Reclamo del campo profundo

Reclamo del campo profundo

Con más o menos números en el kilometraje, los representantes de las distintas agrupaciones que conforman el Consejo de Agricultura Familiar Campesina e Indígena (CAFCI) llegaron al barrio porteño de San Telmo para discutir sobre el futuro de su trabajo. “En el campo no estamos acostumbrados a movilizarnos, somos uno más detrás de la tranquera”, confiesa Daniel Bareilles, productor de Cañuelas y representante del Movimiento Agroecológico de Latinoamérica y el Caribe (MAELA), contento por el encuentro entre colegas. Pasada la intensa mañana de debate, los agricultores llegan a la puerta del Ministerio de Agroindustria para hacer visible su reclamo por el desfinanciamiento de la Secretaría de Agricultura Familiar, seguida de la renuncia del secretario Oscar Alloatti.

Entre la puerta del Ministerio y la camioneta de la Policía, la asamblea continúa y un plato con bizcochuelo, amarillo por los huevos de campo, pasa de mano en mano. Agricultura Familiar es el término que el Banco Mundial eligió para definir a los pequeños productores. “Agricultura familiar es todo”, dice Eduardo Sorazabal, representante de la Agrupación Grito de Alcorta (AGA) de Santa Fe. “Los productos de horticultura, la elaboración de pastas, el 80% de las frutas y verduras viene de pequeños productores”, argumenta.

El problema aparece en un eslabón de la cadena en el que tanto el productor como el consumidor salen perdiendo: la comercialización. El negocio de las grandes cadenas de supermercados es justamente comprar los alimentos perecederos a muy bajo costo a los productores y venderlo con grandes márgenes a los clientes. “En los tomates, por ejemplo, se paga $130 el cajón de 20 kilos, y nosotros lo compramos a $35 o $40 cada kilo”. Ese matiz de un mismo conflicto se reclamó en aquellos “verdurazo” y “frutazo” que llenaron de alimentos la Plaza de Mayo unas pocas semanas atrás.

En diciembre se cumplirán dos años desde la aprobación de la Ley 27.118 de Agricultura Familiar, una norma que además de intentar resolver esta amplia diferencia entre las ganancias de vendedores y productores, exige un seguro integral por los desastres climáticos que sufre el campo, y un crédito especial accesible para los pequeños productores. Pero la ley aún no puede ponerse en práctica porque la reglamentación, que fue presentado por el CAFCI en julio de este año, todavía no tiene la firma del Presidente. “Alloatti recibió mucha resistencia de parte del Consejo”, asegura Bareilles. Y cuenta que las reuniones que tuvieron con él eran vacías de contenido y con un formato escolar. Sin secretario y con un recorte de presupuesto para el 2017, los agricultores suspiran cada vez más largo y aprietan cada vez más las cejas.

Según Sorazabal, el proyecto apunta a que la producción no sea un negocio sino un modo de vida. Hoy unas pocas empresas en el mundo dominan el negocio de las semillas, de seguir así se pueden reducir a dos o tres: “Es una bomba más poderosa que la bomba atómica, tener el alimento es tener el control de la humanidad”.

Retrato del Verdurazo en Plaza de Mayo el último 14 de septiembre de este año.

Retrato del Verdurazo en Plaza de Mayo el último 14 de septiembre de este año.

 

Actualizado 27/10/2016

Consumo cuidado

Consumo cuidado

Hay una feria en la Ciudad de Buenos Aires donde la relación compra y venta es más justa para las partes involucradas y donde se construye un feedback más enriquecedor que el del frío hábito de proveerse en el supermercado, con sus productos industrializados a precios remarcados. Se halla un tanto escondida en la inmensa urbanidad. Por eso hay que buscarla guarecida en un enorme pulmón verde. La Feria del Productor al Consumidor cobra vida el segundo fin de semana de cada mes en el predio que comparten las facultades de Agronomía y de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires (UBA). El acceso es gratuito, de 10 a 19, por Avenida San Martín 4453 o por Avenida de los Constituyentes 3454.

La iniciativa se lanzó en octubre de 2013, fruto de la articulación de profesores y estudiantes de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CALISA) con los productores que se animaron a vender, sin intermediarios, su mercadería. “La feria se rige bajo las bases de una economía social y solidaria, una producción artesanal y responsable con el medio ambiente, la soberanía alimentaria y la alimentación saludable”, comenta Pablo Callegaris, uno de los organizadores.

El segundo fin de semana de cada mes en el predio que comparten las facultades de Agronomía y de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Buenos Aires (UBA), se puede visitar la feria.

Los feriantes deciden todo en una asamblea mensual y, a su vez, se dividen en distintas comisiones para garantizar el mejor funcionamiento del espacio.

Todos los caminos del inmenso terreno fueron bautizados con el nombre de las plantas que los bordean. En el llamado Las Casuarinas se extienden, de lado a lado, a través de unos 150 metros, los puestos de unos cien expositores. A mitad de esta calle, protegida por una larga cortina forestal, se ubica la Carpa Cultural, en cuyo interior se emite el programa de radio abierta “Feriate Conmigo”. La transmisión anuncia charlas informativas para los adultos y actividades culturales para que jueguen los chicos mientras aprenden sobre derechos humanos.

Detrás de esta tienda roja, están distribuidas ­a izquierda y a derecha del mástil del Pabellón Central­ mesas y bancos de madera. Sentados allí están los comensales que hace un momento retiraron de los puestos gastronómicos hamburguesas, tartas, empanadas, panes rellenos, cerveza casera, jugos, licuados de fruta fresca y tés saborizados. “Se come rico, saludable y barato”, comenta Florencia, quien es habitué del mercado, y añade: “Sentís que estás siendo parte de un colectivo de consumo y que además terminás favoreciéndote con productos que no se consiguen en cualquier lado”.

En esta feria, «se construye un feedback más enriquecedor que el del frío hábito de proveerse en el supermercado, con sus productos industrializados a precios remarcados».

También hay familias y grupos de amigos que se acomodan en el amplio césped del establecimiento. Toman mate, juegan a la pelota, pasean a sus perros o practican capoeira. Para ellos, durante ese día, el mundo se condensa allí; parecen ajenos a la bocina que anuncia el arribo del tren del Ferrocarril Urquiza a la estación Arata, cuyas vías delimitan la extensión de la feria.

Callegaris explica la razón de los precios justos que pueden encontrarse en este mercado social: “Al acortar la cadena de comercialización hay una repercusión menor en el precio final. Son precios acordes con los costos de producción. Le permiten al visitante llevarse un producto a precio justo y al productor le garantiza condiciones de vida aceptables, que van de acuerdo a su esfuerzo y su trabajo”, explica el miembro de CALISA.

Yésica Diomedi es egresada de Agronomía, hace artesanías de cerámica e integra la Cooperativa Morón SurCo Huerta Agroecológica. Para ella este “es un espacio de revalorización de los vínculos y de reencuentro con la universidad que tantos buenos recuerdos me ha dejado”. También constituye la posibilidad de desarrollar proyectos de trabajo a partir del vínculo que pudo establecer con otros productores. “Y así se ramifican los sueños en ideas, un esfuerzo que más tarde dará trabajo”, sintetiza Yésica.

“Al acortar la cadena de comercialización hay una repercusión menor en el precio final. Son precios acordes con los costos de producción», explica uno de los organizadores.

En la mayoría de estos puestos el visitante se lleva algo más valioso que mercadería a buen precio. El stand del Taller Reverdecer vende productos que han sido elaborados por internos de la Unidad Penal número 47 de San Martín. María Marta Bunge explica que se trata de acercar al público y a los estudiantes el esfuerzo de grupos que permanecen indiferentes para la mayor parte del conjunto social. “Ofrecemos productos elaborados a partir del trabajo de jardinería, costura y cerámica, y ­somos sinceros­ no ofrecemos productos de gran calidad, pero esto sirve para visibilizar la realidad de los presos: ellos no son violencia”, puntualiza la secretaria de CALISA.

En el Kiosko Saludable Veni­UBA, Lucía improvisa unos acordes con su ukelele. Su amiga Mariel Sposato, mientras, dialoga con ANCCOM: “Llevamos a la práctica una concientización sobre el tipo de alimentos que ingerimos. Mostrar que es posible una alternativa alimenticia por fuera de la industria y del envasado”. El kiosco nació del trabajo en conjunto de estudiantes de Nutrición y de los docentes de CALISA. “Buscamos preparaciones sencillas y accesibles que puedan ser realizadas en cualquier hogar. También tenemos el proyecto de un recetario”, comenta Mariel. Consideran este espacio, además, un medio para poder terminarsus estudios. “Nos sirve como experiencia laboral y nos da ganancia porque lo que vendemos es para cada uno de nosotros”, concluye.

Detrás de Carina Centurión se observa el enorme cartel esmeralda de la organización El Puente Verde, la cual desde el 2000 trabaja con personas con problemas psíquicos, económicos y sociales, y que encuentran dificultades para insertarse al mercado laboral. “Apostamos por una agroeconomía social y solidaria que suponga un cambio de paradigma y una alternativa frente al agronegocio expulsivo y destructivo. Para esto necesitamos políticas públicas que acompañen”, comenta Carina, integrante también de la comisión de Prensa y Difusión de la feria.

«En la mayoría de estos puestos el visitante se lleva algo más valioso que mercadería a buen precio».

María Elena Salas vino desde Chile en su juventud, hoy es miembro de esta cooperativa y asegura que el tipo de público que asiste a este mercado está asociado con los ideales de la organización y “suele ser afín a los proyectos sociales”.

Los libros también están presentes a través de las cooperativa Muchas Nueces, dedicada a la literatura infantil con temática social y solidaria, y la Editorial Tierra del Sur, con un catálogo de autores con orientación anarquista, izquierdista, y en favor de los derechos de género.

Claudia Nigro ejerce la docencia en Medicina Veterinaria y participó como invitada en CALISA. En esta oportunidad, acudió a la feria como visitante y destaca la importancia del contacto fluido, cara a cara, entre los ciudadanos que se dan cita para evaluar la posibilidad de consumir alimentos sanos, seguros y soberanos.

“Estos productos provienen de una matriz productiva diferente a la de los alimentos industrializados y que se hace a costa del planeta”, explica. Claudia proviene del sur de Santa Fe y considera que los porteños deberían apreciar la existencia de una feria como la de Agronomía. “En Casilda, mi ciudad, este tipo de ferias no existe porque las tierras están siendo utilizadas para la agroexplotación intensiva. Es por eso que espero que la aprovechen”, remarca.

El sol ha caído con su luz, las sombras de los feriantes se desvanecen al tiempo que sus coloridos puestos se desarman en caballetes, hierros y tornillos.

Hasta el próximo mes, los visitantes saciaron su necesidad de más alternativas comerciales solidarias, a precios justos y en beneficio del planeta.

La iniciativa se lanzó en octubre de 2013, fruto de la articulación de profesores y estudiantes de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (CALISA) con los productores que se animaron a vender, sin intermediarios, su mercadería.