Por Paloma Sol Martínez
Fotografía: Lara Espindola

Ningún candidato salió airoso de los comentarios de cinco ciudadanos de a pie, convocados por ANCCOM para presenciar y comentar el debate electoral. Predominó la incredulidad a los dichos de los postulantes a la presidencia, las acusaciones de falta de empatía y los cuestionamientos filosos en clave de memes.

-Mi ley de vida es no mirar estas cosas- comenta Gabriela, de 54 años. 

-Hacés bien- responde Sergio, de 33. 

Con esta interacción empieza la noche del 1º de octubre, mientras el periodista Rodolfo Barili da inicio al evento televisivo tan esperado por algunos ciudadanos -superó los 40 puntos de rating- y tan evitado por otros, como dan a entender Sergio y Gabriela. ANCCOM reunió a cinco personas, todas de edades y clases sociales distintas y afinidades político-ideológicas diversas, para que vieran juntos el primer debate presidencial del 2023 en vivo y ayudaran a ilustrar la opinión que generó la jornada. 

Los primeros 15 minutos de la reunión transcurren sin intervenciones. Es el momento de presentación de los candidatos y la atención de los cinco espectadores está puesta de lleno en las palabras que se enuncian detrás de los atriles. Eso, hasta que una risa sincronizada por parte del grupo irrumpe el silencio y afloja la situación, sentando también un precedente para lo que sería un debate presidencial -según las reacciones del grupo- bastante hilarante. 

Durante toda la reunión se distinguen claramente cuatro tipos de risas. El primero lo inaugura Patricia Bullrich con su dificultad para expresarse. La candidata se traba y Rodolfo, jubilado de 67 años, se golpea la cabeza como intentando reiniciarla; los demás se ríen:

-La oralidad de Bullrich es patética, me pone nerviosa -dice Gabriela-, dijo 20 veces ‘inflación’ la mina en el discurso. Perdió el hilo, claramente. Hoy no suma un voto más.

-¡No sabe hablar! -opina Carolina, estudiante de 22 años-. Le cuesta mucho y pierde mucho tiempo en el intento. 

-Sí. Dice cinco palabras y corta -dice Sergio- y como que no desarrolla, ¿vieron? Además se pasa 14 segundos en un turno de 15 pensando en la pregunta y finalmente ni llega a preguntar.

Rápidamente, comienza a causar gracia otro elemento presente en el debate: la cantidad de solicitudes de réplica. Los candidatos se gastan este derecho casi por completo en los primeros 20 minutos. En un momento Juan Schiaretti solicita replicar y, cuando termina de hablar, Sergio tiene cara de confundido. 

-¿Eh? ¡Eso ni siquiera fue una réplica! 

Javier Milei, con las histriónicas expresiones faciales de superación que pone mientras le dirige la palabra Patricia Bullrich, o con su “Ministro, usted dijo que si es presidente –

No lo va a ser, pero no importa…” hacia Massa, también causa risitas. Son risas asimilables a las que recibe un comediante durante su show de stand-up; eso sí, un comediante de aquellos que se regocijan en ser “sin filtro” o “políticamente incorrectos”. Por eso, las carcajadas que emanan del público van mezcladas con leves tintes de asombro o estupefacción. 

Massa, en este sentido, parece venir de una corriente del stand-up muy distinta. Causa risas en el grupo en distintos momentos, sí. Pero las miradas, las cabezas gachas, y las manos que van hacia las frentes de los que se ríen, dan a entender una cierta incredulidad hacia los dichos del funcionario, cierta bronca ante la sensación de que les están tomando del pelo. Las palabras del grupo expresan todo esto. 

 -¿Por qué a partir de su presidencia va a poner en cana a los evasores cuando él, que tiene ese poder ahora, no lo está haciendo? -se pregunta Gabriela-. Es como el famoso “el lunes empiezo la dieta”. ¡Empezála hoy, maestro!

-Sí, lo que yo me pregunto -responde Carolina- es cómo le da la cara, cómo puede estar diciendo todo esto cuando el chabón es ministro ahora. Y estamos, qué sé yo, no tengo tampoco tantos años, pero peor que nunca, se nota que estamos muy mal. No puede hablar, para mí no tiene derecho a decir una palabra. 

-Es que el tipo no tiene vergüenza -acota Rodolfo y Caro asiente con la cabeza.

-¿Qué es Massa? ¿Abogado? -pregunta Gabriela.

-Creo que sí -dice Rodolfo de brazos cruzados, reclinado sobre su silla-. Economista seguro no es. 

 

Massa no es el único que recibe el regaño del grupo. Por ejemplo, con Milei no todo es risas. Ante varias de sus aserciones, aparecen movimientos de negación con la cabeza de varios de los televidentes. Sergio, particularmente, parece ser el más fisicamente anonadado por los dichos del candidato, moviendo la cabeza en desacuerdo al escuchar su intención de cerrar el Banco Central, o su comentario hacia Massa sobre la esclavitud. Luego vuelven a abundar las expresiones de confusión sobre todo en Ludmila y Sergio cuando Milei habla de capital humano.

Toma la palabra Bullrich. En este caso no se traba; habla del plan económico de su partido, sostiene que cuenta con “un programa claro y concreto, integral, que solucione todos los problemas de fondo de la Argentina”. 

 -¿Y? -pregunta Gabriela al televisor. Sergio se ríe y hace gestos con las manos como pidiéndole a Bullrich que cuente más, que desarrolle. Después se rinde.

 Ninguno de los candidatos parece zafar. La bronca la recibe también Myriam Bregman, pero por un lado completamente distinto: Sergio y Gabriela, los más grandes del grupo, cuentan que están cansados de que la izquierda tenga el mismo discurso que tenía en la década del sesenta. Que hablan siempre de las mismas cosas y que se quedaron viejos, al punto de no poder sufragar por ellos.

 -Bregman tiene huevos, me encanta, pero es por esto que no la puedo votar -dice Gabriela. 

 Pero los comentarios no solo apuntan a lo que los candidatos dicen o lo que les gustaría que dijeran, sino también a lo que no quieren que digan. Gabriela, en particular, se expresa en este sentido desde su profesión. Es médica clínica y dermatóloga, y jefa del servicio en un hospital público de la Ciudad de Buenos Aires. “Si llegan a hablar de salud yo no quiero escuchar porque me voy a amargar -dice-. No quiero escuchar lo que van a decir porque seguro no saben. Porque para saber de salud te tenés que sentar en el pasillo de un hospital. Solo lo sabés sentándote en una sala de espera. No tenés que hacer mucho más. Y eso lamentablemente no lo hacen. No podés desde el escritorio recibir los problemas y diagnosticarlos; vos sentate ahí y vas a ver que en cinco horas hiciste un plan de salud”.

De pronto el intercambio de opiniones pasa a una segunda plana y comienzan las hipotetizaciones sobre el comportamiento corporal-gestual de los candidatos, o aquellos aspectos “subliminales” de cómo están presentados. Que los que coachean a Milei lo mandaron a cortarse el pelo para estar más presentable, que Bullrich y Massa están vestidos con los colores de la bandera argentina, que este último no pestañea porque está mintiendo.

 -Y cuando dijo ‘vamos a poner en la cárcel a los asesores fiscales’ -observa Gabriela- me acordé cuando Duhalde dijo ‘el que depositó dólares recibirá dólares’ -Rodolfo asiente enérgicamente- . Lo dijo en el mismo tono y estaban mintiendo, pero clarito, eh. Igual.

Algo sobre lo que coinciden todos es el tinte automatizado, guionado, performático del debate. Los cinco sostienen que les hubiera gustado más escuchar que le hablen sinceramente a la gente y que dejen de dar discursos con las fórmulas de siempre. Ya en las presentaciones de los candidatos, Gabriela expresa esta opinión compartida: “No, muchachos, no queremos escuchar eso -reclama-. No queremos escuchar cosas así. Queremos escuchar cosas como: ‘me voy a bajar el salario, no voy a autodarme ningún beneficio de acá en más, no voy a tener 20 asesores porque con 3 me alcanza y me sobra, voy a priorizar la salud…’”. 

Carolina luego comparte que siente todo muy monologado y estructurado, como si estuvieran exponiendo de memoria. Sergio y Rodolfo coinciden; Rodolfo, sobre todo, comenta que no le sorprende porque no esperaba otra cosa de una instancia así, pero que sueña con un debate en el que los candidatos reconozcan que las soluciones que proponen no son recetas mágicas y tienen su falibilidad. Gabriela, por su parte, también expresa un deseo para futuros debates: que el lenguaje deje de ser tan técnico.

-Tienen que hablar de forma accesible para toda la población. Por ejemplo, más o menos sabemos qué es la hiperinflación, pero ¿qué es exactamente? ¿a partir de qué punto aparece lo “hiper”?

-No sé -responde Caro-, le voy a preguntar a mi viejo que seguro sabe. 

 Hay un candidato en particular que no parece suscitar demasiadas intervenciones o comentarios: Juan Schiaretti. Cuando aparece por primera vez en la pantalla, Ludmila -estudiante de 19 años- expresa con su rostro un “¿quién es este?” Mientras habla, Gabriela acota que “seguro tiene olor a naftalina este señor” y los demás se ríen. Pero más allá de las primeras impresiones, parece ser el que más sorprende al grupo para bien, sobre todo en sus reiteradas intervenciones desde un punto de vista federal que los demás candidatos pasan por alto. De todas formas, el grupo también hace notar que, si bien les parece un político sensato, se lo siente algo genérico; además varios argumentan que votarlo sería “tirar el voto”. 

 -¿Ves que no pestañea? ¿No te llama la atención? Es llamativo -reitera Gabriela estupefacta-.  

 Ya va casi una hora de debate. Las piernas derechas de Sergio y Rodolfo rebotan contra el piso. Termina la primera etapa, el canal va a corte comercial, y los que podrían haber sido 12 minutos de silencio o de conversaciones mundanas sobre el clima durante la pausa, se convirtieron en el momento más valioso de la reunión. Cinco personas que no se conocen entre sí, de generaciones e historias de vida sumamente dispares, así como sus ideologías, comenzaron a reflexionar en conjunto sobre la significancia del debate, el estado actual del país y la posibilidad de proyectar hacia el futuro, sin que ANCCOM tuviera que dar pie alguno. 

 Aparece en la reflexión el tema de la juventud y los alquileres, la juventud y la posibilidad de sostener una familia, la juventud y la emigración. 

-Y sí, es algo que yo tendría en cuenta, esto de emigrar -dice Caro-, pero no sería por una cuestión propia de querer irme a vivir afuera, no. Sería 100% porque no se puede estar acá. Me gustaría que los candidatos toquen el tema de los jóvenes, justamente, que hablen de no poder llegar a un alquiler de un un departamento, de lo imposible que es poder hacernos nosotros de cero. Mi prima, por ejemplo, vivía sola y este año se tuvo que volver a lo de los papás.

 -Está pasando mucho eso -acota Sergio.

-Lo que dijo Caro ahora me hizo pensar en algo que reflexiono muy seguido -comenta Ludmila-, que es que yo seguro tenga que estar con mi mamá hasta los 30. Y la plata que gane ni puedo pensar en gastarla en un alquiler, porque no alcanza. Con lo que gane en un futuro me imagino que voy a comprarme cosas para comer y ayudar a mi mamá con los gastos, no más que eso.

Sergio empieza a contar que él es una de esas personas que compraron un sólo pasaje de ida. En noviembre se va del país. Es programador web y expresa que tiene la suerte de estar en un rubro que nunca sufrió demasiado la turbulencia económica de Argentina. “Yo no tengo el problema económico -explica-, pero ahí te das cuenta que no importa que vos estés bien. Porque si todo el mundo alrededor está mal, y estás con tus amigos y están todos deprimidos porque no llegan a fin de mes, o el emprendimiento que habían hecho con mucho esfuerzo mis viejos de golpe colapsa, que uno esté bien no importa”. También habla de un malestar general, un clima en la calle casi a nivel anímico que es como un ruido de fondo constante. Gabriela coincide ampliamente con las palabras de Sergio, y opina que el punto está en las reglas y el cumplimiento de la norma; de cumplirse, el clima en la calle estaría mil veces mejor. Pero ojo, reglas no al estilo de Bullrich. Le parece que la candidata entiende el cumplimiento de la norma desde un lugar muy autoritario, y no va por ahí. 

 -No me gusta cómo lo plantea Juntos por el Cambio, porque quieren apurar a la gente -argumenta-. Y no es así. Porque después, como dice Callejeros, lo que está reprimido sale por algún lado.

-Las reglas son necesarias para que las cosas funcionen -opina Rodolfo-. No podés hacer una casa con las reglas que se te ocurren. Si no, se cae la casa.

-Sí, ni me hables de eso. Hace poco se me cayó la alacena y me quedé sin vajilla -responde Gabriela entre risas.

 Rodolfo piensa, reflexivo, en las palabras que hace un rato dijeron los más jóvenes, y aprovecha a transmitirles sus más sinceras esperanzas. “Es muy natural -les dice- que les pase lo que les está pasando. La situación es muy mala y probablemente no mejore en un tiempo corto. Pero esto va para otro lado, después cambia; vean más para adelante, porque esto cambia. Yo ya viví tres como esta y se sale”. 

 Myriam Bregman recuerda al resto del país que fueron 30.000 y que fue un genocidio para acallar a Milei que un rato antes había hecho negacionismo explícito de la dictadura. Rodolfo y Sergio asienten con la cabeza solemnemente mientras escuchan a la candidata de izquierda.

Llegando a los últimos minutos de la velada, el grupo parece coincidir a rasgos generales sobre la performance de los candidatos. Que Massa y Milei estuvieron bien y sostuvieron una buena oratoria e imagen propia, aunque el contenido fue un desastre; que Bullrich fue la peor por lejos, desde su cadencia hasta la poca claridad con la que explicaba sus propuestas, que se mostró tosca y no logró agregar nada a su candidatura; que Schiaretti estaba demasiado dentro de su propia burbuja; y que Bregman fue la mejor y se mostró con mucha personalidad y muy suelta, lo cual sorprende sabiendo que ninguno tiene intención de votarla, menos Gabriela, que expresa haber decidido hacerlo tras el debate. 

-Ahí mi viejo me dijo qué es el hiper en la inflación -avisa Caro-, es un descontrol total de los procesos de la suba. No hay un número específico, pero se suele usar de parámetro el 50% mensual.

-Ah, mirá -responden los demás. 

Concluyen dos debates: uno en Santiago del Estero, el otro en un barrio residencial dentro de la Ciudad de Buenos Aires. En ambos lugares, las sillas se vuelven a su lugar, la gente se despide, las luces se apagan y las ideas se preparan para sedimentar de camino a casa.