Por Ernesto Palmeiro
Fotografía: Daniela Hernández

Un ruidazo en Filosofía y Letras, banderazos y clases públicas en Ciencias Sociales, Psicología, Exactas y Derecho, entre otras instituciones universitarias en defensa de su presupuesto. Crónica del cacerolazo en Puán, la facultad que anticipó los hechos en una película protagonizada el año pasado por Leonardo Sbaraglia.

Semanas antes del último balotaje presidencial, la película Puán se convertía en un suceso de taquilla. Casi sin proponérselo se transformó en una bandera de la defensa de la educación pública luego de que en su escena de mayor tensión, docentes y estudiantes ocupaban la vía pública y se enfrentaban a la policía ante la amenaza de cierre de las universidades públicas. Una vez más, la realidad supera a la ficción.

Noche del 10 de abril. La comunidad educativa de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA -la que habita los pasillos que retrató la película- está por realizar un cacerolazo en avenida Rivadavia y Puan. La actualización presupuestaria, la implementación de un boleto educativo y una suba del salario docente y no docente son los principales reclamos. Agenda de lucha que se extiende a las otras sedes de la UBA como la Facultad de Derecho, la de Psicología, la de Agronomía, el Hospital de Clínicas y la Facultad de Ciencias Sociales, entre otras, con reclamos, clases públicas y declaraciones. También hubo manifestaciones similares en las otras 61 universidades nacionales como manifestaciones previas y de concientización para la marcha universitaria del 23 de abril.

 Inflación interanual del 276% y un Gobierno nacional que prorroga el presupuesto universitario del 2023, aprobado en septiembre de 2022. Por cada 10 pesos que contaba la UBA en marzo del año pasado, hoy cuenta con 2. Emergencia presupuestaria, denuncia el Consejo Superior. En esa misma línea, las autoridades de FILO -igual que los de las otras facultades- advierten que de no actualizarse los fondos, en junio se verán obligados a cerrar sus puertas.

“No estamos frente a una discusión de presupuestos o lineamientos de políticas educativas, estamos ante un propósito frontal de destruir las condiciones de la educación pública argentina, ligado también a una tendencia muy penosa y dolorosa de desestimar lo que se hace en el ámbito público -comenta, presente en el cacerolazo, el docente Martin Kohan en diálogo con ANCCOM-. Nos manifestamos como lo que somos: una comunidad amenazada por el aparato del Estado”.

Semana de clases públicas, jornada de carteles, banderazo interclaustro y llegó el cacerolazo. Agenda de lucha de CEFyL (Centro de Estudiantes de Filosofía y Letra)  en defensa de la educación y gremiales que se suman: FEDUBA (Sindicato de Docente de la UBA), AGD (Asociación Gremial Docente) y la Comisión Interna nodocentes. Alumnos y militantes de diferentes facultades. Todos juntos. Diferentes cuerpos forman un mismo cuerpo: una red que resiste.

Siete de la tarde. La avenida Pedro Goyena separa del tono beige del respaldo de decenas de pupitres que actúan como contorno de ese Cuerpo que está en el medio de la calle Puan al 500 y participa de clases públicas. Antes de cruzar, en la vereda de Roma Café se oyó la charla de un hombre y su mujer “¿Dónde está el protocolo de Bullrich?”, pregunta él con mirada sombría y tono irónico haciendo referencia a ese Cuerpo que está cortando una sola cuadra, la cuadra de una casa de estudios, para que la motosierra no corte con el derecho a la educación pública, gratuita y de calidad. 

Estudiantes, sentados, parados y abrigados, forman un anillo. A metros de la entrada de la Facultad, más clases en el asfalto. Anillos más grandes y anillos más pequeños. “Estudiar es político” dice  un cartel. Atadas desde las persianas rojas bermellón del edificio cuelgan banderas de diferentes organizaciones, una al lado de la otra. “Vamos a prepararnos para ir al cacerolazo”, es la frase con la que una profesora finaliza su clase. Los alumnos se levantan de las sillas, las cargan encima suyo y las empiezan a devolver a las aulas. Van en fila india, abriendo paso entre el resto de la gente. El contorno beige queda suspendido y el anillo disuelto, pero el Cuerpo comienza a moverse. 

“El individualismo, como concepción, está destinado al fracaso. El hombre no se realiza como individuo. Somos individuos comunitarios. ¿Qué decía Aristoteles? ‘Zoon politikon’: somos personas políticas. El ataque genera como resistencia la construcción de lazos comunitarios más fuertes”, reflexiona Martín Cuesta, profesor adjunto en la cátedra de Historia Argentina II de la Licenciatura en Historia que se dicta en Filosofía y Letras. 

La euforia se empieza a sentir y cada vez más. Las ocho de la noche y el horario del ruidazo que llegó. Estudiantes que llevan y traen cosas del interior de la Facultad. Parlantes, banderas y cañas. Los que salen alzan la mirada buscando un espacio por el que meterse. “No al vaciamiento ni el cierre de la universidad pública. Triplicación del presupuesto, boleto educativo, salario para docentes y no docentes”, se lee en una cartulina de casi dos metros que va esquivando al mar de gente de la entrada del edificio; apurados como soldados que se preparan para la batalla, lo transportan los militantes del ¡Ya Basta!, identificados por sus sus remeras rojas con letras blancas. 

“Yo tengo 67 años, me podría haber jubilado a los 65 pero ejercí mi derecho a opción para quedarme hasta los 70 porque tengo algo para darle a esta casa aunque sea en la calle. Esto que tenemos, que es la universidad pública, la facultad en que me recibí, es un logro, un proyecto y un legado de generaciones anteriores a nosotros. Yo soy primera generación de universitarios de mi familia. Tenemos que estar en unidad porque es un patrimonio de todos”, expresa la profesora Irene. “Docentes luchando también enseñando” se vislumbra en otra pancarta.

En la esquina de la Facultad, sobre José Bonifacio, la rotativa luz azul de la sirena de la policía porteña  completa la puesta en escena.  “La jornada se viene desarrollando de manera muy pacífica y con la posibilidad de hacer las clases en la calle. Todo está conversado. No tuvimos mayores problemas. Sí un vecino o vecina que se queja o grita algo a favor de Milei, pero cosas mínimas”, explica Violeta. 

Un cartel que salió mal y la militante que usando el asfalto como mesa se arroja con la brocha para hacerlo de nuevo: “Si hay motosierra hay estudiantazo”, escribe sobre el papel que deviene pancarta.
La columna está a punto de cruzar Pedro Goyena. Como un metrónomo, los bombos suenan a la par de los cánticos que dirige una miembro del CEFyL a través de un megáfono: “Si el presupuesto no está/ qué quilombo se va armar/ les cortamos las calles y les tomamos la facultad”, entona al mismo tiempo que con su mano libre arenga al resto.
Los fotógrafos van de aquí para allá mientras buscan la toma perfecta, corren. Algunos se alejan para hacer un plano general. Y es que la multitud se prepara para marchar hacia Rivadavia. Vecinos que pasan y se detienen a ver el suceso: algunos con cara seria, otros con una sonrisa entre medio. Un punto en común entre ellos: la cámara de los celulares que registran el hecho.
“Los estudiantes estamos con un ánimo de lucha. Estamos muy enojados ante la amenaza del cierre de nuestra facultad -continúa Violeta-. El reclamo es al gobierno de Milei, pero también busca captar la solidaridad del conjunto de la sociedad”.
Sincronizadas con el compás de los cantos, las bocinas de los autos que se escuchan al pasar. Un repartidor de Rappi va en bicicleta y alienta. Más tarde otro delivery con la tosca mochila de reparto, también de Rappi, pasaría a los empujones por el medio del cacerolazo. Dos señoras cruzan por lo que queda de la senda peatonal de la intersección de Goyena y Puan; quedando a poco más de un metro de distancia de la columna y los militantes del ¡Ya basta!, a una de las señoras se le escucha decir “¿Qué hacen? ¡Vayan a laburar!” a la vez que realiza el típico gesto argentino del montoncito. La voz del Cuerpo se escucha más que la de la señora.
Las distintas organizaciones se reubican. Los de la Asociación del Personal de la Universidad de Buenos Aires (APUBA) toma la delantera y con su enorme bandera verde van al frente de todo; pecheras violetas, varios de los referentes sostienen algunos carteles: “Defendamos la educación pública. ¡Es ahora!”, dice uno con letras naranjas sobre cartulina blanca. “Ganemos la calle para no perder las aulas!! Todxs juntxs”, dice otro. “Hace mucho que no tenía esta sensación de unidad” expresa Lucía, estudiante de Geografía.
“Estamos encantados. En Brasil no tuvimos la misma fuerza para defender la universidad pública“, comenta una pareja de docentes del país vecino que fueron invitados para dar una clase Argentina.

El Cuerpo avanza. Paso firme y decidido, copando las calles. Una marea  inflexible e imparable, yendo a buscar lo que es de todos. “¡Azo/ azo/ azo/ por un estudiantazo!/¡Azo/ azo/ azo/ por un estudiantazo!”.Cruzan Pedro Goyena. El sonido de los bombos continúa.“ Vamos acomodándonos, vayamos más despacio para no dejar atrás a los compañeros”, comunica una estudiante por el megáfono.  La prensa agitada en busca del ángulo adecuado. La bandera del CEFyL que termina de desplegarse. Militantes que corren para estar con su agrupación. Cambian la melodía: “Si el presupuesto no está/ qué quilombo se va armar”.

 “Estamos en un salto cualitativo en la ofensiva del capital sobre la clase trabajadora -indica el profesor Carlos Garberi- que se viene desarrollando en el planeta entero hace más de 40 años y que tiene su correlato en la crisis de lo que podemos denominar el Estado neoliberal. David Harvey señala que es la transición hacia un Estado neoconservador donde no se mantienen las  libertades democráticas ”

Llegando a  Rivadavia, la marcha de los estudiantes se vuelve a acelerar. Un grupo numeroso con las banderas de las organizaciones de izquierda se ubica en la intersección de la calle Chirimay. El resto de las columnas sigue llegando. Un camión con parlantes, reflectores de luz y una militante empuñando su voz en un micrófono, avanza hacia Chirimay: ”A ver, a ver/ quién dirige la batuta/ Los estudiantes/ o el Gobierno hijo de yuta/ yuta/ yuta”, vocaliza junto a la multitud.  Entre la gente del cacerolazo, una chica con una bolsa con la inscripción “Googleá empatía”. 

En una estrofa se hace presente La noche de los lápices: “¡Damela vos/ damela mi/ por el boleto estudiantil!”, se oye.

Un adulto mayor, Edgardo, pelo blanco, con suéter verde y pantalon negro, sostiene junto a Adela una bandera de la “Asamblea de Caballito. Resistencia Veterana”. Un grupo de jubilados que se organizaron desde la asunción de Milei y hoy están acompañando al movimiento estudiantil. “No es que solamente pedimos por un salario digno, no es un problema de subsistencia, sino de dignidad: trabajamos toda la vida aportando para que nos estafen de esta manera”, desliza Adela.

“¿Todo bien?“, le pregunta Micaela, estudiante de la Licenciatura en Historia, a quien fue su profesora en Antigua I. “Todo bien no, todo mal”, le responde entre carcajadas cómplices.

“Los docentes universitarios estamos de paro. Los estudiantes están en pie de lucha con numerosas clases públicas: en Filosofía y Letras, en la Facultad de Ciencias Sociales, en la de Ciencias Exactas, en Veterinaria… Esto muestra la energía y  la potencia del movimiento estudiantil, docente y no docente, para resistir y oponerse a la privatización de la universidad que quiere Milei y todo su séquito reaccionario”, comenta una profesora de Sociedad y Estado del Ciclo Básico Común, quien minutos antes animaba a un grupo de estudiantes. “Unidad de los trabajadores/ y al que no le gusta/ se jode/ se jode!”, siguen los cánticos.

“Un tiempo muy precario del punto de vista conceptual, muy implacable y cruel, en el que hay una desestimación y un desprecio por lo que en definitiva hace a lo público y a la posibilidad de constituirlo como lo que constituimos: una comunidad. Lo han hecho desde la base de una demonización del Estado, no desde una crítica o revisión de aspectos o distintas funciones, una demonización intrínseca de todo el trabajo que se hace en el ámbito estatal”, argumenta Kohan, el escritor-docente.

Hacia el final, Cuesta sintetiza: “Esto es un ataque a un sector central en la formación de comunidad, y uno pone el cuerpo. Pero la sensación de poner el cuerpo en comunidad siempre es gregario: genera más comunidad y nos da potencia”.