De la calle a la pantalla grande

De la calle a la pantalla grande

“Yo soy la creadora de todo el minishow, así que preguntame todo lo que quieras saber”, expresa Marta Buneta casi en forma imperativa, esa que hace que el show lleve su nombre y sea la protagonista. Tiene 74 años, fue bailarina de cabaret en su juventud y hace una década vive en la calle. Casi en forma inmediata comenzó a montar un espectáculo callejero, que resulta disruptivo para los vecinos y transeúntes.Todos son matices de una paleta de colores que hacen que su vida sea digna de transformarse en algo más y llegar a quienes la desconocen. Malena Moffat, quien comparte el show con ella hace cuatro años lo supo y decidió, además, hacer un documental junto a Bruno López, codirector. Y así, como si de una película se tratara su vida, Marta Show -tal es el nombre del documental- llega de Alsina y Pasco al Auditorio Jorge Luis Borges de la Biblioteca Nacional, donde se preestrenará su historia que, como aquellos striptease de su juventud, deja a los espectadores todo el tiempo con ganas de más.

Su baile callejero comenzó en soledad. Pero hace cuatro años se transformó en un trío: primero se unió Malena y luego Carolina Gordon, dos amigas que estaban conectadas entre sí por el baile y, desde el momento en que decidieron cruzarse de vereda, también por el compromiso inquebrantable con el espectáculo de Marta.

En el minishow bailan, interpretan canciones a modo de playback, se disfrazan y juegan a ser otros. Generalmente también participan otras personas a las que, en su mayoría, además del arte las une la marginalidad y su necesidad de construir otra realidad más cálida y compartida.

En la esquina de Pasco y Alsina, diferentes personas acompañan a Marta en la performance.

El documental Marta Show se proyectará en la Biblioteca Nacional con entrada libre y gratuita.

La vida de Marta dio un giro cuando Malena Moffat decidió unirse a ella, dando un salto desde la rutina y la cordura a lo que no todos eligen ver: el mundo de los que viven en la calle y buscan allí construir una vida. ”Yo noté que ella era artista, bailarina o algo tenía que ver con la danza. Estaba siempre cantando, recitando y bailando. En un momento la intercepté: me bajé de la bici y con alguna excusa entablé conversación”, recordó Malena. “Y yo le conté que hacía gimnasia y baile para los vecinos, para alegrar al barrio”, aclaró Marta, explicando que como quería ayuda para tener más elasticidad en movimientos tales como «el puente» , se unió con Malena desde esa necesidad. Ese “puente”, no es sólo una pose: perdura hasta hoy entre ellas y se percibe inquebrantable. “Desde entonces ella tuvo la amabilidad de invitarme. Gracias a Marta descubrí lo que es el arte callejero, es algo muy lindo, hacemos un servicio para los vecinos, poniéndole música al barrio”, expresó Malena desde la gratitud que la conecta con su compañera.

Los primeros cuatro meses fueron solo ellas dos.  “Vinieron otras chicas que estuvieron unos días y no reincidieron. También nos acompañó el Hombre Araña un tiempo, pero nadie más se quedaba en forma fija”, contó Marta. Repentinamente todo dio otro giro cuando se sumó Carolina Gordon, amiga de Malena. “Male me dijo: ´Conocí una mujer que baila y me mostró una filmación de un show. Yo no quería sumarme porque estaba desbordada con mis responsabilidades. Pero me terminé acercando un sábado y no dejé de venir más”, recuerda Carolina, y agrega: “Para mí fue un verdadero cable a tierra con la realidad, que me desconectaba del ambiente de oficina donde trabajaba en el que las personas son muy complejas. Acá me sentía en un momento donde no importaba el tiempo”. Ella asume que en el presente perdura esa sensación inigualable, agigantada por la libertad que cree que solo la calle le puede dar: el espacio de todos.

Marta y Malena se miran y bailan en la vereda.

Marta Buneta fue una de las pioneras del striptease en Buenos Aires.

Su vida documentada

Las vueltas de las vidas son muchas, como los pasos de un baile. El primer paso lo dan dos amigas que empezaron a hacer un minishow, con una señora que ya bailaba en la calle, instalada con su carro, rodeando la Plaza Primero de Mayo.

Luego, un gran salto en el aire hace que cuatro años después las tres lleguen a la pantalla grande en un documental sobre todo ese proceso, que de tan simple que puede parecer resulta transversalmente complejo. Un largo trabajo de creación que comenzó en 2015 y se preestrena el martes 29 de mayo en la Biblioteca Nacional. Lo que sí vale aclarar es que no se verá solo un baile amigable, sino también uno duro, tanto como vivir en la calle en invierno.

La idea, según Malena, surgió a partir de muchos videos en los que grabó a Marta sin saber bien por qué ni para qué. De todas maneras, inconscientemente, es probable que el fin fuera que todo ese material se transformara en algo concreto que lograra dar a conocer sus experiencias. Es así que por mucho tiempo Malena le pidió a varias personas que las filmaran, para luego terminar acercándose al ambiente del cine, un mundo totalmente nuevo para ella, siendo bailarina y estudiante de psicología. Rápidamente por medio del director Tomás Lipgot, conoció a Bruno López, montajista y guionista, quien aceptó emprender estas funciones en la creación de la película asumiendo el rol de director.

Malena resalta la importancia del acercamiento a Bruno por el desconocimiento del lenguaje cinematográfico de su parte y además por la calidad con la que él podía filmar, a diferencia de sus videos realizados con cámara amateur. Pero, por sobre todo, lo que sucedía era que no había una historia clara para contar, la estructura narrativa estaba ausente.

«La marginalidad tiene un costado jodido, aunque en ella parezca genial», dice Bruno López, director de Marta Show.

Por su parte, López expresó que el material que Malena le había dado eran cientos de horas con “más de veinte personas grabando, pero sin punto de vista, sino desde la idea de grabar un show callejero, sin buscar contar una historia, como idea de video bizarro de Youtube”. Por lo que el plan a seguir fue no intervenir en lo que iba sucediendo entre ellas, sino observar  y después sentarse a ver el material y desentrañarlo. Allí comenzó un arduo trabajo de ir durante un año y medio primero solo los sábados y luego jueves y sábados, con la idea de lograr hacerse invisible ante ellas. “El hecho de invisibilizarme constó en lograr una convivencia y una confianza fuertes, pero a la vez con la posibilidad de dar un paso atrás y distanciarme, para que las situaciones entre ellas se desarrollen con naturalidad y desde la verdad”, reflexiona Bruno.

Aunque la idea inicial de Malena era hacer un documental sobre Marta, al director le pareció esencial la presencia de ella. “Male le da intelegibilidad al discurso de Marta, porque sino solo se ve una loca linda, pero así se ve el costado más oscuro de la marginalidad. La idea es que se entienda que es jodido, que no es genial. Aunque pueda parecerlo”. Y Malena agregó: “Cuidamos mucho la imagen de Marta, le dijimos que se mire y ella elegía: esto sí y esto no, y le gustó verse en una pantalla”.

La película tiene varias conversaciones utilizadas a modo descriptivo entre las dos amigas, pero por sobre todo es la codirectora quien le pone voz y punto de vista a la historia de Marta y al funcionamiento del trío. Así, el protagonismo es de Marta y ella, “Caro no salió tanto, está casi desde los comienzos pero es más perfil bajo. Yo, en cambio, estoy más acostumbrada a mostrarme. Pero ella trajo lo esencial de lo afectuoso, de abrazar mucho, que aportó al vínculo más cariñoso entre las tres y eso se llega a demostrar”, reflexionó Malena.

El relato muestra muchas caras de una misma moneda desde el comienzo, y eso es lo que lo enriquece. Se explaya la alegría del baile, pero también la mirada ajena de los transeúntes que muchas veces eligen no ver y quedarse en la vereda de enfrente. Refleja el amor entre las tres, pero también ciertos destratos y álgidos conflictos. Sin dudas también está la alegría de Marta al ocupar con poder el espacio público, pero también su paranoia y la desconfianza por quienes la rodean, o quienes ella cree que lo hacen.

En el documental la marginalidad no deja de ser marginalidad y el arte es el escape equitativo. Sin duda, hay dos mensajes claros como banda de sonido: no ignores al de al lado y derribá las fronteras imaginarias.

“Hace veinte años que el tango es mi vida”

“Hace veinte años que el tango es mi vida”

Mejor artista masculino de tango de la década.  Mejor cantante de tango por los discos Aníbal Troilo 100 años, grabado en el Teatro Ópera y  Gardel Sinfónico, registrado con la Orquesta Sinfónica de Medellín en un concierto en el aeropuerto de esa ciudad. Nominado dos veces a los premios Grammy. Estos son algunos de los galardones que marcan el camino de Ariel Ardit, nacido en Córdoba en 1974 y que en diálogo con ANCCOM recorre su trayectoria y habla de los shows que brinda los miércoles de mayo a las 21 en Bebop Club (Moreno 364).

¿Cómo fue el inicio de tu carrera y qué te acercó al tango?

El inicio de mi carrera tiene que ver con que vengo de una familia de cantantes de folklore. Finalizando la secundaria mi mamá me preguntó qué quería estudiar, yo le dije que cantar, y empecé a tomar clases de canto lírico. Pasaron los años y en una de estas reuniones familiares donde siempre se cantaba reescuché la voz de Carlos Gardel, ya con la oreja de un estudiante de canto lírico, y descubrí el fascinante mundo de su canto. Yo seguí tomando clases con la intención de ser un cantante lírico en algún momento, pero el destino me tenía preparado un lugarcito con el tango. Sin querer pasé un día por el Boliche de Roberto, en Bulnes y Perón, alguien del barrio me conoció y sabía que yo cantaba, y canté mis primeros dos tangos; esto fue en 1997. Ahí empezó todo porque el Boliche de Roberto fue la vidriera donde me escucharon los muchachos de la Orquesta El Arranque, me tomaron una audición y empecé a trabajar profesionalmente como el cantor de la orquesta en 1999. Y a partir de ahí es que el tango ya me tomó para siempre.

¿Cómo fue tu experiencia con las giras?

Desde el año 1999 que fue mi primera gira a Europa, en estos veinte años siempre he viajado. Las giras lo que te dan es una gran experiencia artística pero también la experiencia de salir de la Argentina y ver el respeto que se tiene por nuestra música, y por la identificación cultural que nos da el tango. No me canso de decir que tal vez el embajador cultural más importante de la Argentina es el tango, y poder ser un transmisor y llevarlo por todo el mundo es algo que me llena de orgullo.

¿Qué sentís con los premios ganados?

Yo gané dos Carlos Gardel con el disco de Aníbal Troilo y con el disco del homenaje sinfónico a Gardel, también tuve dos nominaciones a los premios Latin Grammy con esos discos, y después gané el premio Konex como mejor artista masculino de tango de la década. La diferencia es que cuando uno es un cantante solista lo que hace es poner luz sobre el trabajo de muchísimas personas que trabajan en un disco. Disfruto de los reconocimientos y básicamente de compartirlos con la gente que trabaja conmigo y que muchas veces no tiene la oportunidad de exposición que tiene el cantante que sale en la foto.

¿Cómo fue el proyecto de Gardel Sinfónico en el Colón?

Yo vi un homenaje que se le hacía a Gardel en 1995 con orquesta sinfónica y los solistas de bandoneón más importantes que había en Buenos Aires. Ese año yo había empezado a tomar clases de canto y la sorpresa mía fue que el homenaje era instrumental y que nadie cantaba. Me quedé con la sensación, yo sin ser un cantante de tango en ese momento, que hubiesen estado bien representados también los temas de Carlos Gardel, que se habían hecho para cantar, con la presencia de un cantante. Pasaron los años y al conocer Medellín, hablando con la directora del aeropuerto Olaya Herrera, donde falleció Gardel, le dije que para mí sería importante hacerle un homenaje con orquesta sinfónica. En este caso sentí la necesidad de ofrecerme para hacerlo en el aeropuerto. El 24 de junio del 2015, al cumplirse ochenta años del fallecimiento de Gardel,  pudimos hacer este homenaje sinfónico junto a la Filarmónica de Medellín. Luego quedaba un objetivo: el homenaje en el Colón, también por la anécdota de que Gardel era un asiduo concurrente al teatro y que nunca había podido cantar ahí. El 23 de febrero pasado pudimos realizar el homenaje sinfónico en el Colón.

¿Cómo son estos recitales de Bebop?

En Bebop estamos haciendo un trabajo más íntimo, es solamente con el piano. Siempre el primer trabajo es entre el piano y la voz y a partir de ahí se modula el trabajo orquestal. Por eso decíamos que nos debíamos este formato de piano y voz para llevarlo al público, que la gente conozca la posibilidad de hacer el tango desde la versión más íntima. También un poco era buscar un contraste entre el último disco sinfónico y llegar a resumir el tango a la mínima expresión. Estamos grabando un disco y un DVD para que el audio editado tenga un mejor recorrido en las redes: un disco íntimo, un diálogo entre el piano y la voz que seguramente va a tener un recorrido interesante desde la puesta y desde las imágenes.

¿Qué esperás para tu carrera después del ciclo de Bebop? ¿Qué significa el tango para vos en esta etapa de tu vida?

Me siento muy afortunado de poder llevar adelante todos mis proyectos con el tango desde que empecé a cantar, de poder tener la contención de un público que me es fiel y que responde, y que afortunadamente va creciendo y se va renovando.  El tango, como siempre digo en estos casi veinte años de carrera profesional, me ha dado mucho y yo siempre estoy pensando en nuevos proyectos porque siento que al tango le tengo que devolver todo eso que todo el tiempo me está dando, devolvérselo en nuevos proyectos, en nuevos trabajos, en ser cada vez más serio en mis propuestas y en mis ambiciones. Si yo te lo tuviese que resumir te tengo que decir que hace veinte años el tango es mi vida.

“Somos laburantes, no somos criminales”

“Somos laburantes, no somos criminales”

El año pasado la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) informó que el 4,8 por ciento  de la población argentina es inmigrante. De esta manera, nuestro país sería el de mayor población extranjera en toda Sudamérica, lo que parece haber resultado preocupante para el actual gobierno, que desde el año pasado ha intentado modificar la Ley de Migración y restringir los derechos de los inmigrantes. Primero dictó el decreto 70/2017, que buscaba -entre otras cosas- facilitar la expulsión de extranjeros y que en marzo pasado fue declarado inconstitucional por la Sala V de la Cámara Contencioso Administrativo Federal. Después, distintos proyectos legislativos, como el del radical Luis Petri, intentaron -por ahora en vano- arancelar los servicios de salud y educación para los inmigrantes que habitan la Argentina.

En ese contexto, el pasado 9 de abril la Campana Nacional Migrar no es Delito organizó el Segundo Migrantazo, una marcha de residentes extranjeros que se desplazó de Avenida de Mayo y 9 de Julio hasta el Congreso par exigir que cese la estigmatización y el avance de las políticas oficiales sobre los derechos de los inmigrantes.  ANCCOM entrevistó a manifestantes de distintas nacionales que llegaron al país con el sueño de un futuro mejor.

Sandra, Ruth, Iber y Abraham

Sandra Carreñopai, migrante boliviana perteneciente al Frente popular Darío Santillán.

Sandra Carreñopai tiene 29 años, nació en Bolivia y hace 9 años que reside en Argentina. Es una mujer fuerte que combina su labor de ama de casa con la militancia política en el Frente Popular Darío Santillán. La crisis económica la alejó de su país natal y la llevó a migrar hacia Buenos Aires donde tenía un pariente cercano que la esperaba. Siente nostalgia y recuerda su niñez, extraña su cultura, la vestimenta y las formas de expresión propias. “Tuve que cambiar la manera de hablar porque cuando me escuchaban enseguida venía el comentario acerca de que era inmigrante o bolita”. Actualmente, Carreñopai no piensa en regresar a Bolivia porque sus hijos son argentinos y cree que sería injusto obligarlos abandonar su tierra. “Cuando llegué al país empecé a trabajar, después tuve mis hijos, me compré mi casita y entonces me quedé. Elegí este país para vivir, para criar y educar a mis niños”, contó. Para ella, la mayor oportunidad que le dio Argentina fue el trabajo y dijo que siempre va a estar agradecida por eso. “A los compatriotas bolivianos nos gusta trabajar no importa en qué rubro”, agregó. También expresó su gratitud hacia los servidores públicos de la salud y la educación. “El derecho a la salud y educación pública fue un gran beneficio que nos brindó el país y permitió que mis hijos estudiaran y recibieran atención médica”, dijo. Sin embargo, no todos fueron aspectos positivos de su llegada. Sus hijos sufrieron discriminación en la escuela por ser de origen boliviano y según Carreñopai la situación empeoró a partir de las políticas implementadas por el actual gobierno y la campaña que hicieron los medios masivos de comunicación contra los migrantes. “Plantean que los extranjeros venimos a quitarle el trabajo a los argentinos, a ocupar sus vacantes en las escuelas y hospitales. Esto nos hace sentir muy mal a nosotros y a nuestros hijos aunque ellos hayan nacido acá”, expresó con la voz temblorosa.  Un caso similar es el de Ruth Zandi, también, originaria de Bolivia pero con una mayor antigüedad en el país. La mujer, de 53 años, trabaja en una cooperativa de limpieza pública y hace 22 años que vive en Argentina. Su marido fue el primero de su familia en migrar en busca de empleo. Una vez que él consiguió estabilidad económica, ella se mudó a Buenos Aires junto a sus hijos. Después de tantos años tampoco piensa regresar. “Mis hijos no quieren volver a Bolivia, ya se acostumbraron. Acá ya hicimos nuestra vida. Mis nietos son argentinos. Viajo a veces a visitar a mis parientes pero por poco tiempo, porque ya no me siento bien allá, no lo siento como si fuera mi país”, expresó Zandi. En algunas ocasiones, sufrió discriminación por parte del personal de los hospitales y aseguró que es peor en los casos en los que los migrantes no hablan castellano. Emilia Maruja Choque, es compañera de trabajo de Ruth Zandi, nació en Cochabamba, Bolivia. Ella migró hace 10 años completamente sola para buscar una mejor vida. Su primera opción era España pero Europa le había cerrado las puertas a los migrantes latinoamericanos, entonces optó por Argentina. Una vez en el país, consiguió trabajo y tuvo sus hijos. “Me quedé más que nada por mis hijos, ellos ya no quieren volver a Bolivia”, agregó. Su hijo mayor tiene 17 años, está terminando la secundaria y piensa continuar sus estudios. Choque dijo que nunca se sintió discriminada, sino que por el contrario siempre fueron amables con ella. Sin embargo, añora a su familia y la comida de su hogar. 

Por su parte, Iber Mamane es un joven de 30 años militante e integrante del movimiento popular Patria Grande. Es de nacionalidad boliviana pero él se considera Aimara. Desde los cinco años que vive en Argentina. Su familia migró por necesidad. “En Bolivia teníamos un gobierno neoliberal en ese entonces, la gente escapaba a los países donde había medianamente una estabilidad económica. Los destinos elegidos en América Latina eran Brasil y acá. Después algunos países de Europa”, dijo Mamane. Para la familia del joven fue una larga lucha conseguir empleo, Mamane cuenta que tuvieron que vivir y trabajar en condiciones muy precarias. “Nosotros vinimos a trabajar para tener un futuro mejor para nosotros y nuestra familia. Somos laburantes, no somos criminales como nos viene estigmatizando el actual gobierno”, agregó. Aunque vivió la mayor parte de su vida en Argentina, él extraña el sentido de pertenencia. “A veces la sociedad misma te hace sentir que no sos de acá. Esto es una problemática no solamente de este país sino de todo el mundo. En todos aquellos lugares donde gobierna la oligarquía se ha construido una mirada estigmatizada del migrante, porque es la manera que encuentran de justificar sus políticas antipopulares”, opinó. Mamane dice que ha sufrido y sufre actos discriminatorios porque es parte del último flujo migrante que llegó al país. “Desde las instituciones hay una bajada a la población de odio, de bronca y criminalización hacia al migrante. Inevitablemente, nosotros arrastramos nuestra identidad aimara, guaraní o quechua, nuestra cultura y nuestra piel que ha sido racializada y discriminada a tal punto que tuvimos que enterrar a muchos hermanos”, expresó con dolor.

Iber Mamane

El joven empezó a militar cuando un compañero suyo, Franco Zárate, fue asesinado en el barrio de Mataderos de la mano del quiosquero Gualberto Ximenez. Según Mamane, el quiosquero le disparó en el pecho a su amigo al grito de “boliviano de mierda”. Franco había ido a comprar con su primo y su papá, pero Ximenez les habría querido vender la mercadería más cara por ser bolivianos. Franco no quiso pagarle, discutió con el vendedor y por eso le disparó. El quiosquero se encuentra en libertad. “La gente racista está acostumbrada a maltratar al boliviano y que éste agache la cabeza, se quede callado y se vaya. Pero mi amigo le respondió”, agregó. Mientras que sus padres abandonaron la Argentina, todos sus hermanos se quedaron. Según Mamane hoy los migrantes están en una nueva etapa, como hijos asumen sus necesidades desde otro lado, el de la lucha por sus derechos como seres humanos y trabajadores, el del empoderamiento y como sujetos políticos.  

Abraham Halcón es compañero de militancia de Mamane, nació en La paz, Bolivia. Sus padres fueron los primeros en migrar, 20 años atrás. Según Halcón, su familia migró porque las políticas represivas y neoliberales del gobierno no les permitían subsistir allá. Primero vino su madre, después su padre y sus hermanos. Él fue el último en arribar al país en busca de una formación académica, hace 8 años. Actualmente estudia Historia en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y trabaja en una cooperativa textil de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). El joven plantea que si bien el país le abrió las puertas se encontró con distintas formas de discriminación de tipo burocráticas cuando tuvo que tramitar el documento y también en la facultad, a la hora de anotarse en las materias. “Los extranjeros solo cuentan con una fecha y lugar para inscribirse mientras los nativos tienen tres”, explica. Por parte de los compañeros y profesores, también ha recibido comentarios racistas. “Es como en todos lados, hay gente que es más abierta a distintas expresiones culturales y otra que no, que es muy cerrada y xenófoba”, afirmó. Cree que esta postura de mínima tolerancia se agravó a partir del fallido decreto 70/2017 y el proyecto de ley que busca privatizar los servicios públicos para los extranjeros. “Nos vimos fuertemente afectados por las políticas xenófobas que buscan crear chivos expiatorios, como el DNU que no sólo quiso criminalizarnos sino que vulnera el derecho de todo ciudadano a la justicia y a un debido proceso”, agregó. Ocasionalmente visita su país, pero extraña sobre todo a los familiares que se quedaron, la comida y la danza: “Es un país muy folclórico. Pienso volver a vivir allá en unos diez años. Por lo pronto estoy con la residencia permanente en Argentina, estoy estudiando, trabajando y militando”. 

Angelina

Angelina Felices Quispe es peruana y hace 16 años eligió Argentina para vivir. Vino a Buenos Aires con la ayuda de un pariente. En Perú se encontraba desamparada, no tenía empleo y tenía que cuidar de cinco chicos. “En mi país la situación era muy mala. Vino por necesidad, para tener una vida mejor, un cambio social y poder ayudar a mi familia”, contó. Quispe es empleada en una empresa de limpieza pública, dice que gana poco pero agradece a Argentina por haberle dado trabajo, al mismo tiempo siente incertidumbre por el futuro. “Así como el país me abrió las puertas cuando llegué, ahora el actual Gobierno nos las está cerrando, nos trata mal y nos quiere quitar nuestros derechos. Nuestro sueldo es mínimo, ganamos menos que los argentinos pero con eso nos arreglamos”, expresó angustiada. Por el momento, su sueldo le alcanza para vivir y para enviar una ayuda a sus hijos. “Ellos vienen de visita, a veces, pero no se quedan a vivir porque no se acostumbran acá”, dijo. Además de sus hijos extraña los paisajes y como todo migrante la propia cultura. Si bien se encontró con muchas personas amables en el país dice que sufrió varios actos de discriminación. “Frente a la Casa Rosada, con menos de tres meses en el país, me detuvo la policía junto a mi pareja durante casi dos horas por no tener el pasaporte encima. Lo había dejado en la casa de mi familia y tampoco tenía dinero para pagar lo que me exigían para dejarnos libres. Contaba con lo justo para sobrevivir hasta que encontrara un trabajo”. Quispe recordó un episodio más reciente en el que una mujer en un colectivo dijo en voz alta que estaba lleno de “bolitas y “peruchos” que no dejaban pasar. “No me callé, le respondí que todos somos seres humanos, hermanos e iguales, todos somos de carne y hueso”, contó. Afirma que ahora ya no permite ningún atropelló, hace valer sus derechos como migrantes y también como mujer.  “Ahora puedo decir que no, basta de discriminación y de maltratos domésticos”, exclamó. 

Celia

Celia Núñez es paraguaya llegó a la Argentina hace 30 años junto a sus padres. Cuando migró a Buenos Aires tenía familiares que la esperaban. Dice que el país le dio muchas oportunidades, laborales pero también recreativas. “Gracias a la militancia feminista pude conocer muchas partes de la Argentina como así también Chile y Brasil”, dijo. Lleva la militancia en la sangre. “Vengo de familia de militantes, mi padre fue preso político en Paraguay durante la dictadura de Alfredo Stroessner. Pienso que voy a luchar hasta morir”, manifestó. Asistió a la marcha del “Migrantazo” para reclamar la anulación del DNU 70/2017 porque cree que a través de esas políticas el Gobierno quiere perjudicar a los migrantes. “Vinimos al país para trabajar, no para robar. Todo ser humano tiene derecho a vivir donde quiere vivir, porque migrar no es delito. Estoy muy feliz de vivir acá y voy a luchar por este país”, agregó. Si bien extraña su país dice que cada vez que pensó en volver se le vinieron a la mente los recuerdos de las injusticias que vivieron sus padres y se le fueron las ganas.

Esteban, Flores y Andrés

Dejar todo por la educación es lo que hizo el joven colombiano Esteban Trujillo hace 7 años. Colombiano, de 27 años, vendió todas sus pertenencias para poder mudarse a Buenos Aires. Vino sólo, no tenía familiares, amigos ni conocidos, sólo tenía el objetivo de formarse como abogado en la UBA. Si bien extraña los lazos afectivos, su familia, sus amigos y la comida, Trujillo piensa quedarse en el país y regresar a Colombia, pero de visita. Actualmente estudia, trabaja y milita en la agrupación de Estudiantes Migrantes de la Universidad de Buenos Aires (EsMiUBA). “Este país hace 100 años que tiene educación pública y gratuita, es por eso que migré acá. Empecé a militar porque considero que la formación académica debería ser un derecho para toda la humanidad. Me quedo en Argentina porque tengo un compromiso no solo con mi país sino con Latinoamérica”, expresó. Si bien está feliz de poder estudiar en la UBA dice que se sintió discriminado en ciertas ocasiones. “La Facultad de Derecho tiene cuestiones xenófobas y racistas”, agregó. Plantea que aún hoy no ha notado cambios en este sentido y que esto se debe a que el gobierno actual avala acciones que van en contra de los derechos humanos más allá de que sean o no migrantes. “El decreto 70/2017 nos saca el derecho constitucional de debido proceso y la imagen de reunificación familiar, no importa cuántos años lleves en el país, no importa que hayas cometido o no un delito si dictan una sentencia firme por acto administrativo te pueden expulsar”, explicó.

Flores Andrés Suarez Gutiérrez es compañero de carrera y militancia de Trujillo. También es de nacionalidad colombiana, tiene 21 años y hace tres que reside en el país. Vino junto a sus padres buscando una nueva vida, oportunidades laborales y de estudio. “En mi país la situación estaba complicada, ellos son médicos y allá no tenían un sueldo digno”, contó. El joven estudiante dice que extraña casi todo de su país, su familia, sus amigos, las costumbres y la comida. Sufrió varias veces discriminación, en la Facultad le pidieron el documento y lo requisaron, también en la calle. “Cuando llegaba tarde a clase no podía correr porque me paraba la policía pensando que era ratero”, contó.

Andrés Román, tiene 24 años, es de Bogotá, Colombia, también es militante de EsMiUBA. Hace 4 años vino a la Argentina para estudiar, primero arrancó la Carrera de Medicina pero luego se cambió a Biología. “Allá no tengo la posibilidad de estudiar”, dijo. Vino solo, tenía un primo acá que le enseñó cómo manejarse pero luego volvió a su país. Lo que más le impactó al mudarse fue el estar lejos de la familia, en un lugar donde todo era nuevo. Aunque siente el peso de la ausencia familiar, no cree regresar a Colombia más que de visita. “Uno va formando una vida acá como adulto universitario, construyendo un pensamiento político y es difícil pensar en volver. Yo me quedaría si se da la posibilidad”, desea. Román dice que de vez en cuando le han hecho comentarios por su forma de hablar pero que trata de dejarlo pasar, de seguir adelante. “Intento ver siempre el lado positivo a todo, porque soy privilegiado al poder estudiar acá cuando muchos otros no pueden”, comentó. En la Facultad dice que no sufrió malos tratos, pero que le contaron que algunos profesores tenían tratos xenófobos contra los chilenos. “El gobierno, al agruparnos como migrantes, intenta quitarnos el derecho a la educación, a la salud, a estar aquí y a tener una vida digna. Todos somos seres humanos. Nosotros también  aportamos a la economía, trabajamos, consumimos y hay algunos a los que las familias les envían dinero,esos son ingresos para el país”, opinó.

Daniela

Daniela López Ocaña, sabe bien que el amor no conoce fronteras. Ella es mexicana, tiene 24 años y hace dos que vive en Argentina. Tras siete años de noviazgo a distancia con un argentino finalmente decidió mudarse a Buenos Aires.  Dejó su empleo, su familia y su país por amor. Acá la adoptó la familia del novio como un miembro más. Sin embargo, no puede evitar añorar a su país de origen. “Extraño a mi familia. Al no tener a nadie de allá siento más las diferencias entre un país y el otro. Ahorita, después de dos años aquí, ya me acostumbré a casi del todo. Pero pues no hay nada como tu gente y tus costumbres. Como el simple hecho de platicar y tener que cuidarme de decir ciertas palabras, por no saber si lo van a entender o la incomodidad de que me tengan que preguntar qué es lo que significa”, contó. Además de la familia siente nostalgia por los sabores de su país. “La comida de aquí es diferente a lo que se está acostumbrado en México. Aquí comen muchas cosas con harina, como las empanadas, pizzas, tartas y toda esa variedad de pastas que comen. En cambio, allá se come más pesado, muchas cosas caldosas que aquí no veo. Aparte la harina de maíz es súper difícil de conseguir y para mí es básico en la comida diaria”, explicó. Pero aunque ella añore su tierra natal no piensa volver. “Ahora no regresaría porque siento que estoy comenzando a construir una vida aquí con mi pareja y tenemos planes a futuro. Por otro lado, comparando la vida en México y aquí en cuestiones laborales y académicas creo que tengo más oportunidades de crecer”. Actualmente estudia psicología en la UBA y trabaja como vendedora en una feria artesanal. A diferencia de muchos otros migrantes ella no sufrió discriminación de ningún tipo, dice que en comparación con Estados Unidos, destino elegido por muchos mexicanos, Argentina es un país muy tolerante. “Este país recibe con los brazos abiertos a los extranjeros que se quedan, te dan muchas facilidades en cuanto a los trámites para obtener la residencia, es un país de oportunidades. A veces creo que son demasiado buenos”, opinó Ocaña.

Fareli

“No soy extranjera ni turista, soy migrante”, dijo Fareli Silba. Ella es venezolana y vino hace un año junto a su pareja salvadoreña a la Argentina para hacer una formación en psicodrama. Tiene familia en Buenos Aires, quienes los ayudaron a sustentarse hasta que consiguieron empleo. Aunque no está hace tanto tiempo en el país ya siente nostalgia por la tierra que la vio nacer. “Extraño más que nada a mi familia, los paisajes, mi hogar con sus sabores, sus olores y costumbres que no se reproducen en ningún otro lugar”, expresó. Si bien tiene expectativas de volver a su país si tuviera las posibilidades, no lo cree una opción en lo inmediato. ”Al estar con alguien que tampoco es de mi país, entonces siempre es un acto de renuncia. O renuncio yo a mi país o él lo hace. No es justo que vivamos en el mío porque él también extraña el suyo. Argentina  es una nación neutra para nuestras nostalgias”, dijo sonriendo. Como muchos otros migrantes sufrió discriminación no sólo por su forma de hablar sino por su color. “Sufrimos discriminación de forma constante tal es así que ya lo hemos naturalizado. Yo soy negra de piel y la población mayoritaria acá es blanca. No resultan amigables las personas de mi color. Además existe una suerte de sexualización de la gente negra. El acoso callejero no sólo es incómodo sino intenso, porque no hay forma de controlarlo. Más allá de la vestimenta que uses, no hay forma de ocultar el color de tu piel”, expresó apenada. Mientras que en las instituciones  académicas dice haber encontrado un lugar de resguardo y solidaridad.  Con respecto a las políticas actuales orientadas a la privatización de los servicios de salud y educación para extranjeros, Silba plantea que resultan una suerte de restricción a los migrantes que ya corren con la desventaja de no poder contar con líneas crediticias que faciliten el acceso habitacional entre otros beneficios propios del ciudadano nativo.

Roberto y Amancai

Roberto Carlos Orihuela es argentino al igual que su papá, mientras que su mamá es boliviana. El joven estudiante de óptica siente que es argentino pero también boliviano y por lo tanto migrante. Su madre llegó a la Argentina hace 30 años. Sus hermanas mayores ya estaban en el país. Todas tramitaron la doble nacionalidad para poder trabajar en blanco acá. Al terminar el colegio secundario decidieron mudarse a Buenos Aires para estudiar. Actualmente todas trabajan de enfermeras. Orihuela dice que tanto él como sus primos sufrieron discriminación en la escuela primaria por tener familia boliviana, sin embargo no hubo un día en el que no se sintiera orgulloso de su origen. “En la calle, también se sufre. Pero más que nada afecta a los que están hace poco en el país. Muchos por miedo al rechazo ocultan su nacionalidad”, agregó. El joven plantea que esto es culpa de los medios que difunden un mensaje erróneo sobre los migrantes al repetir una y otra vez la idea de que ellos consumen todo gratis. “No es así. Yo trabajo en una óptica, pago mis impuestos y tengo una prepaga. Muchos médicos, enfermeros y trabajadores de la salud pública son bolivianos”, dijo.

Amancai Villanueva también es hija de migrantes bolivianos. Ella es argentina tiene 22 años y es estudiante de la UBA y la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Su familia está hace 30 años residiendo en el país. Los padres de la joven vinieron en los 80 en plena dictadura boliviana, buscando trabajo y posibilidades de estudio. Todos sus hermanos tienen doble nacionalidad. “Nos consideramos argentinos y bolivianos”, agregó Villanueva. Tanto ella como sus hermanos sufrieron toda su infancia la discriminación por sus raíces. “La discriminación se transmitió a los hijos de inmigrantes, eso era inevitable. Ahora empeoró en todos los ámbitos, es como volver a vivir los años 90, porque fue una etapa en las que la discriminación aumentó al igual que ahora. Esto se debe a que la gente racista está empoderada y se siente con derecho a señalar como chivo expiatorio de toda la crisis al migrante latino, no al europeo”, opinó.

Clara se calza los guantes

Clara se calza los guantes

A través de un profundo trabajo con el humor, el texto teatral y la corporalidad en escena, Los golpes de Clara muestra los diferentes desafíos que afrontan las mujeres en la coyuntura contemporánea. Con texto original y actuación de Carolina Guevara y dramaturgia y dirección de Leandro Rosati, las funciones son los sábados de abril a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación, en avenida Corrientes 1543.

La pieza teatral le acerca al público el periplo de Clara, una mujer joven, desocupada, madre de dos niños y separada, que se enfrenta a numerosas dificultades. “Los golpes a los que nos referimos no son tan literales, no hablamos de una mujer que está siendo literalmente golpeada sino que a Clara la golpean los tarifazos, la desocupación, el temor de quién le da de comer a sus hijos cada día, un exmarido que es un tanto abandónico con su rol de padre…”, comenta Guevara, actriz y autora, en diálogo con ANCCOM. “En este devenir de estas violencias que ella recibe decide entrenar boxeo en la casa para redireccionar la violencia, va sumando otras mujeres y gesta y lidera una cuadrilla de boxeo de mujeres para salir a boxear a tanto jodido suelto”.

Leandro Rosati, actor y director, miembro del grupo teatral “Los CometaBrás”, por su parte, trabajó con la dramaturgia y la dirección del unipersonal. “La idea es de Carolina, ella tenía ganas de hacer algo con este género y me vino a proponer la historia de una boxeadora, y empezamos a trabajar sobre quién era y qué situaciones atravesaba”, explica Rosati. “Estuvimos un año trabajando muy intenso, donde fuimos encontrando quién era el personaje y elaborando juntos a dónde queríamos llegar, es un proceso largo porque uno va descartando material, va buceando hasta encontrar esa estructura que a uno le interesa”, agrega. Guevara profundiza: “A mí lo primero que se me ocurrió fue la imagen de una mujer boxeando, me parecía que tenía mucha fuerza teatral y que tenía mucho de metafórico para poder meter mano respecto a la violencia de género en sí”.

Durante el año 2017 la obra se estrenó y estuvo en cartel durante varios meses, incluyendo una gira por el interior de la provincia de Buenos Aires. Hubo funciones en teatros y centros culturales de la Capital Federal, y el equipo no descarta una nueva posibilidad de gira al terminar esta temporada. Además, Carolina Guevara fue nominada por Los golpes de Clara en los Premios Luisa Vehil (2017), en el rubro Mejor Actriz.

En cuanto a la recepción por parte del público, ambos coinciden en que es muy buena. “Creo que el público se entrega y eso es lo importante, después cada uno construye en su imaginario lo que recibió y eso es muy subjetivo. Logramos que el público deje de mirar distantemente y se enganche con la situación, con lo que le pasa al personaje”, argumenta Leandro.

“Lo que busco con la obra es interpelar, llamar a la reflexión, sumar un granito de arena para la época en que vivimos, en que muchas mujeres nos estamos empoderando, hay todo un movimiento feminista y tenemos toda una historia de mujeres que han dado  y están dando batalla para que yo pueda surgir con una obra como esta, que no es casual: los momentos históricos empujan a los movimientos artísticos y viceversa”, agrega Guevara. “Lo que yo intento es interrogar a los varones. Lo que estamos reclamando son derechos, son lugares de igualdad, son espacios que nos pertenecen, no estamos pidiendo que nos ayuden. Intento interpelar a los varones, generar identificación con las mujeres y lograr una reflexión sobre lo que estamos viviendo”.

El arte, la calle y la política

El arte, la calle y la política

El Grupo de Arte Callejero (G.A.C.) expone una retrospectiva de sus principales trabajos bajo el título “Liquidación por Cierre”, en el Parque de la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires. Bajo la curaduría de Florencia Battiti, la exposición sintetiza veinte años de activismo del grupo, integrado en la actualidad por las argentinas Lorena Bossi, Vanesa Bossi, Mariana Corral, Fernanda Carrizo y Carolina Golder. El lugar elegido para la muestra no es nada casual: el grupo ya se ha presentado allí en varias ocasiones, y en paralelo permanece la muestra fija de señales viales que proponen un recorrido en torno a la problemática del terrorismo de Estado, a orillas del Río de la Plata.  

Liquidación por Cierre

Quien habla en primer lugar es Carolina Golder: “Elegimos este lugar, lo conocemos desde la gestación, y si bien pertenece al Gobierno de la Ciudad lo valoramos ya que es un espacio ganado por los organismos de DDHH a partir de las luchas de los años noventa”. Sobre el título de la muestra, Golder aclara que “no significa el fin del GAC, ni mucho menos… el título que elegimos hace referencia a una creación que fue producto de las luchas de la crisis del 2001, en donde circulamos por el Congreso con una bandera argentina muy extensa que decía ´liquidación por cierre´, a un costado dibujamos el escudo nacional y al otro la sigla FMI. Era la entrega definitiva del país”.

La muestra está organizada y distribuida en cinco zonas. La Zona O comprende los inicios del grupo. Chicas de poco más de 20 años, estudiantes de arte, que se conocen fortuitamente en 1997. Cuando empezaron con las actividades, se propusieron cumplir con cierto ritual: debían ir vestidas de negro y sacarse una foto al final del acto. Sus primeros murales fueron en apoyo a los docentes de la Carpa Blanca.

La Zona 1 exhibe la lucha por el juicio y castigo a los genocidas. En palabras de la agrupación H.I.J.O.S., el escrache surge como reacción para dar paso a la acción: “En la calle, pintando el pavimento o los adoquines, colgando carteles para señalizar donde vive un genocida, el escrache demuestra que, si un gobierno no juzga, condena y lleva a los genocidas a la cárcel, el pueblo puede llevarles la cárcel a sus casas”.

La Zona 2 es la visibilización de la violencia institucional. A partir de 1983 la policía comienza a ser noticia cotidiana debido a las torturas en comisarías, las detenciones arbitrarias, las desapariciones forzadas, los casos de gatillo fácil que no dejan de incrementarse.  

Avanzando en el tiempo, la Zona 3 manifiesta la crisis del neoliberalismo. Una de sus más tristes expresiones de la década de 1990 fue la desocupación: en el 2000 el GAC instaló en las calles “el juego de las sillas”, como metáfora del sálvese quien pueda, la fiesta a la que unos pocos estaban invitados. Es el momento de la invasión de los grandes grupos económicos y financieros que se ve reflejado en la suelta de soldaditos en paracaídas, realizada también por aquellos días en la City porteña.

La Zona 4 hace referencia al estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001. María Arena, compañera de Gastón Riva, asesinado por la represión policial, reconoce que “el único llamado que recibimos en esos días fue el del GAC”. Esta etapa comprende las frases y las placas que recuerdan a cada uno de los caídos por la represión de aquellos días.

El final del recorrido lleva a la Zona 5, la de los Anti-monumentos. En palabras de Mariana Corral, otra de las integrantes del GAC, “las versiones antiguas y empolvadas de la historia comenzaron a ser cuestionadas. Son los casos, por ejemplo, de la comisión que integramos con el objetivo de retirar el monumento a Julio Roca, o bien la propuesta de nuevos monumentos como el de Juana Azurduy”.

Cada etapa del recorrido está acompañada por contenido gráfico y audiovisual que representa el trabajo y las acciones promovidas por el grupo. El colectivo GAC no firma sus producciones, porque esa es su intención: la circulación de la obra. “Llama la atención que todo lo que está exhibido podría ser actual”, confiesa Golder. Basta con ver los carteles de la campaña Nuevos desalojos Patagonia 2004: en aquel momento se valían de las coloridas publicidades de Benetton para denunciar el salvaje desalojo de familias mapuches.

Proyecto Afiches

En el marco de esta presentación, también se exhibe Proyecto Afiches – Pensar el presente haciendo memoria, en su sexta edición. En esta oportunidad la consigna de trabajo planteada es: “¿Qué hacemos en la calle? Usos y disputas del espacio público”.

Para los responsables del Área de Educación del Parque de la Memoria, “el objetivo es que los estudiantes elaboren afiches a través de la resignificación de estas problemáticas desde una mirada contemporánea. De esta manera, el trabajo se traduce en la generación de un producto visual de gran potencia comunicativa que interpela al espectador y abre un espacio nuevo de reflexión colectiva”.