La batalla será televisada

La batalla será televisada

Cuando empezó  2020, los calendarios del freestyle proyectaban competencias para rato. Sin embargo, la llegada del Covid-19 al país y la implementación de la cuarentena provocaron un cambio de planes. Los torneos más importantes del mundo improvisado tuvieron que ajustarse a las nuevas condiciones y retomaron en esta segunda mitad del año de forma virtual.

La Freestyle Master Series (FMS), una de las competencias más importantes del rubro, se lleva a cabo en varios países de habla hispana. Nació originalmente en España y se fue expandiendo por Latinoamérica: Argentina, Chile, Perú y México. El torneo enfrenta a diez competidores de cada país y luego, los cuatro mejores llegan a un cruce internacional.

Hasta  2019, cada encuentro se realizaba con público presente, como en cualquier recital de música. De hecho, la concurrencia participaba en las decisiones del jurado y aclamaba con gritos los versos y rimas. A lo largo de los años y los encuentros, el vínculo entre los competidores y la audiencia se convirtió en un círculo vicioso para ver quién gritaba más fuerte. Pero este año, “una de las bajas es el público. Y eso tiene una cuota muy grande, más el público argentino que tiene mucha energía. Obviamente va a influir en la parte del show, pero también creo que el espíritu principal de la batalla de freestyle está dentro de los competidores”, reflexiona Misionero, un rapero oriundo de Posadas que se está desempeñando como host durante la FMS Argentina de 2020.

Los artistas del rap improvisado pueden desarrollar distintos roles en la competencia: los más experimentados suelen ser jurados, de forma que tienen que evaluar rimas, contenido, tiempos y diversas cuestiones técnicas, bajo un sistema de puntos. Los competidores son quienes se paran sobre el escenario para seguir las consignas del enfrentamiento, que van variando los niveles de dificultad a medida que avanza el torneo. Además, deben seguir el ritmo de la pista que presenta el DJ: Rodrigo Zone Andrada es el beatmaker oficial de esta temporada. Y finalmente, las competencias están conducidas por un host, quien se encarga de presentar a los participantes y alentar al público.

Wolf y Sub en plena batalla.

El sábado 29 de agosto comenzó oficialmente la FMS Argentina de forma televisada y sin público. Misionero se presentó en conferencia de prensa, junto con Stuart y Mecha, freestylers y competidores de la edición 2020. Los tres se mostraban con grandes expectativas respecto a la nueva modalidad. “El hecho de sacarle el público transformó el producto que vendemos como algo mas cerrado, más selectivo. Ya no estamos vendiendo arcoíris para que los nenes lo compren, ahora tenemos que convencer a otros nueve raperos y a cinco jurados que saben bocha. Esto va a hacer que nuestra propia búsqueda a la hora de desarrollar una rima sea mucho más autocrítica y real”, decía Mecha, un joven rapero cordobés que compite por primera vez en FMS a nivel nacional.

Para la conferencia de prensa de FMS Chile, que comenzó el 15 de agosto, la nueva modalidad sin público también fue un tema que dio que hablar. Acertijo, uno de los competidores, comentó: “Va a ser distinto, la energía y la adrenalina que entrega el publico es bastante alta. Sin embargo, sé que nosotros rapeamos mucho mejor en privado que en el escenario. Entonces, las batallas pueden llegar a ser mucho mejores. Quizás van a ser menos espectaculares pero pueden llegar a ser mejores en términos de estilo, de referencias”.

“Creo que la pandemia nos llevó a todos a replantearnos muchísimas cosas y aceleró un montón de procesos que eran inevitables. Este formato televisivo de batalla en algún momento iba a llegar. Que seamos capaces de adaptarnos tan rápido a pesar de las adversidades es una característica de la cultura hip-hop que nos ha jugado a favor. Y tengo fe de que esta nueva etapa, con batallas sin público y televisadas, va a ser un nuevo aporte al crecimiento de esta cultura, para abarcar público más amplio y profesionalizar la disciplina”, reflexiona SEO2, rapero que hace de host este año en la edición chilena. Todos los enfrentamientos de FMS pueden verse en vivo por el canal de Youtube de Urban Roosters.

Pero la FMS no es el único circuito dedicado al freestyle. El 21 de noviembre se realizará la final nacional de la Red Bull Batalla de Gallos 2020 en Argentina. A este encuentro llegan 16 competidores, 13 seleccionados por una convocatoria virtual que se realizó a fines de mayo. Este año tomó particular notoriedad porque muchos freestylers retirados del circuito de competencias, como Papo, Acru y Tata, decidieron volver a competir, probablemente impulsados por la falta de tours y presentaciones musicales. Los tres mejores del año pasado clasifican automáticamente pero Trueno, campeón 2019, dejó su puesto vacante.

MKS en acción.

El ganador de la final nacional pasará a la competencia internacional contra los campeones de otros 10 países y los tres mejores del año pasado. En el año 2018, Wos, un freestyler argentino, se coronó campeón mundial de la Batalla de Gallos. Él y Trueno son hasta ahora los únicos dos argentinos que llegaron a este punto. Posteriormente ambos decidieron retirarse de las competencias y dedicarse a la música.

Antes de que FMS y Red Bull profesionalizaran las competencias en el país, los raperos se juntaban en el Parque Rivadavia, en la zona de Caballito. Allí nació El Quinto Escalón. Si bien comenzó como una competencia de plaza, su éxito llevó a que en el 2017 se hiciera la final de este torneo en el Estado Malvinas Argentinas, con casi diez mil personas presentes. En este circuito nacieron grandes artistas actuales como Duki, Paulo Londra y Wos.

El público ha estado presente en cada uno de los pasos del Freestyle en Argentina y este año sigue acompañando virtualmente. Quedó demostrado en los streamings y la actividad en redes sociales. El período de inactividad llevó a los artistas del género a probar nuevas plataformas para contactar con sus seguidores y ellos respondieron gratamente. Los reyes de la improvisación probaron que saben adaptarse a las adversidades: “Demuestra que podemos estar vivos como freestyle”, concluye Jokker, otro competidor chileno.

La crisis impacta fuerte en las revistas culturales

La crisis impacta fuerte en las revistas culturales

La situación actual de las revistas culturales independientes de todo el país es grave y los impactos negativos de la pandemia profundizaron la crisis. Según relevó la Asociación de Revistas Culturales e Independientes de Argentina (AReCIA), apenas el 16% de las revistas que debían salir durante abril y mayo se publicaron en papel. Disminuyeron los ingresos por publicidad y algunas publicaciones redujeron su tirada o cantidad de páginas. Alertan sobre la suspensión de pagos a colaboradores, servicios y alquileres y abundan los pedidos de subsidios y donaciones.

En mayo, AReCIA realizó una encuesta y el aumento de los costos de impresión aparece como el principal problema. El 88,6% de los editores informó que desde noviembre de 2019 sufrieron incrementos. En cinco meses, el promedio de los aumentos registrados es del 33,5% y está por encima del aumento del dólar y de la inflación.

AReCIA es una asociación civil sin fines de lucro con base en Ciudad de Buenos Aires que nuclea más de cien revistas culturales independientes autogestivas de todo el país. Mariane Pécora, integrante de AReCIA y editora del Periódico VAS, comentó que todas las revistas tienen algo en común y es “la falta de políticas públicas para el sector” y agregó: “Conformamos AReCIA con la finalidad de promover políticas públicas de fomento para la producción periodística y editorial autogestiva, la historia de nuestro país está signada por el devenir de las revistas culturales. Promovemos la defensa de un sector que genera más de mil fuentes laborales y la mayoría de las personas que trabajan en las revistas son mujeres”.

Colectivo Al Margen es una organización social que promueve la inclusión y la cultura del trabajo en Bariloche. Desde hace 16 años, su equipo de comunicación popular autogestiva compuesto por la Revista Al Margen, un programa de radio semanal y una página web visibiliza la agenda de la región. Mariela Martínez, integrante de la institución, contó  que actualmente la revista no está saliendo a la calle porque “la situación de cuarentena no permite venderla y ni pagar la impresión. El primer y único número que sacamos este año fue digital, no obtuvimos ingresos económicos por ese número”.

En cuanto a la organización de la revista, Martínez agregó que “el trabajo de autogestión es el más arduo, lleva mucho tiempo estar atentos y atentas a dónde se puede buscar ingresos, pero es también lo que asegura la independencia del medio en cuanto a lo que publica y a poder seguir creciendo”.

Dentro del ámbito de la autogestión, las revistas de AReCIA fueron de las pocas que accedieron a un porcentaje mínimo de publicidad oficial durante el macrismo, que luego sería devorado por la inflación e interrumpida (sin retorno) con la excusa de la veda electoral. En la actualidad, las autoridades nacionales mantienen un diálogo abierto con el sector pero no renovó el convenio fijado en 2013 que otorga a las revistas culturales una pauta compensatoria en detrimento de los beneficios que reciben las corporaciones mediáticas. Al día de hoy, sólo 18 revistas reciben pauta oficial.

El 88,6% de los editores informó que desde noviembre de 2019 sufrieron incrementos de costos.

Revista Link!, de Tucumán, también  vive un momento duro: “La situación es la que compartimos con la mayoría de las publicaciones del país. El fuerte ajuste desde hace cinco años nos ha obligado a achicarnos, a pagar menos colaboradores y por esas mismas razones no pudimos continuar la edición en papel. A lo largo del tiempo recibimos pauta del gobierno nacional, provincial y municipal pero siempre en forma discontinua”, contó Adriana Gil, editora de la revista que aborda temáticas vinculadas a los impactos del neoliberalismo en la región.

En 2013, AReCIA impulsó un proyecto de Ley de Fomento a las Revistas Culturales Independientes y Autogestivas: “Esta ley, además de saldar una vieja deuda de la democracia con el periodismo cultural independiente al reconocer nuestro  trabajo, proponía la creación de un registro de publicaciones, un fondo para la producción independiente, concursos de estímulo, líneas de crédito accesibles”, comentó Pécora. La iniciativa ingresó al Congreso en 2013 y 2015 pero nunca fue tratada.  

“La Ley de Fomento sería una herramienta de gran ayuda para balancear el escenario de las revistas culturales en el país. Hablo de escenario y no de mercado que es el que está restringido para nuestras publicaciones y que se encuentra absorbido casi en su totalidad por el predominio de los grandes medios comerciales. Venimos en franco retroceso”, afirmó Gil.

Femiñetas es un periódico impreso ilustrado y en viñetas, feminista y  transoceánico, con un pie en Rosario, Santa Fe, y otro en España. Lleva casi dos años y siete ediciones, ilustradoras de Argentina, Méjico, Colombia, Brasil y 190 colaboraciones: “Somos un medio interdependiente, como decimos. No somos individuales sino colectivas. La situación de Femiñetas actual no es la que deseábamos, el contexto económico no ayuda, estamos pagando todavía las últimas cuotas de imprenta de la edición N°7”, comentó la rosarina Flor Coll, su directora.

Destacó, además, el rol fundamental que juega el Nodo Rosario de AReCIA y afirmó que “es necesaria una verdadera protección estatal al sector.  Coll completó “Es sumamente importante la posibilidad de seguir planteándonos desafíos en la narrativa, en el lenguaje y en la producción de sentido. Porque en definitiva lo que buscamos desde nuestros medios, desde nuestras miradas tan diversas, es la disputa del sentido”.

Malas Artes , en tanto, es la primera revista autogestiva de arte de la ciudad de Tandil. Este año tendrá una sola edición, redujeron su tamaño y modificaron la impresión: “Nos financiamos con nuestro dinero y contamos con algunas empresas privadas y universidades públicas que bancan el costo de impresión. Dependiendo mucho de los auspicios con los que contamos va variando el aspecto de la revista”, relató Dolores Tuculet, directora de Malas Artes. Sobre los valores que impulsan la edición sostuvo que “hacer una revista impresa es más bien revolucionario. La información virtual es espontánea e instantánea. Una revista la tenés toda tu vida, la agarras en cualquier año y representa una época, representa un momento. Es revalorizar el papel y ampliar el acceso a la cultura”.

Desde 2012, AReCIA realiza un censo anual entre sus asociados: “Año a año, el Informe es una radiografía de un sector dinámico que tiene un largo recorrido, que trata una gran diversidad de temáticas y cuya frágil situación económica advierte la necesidad de políticas que fomenten el pluralismo informativo. Sea el añorado proyecto de Ley para las Revistas Culturales, o propuestas multisectoriales como la «Iniciativa para el Fomento de la Pluralidad y Diversidad Informativas», la acción es urgente. Antes de que sea muy tarde”, afirmó Pécora.

El milagro para los músicos socialmente distanciados

El milagro para los músicos socialmente distanciados

Las plataformas de videoconferencia como Zoom, Jitsi o Skype son útiles para charlar, pero es imposible sincronizar con otra persona para hacer música. El principal problema es la latencia, el tiempo que va entre la salida del mensaje y su llegada.

“Lo malo es el exceso de latencia. Cuando hay más de medio segundo, ya se hace imposible tocar”, afirma Diego Romero Mascaró, investigador en Desarrollos Digitales Aplicados al Arte, y agrega: “Lo que logramos con Sagora es que esa información se traslade en menos de 30, 35 milisegundos, lo que nos posibilita tocar a tempo. Estarías sintiendo la misma latencia que existe en el mundo físico cuando uno toca con un músico que está a diez metros de distancia. Nos propusimos crear una solución práctica, rápida y sencilla para los estudiantes y el sector de la música, que allá en marzo ya se veía que iba a estar parado un buen rato”.

Romero Mascaró, uno de los líderes del proyecto Sagora, cuenta que ya existían algunos software similares, pero no lograban resolver la cuestión, eran pagos o complicados de usar. Además, ninguno permitía tener una sala de ensayo propia. Por otro lado, la mayoría de estos programas fueron construidos para una situación tecnológica distinta a la que existe en el hemisferio sur, donde hay poca capacidad de acceso a herramientas más avanzadas.

“Por ejemplo, utilizábamos un software que se llama JackTrip, que fue desarrollado en Standford, California. Pero usarlo acá resulta difícil, porque es muy dependiente del mundo Macintosh, de Apple. Para nosotros, esto no era una solución, porque el 80 por ciento de los argentinos que descargaron la aplicación utilizan Windows. No tiene nada que ver una realidad con la otra”, explica el desarrollador.

La experiencia del usuario también es una problemática común y eso fue algo a lo que el equipo prestó especial atención. La propuesta debía ser atractiva y sencilla: “Ahí es donde dimos en la tecla, porque los programas están para ser usados. Jamulus es gratuito, sin embargo, acá se descarga mucho más Sagora porque es más sencillo e intuitivo”, cuenta Romero Mascaró, quien además es docente y director de la Escuela Nacional de Artes de la UNQ. Sagora es un proyecto de software libre: toma aplicaciones ya desarrolladas y compartidas con la comunidad y las combina para nuevos objetivos.

Para usar Sagora no se necesitan placas de sonido ni micrófonos externos, aunque cuanto mejores sean los equipos, mejor será la calidad de sonido que podrá transmitir. Otro beneficio son sus bajos requerimientos para operar: apenas un gigabyte de memoria RAM, 70 megabytes de memoria en el disco rígido, sistema operativo desde Windows 7 en adelante, aunque también funciona con OS X 10.10 o superior, e incluso GNU-Linux.  El equipo probó, con éxito, el funcionamiento del programa con las netbooks de Conectar Igualdad, para asegurarse de que fuera un software realmente inclusivo.

“Nos propusimos que cada avance que se haga tenga en consideración involucrar más gente y no menos. Por eso también tenemos en cartera hacer Sagora para dispositivos móviles y como aplicación web, porque hay mucha gente que directamente no tiene computadora y quiere usar el programa”, comenta Romero Mascaró.

Sagora es un proyecto típico de la lógica del software libre: una comunidad encuentra una necesidad y toma software libre ya desarrollado para generar un nuevo producto. Todos colaboran y, si alguien quiere, puede también desarrollar su propia versión modificando el código. Si bien los tres miembros del equipo trabajan en la UNQ, desarrollaron esto en su tiempo libre, y lo abrieron a la comunidad para recibir comentarios y aportes.

“Es difícil conseguir el financiamiento ahora y, al mismo tiempo, es ahora el momento en el cual más lo necesitamos. Nuestros beta-testers son nuestros usuarios, por suerte tenemos una linda comunidad en las redes que no baja de las dos mil personas en cada una de las grandes plataformas. Es gente activa que todo el día postea cosas de Sagora y se ayuda entre sí; nos proponen ‘por ahí podrían hacer esto’, ‘o esto otro’, ‘acá estaría bueno tal cosa’. Y, de hecho, mucha gente se está acercando para sumar al proyecto de forma voluntaria”, subraya Romero Mascaró.

Otro problema que tuvieron que resolver a medida que las descargas fueron aumentando fue que cualquier persona que usara Sagora, “rebotaría” contra el servidor de la UNQ, esté donde esté. Por lo tanto, los usuarios de Israel, por ejemplo (donde ya cuentan con más de 300 descargas), tendrían una latencia innecesaria por el tiempo que lleve trasladar el sonido de allí a Quilmes y de vuelta a su lugar de origen. Con ayuda de las donaciones que ahora pueden recibir desde su sitio web, el 29 de agosto liberaron su última versión y lograron establecer servidores en distintos puntos del mundo, reduciendo este problema. También retocaron la interfaz para hacerla más interactiva y añadieron la capacidad de grabar los distintos canales de lo que suene en las sesiones, para tener la posibilidad de crear maquetas en base a lo que se ensaye o toque.

“Los músicos necesitamos ese contacto”

Agustina Tolosa, estudiante de la Escuela Universitaria de Artes de Quilmes y alumna de Romero Mascaró, cuenta que cuando se anotó en la materia Taller de Improvisación, tenía la esperanza de cursar una materia práctica, donde poder relajarse y tocar con sus compañeros. Sin embargo, con la pandemia los docentes tuvieron que improvisar para dar esa materia en modalidad online y fue ese uno de los detonantes para que Romero Mascaró y su equipo desarrollaran Sagora.

“Empezamos a hacer juntadas online, probando el software y terminó sirviendo muchísimo. No podría pedirle más al profesor. Prácticamente desarrolló un software para la materia. Para el músico eliminar la latencia siempre fue una lucha constante y así lo logramos. Ahora los pasillos de la universidad son los grupos de WhatsApp, pero los músicos necesitamos ese contacto. Ese intercambio para crecer es fundamental. Sagora vino a ser eso para nosotros”, remarca la estudiante.

Adolfo Álvarez Villeda, guitarrista y líder de la banda mexicana Awful Traffic, conoció el software a través de una amiga argentina. “Se me hizo increíble que el programa fuera tan fluido y sin lag. Sin duda, soluciona un gran problema en tiempos de pandemia. La instalación es fácil y funciona muy bien, aunque creo que la interfaz podría mejorar y ser más intuitiva; tal vez debería tener más tutoriales para aquellos que no saben usarlo bien”, opina.

A veces, la necesidad de crear un espacio común para continuar con los ensayos impacta contra las limitaciones particulares de cada región. El contrabajista y miembro del Gustavo Orihuela Quartet, Randolph Ríos, cuenta su experiencia desde Bolivia: “Hasta ahora no tenemos una buena señal de Internet, veloz y estable. Yo tengo 40 megas y es bastante alto comparado con los demás, el estándar es diez o quince. Por eso no tuve ningún problema. Pero me di cuenta que la latencia afecta un poco de acuerdo a las distancias. Cuando estás acá en La Paz es bastante estable, pero yendo más hacia Sucre había diferencia”.

Con los aeropuertos y rutas cerrados, el contacto a través de Sagora se volvió imprescindible: “Necesitábamos ensayar porque queríamos estar vigentes. Íbamos grabando videos pero queríamos hacer nuevas cosas y no estar tocando lo de siempre. Entonces estuve averiguando por las redes y encontré con Sagora”, cuenta.

Ríos es también integrante y director invitado de la Orquesta Sinfónica Nacional de Bolivia. Tras los primeros meses de aislamiento, señala, intentaron retomar los ensayos por plataformas de videoconferencia, aunque los resultados no fueron los esperados: “La forma de trabajo en Zoom es solamente visual, porque el audio es horrible. Como debe estar pensado para la voz humana, los timbres distintos a ésta se cortan. Y para mí ha sido un problema especialmente por ser contrabajista, porque los graves que capta un celular o una computadora son bloqueados por el algoritmo de Zoom y no se escuchaba nada. Todo eso ha sido resuelto con Sagora”.

Según Ríos, el programa aún tiene camino por recorrer antes de ser completamente útil a los requerimientos de una orquesta de esta magnitud: “Como era difícil hacer ensayos presenciales, se organizaron pequeños ensambles de cuerdas, vientos y demás. Cuando descubrí que Sagora funcionaba bien con mi cuarteto de jazz, propuse esta solución para la orquesta. Así, me ha parecido bastante estable con ensambles pequeños de entre dos y cuatro músicos. Cuantas más personas entran en la sala, mayor es la latencia. Volvimos a los ensayos, pero aún no podemos tocar todos a la vez, como se debería. Solamente por secciones, donde cada uno toca una parte”. Ríos adoptó esta forma de trabajo para los ensayos con el Coro Impera, que también dirige. Allí, a pesar de no poder trabajar con la totalidad de los coreutas, asegura que “Sagora ha sido muy beneficioso para conectarnos con los guías y trabajar cuestiones de afinación”.

Desde Río Tercero, la pianista Silvia Angles afirma que las nuevas funciones del programa mejoran considerablemente la experiencia del usuario: “Con un colega trompetista de Córdoba capital nos hemos grabado, y la calidad es excelente, te lo baja en distintas pistas, se puede editar, es fantástico”. Ella utiliza Sagora principalmente para realizar sesiones de improvisación libre.

La pianista, integrante de NoN Ensamble, de la Universidad Provincial de Córdoba (UPC), detalla cómo fue el camino previo a encontrarse con Sagora: “Estábamos todos desesperados. Hicimos el intento por Zoom… mirá qué ingenuos fuimos. Al principio estábamos chochos porque nos veíamos y luego caímos en la cuenta que cuando uno tocaba callaba al otro instrumento. Después me pasaron otro programa diseñado para ensayar, uno extranjero, que no funcionó. Luego, la persona que está a cargo del área de Música de la UPC hizo una conexión con la gente de Sagora, explicando cómo funcionaba la aplicación. Y desde ahí los sigo en redes y estoy atenta a cada cambio, cada progreso”. De esta forma, destaca la importancia del vínculo entre universidades, algo que también se expresa en la posibilidad a futuro de poner servidores en distintos lugares del país.

Asimismo, Angles señala las dificultades que aún se experimentan al aumentar la cantidad de usuarios: “Hemos intentado con el resto del grupo: somos siete en total. Ahí ya estuvo complicado. Cuatro nos habíamos enganchado en una sala, y hubo mucha interferencia, y algo de latencia”. Sin embargo, admite que pudo deberse a la gran cantidad de salas abiertas, y la conectividad de algunos miembros que viven en las sierras, donde la señal es más inestable.

Nadie sabe cómo será la nueva normalidad. Pero, aunque vuelvan a habilitarse los ensayos presenciales, para Silvia estos desarrollos han llegado para quedarse: “Lo que hizo esto fue acelerar procesos que ya venían, era algo inevitable. Nosotros vivimos en lugares distintos, y realmente juntarnos para ensayar era una logística enorme. Casi que nos juntábamos nada más para tocar en público. Y Sagora facilita mucho. Por supuesto que no reemplaza al ensayo presencial, pero ayuda”.

Romero Mascaró comenta que si bien fueron ambiciosos con las posibilidades y el impacto que podría llegar a generar el proyecto, jamás pensaron que las descargas podrían ser tantas y, sobre todo, de lugares tan diversos y lejanos alrededor del mundo. Sin embargo, considera que aún no han llegado a su techo de éxito, debido a que frecuentemente mucha gente le escribe diciendo que recién se entera de la existencia del software.

“Eso obviamente tiene que ver con que no hay dinero puesto en prensa ni marketing, es todo boca en boca. La única nota que salió fue de Página/12. Ese día solamente tuvimos 12.000 descargas, imaginate si hubiésemos tenido más visibilidad mediática. Por otro lado, jamás nos imaginamos que íbamos a tener descargas en Emiratos Árabes, en Yemen, China, Japón… No sé realmente cómo llegó Sagora ahí. Y sin embargo se lo sigue descargando; evidentemente es algo que se está necesitando y parece que no hay otra herramienta que lo haya solucionado antes. Por eso tenemos todavía la expectativa y las ganas de seguir trabajando, porque vemos que un producto de la universidad pública argentina puede realmente dar la vuelta al mundo, no solamente en cantidad de países, sino también en cantidad de descargas. Superar el millón de descargas es mi sueño ahora”, concluye, orgulloso, el creador.

«Las ideas de otros repercuten en mí»

«Las ideas de otros repercuten en mí»

Nacido en el barrio de Flores en 1958, al catalogado “no músico” Daniel Melero le corresponde un lugar muy significativo dentro de la historia de la música argentina. Fundador del primer grupo techno del país, Los Encargados, compositor y notable productor de discos, cuesta ubicarlo en un solo rol.  

En medio de la pandemia lanzó La Ruta del Opio, junto a Diego Tuñón, tecladista de Babasónicos y fue editado por Bultaco Discos, el sello discográfico creado por esa banda.

Melero habla sobre su nuevo lanzamiento, su trayectoria, su trabajo con Gustavo Cerati y el efecto que está produciendo la cuarentena en el sector cultural.

¿Cómo fue el proceso del nuevo disco y trabajar con Tuñón?

Fue un proceso larguísimo. Me sorprende que hayamos podido sostenerlo: durante 6 años estuvimos desarrollándolo. Tal vez el andamiaje está construido, está fundado en nuestra relación personal de tantos años, de tanta música que escuchamos juntos. Creo que por eso uno puede seguir elaborando cosas. Más algo que en un comienzo hacíamos sin la necesidad de pensar que iba a ser editado necesariamente, sino que era más por la misma experiencia de hacer música juntos, de vuelta.

¿Cómo trabajó los sonidos del álbum? Principalmente el tema “Tres Mujeres”…

El tema “Tres Mujeres” es de un video que una vez me mandó de su casa Diego Tuñón. El sonido que tiene, si uno pretende hacerlo o lograrlo en un estudio, sería imposible. Por el efecto de la grabación, tenía esa cosa de maquinola que parece casi como un piano moviéndose como con engranaje y, después, superponiéndose consigo mismo.

¿Cómo lo caracterizarías al nuevo disco?

Por empezar, no lo denominaría de “ambient” como uno mismo a veces lo hace. Yo creo que es un disco que invita a escuchar. Invita a crear un espacio musical de verdad para quien lo percibe.

Más allá de que se relanzó Travesti, por el 25° aniversario, ¿por qué se decidió lanzarlo en el soporte vinilo?

 En ese álbum, el soporte que faltaba era justamente el vinilo. Aparte es una elaboración que sobre todo fue de Rodrigo, mi manager, en el sentido de la oportunidad interesante que planteaba ese disco de volver a ser visto y a mí me parece que fue muy curioso ver como ese disquito, pequeño, olvidado, se exhibió ahora como un pequeño clásico.

La Ruta del opio, además de lanzarse en formato digital, también fue en vinilo.

La Ruta del opio está también en vinilo y, además, es muy bello ver también la tapa en tamaño grande. El arte de Gabriel Rud es realmente notable. También la tapa juega un rol importante en la aceptación de la música que uno tiene al escucharla, y es curioso eso, aún en digital mucha gente me señala qué potencia tiene esa imagen.

Teniendo en cuenta tu trabajo con otros artistas como Tuñón o Gustavo Cerati, en el caso de Colores Santos, ¿cómo es ese proceso de producción?

Colores Santos fue un disco muy lúdico. En gran medida tuve la suerte de ser colaborador de “Canción Animal” más o menos para esa época y luego también Gustavo vino y con Diego,  que era un chico muy joven, fuimos a Los Ángeles en donde grabamos los tres un disco mío que se llama Cámara. Y ahí ya también teníamos más claro que era inevitable que íbamos a seguir jugando a la música. Yo siempre digo que me encanta la ventaja que tiene el lenguaje, en vez de tocar música, estar jugando la música, “play music”. Fue realmente muy lúdico. Con los años, he desarrollado la colaboración como una forma de arte y me parece que es también la co-elaboración lo que existe en este tipo de proyectos. Me ha pasado ya con muchos otros artistas y también es muy grato esto. Supuestamente un solista parece ser un aparato autónomo, que es su propio jefe y da instrucciones. Pero como solista, yo puedo estar definido, en gran medida, por mis colaboraciones. Lo interesante de todas estas cosas es que uno tiene que salir cambiado de cada experiencia y eso me parece que es indiscutible. Me paso a mí y le pasó a Gustavo y ahora estoy cambiado por mi experiencia con Diego también.

¿Qué lugar ocupa en tu historia Los Encargados, tu primera banda?

Tal vez Los Encargados se parecía más a un proyecto solista a pesar de tener nombre de banda,  aunque creo que la formación que consolidó el único álbum editado era verdaderamente muy potente. Hemos dado muy buenos shows, no tocábamos muy seguido, era también una banda muy pequeñita pero también con el tiempo se produjo un efecto de lupa sobre aquello que hicimos y tuvo una cierta repercusión. Pero afortunadamente no se trató de construir una carrera y entrar en la gran farsa del negocio del rock.

Al escuchar el tema “Expreso Moreno” me intrigó saber cómo surgió o qué es lo que se registra al momento de escribir …

 El tren es algo que usé mucho, decidí hacer el recorrido de la línea saliendo desde Once. Hice ese recorrido que conocía prácticamente de memoria. Recuerdo que en Merlo había una casa cuyo tanque de agua se veía desde la estación. Era como un mate gigante con bombilla y todo. Cuando años después hice ese recorrido pensando en hacer esa canción alrededor de eso, fue muy duro. La bombilla de ese mate estaba quebrada y el mate estaba totalmente desvencijado y vi una cantidad de edificaciones que nunca fueron terminadas a las que ya les crecían arboles encima. Ese paisaje me hizo pensar que se veían ruinas de ensueño todo el tiempo, cosas que estaban ahí, que habían quedado en una postergación infinita, y ahora casi eran devoradas por un paisaje que simula ser natural pero que no lo es.

¿Qué influencias musicales tenés al momento de componer canciones?

No hay nada que yo haya hecho que no esté inspirado en cosas que hizo otro. Son las ideas de otros que repercuten en mí. La mayoría de las veces no tiene ninguna similitud a eso que las disparo y sí, hay música que sigo escuchando de cuando era joven y también hay mucha música nueva que escucho actualmente y se me sigue agregando cosas a mis clásicos personales.

¿Qué grupos o músicos actuales escuchás?

Me gusta mucho a mí un músico que se llama Kevin Martin, es una música que tiene discos en colaboración, me parece notable. Me gusta mucho Kiki Hitomi, cantante y tecladista. Ariel Pink siempre está presente. Y yendo para atrás, Bowie, Beatles, Zeno. Y el rock nacional de fines de los ‘60 y comienzo de los ’70 que como niño lo pude vivir yendo a recitales. Pude ver en vivo a Almendra, Los Gatos al primer Vox Dei…

¿Qué opinás del documental Retrato incompleto de la canción infinita, que detalla tu trayectoria y está dirigido por Roly Rauwolf?

Justamente es un documental incompleto.

¿En qué sentido?

La intención es que alguna vez llegue a ser más completo. Estoy muy agradecido a Roly,  el director, es una persona encantadora. Pero por lo que veo ha caído de una manera muy interesante.

¿Cómo te está tratando la cuarentena?

Para mí es verdaderamente muy triste no tener contacto con personas, sobre todo en los últimos años con las que estaba habituado a juntarme a hacer música, asistir al estudio de grabación. Yo extraño mucho el contagio que recibo de otros en la interacción y la interacción para mí a distancia, no representa lo mismo. Empezamos todos a ser un universo de cabezas parlantes y no ves las reacciones físicas. Es muy contraproducente para mi forma de ser, pero al margen de eso respeto la cuarentena.

¿Esta situación va a tener un impacto en la producción artística?

 

Sí, ya lo tiene, es innegable. Además, el impacto psicológico desde el punto de vista de las relaciones humanas y el efecto que el distanciamiento produce. Ahora seríamos como avatares.

 ¿Y cómo creés que seguirán los shows en vivo después de esta pandemia?

Algo que parecía natural te puede generar hasta fobia. Yo hace meses que no salgo más de 500 metros de mi casa, como una prisión domiciliaria donde salgo a hacer lo mínimo y todo se ha transformado en un protocolo. Verdaderamente yo pensé que no me iba a tocar a mí, a mi generación,  ser parte de algo que estaba en el imaginario de la monstruosa ciencia ficción. De repente llegó como un tsunami y creo que ha arrasado a todas las actividades culturales. Para mí lo que va a haber o ya hay, una “nueva anormalidad” no una “nueva normalidad”. Yo no la acepto como normalidad, la considero anormal.

¿Qué recuerdo te queda de Rosario Bléfari y el grupo Suárez? Vos fuiste parte de la producción de los discos de la banda?

Una gema pequeña que se agiganta en su ausencia, pero una gema y aparte una persona que vivió en el arte y muy buena persona. Era una persona muy digna.

La resurrección indígena en el cine

La resurrección indígena en el cine

La directora y guionista argentina Laura Casabé, quien lleva más de diez años incursionando en cine en los géneros de la fantasía y el terror, en octubre estrenará su más reciente trabajo: Los que vuelven.

Ambientada a principios del siglo XX, pero con un enfoque actual, la película propone una relectura sobre la estigmatización de las comunidades indígenas marginadas. Narra la historia de Julia (María Soldi), esposa de un terrateniente yerbatero de Misiones, que pierde a su bebé recién nacido y le pide a su criada guaraní (Lali González) que lo devuelva a la vida convocando los poderes de Iguazú. El niño resucita, pero también lo hacen los miembros de la comunidad con el fin de reapropiarse de las tierras que el hombre blanco les ha quitado.

La vigencia del conflicto en la actualidad inspiró a la directora a trabajar en este largometraje y a resignificar los conceptos de barbarie y salvajismo con los que se asocia al indígena. Obras como La vuelta del malón de Ángel Della Valle continúan expuestos en el Museo Nacional de Bellas Artes como grandes obras nacionales, siendo -según Casabé- una propaganda de guerra contra el indio. “Este cuadro es una suerte de maquinaria simbólica muy fuerte que estableció la idiosincrasia nacional. Propone al indio, al ‘malón’, como un animal salvaje que viene a quitarnos a nosotros, los hombres blancos, la propiedad privada que paradójicamente les quitamos nosotros a ellos. Es la grieta histórica en el planteo de civilización o barbarie que recorre la historia nacional y latinoamericana. Desde ese momento hasta ahora no ha cambiado sino que se invisibilizó aún más”, aseguró la directora en diálogo con ANCCOM.

Paula Casabé está elaborando un nuevo proyecto cinematográfico de terror basado en las obras de Mariana Enríquez.

La figura del indio “bárbaro”, “salvaje” y “demonizado” es moneda corriente en la historia del cine, pero la película adopta ese estereotipo para cuestionarlo. “Los que vuelven no son agresivos sino inquietantes, personajes que empiezan a apropiarse de aquello que les perteneció”, señaló Casabé. Fue un trabajo que requirió de mucha investigación, concientización y, principalmente, reconceptualización. “En la primera versión del guión había un saqueo de los indios a la casa y el secuestro de la mujer del terrateniente. Pero a partir de la conversación con la gente de la comunidad nos dimos cuenta que estábamos reflejando el mismo relato del cuadro (La vuelta del Malón). Lo tenemos tan impregnado que, a pesar de querer alejarnos de él, se cuela igual”, explicó. Para evitar caer en material histórico hegemónico el equipo de producción trabajó con historiadores especializados, dialogó con la comunidad misma, conformó un elenco integrado por sus miembros y tomó algunas licencias creativas.

Los desafíos también se presentaron durante el rodaje, empezando por la fuerte devaluación económica que se produjo en 2018, cuando en octubre de ese año tenían planeado el viaje del equipo a Misiones para realizar el rodaje. Una película que, inicialmente, estaba programada para seis semanas de filmación, tuvo que reducirse a cuatro, debió limitar el uso de efectos especiales y aplicar otras tantas medidas de recorte. Por otra parte, “trabajar con chicos de las comunidades marginales también fue un acto de fe, porque no teníamos manera de comunicarnos con ellos sino con el cacique. Solo nos quedaba confiar en que les pasara la información a los actores y que ellos lleguen a horario, o siquiera que lleguen”, sostuvo la directora.

Con un presupuesto limitado y una confianza a ciegas, la apuesta a filmar en la selva misionera se duplicó. “Como estábamos en temporada de lluvias y era un clima tropical, el plan de rodaje era indomable y debíamos recalcularlo todos los días. El barro rojo era muy resbaladizo y provocaba que los camiones se trabaran, la movilidad era un circo total, la luz cambiaba todo el tiempo y, para colmo, tuvimos que bajar sesenta metros del Salto de Iguazú con una actriz enferma y otra embarazada”, recordó Casabé aunque admitió que la experiencia fue difícil, pero espectacular, y aseguró que volvería a trabajar en en el mismo lugar: “Tengo ese delirio místico de que la naturaleza nos castigó, nos puso en situaciones muy extremas, pero finalmente nos permitió filmar en muy poco tiempo porque coincidía ideológicamente con nosotros”, reflexionó.

La película cuestiona el estereotipo del indicio como un salvaje o un bárbaro demonizado.

La película participó en el Festival de Cine de Mar del Plata 2019 y tenía programado su estreno nacional el pasado abril, pero la pandemia por el Covid-19 lo impidió. La solución fue la transmisión virtual y, lo que en un principio significó una oportunidad perdida para compartir el trabajo en compañía de la audiencia, pronto se transformó, para Casabé, en una nueva oportunidad para el cine nacional: “Se obtuvo muchísimo más alcance que lo que se hubiera conseguido en pantalla grande. Antes, era difícil tener una cantidad de salas disponibles y, si accedías a ellas, nunca tenías presupuesto suficiente para su promoción. Pero ahora las producciones nacionales están teniendo mucho público porque se estrenan en la web y se federalizan”. La directora ejemplificó con El acecho, una película dirigida por Francisco D’Eufemia y estrenada el pasado 6 de agosto por la plataforma de streaming Cine.ar con más de 40 mil espectadores diarios, un alcance exorbitante para el cine independiente argentino.

El cine nacional apuesta cada vez más a géneros que antes se asociaban casi exclusivamente a la producción anglosajona. Para Casabé: “El cine nacional, en este momento, es muy heterogéneo. Hay de todo. Hubo un crecimiento del género fantástico, que antes se mantenía en los márgenes. Y viene acompañado de los estrenos virtuales, el mayor acceso del público y su formato gratuito”. La directora ya tiene un recorrido explorando este género con películas como El hada buena: una fábula peronista (2010) y La valija de Benavídez (2016).

Actualmente, Casabé está elaborando un nuevo proyecto cinematográfico de terror basado en las obras de Mariana Enríquez, con una fuerte apuesta a la crítica política y social. Mientras tanto, se podrá disfrutar del estreno de Los que vuelven el jueves 1° y el sábado 3 de octubre en Cine.ar TV y en el Autocine al río en San Isidro el domingo 4.

El covid 19 profundiza la crisis de los centros culturales

El covid 19 profundiza la crisis de los centros culturales

Salón Pueyrredón.

La llegada del Covid-19 a Argentina,  casi como si fuera un tsunami, arrasa con todo. En el caso de los boliches y bares de AMBA, con el paso de los días la situación se agrava porque el hecho de no poder abrir sus puertas convierte a los locales nocturnos en un proyecto no sustentable. Una situación que golpea a todos por igual, desde pequeños centros culturales hasta bares rockeros tradicionales y muy reconocidos. Ante el futuro incierto de la pandemia, a todos los amenaza el cierre como la salida final ante la imposibilidad de solventar el pago de los gastos fijos por la falta de ingresos.

Tal es el caso del Salón Pueyrredón (situado en Santa Fe 4560). La mítica sala punk rock existe desde 1997, y ha atravesado varias crisis, tal como cuenta uno de sus dueños, Horacio Batra Luna: “Corralito, Cromañón, y la del último gobierno macrista. Antes de la pandemia, ya veníamos de un verano de mierda, luego de cuatro años en donde fue bajando el consumo un 50% anual, más una inflación desbordada, entonces se fue haciendo insostenible la situación”.

Y a todo lo malo que ya venía sucediendo ahora se le suma la dura realidad del párate de la cuarentena, en donde se acumulan las deudas (alquiler, servicio eléctrico, gas…): “Estamos a la espera del apoyo de la Secretaria de Cultura de la Ciudad con los subsidios que están aprobados para pagar lo que ya debo y si alcanza seguir pagando a futuro algo para ir viendo. Si no fuese así ya tendría que haber cerrado. Es una lógica, no podés estar seis meses sin trabajar endeudándote para un futuro incierto”, explica Batra y continúa: “Si vos me preguntás que voy a hacer a futuro, no tengo idea. Porque esta es una situación que se vive semana a semana. Nadie puede programar nada a futuro, nadie sabe que va a pasar, cómo va a reaccionar la gente después de la cuarentena. Si va a salir a la calle, si se van a juntar, si van a tener plata. Hay miles de factores, como siempre marcados por la economía del país, y en este caso también por las medidas sanitarias.”

Horacio Batra, dueño de Salón Pueyrredón.

El Bar Rodney en el barrio Chacarita tiene mucha historia. Con más de 41 años a cuestas se ha convertido en un referente de la bohemia y la escena rock porteña. Ha albergado a bandas de rock, jazz, tango y reggae, también, actividades literarias y exposiciones. Sin embargo, estos pergaminos no le permitieron esquivar la crisis actual por la pandemia. El músico y productor Harry Igualador es la palabra autorizada a la hora de hablar del momento actual del bar ya que es el que está al frente del emprendimiento desde 2006: “Estamos piloteando la situación como podemos. La luz y el gas no los pago hace tiempo. Lo que nos permite sobrevivir es que, afortunadamente, el gobierno no autoriza el corte del suministro del servicio. Debo unos meses de alquiler pero las dueñas del lugar, que tienen empatía conmigo, me permiten no pagarlos hasta que pueda hacerlo. Logramos protocolos para transmitir por streaming y estamos con unos proyectos de hacer un montón de movidas artísticas. La gente nos apoya comprando una entrada muy económica. El músico se lleva una moneda, el resto se reparte entre la productora y nosotros. Esto nos ayuda a atravesar este momento para seguir vivos.”  

El Rodney, incluso, se adhirió al take away: “Yo también reparto. En un radio de 4 kilómetros, les llevo el pedido a los clientes con mi propio auto. Sin embargo, no llegamos ni al 20% de la facturación real. Claramente, estamos lejísimos de lo que necesitamos facturar. Veremos ahora que sacamos unas mesitas a la vereda”, comenta Igualador.

Durante el gobierno macrista el productor había vendido su vehículo particular para afrontar pagos: “Los aumentos de los servicios habían sido de 1.000% y no podía subir un 1.000% la cerveza que vendo”, agrega Harry.

En Martínez, zona norte del Gran Buenos Aires, se ubica el City Bar que funciona desde hace 23 años ofreciendo shows en vivo. Allí llegaron a tocar más de 20 bandas por fin de semana. Su dueño, Alejandro Polako Salvatore, plantea su delicada situación: “Lo único que espero es que aparezca la vacuna cuanto antes. Cuando empezó la cuarentena, tenía una plata ahorrada hasta fin de mes que ya usamos. Cuando vi que esto no funcionaba, mi suegro nos empezó a prestar dinero de su jubilación porque tenemos dos nenes chicos. Mi mujer, que es psicóloga, empezó a trabajar online pero no alcanzaba así que, también, vendí la camioneta Suran que tenía. Con eso pude comer y cancelar el colegio de los chicos hasta fin de año. Di de baja la obra social. Contacté a un amigo y me puse a vender pantuflas de Disney, y con eso estamos comiendo. Por suerte nos alcanza para pagar el gas y la luz pero nada más. La única ventaja que tengo es que el local es propio”.

No todos cuentan con el alivio de ser propietarios de su local, como en el caso del Bar Serse de Ramos Mejía, que funcionaba desde hace cuatro años y cerró porque no pudo aguantar tantos meses cerrados. Como cuenta Maximiliano Eliseiri, dueño del lugar: “Éramos un bar cultural. Teníamos una grilla de entre tres a cuatro bandas por día de jueves a domingo. Los domingos metíamos festivales desde temprano. Antes de la pandemia, iba a renovar el contrato por tres años más. Pero esto se estiró y el dueño del local me exigió el pago de los alquileres. Había una posibilidad de refinanciar los meses atrasados pero el día que abriéramos lo haríamos con una deuda de más de 200 mil pesos que no sé si iba a poder levantar. Por eso quedamos en una rescisión de común acuerdo. Acá en la zona ya cerraron sus puertas alrededor de diez locales, algunos con mucha antigüedad”.

Los centros culturales tampoco saldrán ilesos de esta crisis. Silvina Marcelino, una de las referentes principales de Casa Elefante, espacio cultural que está enfrente de la estación de Burzaco desde hace 5 años, señala: “Casa Elefante es un multiespacio donde se hacen muchísimas actividades de carácter más social y otras de contenido cultural. Veníamos trabajando con bandas los sábados a la noche, barra de bebidas y comidas. Generalmente se cobraba un bono contribución o algunas bandas iban a la visera”.

En la actualidad, el Centro Cultural forma parte de la Asamblea de Trabajadores de la Cultura Conurbano Sur que engloba a gestores culturales, músicos, camareros, personal de limpieza y mantenimiento, operadores, sonidistas, teatreros, profes, etc. Un amplio espacio que reúne a la mayoría de los trabajadores de la cultura que trabajan, generalmente, en negro, y que, en este contexto, tienen que generar otras formas de ingresos. Por otra parte los espacios culturales también se configuraron como escenario de ollas populares y de una red de sostenimiento alimentario para la comunidad artística. Esto se genera sin apoyo estatal, de manera autogestiva con la colaboración de vecinos y amigos.

En este punto, Marcelino es contundente: “Ahora estamos sobreviviendo pero si seguimos acumulando deudas no hay centro que aguante. Es una lucha diaria y los meses van pasando. Nosotras tenemos un tope de deudas y si llegamos a pasarlo quizás tendremos que pensar en cerrar. Estamos gestionando todo para no hacerlo pero es una posibilidad. No estamos exentos de eso”.

La complejidad del presente no necesariamente sea más que sencilla que la del futuro. Los efectos del Covid-19 sobrepasan la crisis sanitaria y se trasladan al tejido sociocultural de nuestro país. Dentro de este panorama, la pandemia ha dejado un tendal de crisis y problemas irresolutos para los bares y boliches, ni hablar de los centros culturales. El futuro es incierto y quedará saber cómo se reconstruyen todos ellos.