May 6, 2021 | DDHH, Novedades

Las cámaras de la sala estaban apagadas pero, de pronto, Pablo Diaz, sobreviviente de la Noche de los Lápices, apareció. “¿Se escucha?”, pregunta a cámara mientras se lo ve esperando ansioso para dar su testimonio. Le hacen el famoso juramento de verdad y comienza. Muestra un papel que los años lo dejaron amarillo “Buenos Aires 26 de junio de 1984. Señor Pablo Alejandro Diaz. Referencia legajo 4018. En mi carácter de secretario de Asuntos Legales de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, tengo el agrado de dirigirme a usted a fin de informarle que el día 22 del corriente mes, se me ha elevado a la justicia, la denuncia relacionada con los centros clandestinos de detención ubicado en la jurisdicción de la provincia de Bueno Aires, en la cual se ha incluido el testimonio que usted presentara ante esta Comisión. Dicha denuncia ha quedado radicada ante el Juzgado N° 1 de la ciudad de La Plata, secretaría a cargo del Dr, Roberto Luis Colombo. Certificando el original a cámara”. Hace 37 años había dado su primer testimonio. El martes pasado volvió a ratificarlo.
Pablo fue detenido y secuestrado el 29 de septiembre de 1976 en su domicilio de la ciudad de La Plata, a las cuatro de la madrugada, por un grupo de tareas dependientes de distintas fuerzas criminales. Esa noche estacionaron tres autos en su puerta. Se bajaron e intentaron abrir el grueso portón de entrada de su casa y como no podían, tocaron timbre. El relato de Pablo estuvo cargado de emoción y de mucha memoria a pesar de los años. Cada recuerdo contenía documentos e incluso imágenes fotografías del horror que con la película La noche de los lápices pudo reconstruir.
“Mi hermano que estaba durmiendo en su pieza me despertó. Yo comprendí la situación rápidamente por los hechos que estaban sucediendo en la ciudad de La Plata. Le dije a mi que me venían a buscar. Hicieron tirar al piso a todos mis hermanos. Cuando estoy bajando las escaleras uno me señala. Estaban todos con las caras tapadas menos uno que estaba con traje, el comisario Héctor Vides. Inmediatamente me tiran al piso, y me preguntan por las armas”, recuerda Pablo. Él no tenía armas. Le ponen un buzo en la cabeza y lo secuestran. De allí, fue llevado a una estancia, que luego con los años pudo reconocer como el Regimiento N° 7, el llamado Campo de Arana, donde hoy funciona la Infantería.
“Llegamos y me dejaron parado contra la pared por más de 24 horas. Cuando yo me encontraba agotado, me golpeaban”. Luego lo llevaron a un cuarto. Puesto en un catre, atado de pies y manos con alambre y unas telas. Lo desnudaron. El buzo en su cabeza siempre lo mantuvieron. Le preguntaron qué participación había tenido en las organizaciones políticas secundarias, en la Unión de Estudiantes Secundarios, o en la Juventud Guevarista. Si era del Che o si era peronista, también le preguntaron por las pintadas de baños en los colegios secundarios y su participación en el Centro de Estudiantes. “Cuando les decía que no había tenido participación, me daban con picana eléctrica en los genitales o en las heridas. Se te cierran los puños por la corriente eléctrica. Luego de la sesión, cuando no aguantaba más y gritaba me decían que si tenía información de algún chico, que abriera las manos y ellos iban a parar la tortura. Por supuesto, abría las manos, pero no podía decir nada porque tenía los labios quemados por la tensión eléctrica”, describe.
“¿Qué carajo tenían que hacer ustedes yendo a las villas si tenían todo en su casa?”, le reprochó un represor a Pablo mientras lo interrogaba. Ya en otro cuarto le cambiaron el buzo de la cabeza por una venda de tela de color roja. “Siempre me acuerdo porque por la luz podía ver figuras. Era un hombre grande y me dice que empiece a contar desde la primaria”. Le preguntó qué pensaba de las villas miserias porque sabía que Pablo iba a dar clases de apoyo escolar con las agrupaciones, la UES y la Juventud Guevarista. El odio de clase se reflejaba en las palabras del coronel quien, en realidad, le reprochaba a Pablo su preocupación por lo que socialmente no era, porque provenía de una clase media alta.
“La característica era que esta persona se diferenciaba mucho en el lenguaje con respecto a los que nos torturaban o eran represores directos. Los coroneles eran más ideológicos que los guardias y los policías de la provincia. Estaba claro que unos daban las órdenes y otros, los policías, eran los que pònían la mano de obra: las torturas, las violaciones”, expresó. “Ya vamos a ver qué hacemos con tu vida. Síganle dando el escarmiento”, le dijeron luego de haberle aplicado la famosa tenaza, el modus operandi de tortura que implicaba sacar la uña del pie.
Un simulacro de fusilamiento fue otra de las cosas que le tocó vivir a Pablo con 17 años, en sus días en Arana. Siempre, previo al simulacro, llegaba un capellán que les ofrecía confesarse para “librarse de los pecados”. “Cuando nos ponían en el paredón, los más chicos pedíamos a nuestras madres. No queríamos ser asesinados, empezábamos a tener un ataque de histeria, de nervios”. Eran sacados y pasados a un descampado donde podían escuchar los ladridos de muchos perros. Podían olerlos. Los sentían. También escuchaban cómo cargaban las armas. “Éramos aproximadamente seis o siete personas. Ellos hablaban y volvía a pasar el capellán, pero esta vez decían: `Tiren´”, expresa Pablo y continúa: “Nosotros sentíamos los disparos. En un momento que tiran, un compañero dijo: ´Viva los Montoneros´. No puedo reconocer quién, porque se mezclaban con mis gritos y el de muchos de nosotros”. Pablo sintió la muerte. Realmente sintió que lo habían matado en vida. “Uno estaba esperando a ver cómo era la muerte, esperando si era dolorosa, si los agujeros estaban en el cuerpo. Esto es un segundo, pero es muy prolongado. Uno dice ya está ya pasó, pero siente agonizar al otro”.
Una noche empieza a ver un movimiento de micros. Fue el momento del traslado al Pozo de Banfield. Allí lo dejaron en un calabozo inundado, a solas, desnudo, tan solo en ropa interior. Ya no recordaba dónde había quedado su ropa. Una característica del Pozo de Banfield era que estaba lleno de adolescentes y de embarazadas en estado muy avanzado, como el de Gabriela Carriquiriborde que estuvo con él los días que empezó con trabajo de parto o Cristina Santucho quien también estaba embarazada y estaba casi en fecha de parto. Pablo pensaba que las chicas embarazadas eran adultas, las veía así porque iban a ser madres. Pero eran muy jóvenes. “Cuando me enteré que Gabriela tenía 22 años no lo podía creer. Yo creí que era más adulta, creo que porque me calmaba más a mí. A veces me hacía apoyar la cabeza de su panza para escuchar los latidos de su bebé. Era un juego”.
En la celda contigua, se encontraba María Claudia Falcone, de 16 años. Ahí la encuentra, así como también a Osvaldo Buseto y Alicia Calinati que estaba con su padre. Pablo hizo un dibujo donde describe cómo era el pozo de Banfield. Una especie de plano que mostraba la organización de calabozos pequeños.
No abrieron las celdas por una semana. “Dormíamos en el piso y hacíamos nuestras propias necesidades allí porque no nos abrían. Yo a veces tenía sed y llegué a tomar mi pis. No sé, el hombre es un animal de costumbre. El olor era muy profundo. Luego de esa semana nos sacaron y nos dieron de comer. Y nos trataban de sucios por los que habíamos hecho”, expresa Pablo quien además recuerda que uno de los problemas de las chicas eran los períodos de menstruación con lo cual los guardias les decían que se sacaran la ropa interior. “Eso no era un hotel. No tenían por qué cuidarnos”, recordó Pablo que dijo un guardia.
En el Pozo de Banfield Pablo escucha por primera vez el nombre de Jorge Antonio Bergés, allí lo conoce, ya que estaba permanente. Bergés era un médico de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y era quien se ocupaba específicamente de las embarazadas. “Para él, ellas eran una joya a la que tenían que cuidar. Él tenía mucho interés en que tuvieran familia. No les importaba la madre sino el chico. El médico llegó a decirle a los guardias que con ellas no se metan que si querían algo que agarren a las chicas”. Y fue así, tanto a Claudia como a María Clara las agarraron. “Recuerdo que cuando volvimos del baño, a las chicas las dejaron últimas, las empezaron a manosear. Especialmente a María Clara Ceochili. Le dio un ataque de nervios y cuando regresó a la celda se empezó a dar la cabeza con la pared y a gritar. Pedía que la maten”, declara con la voz quebrada y recuerda: “Nosotros empezamos a gritarle que parara. La particularidad de Clara es que rezaba mucho. Su familia era muy católica, en alguna oportunidad nos dijo que Dios nos había puesto a prueba. Yo no lo podía entender”.
Para diciembre de 1976, su estado mental y el de sus compañeros y compañeras era totalmente depresivo. “Pensábamos que estábamos muertos. En un momento dado mirábamos una soga para ver si nos podíamos colgar para terminar con el calvario”.
Bergés le dejaba trapitos a Pablo por si una embarazada tenía problemas. Le había dejado instrucciones de golpear la reja si algo llegaba a suceder y ese día llegó. Gabriela Carriquiborde había empezado con dolores y entró en trabajo de parto. “Me agarró la mano y me dijo: Pablo me viene, me viene, ya está. Empezó a tener pérdidas y yo mojaba los trapos entre sus piernas y gritaba: ¡Claudia va a tener!”. Pablo recuerda sentir como el compañero de Claudia le gritaba y que todos le gritaban. “¡Fijate las contracciones, fíjate el pulso! y no hice nada de eso”, cuenta Pablo. “Me tiré sobre la puerta y empecé a golpear que era lo que Bergés me había dicho. Gabi me decía que lo quería tener y que venía su hijo. Cuando viene la guardia, me dice: “Tenela, tenela” y se empiezan a pelear entre ellos. Vienen con una chapa y empiezan a decirse que llamen a Bergés y que preparen todo”. A la hora escucharon el llanto del bebé. Todos gritaron. El guardia dijo que había sido un varón y que se la llevaban a ella y al bebé a una chacra para que lo pueda criar, que iban a estar bien. “Nosotros nos pusimos contentos. Les creímos”, lamenta Pablo.
Llegó finales de diciembre y por los estruendos y festejos de los guardias, se enteraron que era Navidad. Ese día todos recordaron a sus familias y volvieron a sucederse escenas de depresión porque sentían tan cerca la pirotecnia. Por esos días llevaban a Pablo a un primer piso y lo dejan en una silla. Un mayor del ejército tenía que decirle algo: “Al final se decidió que vas a vivir. Vengo a decirte que te pasamos al PEN”.
“Antes de salir le pido al guardia ver a Claudia, le pido por favor que acceda. En ese momento ella empieza a gritar que sí y los que me llevan me dicen que sea rápido. Claudia estaba apoyada sobre la pared del fondo. Trato de correrle la venda de los ojos, pero le dolía el cuerpo y los ojos por el mismo estado que tenía yo. Me pide que vaya a la casa de la madre y le diga que está bien. Yo le digo que iba a salir y que nos íbamos a encontrar afuera”, confiesa Pablo entre lágrimas y continúa “Ella me dice que había sido violada por delante y por detrás, que nunca más iba a poder ser mujer y me pidió que todos los 31 de diciembre brinde por ellos”. Cuando lo vienen a buscar, escucha voces que empiezan a saludar y despedirlo.
Pablo dice que en estas 20 veces que declaró durante todos estos años, cuando contaba cómo había sido violada Claudia, nunca nadie lo paró para contar este delito. “Pensé que, porque era anecdótico lo que Claudia decía, no me interesaba, pero con el correr del tiempo y de los años supe que no era el hambre, la tortura, la picana eléctrica, los golpes y el encierro el dolor de Claudia, sino que lo más preciado que tiene una mujer, hoy entiendo por muchas adolescentes y por mi hija, es la decisión de con quien hace el amor, lo más preciado que tiene una mujer es su cuerpo. ¡Qué bárbaro! Recién hace dos años, dos fiscales me preguntaron si había tenido violencia de género o abusos”.
“Tengo particularmente las voces de los chicos, de Claudia, Horacio, Panchito que me empiezan a saludar y yo les digo que van a salir”, dice Pablo. Esa fue la última vez que los vio. Esta vez, el nuevo lugar era la Brigada de Investigaciones de Quilmes. A fines de enero, luego de estar allí un mes, lo fueron a buscar y fue trasladado a la Comisaría tercera de Valentín Alsina de Lanús. Allí no lo querían recibir por la cantidad de golpes que tenía y su estado deteriorado, pero lo bañaron, le cortaron el pelo, lo curaron y quedó allí como un detenido legal. Además, también recibió la visita de su familia, después de tanto tiempo y llegó a decirle a su hermana que fuera a la casa de Claudia Falcone con la esperanza de que podría estar allí. En la siguiente visita, Pablo recibió la noticia de que a Claudia no se la vio nunca más. Debía amigarse con el concepto de desaparecida. Una terrible palabra, un concepto que persigue y no deja nunca despedirse de los seres queridos, que no permite el duelo ni un lugar para ir a llorar.
Pablo se refirió además a las discusiones banales de si fueron 30 mil o nueve mil desaparecidos “Ruego por una sola persona, por un solo ser humano, y piensen en 9 mil en fila, si quieren cuantitativamente obviar 20 mil más. Nunca le saquen al ser humano la responsabilidad de lo que es capaz de ser y pregúntense para qué es la justicia. Es para ordenar al ser humano en su debilidad de poder hacer el bien y el mal constantemente”, expresa y finaliza: “Qué horror, qué dolor. Sáquenles la prisión domiciliaria a los genocidas por favor, entiendan que el crimen de lesa humanidad es el peor crimen en el mundo. No tengo más. Ojalá no haya otros 37 años de espera. Gracias señor presidente”.
La lucha de Pablo Diaz y sus compañeros y compañeras ha dejado grandes conquistas como el boleto estudiantil gratuito; y su testimonio ha dejado grabado en la memoria colectiva el horror de lo que significó la última dictadura cívico-militar en nuestro país.
Abr 8, 2021 | DDHH, Novedades

Ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Pozo de Quilmes.
En una nueva audiencia del juicio de lesa humanidad que busca justicia por los crímenes cometidos en los ex Centros Clandestinos de Detención, Pozos de Banfield, Quilmes y Brigada de Lanús, declaró la familia de Miguel Ángel Soria, obrero naval del Astillero Río Santiago, secuestrado el 6 de junio de 1976 en su domicilio, en un operativo de detención ilegal a cargo del Primer Cuerpo del Ejército. En marzo de 2011 los restos de Miguel Ángel fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en el Cementerio Municipal de General San Martín. Allí pudo reconstruirse que fue asesinado el 3 de febrero de 1977, en un simulacro de enfrentamiento.
El último día en que María Esther Buet vio a su esposo fue el 6 de junio de 1976. Habían quedado en encontrarse en la casa de su suegra, porque ahí estaba la hija del matrimonio, Stella Soria, de cinco años. Miguel Ángel Soria, tenía 25 años y había nacido el 14 de mayo de 1951 en Berisso. Trabajaba en el Astillero Río Santiago de día, donde era delegado gremial, y de noche en un frigorífico. Aquel día cobraba y dijo a su compañera: “Nos encontramos antes para que vayas a pagar el alquiler”. Vivían en La Plata, en la calle 18 entre 66 y 67.
Unos días antes, María Esther había sido amenazada por un viejo amigo de la familia: “Si no renunciás, esta noche pasamos por vos”, le dijo y María tuvo que dejar su trabajo en el frigorífico donde también había sido elegida delegada por sus compañeras.
De camino a su departamento de La Plata, el verdulero del barrio le advirtió que no se le ocurriera ir a su casa, porque estaba lleno de policías. Un hombre de apellido Sotelo era quien le había alquilado la casa y ahora también se convertiría en el entregador. Con el tiempo se enteraron de que trabajaba en la comisaría 5ª de La Plata.
El miedo era constante. Terrible. Siempre pasaban por los lugares donde ella se escondía, pero nunca pudieron encontrarla: “Para ellos éramos subversivos”, describe hoy María, en la audiencia virtual del juicio que investiga entre otras la desaparición de su marido. Como excusándose, explica al Tribunal que cuando trabajó en el frigorífico no tenía una militancia partidaria, que lo que hacía era sólo apoyar a los compañeros, al igual que Miguel, quien sí militaba en la Juventud Peronista.
La mamá de Miguel fue quien prácticamente crió a su hija. Era muy riesgoso que María tuviera contacto con ella. Se la arrancaron de los abrazos, nunca más pudo dormir con la niña. El terrorismo de Estado destruyó a su familia: “Cuando te pasan esas cosas siempre pasa que tenés la culpa, siempre te echan la culpa”.
En 2011, llamaron a su hija y le dijeron que habían encontrado los restos de su papá, recuerda María, en relación a la identificación que el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) pudo hacer de los restos de Miguel Ángel. “Se lo entregan y hoy lo tenemos, pero tampoco puedo entender que se lleven a alguien y devuelvan esos huesitos. Nunca lo voy a entender. Trataré de hacer un esfuerzo para hacer el duelo. La verdad que no se puede vivir, es algo que me duele hasta el día de hoy”, cierra.
El recuerdo de la hija
Con un pañuelo blanco de fondo con el nombre de su padre, Miguel Ángel Soria, y su fecha de desaparición; y una remera con la leyenda “son 30 mil”, Stella Maris, comienza su declaración. Es que recuerda aquel 6 de junio como si fuera ayer. Tenía cinco años cuando unos hombres de traje irrumpieron en la casa de sus abuelos, que la estaban cuidando y que luego de ese día se convertiría para siempre en su casa. Estaba mirando la televisión, miraba el dibujito furor de la época: La pantera rosa. “No me olvido más. Entra una cantidad grande de personas, uno me agarra upa, alguien que yo creí reconocer porque tenía un anillo y pensé que era mi abuelo. Era un hombre que estaba de traje. Después supimos que era el comisario (inspector Atilio Pascual) Viola, que estaba a cargo del operativo. Era de la brigada de operaciones de La Plata”. Su abuelo tenía un almacén delante de la casa y estaba atendiendo. Su abuela estaba planchando. ¿Su papá? había llegado del trabajo, porque allí se encontraría con su compañera para darle el dinero para pagar el alquiler. Los represores revolvieron toda la casa, pero aquellos hombres de traje no pudieron encontrarlo. Sí encontraron los documentos, pero su papá ya había salido por el fondo de la casa escapando de la cacería que sería inevitable. Según Stella, estuvieron un montón de tiempo, como hasta las siete u ocho de la noche. O quizás el tiempo se le hizo interminable en ese momento. “Ese 6 de junio nos cambió la vida a todos”, afirma.
“Mi abuela fue a hacer la denuncia a la Comisaría 1ª y no se la tomaron. Tuvo que ir como tres días y recién al tercero aceptaron la denuncia y a partir de ahí, empezó el peregrinaje: haciendo trámites, cartas al arzobispado, habeas corpus. En realidad, fue a todos lados, como hizo la mayoría de los familiares. Pero a casa siguieron viniendo. Hasta mayo del 77, vinieron todas las noches”. Su abuelo ponía el despertador y a las dos o tres de la mañana llegaban pateando la puerta. Era repetitivo. Sí, hasta mayo del 77 fueron todas las noches, hasta que desapareció María Seoane, la novia de su tío. Esos días fueron los últimos días que visitaron la casa de sus abuelos, su casa.
“A mi papá también fueron a buscarlo al departamento de la calle 18 donde en realidad estaban viviendo con mi mamá. Yo estaba en la casa de mis abuelos porque ellos trabajaban todo el día. El departamento era en la calle 18 entre 66 y 67. Ahí estuvieron también apostados dos días, los militares. Nunca encontramos la llave”, recuerda. “No supimos más nada de él hasta que en el año 2011, el Equipo de Antropología Forense lo reconoció, en el cementerio de San Martín, estaba en una fosa común. La antropóloga hizo el informe y decía que lo mataron un 3 de febrero de 1977. O sea, lo mataron y seguían viniendo a mi casa, eso es lo que yo nunca entendí. Por qué seguían viniendo a casa. Es muy difícil entender cuando se llevan a una persona y te entregan un par de huesos, un esqueleto incompleto, con un cráneo multifragmentado, sus fémures quebrados, cuando uno no tiene un cuerpo. Es muy difícil hacer ese duelo y es muy difícil entenderlo”.
En todos esos años, Stella acompañó a su abuela en la búsqueda de su padre, hasta el último día. “Mi papá estuvo detenido en La Plata, pero no sabíamos dónde porque lo buscaban de la Brigada de Investigaciones. Después sí supimos que estuvo en la Brigada de Lanús. Mi abuela fue a Lanús a hablar con Viola porque había sido traslado allí. Luego fuimos a San Martín. Este fue su último lugar donde estuvo detenido porque lo matan ahí, en Caseros, en un enfrentamiento. Eso es todo lo que sé”, describió. Un supuesto enfrentamiento, el eufemismo que utilizaba la dictadura para ocultar los fusilamientos.
“Si estoy acá, es también por mis abuelos, por mis viejos, para que se haga justicia y para poder entender las cosas. Hoy yo tengo una hija y veo todo desde otra perspectiva. Le doy y me da un montón de cosas unas ganas de vivir, de luchar, de buscarle la vuelta y es difícil entenderlo, pero es así en nuestra vida. Uno trata de reconstruirla, viviendo de otra manera. Es muy difícil de explicar. Una vida que en realidad le falta algo, pero una le va buscando la vuelta”.
Memoria fraterna
“Nos dijeron que tenían que eliminarnos a nosotros y a toda la juventud, porque tenían que sacar toda la pudrición, nosotros éramos la pudrición”, recuerda Norma Soria, hermana de Miguel. Aquel 6 de junio, ella regresaba de la facultad y le advirtieron que no fuera para su casa porque se la podían llevar. “Mi hermano se dirigió al departamento de calle 66 y aparentemente en esa calle fue detenido por fuerzas conjuntas, el mismo día. De ahí en más lo empezamos a buscar con mi mamá y mi sobrina. Recorrimos todas las unidades carcelarias, regímenes abiertos, todos los distritos militares, sin encontrar nada. A mi casa fueron en tres oportunidades.
Entre lágrimas los recuerdos pasan por su cabeza. En una oportunidad le apuntaron a mi sobrina que tenía solo cinco años. A mi mamá le estaba por agarrar un infarto y ellos no me dejaban ir a buscar las pastillas. Entonces me apuntaron a mí también, pero fui igual”. Desde el día 6 nunca más supieron de su hermano Miguel Ángel Soria. “Fue un detenido desaparecido porque fue así. A él no se lo tragó la tierra. El terror que generaba el haber salido a buscarlo por todos lados, en noches frías de inviernos, a las casas de sus amigos para ver si estaba con ellos. Todos los hermanos, hijos, madres y padres han quedado traumatizados por todo eso. Fue realmente una masacre”, expresa Norma.
“Es difícil seguir, tengo un tic que hace lastimarme de noche. Mi vida cambió mucho. Tengo miedo a las tormentas, porque cuando llegaban los militares eran días de lluvia, de tormenta y siempre con la luz apagada. Aunque lo encontramos después, nos desarmaron a todos. Mi mamá iba a llevarle flores al cementerio a los NN, porque pensaba que cualquiera podía ser su hijo. Nos destruyó totalmente”.
En marzo de 2011 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Miguel Ángel y pudo reconstruir que fue asesinado el 3 de febrero de 1977 y su cuerpo hallado en la intersección de las calles Falucho y Besares en Ciudadela, partido de Tres de Febrero.
A 45 años, no es fácil declarar para María, ni para Stella, ni para Norma. Entre recuerdos, lagunas, emoción, pero sobre todo dolor, mucho dolor, igual pudieron hacerlo. Describieron todo lo que recuerdan de aquellos años que cambiaron sus vidas para siempre. Y gracias a ello, el martes, en una nueva audiencia virtual del Tribunal N°1 de La Plata, que juzga a 18 represores por los crímenes cometidos en Pozos de Banfield, Quilmes y Brigada de Lanús, se oyó un nuevo grito de memoria: por Miguel Ángel y por los 30.000 que aún esperan justicia.
Mar 12, 2021 | DDHH, Novedades

Fotografía de archivo.
El alegato de la querella unificada en el juicio de lesa humanidad conocido como Contraofensiva Montonera finalizó ayer con las palabras del abogado Pablo Llonto en una jornada histórica. La querella intentó evidenciar en su exposición la coautoría que imputa a los acusados en los crímenes de lesa humanidad cometidos entre 1979 y 1981. Llonto pidió perpetua en cárcel común para todos ellos.
Los crímenes cometidos contra los militantes políticos que participaron de la Contraofensiva Montonera descansaron, hasta este momento, en la impunidad. Las treinta y seis familias de los montoneros desaparecidos continúan pidiendo justicia y rastreando información que les indique dónde están sus seres queridos. La investigación solo fue posible gracias a la búsqueda implacable de todos los documentos que pudieran probar lo que había ocurrido. Durante todos estos años los acusados vivieron sus vidas en sus casas, muchos de ellos en countries y barrios privados.
Uno de los rasgos más destacados de este juicio es la implicancia de las cuatro piezas de la maquinaria del Ejército: La Jefatura 2 de Inteligencia, el Batallón 601, el Destacamento 601 y la Inteligencia del comando del Instituto de Militancia. El Juicio de las Juntas fue el único en el que estuvieron involucradas todas anteriormente.

13º audiencia del Juicio en 2019.
Llonto explica cómo funcionaba esta maquinaria: “Todas estas piezas encrestaban perfectamente como los engranajes de un reloj y se alimentaba con información. Si no era preciso el funcionamiento, el reloj no podía andar”. Usaban como energía las órdenes y la logística que permitía el accionar: autos, armas, municiones, dinero, pasajes. Siempre avalados por la impunidad y muy organizados.
Los acusados son seis, aunque faltan muchos otros por investigar. Uno de ellos, Jorge Apa, se desempeñó como jefe de la División Inteligencia «Subversiva Terrorista» entre 1979 y 1980. Cuando fue interrogado había declarado ser solo un órgano asesor, pero su nombre se encuentra involucrado en varios documentos sobre tareas específicas confirmando que eso no era cierto.
El Batallón 601 se encargaba de proveer los interrogadores y toda la información que utilizaban las Fuerzas Armadas. Aquí estaban involucrados Roberto Dambrosi, ex jefe de la Compañía de Actividades Psicológicas quien, entre otras tareas, difundía en medios de comunicación las operaciones de prensa. Y Juan Firpo, ex jefe de la Central Contrainteligencia y jefe de la División Seguridad en el Batallón.
Todos los secuestrados de la Contraofensiva Montonera eran trasladados al centro de detenciones Campo de Mayo. Allí se esperaban Jorge Bano y Eduardo Ascheri quienes integraban la Sección Operaciones Especiales (SOE) y Marcelo Sixto Courtaux, jefe de Actividades Especiales de Inteligencia y Contrainteligencia del Destacamento de Inteligencia 201.
De todos los acusados, solo Courtaux y Firpo se encuentran detenidos en centros penitenciarios. Este último por haber sido descubierto violando la prisión domiciliaria el año pasado, en Mar del Plata. El resto se encuentra en su casa mirando el desarrollo del juicio por computadora y solo Ascheri está sentado en el tribunal de manera presencial.
Las historias que forman parte de este Juicio son rememoradas por el abogado. Muchas de ellas con elementos comunes: hombres sin identificarse que entran a la fuerza a las casas y secuestran para torturar y desaparecer a los “subversivos” y trasladarlos junto a algunos de sus familiares a Campo de Mayo.
Llonto señala que uno de los acusados, Cousteaux, estuvo involucrado en una de las historias más fuertes que se han relatado durante el juicio. Es el caso de la familia Lanuscou, integrada por el matrimonio de Roberto y Amelia y sus tres hijos: una nena de cuatro años, un niño de seis y una bebe de seis meses llamada Matilde. Hombres armados entraron a su casa el 4 de septiembre de 1976 y allí mismo asesinaron a la niña mayor, al niño y a sus padres. Matilde aún continúa desaparecida. Cousteaux había sido nombrado por otro militar en su relato de lo que ocurrió esa fatídica noche.
Por este caso y todos los relatados se pide prisión perpetua efectiva en un centro penitenciario, sin goce de domiciliaria. Los motivos que sustentan este pedido y los hace coautores son cuatro para Llonto. Primero el hecho de que todos tenían el mismo objetivo: “El exterminio de la subversión”. También el diseño de un plan común que facilitaba todo el trabajo. A la vez que estaban todos al tanto de los hechos que se iban a realizar. Los imputados tenían el claro propósito de que el plan de exterminio tuviera éxito y no fracasara. Día a día hacían algo por este objetivo.
Tal como explica Llonto, los delitos de lesa humanidad no pueden entenderse con la teoría del delito individual. El abogado adelantó lo que la defensa iba a alegar al respecto: el principio de legalidad y la retroactividad. Al respecto aclaró que la desaparición forzada de personas es un crimen permanente que no cesa hasta conocerse el verdadero destino de la persona. Y es aun hoy que todos los acusados se niegan a revelar información sobre el paradero de las víctimas. Es un delito que continua cometiéndose todos los días.
“Pretenden ocultarse bajo la máscara de la cordura, tratar de dar lastima a los jueces para manejar información y controlarla porque son fríos y calculadores -expresó Llonto-, se los transforma en enfermos y en abuelitos para que los jueces no vean los delitos. Se marginan los crímenes y se logra una suerte de empatía”.

El Juicio se transmite en vivo a través de La Retaguardia.
La posición de la querella es que los acusados que tengan dolencias tratables en hospitales penitenciarios tienen que estar en prisión condenados por los crímenes de lesa humanidad y no en sus casas. Llonto advierte: “¿Quienes piensan que van a celebrar una sentencia condenatoria si escuchan que no se revocan las prisiones domiciliarias?”.
Finalmente, luego de una larga exposición Llonto terminó su discurso emocionado aclarando que la justicia no es utópica. “Queremos que sepan que atrás, en este camino hacia la justicia, vienen nietas y nietos, otras juventudes, otro pueblo que va a seguir reclamando por esos jóvenes que dieron todo y no pidieron nada, que tenían esperanza y apelaron a la resistencia, por esos jóvenes que creyeron en la fraternidad y en la igualdad. Ellos pedían lo mismo que nosotros: justicia”.
Feb 24, 2021 | DDHH, Novedades

Homenaje a los desaparecidos en la Noche de los Lápices, realizado en 2006 en el Pozo de Banfield.
Como todos los martes, desde las 9.30, se llevó adelante una nueva audiencia virtual del juicio por crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos de detención Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y Brigada de Lanús. La última jornada contó con los testimonios de Jorge Nadal, ex detenido y padre del nieto restituido Pedro Luis Nadal García, y los sobrevivientes Lucía Deón y Luis Alberto Messa.
“Yo fui detenido el 16 de mayo de 1975. Y la detención se oficializó el 30 de mayo. En esos 15 días que trascurrieron, desde la detención a la oficialización, sucedieron en el medio un montón de cosas”, describió Nadal y agregó: “Esto pone de manifiesto el carácter represivo y el terrorismo de Estado que había durante ese momento, durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, que no dudó en lanzar una represión indiscriminada como así también el aniquilamiento de quienes integrábamos una oposición férrea a sus designios y a su actitud represiva, altamente compartida por miembros de la civilidad, miembros de la Iglesia y también de las fuerzas represivas: Ejército, Policía Federal, las policías provinciales”.
Desde la sala virtual de la Fiscalía, con 71 años, unos apuntes escritos a mano y un artículo del diario La Opinión -que contenía una lista larga de los nombres de personas desaparecidas- que hacían de ayuda memoria, Nadal comenzó a narrar los hechos acontecidos por aquella época que marcarían su vida para siempre.
El ex militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores y Ejército Revolucionario del Pueblo PRT-ERP fue secuestrado de su casa y llevado desde Isidro Casanova, donde vivía por esos años, al Pozo de Banfield. “Una patota sin ningún tipo de orden de allanamiento entró a mi domicilio, pateando, insultando, de manera violenta y lo primero que hace es ponerle una ametralladora en el vientre a mi compañera, Hilda Garcia, que ya estaba a punto de parir, casi de nueve meses”, recordó. Nadal también describió el calvario, una vez llegado al centro clandestino de represión: “Me dispararon un tiro de una 45 en la rodilla, no para romperla sino para producir una herida sangrante y para pasarme por allí electricidad”.

Pozo de Banfield
Nadal es oriundo de la provincia de San Luis y expresa que el primero que recoge los datos personales de los militantes era el Obispo diocesano puntano de aquella época, Juan Rodolfo Laise. “Mi madre fue a hablar con él a la Catedral de San Luis y su respuesta, no sólo para ella sino para el resto de las personas que fueron a tratar de averiguar o pedir algún tipo de acompañamiento, fue: ´Señora retírese, nosotros a las madres de los comunistas y subversivos no los recibimos´”, recuerdó.
Además, cuenta que el sinceramiento de revelar su verdadera identidad- ya que poseía documentación falsa- le salvó la vida, y también le costó otras palizas, pero con distintos objetivos. Ya no buscaban información que él pudiera darles, y en ese sentido Nadal resalta: “Hablo de desaparición porque desde el 16 al 30 no fui oficializado y el objetivo era averiguar más cosas y matarme”.
Nadal avanzó cronológicamente sobre el relato: “El 29 de mayo nace mi hijo Pedro Luis Nadal. Mi compañera viaja al Chaco y nace en el Hospital del Niño. Luego vuelven a Buenos Aires. En el año 1976, se produce la detención de Hilda en Guernica donde matan a un compañero y se llevan preso a otro. Mi hijo Carlos Alberto queda en la escena con el compañero asesinado”. Jorge reconstruyó que Carlos fue llevado a lo de la abuela materna en Chaco por otra compañera que ya tenía instrucciones de dejarlo allí y con esa escena reparó en el compromiso de sus compañeros militantes. Sobre el secuestro de su compañera, Nadal arriesgaó que el genocida Miguel Etchecolatz, a cargo de la Policía de la Provincia, podría haber creído que él estaba muerto, porque quizá lo confundió con el compañero asesinado durante el operativo en que secuestraron a su esposa.
Nadal aseguró que la persecución, el maltrato y la tortura no cesaron luego de salir del anonimato de la Brigada de Banfield y pasar a la cárcel de Sierra Chica, donde permaneció cuatro años. “En el penal me intoxican y me empiezan a patear. De la golpiza participan El cabo Pérez, el cabo Rosales, Gregorini, uno de los hermanos Quinteros, Laborde y más -enumeró- Luego de ello me pidieron que me levantara e hiciera bailes militares. Como no podía, me arrastraron de los pelos por el Pabellón 12, mientras iba perdiendo sangre. Me arrastraron a las duchas y de la misma manera me reintegraron al pabellón de castigo donde permanecí muchos días”. Como resultado de ello Nadal quedó sin poder mover su brazo derecho y su pierna por mucho tiempo.
“Somos muchos más de 30 mil, hay casos que ni siquiera se conocen. El pedido es que se pueda llegar a una sentencia en tiempo y forma. Nosotros ya tenemos 70 años y los represores más de 70. Muchos murieron sin pasar una instancia judicial y otros disfrutan ociosamente de una prisión domiciliaria. Se han burlado del Estado y de los jueces. Siguen siendo peligrosos, muchas veces nos amenazan y se burlan de nosotros”, reclamó Nadal y concluyó: “Nosotros no subvertimos, resistimos. Quienes subvirtieron el orden público fueron ellos y provocaron el terrorismo de Estado”.
Después de cuatro años de detención en Sierra Chica, Nadal fue trasladado a la cárcel de La Plata y al año siguiente se le dio la opción de abandonar el país. Estuvo exiliado en Francia durante cinco años y en 1984 regresó a la Argentina. Su compañera y esposa Hilda García, quien también fue llevada al Pozo de Banfield, aún sigue desaparecida. El hijo de ambos, Pedro Luis Nadal García, fue apropiado por los represores que secuestraron a la madre. Jorge lo buscó durante 30 años, hasta que en 2004 pudo recuperarlo gracias a su búsqueda y la investigación de Abuelas de Plaza de Mayo.

Pozo de Banfield.
Luis Alberto Messa
Messa, sobreviviente y ex militante de Montoneros arrancó su testimonio: “En 1976 allanaron la casa de mis padres, yo no estaba, pero golpearon a mi mamá y robaron todos los objetos de valor. A partir de ahí yo asumí una situación de clandestinidad”. Sin darse por vencidas, las fuerzas de seguridad realizaron otros allanamientos, sin poder encontrarlo, hasta que el 31 de diciembre de 1976 lo arrestaron en la calle, cerca de la estación de Escobar. “Fui a la comisaría de Escobar un par de horas y luego me trasladaron a la zona de Zárate-Campana.
Messa estuvo en varios centros clandestinos de tortura y exterminio de aquella zona: el Buque, Tiro Federal, entre otros hasta que fue trasladado a la Brigada de Banfield. “Pude saber que estaba en Banfield porque escuchaba el parlante de un auto que pasaba haciendo propaganda de un boliche de la zona y por compañeros de celda que percibían que estábamos allí”, contó Messa y continuó: “Durante la noche, abrían la puerta, y nos ponían contra la pared. La mano atrás y atada con alambre. Nos ponían una venda y nos llevaban a una sala donde nos interrogaban y nos decían `Montoneros asesinos, peronistas de mierda´”.
El exdetenido-desaparecido narró su derrotero por los centros clandestinos de la provincia: “Después de Pozo de Banfield aparezco en el Hospital de Campo de Mayo. Me tiran en una bañera con jabón en polvo y los que nos tiraban agua nos decían que hacían eso, porque estábamos llenos de mierda”. Messa no puede precisar cuánto estuvo allí, pero asume de seis a cinco días. Sufrió constantes torturas y amenazas, incluso simulacros de fusilamiento.
“Una vez por día me sentaban en una camilla y ahí un grupo de interrogadores me preguntaba por la trayectoria política. Un día por la mañana me sacan de la cama, apuntándome con fusiles y me dan la ropa para que me vista y me atan nuevamente. Se acerca una persona que dice ser el jefe médico y me dice: ´Te salvaste, no me explico cómo aguantaste, pero te salvaste´´´. A Cristo lo crucificaron, pero hoy somos todos cristianos y hoy se impuso su visión del mundo”, declaró de manera contundente.
Allí comenzaría un rally de traslados: Sierra Chica hasta abril de 1979; La Plata hasta junio del mismo año; Rawson hasta el último día de diciembre de 1980. Y nuevamente lo regresaron en un avión a la Plata, otorgándole la libertad vigilada. Recién en diciembre de 1982 le dieron la libertad definitiva. “Yo no rehíce mi vida. Mi vida es una continuidad vinculada a la política. Nos fuimos curando en vida y a través de la política, en contacto con la discusión y con los compañeros peronistas. Con la familia, de a poco se fue perdiendo el temor, pero eso es algo que no se pierde nunca”, concluyó.
Lucía Deón
El testimonio de Deón también se inició con su detención: “Trabajaba en la municipalidad de Lomas de Zamora, en Inspección de Riesgos Profesionales, inspeccionaba las fábricas de todo el cordón industrial del sur. Además, era delegada del gremio municipal y formaba parte de la Juventud Trabajadora Peronista de Lomas de Zamora. En ese momento fui detenida”.
Deón fue secuestrada el 14 de noviembre de 1974 en un barrio de Lomas de Zamora junto a tres compañeros: Juan Alejandro Barri, Carlos Pachagian y Jorge Sara Acuña. Fueron llevados a la Comisaria 1ª de Lomas y allí comenzó la tortura. Resultado de ello, quedó con una parte del cuerpo paralizada. De allí fue llevada al Pozo de Banfield, donde la separaron de sus compañeros en distintas celdas.
“Yo tuve abogado en ese momento y él me acompañó desde que le permitieron verme, incluso con la gestión de la salida del país. Ese abogado había sido gestionado por la Iglesia. Mi militancia anterior había sido siempre en grupos cristianos por eso conocía a mucha gente de la Iglesia. Fui llevada a declarar y cuando quise denunciar torturas, el juez me dijo: ´Para qué declarar torturas si la tortura es legal en nuestro país´”, recuerda.
“Cuando salí del país, fui a Perú y los militantes que estábamos allí tuvimos que salir preventivamente por el golpe hacia México. Luego regresé clandestina a Argentina. En 1978 caí en el Olimpo, allí también recibí torturas y estuve prisionera”, cuenta Deón quien afirma que luego fue llevada hacia Quilmes.
Lucia Deón estuvo en Banfield desde el 14 de noviembre al 4 de marzo de 1974 y en 1976 llegó a Quilmes luego de su partida de Perú. En agosto de 1982 la liberaron con vigilancia y recurrencia a la Escuela de Mecánica de la Armada hasta el retorno de la democracia.
Feb 11, 2021 | DDHH, Novedades

“La operación Cóndor fue una operación de contrainsurgencia que se estaba aplicando con la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos de esos años. En este caso, su base concreta de inicio fue la dictadura del General Augusto Pinochet en Chile. Esta operación tenía de acuerdo a un coronel de FBI de Estados Unidos, Robert Shredder, tres fases y estaba destinada a terminar con todos los exiliados de importancia que había en el exterior de cada uno de los países del cono sur que son Brasil, Paraguay, Bolivia, Chile y Argentina”, arrancaba su testimonio contextual Stella Calloni, periodista y escritora argentina especializada en política internacional.
La sala virtual del Tribunal Oral N°1 Federal de La Plata comenzó puntual y dio lugar a la audiencia número 14 del Juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en las Brigadas Quilmes, Banfield y Lanús. Esta vez, le tocó a Calloni cuyos trabajos de investigación se centraron en las dictaduras militares latinoamericanas para explicar la relación entre el Plan Cóndor y los Centros Clandestinos Pozo de Banfield y Quilmes, investigaciones que fueron claves para la causa.
Según la periodista, el 25 de noviembre de 1975 fueron citados los militares de los países del Cono Sur a una reunión donde se institucionalizó el Plan Cóndor. Allí se pusieron de acuerdo todas las dictaduras de la región en destruir a figuras importantes de la dirigencia política que estaban denunciando en el exterior a los regímenes de Sudamérica. Aunque en ese momento, en Argentina todavía no había una dictadura, nuestro país habría participado de la reunión de manera extraoficial. “Al incorporarse Argentina, se cierra perfectamente un círculo de la muerte. Ya se estaba trabajando activamente en un pre cóndor en el 75. Esto es: las operaciones que se estaban realizando como prueba de lo que iba a ser la Operación Cóndor. Tenían la capacidad de ubicar a los dirigentes y realizar operaciones terroristas en cualquiera de los países. Se creó una especie de comando que tenía que encargarse de hacer una especie de omertá, como la mafia italiana, apoyarse conjuntamente para ir a asesinar a los que ellos consideraban que había que sacar del medio”, explica Calloni y continúa: “Como el asesinato del General Carlos Prats y su esposa, en septiembre de 1974, refugiado político en Argentina al que Chile no le quería conceder su pasaporte y luego que fue asesinado por un grupo integrado por personal de inteligencia, integrantes de la Triple A y también por un grupo de chilenos, que le pusieron una bomba debajo de su auto”.
“La operación Cóndor se realizó en medio de este plan de las dictaduras de la seguridad nacional. Las poblaciones del Cono Sur pasaron a ser un enemigo interno. ¿El enemigo interno era el enemigo de quién?, se pregunta la periodista. Y afirma: “Todos nuestros pueblos eran una masa de enemigos que podía ubicar Estados Unidos dentro de la Guerra Fría”.

La audiencia Nº 14 por los crímenes cometidos en las brigadas de Quilmes, Banfield y Lanús se realizó de forma virtual.
Calloni agrega que no cualquier caso de violaciones a los derechos humanos es considerado dentro del Plan Cóndor, sino que eran casos de pedidos directos de un país a otro. “Por eso digo -agrega- que fue una operación muy elitista. Es muy importante conocer los inicios de Cóndor para saber de qué trató. Fue una operación contrainsurgente típica que sirvió para deshacerse de personalidades importante políticas y futuros dirigentes políticos”.
En su testimonio, la periodista además compara la Operación Cóndor con otras, sucedidas anteriormente. “Es un espejo de la Operación Fénix que se realizó en la guerra de Vietnam. Muchos personajes que actuaron en Vietnam en esos tiempos, actuaron también en la Operación Cóndor, es allí donde nació la metodología contrainsurgente: los centros clandestinos de detención. Trasladaban a prisioneros de una zona hacia otro lugar lejano, para que perdieran total contacto con su familia y los asesinaban. Más de 70 mil personas murieron dentro de esa operación. El otro espejo es la Operación Gladio, que se desarrolló en Europa. Los principales asesinos fueron enviados de Europa hacia Chile, bajo la dirección de Pinochet. Los servicios secretos de Europa sabían cómo iban a operar en nuestros países”.
La escritora además señala que toda esta información no hubiera sido posible sin el descubrimiento, en diciembre de 1992 en Paraguay, de los archivos de la dictadura de Alfredo Stroessner, que duró 35 años, y que sin embargo allí se encontraron documentos importantes como los de la fundación de Cóndor en la reunión de noviembre de 1975. “Esto provocó que se pudieran iniciar los juicios en nuestro país y en España, sobre todo, pidiendo documentación a Paraguay”, recuerda.
Calloni recordó que la Argentina es el país en el que más extranjeros desaparecieron. “Son famosos los pozos de Banfield y Quilmes por la cantidad de uruguayos que pasaron. Se necesita urgente justicia para las víctimas, pero también es el país que está a la cabeza en impedir la impunidad”, resalta.
Luego prosiguieron las preguntas de las distintas partes. La abogada querellante de Justicia Ya, Pía Garralde, quiso saber cómo operó el plan Cóndor respecto de embarazadas y niños y niñas secuestrados. “Yo les digo ´los niños del Cóndor´. Sara Méndez es un ejemplo, un caso típico que era parte del plan sistemático de robo de niños. Hubo casos asombrosos, como aquellos dos hermanos uruguayos que fueron trasladados de Argentina a Uruguay y de allí a Chile y luego fueron dejados en una plaza pública. Creemos que hay niños que fueron llevados a Europa también. En esta causa hay ejemplos claros del Cóndor”, advierte Calloni.
Por otro lado, también remarcó las operaciones que se desarrollaban dentro del plan madre del Cóndor como la Operación Murciélago “Esta operación tuvo importancia clave. Fue la persecución y muerte de militantes Montoneros, lo que se llamó la Contraofensiva donde se estaba en busca del dinero de Montoneros, también. Esto fue descubierto a partir de los archivos de la DIBPA y que hoy gracias a ello se desarrolla el juicio”.
La querella de Abuelas de Plaza de Mayo preguntó por la participación de la Jefatura 2 del Ejército argentino en las conferencias de ejércitos americanos: “Nosotros no nos podemos olvidar que nuestros ejércitos quedaron bajo las órdenes del Pentágono en el esquema de la Guerra Fría, es decir nuestros ejércitos no respondían a la seguridad nacional. No era nuestra seguridad nacional, era la de Estados Unidos. Y esta conferencia de ejércitos era el ejercicio pleno del mandato del pentágono en nuestros ejércitos”, respondió contundente Calloni.
Finalmente, aportó datos acerca de los organismos de inteligencia argentinos e internacionales que estuvieron implicados en la operación sistemática de desaparición, tortura y exterminio de personas en nuestro país e incluso en países limítrofes. “La SIDE tuvo muchísima participación en los mensajes que se pasaban de Argentina a Chile, y el Batallón 601 también cumplió un rol fundamental con una participación muy activa y más presencial. En Honduras, en Bolivia, en Santa Cruz de la Sierra, en Perú”. Por otro lado, también explicó que la CIA trataba de no aparecer en el Plan Cóndor sino de actuar mediante mercenarios a quienes finalmente culpabilizaban para desresponsabilizarse de los delitos.
“Muchísimas cosas que se utilizaron en aquel momento para la contrainsurgencia, hoy están sobrepasadas por lo que se llama la ciberguerra, por ejemplo. Ahora se hacen otras cosas porque tienen nuevas tecnologías, nuevas formas de espionaje. Por eso estoy en contra de que se le llame a cualquier cosa Cóndor. Esto fue una operación hecha en su momento, en su tiempo y con un objetivo determinado que fue cumplido totalmente”, cierra su testimonio.
La declaración de Stella Calloni y sus investigaciones a lo largo de su carrera como escritora, periodista pero también como una intelectual comprometida con su tiempo, fue un paso más hacia el camino de la memoria, la verdad y la justicia.