Por Melisa Ortner
Fotografía: Noelia Pirsic y gentileza Pascal Hée
Multimedia: Daniela Yechúa

“Mi madre se decide finalmente a explicarme, a grandes rasgos, lo que pasa. Hemos tenido que dejar nuestro departamento, dice, porque desde ahora los Montoneros deberán esconderse. Es necesario, ciertas personas se han vuelto peligrosas: son los miembros de los comandos de las AAA, que levantan a los militantes como mis padres y los matan o los hacen desaparecer”. Así comienza La casa de los conejos, la primera novela de Laura Alcoba,  obra en la que cuenta sus vivencias de niña inmersas en la última dictadura cívico militar, que lleva hasta el momento once ediciones y fue traducida en varios idiomas.

¿Qué rol ocupa la literatura a la hora de narrar las memorias? ¿Qué significa hoy ese libro para quien vivió su infancia en dictadura? ¿Cómo es el vínculo que tiene con Chicha Mariani, la abuela que busca a la niña que se llevaron de esa casa y aún sigue apropiada? En una charla exclusiva con ANCCOM luego de haber visitado el país, Laura Alcoba, habla de la importancia del testimonio entrelazado con lo ficcional  para narrar la Argentina de los 70.

El libro de la buena memoria

La casa de los conejos saca a la luz las memorias de una niña de siete años que transcurre una vida clandestina en una casa activa de Montoneros en la ciudad de La Plata, arrasada por un operativo en el que participaron más de cien efectivos del Ejército y la Policía Bonaerense en noviembre de 1976. Allí asesinaron a todas las personas que se encontraban en el lugar, entre ellas, Diana Teruggi, quien estaba con su hija de tres meses, Clara Anahí. La beba secuestrada y apropiada hasta la actualidad, es la nieta de María Isabel Chorobik de Mariani -una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo- que posteriormente creó una fundación con el nombre de su nieta desaparecida. Laura Alcoba y su madre, vivían allí pero el día del operativo no estaban, por eso sobrevivieron y pudieron exiliarse luego en Francia. Alcoba cuenta que escribió ese libro en un estado muy particular: “Acá y allá, en París y en francés, pero al mismo tiempo en La Plata; en 2006 -año en que finalizó su obra literaria- y a la vez en 1976”. La novela fue por entonces traducida por Leopoldo Brizuela para Edhasa. Alcoba asume que su escritura fue llevada adelante con todas esas imágenes de la  muerte pero también con la impresión, al mismo tiempo, de que «Diana estaba viva y sentada a  su lado».

La escritora vive en París desde 1979, año en que se exilió junto a su madre. En febrero pasado volvió a la Argentina junto al contingente que acompañó al presidente François Hollande, a días de conmemorarse el 40 aniversario del golpe de Estado más sangriento de nuestro país. La experiencia le dejó “una mezcla de impresiones y de emociones” que aún procesa. Alcoba expresó que ese viaje representó un modo de agradecimiento a Francia, por la solidaridad del pueblo francés en aquel entonces, algo que siempre recuerda con muchísima emoción: “Pensé que era importante significar todo aquello, hoy, en la Argentina de 2016”. Entre todas las actividades programadas, estuvo también en el homenaje a los desaparecidos que el presidente francés realizó junto a organismos de derechos humanos locales en el Parque de la Memoria: “Sólo puedo decir que el acto fue fuertísimo, había mucha emoción entre las personas presentes, sentí que ese momento era importante. Estaban las Abuelas de Plaza de Mayo y pude abrazar a Estela de Carlotto (presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo); ese encuentro dio sentido a mi viaje”, relata con emoción.

Laura Alcoba cuenta que vive “con tristeza y temor” los cambios que se han dado en materia de derechos humanos desde la asunción del presidente Mauricio Macri y considera que la Argentina, hasta entonces, era un ejemplo porque  “hay algo que proteger, que cuidar” y cree que la justicia tiene que seguir haciendo su trabajo.

Foto: Pascal Hée - Gentileza de Laura Alcoba

Esa niña adulta

Alcoba se licenció en letras en l’Ecole Normale Supérieure, es especialista en el Siglo de Oro español, editora y traductora en Francia. Su obra se tradujo al alemán, al inglés, al serbio, al italiano y al catalán.  La casa de los conejos fue su debut literario; una novela  caracterizada por la construcción de la narradora infantil y sus vivencias dentro de esa casa clandestina: “La voz de la niña era la que tenía más fuerza y si bien, en un primer momento  la voz infantil alternaba con una voz adulta, la  voz infantil se impuso”, reflexiona sobre la figura de  la narradora.

Leer la novela de Alcoba, que es su historia, es como meterse en ese sitio entre conejos y armas, es sentir el cariño de Diana -con quien de niña forjó una relación de amor incondicional –  es también desear la sonrisa de Clara Anahí y soñar el ansiado abrazo. Alcoba permite con su belleza literaria abrir las puertas de un pasado traumático desde la sutil mirada de la niña que fue, entre la inocencia y el conocimiento en un marco de encierro, y que con la palabra da cuerpo al silencio instituido de aquella época: “Si alguno nos pregunta cómo llegaste a casa, le decimos simplemente que alguien te dejó en la puerta de casa. Si te pregunta algo a vos, vos le decís lo mismo: que estabas en un lugar que no sabés cómo es ni dónde queda, con gente que no sabés cómo se llama, y que te dejaron en nuestra puerta nada más. Pero sería mejor que nadie preguntara nada”. La cita remite a una de las tantas advertencias hacia la niña, que no deja de expresarse: “Me parece que tengo miedo. No sé. En fin, es una más de las tantas cosas de las que no estoy segura”. Así, la niña de La casa de los conejos, utiliza estrategias narrativas para contar el dolor y la incertidumbre del futuro desde la mirada inocente y a la vez consciente, del terror que acechaba a su alrededor: “El miedo estaba en todas partes. Sobre todo en esta casa”, escribe.

Laura Alcoba continuó en sus obras el legado de la memoria: luego de escribir La casa de los conejos, siguió con Jardín Blanco (2010), libro que aborda, entre otras, las figuras de Perón y Evita. Luego, en Los pasajeros del Anna C (2012), relata la historia de una pareja de jóvenes argentinos que viajan a Cuba en los años sesenta para formarse política y militarmente y que luego, vuelven a su país, como lo hicieron sus padres, en un barco. En 2014 publicó El azul de las abejas, que muestra la relación epistolar que mantuvo con su padre -preso- cuando ella llegó a Francia, exiliada de Argentina. La autora afirma con convicción que “la escritura es lo que salva”, en relación al silencio y al recuerdo del trauma. Es que para ella, entre la escritura y la  memoria social hay una construcción lenta, progresiva que está en marcha;  algo que aún no podemos ver “porque no tenemos la distancia necesaria”, pero se va tejiendo, porque “no se puede dictar ni decretar, tampoco se puede detener”.

La casa de los conejos

“Te preguntarás, Diana, porqué dejé pasar tanto tiempo sin contar esta historia (…) Aquí estoy. Voy a evocar al fin toda aquella locura argentina, todos aquellos seres arrebatados por la violencia. Me he decidido porque a menudo pienso en los muertos, pero también porque ahora sé que no hay que olvidarse de los vivos”. Así inicia el relato la narradora para contar la vida -a escondidas- en esa casa, que, “oficialmente” funcionaba como un pequeño emprendimiento de conservas de conejos, pero que en realidad era la imprenta de la revista “Evita Montonera”, publicación oficial de la organización. Laura Alcoba vivió allí durante un tiempo junto a su madre, entre temores y amenazas: “Debo de haber entrado en pánico, porque yo sé muy bien que sobre mi madre pesa un pedido de captura, y que estamos esperando que nos den un apellido nuevo y documentos falsos. ¿A mí también me buscan, acaso?”. De esta manera, la narradora historiza las memorias en torno a la violencia política de esos años en los que el ámbito de lo privado se veía constantemente amenazado por el terrorismo de Estado. La novela deja en evidencia las escenas donde protagonizan el deber del silencio y el mundo familiar clandestino.

Volver

“Acompañada por Chicha, casi treinta años después, en La Plata, pude así volver a ver lo que queda de la casa de los conejos (…) No existen palabras para la emoción que me invadió cuando descubrí, en cada cosa recordada, las marcas de la muerte y la destrucción”. De esa manera Laura narra en la novela el momento del reencuentro con el sitio, que desde hace unos años se convirtió en un espacio de memoria, llevado adelante por la Asociación Clara Anahí, organismo de Derechos Humanos presidido por Elsa Pavón y Chicha Mariani desde 1996. “Es emocionante y no deja de ser extraño. El recuerdo de ese lugar tal como era en 1975-1976 sigue muy presente en mí. A las imágenes de la casa, tal como es hoy, siguen superponiéndose en mi recuerdo las imágenes de ese lugar tal como fue, como si los tiempos se confundieran”, relata  admitiendo que esos retazos de la memoria que le volvieron de ese sitio son la materia prima del libro. Es que los recuerdos de esa casa y de esa época, no se borraron con el tiempo, sino que están más latentes que nunca.

Alcoba cuenta que su regreso a la Argentina, en 2003, fue como meterse en el túnel del tiempo, “o más aún, como si el tiempo de repente no existiera”. Es que en la casa, todo quedó así, congelado: la camioneta estacionada, las paredes destrozadas por el brutal impacto, el escondite en el fondo. “Cuando vi la furgoneta de Diana en la que tantas veces había estado con ella, ahí la tenía, delante de mis ojos, acribillada de balas. Pero yo aún me veía adentro, al lado de Diana”.

El libro nació de esas sensaciones, pues la casa le hablaba desde aquel entonces “como si fuera un nuevo presente”. Pero claro, allí todo estaba destruido, había muerto mucha gente, cuando la policía entró luego del brutal operativo encontró diez cadáveres. Alcoba afirma que de esa superposición de sensaciones e imágenes nació el libro; “el libro que tenía que escribir”. Sucede que al momento que entró en contacto con Chicha Mariani, por mail, en 2003, antes de viajar a la Argentina y de volver por primera vez a la “casa de los conejos”, la respuesta que Chicha le envió fue determinante: “De cierto modo, fue el disparador de todo lo que vino después. Ella sabía que mi madre y yo habíamos vivido ahí, con su hijo y con Diana. Después de la emoción y la alegría del reencuentro que formulaba en las primeras líneas de su email, venían estas palabras: “yo creía que vos y tu mamá estaban muertas”. Fue terrible para mí leer esa frase. Lo sabía, claro, pero nunca me lo había formulado a mí misma de ese modo: podíamos haber muerto. Es más: tendríamos que haber muerto. Luego pensé, estoy viva. Y me acuerdo. Por eso escribí, por eso sentí que tenía que escribir”.

El dolor del abrazo que no fue

El 24 de diciembre llegó la noticia más linda para esperar la Navidad: los medios anunciaban la aparición de Clara Anahí, la hija de Diana; la nieta de Chicha. Circularon fotos y la alegría era compartida desde la Argentina hacia la prensa mundial. A Laura le llegó el anuncio desde la familia de Diana antes de que fuera público y sintió por entonces una emoción enorme, “una sensación como de vértigo, una felicidad infinita que me hizo llorar de felicidad”. Luego fue la decepción; la mujer en cuestión, finalmente no era Clara Anahí. Para Alcoba, fue un episodio horrible: “Lloré de tristeza y de rabia también, porque tuve la impresión de que se había jugado con nuestro dolor. ¿Quién lo hizo? ¿Fue sólo precipitación, equivocación, ganas de creer? Tal vez. Pero fue como si Clara Anahí hubiese aparecido y vuelto a desaparecer en 24 horas. Violentísimo”.

Alcoba sigue en contacto con Chicha Mariani y con la familia de Diana Teruggi que vive en París y también con los dos sobrinos de Diana, que después de haber vivido en Francia, volvieron a la Argentina. Su última charla telefónica con Chicha fue el 25 de diciembre.  “Todo esto dejó muy mal y triste a Chicha Mariani. La responsabilidad de las personas que difundieron esa información, sin respeto además, hacia la intimidad que requería ese momento de “reencuentro”- es enorme.  No termino de entender cómo ni por qué se apresuraron de ese modo antes de haber verificado la información. Me sentí muy mal por haber creído todo eso – por haber compartido la noticia en las redes sociales, también. El dolor que se hizo con todo esto es muy grande. En Chicha, es infinito”.

Tejer la memoria

Laura considera que aún queda mucho por contar, mucho por decir, mucho por hacer, por transformar, “porque sólo así se digiere el pasado”. Sucede que los/as hijos/as de la dictadura aún todavía tienen mucho por contar, pero “la necesidad de hacerlo es íntima y vital”. Alcoba cuenta que no le gusta la expresión “deber de memoria” pues no se trata de hacer deberes ni obedecer ninguna orden exterior, y alerta que tampoco hay deber de silencio ni de olvido. “Cada uno dirá lo que quiera, cuando se sienta dispuesto a hacerlo, cuando lo sienta necesario. Cuando encuentre las fuerzas, también. Muchos, aún hoy, no encuentran las fuerzas”. Afirma que le llegan muchos mails de lectores que le cuentan cosas personales después de haber leído sus libros, como si la lectura los ayudase a formular, a reencontrar recuerdos.  

Sin dudas, Laura Alcoba colabora con sus obras con ese trabajo de memoria que se va tejiendo con el tiempo. La lucha continúa y la búsqueda también porque “Clara Anahí vive en alguna parte. Ella lleva sin duda otro nombre. Ignora probablemente quiénes fueron sus padres y cómo es que murieron”. Así concluye Alcoba su libro y remata: “Pero estoy segura Diana, que tiene tu sonrisa luminosa, tu fuerza y tu belleza. Eso también, es una evidencia excesiva”. Y claro, que no es un final, porque el abrazo llegará y también se podrá escribir, quien dice,  sobre la belleza de encuentro.