Por Jazmín Alter
Fotografía: Tina Brisky

El consumo creciente de contenidos digitales y pantallas conspiran contra los tiempos de ocio y de creatividad. ¿Qué dicen los especialistas?

“Mamá, estoy aburrido” parece una frase en extinción. Si el niño no cuenta con un celular, es posible que algún adulto le preste el suyo para que se entretenga. ¿Cuánto hace que no se escucha a un niño llorando en un colectivo? Un videíto sabrá calmarlo rápidamente y permitir un viaje tranquilo. Pero, ¿cuál es el precio?

La Organización Mundial de Salud recomendó en un informe de 2019 que los niños menores de dos años no fueran expuestos a dispositivos electrónicos; para los niños de entre tres y cuatro años sugería un máximo de una hora frente a pantallas por día. Por su parte, la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) difundió un artículo publicado que explicaba: “Una encuesta, realizada en varios países por AVG Internet Security a 2000 madres, reveló que ‘el nacimiento digital’ de los bebés ocurre alrededor de los 6 meses; descubrió que el 81% de los niños menores de dos años tienen algún tipo de perfil o huella digital, con sus imágenes publicadas en línea y una cuarta parte de ellos inicia su huella con la imagen del ultrasonido prenatal subida por sus progenitores”.

Desde la SAP, si bien reconocen el rol de socialización que tienen muchas plataformas, explican que “el uso excesivo de pantallas puede tener importantes efectos colaterales: sedentarismo digital o inactividad física; sobrepeso u obesidad (exposición a comerciales de alimentos no saludables); alteraciones del sueño (por efectos negativos de la luz azul sobre la secreción de melatonina); afectación de la cognición, de la memoria, de la atención, y bajo rendimiento académico en relación con la privación del sueño y la multitarea”.

¿Las pantallas, a las que tanto nos hemos acostumbrado en estos últimos años, están generando problemas de salud pública? ¿Es la pérdida del aburrimiento algo que lamentar?

Pantallas

Para la psicologa Laura Morrison, especialista en niños y adolescentes, las pantallas ya son parte del hábitat natural de los hogares. “La pregunta –señala- es cómo regular este hábito que ya forma parte de la vida de los niños desde el nacimiento”.

Frente a miradas más críticas sobre el abuso de pantallas, Morrison explica que hay muchas actividades que se pueden hacer con tecnología que también permiten el desarrollo cognitivo de los niños tal como ocurre con los juguetes u otros objetos físicos: “Podríamos examinar las diferencias entre ambas, pero no es necesario que sean mutuamente excluyentes. Para un nene va a estar bueno interactuar con juguetes, pero no está mal que utilice pantallas. Depende del tiempo y el uso que le dé, tanto al juguete como a la pantalla, y eso va a depender de qué mamá y papá están ahí para regular eso”. Esta tarea de regulación del tiempo de pantallas es un problema en sí mismo, hasta el punto que hay quienes consideran que la prohibición total es más fácil que la regulación que implica poner límites constantemente y tensan el vínculo filial.

¿Qué se pierde con la disponibilidad permanente de las pantallas? “El problema radica en que la pantalla genera que la persona que está detrás muchas veces sea un receptor pasivo”, explica Morrison. “Esto se provoca al sobreestimular su capacidad para conseguir objetivos y metas, como en el caso de los videojuegos. Pero el problema es que eso va en desmedro de la habilidad física y no permite desarrollar la capacidad de frustración necesaria que requiere un juego de niños presencial. La tolerancia se ve deteriorada. En este sentido, el aburrimiento aparece en los tiempos de incertidumbre, donde se requiere creatividad”.

La especialista en infancias aclara que el problema es la incapacidad de tolerar los tiempos de ocio, algo que limita a la creatividad que surge de la actividad no pautada y el aburrimiento. Y agrega: «Los padres y los adultos deben permitir que los niños tengan tiempo libre para que, en la incertidumbre de no saber qué hacer, en ese vacío, si logran tolerarlo, surja la creatividad y el placer de imaginar, fantasear, dibujar y hacer otras actividades que son fundamentales para el desarrollo de la salud mental, especialmente en los niños. El desarrollo de la fantasía es esencial, ya que permite procesar las emociones necesarias para la vida».

Todas las edades

Para la psicóloga, el uso excesivo de las pantallas, siempre disponibles, no deja aparecer all aburrimiento y son los padres los que deberían permitir que los niños transiten espacio de ocio sin estímulos digitales y desarrollen la creatividad, una función esencial dentro del desarrollo cognitivo.

Pero paradójicamente, según la Encuesta Nacional de Consumos Culturales (2013/2023), demuestra que el 33% de las personas que consumen productos culturales son individuos de 30 a 49 años. Estos ocupan el mayor porcentaje dentro de toda la encuesta, un rango etario asociado a hijos e hijas pequeños. En estos mismos resultados, se puede observar que las prácticas culturales se manifiestan a partir de una plataforma digital, casi por completo, como lo es el escuchar música, leer libros, informarse y realizar actividades recreativas como los juegos.

Para entender por qué todos nos vemos inmersos en las redes digitales, el documental El dilema de las redes explica cómo todo está detalladamente diseñado para que nos volvamos adictos a las plataformas digitales. En el filme, el exdiseñador de Google, Tristan Harris, explica que las empresas se han dado cuenta que las interacciones digitales generan dopamina, un neurotransmisor vinculado al placer y que se dispara con el reconocimiento social de un like o un comentario. Así los individuos se ven atrapados por la idea de que están sucediendo cosas todo el tiempo y que encima eso los involucra, generando miedo a perderse algo. Así el uso de las pantallas puede volverse adictivo.

El efecto puede resultar, sin embargo, paradójico: “Las sociedades digitalizadas caen en un aburrimiento profundo provocado por la inmersión cotidiana en las redes”, explica Nicolás Mavrakis, autor argentino de Byung-Chul Han y lo político, un libro editado por Prometeo que habla sobre la idea del aburrimiento que considera el filósofo coreano. “Quienes son encapsulados por la fragmentación permanente del tiempo y el deber constante de exhibirse como individuos eficientes y dinámicos en todos los campos posibles de la vida, terminan  ́profundamente aburridos ́ de sí mismos”. El autor considera que es necesario romper con el aburrimiento profundo para poder acceder a las cuestiones básicas que contribuyen a la existencia del ser humano: “Ese es el aburrimiento profundo, el aburrimiento metafísico. El aburrimiento que se opone al aburrimiento profundo es aquel que rompe este esquema y funda la posibilidad de pensar. Quien se aburre comienza a hacerse preguntas. Y esas preguntas intentan, tarde o temprano, responder los motivos por los que nos encontramos en la situación en la que nos encontramos. Sin duda, ser capaces de aburrirnos hasta suspender la inercia del mundo y pensar es un acto revolucionario”.

¿Deberían entonces implementarse medidas regulatorias para apaciguar los efectos de la sobreestimulación digital? “No hay medidas regulatorias aplicables de manera efectiva sobre aquello que causa placer o se hace por necesidad. El narcisismo causa placer, y gracias a la expansión de una cultura que privilegia la represión de las diferencias en nombre de una igualdad funcional al mercado, también se practica por necesidad”, comenta Mavrakis.

La epidemia del aburrimiento parece afectar tanto a niños como a adultos y de distintas maneras en un mundo con pantallas que luchan por nuestra atención. Así se superponen e: la falta de aburrimiento por la facilidad del entretenimiento de las pantallas, el aburrimiento que puede producir esa sobreestimulación y un aburrimiento como puerta a la creatividad.. Dentro de este aburrimiento, podemos distinguir dos variantes. Desde el lado psicológico, la excesiva exposición de los niños a las pantallas digitales obstruye su capacidad de aburrirse por completo, impidiendo así el surgimiento de la creatividad, noción fundamental para nuestro desarrollo cognitivo. Desde el lado filosófico, el aburrimiento estaría más relacionado con el narcisismo que promueven las redes sociales, generando una sensación de aburrimiento hacia uno mismo. En este sentido, el acto de aburrirse y cuestionarse a uno mismo podría ser considerado un acto revolucionario en nuestra sociedad.

A partir de estas reflexiones, surge la pregunta: ¿puede el poder transitar el auténtico aburrimiento salvarnos de la apatía y el constante desinterés que nos sumergen las redes sociales?