May 5, 2015 | inicio
Lo cuentan sus ex trabajadores. Puede observarse en las fotos que registra la Justicia cada vez que clausura uno de ellos. Los talleres textiles clandestinos son recintos polvorientos y asfixiantes. Antros ilegales en donde se amontonan máquinas ruidosas y trabajadores sometidos a jornadas inhumanas, en las cuales confeccionan prendas que luego serán exhibidas en vidrieras relucientes. Así lo refieren las denuncias, las investigaciones judiciales. Hay, sin embargo, otro aspecto de estas fábricas de trabajo semi esclavo que permanece, muchas veces, relegado detrás de tanto padecimiento: los talleres constituyen, también, núcleos vitales para la propagación de la tuberculosis. Allí la enfermedad, considerada la segunda causa mundial de mortalidad, después del sida, encuentra un ambiente propicio para su expansión. Alejados de los rayos solares, desprovistos de ventilación alguna y con empleados mal alimentados, los talleres se convierten en el hábitat ideal para la extensión de la tuberculosis. No es extraño entonces que los trabajadores de estas fábricas –ciudadanos bolivianos, en su mayoría- tengan una tasa elevada de la infección, y que la zona en donde los talleres se concentran –el sudoeste de la Ciudad, fundamentalmente- registre una incidencia de la enfermedad que está por encima del doble de la media nacional, similar a países africanos o asiáticos.
Alejandro Goldberg es investigador del Conicet y, desde el 2009, estudia la relación entre los inmigrantes bolivianos y la tuberculosis: “La alta incidencia de tuberculosis en los inmigrantes bolivianos está asociada a sus modos de inserción laboral en talleres textiles en donde son reducidos a la servidumbre”, dice en una entrevista a ANCCOM, el investigador, que se especializa en antropología médica y agrega que “la falta de luz solar, las malas condiciones higiénicas, la deficiente alimentación y la sobrecarga laboral, hacen que estos lugares sean un foco de contagio y transmisión de tuberculosis. A eso se le suma que estos trabajadores, por esa condiciones de semi esclavitud, no tienen la posibilidad de hacerse controles o de tener una atención médica”.

Hospital Muñiz
En 2013, Goldberg entrevistó a pacientes de nacionalidad boliviana, armó grupos focales con ex trabajadores de talleres textiles clandestinos, recorrió pabellones de hospitales, se contactó con asociaciones del colectivo boliviano y con organizaciones que luchan contra el trabajo esclavo. “A medida que avanzaba en la investigación iba analizando el itinerario migratorio y encontraba que los costureros eran traídos, fundamentalmente, por mecanismos de trata y tráfico de personas. A través de un anuncio en la radio, o la recomendación de algún vecino que les promete que ganarán en dólares, cruzan la frontera engañados y sin conocer el infierno que les espera”, dice Goldberg.
La tuberculosis es una enfermedad infecciosa, considerada como una de las más antiguas de la historia de la humanidad, que ataca, en general, a los pulmones, y cuya transmisión es por vía área. Cuando las personas infectadas estornudan, tosen o escupen, expulsan cientos de miles de bacterias, conocidas como bacilos de Koch, que, al ser inhaladas por una persona sana, pueden contagiarla.
La relación de la enfermedad y los talleres de costura clandestinos es, para el investigador del Conicet “un fenómeno que está invisibilizado”. Goldberg señala que “hay muchos intereses que están en este proceso que permiten que siga impune. Desde el Estado boliviano y argentino, la policía, los medios de comunicación, los oficiales de frontera, hasta las grandes marcas de indumentaria y la sociedad porteña, que construye una percepción social estigmatizante del inmigrante boliviano como alguien pobre y tuberculoso. Yo refuto en mis investigaciones ese estigma. Hay estudios de biología molecular del Instituto Malbran, que muestran que la mayoría de estos migrantes bolivianos que tienen tuberculosis, se contagiaron con una cepa del bacilo de Koch dominante en el área metropolitana la Ciudad de Buenos Aires y no del área andina. Es decir que, si bien hay un parte que ya tenía el bacilo, y que venía infectado sin desarrollar la enfermedad desde Bolivia, la mayoría de ellos se infectaron en la Ciudad, cuya tasa, en el suroeste de la ciudad, donde se concentra la mayoría de la población boliviana y donde se localizan los talleres clandestinos, es el doble o triple que la media de la ciudad, comparable con las tasas que se registran en Formosa y en países africanos o asiáticos, como Pakistán y la India”.

En el Hospital Muñiz se desarrolla el Programa de reconocimiento y ayuda a enfermos de Tuberculosis.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la tuberculosis es la segunda causa mundial de mortalidad, después del sida, causada por un agente infeccioso. En 2013, nueve millones de personas enfermaron de tuberculosis y un millón y medio murieron por esta enfermedad, informó la OMS. En la Ciudad de Buenos Aires, el año pasado se diagnosticaron unos 2.500 casos nuevos de tuberculosis, aseguró a esta agencia el doctor Antonio Sancineto, coordinador de la Red de Tuberculosis de la Ciudad, un programa dependiente del Ministerio de Salud porteño: “Más del 50 por ciento de esos casos nuevos son ciudadanos bolivianos”. Con respecto a la elevada tasa de infección registrada en la zona sur de la Ciudad, Sancineto señaló que “en el área programática del Hospital Piñero, se detectó el año pasado, una tasa de infección de 120 casos cada 100 mil habitantes”, mientras que, a nivel nacional, el promedio es de 50 casos cada 100 mil habitantes, según datos del Ministerio de Salud de la Nación.
“Algo anda mal”, reconoce Sancineto. “Estamos hablando de una enfermedad cuyo agente causante se conoce desde 1882, cuando Robert Koch dio a conocer los bacilos. Una enfermedad cuya medicación efectiva se completó en 1968 con la aparición de la Rifampisida, un antibiótico que curaría todos los casos. Sin embargo sigue habiendo la cantidad de enfermos que tenemos. Algo anda mal”.
Abr 19, 2015 | inicio
En la villa 1-11-14 de la Ciudad de Buenos Aires, al final de un pasillo abarrotado de gente, de puestos de comida, de cables que parecen telarañas, de autos y de motos, se abre, de pronto, una cancha de hockey. Un rectángulo de asfalto irregular, con dos arcos de hierro descascarados, y media docena de autos mal estacionados que ocupan una porción de la cancha y que irán lentamente, a medida que se acerque el horario de entrenamiento, despejando la zona. Porque aquí, en este patio al aire libre, en este espacio rodeado por departamentos que fueron creciendo a la bartola y que ahora alcanzan los tres, los cuatro pisos de altura, entran las Leonas del Bajo Flores: un equipo de niñas y adolescentes de la villa 1-11-14, pertenecientes al Club Atlético Madre del Pueblo, para las cuales el hockey no es sólo un deporte grupal que se juega con pases de push o barrido, sino más bien la posibilidad, el momento propicio para poder forjar una identidad colectiva, un sentimiento de pertenencia y de orgullo.
Es jueves por la tarde y un sol otoñal se derrama sobre la cancha, conocida como la sede de San Antonio o la canchita de los paraguayos. Diez chicas, entre 5 y 9 años, revolotean alrededor de una bocha blanca, formando una maraña de palos y de piernas, en la cual, a veces, es difícil distinguir dónde está la pelota. El equipo que lleva pecheras fluorescentes, al parecer, gana uno a cero, aunque el partido, es cierto, recién empieza.

“Hace unos años, el hockey era considerado un deporte de elite. Por suerte en el último tiempo se expandió muchísimo, no sólo acá, sino también en otros barrios”, dice a ANCCOM, una de las coordinadoras y profesoras del club, Nadín Hennawi. “Consideramos al deporte como una herramienta de prevención y de inclusión – sostiene la profesora-. En el barrio es muy común ver nenes chiquitos caminando solos por la calle; es un barrio muy grande y con muchísimos habitantes, alrededor de 40 mil. El deporte, en ese sentido, tiene, para nosotros, un objetivo de prevención y acompañamiento. Y el año pasado, como notábamos que las chicas progresaban y necesitaban una motivación más, creamos un especie de seleccionado: Las Leonas del Bajo Flores”.
Unos 2.500 chicos participan de las actividades que ofrece, de manera gratuita, el club. Además de hockey, la institución brinda clases de ajedrez, handball, atletismo, natación –el Club San Lorenzo de Almagro les presta sus instalaciones-, taekwondo, boxeo y patín. Según la disciplina, dos o tres veces por semana, los chicos de la villa entrenan en alguna de las cuatro sedes que el club tiene distribuidas en distintos puntos del barrio: la de San Antonio o canchita de los paraguayos, la Itatí, la de Copacabana y la sede central, conocida como Madre del Pueblo, situada junto a la parroquia homónima, a la que el club pertenece.

“El club cumple tres funciones básicas dentro de la villa –dice a esta agencia uno de los curas de la parroquia, Nicolás Angelotti-. Por un lado, el club es una manera de identificación de una comunidad local. Se trata de formar una familia grande que se identifica con los colores del manto de la virgen. Los chicos, por ejemplo, van al colegio con la camiseta del club, con la cartuchera del club. En segundo lugar, el club es una herramienta para integrarnos con el resto de la ciudad, con otros clubes. Y en tercer lugar, y quizá la más importante, el club es una apuesta de prevención masiva, sistemática y a largo plazo. Es inmedible el bien que el club le hace al barrio. Para nosotros el deporte es vida”.
La bocha sale despedida de la cancha y se escurre entre las mesas de un local de comidas, en donde retumba una bachata. Un auto atraviesa la cancha y se estaciona más allá, junto a un depósito con cajones de cerveza apilados en la vereda. Dos perros dan vueltas, sin un motivo demasiado aparente. “Ahora peleamos para que se cierre este lugar y no lo usen como estacionamiento. Las chicas tienen que jugar tranquilas”, dice Liliana, una de las madres que espera a su hija, de pie, a un costado de la cancha. Durante la hora que dure el entrenamiento, pasarán en total cuatro autos alterando su normal desarrollo. A veces las chicas seguirán jugando como si nada sucediera. Otras, deberán esperar a que el vehículo termine de cruzar por el medio de la cancha y se estacione de una buena vez en una esquina, ganándose los merecidos retos y reclamos de las madres de las jugadoras. “Yo estoy re contenta con el club –dice Liliana-. Las chicas se divierten mucho y pueden hacer un deporte lindo como el hockey”.

El 8 de mayo de 2012, día de la Virgen de Luján, se inauguró en el barrio el Club Atlético Madre de Pueblo. Los colores elegidos para representarlo fueron el celeste y blanco, los mismos que lleva el manto de la Virgen. “Al principio empezamos con la escuelita de fútbol y patín, pero en poco tiempo el club se llenó de gente. Hoy tenemos muchísimos chicos y una variedad enorme de deportes”, dice el cura Angelotti.
Un plantel de entre 15 y 20 profesores colaboran diariamente para que el club funcione. La dedicación es especial; no se trata de una actividad para cualquiera, aclara la profesora Hennawi. “A medida que van pasando los años tenemos que ir incorporando docentes, porque si no es imposible. Son deportes que convocan, y queremos darles la mayor atención y dedicación a los chicos. Los profesores no vienen a dar clases y se van. Lo que se genera es un vínculo tal que implica que uno esté comprometido. Porque te surge hablar con una nena, que te empieza a contar, a charlar, y por eso es importante el compromiso que uno tenga. Hay que estar en un espacio así. Si no podes entender cuál es el fin que busca la parroquia, probablemente no puedas avanzar”.
Abr 15, 2015 | inicio
Lunes, martes, miércoles. Los días corren, y las familias que viven en la casona de la avenida Pavón al 4.127, en el barrio porteño de Boedo, los cuentan como si fueran los últimos. Jueves, viernes, sábado. Cualquiera de ellos puede ser el definitivo: el que los sorprenda durmiendo en la calle. Porque tras haber logrado una suspensión momentánea de su desalojo, los habitantes del lugar todavía aguardan una solución que no llega. Domingo, lunes, martes. El tiempo, mientras tanto, se agota, y el futuro de treinta y siete familias –unos 70 niños; más de 100 personas, muchas de las cuales viven allí hace 25 años- sigue siendo incierto, peligrosamente frágil. Ahora, una mesa de diálogo integrada por autoridades porteñas, representantes de las familias y de los propietarios del inmueble, buscará dar respuesta a un conflicto que, según legisladores porteños, forma parte del déficit habitacional de la Ciudad de Buenos Aires.
La casilla de Carolina y Diego está ubicada en el patio trasero de la casona, semi oculta tras dos hileras de ropa colgada en sogas. Desde hace días que el interior de su vivienda se encuentra alterado por la inminencia del desalojo. Hay bolsas de consorcio alineadas a un costado; cajas de cartón apiladas; los muebles corridos de su lugar habitual; las camas desarmadas. Carolina y Diego -32 años ella, 28 años él, ambos enfermeros- están prestos para el desalojo: “Si nos tenemos que ir, por lo menos estamos preparados. Se sabe que los desalojos vienen con violencia, te arrasan y te tiran todo”, dice Diego, mientras sus tres hijos –Ariel, de 10; Mateo, de 9; y Maira, de 6- miran los dibujitos animados en una tele rodeada de paquetes y bolsas y cajas. “Todos ellos nacieron acá, se criaron acá. Cuando viene el desalojo nadie piensa en los chicos. Pierden la escuela, pierden el barrio. Sacarnos sin ninguna solución es terrible. ¿Adónde vamos a ir? Nadie te recibe con chicos. Y para alquilar te piden garantía propietaria, depósito: es imposible”, dice Diego.

Luis Roldán, delegado de los habitantes, vive desde hace 25 años en la casona de Pavón, en Boedo.
Medio millón de personas padecen problemas habitacionales en la Ciudad de Buenos Aires, sostiene en diálogo con ANCCOM, el legislador porteño, José Cruz Campagnoli: “De ese total, 250 mil personas viven en villas y otras 250 mil en casas tomadas o conventillos. Esto muestra que el Estado no garantiza el derecho a la vivienda en la Ciudad. Macri, de hecho, considera que el Estado no tiene que ser constructor sino promotor de las condiciones para que el mercado intervenga. Es decir, no hay que construir viviendas sociales, ni urbanizar las villas”. Según el legislador de Nuevo Encuentro, desde el 2007, cuando Mauricio Macri asumió como jefe de Gobierno porteño, hasta hoy, el presupuesto destinado a políticas de vivienda disminuyó en un cincuenta por ciento: pasó de 4 a menos del 2 por ciento. “Todo esto combinado con un fenomenal desarrollo del mercado inmobiliario, en donde hay 350 mil viviendas ociosas, construidas únicamente como reserva de valor”, agrega Campagnoli.

Ismael en la casa 73. Lleva 5 años en las viviendas tomadas de la calle Pavón en Boedo.
Muchas de las familias de la casona de Boedo viven allí hace un cuarto de siglo. “Pagamos siempre todos los impuestos. Sabemos que esto no es nuestro y no queremos que nos regalen nada. Lo que reclamamos es una vivienda digna, no un subsidio de 1.800 pesos como ofrece el PRO”, dice el delegado de los habitantes del inmueble, Luis Roldán. Por el vestíbulo de la casona –las paredes desconchadas, una claraboya enorme y ovalada por donde se filtra una luz gris, las habitaciones alrededor- corren tres nenes detrás de una pelota azul. “La postura del Gobierno de la Ciudad es recuperar el inmueble y nada más. Con el subsidio no llegamos ni a la esquina”, dice el delegado.
Gracias al apoyo de organizaciones sociales, legisladores porteños y a un recurso de amparo presentado por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, se frenó temporalmente el desalojo previsto para el pasado 18 de marzo. “Estábamos desamparados, se acercaba la fecha de la orden del desalojo y estábamos solos. Empezamos a golpear puertas, a llamar a conocidos, y por suerte nos dieron una mano para que esto salga a la luz y se parara”, dice el delegado. Luego de la suspensión del procedimiento judicial, se abrió una instancia de diálogo en la que participan autoridades del Instituto de la Vivienda porteño, representantes de la empresa propietaria del inmueble, Pavón Plaza, y delegados de los habitantes de la casona. Al reclamo de los vecinos también sumó el apoyo del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), que se presentó como “Amicus Curiae” (amigo del tribunal) ante el Juzgado Nacional de Primera Instancia en lo Civil Nro. 46, en donde se tramita la causa.

Viviendas tomadas y pedido de desalojo en Boedo
Claudia Iriarte tiene 50 y desde hace 24 años que vive en la casona: “Vinimos, en ese entonces, con mi marido y mis dos hijas que eran chiquitas. Estábamos en la calle y no teníamos donde vivir”, recuerda Claudia. El inmueble, por esos años, estaba abandonado, luego de haber sido sede de un colegio de la comunidad judía. “Durante todo este tiempo pagamos la luz, el gas, todos los servicios. No es que estamos enganchados. Acá todos trabajamos. Algunos son albañiles, otros trabajan en seguridad, como mi marido, otros se la rebuscan”, dice Claudia y agrega que “yo ahora tengo nietos viviendo conmigo y si nos sacan de acá, no tenemos donde ir. Luchamos por una vivienda, por un lugar que sea nuestro”.
Mar 24, 2015 | destacadas, inicio
-“¿Huelen? ¿huelen eso?”Una racha de aire podrido acaba de pasar por Villa Inflamable, y Norberto Morón, vecino histórico del barrio, aclara que no se trata de un evento aislado, sino de una presencia diaria. El olor a podrido: un elemento cotidiano que la dirección del viento puede volver más o menos intenso. “Ya estamos acostumbrados a este olor”, dice Morón. Y en su cara se compone un gesto que no es de resignación, ni de víctima, sino de cierta indiferencia, como si la hediondez, en realidad, en este contexto, fuera un mal menor.
Ubicada en una zona de bañados contaminados, lindante al Polo Petroquímico de Dock Sud y al relleno sanitario del Ceamse de Avellaneda, Villa Inflamable constituye para los expertos un caso paradigmático. En el barrio en donde se originó la famosa causa Mendoza -en la que la Corte Suprema instó al Estado a sanear el Riachuelo y trasladar a las familias que viven a sus orillas-, la contaminación ambiental y la desidia estatal muestran su rostro más descarnado. El aire, el agua y el suelo de Villa Inflamable están contaminados. Más de 1500 familias –el último dato oficial es de 2009- lo padecen diariamente. Demasiado plomo en sangre, problemas respiratorios reiterados, manchas en la piel y deficiencias neurológicas son algunos de los daños sufridos por los vecinos. Este año, tras una extensa demora, ACUMAR estimó que la municipalidad de Avellaneda comenzará a construir las primeras viviendas para mudar a los habitantes. Muchos de ellos, sin embargo, se oponen al traslado. ¿Los motivos? Una serie de razones en donde se entretejen la inseguridad, la contaminación y una disputa barrial entre dos clubes de fútbol históricamente enfrentados.
Es una tarde calurosa de enero y una parva de nenes revolotea en la puerta de una casilla de material en donde un par de empleados de la municipalidad de Avellaneda reparten ropa y juguetes para la Noche de Reyes. Más adelante, en diagonal a la plaza del barrio, una pasarela tambaleante conduce a una casa hecha con maderas y cartón, ubicada en el centro de una laguna de color verde, grumosa, salpicada de baldes y botellas de plástico.
“Nos quieren llevar al lado del riachuelo, a unos terrenos más chicos y que están al lado de la Isla Maciel. Es absurdo. Siempre hubo pica entre San Telmo y el Docke”. Morón es uno de los primeros vecinos que llegaron a Villa Inflamable, en la década del ochenta. Su casa –de material- está en el centro de una loma del humedal, y con los años ha ido ampliándose, dice Morón. También dice que en todo este tiempo ha escuchado mucho. Que las mejoras en los servicios del barrio las consiguieron los vecinos. Y que según su cálculo el noventa por ciento de la gente no se quiere ir de acá.
“Además del tema de la inseguridad, está el de la contaminación. Los terrenos quedan al lado del riachuelo”, agrega Claudia Espínola, presidenta de la junta vecinal. “El proceso de saneamiento del río es largo y complejo, lo sabemos, pero hoy por hoy no está terminado. A eso también hay que sumarle que las viviendas son muy chicas y el espacio en general de los terrenos son muy pequeños”. De las ciento veinte hectáreas actuales –con anchas calles de tierra, pastizales y mucho sauce-, Villa inflamable pasaría a compactarse en treinta, a orillas del Riachuelo.
Más allá de los juncos, por encima de los techos de chapa, asoman dos chimeneas pintadas con líneas rojas y blancas. Una es más alta que la otra, y la imagen, es cierto, tiene un tono apocalíptico. Villa Inflamable fue definida por las investigaciones que se hicieron en el lugar como una zona de riesgo ambiental alto. Se detectó la presencia de diecisiete gases tóxicos, como el benceno y el tolueno, asociados a la refinación de petróleo. A su vez, en un estudio elaborado en 2003 por una agencia de cooperación japonesa –conocido como Estudio Jica- se comparó la salud de 150 chicos de entre 7 y 11 años de Villa Inflamable con otros 150 de la misma edad de Villa Corina, un barrio también de Avellaneda, pero alejado unos doce kilómetros del Polo. La prevalencia de plomo en sangre de los chicos de Villa Inflamable casi triplicaba a la de los de Corina.
Cecilia Lorusso, integrante del área de Medio Ambiente de la Defensoría del Pueblo de la Nación, dice que no hay que ser ingenuos. Que la oposición a mudarse a esos terrenos muchos la llaman rivalidad deportiva o cultural, pero que en verdad se trata de una lucha por el poder. Y que esa lucha por el poder, dice Lorusso, incluye a las barras bravas, fuerza de choque de los sectores dominantes. “Además está Villa Tranquila, que está dominada por el narcotráfico. Los vecinos sienten que están cambiando el riesgo ambiental, que los mata a largo plazo, por el riesgo físico, que los mata a corto plazo”, resume Lorusso.
A los tumbos, una chata cargada con un lavarropa, una cama y varios muebles se pierde hacia el fondo de la villa. Hace más de un siglo, todo esto era una zona de quintas y granjas, un paisaje rural despojado, sin relleno ni chimeneas ni camionetas, ni nada a la vista. En 1930 comenzaron a instalarse las primeras petroleras y aceiteras –actualmente son 42 empresas, de las cuales 25 son de alto riesgo-. El barrio creció fuertemente en los ochenta y los noventa. Sin una red cloacal regular, los vecinos desechaban sus efluentes en las lagunas, que recibía también el material químico que descartaban las fábricas. Hoy, el barrio sigue padeciendo la falta de servicios cloacales, de agua potable –desde el 2007 la municipalidad distribuye bidones en los denominados puestos de agua- , y cuenta apenas con una conexión eléctrica irregular.
Como se mencionó, en 2008 la Corte Suprema de Justicia ordenó el saneamiento de la Cuenca Matanza-Riachuelo y la relocalización de los barrios afectados por su contaminación. Lo que a veces se olvida es que esa sentencia –conocida como fallo Beatriz Mendoza- fue el resultado de una demanda que se inició en Villa Inflamable. Desde entonces hasta hoy transcurrieron siete años. Hace tres -en marzo del 2012- la municipalidad de Avellaneda y ACUMAR anunciaron la construcción, en un plazo de tres años, de unas viviendas para los habitantes del barrio. Villa Inflamable se trasladaría a orillas del Riachuelo- respetando los 35 metros del Camino de Sirga-, en unos terrenos pertenecientes a la empresa Exolgan, ubicados entre Villa Tranquila y la Isla Maciel.
Lo cierto es que las viviendas, tras una extensa demora, comenzarán a construirse este año. Desde ACUMAR aseguraron a esta Agencia que serán, en una primera etapa, 440 casas. Si bien no hay fecha de inicio confirmada, desde el organismo estiman que, tras el llamado a licitación que debe hacer el municipio de Avellaneda, las obras arrancarán en los próximos meses. La relocalización consiste en un trueque. Los terrenos asignados para la mudanza de los habitantes de Villa Inflamable eran de la empresa de logística Exolgan. La firma cedió esos terrenos, que usaba como depósito de conteiners, y se instalará en las hectáreas que hoy ocupa Villa Inflamable.