Por Agustín Bagnasco
Fotografía: Clara Pérez Colman y Valentina Gómez

Cuando se cumplieron 22 años del estallido social de 2001, se realizó la primera marcha opositora al gobierno de Javier Milei. Hubo una sobreactuación de la Policía y la Gendarmería: centenares de uniformados custodiaron la movilización de la izquierda a Plaza de Mayo. Se cortó la calle pero no hubo disturbios y no se efectivizó el protocolo Bullrich.

Son las tres de la tarde en el microcentro porteño. Los rayos del sol se reflejan sobre los cascos de los más de 200 efectivos de la Policía de la Ciudad que, apostados sobre la esquina oriental de Diagonal Norte y Esmeralda, observan cómo un centenar de militantes del MST cantan contra el presidente Javier Milei. Es 20 de diciembre y se cumplen 22 años del estallido social ocasionado por la peor crisis de la historia argentina.

Desde aquella jornada que culminó con la renuncia de Fernando De la Rúa, anualmente movimientos de izquierda y organismos de derechos humanos han marchado a la Plaza de Mayo para recordar a los más de 39 asesinados por las fuerzas represivas del Estado.  

La convocatoria de este año se dio en la antesala de la presentación de un DNU que apunta  a desregular la economía, desarrollar una reforma laboral anti obrera y privilegiar los intereses del poder económico. 

Es por eso que ahora los manifestantes cantan contra los negociados y las políticas que oprimen a las clases populares. Tal vez no lo sepan, pero están formados junto a la escultura de Lisandro de la Torre, aquel diputado al que intentaron asesinar por denunciar que la oligarquía argentina había hecho un pacto con el Reino Unido para enriquecerse a costa de la soberanía nacional. De alguna manera, pasado y presente se unen esta tarde para recordar que el patriotismo es una amenaza para los negociados de los grupos concentrados de la economía. 

Cerca de 100 efectivos de la Policía Federal arman un corral que impide que los participantes de la manifestación se muevan del único carril que ocupan. 

  • Yo soy del área audiovisual. Sabemos que se va a intervenir el INCAA — expresa una mujer de unos 50 años mientras sostiene una bandera en la que se lee “Evitemos el apagón cultural” —. Nos acusan de corruptos, de hacer películas que no ve nadie. Por eso marchamos, para que la cultura no se transforme en una mercancía. 

Mientras habla, observa cómo el personal de Infantería que estaba sobre su flanco derecho ahora toma los escudos, pasa por delante de ella y reemplaza a la pared humana que impedía el avance hacia la calle.

  • Este despliegue le cuesta al país todo lo que de alguna manera se le está sacando en materia de subsidios. Este hombre dice que no tiene plata, pero sí la tiene para esto — advierte el trotskista Jorge Altamira, sin miedo de que lo escuchen los policías parados a menos de un metro de distancia —. Es un papelón, es una escena que cuando salga en la televisión internacional, van a decir que Argentina entró en la vergüenza. 

Desde las otras veredas, los vecinos del barrio observan a las personas marchar como si fuera un fenómeno incomprensible. Es una mirada similar a la que tenían los porteños en 1945 cuando desde sus balcones veían a decenas de obreros conurbanos caminar las mismas calles y mojar los pies en las fuentes que aún permanecen frente a Casa Rosada. Observan desde lejos, como quien queda absorto por una bestia a la que desea conocer, pero bajo ciertas medidas precautorias.

Para los extranjeros también es un espectáculo. Pasan en los colectivos turísticos y sacan fotos de los carteles del Partido Obrero. Los que van a pie sacan su celular, graban, se ríen en idiomas indescifrables y vuelven a grabar. 

A las cuatro y cuarto, Infantería permite que se ocupe la avenida. De a poco, la masa avanza hacia Plaza de Mayo mientras canta “Unidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode”.  

La manifestación se mueve bajo la mirada de la ex ministra de Seguridad, Sabina Frederic, quien permanece parada en el cordón de la vereda con los brazos cruzados

  • Hoy hubo episodios que fueron irregulares, probablemente ilegales, tendrá que decidirlo la Justicia — denuncia — Está claro que el protocolo es inaplicable, que la Ciudad de Buenos Aires no lo hizo suyo, porque hoy emitió un comunicado recordando los puntos de concentración y estabilizando a los desorganizadores. 

Al llegar a la Catedral, los manifestantes optan por no pasar la Pirámide de Mayo y pararse sobre Bolívar, frente al Cabildo. La Policía Federal arma una nueva hilera, esta vez desde la entrada al subterráneo, en la esquina de Hipólito Irigoyen, hasta la mitad de la Plaza. 

De repente, el ruido de los bombos y redoblantes es interrumpido por el de las sirenas. Diez segundos más tarde aparece una unidad de Gendarmería que es escoltada por otra, junto a un camión hidrante. Luego de abrirse paso entre la gente que ocupaba la calle, estacionan a metros de la sede central de la AFIP. Bajan con cascos, escudos, rodilleras y coderas. Son como una especie de robocops verdes que cobran en pesos y que ahora se paran detrás de la fuerza porteña para armar un doble cordón. 

Otro camión aparece, pero no lleva armas, sino parlantes y micrófonos. Al llegar a Rivadavia y Bolívar las puertas laterales del acoplado se abren y se suben algunos oradores. Gritan contra el ajuste, la represión y el ataque al sistema democrático; recuerdan que algunos de los responsables de la barbarie del 2001, como Federico Sturzenegger y Patricia Bullrich, el 10 de diciembre volvieron a ser gobierno. Luego llaman a mantener la lucha y a trabajar para evitar que la especulación financiera termine de aplastar a una clase popular ya herida de muerte. 

Mientras todo esto sucedía, Javier Milei se hizo filmar en el Departamento Central de Policía monitoreando a través de  una pantalla gigante todo el operativo, como si estuviera al frente de un ejército en guerra, ladeado por su ministra de Seguridad Patricia Bullrich y su ministra de Capital Humano Sandra Petovello. En su línea se veía a sus tiktokers Iñaki Gutiérrez y Emilia Rolón filmando la escena con sus celulares.

Cuando llegan las seis de la tarde, las columnas se alejan por Avenida de Mayo hacia 9 de Julio. Es el mismo camino que 22 años atrás realizaron miles de argentinos para pedir ante el Congreso y la Casa Rosada que se vayan todos los políticos, mientras las balas de goma llenaban el asfalto de sangre. 

Hoy el pedido es otro: que por primera vez paguen los platos rotos quienes empobrecieron el país y no los que día a día se enfrentan a la posibilidad de ir a dormir sin comer. 

A las nueve de la noche ya no hay militantes en el microcentro. Con la tranquilidad de tener la Plaza despejada, el presidente Javier Milei inicia una cadena nacional desde Casa Rosada, escoltado por su gabinete. 

Está sentado detrás de una mesa, en la cual solo hay un vaso, un estuche para lentes y las tres hojas en las que se resume la transformación del Estado. Se derogan 300 leyes, pero elige poner el foco en 30, entre las cuales se destaca la Ley de Alquileres. 

La respuesta no tardó en llegar. Al igual que aquella noche de diciembre del 2001, pocos minutos después del anuncio,  el ruido de cacerolas volvió a sonar en la Ciudad de Buenos Aires no solo como protesta, sino también como recuerdo de que los métodos de lucha utilizados durante el estallido siguen presentes en la memoria popular.