“Nos tocan a una y nos tocan a todas”

“Nos tocan a una y nos tocan a todas”

Algunas fueron organizadas en tribus de crianza. Otras asistieron convocadas a través de las redes sociales. Estaban las que conocieron el relato por amigas. Y las que viajaron desde lejos con su familia. Pero todas decidieron manifestarse en repudio al atropello que sufrió Constanza y participar del piquetetazo, dándoles la teta a sus bebés en el mismo lugar. Junto con sus maridos, familiares y amigos, resignificaron ese acto de amor y demostraron que la unión hace la fuerza.

“Nos tocan a una y nos tocan a todas” dice a ANCCOM Mariela, mamá de dos chicos, una beba de 4 meses y un nene de 12 años, mientras le da la teta a su nena y le cuenta a otra mamá la angustia que le generó haber escuchado la historia de Constanza. “Me parece injusto que se trate a una mujer de esta manera, un hecho así no se puede dejar pasar. Como sociedad tenemos que tomar conciencia sobre la discriminación que sufren las mujeres”, afirma Pablo, su cuñado, que también decidió asistir a la manifestación junto con su esposa, su hija mayor y sus mellizas. “No puede ser que se le den armas a policías locales sin que tengan una mínima formación en derechos civiles”, agrega.

“Nos tocan a una y nos tocan a todas” dice Mariela, mamá de dos chicos.

“Nos tocan a una y nos tocan a todas” dice Mariela, mamá de dos chicos.

El pasado martes 12 por la mañana, Constanza Santos salió del Banco Provincia, y ante el llanto de Dante, su bebé de 9 meses, decidió hacer una pausa y amamantarlo sentada en los renovados bancos de la plaza de San Isidro. Y aunque cueste imaginarlo, una madre alimentado a su hijo se convirtió en delito. Dos oficiales de la policía local se acercaron para impedirle continuar con la alimentación. Estas mujeres obligaron a Constanza a retirarse esgrimiendo que estaba prohibido realizar esa actividad en lugares públicos. El descargo de Constanza en las redes sociales, luego de que varias comisarías le negaran la posibilidad de realizar una denuncia ya que no la habían agredido físicamente, generó tanta indignación que muchas otras mujeres, sin conocerla, decidieron organizarse para repudiar este hecho.

Es el caso de Milena Singer, artista plástica de 30 años que decidió manifestarse haciendo un cuadro, mientras su hijo mayor agrega que la mamá es artista y pinta muchas cosas. Al respecto, la mujer comentó: “Me parece un horror que echen a una persona amamantando, porque está en una situación de vulnerabilidad total. Cada madre tiene el derecho de alimentar a su hijo donde quiere, porque es un acto de amor”.

Constanza Santos llegó más tarde a la manifestación y prefirió no ser fotografiada. Aunque se siente orgullosa por la cantidad de gente que se movilizó para darle su apoyo, cree que es absurdo tener que organizarse de esta manera para darle de comer a un chico en libertad y se mostró incómoda ante la presencia de distintas agrupaciones políticas.

“Me parece un horror que echen a una persona amamantando, porque está en una situación de vulnerabilidad total. Cada madre tiene el derecho de alimentar a su hijo donde quiere, porque es un acto de amor”  Milena Singer.

“Me parece un horror que echen a una persona amamantando, porque está en una situación de vulnerabilidad total. Cada madre tiene el derecho de alimentar a su hijo donde quiere, porque es un acto de amor” Milena Singer.

Pocos días después de la convocatoria, desde el Ministerio de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires se dio a conocer que las oficiales involucradas fueron sumariadas por la Auditoría de Asuntos Internos. Pero, aunque funcionarios locales han pedido los nombres de las oficiales, éstos  permanecen en reserva. “Me dan una respuesta para que me quede contenta”, dice Constanza.

Jimena forma parte de una “tribu de crianza consciente” y es mamá de una beba de cuatro meses. Entre sus motivos para asistir a la marcha fundamenta: “Yo también estoy en un momento de lactancia y me parece que es lo mejor que puede haber para un bebé como alimento y para nosotras como mujeres a nivel vínculo con los niños”y agrega: “Llegamos a un punto de locura porque todo el tiempo se muestran muchas cosas peores en la televisión y en la vía pública y creo que no se puede dejar pasar silenciosamente esta situación injusta”.

Vilma, en tanto, viajó desde el barrio porteño de Villa Luro para estar presente, y dice que su objetivo es defender los derechos de los niños a la lactancia materna. Coincide con ella Karen, quien cree que lo sucedido es un atentado a los niños, y comenta: “Me parece totalmente inédito y desubicado lo que le paso a esa mamá, es algo tan natural alimentar a un cachorro, lo vemos en la naturaleza y en el mundo.” Otro matrimonio presente el de Francisco y Noelia, de 32 años, papás de Caín de 9 meses, plantea su preocupación por discursos que relacionan el amamantar con el exhibicionismo y enfatizan en la necesidad de mayor y mejor presencia del estado para educar y capacitar sobre problemáticas de género y de violencia hacia las mujeres.

“Me parece totalmente inédito  y desubicado lo que le paso a esa mamá, es algo tan natural alimentar a un cachorro, lo vemos en  la naturaleza y en el mundo”  afirmaba Karen.

“Me parece totalmente inédito y desubicado lo que le paso a esa mamá, es algo tan natural alimentar a un cachorro, lo vemos en la naturaleza y en el mundo” afirmaba Karen.

En las calles próximas a la plaza algunos oficiales desviaban el tránsito, ya que el centro de San Isidro se transformó por algunas horas en una peatonal. Se estima que más de 500 personas se hicieron presentes, aunque no se han brindado cifras oficiales desde el municipio. También se realizaron protestas similares en Resistencia, Mendoza y Neuquén, entre otras ciudades.

Los comerciantes de los alrededores de la plaza de San Isidro también se sumaron a la protesta y algunos habilitaron sus terrazas a la prensa para que se tomaran fotografías. El grupo de percusión Tumbanda, que promueve el empoderamiento de la mujer a través de la música acompañó la protesta con sus tambores, en un marco de gran compromiso y respeto.

“No hay que olvidar que tiene una trascendencia nacional. Es parte de los reclamos de las mujeres en contra de la violencia institucional y la cosificación”  afirmaba Vilma Ripoll.

“No hay que olvidar que tiene una trascendencia nacional. Es parte de los reclamos de las mujeres en contra de la violencia institucional y la cosificación” afirmaba Vilma Ripoll.

Figuras de distintos sectores políticos estuvieron presentes, como el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, el senador provincial Sebastián Galmarini, del Frente Renovador, la diputada por el movimiento Libres del Sur, Victoria Donda, la dirigente del MST Vilma Ripoll, los dirigentes Leandro Santoro y Leopoldo Moreau y el bloque de concejales del PJ-FPV de San  Isidro.

Para Vilma Ripoll es muy saludable el armado espontáneo del reclamo y aclara: “No hay que olvidar que tiene una trascendencia nacional. Es parte de los reclamos de las mujeres en contra de la violencia institucional y la cosificación”. El intendente Gustavo Posse, de Cambiemos, no estuvo
presente, aunque en un comunicado manifestó su solidaridad con la mamá y la reafirmación de una política municipal de promoción de la lactancia.

Por su parte, Juan Ottavis, Concejal del bloque FPV de San Isidro alerta: “Esto se visibiliza porque fue en El Mástil y en el centro de San Isidro, porque si pasa en los barrios ni nos enteramos”. Y aclara que el Concejo Deliberante de su partido aprobó por unanimidad una iniciativa de su bloque que expresaba el repudio hacia la situación de violencia institucional y de género, y reclamaba sanciones hacia las agentes de seguridad.

“Esto se visibiliza porque fue en El Mástil y en el centro de San Isidro, porque si pasa en los barrios ni nos enteramos”  afirmaba Juan Ottavis.

“Esto se visibiliza porque fue en El Mástil y en el centro de San Isidro, porque si pasa en los barrios ni nos enteramos” afirmaba Juan Ottavis.

Para los dirigentes Leandro Santoro y Leopoldo Moreau, este tipo de agresiones está relacionado con un clima de época. “Cuando el aparato represivo siente que le sueltan los controles se va para  cualquier lado. Pasó en la Capital Federal cuando la gendarmería va a reprimir la murga en la villa 1-11- 14, pasó cuando un ciudadano con un cartel que critica al gobierno se tuvo que bajar del tren”, señala Santoro. “Me parece muy sano lo que ha sucedido aquí hoy, es una manifestación que demuestra que la sociedad no está dispuesta a volver para atrás, no está dispuesta a avalar ningún gesto de autoritarismo”, concluye, por su parte, Moreau.

Actualizada 24/07/2016

“Nosotras nos deslomamos como cualquier chabón”

“Nosotras nos deslomamos como cualquier chabón”

Micaela Turek (28) y Lorna Tavella (26) forman parte del equipo de futsal de Bomberos, de Ramos Mejía. Hace cuatro años que juegan juntas. Al igual que muchas otras chicas, no sólo se enfrentan al rival de cada semana sino también contra una cultura machista que les pone obstáculos. Micaela es arquera y cuenta que de nena ya jugaba con amigos en el complejo Coconor. Lorna, por su parte, conoció el fútbol por su hermano.

Turek se queja de que no les dan nada. “Necesitamos que un club nos reciba para competir y nos permita jugar con su nombre”, explica. Junto con Tavella comenzaron jugando en Fénix, luego pasaron a Nueva Chicago y ahora representan a Bomberos. Los cambios de camiseta fueron debido a que las instituciones optaron por no continuar con la disciplina de fútbol femenino, algo que hasta Boca Juniors hizo para no afrontar los gastos.

Ambas jugadoras coinciden en que “mantener el equipo ya es un logro”. Por más que juegan dentro de AFA y en la categoría superior, ellas mismas solventan sus camisetas, pagan la cancha para entrenar, los traslados y el médico reglamentario que debe estar en cada partido. El ritmo de entrenamiento y el esfuerzo no se condicen con el apoyo que reciben. Tavella cuenta que entrenan tres veces por semana, una hora y media cada vez, además del día de competición. Para prepararse, el club les cede su cancha una vez por semana, el resto de los días corre por cuenta de las jugadoras rebuscárselas cómo y dónde practicar.

Los planteles de futsal femenino debieron esperar hasta el 7 de junio pasado para comenzar el torneo 2016, tres meses después que los varones debido a que “a la AFA no le interesa tenernos organizadas”, afirma Turek. “No  somos prioridad”, subraya.  Según Tavella, “hay dos representantes del futsal femenino en AFA, pero no tiene fuerza, dice.

Lorna Tavella, Ayelen de la Merced y Micaela Turek, integrantes del Club Bomberos de La Matanza.

Lorna Tavella, Ayelen de la Merced y Micaela Turek, integrantes del Club Bomberos de La Matanza.

Pese a que el desinterés institucional por el futsal femenino es generalizado, hay diferencia entre equipos. Hay clubes, por ejemplo, que pagan viáticos, algunos cuentan con gimnasios de entrenamiento propio y otros brindan la indumentaria. “Si bien no viven de este deporte, se les hace más fácil que a nosotras”, puntualiza Turek. El diferente peso de las camisetas en AFA hace que ciertos equipos puedan fichar jugadoras fuera de tiempo o hasta hacer jugar a chicas que no están habilitadas.

Los seleccionados nacionales no escapan a la discriminación. Entre el 15 y el 22 de julio de este año se desarrolla el primer Sudamericano Sub-20 de futsal femenino en Colombia. El único país de la Conmebol que no presentó equipo es la Argentina. La razón esgrimida: falta de recursos. Son 40.000 dólares lo que costaba enviar al plantel. Tavella no cree en las explicaciones de AFA: “Hay desinterés.  Si ellos (los dirigentes de AFA) ya saben que se va a jugar este torneo, deberían tenerlo diagramado. La FIFA le da dinero a la AFA para que dedique directamente al fútbol femenino. Son millones que no vemos”.

Turek integró el seleccionado mayor que en 2015 jugó la Copa América en Uruguay. “Nos convocaron en octubre, entrenamos en noviembre, en diciembre competimos y se terminó la Selección. Se desintegró cuerpo técnico y plantel. No hay entrenamientos ni seguimientos de jugadoras hasta la próxima competencia”. Turek recuerda la comitiva de siete personas, entre administrativos y dirigentes, que asistió al torneo y que ellas no sabían qué rol cumplían. Durante los partidos recibían la “ropita dobladita y la botella de bebida energizante” pero durante la preparación AFA les prestaba el predio de Ezeiza solo de 8 a 18 sabiendo que todas las jugadoras trabajan para sustentarse. Frente al reclamo, la respuesta de AFA fue: “Acá a la noche se come y se duerme”. Los viáticos fueron insuficientes o no se cobraron nunca. Por los días de competición, les dieron el equivalente de 25 dólares (en pesos). Y por los días de entrenamiento, les prometieron 100 pesos por jugadora que todavía les adeudan.

«Nosotras nos deslomamos como cualquier chabón. Entendemos que no generamos la misma guita, pero en parte es porque nadie se pone el deporte al hombro», asegura Turek.

En los selectivos para el representativo argentino de los Juegos Olímpicos de la Juventud (Sub-18) Buenos Aires 2018, que se realizó en San Juan, quedó en evidencia la segregación. Allí participaron chicos y chicas de todas las provincias, de entre 13 y 14 años, de los cuales se eligió a los mejores para conformar los equipos de 2018. Pero mientras los varones se hospedaban en el mismo lugar donde se realizaba el torneo, precisa Tavella, las mujeres debieron alojarse en un hotel lejano. A las 9 de la mañana las buscaban en micro, las llevaban a competir en el turno matutino, pero hasta las 21 no las llevaban de vuelta porque el micro sólo viajaba una vez. “Las chicas tenían que estar todo el día esperando. Los padres terminaban llevándolas en taxis o remises por su cuenta”, describe. “Además, las mujeres tenían problemas con las camisetas y la ropa, algo que a los hombres no les pasaba, y el trofeo de campeón de las chicas era mucho más chico que el del segundo puesto de los varones”. La AFA, en este caso, le pasó la responsabilidad al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, organizador de los Juegos de la Juventud, y el Ejecutivo porteño a la AFA.

Hoy, a pesar de todas las trabas, se proyecta para 2017 una divisional B de futsal femenino de, al menos, ocho equipos, que se sumarán los 14 que ya existen en la Primera A. Y varios de los reclamos de las chicas confluyen en un grupo llamado “Jugadoras organizadas” que tiene una página en Facebook.

“Nosotras  nos deslomamos como cualquier chabón. Entendemos que no generamos la misma guita, pero en parte es porque nadie se pone el deporte al hombro. Hay mucho crecimiento. En cualquier complejo vas a ver que en una de seis canchas hay un equipo de mujeres. Ya nadie se sorprende de ver chicas jugando. Hay minas jugando por todos lados, pero falta predisposición para que crezca en calidad. Entrenamos tres veces por semana, jugamos una o dos, laburamos, ponemos la guita. Nos las bancamos todas y cuando pedimos algo el trato es diferenciado”, concluye Turek.
Actualizada 19/07/2016

Cada vez más gente vive en la calle

Cada vez más gente vive en la calle

“Cada vez vemos más gente, no solamente por los que vienen a dormir acá, sino también los que duermen afuera. Porque aunque estamos en el hogar, conocemos lo que es andar sin techo”, cuenta Jorge Franco Daniel, coordinador del Centro de Integración Monteagudo y uno de los 114 hombres en situación de calle que viven allí. “Son muchos los que vienen a buscar refugio pero ya no tenemos más lugar”, se resigna.

El presidente de Médicos del Mundo de Argentina, Gonzalo Basile, habla de un incremento del 15 al 20 por ciento en los últimos dos años. Desde 2002, mediante el proyecto “Salud en la calle”, la organización brinda atención básica a la gente que vive en la calle (o de ella) como única opción, que no tiene una vivienda permanente o que está en riesgo de desalojo. Llevan contabilizadas más de 16 mil personas sin techo pero aún no pueden dar un número final.

El pasado 8 de junio, Radio Nacional consultó al funcionario de la Subsecretaría de Fortalecimiento Familiar y Comunitario de la Ciudad, Maximiliano Corach, sobre un censo realizado en abril por el gobierno porteño. Corach sostuvo que “desde hace cinco años la cifra se viene manteniendo estable, entre 800 y 850 personas”. Este número, que ya había sido repetido en varios medios, corresponde a una circular emitida desde el Área de Prensa del Ministerio de Hábitat y Desarrollo Humano que conduce Guadalupe Tagliaferri. El documento no reúne los requisitos mínimos para ser considerado un censo, a pesar de que la ley N° 3706, que ampara los derechos de las personas en situación de calle o en riesgo de serlo, prevé que deben realizarse relevamientos anuales con información desagregada que posibilite un diagnóstico y fijar políticas puntuales para los distintos subgrupos.

“Son muchos los que vienen a buscar refugio pero ya no tenemos más lugar”, se resigna Jorge Franco Daniel, coordinador del Centro de Integración Monteagudo.

El Centro de Integración Frida alberga 40 mujeres con sus hijos. Su coordinadora, Florencia Montes Páez, aclara que lo que hace el Gobierno “no es un censo sino un conteo”, y explica: “Es sesgado porque preguntan si la persona tiene un consumo problemático, lo cual es irrisorio porque nadie va a contestar sinceramente. Y además no contempla la categoría de la ley, porque no se censan a los que están en hoteles, hogares o paradores”. Esto último lo confirma el propio informe del censo 2014, emitido por el Ministerio de Hábitat y Desarrollo Humano: “No serán relevadas aquellas personas y/o grupos familiares que se encuentren alojadas en alguna de las entidades gubernamentales y no gubernamentales que atiendan a esta población (léase Hogares y Paradores)”.

En el lanzamiento del Operativo Frío, a principios de junio, el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta anunció la participación de 700 profesionales (más la asistencia de Defensa Civil, el SAME y la Cruz Roja) y la disponibilidad de 1.800 plazas para albergar a la gente en situación de calle. Todo ello supondría un trato casi personalizado para las 850 personas que mencionó Corach y más de dos camas para cada una, además de la frazada, el plato de comida y el lugar seco y caliente donde higienizarse que supuestamente ofrece el Operativo.

La voz de los sin techo

“El Operativo Frío se pone en marcha a partir de los cinco grados. O sea señor indigente, si usted está en la calle y hay seis grados de sensación térmica se puede morir de frío y no lo van a recoger hasta que haga un grado menos”, ironiza Fernando Romero, conductor de La voz de la calle, un programa de radio realizado por personas en situación de calle que ejercen su derecho a comunicar.

El programa se transmite desde hace más de cuatro años por Radio Sur, una emisora comunitaria de Parque Patricios ubicada a cuatro cuadras de la sede del Poder Ejecutivo porteño y a dos del hogar Monteagudo, donde duermen todos los miembros del equipo de La voz de la calle.

Es lunes y dentro del estudio la temperatura supera los 20 grados. A las 21 puntual la operadora le hace una seña a Romero, quien saluda a la audiencia y a la mesa que lo acompaña. Son Carlos Etcheverry, Gerardo Luis Salinas, Celso Alicaye y Juan Deal. Afuera hace cada vez más frío. Por el micrófono se filtra alguna tos. Es radio en vivo y todo vale.

La voz de la calle es un programa de radio realizado por personas en situación de calle que ejercen su derecho a comunicar.

Todo comenzó cuando Etcheverry y Salinas decidieron hacer un curso de periodismo y allí participaron en la realización de la revista Nunca es tarde, de la ONG Proyecto7, produciendo sus propias notas a lo largo de las siete ediciones que se lanzaron. Después se siguieron capacitando en un taller de radio y finalmente, el 5 de enero del 2012, comenzaron con La voz de la calle.

En sus inicios mezclaban noticias con radioteatros. Así fue como se sumó Alicaye, guionista de una de las piezas y escritor de algunos textos que se leen al comienzo del programa. “Es mi primera experiencia en radio. Como yo escribo poesías, se las daba a Fernando (Romero) y él las leía. Así empecé a participar. Y ahora me estoy animando un poco más porque empecé a hacer un taller de radio”, cuenta.

El programa vuelve después de la tanda. Cada integrante del equipo tiene entre manos información para aportar pero esperan la iniciativa del conductor que maneja con naturalidad los tiempos del aire. “Me llaman calle, calle de noche, calle de día”, canta Manu Chao cada vez más bajito.

Desidia estatal

Un informe de 2014 de la Dirección General de Estadísticas y Censos de la Ciudad (DGEyC)  revela que 2.915 personas sin techo recibieron ese año asistencia habitacional. Sin embargo, no detallan nada en concreto acerca de la gente que quedó en situación de calle. Desde la DGEyC comunicaron que no tienen datos censales porque el programa Buenos Aires Presente (BAP) no los proporciona.

Trabajadores del BAP, mientras tanto, afirman que ellos “solamente lo ejecutan”. “La información la tiene el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat porque es el organismo que tiene la obligación de llevarlo adelante todos los años. El censo de este año lo hicimos en abril y todavía no hay resultados porque no los publican”.

Todo comenzó cuando Etcheverry y Salinas decidieron hacer un curso de periodismo y allí participaron en la realización de la revista Nunca es tarde, de la ONG Proyecto7, produciendo sus propias notas .

También sostienen que “la encuesta que utilizan todos los años para el censo sirve para recabar datos sobre la persona y criminalizar la pobreza. La idea parece estigmatizar a la persona que vive en la calle y no preguntarle, por ejemplo, qué asistencia recibe cuando ingresa a un hospital público o cómo se siente cuando regresa a un parador”. Sobre el censo de este año, cuentan que debió realizarse bajo lluvia en tan solo tres horas en todo el territorio de la Ciudad de Buenos Aires. “Los que trabajamos con esta población sabemos que estos días son especiales porque la gente busca un techo en donde resguardarse”.

La normativa establece que es deber del Estado trabajar en conjunto con las instituciones de la sociedad civil “en la elaboración, diseño y evaluación continua de la política pública”. No obstante, este año no se convocó a ninguna. “Fueron pocas las veces que llamaron a alguna organización”, señalan desde el BAP.

“Hay sólo cinco móviles para atender la situación de calle de toda la ciudad. El BAP es un servicio de emergencia pero no está funcionando como tal. Una persona puede esperar tres días hasta que un móvil llegue hasta ahí. El programa es criticado porque se labura mal y eso es una realidad. Está vaciado, han despedido compañeros y no cuenta con los recursos necesarios para afrontar esta problemática”, explican sus trabajadores.

“Nosotros nos llevamos bien con personas del BAP, pero como institución no es eficiente. Por ejemplo, para que atiendan a uno de nuestros pibes tiene que estar en la calle, porque no entran a la escuela. Los pibes nos dicen `no quiero estar más ahí afuera, hace frío´, entonces llamamos al BAP y el pibe tiene que esperar a lo mejor cinco horas en la vereda hasta que vengan”, cuenta Lila Wolman, maestra del Instituto Educativo Isauro Arancibia para chicos y chicas en situación de calle.

Por el Isauro Arancibia pasan un promedio de 300 chicos y chicas por día. “En los últimos años incrementó la cantidad. A pesar de las políticas públicas que hay como la Asignación Universal, por ejemplo, a nuestros pibes no les toca porque no tienen documento, no pueden formalizar el pedido. Muy poquitos logramos que lo cobren. La realidad que nosotros vemos es que no hay políticas públicas destinadas a esta población”, reflexiona Wolman.

Un informe de 2014 de la Dirección General de Estadísticas y Censos de la Ciudad (DGEyC) revela que 2.915 personas sin techo recibieron ese año asistencia habitacional.

Para Florencia Montes Páez, la coordinadora del hogar Frida, la problemática de la situación de calle está asociada a muchas otras: “También está la pobreza, el consumo de sustancias, la violencia de género, la explotación sexual. Nosotras trabajamos el fortalecimiento de las compañeras, pero hay mucha discriminación. Algunas logran salir adelante pero después quieren buscar laburo y no hay. O quieren alquilar y nadie les alquila. Por eso, cuando logran salir y armar algo nuevo, el acompañamiento tiene que ser muy fuerte para amortiguar la violencia de afuera”.

 

Actualizada 19/07/2016

Lo esencial también es visible a los ojos

Lo esencial también es visible a los ojos

Invisible a los ojos es el amor y el compromiso en la realización de una obra que demuestra que se pueden hacer grandes piezas artísticas si el objetivo que convoca es noble.  Invisible a los ojos es el deseo de trastocar la lógica comercial editorial que generó tanta adhesión y entusiasmo que hubo que materializarlo. Invisible a los ojos  ya no es invisible: es un proyecto latinoamericano de alta calidad, gratuito y colaborativo, al que se puede acceder a través de la web y que también se puede comprar en su versión en papel.

Convocados por la admiración compartida hacia El Principito de Antoine de Saint-Exupéry y en ocasión de cumplirse 71 años del fallecimiento del autor, en abril de 2015, un grupo de jóvenes emprendedores decidió hacer una adaptación ilustrada de la obra. Los creadores de esta iniciativa son los diseñadores gráficos  Juanma Garrido y Tatiana Pollero,   la licenciada en Ciencias de la Comunicación Micaela Sánchez Malcolm y la programadora Tamara Méndez Zebe.

Publicado originalmente en abril de 1943, El Principito está clasificado como libro infantil, aunque se transformó en un clásico para todas las edades y se convirtió en una de las obras de origen francés mundialmente más reconocidas. Saint-Exupéry fue piloto durante la Segunda Guerra Mundial. Su obra es el resultado de las múltiples experiencias que vivió en sus misiones, especialmente aquella en la cual, a raíz de un aterrizaje forzoso en el desierto del Sahara, sufrió una severa deshidratación con la que casi pierde la vida.

En Argentina, la Ley de Propiedad Intelectual estipula que una vez transcurridos setenta años a partir del fallecimiento de un autor, su obra pase a dominio público y queden liberados los derechos para la reproducción, explotación y difusión de su trabajo. La liberación de los derechos de El Principito trajo aparejada la explotación del acontecimiento por las editoriales para hacer una serie de lanzamientos, reediciones y merchandising.  “Lo que nos convocó a todos fue un posteo de Juan”, cuenta Tamara, programadora del sitio web de Invisible a Los Ojos, en el que se encuentra publicado el libro para su descarga digital o su compra en papel. A comienzos del 2014, Juanma Garrido había hecho un comentario en Facebook quejándose del oportunismo editorial. “Si bien el posteo fue el núcleo del proyecto, esto nace de mucha gente que estaba molesta con otras versiones que salieron con la liberación del libro; en cuanto cedieron los derechos aparecieron los buitres” comenta, y agrega: “Un día llegué a mi casa y pensé: ‘Si está pasando esto no nos quejemos porque alguien lo está haciendo. Si queremos quejarnos, hagamos una versión mejor de lo que nadie haya hecho antes y regalémosla, a ver qué pasa. Porque gran parte de la crítica venía de la venta del libro’”.

Micaela Sánchez Malcom y Tatiana Pollero, editoras de Invisible a los ojos.

Micaela Sánchez Malcom y Tatiana Pollero, editoras de Invisible a los ojos.

La sorpresa fue que muchos de sus colegas y amigos realmente estaban dispuestos a realizar lo que Garrido había plasmado en un comentario. “Cuando aparece una consigna detrás de la que alguien se siente identificado y apelado, sale un producto como el nuestro. Hay un montón de gente esperando las ideas correctas, las banderas para hacer lo que mejor sabe hacer, que es producir estas piezas”,  señala el diseñador. El problema, entonces, se transformó en organizar esas buenas disposiciones. “El laburo creativo no puede faltar, pero no alcanza con eso, hay una parte importantísima que es la gestión y que tiene un gran valor”, agrega.

En ese momento, el diario La Nación había publicado una versión de El Principito ilustrado por Nik. “Costaba cinco veces más que el original que estaba en el mercado. Mientras que el mismo diario, publicaba un editorial cuestionando que son pocos los años que tienen los herederos para explotar los derechos de la obra, cuando en paralelo estaban publicando el libro”, señala Micaela Sánchez Malcolm, una de las editoras de Invisible.

Para ese entonces eran cuatro: Juan y Tatiana, encargados del equipo de diseño, y Micaela y Tamara, encargadas de la producción. “Comenzamos convocando ilustradores, la idea era un ilustrador por capítulo, pero se presentaron tantos que tuvimos que hacer una selección. También definimos el formato, los tamaños y la calidad de las obras. Por otro lado, redactamos un documento utilizando Creative Commons, en el que los artistas nos cedían el derecho de uso de sus dibujos. No hubo ganancia de ningún aspecto, lo único que hubo fue tiempo invertido para hacer algo más lindo. Fue mucho trabajo, noches enteras sin dormir revisando portfolios y hablando con todos”, cuenta Micaela.

Por su parte, Tamara diseñó el sitio web y se encontró con otros desafíos: “Fue complicado ver cómo hacíamos un libro web, no había tantos modelos de formatoy lo tuve que inventar todo. Le di prioridad a esto aunque no vi un centavo, me gustaba la idea de que no fuese hecho por plata, me gustaba como mensaje.”

Matías Sánchez es uno de los 160 ilustradores seleccionados para acompañar cada capítulo del libro. Cuenta: “Son 27 capítulos y todos esperábamos quedar seleccionados cuando salió la convocatoria; cada uno tenía que presentar sus trabajos para participar y fueron más de 600 los trabajos recibidos de toda América Latina. Finalmente se seleccionaron 160, con varias imágenes por capítulo. Cuando se dio la oportunidad, pude hacer parte del diseño del libro, infografías, dibujos y hasta un logo. También los sombreros, las puestas del sol, y un par de íconos que fui agregando en el interior.”

“Comenzamos convocando ilustradores, la idea era un ilustrador por capítulo, pero se presentaron tantos que tuvimos que hacer una selección. También definimos el formato, los tamaños y la calidad de las obras».

En la publicación original, las ilustraciones son realizadas por el autor y también se encuentran afectadas por la Ley de Propiedad Intelectual. Lo mismo sucede con la traducción, que originalmente en habla hispana la realizó Bonifacio del Carril para la editorial Emecé. Por eso las editoras tuvieron que realizar, además de la convocatoria de ilustradores, su propia traducción de la obra, lo que le dio una impronta muy particular en un español argentinizado.

Tanto éxito tuvo la presentación del libro en formato digital que Tatiana y Micaela decidieron comenzar una campaña colaborativa de recaudación de fondos para la impresión del libro. La venta se inició en noviembre de 2015, a través de la plataforma Ideame, que es un sitio web para la recaudación a través de crowfounding, en donde un proyecto que aún no se realizó se presenta para que quienes estén interesados en financiarlo puedan aportar económicamente a través de su compra anticipada. Micaela explica: “La campaña en Ideame era para imprimir 1.000 libros. Con la venta de 600 ejemplares podíamos imprimir 1.000 y nos quedaban 400 para donar. La campaña se disparó tanto que pudimos imprimir 2.000, el doble de lo que esperábamos. Y cientos de esos libros fueron donados a escuelas y hospitales. Algunas dificultades que trajo la campaña son que una parte de lo recaudado lo perdimos en los costos disparados por la inflación y las comisiones de Ideame y Mercadopago.”

Malena Ambas es estudiante de Comunicación Social y coordinó las tareas de producción y gestión en la segunda etapa del proyecto. Ella apuesta a que Invisible a Los Ojos sea el puntapié inicial para realizar diferentes ediciones: “La plataforma estuvo buenísima e hizo posible que se haga el libro. Gran porcentaje de la primera tirada será donado y un porcentaje de esa primera tirada más un remanente de la imprenta lo estamos vendiendo en nuestro propio sitio. Estamos con muchas ganas y expectativas de hacer otros proyectos colaborativos de la misma manera.” Con esta metodología, Ediciones Invisible pudo sortear el obstáculo de no contar con financiamiento y, a la vez, controlar que el excedente económico de las ventas fuese destinado a la impresión de nuevos ejemplares.

Uno de los factores sorpresa que trajo este proyecto, dice Micaela, fue contar con la colaboración de Alejandro Dolina en el prólogo y Pablo Bernasconi para el diseño de la tapa. “Estoy muy contenta de haber formado una comunidad de ilustradores; este libro está gracias a que ellos se sumaron, confiaron y lo impulsaron. Hubo mucho compromiso y disponibilidad, priorizando este proyecto y con mucha paciencia de la gente, algunos que quizá todavía no lo pudieron ir a buscar. Pero la comunidad estuvo presente, desde Bernasconi que nos cedió la ilustración hasta Dolina que nos escribió un prólogo bellísimo”, agrega.

Para Matías Sánchez también hubo cambios en su vida profesional. “Había empezado hace dos años a dedicarme a esto y es el primer libro en el que está mi trabajo. Es una carta de presentación para mostrar lo que hago”, cuenta y confiesa: “Ahora que el trabajo está un poco difícil empecé a tomar la ilustración un poco más en serio y hacerla una parte de mi vida. Siento que este proyecto me abrió una puerta.” Por su parte, la gente de Invisible ya tiene un nuevo proyecto: una versión ilustrada de cuentos de Edgar Allan Poe.

Tanto éxito tuvo la presentación del libro en formato digital que Tatiana y Micaela decidieron comenzar una campaña colaborativa de recaudación de fondos para la impresión del libro. La venta se inició en noviembre de 2015, a través de la plataforma Ideame.

Actualizada 19/07/2016

Vivir para contarlo

Vivir para contarlo

Adrián Furman mira una foto que ocupa toda la pantalla de su celular: es un retrato de su hermano Fabián, con moño y sonrisa, en la fiesta de casamiento, una de las últimas fotos que tiene de él. “Yo ahora tengo 48 y él acá tenía 30. A veces trato de imaginármelo, él ahora tendría 52 años. Para mí ésta es la imagen de él, no cambia. Quedó congelado en el tiempo”, dice sin despegar la mirada del teléfono. Los dos trabajaban en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Fabián atendía a familiares de fallecidos en el cuarto piso en la parte de adelante. Adrián liquidaba sueldos y jornales en la oficina de personal del segundo piso, en lo que era el fondo del edificio.

Sonríe Adrián al recordar el tipo de humor que le divertía a su hermano: “Tenía un humor muy ácido, muy negro. Él trabajaba en Sepelios y eso era muy chocante. Pero él y su compañero Norberto lo tomaban con mucho humor y entre ellos jodían, hacían bromas, se reían bastante de esa situación. Vos lo veías y era una persona seria pero tenía un humor muy bueno”. Del Departamento de Sepelios no sobrevivió nadie. De Servicio Social tampoco. “Del tercer piso para arriba no quedó nadie. Éramos un grupo de amigos. Cada tanto nos encontrábamos fuera de AMIA. Y, de repente, gran parte de mi vida la arrancaron, la cortaron”, relata Adrián.

9:53

El 18 de julio de 1994 comenzó como un día completamente normal para la familia Furman. La tarde anterior habían visto la final del mundial de fútbol de Estados Unidos. “Fabián había venido a casa, no sé si a ver el partido o pasó un ratito, se me borra de la cabeza”, rememora Adrián. Lo más probable era que hubiese pasado a buscar el taxi que trabajaba en sociedad con su padre, Jacobo “Yaco” Furman (quien también había sido empleado en la mutual judía hasta 1992). Los lunes solían ser los francos de Fabián pero aquel lunes fue a trabajar y, como todas las mañanas antes de ir a AMIA, el hijo mayor pasó por la casa de sus padres a dejar el auto para que Yaco lo manejara durante el día. “Mi mamá siempre se levantaba y lo saludaba cuando le daba la llave a mi papá por la ventana. Ese día se quedó en la cama. Y hasta el día de hoy se recrimina porque ese día no se levantó y no lo saludó”, cuenta Adrián, quien entraba a trabajar a las ocho, llegaba, acomodaba sus cosas y subía a ver a su hermano y a Norberto.

“Tipo nueve de la mañana habré subido, estuve con ellos, tomamos un café y a las nueve y cuarto bajé a seguir trabajando. Media hora después fue la explosión”, relata Adrián y recuerda que al principio pensaron que había explotado uno de los equipos de aire acondicionado centrales que estaban siendo instalados. “Fue un momento de oscuridad que explotó todo; se llenó todo de humo y de un olor a amoníaco que no te dejaba respirar; se cayeron vigas; se cayó todo el techo, escombro, vidrios. Lo primero que atiné a hacer fue tirarme abajo del escritorio”, cuenta.

Cuando el humo se disipó y la luz empezaba a volver, el intendente del edificio, una persona que había estado en el Ejército en Israel, los fue guiando para salir del lugar. En el patio del segundo piso había un puente que comunicaba a otro edificio de AMIA sobre la calle Uriburu. Cruzaron ese puente y salieron a los techos vecinos. “Recién cuando nos paramos en el techo de un edificio y miramos para la calle Pasteur nos dimos cuenta de lo que había pasado. Estaba todo destruido. Parecían escenas de la guerra en países de Europa. Parecía la Segunda Guerra Mundial. La mitad del edificio de la AMIA no estaba más. Y ahí me di cuenta de que mi hermano estaba en un lugar que ya no existía”, evoca Adrián y afirma que, a partir de ese momento, su vivencia pasó a un segundo lugar y la única preocupación era encontrar a su hermano. Dice que para él “fue una eternidad” pero no pasaron más de 20 minutos desde el momento de la explosión hasta que pudieron salir a la calle Uriburu a través de un hueco en la pared que habían hecho los bomberos: “Ya era todo un caos. Gente por todos lados, policías, bomberos, gente que pasaba y que venía a ayudar pero nadie sabía qué hacer”.

“Fue un momento de oscuridad que explotó todo; se llenó todo de humo y de un olor a amoníaco que no te dejaba respirar; se cayeron vigas; se cayó todo el techo, escombro, vidrios. Lo primero que atiné a hacer fue tirarme abajo del escritorio”, cuenta.

Su tío tenía un negocio a una cuadra de la mutual que sirvió de punto de encuentro para la familia Furman. Allá fue Adrián con la esperanza de reencontrarse con su hermano. Sus padres, que habían escuchado la noticia por la radio, no tardaron en llegar. “Lo principal era buscar a Fabián, no había otra cosa que buscarlo. Algunos decían que lo habían visto salir. Cuando escuchamos que estaba en el Hospital de Clínicas fui corriendo a ver qué pasaba. Iba,  venía. Iba, venía. En un momento habían vallado la zona y no me dejaban volver a entrar y entre todos pedíamos por favor que me dejen pasar. A las tres horas volví a entrar al edificio por donde había salido. Ahí tuve una perspectiva un poco mejor de lo que había pasado pero igual era inentendible. La mitad del edificio estaba y había un hueco y la otra mitad no estaba más. Y ahí pensaba primero en mi hermano, y en amigos, conocidos, compañeros, quién estaba, quién pudo salir, quién no pudo salir”, recuerda Adrián en voz baja, con una tranquilidad que contrasta con su relato.

Mientras hubo sol, Adrián y su padre iban de un lado a otro. Su madre se quedó todo el día en el negocio de los tíos. A las seis o siete de la tarde, cuando la noche empezaba a asomar, se hizo fuerte la idea de “Ya no hay nada que hacer acá”. Pero Adrián, que había perdido el miedo a la oscuridad, no quería irse: “Lo que me acuerdo es que me subieron a una ambulancia, me dieron un calmante y ahí es cuando bajé un poco los niveles, me subieron a un taxi y me llevaron a casa”. Allá lo estaba esperando Cynthia, con quien luego se casó y tuvo dos hijos pero en ese momento era su novia desde hacía menos de cuatro meses: “Muchas en su lugar se hubieran escapado. Fue un momento muy difícil, bancarse a una persona que recién conocía, con todo el drama que se venía…”.

Después, la incertidumbre. Durante los siguientes siete días Adrián no salió de su casa: “Esperábamos noticias. Iban mi papá o mis tíos a averiguar. Pero cada día que pasaba o cada hora que pasaba, la esperanza era cada vez menor. El domingo a la noche, ya madrugada del lunes, nos avisaron que encontraron el cuerpo. Estaba junto a Norberto, su compañero. Los encontraron a los dos juntos”. A casi una semana del ataque, Fabián Furman fue uno de los últimos en ser hallados. Los encargados de reconocer el cuerpo en la morgue fueron los tíos: “Según lo que contaron, la cara de él era de tranquilidad; no era una cara de susto ni nada. No sé si me lo dijeron para que me sienta mejor o no. Siempre traté de imaginarme cómo habrá sido ese momento para él. Fue uno de mis pensamientos durante muchos años: ¿qué habrá sentido?”, dice Adrián mientras lucha contra su propia mirada, para no perderse.

A partir de ese día, el mundo de Adrián se vino abajo. “Nada tenía sentido en ese momento”, cuenta. Su experiencia como sobreviviente, además, quedó inmediatamente en un segundo plano: “Lo que me había pasado a mí ni me importaba. Nunca asumí mi rol de sobreviviente. Recién ahora estoy pensando: ‘Yo fui sobreviviente de la AMIA. Salí de ahí caminando, por ahí con algunos cortes en la mano, pero salí caminando’. Y mi pregunta es siempre: ‘¿Por qué yo salí y él no salió?’ Mi relación con Dios a partir de ese momento fue más que nada de cuestionamientos y preguntas. Ni creo ni no creo. Me quedé en el medio”, reflexiona Adrián, veintidos años después.

Memoria y Justicia

Graciela prende una vela todos los 12 de noviembre, en el aniversario del nacimiento de su hijo mayor que no llegó a cumplir 31 años. Adrián, que en ese momento tenía 26, siente que es ilógico cada año que pasa después de sus propios 30. Pero la fecha familiar para recordar a Fabián es el 18 de julio. “Es el día en que todo se vincula a él –explica Adrián–. Terminan los actos, voy a la casa de mis viejos, estamos un rato juntos, tomamos unos mates. Igual él está presente todos los días. Desde el año 94 no hay día de mi vida en que deje de pensar en lo que pasó y en él”.

Al principio, Adrián se negaba a participar en actos y agrupaciones. Y sólo hablaba del tema cuando le preguntaban. Pero jamás contaba por iniciativa propia que era un sobreviviente ni que su hermano había fallecido en la AMIA. “Tardé mucho en aceptar lo que había pasado. Me lo callaba, me lo guardaba. Empecé y dejé terapia varias veces, para satisfacer la insistencia de los demás. Lo único que sentí que un poco me cambió y me ayudó a salir fue cuando me contactaron con el Hospital Ameghino de Salud Mental. Estuve yendo un año ahí. De a poco fui largando los problemas. Pero todavía siento la carga. Me tuve que acostumbrar a vivir con esto, lo voy a llevar toda la vida”, este proceso que relata Adrián coincide con su decisión de entrar a la Asociación 18J, familiares, sobrevivientes y amigos de las víctimas donde ya participaban sus padres y cuya idea es la lucha, buscar la verdad y la justicia.

En la intimidad de la casa, el padre asumió el rol de contención. “Él se comió toda esa angustia para poder apoyar a mi mamá que fue a la vista la que más sufrió. Trataba de contenerla, de apoyarla, de estar bien para ayudarla a ella. Creo que en la soledad ahí le salía toda la angustia pero nunca iba a demostrar ante los demás que estaba muy mal”, observa Adrián.

Adrián muestra la foto de su hermano: «Para mí ésta es la imagen de él, no cambia. Quedó congelado en el tiempo”.

Su mamá, en cambio, tuvo la necesidad de contar, de participar y de estar en todo lo que podía. Incluso se juntó con otros familiares y formaron parte de la querella. “Tenía que estar todo el tiempo mostrando que estaba ahí, buscando la justicia, la verdad, que nunca se olvide. Necesitó canalizar de esa manera su angustia”, analiza Adrián. También recuerda que cada tanto su madre tenía caídas anímicas en las que dormía todo el día y resultaba muy angustiante para la familia, hasta que entendieron que había que esperar a que pasen esos momentos, y a que recargara energías para seguir. Graciela nunca dudó de que el camino era hablar, verbalizar. “Ella fue de la idea de contar a todos. Cuando Ariel, mi otro hermano, tuvo a mi sobrina, la primera nieta, mi mamá la cuidaba y siempre le fue contando desde chiquita lo que había pasado, y por ahí mi cuñada no quería que le cuente pero ella le contaba”, resume Adrián, cuyos dos hijos también saben todo lo que pasó. Ayer, por primera vez, lo acompañaron ambos al acto convocado por la Asociación 18J en Plaza de Mayo. “El mayor hace tiempo que me acompaña. El más chiquito es la primera vez. Hasta ahora no había caído en vacaciones y yo prefería que vaya a la escuela y que lo escuchen ahí. Pero este año me pidió venir”, cuenta Adrián con una sonrisa.

Después del atentado, Adrián volvió a trabajar a la AMIA: “En ningún momento pensé en no volver”. Estuvo en el edificio de Ayacucho hasta el año 1996, cuando se empezó a hablar de la reconstrucción de Pasteur 633. “Dije: ‘Yo a Pasteur no vuelvo’. Renuncié y ahí empezó toda una cadena de trabajos que fue siempre cambiante, ninguno me gustaba, deambulaba de un lado para otro”, recuerda. Recién pudo volver a entrar al edificio en 2004, cuando lo invitaron a un desayuno por el décimo aniversario: “Cada paso que daba ahí adentro era terrible, cada espacio físico, cada lugar donde yo pasaba. Me imaginaba qué era antes ese lugar, qué había, qué no había. Después tampoco volví a entrar por mucho tiempo. Al principio ni siquiera podía pasar por la cuadra. Toda la zona me moviliza”, confiesa Adrián.

“Lamentablemente hace 22 años que pasó y estamos igual que el primer día o peor. Porque todas las pistas que podrían haber encontrado ya no están más, no existen, las perdieron, las borraron o las escondieron. Yo pienso que nunca se va a saber lo que pasó. No hay voluntad y no hay nadie que diga: ‘Bueno, vamos a investigar bien, caiga quien caiga’. Por eso cada vez soy más negativo”, confiesa Adrián Furman. Cree que todo sigue por la memoria porque la justicia, insiste, no sabe si va llegar: “Si no fuera por nosotros o por otras agrupaciones, cada año se iría diluyendo hasta que llegue un punto en que se olvide. Tengo que tomar la posta de mis viejos y tratar de que esto nunca se olvide, no sé si voy a poder, ellos no sé dónde la sacan pero tienen muchísima fuerza y hacen muchísimo más que cualquier otro. Espero poder seguir adelante como hacen ellos”, desea en voz alta. “Para mí, lo importante, es que la memoria de mi hermano quede siempre presente”, subraya.

“Él es mi hermano mayor y yo el chiquito”

Algunas fotos. Un reloj. La campera negra que usó ese lunes y que después formó parte de una muestra itinerante. Una birome. La billetera. Y el VHS del casamiento, al que Adrián aún no se atreve a darle play porque “todos los amigos de la AMIA están en el video”. Eso es todo lo que conservan de Fabián Furman, el resto de la ropa se regaló. “A veces me desespero porque quiero acordarme de la voz de él, cómo era la voz de él y se me borra”, se apena Adrián y se apura en asegurar que tiene el mejor recuerdo de su hermano. “Para mí, era el mejor. Ahora tengo 48, entrando en la vejez, pero él sigue siendo mi hermano mayor y yo el chiquito”.

¿Cómo era Fabián?

Para mí él era un ejemplo, era una excelente persona, bueno, muy trabajador, siempre estaba cuando lo necesitabas. Yo lo tenía muy arriba. Nunca se lo dije. Era mi hermano mayor y muchas cosas de las que él hacía me servían como ejemplo o como motivación. Terminaba de trabajar en la AMIA siete u ocho horas y agarraba el taxi de mi papá y seguía trabajando hasta las ocho o nueve de la noche. Pensaba en progresar, en salir adelante. Teníamos amigos en común, la gente del trabajo, y no te digo todos los fines de semana pero fin de semana por medio salíamos todos juntos a alguna casa o cumpleaños. Además de mi hermano también era un gran amigo. Es como que de repente te arrancan todo lo que tenés.

¿Qué le gustaba hacer cuando no trabajaba?

Le gustaba recibir gente en su casa, era anfitrión, hacía asados, le gustaba mucho cocinar. Ya cocinaba cuando vivía en la casa de mis viejos y después cuando se mudó era el cocinero de la casa. En ese momento él pensaba mucho en progresar y en trabajar, pensando que, en un futuro, no les falte nada. Trabajaba hasta quince horas por día. Y los fines de semana también, porque por ahí hacía los turnos en Sepelios.

Fabián se había casado en 1992. “Eran muy felices ellos. Estaban muy bien. Se los veía como una pareja muy fuerte. Habían comprado una casa que la hicieron a pulmón los dos, la reformaron. Me acuerdo siempre de esa casa, porque era como el símbolo de él. Me acuerdo un momento en que todos trabajamos ahí, los amigos de AMIA venían a ayudar a pintar, a picar paredes, a ayudar a levantarla. Y después de eso yo no pude volver nunca más. Mi cuñada vivió un tiempo ahí pero después se mudó”.

A Adrián no le gusta el mes de julio, dice que quiere que pase rápido. Sin embargo, habla lento, pausado, recuerda con tranquilidad, como reviviendo cada minuto, cada detalle. Tal vez prefiera el recuerdo tácito, aunque confiesa que cada vez habla más y disfruta de las sorpresas de la memoria. A pesar de su escepticismo con respecto a la justicia, hay algo del orden de la esperanza que sigue en pie. Y es que, si uno mira detenidamente, en el fondo de sus ojos transparentes está también latiendo Fabián. Y Norberto. Y Claudio. Y Agustín. Y Paola. Y el mozo de la esquina. Y cada una de las 85 historias que necesitan no sólo de esa mitad de la AMIA que sobrevivió a la explosión sino también de cada uno de nosotros para no ser olvidadas.

Actualizada 19/07/2016