“Es un sentimiento, no puedo parar”

“Es un sentimiento, no puedo parar”

“Sólo siento emoción”, dice un simpatizante de Talleres de Remedios de Escalada tras más de un año y medio sin ver a su equipo desde la tribuna. Complicados económicamente por la ausencia del público en las canchas como por la caída en el pago de los socios, las instituciones del Ascenso tuvieron su regreso con protocolo: a cada espectador se le solicitó la libreta, carnet o certificado de vacunación virtual.

El día anterior, a unos 11 kilómetros de allí, en la Isla Maciel, también se vivió una fiesta. En los alrededores del estadio “Dr. Osvaldo Baletto”, del club San Telmo, hinchas de todas las edades se acercan, entre gritos y cánticos, para ver al “Candombero” que milita en la Primera Nacional.

Los kioscos callejeros están abarrotados de hinchas comprando bebidas, panchos y choripanes. “Mientras no estábamos acá, hicimos de todo. Desde vender comida hasta barbijos. Esto es volver a la normalidad”, afirma una comerciante que tiene puesta la camiseta azul y celeste del local y cuyo puesto de helados y golosinas se ubica justo frente al estadio.

La tarde del sábado está nublada en Remedios de Escalada, partido de Lanús. En la calle Timote, donde se encuentra el ingreso al “Pablo Comelli”, los hinchas del “Albirrojo” esperan para entrar mientras caen unas gotas. Con sus banderas, bombos y platillos, viven con felicidad la vuelta del fútbol.

“La fisonomía del barrio cambia completamente. No es lo mismo un día de partido sin la gente”, cuenta un vecino que mira cómo la gente hace fila en las inmediaciones y una decena de policías efectúan los controles para el ingreso. “Me siento feliz, esperé esto por mucho tiempo”, afirma Quique, socio vitalicio desde hace 40 años, quien porta orgulloso su casaca roja y blanca junto a su nieta.

El retorno del público también beneficia a los comercios de la zona, entre ellos un almacén ubicado frente al estadio que se inauguró hace dos semanas. “Estamos a full y expectantes con esta situación”, confiesa su propietario y remarca que este es el mejor momento desde su apertura. El local también hace las veces de guardarropa para los hinchas de Talleres que dejan sus paraguas, ya que en la cancha no se permiten. “A partir de ahora, vas a tener que cobrar el servicio”, le dice un hincha al almacenero que sonríe mientras los clientes siguen entrando en el negocio.

En cancha de San Telmo, los más de 22 grados de temperatura y el sol sobre las gradas hacen que los hinchas busquen hidratarse de cualquier forma. “¡Heladoooo!”, grita una y otra vez el heladero, quien durante buena parte del primer tiempo es el punto de atención de niños, madres, padres y abuelos que se acercan para comprarle. “Esperemos que siga así a lo largo del año”, dice el vendedor que también ofrece caramelos y garrapiñadas. A los 30 minutos, se da cuenta que no tiene más mercadería. “¡Se acabó!”, dice señalando con sus dos manos que ya no hay más, mientras niños y adultos con ganas de un palito se alejan fastidiosos y acalorados.

En el buffet de Talleres, las mesas están llenas de platos con restos de alimentos, mientras Judith y Rodrigo, empleados del club, escuchan sin parar los pedidos de los clientes. “No escuchaste. La chica pidió una porción de papas”, corrige la encargada al cocinero. Todo parece haber vuelto a la normalidad. La pandemia no solo afectó al fútbol profesional, sino también a otros deportes y actividades recreativas que se realizan en la institución. A esto se sumó la caída en el ingreso por las cuotas de los socios. “Hoy estuvo muy movido el asunto. Realmente extrañamos no solo los días de partido, sino los días en que los socios vienen aquí para comer o solo pasar el rato”, destaca Rodrigo.

“El partido es solo una excusa para encontrarnos con amigos del barrio, para hablar”, expresa Fernando, otro socio vitalicio del club de Escalada, aunque señala que antes de la pandemia la cosa no iba tan bien. Fernando critica la AFA por el tema del calendario de los partidos y porque “hace años vienen dejando de lado al Ascenso”. “Antes éramos un grupo de veinte amigos con quienes nos reunimos, ahora solo quedo yo”, se lamenta.

Tanto en Escalada como en Isla Maciel, el clima es de fervor por la vuelta. Los equipos son recibidos por sus parcialidades cantando, saltando sin parar y con una lluvia de papel picado. Las canciones aluden al barrio y a sus clásicos rivales, Dock Sud en el caso de San Telmo, Lanús y Temperley en el caso de Talleres.

San Telmo viene de ganar en la fecha previa y está necesitado de sumar puntos para escapar de los puestos del fondo de la tabla, por eso su hinchada está ansiosa. El desahogo llega a los 38 minutos de la primera parte con el gol del central Ezequiel Filipetto. Algunos hinchas se abrazan, otros se cuelgan del alambrado, después de más de un año festejan un gol dentro de su estadio.

Pero al minuto del segundo tiempo, mientras muchos espectadores todavía están refrescándose en los baños o en la puerta esperando sus bebidas, el “Tricolor” empata el partido. “¿En serio empató?”, pregunta un hincha y le pega al alambrado mientras insulta al aire. A los 64 minutos, cuando algunos estaban reclamando más ganas, Javier Velázquez anota el segundo gol del “Candombero” y desata el júbilo de la hinchada, que hasta el final del encuentro aumenta la efusividad de sus cantos.

“Terminala juez, ¿cuánto más vas a adicionar?”, le reprocha un hincha al árbitro mientras de fondo el resto corea “yo soy de San Telmo / es un sentimiento / no puedo parar”. Cuando el juez da por finalizado el partido, un grito intenso se apodera del estadio y continúa durante toda la salida.

En Remedios de Escalada, los hinchas esperan una victoria ante Fénix, rival directo en la zona baja de la B Metropolitana. El primer tiempo es trabado, casi sin situaciones de gol. Los hinchas alientan sin cesar, aunque algunos murmuran por la falta de remates al arco. El segundo tiempo también es friccionado y la impaciencia crece a cada minuto. Entonces el técnico del visitante, Cristian “el Ogro” Fabbiani, ex futbolista de Lanús y River, se convierte en chivo expiatorio para que los hinchas locales descarguen su ira.

“¡Pégale al arco!”, gritan desde la tribuna, pero no hay caso. Cuando suena el silbato que anuncia el final del encuentro, el grueso de la hinchada aplaude a sus jugadores y se retira lentamente. Pese al empate, muchos se van contentos porque después de más de un año volvieron a presenciar un partido. “Yo estuve internado y lo pasé mal durante este tiempo –cuenta un hincha de Talleres–, por lo que volver a la cancha fue un verdadero placer”.

No les dan pelota

No les dan pelota

A mediados de marzo, un comunicado de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) informaba la suspensión de todos los torneos  hasta finalizar el mes. Sin embargo, esos 15 días se convirtieron en más de seis meses. Mientras tanto, los jugadores del ascenso quedaron a la espera de las decisiones que se tomaran desde la calle Viamonte.  Una espera que implicaba buscar la forma de subsistir durante el aislamiento social, preventivo y obligatorio.

El fin de semana del 14 de marzo se jugaron los últimos partidos. Esos encuentros se disputaron sin público, siguiendo las medidas de prevención ante el avance del Covid-19. Ya hacia el día 17, Matías Lammens, Ministro de Turismo y Deporte de la Nación, le sugirió al presidente de AFA, Claudio Tapia, que tuviese a bien considerar la suspensión del fútbol en todas sus categorías. Esto debido a un pedido de Futbolistas Argentinos Agremiados que mostraba la preocupación de los jugadores por la exposición a posibles contagios.

Los clubes del ascenso vieron entonces reducidos sus ingresos ante la interrupción de las actividades.  Así lo refleja Dante Majori, presidente del Club Social y Deportivo Yupanqui: “La masa societaria en su mayoría no está pudiendo cumplir con la cuota social. Hoy estamos en el orden de entre el 18 y 22% de gente que siguió pagando durante la pandemia. Tenemos casi un 80% menos de ingreso”.

Yupanqui fue uno de los clubes que se organizó para realizar donaciones de alimentos.

Las instituciones, además, cuentan con publicidad, tanto en camisetas como en el estadio y esa entrada de dinero también se vio reducida. “La cantidad de sponsor que siguió pagando ha mermado. En nuestra categoría, Primera D,  los sponsor no son grandes multinacionales. Sino que son pequeñas pymes, el autoservicio del barrio, los negocios cercanos al predio deportivo y a la sede y realmente se les ha hecho a ellos también muy difícil poder acompañarnos y seguir aportando todos los meses el canon por publicidad”, agrega Majori.

Los clubes del ascenso sobreviven con el aporte de los socios y la publicidad, y hacen el mayor esfuerzo para poder continuar al día con el pago a los jugadores de su sueldo o viático, dependiendo la categoría.  En la Primera B, los futbolistas tienen por ley contrato.  Al respecto, Agustín Dattola, jugador de Almirante Brown, destaca: “Los dirigentes hicieron el esfuerzo para completarnos todos los sueldos durante la cuarentena para tenernos al día”. Por su parte, las instituciones de la Primera C trataron de mantener el pago y fueron llegando a acuerdos con el avance de la suspensión.

En cambio, la Primera D es una categoría amateur y los futbolistas reciben solo un viático. La mayoría de ellos tiene otro trabajo pero algunos tampoco podían realizarlo por el aislamiento. Por lo tanto, desde la Mesa de la Divisional se acordó que recibieran el viático al menos durante el periodo de torneo tal como estaba pactado en el reglamento. Esto es hasta el 2 de mayo, luego los planteles quedaron licenciados como sucede habitualmente en la categoría. Ismael Rodríguez, ex jugador de Deportivo Paraguayo, sabe de la realidad de la D y cuando comenzó la pandemia se comunicó con compañeros futbolistas para saber en qué condiciones estaban o si necesitaban algo. “Organicé una rifa para salvar algunos viáticos que estaban incompletos”, cuenta Ismael,   que sorteó una conservadora con latas de cervezas hacia mediados de junio. Le costó vender los números pero lo recaudado lo destinó para colaborar con otros jugadores de Paraguayo.

Los jugadores de Almirante Brown volvieron a las prácticas.

Los primeros días de parate futbolístico se tomaron como un descanso. Sin embargo, a medida que avanzaba la pandemia se estiraba también la posibilidad de entrenar. Alejandro Acuña jugaba en Central Ballester al momento de la suspensión y hoy ya es incorporación de Juventud Unida, todos equipos de la D. El volante señala: “Tuvimos meses sin entrenar. Entrené al principio como para mantenerme por si volvía el campeonato pero esto es muy largo para todos”.  Desde hace unos meses, Alejandro trabaja en un emprendimiento familiar, una casa de comidas y parrilla, para poder subsistir durante la cuarentena.

Ismael Rodríguez, por su parte, se dedicó al cien por ciento a su trabajo en una distribuidora de bebidas y esto hizo que se acelerara su alejamiento de Deportivo Paraguayo y del fútbol.  “Tuve que poner más tiempo para estabilizar el trabajo y es ahí donde me alejé por completo de la actividad física y lejos está de poder volver”, fundamenta.

¿Pero qué sucede en el resto del país? Pablo Roselli es entrenador de arqueros en Ferro de General Pico, La Pampa, equipo que disputa el Torneo Argentino A. Él es de Burzaco, Buenos Aires, y quedó “varado” en La Pampa. “Yo viajé solamente a trabajar del fútbol y me tuve que quedar acá”, dice.

En su caso, la ciudad está en fase 5 hace un tiempo y esto habilita a la población a tener actividades físicas con hasta diez personas al aire libre, por  lo que Pablo pudo abrir su centro de entrenamiento específico para arqueros y continuar con su trabajo. Pero no ve a su familia desde el 2 de enero y la extraña aunque matiza: “Mis días acá se hicieron muy amenos, no sólo por la calidad de gente sino porque el club se portó bien”. 

Algunos equipos del ascenso tomaron la decisión de continuar entrenando a través de aplicaciones de videollamadas como sucede en Argentino de Merlo o en Almirante Brown. Aunque a veces los jugadores debían adaptar los trabajos técnicos a espacios reducidos, sobre todo para quienes viven en departamentos y sin espacios verdes. Dattola contó que primero entrenaba en su casa al aire libre con las rutinas que le pasaba el preparador físico y cuando se empezó a flexibilizar el aislamiento pudo continuar con los ejercicios en un parque.

Para los arqueros es más complicado mantener el ritmo de los entrenamientos. Rosellí explica: “Seguimos entrenando mediante zoom grupalmente. Pero individualmente con los arqueros ese tipo de entrenamientos no nos favoreció mucho por el tema de la medición de distancias, los remates”. Es decir, pudieron mantener la parte física pero no la parte técnica. Y agrega: “Aguantamos unos meses y cuando se siguió extendiendo no pudimos entrenar más”. Ya que la mayoría de los contratos de los jugadores rescindieron contrato el 30 de junio, algunos renovaron y otros buscaron nuevos destinos.

Argentino de Merlo retornó a las prácticas el 1 de octubre.

Más allá de las dificultades con la que se encontraron los futbolistas del ascenso para poder entrenar o trabajar, la solidaridad y el compromiso social siempre dice presente. Muchos clubes abrieron sus puertas para colaborar con la comunidad. Como es el caso de Yupanqui que brinda viandas a los vecinos del predio ubicado en Ciudad Evita y además reciben donaciones para un merendero de Lugano.

En Almirante Brown, sus hinchas se reunieron para realizar una olla popular y pidieron colaboración a los jugadores para juntar fondos y así poder comprar alimentos.  “Me fueron hablando para saber si yo tenía alguna camiseta o algún short para darles. Les di, pero me quedé sin ropa”, relata Dattola. Entonces, el defensor comenzó a organizar una campaña para que sus amigos colaboraran con un paquete de fideos o de arroz. Finalmente junto a su amigo Facundo Mater, jugador de Nueva Chicago, decidieron armar un bingo solidario sorteando camisetas de la Fragata y del equipo de Mataderos.  El jugador de Almirante afirma: “Todo lo recaudado lo donamos. Fuimos a comprar alimentos y lo donamos a distintos comedores”. Y luego agrega: “Al vivir en Matanza uno ve que la gente la está pasando mal de verdad y uno no debe mirar al costado si puede ayudar a la gente”.

Por su parte, Damián Achucarro,  jugador de Argentino de Merlo,  organiza la merienda en el barrio Santa Julia de Pontevedra. El futbolista cuenta: “Hace cuatro meses tuve la idea de hacer la merienda acá en el barrio, lo estoy haciendo en mi casa. Se sumó el Chiqui Carranza (también jugador de Argentino) que me está ayudando con la mercadería”. El merendero se llama Manos Solidarias y los jueves y sábados por la tarde brindan una infusión con algo rico para acompañar y reparten bolsones con alimentos para los vecinos. 

Los entrenamientos en el fútbol de ascenso retornan de a poco. La Primera B comenzó las prácticas el 28 de septiembre y la Primera C el 5 de octubre. Mientras que la Primera D arrancaría el 23 ya que modificaron la fecha para poder cumplir con los protocolos. Por otro lado, los trabajos empiezan con grupos reducidos en distintos horarios. Luego se entrena con grupos un poco más numerosos y después reanudarían la parte futbolística con amistosos. De cómo se definirán los torneos y cuándo se jugarán, es aún una incógnita.

De a poco, los jugadores regresan a sus trabajos de futbolistas con testeos y estrictos protocolos sanitarios. La ansiedad de poder volver a estar en una cancha es cada vez mayor. Aunque tanto sus ganas de entrenar como sus sueldos están pendientes de la cantidad de contagios por Covid-19.

Los obreros del fútbol

Los obreros del fútbol

Taxistas, promotores, maquinistas, comerciantes, colocadores de durlock. Esas son algunas de las ocupaciones de los futbolistas de Primera “D”, la última categoría del fútbol argentino, que es oficialmente amateur. Mientras siguen los festejos por el ascenso de El Porvenir, el último domingo, a la Primera C, ANCCOM destapa historias de vida de deportistas de dos clubes de la categoría más baja pero no por eso menos apasionada.

Tribuna carcelera

La potencia de sus piernas le basta para que de un salto y con ambas manos embolse una pelota que acaba de ser impulsada por una violenta volea de derecha. “¡Buena, buena, arquero!”, le grita uno de sus compañeros de entrenamiento. El personaje aludido es Juan Pablo Ghiglione, que a los 20 años es el arquero titular del Club Atlético General Lamadrid y trabaja de 8 a 13 como ayudante de conducción en los ferrocarriles,  un oficio heredado de su familia ferroviaria.

Ghiglione explica que su actual trabajo es una especie de capacitación para ascender a  maquinista. “Con la situación en la que está el país tuve que decidirme por ambas cosas hace dos años, pero mi sueño desde chico es dedicarme cien por cien al fútbol”, explica y agrega: “Ni siquiera  pienso en la plata ahora, porque en esta categoría no la hay, solo pienso en jugar y si a uno le va bien, después la plata llegará sola”. Como en la mayoría de los clubes de las categorías más bajas los jugadores cobran apenas un viático que les permite cubrir los costos de transporte y poco más. “Todo el sacrificio que se hace es por amor a este deporte”, asegura el arquero de “Lama”, quien está a préstamo de Chacarita Juniors.

“Con la situación en la que está el país tuve que decidirme por ambas cosas hace dos años, pero mi sueño desde chico es dedicarme cien por cien al fútbol”, dice Ghiglione

 

El estadio de Lamadrid parece una caja de zapatos por su tamaño; tiene una capacidad de 3.500 personas y está en el cruce de Desaguadero y Pedro Lozano, en pleno barrio porteño de Villa Devoto, justo enfrente del Complejo Penitenciario Federal de la Ciudad de Buenos Aires, conocido como la “Cárcel de Devoto”

Nicolás Ay (22) es otro de los jugadores del club “carcelero”, como le dicen a Lamadrid. Juega de volante y se sumó el año pasado, tras quedar en libertad de acción de Chacarita. Ay trabaja de promotor de viajes de egresados, lo que le permite acomodar los horarios para cumplir con su labor y entrenar con su equipo. Los mediodía visita colegios y por las noches tiene que ir a las reuniones de padres; en el medio, practica con Lamadrid. Como en la agencia de viajes gana un sueldo a comisión, durante la semana intenta visitar la mayor cantidad posible de establecimientos primarios y secundarios. “A mí, el fútbol todavía no me permite vivir, pero estar hoy acá es prioritario porque alimenta la esperanza de que algún día me pueda dedicar por completo a esta actividad”, comenta este volante que se autodefine “con buena técnica” y como “jugador de equipo”.

A principios de los ’90, en Huracán había un zaguero aguerrido al que se le avizoraba un futuro promisorio. Pero una rotura de ligamentos cruzados le acortó su carrera, luego de haber disputado con El Globo 17 partidos en Primera, entre 1991 y 1993. El protagonista de la microhistoria es Héctor Rodolfo Balsa (44), quien hasta la reciente finalización del campeonato de Primera “D” se desempeñaba como entrenador de “Lama”. El “Polaco” Balsa conducía un plantel de 40 jugadores, integrado con muchos chicos surgidos de las divisiones inferiores del club, que se entrenaba en la cancha de Lamadrid o en el predio del Club Social y Deportivo Pintita, en Villa Soldati.

Sede del Club Atlético General Lamadrid en la previa del partido contra Victoriano Arenas

Sede del Club Atlético General Lamadrid en la previa del partido contra Victoriano Arenas

El DT combinaba los entrenamientos con su trabajo de distribuidor de pescado. “Me levantaba a las seis y hacía el reparto hasta las dos de la tarde. Recién después planificaba y dirigía el entrenamiento, todos los días, de lunes a domingo”, explica. “Hay que entrenar pese a todo, porque esto es una actividad más, como la de cualquier trabajador. Si no te entrenás, si no sos responsable, en cualquier trabajo te echan. Solo que aquí se hace lo que nos gusta”, concluye. Lamadrid terminó último en promedios en el campeonato que terminó ese fin de semana, aunque no será desafiliado por un año, como sucede con el peor equipo de esa categoría, porque esa sanción quedó suspendida para el torneo que acaba de finalizar. Sin embargo, Balsa dejó de ser el entrenador del equipo la semana pasada.

De casa al trabajo y del trabajo a la cancha

Detrás de la entrada del Autódromo de Buenos Aires “Oscar y Juan Gálvez” se encuentra el Parque Ribera Sur, cuyo acceso está a pasos del cruce de las avenidas Roca y General Paz. “¡Aguante Yupanqui, aguante Yupanqui!”, grita un grupo de chicos detrás de un enrejado que demarca un camino ondulado. En ese lugar, en la Cancha 1 del Parque Villa Riachuelo, entrena el plantel de fútbol del Club Social y Deportivo Yupanqui que, si bien es una institución con sede en Villa Lugano, entrena allí porque carece de instalaciones propias.

A las 15.30 empieza la preparación física y técnica del plantel. Unos conos anaranjados están distribuidos en un suelo demarcado por unas cintas blancas que organizan la ejecución de los ejercicios. Unos arcos en miniatura sirven para entrenar precisión y también para trabajar en grupos reducidos. Botines negros, colorados, rosas y amarillos se mueven por toda la cancha. Contrastan con las pelotas blancas que patean, pasan, recuperan y trasladan los futbolistas que se agrupan con pecheras rojas y celestes. En el arco derecho, el entrenador de arqueros da instrucciones a los cuatro porteros del equipo.

El cuerpo técnico de Yupanqui desembarcó en “El Trapero” –ese es el apodo del club- para los últimos cuatro meses del campeonato que acaba de terminar. Sus cinco integrantes trabajaron en el club ad honorem. “Hay muchas cosas que resignamos por la pasión del fútbol: dejamos a un lado la familia, la novia, los amigos, la plata, el descanso”, señalaba el director técnico de Yupanqui, Pablo Daniel Gigliotti (33), que es dueño de una fiambrería.

Asimismo, el entrenador resalta la importancia de formar personas antes que jugadores. “Hoy en muchos clubes se labura muy mal en inferiores, porque los formadores anteponen el exitismo al desarrollo del jugador como persona. Se planifica pensando en sacar puntos para enseguida pegar el salto y dirigir al primer equipo. Y no es que un técnico de inferiores no lo pueda hacer sino que lo que está haciendo está mal. Hay instancias en las que se debe resignar los resultados para formar primero personas de bien y después jugadores profesionales”, explica este técnico que comenzó su carrera en las inferiores del Club Liniers y luego transitó por la primera de Claypole, Deportivo Paraguayo, Riestra, Lugano y Lamadrid.

Yupanqui maneja el presupuesto más bajo de la categoría, pero para Gigliotti es un lugar ideal para trabajar porque carece de la presión de dirigentes y de barras. Juega de local en la cancha de Liniers, en La Matanza, que comparte con Paraguayo, otro club sin estadio propio.

Matías Di Maio (27) fue uno de los preparadores físicos de Yupanqui. Por fuera del club dicta clases de Educación Física en una escuela de fútbol y en una quinta privada. Además, como la profesión todavía no lo deja subsistir, maneja un taxi para poder alimentar a su hijo junto con su pareja. “A la noche –amplía-, cada uno en su casa, con el otro profesor, planificamos la actividad del otro día; llevamos estadísticas, hacemos seguimientos y elaboramos planes de alimentación. O sea: llevamos tarea al hogar”.

Cuando entrenan a un plantel, la actividad se proyecta teniendo en cuenta la situación laboral o educativa de cada uno de sus integrantes. Di Maio recuerda: “Jugábamos el lunes a las 15.30 y uno de los jugadores trabajaba hasta las 14, entonces durante los entrenamientos le redujimos las cargas físicas para que no se nos lesione. Pero nunca dejamos de exigirles que rindan al máximo aunque esto no sea igual a la alta competencia”.

El cuerpo técnico de Yupanqui se completaba con el ayudante de campo Leandro Santoli (32), quien trabaja de chofer del Gobierno de la Ciudad. En tanto, el otro preparador físico, Patricio Aspell (29), da clases de Educación Física en colegios de González Catán y Gregrorio de Laferrere, en la provincia de Buenos Aires, y cultiva semillas de huerta que provee a jubilados de PAMI.

«Cuando entrenan a un plantel, la actividad se proyecta teniendo en cuenta la situación laboral o educativa de cada uno de sus integrantes».

La primera de Yupanqui está conformada por un plantel de 32 jugadores, cuyas edades oscilan entre los 18 y 37 años. Muchos trabajan y algunos contribuyen en la economía del hogar desde su niñez. Uno de ellos es Mauro Comisso, un volante de 21 años que hizo inferiores en Chacarita y que, previo paso por Sportivo Italiano, terminó recalando en Yupanqui, en febrero pasado. Su abuelo, padre, hermano y tío conducen un taxi, y desde los 13 él ayuda en la reparación y la puesta a punto de los coches. Comisso comenta que el mes pasado también se convirtió en taxista. “Pero además de estar metido con la mecánica y ahora con la conducción, le estoy poniendo pilas al fútbol. Entreno acá y también voy al gimnasio por mi cuenta”, destaca quien recordaba su debut en el equipo titular el 23 de mayo último frente a Atlas, de General Rodríguez, club “famoso” por el reality televisivo que lo tiene como protagonista.

En otras latitudes, hacia el sur de Cali, existe un pequeño pueblo llamado Quinamayó, ubicado en la región del Valle del Cauca, Colombia. En esa zona nació, hace 23 años, Julián Andrés Lasso, media punta de Yupanqui en el certamen recientemente finalizado. Lasso debutó en la primera de “Los Diablos Rojos” de América de Cali en diciembre de 2013 y llegó a Argentina en 2014 para integrarse a la Primera de Instituto Atlético Central Córdoba. Después de ahí pasó a General Paz Juniors, que juega en la cuarta categoría de los torneos federales y terminó en Yupanqui.

“Mi papá tiene un campo de arroz en mi pueblo y en ese entonces entrenaba por la mañana en el América y por la tarde metía las manos en la tierra del arrozal”, cuenta este colombiano que anhela estudiar veterinaria tras retirarse del deporte. “Cuando llegué a Córdoba enseguida trabajé por la mañana, con otro compañero, en la construcción, colocando plaquetas con durlock y por la tarde entrenaba con Instituto”, completaba Lasso.

Una noche post entrenamiento, Balsa, el entrenador de Lamadrid, había dicho que lo motiva “Compartir sueños con chicos que esperan un mejor futuro, saltar de categoría, o sentir la adrenalina única e indescriptible por la que pasa todo jugador de fútbol”. Esa misma adrenalina que comparte tanto un millonario jugador de Primera División como un humilde volante de Yupanqui o de Lamadrid que se reparten el tiempo entre los entrenamientos y sus trabajos de taxistas, docentes u obreros.

Mauro Comisso durante el entrenamiento en la sede del Club Yupanqui

Mauro Comisso durante el entrenamiento en la sede del Club Yupanqui

Actualización 07/06/2016