Por Lucrecia Roncoroni
Fotografía: Captura de Pantalla C5N

En un desproporcionado operativo de las fuerzas de seguridad, la policía detuvo al padre Paco Olveira y al joven Fidel Bravo en medio de la tradicional marcha de jubilados en reclamo de aumento de haberes y la restitución de los medicamentos gratuitos. Al religioso, también lo lastimaron en su cabeza.

Para la tarde del miércoles un desproporcionado operativo de seguridad se despliega rodeando el Congreso; centenares de efectivos de la Policía Federal y Gendarmería Nacional, además de la llamativa presencia de la Prefectura Naval Argentina y la Policía de Seguridad Aeroportuaria se distribuyen bloqueando cada intersección de Avenida de Mayo, Rivadavia y Sáenz Peña desde Ayacucho hasta San José.

Efectivos motorizados, camiones hidrantes en fila ocupando todas la calles aledañas, policías y gendarmes a pie con un caudal de armamento obsceno; escudados en el protocolo antipiquetes de la ministra de Seguridad y senadora electa Patricia Bullrich, se prepararon para un estallido social que nunca llegó.

 En su lugar, un puñado de jubilados que protestaba como cada miércoles fue brutalmente reprimido mientras reclamaba la recomposición salarial frente a un aumento del 2,08%; con un haber mínimo de $333.085,39 pesos que mantiene las jubilaciones por debajo de la línea de indigencia aún con el bono extraordinario de setenta mil pesos.

La jornada estuvo atravesada por detenciones arbitrarías, entre ellas al Padre Paco Olveira que acompaña los reclamos cada semana. “Es una situación repetida, después de las elecciones están todavía más envalentonados, fue una represión absolutamente desproporcionada e injustificada”, comenta el Padre Paco en diálogo con ANCCOM y describe que como es costumbre, las fuerzas de seguridad comenzaron a vallar cerca de las dos de la tarde para cerrar la plaza del Congreso y así aislar a los manifestantes antes de que comenzara la misa ecuménica convocada para las 15 horas. 

El sacerdote describe: “Un grupo de jubilados, no eran más de diez o doce, decidió dar una vuelta al Congreso por la vereda. Yo los estaba acompañando. Era impresionante la cantidad de policía que nos seguía, como si los diez jubilados fueran un ejército”. Olveira recuerda que dieron la vuelta y cruzaron por el paso de peatones con el semáforo en rojo, sin infringir normas. Se quedaron en la vereda y la policía empezó a empujarlos diciéndoles “Vamos, vamos, pasen para el otro lado” como si los estuvieran acarreando, los jubilados exigieron respeto: “Mira, nosotros somos gente grande. No estamos haciendo nada ilegal”, reproduce el intercambio.

Olveira comenta que aún así las provocaciones continuaron y los siguieron empujando por lo que un jubilado empezó a gritar un poco más y luego comenzaron las detenciones. “Un pibe, creo que de la UTEP, tenía una bandera argentina, se la intentaron sacar, él defendió su bandera y lo terminaron agarrando para llevárselo”, continúa.

El joven es Fidel Tomás Bravo. Ante el temor de que sufriera violencia institucional si se lo llevaban detenido, el padre Paco lo abrazó para que no dejarlo solo. Así, la policía se lo llevó a él también: “Yo me puse al lado, me agarré de él, si lo llevaban me llevaban también, para que no vaya solo si quedaba preso. No debería ser así, pero conmigo se cuidan más porque soy el cura”.

Desde la detención al Padre Paco, los hechos se viralizaron con rapidez. “Nos hicieron una causa por atentado y resistencia a la autoridad y nos soltaron porque está claro que a ellos se les arma si nos dejan presos –explica Paco ya de nuevo en la Plaza del Congreso- . La CORREPI y la Defensoría estuvieron ahí para acompañarnos y tomar la causa, esas son las verdaderas fuerzas del cielo”.

Verónica Arroyo tiene 54 años y es pensionada. Va a las marchas sola, su marido es jubilado pero no puede ir por su situación de salud. Está angustiada pero el enojo la mantiene combativa: “Se llevaron al padre Paco y ahí nos pusimos todos como locos porque no puede ser. Es una manía que te agarran de atrás, te tiran, no estamos en el 76, que nos chupaban. A ver si les queda claro. Estamos en 2025 y todavía siguen con las mismas prácticas de la dictadura”.

Los efectivos tuvieron retenidos a Olveira y a Bravo en Congreso durante una hora.  Luego de atarles las manos con precintos, veinte efectivos comenzaron a golpearlos y aplastarlos hasta dejarlos sin aire, los mantuvieron media hora incomunicados en la vereda, finalmente los esposaron juntos y los subieron otra media hora a un móvil policial. Los manifestantes y organismos de derechos humanos comenzaron a acercarse para exigir que los liberen y luego de realizar las actuaciones los soltaron.

El Padre Paco Olveira tiene un apósito cruzado en la frente y se trasluce una mancha abundante de sangre. Yo iba a rezar en la celebración ecuménica y luego a marchar pero hubo otra forma de rezar que es estar con el pueblo”, señala. Luego de ser liberado, unas horas más tarde, la Policía volvió a reprimir a los manifestantes. Ya liberados, la Mesa Ecuménica había terminado y la marcha de jubilados comenzó a movilizarse alrededor de la Plaza del Congreso. En la cercanía a Sáenz Peña, a las cinco de la tarde, empezaron a detener gente. “Eso fue después, cuando estaba dando la vuelta agarraron un par de pibes y caí en el voleo. No sé si fue con el casco o con el palo que le estaban pegando a la gente, pero me dieron en la frente y me cortaron, se quisieron llevar a unos pibes, hoy estuvieron marcando”, describe Olveira sobre el segundo operativo represivo de la tarde, del que otra vez fue protagonista.

Durante la ronda, en cuestión de segundos detuvieron a tres militantes de La Dignidad y reprimieron con crueldad, golpeando a una persona adulta mayor, que tuvo que recibir asistencia médica al caerse y quedar inconsciente, y a tres fotógrafas que necesitaron primeros auxilios.

 Los manifestantes se trasladaron a sede de la Asociación Madres de Plaza de Mayo para resguardarse y recibir atención del CEPA en un clima de enojo, desesperación, gritos y angustia. “Traumados, no tuvieron infancia”, grita alguien con dolor hacia el accionar policial. Una jubilada grita a Fidel Bravo desde la vereda, mientras él cruza la plaza para preguntarle si ya liberaron a los nuevos detenidos y confirma que sí, que la mayoría está bien. De fondo se escucha el pedido de agua para otro jubilado que se descompuso.

La mayor preocupación que resonó entre los manifestantes fue el ensañamiento con determinadas figuras:“Vine acá y me encontré con que había un camión hidrante ¿qué piensan? ¿Qué vamos a hacer? Siempre son ellos lo que provocan”, comenta Araceli Susana Ibarra de 76 años,. Y agrega indignada: “Nosotros no provocamos. Pero siempre hay algún infiltrado. Siempre hay alguien que va a buscar el choque”.

Pasada una media hora, la multitud se repuso y volvió a marchar en ronda por la plaza del Congreso. Susana Ibarra, como el resto de los jubilados no se rinde y comentaba mientras caminaba:  “A mí me me resulta vivificante venir. El compartir con la gente y a ellos les pasa lo mismo. El venir y juntarse y conversar con otros te hace sentir vivo, te hace sentir con fuerza, no bajás los brazos”.

Al finalizar la jornada el padre Paco concluía: “Les molesta que diez jubilados le den una vuelta al Congreso porque ellos quieren demostrar que no tenemos derecho a la protesta. Hoy no me duele el cuerpo, me duele el alma. De cómo está nuestro país, de que un 40% haya votado la crueldad de este tipo”. Bravo se acercaba para saludarlo y agradecerle nuevamente haber intercedido y explica su ida anticipada: “Ya me voy porque mañana tengo un parcial”.