Por Federico Arrigone
Fotografía: Sofía Barrios

Compras al por mayor, endeudamiento financiero y solidaridad barrial son algunas herramientas de las clases populares para enfrentar la realidad que impone el gobierno de Milei.

Durante las cada vez más habituales crisis económicas que afectan a la Argentina, la población ha desarrollado recursos de supervivencia que se capitalizan como parte de la memoria colectiva. Sin embargo, luego de la estampida de precios ocasionada tras la última devaluación y el freno a la distribución de alimentos a comedores populares, el escenario se modificó a una velocidad que hace difícil la adaptación. Según el informe de enero del Observatorio Social de la Universidad Católica, 27 millones de personas de argentinos son pobres, el 57% de la población y un 8% más que el mes anterior. Frente a esta realidad, los sectores medios y populares necesitan actualizar sus estrategias de supervivencia.

En la actualidad, quienes pueden, se abastecen con compras mayoristas para resguardarse de aumentos futures y obtener mejores precios. Según diferentes analistas económicos, estos comportamientos traen consigo un contrapeso abrumador para la clase media y baja de la Argentina: la deuda.

En un artículo publicado recientemente en El Dipló, la politóloga e investigadora, Verónica Gago, explica cómo el “ejercicio permanente de endeudamiento y compra en cuotas se dedica a alimentos, gestionado a través de una panoplia de tarjetas de crédito, préstamos de billeteras virtuales y lugares de crédito barrial”. En su análisis de la situación social actual, Gago afirma que “la ecuación escasez-saqueo logró evitarse gracias a dos factores: las redes financieras y las redes de la economía popular organizada”.

“Yo puedo solo”

 Sin limitarse al efecto material de la crisis, Verónica Gago describe la manera en la que la deuda transforma discursivamente a los trabajadores empobrecidos en consumidores libres. Las interpelaciones individualizantes activan una «nueva racionalidad y afectividad colectiva», una de las claves para reflexionar sobre lo que la investigadora denomina «neoliberalismo desde abajo». Gago resalta la manera en que este sistema se arraiga en las subjetividades que, para avanzar, se ven forzadas a enfrentar condiciones críticas de desposesión de capital e infraestructura pública.

Esta propuesta de una salida individualizada tiene como faro al oficialismo actual, quien mejor representa a este tipo de discursividades. Actualmente, dado a la búsqueda por “transparentar la política alimentaria”, el Ministerio de Capital Humano mantiene en cero los fondos atribuidos a una parte importante de comedores y espacios comunitarios. Esta medida impacta drásticamente a un estimado de 1,2 millones de familias que viven en barrios populares.

Tras preguntarle por la situación actual, Sofía Servián, coautora del libro Cómo hacen los pobres para sobrevivir, explica cómo “la ayuda comunitaria, redes de contención o reciprocidad es lo único que explicaba en ese momento [durante el gobierno de Alberto Fernández], y más aún ahora, cómo hacía la gente para sobrevivir”. En cuanto al “sálvese quien pueda”, Servián aclara que en los barrios populares “no se pueden dar el lujo de no necesitar de nadie” y que “se ha acrecentado aún más la ayuda mutua o cooperación como, por ejemplo, ir a comer a la casa de los familiares”. 

La investigadora detalla la importancia de estos vínculos: “La red de parientes, desde lo más lejanos hasta los más cercanos, es la que sostiene en momentos difíciles. Aquellos que están en una ‘mejor’ situación económica ofrecen a los otros changas, alimentos, se prestan plata”.

Al comparar el contexto en el que fue escrito el libro (2019) y la actualidad, la investigadora destaca que en ese momento “era una preocupación no poder comer milanesas o carne más seguido, pero ahora directamente se está jugando la posibilidad de comer o no comer”.

“En la Argentina es un privilegio comer”

Según cifras del Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (Isepci) se registró un aumento del 69,72% en el Índice Barrial de Precios (IBP) durante los primeros meses de la gestión de Javier Milei. Esto, traducido a los gastos de una familia tipo de cuatro personas, implica un aumento de un 66,57% en la canasta básica total y, por consiguiente, una caída rotunda de las expectativas de consumo de las clases populares.

En una charla abierta del medio Tiempo Argentino, el Padre “Toto”, de la parroquia de Caacupé del barrio de Barracas, y Dina Sánchez, secretaria adjunta de la UTEP, describieron cómo se vive en carne propia la crisis en los barrios populares.

Ambos califican a la situación como “angustiante” e “indignante” y señalaron con preocupación la falta de interés por parte de la dirigencia política actual ante «comedores desbordados”. “No tuvimos respuestas. Cerramos un 2023 sin alimentos, sin diálogo”, señaló Sánchez. “La ministra [Sandra Pettovello] no nos quiso recibir, nunca vimos a una dirigente burlarse así de la gente”, contaba la dirigente. Según Sánchez, la ministra de Capital Humano, “que de humano no tiene nada” en palabras de la entrevistada, interpeló burlonamente a quienes solicitaban alimentos con frases cómo “¿Quién tiene hambre?”, para posteriormente cerrarles las puertas. “Volvimos a una Argentina donde se discute el alimento”, concluyó.

El Padre “Toto” hizo hincapié en la situación de las mujeres en los barrios populares. “La pobreza tiene cara de mujer”, afirmó. En su intervención hizo referencia a la problemática de quienes, al tener que incrementar sus horas de trabajo, debían dejar solos a sus hijos. “Es una libertad asquerosa, es individualismo”, afirmó indignado el párroco. “Algunos pueden elegir si viajar o no, nosotros tenemos que elegir si no almorzar o no cenar”, concluyeron los entrevistados.

Los colaboradores de comedores comunitarios en el barrio Padre Mugica cuentan que “desde la llegada del nuevo gobierno aumentó la cantidad de vecinos que viene a los comedores. Muchos de ellos son jóvenes de 20/30, varones que vienen a poder comer algo, sumados a las familias numerosas que siempre hubo, al igual que madres solteras”. Este último grupo de personas, según las fuentes consultadas, “al final son las que más sufren, porque hay madres solteras que al no tener ayuda de un padre ausente no pueden darle una buena alimentación a sus hijos”. Debido a que son el único sostén económico de su grupo familiar “necesitan alimentar a su familia porque no llegan con los gastos como para gastar en carne o pollo”, afirman.

La bendición de comer

Por su parte, vecinos de la Villa 21-24 destacan la presencia de la Iglesia como factor decisivo a la hora de afrontar la crisis: “En estos mismos momentos hay un comedor de emergencia y tiene mucha demanda. Hay muchas familias en condiciones limitadas a las que les sirve mucho”, cuentan. Según algunos comentarios del barrio, la iglesia siempre ayuda a quien lo necesita, forjando una relación recíproca con la gente. “La Iglesia suele recibir ayuda, pero muchas veces no alcanza, cuando eso pasa les pide a los que puedan colaborar un paquete de fideos o lo que sea… así se sustenta día a día” relatan.

Desde las altas cúpulas eclesiásticas se ha advertido sobre la falta de apoyo a las instituciones religiosas para afrontar la crisis. Recientemente el presidente del Episcopado, Monseñor Ojea, ha hecho declaraciones sobre el deterioro en las condiciones de vida de los más pobres y de la clase media. El representante de la Conferencia Episcopal se pronunció en contra de las medidas que descontinúan la asistencia del gobierno a centros de ayuda comunitaria: “Para hacer llegar el pan a los barrios es necesario no discontinuar a los grupos ya existentes que están trabajando. Todo lo que atente a que los bienes primarios, como son los alimentos, no lleguen a nuestra gente, no es bueno”.

En este escenario marcado por la incertidumbre económica y social, la supervivencia ante el ajuste se vuelve cada vez más precaria para las clases trabajadoras. La falta de apoyo estatal a redes comunitarias agrava la crisis en los sectores más vulnerables. En este contexto, a pesar de todo, la solidaridad y la resistencia colectiva emergen como elementos fundamentales para enfrentar los desafíos venideros, aunque queda la duda de hasta cuándo se puede sostener la situación bajo estos términos.