medio misteriosa que creo que tenía un poco de la lisergia del embarazo. También digo que es medio New age la segunda parte, conecta con los árboles, con la naturaleza. Me gustaba que “Acá” fuera presente puro, de entregarse a lo que le va pasando. La primera parte, en cambio, es bastante hacia atrás, medio retrospectiva, el final de una vida que no es la de ella.

¿Cómo trabajás con los símbolos, con la interpretación de distintos elementos como, por ejemplo, los árboles, los gusanos, los viajes? ¿Es un trabajo consciente?

Si consciente fuera que lo decido por adelantado, no. Es raro. Es como si me apareciera la idea de escribirlo y después digo: “Ah, obvio, gusanos, el padre está muerto, no se habla de la muerte del padre, aparecen los gusanos”. No es que no me doy cuenta pero no es que digo: “A ver, ¿cómo podría simbolizar…?” Y el viaje es esa idea de una pausa en tu propia vida, quizás tiene bastante que ver con ese no saber o no tomar decisiones. En Agosto está todo el tiempo así y acá en las dos partes también está en un afuera de sí misma. Tanto en el hospital, que es como un aeropuerto, un no-lugar, y después en Uruguay.

¿Entonces el proceso es más intuitivo?

Sí, diría que sí. Cada uno tiene sus modos de escribir pero lo que fui reconociendo en el tiempo es que ese estar abierto, atento, intuitivo es mi modo de agarrar las cosas. Después hay gente que arma escaletas y le sirve. Por ejemplo, cuando le puse Ramón a mi hijo no me acordé que había escrito que se llamaba Ramón el marido de Fauna. Cuando me pasan estas cosas me doy cuenta de que son cabos que están ahí circulando.

¿Con el nombre Andrea también te pasa algo similar?

Andrea es la muerta de Agosto y en ésta es la narradora. Es un nombre que ni siquiera me gusta para la vida. Pero lo necesito, no sé, siempre me vuelve. Me gusta eso de que sea nombre de mujer y de hombre, aunque acá en Argentina es más de mujer. Me abre cosas. Igual que el nombre Mario, que es el padre en Acá todavía. En realidad me parece feo pero me decís “Mario” y se me abre un portal. Me pasa eso con los nombres. No dudo mucho. Pero con el de Rosa tuve bastantes problemas, lo cambié muchas veces, no la terminaba de ver. Y es algo que no suelo hacer; se llaman de una manera y ni lo dudo. También cambió el lugar que ocupaba ese personaje en la novela, quizás eso también me hizo dudar.

"Acá Todavía" la cuarta publicación literaria de Romina Paula.

«Acá Todavía» es la cuarta publicación literaria de Romina Paula.

Decías que no tenés una escaleta, un plan. ¿Esto significa que cuando empezás a escribir algo no sabés cómo va a terminar?

Agosto la escribí cronológicamente, en el orden en el que está. En Acá todavía, la escena que están en el invernáculo en Uruguay la escribí hace muchísimo y pensé que tenía que terminar ahí. Casi todo Uruguay lo escribí hacia esa escena, como que sabía que terminaba ahí. La acción termina ahí. El último capítulo, que es más de su cabeza, lo escribí bastante después. Eso no lo había hecho nunca, de hacer como un Frankenstein de momentos de escritura.

¿Por qué elegiste el Hospital Alemán y Uruguay como los lugares-eje de los dos momentos de la novela?

Mi viejo se murió en el Hospital Alemán, de leucemia. Eso es verdad. Pero ese hombre, Mario, no es mi papá, mi papá era muy distinto. Esa cuarentena de la familia en esa situación, que mucha gente lamentablemente vive. Es rarísimo. Es cotidiano y tremendo al mismo tiempo. Cuando estaba ahí era terrible, terrible, terrible. Y me consolaba saber que después iba a poder escribir algo. Sentía que la única manera de poder soportar eso era atravesar ese dolor y que después se convierta en otra cosa, en otra cosa vital.

¿Y Uruguay por qué?

Íbamos con mi familia de vacaciones, cuando era chica. Iba a decir podría ser otro lugar pero no podría ser otro lugar, es Uruguay con esa sensación que a mí me produce. Los lugares también tienen climas, como los nombres. Y Uruguay tiene esa cosa hermosa y melancólica al mismo tiempo, me parece un lugar que permite proyectar la fantasía literaria. Ese país pequeño. Tiene como algo mítico en sí mismo, medio detenido en el tiempo. Y hermoso, no sé. Me evoca muchas cosas. Me da sensaciones como Andrea y Mario.

¿Cómo analizás la relación entre tu experiencia y el contar una historia?

En situaciones límite de la vida, o incluso las menos trascendentes como cualquier tipo de angustia diaria, lo único que me da tranquilidad es poder escribirlo. Pero ni siquiera para publicarlo, sino bajarlo, literalmente escribirlo. Siempre tuve cuadernos. Me río porque pienso que si alguien alguna vez leyera esos cuadernos pensaría que soy una depresiva porque casi sólo escribo cuando está todo mal. No te sentás a escribir “un día de sol hermoso”. Escribís cuando necesitás sacártelo del cuerpo. Ese alivio. A mí por lo general me funcionó de verdad. Pero después -y es algo que planteaba en Fauna– la otra pregunta es si uno puede contar algo que no conoce. Quizás también tiene que ver con esto de la primera persona y la tercera. La respuesta que digo es “sí” porque he leído novelas espectaculares de gente que no hizo eso que describía. Pero, en algún lugar, esas historias épicas le pasaron por el cuerpo. No es que todo lo que escribo lo tengo que haber vivido pero la sensación, la vivencia de eso, sí. Y por supuesto en la ficción se producen los desplazamientos.

En toda tu obra también hay un recorrido que tiene que ver con lo femenino y lo masculino, pero vinculado al no saber, a lo indefinido, a la pregunta de por qué algo tiene que ser de una manera u otra.

A lo largo de mi vida me ha interesado de distintas maneras eso, pensando en mi sexualidad y en la sexualidad en general. Pero cuanto más tiempo estoy en el mundo, me doy cuenta de lo complejo que es y me parece hermoso que sea complejo. Y, por suerte, entiendo que las convenciones sociales están ahí pero también subyace todo lo otro, quiero decir todo lo que cada uno elige para sí mismo. Y ahora que estoy criando un hijo ni te digo todas las preguntas que me hago de dónde se me escapa la tortuga de lo social, qué es mío, qué no. Supongo que le voy a cortar el pelo, no le voy a dejar el pelo largo. Uno ya está tomando decisiones. Hasta ahora podía preguntarme todo lo que quisiera pero ahora que le voy a bajar línea a alguien, ¿cuál va a ser esa línea? Pienso siempre que la ideología no es lo que uno dice tener o a lo que uno dice adscribir sino lo que se te escapa. Para mí la ideología verdadera de uno es el punto ciego que no te ves.

¿Lo inconsciente?

Sí. Hay gente que dice: “Yo soy un buen ciudadano, soy de izquierda, bla bla”, y después es alguien que, no sé, se cuela en una fila. Pero entonces sos una mierda. Su ideología en realidad es esa. Se le está escapando. Es un miserable, por más que sea políticamente correcto y por más que diga lo que tiene que decir en un momento indicado. Hoy en día observo mucho eso, el progresismo como la corrección política. Es lo más obvio decir lo que está bien decir.

¿Cómo fue la etapa de edición de la novela?

Estuve mucho tiempo editándola. Con Gonzalo Castro, de Entropía, somos amigos y él fue el primero que la leyó. Después la leyó Cynthia Edul, ella es egresada de Letras y sabe mucho. Trabajé sobre esos comentarios, devoluciones de todo tipo. Cuando tenía lo que era mi última versión, la leyeron todos los editores de Entropía que son muy minuciosos y casi siempre acepto todo lo que me dicen. Y ahí me junté con ellos y fuimos página por página decidiendo. Ese me parece un momento espectacular también. Es una última opción que me dicen: “¿Estás segura de esto?” Tratás de buscarle la vuelta y negociás con vos mismo también. Fueron muchas etapas de edición y me parecen tan importantes como la escritura.

Y cuando llegaste a esa primera versión tuya, ¿qué es lo que te hizo decir: “Bueno, hasta acá”? ¿Cuándo lo ves como algo cerrado/terminado?

En un momento ya sabés cuál es la novela que estás escribiendo. Ya estaba en la segunda parte, ya sabía el final. Y ahí en el medio sentís lo que falta todavía. Pero es rarísimo porque terminar algo es todo lo que no fue ese algo. Todo lo que quedó en el camino. Pienso: “Ay, de los hermanos quedó tan poquito, de Rosa quedó tan poquito, de Iván hay tan poquito”. Y eso que la novela tiene más de doscientas páginas. Sé todas las novelas que no escribí en esta. Las que podrían haber sido y no fueron. Pero un poco de todo eso está ahí.

CIMARRÓN

La autora-directora, además, estrena Cimarrón, basada en una obra de la dramaturga norteamericana Sarah Ruhl. Serán cuatro funciones en la Sala Tacec del Teatro Argentino de La Plata (26, 27, 28 y 29 de octubre). Y el año próximo se repondrá en el Centro Cultural San Martín. “Es bastante menos narrativa que las anteriores –explicó a modo de anticipo en Direccionario, la conferencia que dio en PROA-. No hay una narración, un cuento tan concreto. Son entes que atraviesan momentos, hay temas y climas. Me cuesta mucho definir la obra porque no sé todavía qué estamos haciendo. Ya está escrita y todo y la estamos ensayando pero aún la estoy descubriendo”.

 

Actualizado 5/10/2016

“Todo acto es político, pero no hay una forma política de cebar mate”

“Todo acto es político, pero no hay una forma política de cebar mate”

Boca de Buzón, el dúo compuesto por Paula Maffía, y Mana Bugallo, combina música y poesía en una performance que rompe con las estructuras de cualquier definición y que se reconstruye dinámicamente sobre el escenario que las tenga de pie mientras esquiva cualquier tipo de etiqueta.  Se presenta una vez por mes en Casa Brandon, una casa cultural “heterofriendly”, y tiene un programa semanal en Radio Colmena producido por el escritor Juan Francisco Moretti.

¿Cómo es que se unieron y dieron vida a Boca de Buzón?

Si hubiese un Dios, diríamos que Dios nos cría y el viento nos amontona. Es un ambiente pequeño, somos cuatro, es todo muy endogámico. A mí (Paula) me invitaron a participar musicalmente de una colectiva interesante de arte y performance, que es el SUCEDE, y ahí nos conocimos. Teníamos muchos músicos amigos en común, y a fines de 2014 fue la presentación del libro de mi primo, Juan Moretti, en donde tocamos las dos. Ahí dijimos:  “Bueno, hagamos algo”. A los dos minutos ya teníamos lugar, fecha y estaba todo organizado. Se armó rápido.

¿Cuándo fue su primera fecha como dúo?

En febrero de 2015 en el Centro Cultural Sábato, que queda en las entrañas de la Facultad de Ciencias Económicas. Paula ya venía tocando ahí seguido, ellos tienen un ciclo de verano, y no quería volver a tocar sola. Es una covacha, divina y suena bárbaro, pero llevar gente en febrero a once, a un sótano sin alcohol, era una propuesta difícil. Se sumó Mana, y la idea era que ella hiciera Stand up y que yo hiciera la música, pero bajo la consigna de que siempre estuviéramos las dos arriba del escenario. Cada una iba haciendo un par de poemas, un par de canciones, pero entrados los primeros 20 minutos del asunto, nos dimos cuenta de que nos integrábamos muy bien.

Es decir, ¿cada una hacía lo suyo en el escenario?

En el momento, entre que un amigo de Mana trajo whisky, que fue un gran lubricante, nos dimos cuenta de que podíamos hacer algo juntas. Íbamos a hacer una especie de picadito, y terminó siendo todo como un gran guiso, y a la gente le re copó. Las personas que me fueron a ver a mí, que no conocían a Paula, quedaron flasheadas con ella, y yo tuve muy buena respuesta de la gente que la había ido a ver a ella. Después de eso, nos juntamos “a ensayar”. El ensayo salió pésimo, y nuestra vida salió genial. Fuimos en bolas al siguiente show, y nuevamente sucedió esa dinámica de que se mezclan las presencias de una y la otra, y respetamos ese formato. El espectáculo es lo que ocurre entre nosotras cuando estamos ahí, entre canción y canción.

«El espectáculo es lo que ocurre entre nosotras cuando estamos ahí, entre canción y canción», dicen Paula Maffía (izq.), y Mana Bugallo.

Empezaron a hacer una fecha por mes en Brandon, ¿están con la idea de que se haga una performance un poco más constante?

Estamos haciendo una franquicia. “La panchería Boca de Buzón” (risas). Nos gusta laburar juntas, las dos estamos medio embarradas de otras cosas, porque en su momento las dos teníamos proyectos que nos exigían muchísimo, y trabajar juntas es como un recreo. No siempre es tan fácil  ni tan cómodo. Hay muchas restricciones, pero entre nosotras dos, hay pocos “no” y le ponemos mucho amor. Hay una confianza de la una en la otra, las dos sabemos de qué va lo que hacemos, y nunca sugerimos algo que pudiera ofender a la otra.

Entonces, ¿van a seguir con más frecuencia?

Es desprolijo. Quedan dos fechas muy juntas, después un mes sin tocar. No tenemos un día fijo. Nos importa muy poco. No es como el ciclo menstrual. Es un beneficio que tenemos nosotras el que nos guste mucho lo que hacemos. Sabemos que funciona. No necesitamos mucho más que eso. Aunque siempre esperamos que venga gente, no creemos, por lo menos para este proyecto, que tengamos que hacer demasiado para que el proyecto funcione. Con juntarnos y llevarnos bien nos alcanza. No especulamos con pensamientos como “bueno, debería ser todos los jueves, sino la gente se confunde”. No subestimamos al público. Si la gente quiere venir, viene. La competencia, en el sentido de la cantidad de cosas que hay para hacer en esta ciudad, es feroz.

Así, desestructurado, sin nada fijo, ¿proyectan hacia el futuro?

MB: Yo estoy esperando que Paula Maffía termine de pegarla y me presente a toda la gente (risas).

PM: Y yo quiero la gloria del viaje de los poetas, fumar opio, alquilar un auto y andar por el desierto. Tocar bongós a la gorra. (Risas). Tenemos pensado, en algún momento, irnos a algún lado, si algún lado está disponible, algún lado, nos puede llamar. Algún lado, allá vamos.  La idea es seguir haciéndolo mientras nos dé el cuerpo, la mente, el material, los horarios y el macrismo.

«Es un beneficio que tenemos nosotras el que nos guste mucho lo que hacemos. Sabemos que funciona. No necesitamos mucho más que eso».

¿Cómo ven la recepción del público?

Da la sensación de que están esperando a ver qué decimos, con qué vamos a salir esta vuelta, y eso nos llena de felicidad. El ojo no está tan puesto en los textos o en las canciones, cosas para las que nosotras trabajamos un montón, y sin embargo, lo que une es lo que no está planificado. Es una buena dinámica. Gran parte del show pasa por los beats entre tema y tema, lectura y lectura, y nunca sabemos lo que va a pasar. A veces nos vamos a la goma, podemos estar hablando 10 minutos enteros, porque no tiene forma. Hay un enfoque en el entretenimiento, a pesar de que el entretenimiento es una palabra bastardeada, como si fuese sólo superficial. Pero Boca de Buzón es ultraentretenido, en el mejor sentido de la palabra.

Ahora también salen los martes por Radio Colmena, ¿hacen lo mismo que en escenario?

PM: Sin música. Laburamos con Juan Francisco Moretti. Es un programa de una hora, entonces no queremos caer en el formato tradicional de “programa de radio invita músicos a tocar y los entrevista con las mismas preguntas de siempre”, porque a nosotras también nos hartó hacer esas entrevistas, así que lo vemos como otra oportunidad para pasar tiempo juntas. La génesis del programa fue medio esa. Ahora a ser un canal de expresión muy interesante, hay columnas fijas y otras móviles, nos cagamos en el formato todas las veces que se nos da la gana. Viene Juan con una grilla, con el horario perfectamente armado, y nos golpea la pecera pidiéndonos que por favor vayamos a la tanda, es como el preceptor, él siendo mucho más joven que nosotros, y nosotras no queremos. Además, Matienzo es un templo muy interesante para la cultura independiente. Tuvimos la suerte de confluir todos en una cumbre en Río de Janeiro el año pasado y ahí colaboramos por primera vez con Radio Colmena, en donde hay muy buenos programas, y nos dan el espacio para tener un programa feminista.

La cuestión de género es algo que se repite en sus proyectos, ¿cómo lo explicarían?

No podríamos hacer un programa juntas que no fuera feminista, como no podríamos hacer un show que no fuera feminista. Nuestro día a día tiene que ver con eso, sin caer en un lugar acartonado del feminismo y tratando de no estancarnos en un encasillamiento. Nuestra concepción del feminismo no carece de sentido del humor, que es una visión del enemigo. Muchos piensan que el feminismo tiene que ser un embole, que tiene que ser aburrido. Pero la realidad es lo suficientemente absurda como para reírse. Sabemos que no vamos a poder cambiar todo de un día para el otro, así que hay que tomarlo con un poco de paciencia.

¿Sienten que la gente espera de ustedes esa conciencia de ser feministas?

A veces sentimos la responsabilidad, sobre todo en la coyuntura, pero no nos parece que seamos el estandarte de nada. No somos representantes de un feminismo fino, educado, intelectual. Posiblemente le ponemos los pelos de punta a más de una feminista. Posiblemente seamos muy políticamente incorrectas. Eso es importantísimo, no replicar otro lugar, permanecer elásticas todo el tiempo. Las dos hablamos desde nuestra experiencia de mujeres comprometidas que le ponen el cuerpo al día a día, y eso es un acto de militancia enorme, el de exponerse como mujeres en la calle y decir: “No, no quiero ésto”. Esa es la praxis más grande que va a superar a cualquier tipo de teoría. No sé si leímos todos los libros que deberíamos, ni si hablamos con todos los términos indicados, tampoco sé si conocemos a todos les autores, y así como cansa hablar con la “e” todo el tiempo, también nos parece terrible dejar gente afuera cuando no usamos la “e”. Hacemos lo que podemos, y no creemos que haya, del otro lado, una exigencia. Las personas a las que les gusta lo que hacemos no necesitan que no cometamos errores. No podemos imaginar un mundo así de inflexible, porque si no, no aprenderíamos nunca, ni deberíamos subirnos a un escenario. La responsabilidad que una persona tiene, la tiene con ella misma.

«No podríamos hacer un programa juntas que no fuera feminista, como no podríamos hacer un show que no fuera feminista. Nuestro día a día tiene que ver con eso».

¿Creen que es posible separar el arte de lo político?

Todo acto es político, pero no hay manera política de cebar un mate, por ejemplo. Si estás metida en el tema y tenés amigues trans, si conocés chicas maltratadas y te das cuenta de que eso es moneda diaria, no remitirte a eso es ser cómplice. Muchas de las cosas que pasan, pasan porque nadie dice que están pasando, por un ocultamiento sistemático de la violencia de género. Nosotras no podemos cambiarlo todo de golpe. Nos pasó tocar uno o dos días después del asesinato de Diana Sacayán – militante trans asesinada en circunstancias todavía no aclaradas – y fue oscurísimo. Estábamos muy tristes, estábamos dolidas, estábamos enojadísimas. No se puede vivir adentro de una burbuja. Las cosas pasan, y nosotras vamos a laburar y tenemos que hablar adelante de gente, y ese nivel de exposición es difícil. Pero hay personas que ni siquiera saben quién era Diana Sacayán. Es político hablar de Diana Sacayán, pero nos parece mucho más político haber sabido quién era. Habernos rodeado de gente que nos pudo contar. Estamos en la era de la replicación. Hoy todo el mundo toma un partido cómodo desde las redes sociales. No nos gusta meternos en esa discusión ridícula del que hizo su acción liviana y política del día cambiando su foto de perfil por la de Charlie Hebdo, ni del que lo único que hizo fue criticar esa acción por redes, porque ninguno de los dos está haciendo nada al respecto.

¿Cómo incluyen adentro de estos temas al componente lúdico?

Como nos sentimos representadas ideológicamente por la otra, no nos medimos en escenario, sino que somos desmesuradas porque hay algo muy lúdico y fresco. El humor nos salva siempre. Si tuviéramos que rendirle tributo a muchos lugares de seriedad y de tragedia de las que habla el feminismo, no estaríamos cumpliendo nuestra función. Hay otras personas que cumplen esa función, y lo hacen súper. Tenemos amigas que ejercen una militancia que les toma todo el cuerpo y todas las horas de su vida, y estamos orgullosas, pero nosotras elegimos otro camino. Le ponemos el cuerpo a las cosas que creemos que son importantes. La militancia es cotidiana y la responsabilidad, repetimos, es con una misma.

¿Por qué Boca de Buzón?

Porque somos una jetonas. Y porque hay un tango de Tita Merello, que no es de ella sino que ella lo interpretó, que es “Se dice de mí”, y hay una historia que dice que es un tango lesbiano, que se cantaba lesbianamente, aunque no por Tita, sino en sus orígenes. Una parte de su letra decía algo como “si yo le gusto a Mimí, y a Fufi, los tipos me envidian, dicen que soy fea”. Onda “se dice de mí todo esto, pero las minas están conmigo” y en un momento dice: “Y mi boca es un buzón”. Es una expresión, boca floja, boca grande, que no puede dejar de hablar, y nos pareció una descripción atinada para nosotras.

 

Actualizada 26/07/2016

Lo esencial también es visible a los ojos

Lo esencial también es visible a los ojos

Invisible a los ojos es el amor y el compromiso en la realización de una obra que demuestra que se pueden hacer grandes piezas artísticas si el objetivo que convoca es noble.  Invisible a los ojos es el deseo de trastocar la lógica comercial editorial que generó tanta adhesión y entusiasmo que hubo que materializarlo. Invisible a los ojos  ya no es invisible: es un proyecto latinoamericano de alta calidad, gratuito y colaborativo, al que se puede acceder a través de la web y que también se puede comprar en su versión en papel.

Convocados por la admiración compartida hacia El Principito de Antoine de Saint-Exupéry y en ocasión de cumplirse 71 años del fallecimiento del autor, en abril de 2015, un grupo de jóvenes emprendedores decidió hacer una adaptación ilustrada de la obra. Los creadores de esta iniciativa son los diseñadores gráficos  Juanma Garrido y Tatiana Pollero,   la licenciada en Ciencias de la Comunicación Micaela Sánchez Malcolm y la programadora Tamara Méndez Zebe.

Publicado originalmente en abril de 1943, El Principito está clasificado como libro infantil, aunque se transformó en un clásico para todas las edades y se convirtió en una de las obras de origen francés mundialmente más reconocidas. Saint-Exupéry fue piloto durante la Segunda Guerra Mundial. Su obra es el resultado de las múltiples experiencias que vivió en sus misiones, especialmente aquella en la cual, a raíz de un aterrizaje forzoso en el desierto del Sahara, sufrió una severa deshidratación con la que casi pierde la vida.

En Argentina, la Ley de Propiedad Intelectual estipula que una vez transcurridos setenta años a partir del fallecimiento de un autor, su obra pase a dominio público y queden liberados los derechos para la reproducción, explotación y difusión de su trabajo. La liberación de los derechos de El Principito trajo aparejada la explotación del acontecimiento por las editoriales para hacer una serie de lanzamientos, reediciones y merchandising.  “Lo que nos convocó a todos fue un posteo de Juan”, cuenta Tamara, programadora del sitio web de Invisible a Los Ojos, en el que se encuentra publicado el libro para su descarga digital o su compra en papel. A comienzos del 2014, Juanma Garrido había hecho un comentario en Facebook quejándose del oportunismo editorial. “Si bien el posteo fue el núcleo del proyecto, esto nace de mucha gente que estaba molesta con otras versiones que salieron con la liberación del libro; en cuanto cedieron los derechos aparecieron los buitres” comenta, y agrega: “Un día llegué a mi casa y pensé: ‘Si está pasando esto no nos quejemos porque alguien lo está haciendo. Si queremos quejarnos, hagamos una versión mejor de lo que nadie haya hecho antes y regalémosla, a ver qué pasa. Porque gran parte de la crítica venía de la venta del libro’”.

Micaela Sánchez Malcom y Tatiana Pollero, editoras de Invisible a los ojos.

Micaela Sánchez Malcom y Tatiana Pollero, editoras de Invisible a los ojos.

La sorpresa fue que muchos de sus colegas y amigos realmente estaban dispuestos a realizar lo que Garrido había plasmado en un comentario. “Cuando aparece una consigna detrás de la que alguien se siente identificado y apelado, sale un producto como el nuestro. Hay un montón de gente esperando las ideas correctas, las banderas para hacer lo que mejor sabe hacer, que es producir estas piezas”,  señala el diseñador. El problema, entonces, se transformó en organizar esas buenas disposiciones. “El laburo creativo no puede faltar, pero no alcanza con eso, hay una parte importantísima que es la gestión y que tiene un gran valor”, agrega.

En ese momento, el diario La Nación había publicado una versión de El Principito ilustrado por Nik. “Costaba cinco veces más que el original que estaba en el mercado. Mientras que el mismo diario, publicaba un editorial cuestionando que son pocos los años que tienen los herederos para explotar los derechos de la obra, cuando en paralelo estaban publicando el libro”, señala Micaela Sánchez Malcolm, una de las editoras de Invisible.

Para ese entonces eran cuatro: Juan y Tatiana, encargados del equipo de diseño, y Micaela y Tamara, encargadas de la producción. “Comenzamos convocando ilustradores, la idea era un ilustrador por capítulo, pero se presentaron tantos que tuvimos que hacer una selección. También definimos el formato, los tamaños y la calidad de las obras. Por otro lado, redactamos un documento utilizando Creative Commons, en el que los artistas nos cedían el derecho de uso de sus dibujos. No hubo ganancia de ningún aspecto, lo único que hubo fue tiempo invertido para hacer algo más lindo. Fue mucho trabajo, noches enteras sin dormir revisando portfolios y hablando con todos”, cuenta Micaela.

Por su parte, Tamara diseñó el sitio web y se encontró con otros desafíos: “Fue complicado ver cómo hacíamos un libro web, no había tantos modelos de formatoy lo tuve que inventar todo. Le di prioridad a esto aunque no vi un centavo, me gustaba la idea de que no fuese hecho por plata, me gustaba como mensaje.”

Matías Sánchez es uno de los 160 ilustradores seleccionados para acompañar cada capítulo del libro. Cuenta: “Son 27 capítulos y todos esperábamos quedar seleccionados cuando salió la convocatoria; cada uno tenía que presentar sus trabajos para participar y fueron más de 600 los trabajos recibidos de toda América Latina. Finalmente se seleccionaron 160, con varias imágenes por capítulo. Cuando se dio la oportunidad, pude hacer parte del diseño del libro, infografías, dibujos y hasta un logo. También los sombreros, las puestas del sol, y un par de íconos que fui agregando en el interior.”

“Comenzamos convocando ilustradores, la idea era un ilustrador por capítulo, pero se presentaron tantos que tuvimos que hacer una selección. También definimos el formato, los tamaños y la calidad de las obras».

En la publicación original, las ilustraciones son realizadas por el autor y también se encuentran afectadas por la Ley de Propiedad Intelectual. Lo mismo sucede con la traducción, que originalmente en habla hispana la realizó Bonifacio del Carril para la editorial Emecé. Por eso las editoras tuvieron que realizar, además de la convocatoria de ilustradores, su propia traducción de la obra, lo que le dio una impronta muy particular en un español argentinizado.

Tanto éxito tuvo la presentación del libro en formato digital que Tatiana y Micaela decidieron comenzar una campaña colaborativa de recaudación de fondos para la impresión del libro. La venta se inició en noviembre de 2015, a través de la plataforma Ideame, que es un sitio web para la recaudación a través de crowfounding, en donde un proyecto que aún no se realizó se presenta para que quienes estén interesados en financiarlo puedan aportar económicamente a través de su compra anticipada. Micaela explica: “La campaña en Ideame era para imprimir 1.000 libros. Con la venta de 600 ejemplares podíamos imprimir 1.000 y nos quedaban 400 para donar. La campaña se disparó tanto que pudimos imprimir 2.000, el doble de lo que esperábamos. Y cientos de esos libros fueron donados a escuelas y hospitales. Algunas dificultades que trajo la campaña son que una parte de lo recaudado lo perdimos en los costos disparados por la inflación y las comisiones de Ideame y Mercadopago.”

Malena Ambas es estudiante de Comunicación Social y coordinó las tareas de producción y gestión en la segunda etapa del proyecto. Ella apuesta a que Invisible a Los Ojos sea el puntapié inicial para realizar diferentes ediciones: “La plataforma estuvo buenísima e hizo posible que se haga el libro. Gran porcentaje de la primera tirada será donado y un porcentaje de esa primera tirada más un remanente de la imprenta lo estamos vendiendo en nuestro propio sitio. Estamos con muchas ganas y expectativas de hacer otros proyectos colaborativos de la misma manera.” Con esta metodología, Ediciones Invisible pudo sortear el obstáculo de no contar con financiamiento y, a la vez, controlar que el excedente económico de las ventas fuese destinado a la impresión de nuevos ejemplares.

Uno de los factores sorpresa que trajo este proyecto, dice Micaela, fue contar con la colaboración de Alejandro Dolina en el prólogo y Pablo Bernasconi para el diseño de la tapa. “Estoy muy contenta de haber formado una comunidad de ilustradores; este libro está gracias a que ellos se sumaron, confiaron y lo impulsaron. Hubo mucho compromiso y disponibilidad, priorizando este proyecto y con mucha paciencia de la gente, algunos que quizá todavía no lo pudieron ir a buscar. Pero la comunidad estuvo presente, desde Bernasconi que nos cedió la ilustración hasta Dolina que nos escribió un prólogo bellísimo”, agrega.

Para Matías Sánchez también hubo cambios en su vida profesional. “Había empezado hace dos años a dedicarme a esto y es el primer libro en el que está mi trabajo. Es una carta de presentación para mostrar lo que hago”, cuenta y confiesa: “Ahora que el trabajo está un poco difícil empecé a tomar la ilustración un poco más en serio y hacerla una parte de mi vida. Siento que este proyecto me abrió una puerta.” Por su parte, la gente de Invisible ya tiene un nuevo proyecto: una versión ilustrada de cuentos de Edgar Allan Poe.

Tanto éxito tuvo la presentación del libro en formato digital que Tatiana y Micaela decidieron comenzar una campaña colaborativa de recaudación de fondos para la impresión del libro. La venta se inició en noviembre de 2015, a través de la plataforma Ideame.

Actualizada 19/07/2016

“La escritura es lo que salva”

“La escritura es lo que salva”

“Mi madre se decide finalmente a explicarme, a grandes rasgos, lo que pasa. Hemos tenido que dejar nuestro departamento, dice, porque desde ahora los Montoneros deberán esconderse. Es necesario, ciertas personas se han vuelto peligrosas: son los miembros de los comandos de las AAA, que levantan a los militantes como mis padres y los matan o los hacen desaparecer”. Así comienza La casa de los conejos, la primera novela de Laura Alcoba,  obra en la que cuenta sus vivencias de niña inmersas en la última dictadura cívico militar, que lleva hasta el momento once ediciones y fue traducida en varios idiomas.

¿Qué rol ocupa la literatura a la hora de narrar las memorias? ¿Qué significa hoy ese libro para quien vivió su infancia en dictadura? ¿Cómo es el vínculo que tiene con Chicha Mariani, la abuela que busca a la niña que se llevaron de esa casa y aún sigue apropiada? En una charla exclusiva con ANCCOM luego de haber visitado el país, Laura Alcoba, habla de la importancia del testimonio entrelazado con lo ficcional  para narrar la Argentina de los 70.

El libro de la buena memoria

La casa de los conejos saca a la luz las memorias de una niña de siete años que transcurre una vida clandestina en una casa activa de Montoneros en la ciudad de La Plata, arrasada por un operativo en el que participaron más de cien efectivos del Ejército y la Policía Bonaerense en noviembre de 1976. Allí asesinaron a todas las personas que se encontraban en el lugar, entre ellas, Diana Teruggi, quien estaba con su hija de tres meses, Clara Anahí. La beba secuestrada y apropiada hasta la actualidad, es la nieta de María Isabel Chorobik de Mariani -una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo- que posteriormente creó una fundación con el nombre de su nieta desaparecida. Laura Alcoba y su madre, vivían allí pero el día del operativo no estaban, por eso sobrevivieron y pudieron exiliarse luego en Francia. Alcoba cuenta que escribió ese libro en un estado muy particular: “Acá y allá, en París y en francés, pero al mismo tiempo en La Plata; en 2006 -año en que finalizó su obra literaria- y a la vez en 1976”. La novela fue por entonces traducida por Leopoldo Brizuela para Edhasa. Alcoba asume que su escritura fue llevada adelante con todas esas imágenes de la  muerte pero también con la impresión, al mismo tiempo, de que «Diana estaba viva y sentada a  su lado».

La escritora vive en París desde 1979, año en que se exilió junto a su madre. En febrero pasado volvió a la Argentina junto al contingente que acompañó al presidente François Hollande, a días de conmemorarse el 40 aniversario del golpe de Estado más sangriento de nuestro país. La experiencia le dejó “una mezcla de impresiones y de emociones” que aún procesa. Alcoba expresó que ese viaje representó un modo de agradecimiento a Francia, por la solidaridad del pueblo francés en aquel entonces, algo que siempre recuerda con muchísima emoción: “Pensé que era importante significar todo aquello, hoy, en la Argentina de 2016”. Entre todas las actividades programadas, estuvo también en el homenaje a los desaparecidos que el presidente francés realizó junto a organismos de derechos humanos locales en el Parque de la Memoria: “Sólo puedo decir que el acto fue fuertísimo, había mucha emoción entre las personas presentes, sentí que ese momento era importante. Estaban las Abuelas de Plaza de Mayo y pude abrazar a Estela de Carlotto (presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo); ese encuentro dio sentido a mi viaje”, relata con emoción.

Laura Alcoba cuenta que vive “con tristeza y temor” los cambios que se han dado en materia de derechos humanos desde la asunción del presidente Mauricio Macri y considera que la Argentina, hasta entonces, era un ejemplo porque  “hay algo que proteger, que cuidar” y cree que la justicia tiene que seguir haciendo su trabajo.

Foto: Pascal Hée - Gentileza de Laura Alcoba

Esa niña adulta

Alcoba se licenció en letras en l’Ecole Normale Supérieure, es especialista en el Siglo de Oro español, editora y traductora en Francia. Su obra se tradujo al alemán, al inglés, al serbio, al italiano y al catalán.  La casa de los conejos fue su debut literario; una novela  caracterizada por la construcción de la narradora infantil y sus vivencias dentro de esa casa clandestina: “La voz de la niña era la que tenía más fuerza y si bien, en un primer momento  la voz infantil alternaba con una voz adulta, la  voz infantil se impuso”, reflexiona sobre la figura de  la narradora.

Leer la novela de Alcoba, que es su historia, es como meterse en ese sitio entre conejos y armas, es sentir el cariño de Diana -con quien de niña forjó una relación de amor incondicional –  es también desear la sonrisa de Clara Anahí y soñar el ansiado abrazo. Alcoba permite con su belleza literaria abrir las puertas de un pasado traumático desde la sutil mirada de la niña que fue, entre la inocencia y el conocimiento en un marco de encierro, y que con la palabra da cuerpo al silencio instituido de aquella época: “Si alguno nos pregunta cómo llegaste a casa, le decimos simplemente que alguien te dejó en la puerta de casa. Si te pregunta algo a vos, vos le decís lo mismo: que estabas en un lugar que no sabés cómo es ni dónde queda, con gente que no sabés cómo se llama, y que te dejaron en nuestra puerta nada más. Pero sería mejor que nadie preguntara nada”. La cita remite a una de las tantas advertencias hacia la niña, que no deja de expresarse: “Me parece que tengo miedo. No sé. En fin, es una más de las tantas cosas de las que no estoy segura”. Así, la niña de La casa de los conejos, utiliza estrategias narrativas para contar el dolor y la incertidumbre del futuro desde la mirada inocente y a la vez consciente, del terror que acechaba a su alrededor: “El miedo estaba en todas partes. Sobre todo en esta casa”, escribe.

Laura Alcoba continuó en sus obras el legado de la memoria: luego de escribir La casa de los conejos, siguió con Jardín Blanco (2010), libro que aborda, entre otras, las figuras de Perón y Evita. Luego, en Los pasajeros del Anna C (2012), relata la historia de una pareja de jóvenes argentinos que viajan a Cuba en los años sesenta para formarse política y militarmente y que luego, vuelven a su país, como lo hicieron sus padres, en un barco. En 2014 publicó El azul de las abejas, que muestra la relación epistolar que mantuvo con su padre -preso- cuando ella llegó a Francia, exiliada de Argentina. La autora afirma con convicción que “la escritura es lo que salva”, en relación al silencio y al recuerdo del trauma. Es que para ella, entre la escritura y la  memoria social hay una construcción lenta, progresiva que está en marcha;  algo que aún no podemos ver “porque no tenemos la distancia necesaria”, pero se va tejiendo, porque “no se puede dictar ni decretar, tampoco se puede detener”.

La casa de los conejos

“Te preguntarás, Diana, porqué dejé pasar tanto tiempo sin contar esta historia (…) Aquí estoy. Voy a evocar al fin toda aquella locura argentina, todos aquellos seres arrebatados por la violencia. Me he decidido porque a menudo pienso en los muertos, pero también porque ahora sé que no hay que olvidarse de los vivos”. Así inicia el relato la narradora para contar la vida -a escondidas- en esa casa, que, “oficialmente” funcionaba como un pequeño emprendimiento de conservas de conejos, pero que en realidad era la imprenta de la revista “Evita Montonera”, publicación oficial de la organización. Laura Alcoba vivió allí durante un tiempo junto a su madre, entre temores y amenazas: “Debo de haber entrado en pánico, porque yo sé muy bien que sobre mi madre pesa un pedido de captura, y que estamos esperando que nos den un apellido nuevo y documentos falsos. ¿A mí también me buscan, acaso?”. De esta manera, la narradora historiza las memorias en torno a la violencia política de esos años en los que el ámbito de lo privado se veía constantemente amenazado por el terrorismo de Estado. La novela deja en evidencia las escenas donde protagonizan el deber del silencio y el mundo familiar clandestino.

Volver

“Acompañada por Chicha, casi treinta años después, en La Plata, pude así volver a ver lo que queda de la casa de los conejos (…) No existen palabras para la emoción que me invadió cuando descubrí, en cada cosa recordada, las marcas de la muerte y la destrucción”. De esa manera Laura narra en la novela el momento del reencuentro con el sitio, que desde hace unos años se convirtió en un espacio de memoria, llevado adelante por la Asociación Clara Anahí, organismo de Derechos Humanos presidido por Elsa Pavón y Chicha Mariani desde 1996. “Es emocionante y no deja de ser extraño. El recuerdo de ese lugar tal como era en 1975-1976 sigue muy presente en mí. A las imágenes de la casa, tal como es hoy, siguen superponiéndose en mi recuerdo las imágenes de ese lugar tal como fue, como si los tiempos se confundieran”, relata  admitiendo que esos retazos de la memoria que le volvieron de ese sitio son la materia prima del libro. Es que los recuerdos de esa casa y de esa época, no se borraron con el tiempo, sino que están más latentes que nunca.

Alcoba cuenta que su regreso a la Argentina, en 2003, fue como meterse en el túnel del tiempo, “o más aún, como si el tiempo de repente no existiera”. Es que en la casa, todo quedó así, congelado: la camioneta estacionada, las paredes destrozadas por el brutal impacto, el escondite en el fondo. “Cuando vi la furgoneta de Diana en la que tantas veces había estado con ella, ahí la tenía, delante de mis ojos, acribillada de balas. Pero yo aún me veía adentro, al lado de Diana”.

El libro nació de esas sensaciones, pues la casa le hablaba desde aquel entonces “como si fuera un nuevo presente”. Pero claro, allí todo estaba destruido, había muerto mucha gente, cuando la policía entró luego del brutal operativo encontró diez cadáveres. Alcoba afirma que de esa superposición de sensaciones e imágenes nació el libro; “el libro que tenía que escribir”. Sucede que al momento que entró en contacto con Chicha Mariani, por mail, en 2003, antes de viajar a la Argentina y de volver por primera vez a la “casa de los conejos”, la respuesta que Chicha le envió fue determinante: “De cierto modo, fue el disparador de todo lo que vino después. Ella sabía que mi madre y yo habíamos vivido ahí, con su hijo y con Diana. Después de la emoción y la alegría del reencuentro que formulaba en las primeras líneas de su email, venían estas palabras: “yo creía que vos y tu mamá estaban muertas”. Fue terrible para mí leer esa frase. Lo sabía, claro, pero nunca me lo había formulado a mí misma de ese modo: podíamos haber muerto. Es más: tendríamos que haber muerto. Luego pensé, estoy viva. Y me acuerdo. Por eso escribí, por eso sentí que tenía que escribir”.

El dolor del abrazo que no fue

El 24 de diciembre llegó la noticia más linda para esperar la Navidad: los medios anunciaban la aparición de Clara Anahí, la hija de Diana; la nieta de Chicha. Circularon fotos y la alegría era compartida desde la Argentina hacia la prensa mundial. A Laura le llegó el anuncio desde la familia de Diana antes de que fuera público y sintió por entonces una emoción enorme, “una sensación como de vértigo, una felicidad infinita que me hizo llorar de felicidad”. Luego fue la decepción; la mujer en cuestión, finalmente no era Clara Anahí. Para Alcoba, fue un episodio horrible: “Lloré de tristeza y de rabia también, porque tuve la impresión de que se había jugado con nuestro dolor. ¿Quién lo hizo? ¿Fue sólo precipitación, equivocación, ganas de creer? Tal vez. Pero fue como si Clara Anahí hubiese aparecido y vuelto a desaparecer en 24 horas. Violentísimo”.

Alcoba sigue en contacto con Chicha Mariani y con la familia de Diana Teruggi que vive en París y también con los dos sobrinos de Diana, que después de haber vivido en Francia, volvieron a la Argentina. Su última charla telefónica con Chicha fue el 25 de diciembre.  “Todo esto dejó muy mal y triste a Chicha Mariani. La responsabilidad de las personas que difundieron esa información, sin respeto además, hacia la intimidad que requería ese momento de “reencuentro”- es enorme.  No termino de entender cómo ni por qué se apresuraron de ese modo antes de haber verificado la información. Me sentí muy mal por haber creído todo eso – por haber compartido la noticia en las redes sociales, también. El dolor que se hizo con todo esto es muy grande. En Chicha, es infinito”.

Tejer la memoria

Laura considera que aún queda mucho por contar, mucho por decir, mucho por hacer, por transformar, “porque sólo así se digiere el pasado”. Sucede que los/as hijos/as de la dictadura aún todavía tienen mucho por contar, pero “la necesidad de hacerlo es íntima y vital”. Alcoba cuenta que no le gusta la expresión “deber de memoria” pues no se trata de hacer deberes ni obedecer ninguna orden exterior, y alerta que tampoco hay deber de silencio ni de olvido. “Cada uno dirá lo que quiera, cuando se sienta dispuesto a hacerlo, cuando lo sienta necesario. Cuando encuentre las fuerzas, también. Muchos, aún hoy, no encuentran las fuerzas”. Afirma que le llegan muchos mails de lectores que le cuentan cosas personales después de haber leído sus libros, como si la lectura los ayudase a formular, a reencontrar recuerdos.  

Sin dudas, Laura Alcoba colabora con sus obras con ese trabajo de memoria que se va tejiendo con el tiempo. La lucha continúa y la búsqueda también porque “Clara Anahí vive en alguna parte. Ella lleva sin duda otro nombre. Ignora probablemente quiénes fueron sus padres y cómo es que murieron”. Así concluye Alcoba su libro y remata: “Pero estoy segura Diana, que tiene tu sonrisa luminosa, tu fuerza y tu belleza. Eso también, es una evidencia excesiva”. Y claro, que no es un final, porque el abrazo llegará y también se podrá escribir, quien dice,  sobre la belleza de encuentro.

“En las formas de resistencia que quedan, se sigue luchando”

“En las formas de resistencia que quedan, se sigue luchando”

Alberto Szpunberg habla lento y pausado, un poco porque sabe escuchar y toma la palabra del interlocutor constantemente, y con eso también construye lo que irá diciendo. Otro poco porque, a veces, la memoria lo traiciona. Entonces se enoja un poco, pero enseguida se sonríe y lo manda a uno a buscar a su biografía el dato que no recuerda.

Esa biografía señala que un muy joven Alberto Szpunberg, de 22 años, ya había publicado su primer libro, Poemas de la mano mayor. Para entonces había militado en el Partido Comunista desde los 14. Luego formó parte de su disidencia “Guevarista” a través del foco creado en el monte salteño de nombre “Brigada Masetti”, ya que era justamente Jorge Masetti, el periodista argentino que había entrevistado al “Che” Guevara y a Fidel Castro en Sierrra Maestra, quien la comandaba y constituía el nexo entre la brigada y el Che. En 1965, a sus 24 años y sin haber podido llegar a reunirse con sus compañeros en el monte salteño, la brigada continuadora del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) fue derrotada. De esa época nace El Che amor, su segundo libro. A comienzos de los ’70, Szpunberg fue director de la carrera de Lenguas y Literaturas Clásicas en la Universidad de Buenos Aires. Más tarde se convirtió en redactor en el diario La Opinión, y llegó a desempeñarse como director de su suplemento cultural. Cuando llegó la dictadura se exilió en El Masnou, un pueblo de Barcelona. Y ahí, al cruzar el océano por primera vez, comenzará y ya no tendrá fin ese tironeo entre acá y allá. Entre lo que fue, podría haber sido y lo que finalmente es. Ese estar estando tan agridulce que les toca a los que se van lejos de su tierra dejando todo en puntos suspensivos.

 El poeta, cuando de su obra se trata, siempre elige traer a colación, primero, sus poemas más recientes: lo considera lo más honesto y espontáneo que puede hacer. Debe ser por eso que, de arranque, lo que sobreviene es “De ida sin vuelta”, aquel espectáculo que hizo en julio en la Biblioteca Nacional, en el que juntó su obra poética con las melodías de “Turbio Tinte Trío”, que incluye la voz de Luis Sampaoli y el bandoneón de César Stroscio, su gran amigo. Allí, entre tangos y valsecitos, lanzaba sus poemas en voz alta, y con ellos miles de historias.

 “Somos como hermanos, César (Stroscio) y yo –dice Szpunberg-. Nos conocimos un 9 de Julio del ´69, si no me equivoco, y desde entonces anduvimos juntos en mil y una historias complicadas, grandes aventuras y grandes amoríos. Por ejemplo, si vamos los dos caminando por la calle y vemos algo hermoso, que casi siempre es una chica, la expresión surge al unísono: ¡Qué valsecito!’ Será que nos impactó tanto aquel primer valsecito que hicimos juntos alguna vez, al que llamamos ‘De los dos’”.

Nunca, nunca corazón,

nunca nadie lo sabrá si fue amor

lo que tembló esa tarde bajo el sol.

La letra es de Szpunberg y la música es de Stroscio y de Juan Carlos Cedrón. En 1982 Cedrón lo grabó, acompañado por su conjunto. “Hacer música juntos siempre fue un sueño, pero se interponían diferentes cuestiones políticas y estéticas –dice Szpunberg-. Aunque finalmente lo conseguimos. Después de toda una vida en la que vivimos muchas cosas muy intensamente llegamos a una especie de síntesis; este es el momento de madurar un poco, tomar consciencia de algunas cosas, recapitular y reflexionar para transmitir lo que valga la pena y se pueda”.

Alberto Szpunberg recitando en el Concierto de poesía y música "De ida sin vuelta" en la Biblioteca Nacional. 24 de julio de 2015. Autora: Deborah Valado // Anccom

El poeta, cuando de su obra se trata, siempre elige traer a colación, primero, sus poemas más recientes: lo considera lo más honesto y espontáneo que puede hacer

¿Qué pensás que hay presente en vos, que allá a tus veinte años, cuando se conocieron con César, no había? ¿Cómo pensabas antes y como pensás ahora?

 Supongo que antes veía más fácil arreglar el mundo. Para mí el significado de arreglar era el triunfo de un modelo social equitativo, justo, solidario, humano. Bueno, salió todo mal, al revés de como lo habíamos soñado. En ese momento ni César, ni “los muchachos”, ni yo, nos podíamos imaginar un mundo como el que ahora se vive, un poco desastroso. No se sale a la calle así nomás ahora ¿no?

 ¿Con César y “los muchachos” se conocieron militando?

 -Yo te diría, de forma abusiva, que todos estábamos haciéndolo. Era una época de militancia, entonces cualquier cosa que hicieras se impregnaba un poco de esas prácticas.

 -¿Y qué era la militancia para ustedes?

 -Concretamente era la creación de una organización que lleve adelante luchas revolucionarias o que cometa hechos revolucionarios, que a su vez enganchen a la gente, y que se apunte hacia una confluencia de lo que originalmente era esa organización y el desarrollo del movimiento popular. Nosotros solíamos graficar a la revolución como la toma del poder. Entonces, con el poder en manos de los compañeros y el pueblo, la equidad, la solidaridad, la justicia social, la soberanía, estaban garantizadas. Dije un poco el esquemita, pero pensábamos muchas otras cosas alrededor de esto, y el símbolo de toda esa manera de ver la vida era el Che, como un acto de fe pero con argumentos detrás. Él era nuestro ideal.

 ¿Cuándo escuchaste hablar por primera vez del Che?

 -Yo tuve una conexión directa con todo ese mundo por la “Brigada Masetti”, que se fundó en La Habana por iniciativa de Ernesto y era un grupo de compañeros que se iban a dedicar a la guerrilla en el norte argentino: en esa geografía de montaña, selvática, se iban a instalar y desplazar por la zona, a hacer trabajo político con los campesinos, a debatir, a tomar pequeñas comisarías y cuarteles: lo que se llamaba en ese momento “foco rural”, que era el método cubano. Y el que estaba a la cabeza de todo eso era el Che. El guevarismo “nuestro” (digo nuestro pero muchos compañeros ya no están) viene a través de Masetti. Yo no llego a subir al monte, pero iba a visitar con documentación falsa y darles una mano a “los muchachos” del Ejército Guerrillero del Pueblo, que estaban presos en la Cárcel Modelo de Salta.

 En el medio de todo eso tan concreto -subir al monte, tomar el poder, dar la discusión política-, siempre seguiste escribiendo. Una suerte de fe profunda en la palabra.

 Desde chico hinché las bolas con esto de la poesía, como hasta ahora. Por ejemplo, hace algunas semanas fui feliz porque me llegó la noticia de que van a publicar un libro mío que se llama ¿Por qué no hay más bien brócoli?, y surge de toda una historia con mi nieta Sofía. Lo van a publicar con la maqueta original que habíamos presentado que diseñó un compañero, Sergio Kern. ¡Y me puse tan contento! Con el comando estropeado las oportunidades de andar contento son pocas.

 Unos meses atrás, en la Biblioteca Nacional, Szpunberg contaba de este libro. “Les cuento la historia que dio origen a estos poemas breves –decía por entonces, en la Sala Borges-. Yo estaba leyendo a Leibniz, y en un momento formula la pregunta más clásica de la filosofía, la del conocimiento: ¿Por qué estamos en vez de no estar? Medio que me obsesionó esta pregunta, porque es serio el asunto, yo me miraba y me preguntaba: ¿Por qué soy en vez de no ser? La solución (porque siempre hay una solución) vino de mi nieta Sofía que acaba de cumplir siete años. Leibniz preguntó: ¿Por qué no hay más bien nada? Y mi hija me cuenta que Sofía, en la verdulería, le pregunta: ¿Quién le puso brócoli al brócoli?, y yo dije: ‘Esa es la respuesta’. Y bueno, de ahí vienen estos poemas”.

 Y la pregunta por el brócoli “que es una esdrújula verde”, según sentencia Szpunberg en uno de esos escritos, que no es más que la pregunta sobre por qué los hechos se desencadenan de una forma y no de otra, seguirá acompañándonos a través de sus relatos, insistente, como si el tiempo fuera circular: “Toda palabra es aguda, agudísima, punzante”, dice.

 ¿Por qué no hay más bien brócoli? es el título de lo que será su próximo libro publicado, según él, una autoría compartida con su pequeña nieta filósofa que vive en Barcelona con su mamá, Victoria, la mayor de sus hijas y la única nacida en Argentina, que se fue con tres años y medio al exilio en España con sus padres. Cuenta Szpunberg: “Hoy la llamé a mi nieta y le dije: ‘¿Viste que sale el brócoli?’. ‘Sí, sí, mamá ya me dijo, pero no te olvides de ponerle al libro las florcitas que yo le dibujé’. La cosa es que el diseñador hizo una maqueta y yo le di a ella una copia que enseguida se puso a rellenar en todos los espacios blancos con florcitas y formas”.

 Szpunberg cuenta que hace poco vinieron desde Barcelona a visitarlo. “Porque parece que les llegaron noticias de que yo ya me las tomaba”, bromea. Szpunberg lleva largo tiempo haciendo un tratamiento contra el cáncer. “Tenemos un vínculo muy fuerte a pesar del océano, porque ellas se criaron conmigo –sigue-. Hubieron torpezas y dificultades lógicas, pero el único lugar donde funcionó el sistema soviético fue en la casa nuestra: pero no el estalinista, sino el de los concejos obreros donde todos, hasta la perra, discutían todo. Pero ellas viven allá, son de allá: Sabina, mi hija más chica, incluso nació en Barcelona y se reivindica como ‘la más catalana de la familia’. Yo no quería que mis hijas vivan los desarraigos que yo pasé: primero al exiliarme, antes el de mi viejo que venía de Rusia Blanca (la región ubicada entre Rusia y Ucrania). Toda mi familia estaba sembrada de historias terribles en ese sentido: somos judíos, la cuestión del nazismo y el antisemitismo que perdura en toda sociedad. Y yo no me fui de paseo a Europa, quería completar mi ciclo acá. En definitiva, Gardel se equivocó, porque dice que siempre se vuelve al primer amor. Y yo creo que nunca se vuelve a nada. Porque todo cambia: cambia uno, el lugar, los amigos que quedan, los compañeros que no están. Es otro Buenos Aires al que se vuelve”.

Concierto de poesía y música "De ida sin vuelta" con recitado de Alberto Szpunberg y música de César Stroscio (bandoneón), Claudio "Pino" Enriquez (guitarra), Ricardo Capria (contrabajo) y Luis Sampaoli (canto). Biblioteca Nacional. 24 de julio de 2015 Autora: Deborah Valado // Anccom

“Somos como hermanos, César (Stroscio) y yo –dice Szpunberg-. Nos conocimos un 9 de Julio del ´69, si no me equivoco, y desde entonces anduvimos juntos en mil y una historias complicadas, grandes aventuras y grandes amoríos», relata.

DE IDA Y VUELTA

 Szpunberg volvió en 1984. “Primero, por el retorno de la democracia, que traía ciertas perspectivas políticas desubicadas pero que a mí me entusiasmaban –explica el poeta-. La poesía también me trajo de regreso, haber mantenido el contacto con amigos escritores que estaban acá. Pero sobre todo entender que uno tiene que cerrar un ciclo, no puede dejar la puerta abierta así nomas.”

La desmesura inconcebible, ese barco frente a tu ventana,

que hundió su ancla, de pronto, con el chasquido de un rumbo muy oscuro.

 

Te despertará algún día el chirrido de la cadena recogida,

pero ya se habrá marchado, tal como vino, entre gestos de niebla,

y vos mudo de asombro ante cualquier certeza, incluso la de irte.

 

Lo sabrás para siempre o, mejor dicho, desde siempre.

Por eso, no insistas: el mar no cabe en tu valija,

es el momento de guardar tu valija en el mar.

(De Como sólo la muerte es pasajera, 2009)

 Cuando te vas al exilio estabas siempre de paso, de alguna forma.

 Así es, y al volver empecé a darme cuenta de los lazos fuertes que había echado en Cataluña. Porque uno inevitablemente vive, y si vivís hechas raíces. Como con esa persona que ves siempre al pasar por la calle, y un día la saludas, otro le pedís fuego, y mientras te lo brinda te comenta “¡Qué fresquete!”, y vos le decís “Si vió, va a llover”. Y ahí, zas, ya empezaste a echar una raíz. Nadie en Buenos Aires te va a decir “¡Qué fresquete!” como aquella mujer o aquel hombre que te cruzabas por ahí.  

 ¿Te considerás una persona nostálgica?

 Ya no. Lo fui, hasta que un día en un momento específico dije: “No, yo nostálgico nunca más”. Está bien, una cosa es lo que uno afirma como propósito y otra cosa es lo que uno después vive: el que es nostálgico es nostálgico, no lo salva ni Dios. Pero bueno, siempre hay algo para añorar, como lo hay para fantasear, para soñar, para imaginar. Entonces uno es una mezcla de todas esas sensaciones tan distintas.

 Y hay algo de eso en la poesía, ¿no? De esa nostalgia, de querer retener un momento obstinadamente.

 Y, en mi caso, la mayor parte de esa poesía fue escrita así, en el exilio. Su fuego en la tibieza fue un libro que hice en Barcelona, aunque fue escrito “oficialmente”, digamos, acá. Se me habían traspapelado los poemas, hasta ahora aún no sé a dónde fueron a parar, y entonces los reconstruí un poco de memoria, un poco con lo que fui agregando, porque también surgió que yo también ya estaba en otro momento y lugar. De esa mezcla salió ese libro, cuya tapa está ilustrada por mi hija Victoria. Sabina ilustró la portada de otro, no recuerdo el nombre de éste último, pará que lo voy a buscar.

 Szpunberg se aproxima a una de las paredes forrada completamente de libros, para buscar los libros que mencionó.

 ¡Cuántos libros! Y los que habrán quedado por ahí entre tantas idas y venidas.

 ¡Uf! Eso sí me mortifica.

 ¿Cómo fue ese exilio para vos y tu escritura?

 Mirá, pasado un tiempo llegó un momento que me harté de la nostalgia, siempre extrañando cosas: iba a un bar y extrañaba los bares de Buenos Aires, iba a una placita y extrañaba una placita de acá. Coincidió esa época con un momento en que también me cansé de discutir los mismos temas con todos los que estaban exiliados de acá (que naturalmente, por una cuestión de ayuda mutua, tienden a agruparse y establecer vínculos): “Si hubiéramos hecho esto así o aquello asá.. Qué hubiera pasado si…”. Entonces empecé a leer otras cosas, y a discutir con los compañeros ya con otros elementos. Pero no era sencillo: discutir la lucha armada con 30.000 compañeros muertos no es nada fácil. Me ayudó mucho en esa época, y agudizó en mí un resquebrajamiento, trabajar en la Agencia Nueva Nicaragua. Un día me llamó Juan Gelman, que trabajaba ahí, y me dijo que se iba para Italia, que quedaba ese puesto vacante y que había pensado en mí; y yo me enganché enseguida. Fue muy importante, porque significaba retomar una tarea militante. Y trabajando ahí veía a César (Stroscio) todos los días, incluso me hice amigo de Cortázar, un hombre muy entusiasmado con la Revolución Nicaragüense, que era la niña de sus ojos. Pero allí pasaron cosas feas también. En ese momento justamente empezaban negociaciones con Estados Unidos para desmontar el conflicto en América Central. Hubo sectores revolucionarios que se opusieron, y eso generó mucho malestar, cosas que tienen que ver con la lucha revolucionaria aunque uno no quiera: el enfrentamiento entre organizaciones hermanas, decisiones muy complejas, y todo eso que en definitiva siempre es doloroso y pesado.

 Y esa es tu última etapa en el exilio hasta tu regreso, ahí en la agencia.

 Claro, se comienzan a dar muchas discusiones entre diferentes corrientes: los nicaragüenses, los rusos, Cuba. Me di cuenta de que no podía con todo eso, que superaba ampliamente mis ilusiones y expectativas de cuando había comenzado con toda esa historia. Entonces, finalmente, los nicaragüenses cierran la agencia, que queda a cargo de la Agencia cubana Prensa Latina. Volví a Barcelona, encontré laburo en una editorial y desde ese momento me volqué a eso: no quise saber más nada con el periodismo, me agoté del oficio, me pareció una fábrica de mentiras. El trabajo editorial era distinto, trabajaba con libros, corregía, ponía títulos y copetes, esas cosas. Me resultaba fácil hacerlo, me iba bien. Cuando retorna la democracia la editorial abre una agencia en Buenos Aires, y yo me empecé a volver necesario en esta zona: comenzó el retorno de a poco, hasta que en un momento tuve que definir si dar el salto definitivo o no. Mi hija mayor ya estaba entrando en la universidad, mi hija menor estaba terminando el secundario, y entre las dos podían ayudarse muy bien. Entonces el sistema soviético funcionó, aunque todavía quedan restos de los enfrentamientos que suscitó, porque al fin y al cabo la hija mayor no tiene por qué hacerse cargo de una hermana menor que fue ocurrencia de los viejos traer al mundo. Pero finalmente salió bastante bien todo: por suerte uno no tiene muchas veces consciencia de las cosas en el momento en que las hace.

 ¿Cómo fue tu primer desembarco en Buenos Aires después de tantos años de estar lejos? ¿Cuál fue, por ejemplo, el primer lugar al que fuiste?

 El primer lugar al que fui fue a la casa de un compañero que había sobrevivido y se había quedado acá, un gran compañero de dirección de la Brigada: Cristóbal. Yo tuve mucha suerte con mis compañeros, me enseñaron un montón. A veces pienso que todo lo que sé, y no hablo de datos, conmemoraciones, fechas; sino a otra cosa: saber en cuanto a la vida a un nivel muy profundo. Todo eso lo sé gracias a ellos. Llegado a Buenos Aires me fui a la casa de Cristóbal en Villa del Parque, y nos encontramos ahí sin saber qué decir ninguno de los dos. Hasta que empezamos a hablar y no paramos más. Recordamos viejos tiempos, analizamos los hechos, como si todo continuase, aunque no continúa nada. Pero aunque es difícil verlo, quiérase o no, esto es una continuidad. Estamos viviendo una época con poco lugar para las ilusiones, fea en ese sentido.

Alberto Szpunberg. CABA, 18 de septiembre de 2015

«Siempre hay algo para añorar, como lo hay para fantasear, para soñar, para imaginar. Entonces uno es una mezcla de todas esas sensaciones tan distintas» dice Alberto Szpunberg.

“TODO POEMA CONVOCA A ASAMBLEA PERMANENTE”.

   “Pero como no todo en la vida es un tango nostálgico, hay también lugar en este viaje para algún valsecito de cadencia sencilla, bailecito contagioso, con mucha alma –recitaba Szpunberg hace pocos días en la Biblioteca Nacional-. El vals es algo maravilloso, inocente, imponente, bien de barrio y bien de mundo de los años cuarenta y cincuenta, en que se peleaba por una ilusión. Bueno, se sigue luchando”.

 ¿Se sigue luchando?

 Sí, en las formas de resistencia que quedan y se van desarrollando; ahí está la esperanza, ahí la lucha continúa. Lo que sucede es que el machaque de frivolización constante que hay sobre la sociedad hoy es monstruoso. Pero no hay estímulo ni lucha hasta que se da: en los ’60 y los ’70 no es que la gente dijo ‘ahora empieza la lucha armada’. Ni empezó la lucha armada, empezó la violencia revolucionaria y popular que era el peronismo en la época de la resistencia, según mi manera de entenderlo. Y esa violencia no era impuesta desde afuera, nos era natural, tanto como Los Beatles.

 ¿Cuáles son los “De ida sin vuelta” de tu vida? Esos momentos de los que no hubo vuelta atrás.

 La lucha, la lucha. Y la poesía.

Abajo aquí sus huesos sus fusiles

ese atadito de hombre

no sé la tierra cómo hace que se aguanta

los que avanzan sobre ella son las mejores noticias que nos llegan de

ustedes

delen, muertos de amor, sostengan que nacemos.

(Egepé. De El che amor, 1965)

 ¿Por qué creer siempre en la poesía? En la lucha, en el exilio, en Salta, en Barcelona, de vuelta en Buenos Aires…

 Es que la poesía te lleva a ver el mundo diferente, otro mundo diferente: es decir, a ver que es posible un mundo diferente.

 ¿Y qué lugar ocupó el amor en tu vida?

 Y, los momentos de amor son de lo más lindo que yo te podría hablar, son los momentos sublimes. Son amores, hubo varios y distintos. Pero mejor no confundirlos, el amor por una chica con el amor por una palabra, ¿no? Como los momentos de la lucha, episodios de la lucha que para mí son insuperables. Si yo estoy vivo es porque alguien me tendió una mano en un momento jodido y, como a mí, a otros, y yo, a la vez, a otros. Fueron los momentos más hermosos. Cometimos muchos errores, pero la mejor gente que conocí fueron mis compañeros. Con ellos compartimos cosas fundamentales que hacen a la vida misma y ese es mi orgullo y alegría.

 “Toda mi vida llevé un tango, una música que había escuchado en mi adolescencia, en el corazón –señalaba Szpunberg en De ida sin vuelta-. Pero no sabía cuál era esa melodía, entonces recurrí a mis maestros tangueros: Jorge, Pino, Jorge Sarraute, Padula… pero nadie lo reconocía. Y la solución esta vez vino por el lugar más inesperado: el de la física cuántica. Un primo mío, de dicha profesión y tanguero a muerte, entró una vez de casualidad en una casa de discos y le preguntó a la señora que lo atendió por la melodía que sonaba. Ella le pidió que la aguardara un minutito, llamó al marido por teléfono, volvió, y le dijo: ‘Mi marido lo tiene’. Así resucitó ‘Desengaños’, que es un tango hermosísimo y nadie lo recuerda.”

 Tal vez el rol del poeta tenga que ver con esto, con recordar lo que otros olvidan, con suspender con obstinación los momentos en y a través del tiempo, con intentar decir lo aparentemente indecible. Y acaso por eso un poeta como Szpunberg, que se enoja cuando separan la poesía y la política como si fueran polos opuestos o esferas separables, elija juntarse a leer en voz alta entre melodías y canciones. O elija escribir un libro a partir de los pensamientos de una niña, su nieta Sofía. O se incline por desempolvar un tango que ya nadie recuerda, ponerle palabras a la memoria, y decir, decir, decir, con una caprichosa fe.

 En el poema “Geometrías” el poeta ironiza sobre la obstinación continua de la línea recta que, sin embargo “condenada a padecer eterno el infinito/su oculto deseo, lo sé, es el punto final”. Pero Szpunberg no sabe de puntos finales: ¿por qué creer antes que no creer en la poesía? ¿Por qué la poesía ayer en el monte salteño, en el exilio, de vuelta en Buenos Aires? ¿Por qué la poesía hoy, de nuevo y en voz alta?

 Dice Szpunberg: “Mi objetivo ahora es recauchutarme un poco, subirme a un avión, irme a Barcelona y llevarle el librito de el brócoli a mi nieta, a Sofía”.

Alberto Szpunberg estuvo toda su vida atravesado por la poesía, por la militancia y la lucha. A sus 75 años, nos llevó de viaje por su historia, de una punta a la otra: las idas, las vueltas y esos “de ida sin vuelta” que lo marcaron. A pesar de los sustos que le dio su salud últimamente, Alberto saca pecho para la foto, sonríe, levanta una ceja y sigue pariendo libros; ahora con su pequeña nieta Sofía como co-autora.