Por Nicolás Montecinigher
Fotografía: Pamela Pezo Malpica

Como en la década de 1990, un grupo de trabajadores pasivos se reúne todos los miércoles frente al Congreso para exigir aumentos que les den un respiro en el bolsillo. Participaron de las manifestaciones contra la Ley Ómnibus y fueron reprimidos. ¿Quiénes son? ¿Cuál es su historia?

Jubilados Insurgentes es un movimiento creado en el año 2019 por personas de distintas afinidades y militancias políticas. No tiene dirigentes ni referentes porque creen en una democracia directa que reemplace a un sistema de representatividad que está en crisis. Todos los lunes hacen asambleas vía Meet para reunir a todos los integrantes esparcidos por la Argentina en las que, a partir de consensos, trabajan, cada uno con su idea política, en función del bienestar no solo de los jubilados, sino también de los trabajadores en actividad –porque pelean por la defensa del sistema previsional vigente–, de los estudiantes y de los desocupados.

“Insurgentes trata de poner sobre la mesa todas las necesidades que tienen los jubilados. Hay compañeros a quienes no les dan los medicamentos oncológicos ni turnos de visitas con el médico. La situación es muy grave”, afirma Beatrice, una de las integrantes del movimiento que en los tiempos que corren prefiere preservar su apellido. Y todos coinciden en un número: 500.000 pesos de jubilación mínima, es decir, un monto que por lo menos alcance para cubrir la canasta básica de un adulto mayor.

En la vereda

El grupo Jubilados Insurgentes se junta todos los miércoles a las 15 horas en la puerta del Anexo “A”, edificio ubicado frente al Congreso sobre la avenida Rivadavia entre Riobamba y avenida Callao, y hacen “semaforazos” sin interrumpir la circulación de autos y peatones. Al ritmo de consignas como “Trabajadores, les estamos avisando que sus jubilaciones se las están afanando”, “Paro general”, “Jubilados, carajo”, “¿A dónde está esa famosa CGT?”, “Necesitamos una huelga general”, Insurgentes se organiza del cordón de la calle hacia la vereda para cumplir con el protocolo de seguridad impuesto por este nuevo gobierno.

Así y todo, la policía bajo las órdenes de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich los amedrentó, al igual que a tantos otros manifestantes, durante las jornadas del 31 de enero al 2 de febrero. “Me comí el gas en los ojos, por más que tenía lentes, y en la nariz. Me dejaron las fosas nasales ardiendo una hora. Vinieron compañeros militantes, me dieron limón y, más o menos, se me calmó, pero el gas que están usando es venenoso: dicen que con leche se calma, pero esto ataca a los pulmones”, indica uno de los jubilados reprimidos y agrega: “No nos van a doblegar, lo único que han hecho es potenciarnos. A nosotros nos reprimieron y crecimos.”

Desde los 15

Mario Palavecino tiene 69 años y vive en el barrio porteño de Villa Lugano. Trabajó 43 años en el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en relación de dependencia y hace ‘changas’ desde los 15. Hoy cuida a su nieto mientras su hija sale a trabajar. Si bien militó en la izquierda, actualmente no se identifica ni agrupa con ningún partido político.

Palavecino dice que esta arremetida del gobierno no se arregla únicamente con movilizaciones en las calles: les exige a los dirigentes de las centrales obreras, CTA y CGT, más allá de sus diferencias, a ponerse a la cabeza de las demandas con un plan de lucha nacional que incluya paros y marchas. Al ser consultado por el reciente aumento de las jubilaciones del 29%, cataloga este ajuste como “un afano” y agrega que “debería estar, para los compañeros que tienen la mínima, en un piso de 500.000 pesos, el equivalente a la canasta básica de adulto mayor.”

Para Mario, “este gobierno endurece el garrote contra los trabajadores, pero es muy blando con los titulares del Fondo Monetario. Dicen que no hay plata, pero se la llevan todas las grandes corporaciones bancarias. Se está pagando una deuda altamente fraudulenta que es una estafa al pueblo argentino. No hay plata para los trabajadores, para los jubilados ni para los sectores populares. Al final la casta somos vos, él y yo”, se enoja.

Un paseo por la historia

Rubén Cocurullo, de 76 años, nació en el barrio de Saavedra y aún sigue allí. Trabajó ocho años en relación de dependencia hasta que se dio cuenta que “era explotado por el patrón”. Tomó la decisión de continuar de manera autónoma y lo hizo por 43 años hasta jubilarse con la mínima.

No forma parte de ningún partido político porque “son todos piramidales.” Así, desde 1999, cuando se fue del Partido Socialista Democrático, Rubén decidió formar, junto a otras seis personas, el grupo Jubilados Autogestionados en la Biblioteca Popular José Ingenieros. Junto a dicho grupo, organiza reuniones semanales en el Centro Cultural Casa del Pueblo, situado en Villa del Parque, para llevar a cabo charlas, debates, conmemoraciones y muestras, entre otras actividades culturales costeadas por ellos mismos.

Rubén se remonta al pasado para recordar que hoy, en el gobierno, están “los mismos” que participaron de la Semana Roja de 1909 en Plaza Lorea, de la Semana Trágica de 1919 en la Plaza Martín Fierro, de la masacre de la Patagonia rebelde de 1921, de la masacre de Oberá de 1936 y del asesinato de los Pilagá en 1947: “los Vasena, los Bullrich… esos son exactamente los mismos que nos vienen gobernando”, enumera.

Por último, deja dos mensajes, uno de ellos para los policías que reprimen en las movilizaciones: “Muchachos, despierten de una vez. Ustedes cobran 500 ‘lucas’ por mes como cualquiera. Son trabajadores adiestrados para la represión, para asesinar al pueblo, y no saben que de este lado puede estar el abuelo, el tío, o el padre del amigo.” Y otro para la juventud, especialmente, para quienes votaron a Javier Milei: “A los jóvenes les hicieron leer una mitad de la biblioteca y no la otra. Cuando estos chicos se encuentren sin un ‘mango’ en el bolsillo, sin jubilación y explotados, la decisión que van a tomar va a ser irse del país porque «es una mierda».”

De San Fernando al Congreso

Más de una hora y media tarda en llegar Juan Manuel Quintero desde su hogar, ubicado en la localidad de Virreyes, para reunirse con sus compañeros de Jubilados Insurgentes. A sus 76 años, y luego de toda una vida de trabajo como metalúrgico, Juan Manuel muestra una faceta política que se desliga de su militancia en el Partido Comunista de los Trabajadores (PCT), movimiento que integró hasta la irrupción del Golpe de Estado de 1976, y en el fundado por Luis Zamora, Movimiento al Socialismo (MAS), desde el año 1982, y hoy expresa su descontento hacia los dirigentes partidarios.

Juan Manuel acusa a este gobierno de tener relaciones muy estrechas con el sionismo, con los ‘yankis’ y con los anglosajones. “Quieren destruir todas las conquistas que ganó la clase obrera. La mayoría de los políticos se hacen los distraídos y algunos dicen «cuanto peor, mejor». Por eso, les exigimos a las tres centrales sindicales (Confederación General del Trabajo, CTA Autónoma y CTA de los Trabajadores) que luchen para tirar este plan económico e ir con uno distinto que empiece por un aumento de todo: jubilaciones, pensiones”, enfatiza. “Si no, este país es semicolonia. ¿Es difícil? No, no es difícil. La clase obrera a nivel mundial está luchando: hizo 25 paros en Latinoamérica, hizo un paro en Alemania. Hay una situación revolucionaria que llegó acá: la clase obrera puso en jaque al gobierno el 24 (de enero) y, lamentablemente, las conducciones le dieron un respiro”, agrega.

Remando contra la corriente

Beatrice tiene 78 años y vive en Balvanera, “ahí en Once”, dice mientras señala en dirección a los autos que circulan por la Avenida Rivadavia. Estudia Sociología en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA: le quedan tan sólo dos exámenes y la entrega de dos informes para recibirse y cumplir aquel sueño que se vio truncado desde joven, cuando le contó a su padre que quería arrancar la ‘facu’. “¿Qué? ¡Vos tenés que ser maestra jardinera, casarte y tener hijos!”. En ese recuerdo aparece la lucha histórica de las mujeres, ese combate contra aquello que se llama ‘estigma’ y existe hace siglos. Ella, militante del movimiento feminista, insiste en que la desigualdad de género sigue siendo la misma porque todavía las mujeres no ganan lo mismo que los hombres y deben cuidar a los hijos, cumplir con las tareas del hogar y mantener su empleo formal al mismo tiempo.

Beatrice trabajó en el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) de manera ininterrumpida por 26 años y, ahora, con una pensión de 169.000 pesos –una cifra que se considera como ‘privilegio’ dentro de los jubilados–, no le “da para nada.” De hecho, cuenta que vive con su hijo de 52 años para recortar sus gastos lo máximo posible. “Se invirtió todo: ahora es mi hijo quien se hace cargo de gran parte de las cosas, es él quien me cuida a mí.”

En la mirada de Beatrice “hay un sistema que indica que somos descartables. Los jóvenes producen hasta que se vuelven descartables, y eso forma parte de un sistema que se llama capitalismo. Es el ‘usar y tirar’. Esto es una lucha de tipo política: en la medida que sigamos así, el capitalismo no va a aguantar”.