Por Sebastián Alonso
Fotografía: Martina Espinosa

Estudiantes, organizaciones ambientales, vecinos autoconvocados y docentes y no docentes de Ciudad Universitaria denuncian que las nuevas construcción podrían perjudicar el biosistema del lugar.

La Reserva Ecológica de Ciudad Universitaria – Costanera Norte (RECU-CN), ubicada a la vera del Río de la Plata es, luego de la Reserva Ecológica de Costanera Sur, la segunda Área Natural Protegida de la Ciudad, con una superficie de 23 hectáreas.

Su origen data de la década de 1960, cuando a través del relleno con escombros se buscó ganarle tierras al río y ampliar las instalaciones. Desde los años 80, y mediante el protagonismo de una comunidad de amantes de la naturaleza, vecinos y estudiantes que poco a poco se conformaba, comenzó a darse un proceso de cuidado y fomento como área protegida, con la creciente vegetación que allí afloraba, y su posterior complemento con escombros del atentado a la AMIA.

Desde el 2010 en adelante, el Gobierno de la Ciudad anunció la idea de transformar esa área en una Reserva. A pesar de que allí residía la comunidad Velatropa, y tras su desalojo, comenzaron una serie de obras que transformaron al lugar ya en una reserva institucionalizada, mediante un proyecto de ley en 2012. A partir de este proceso, se conformó un organismo regulador en conjunto entre la Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Gobierno de la Ciudad, denominado Plan de Manejo 2021-2031, que establece metas a cumplir a través de los años, y programas prioritarios para el cuidado y la preservación del lugar.

Actualmente en la Reserva se está llevando adelante un plan de lucha para reclamar por las obras que están comenzando a desarrollarse bajo la promesa de construir dentro de la reserva dos bares, en total contradicción con su origen y funcionamiento. Esta problemática salió a la luz meses atrás, cuando se difundieron extraoficialmente una serie de planos que daban cuenta de que entre las obras a realizar en la Reserva se construirían locales gastronómicos, lo que provocó la preocupación y repudio de la comunidad que la visita.

Entre algunas de las obras que se proyectaron en noviembre de 2022 para realizar en la Reserva y que son características de estos espacios, se encuentran las garitas de guardaparque, los baños, la cartelería de información, y salas donde se realizan exposiciones, que forman parte de las edificaciones denominadas como “reglamentarias”.

“El problema no son las obras, sino el emprendimiento gastronómico que nada tiene que ver con una reserva. No conocen la reserva, y a la problemática de su desconocimiento, se suma que no se realizaron los estudios de impacto ambiental exhaustivo y transparente, como implica la ley”, sostiene Abril Marcolongo, presidenta del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (CECEN) de la UBA, en diálogo con ANCCOM.

En ese sentido, a fines de mayo el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales envió un comunicado a los estudiantes con la resolución 963/23 por la cual afirmaba no haber sido anoticiados de las construcciones que se llevarían a cabo en la Reserva, expresando su preocupación por la biodiversidad e instando a que se suspendan las obras hasta tanto se realicen las evaluaciones de impacto ambiental pertinentes.

En el terreno donde actualmente se ubica la reserva habitan más de 700 especies de fauna y flora, y es visitada principalmente por estudiantes de las carreras de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA para realizar sus prácticas y trabajos de campo. Su importancia no refiere sólo al espacio verde que genera identificación con el lugar por parte de sus visitantes, sino a su vitalidad e importancia como objeto de estudio académico y a sus usos diversos para el avistaje de aves, las visitas guiadas, y al trabajo en el marco de investigaciones.

 “La Reserva tiene un sector que se denomina zona intangible, donde había una pequeña porción de pastizal nativo con mucha importancia en cuanto a su biodiversidad. Las obras se están haciendo en esa zona de pastizales, donde comienza a perderse el trabajo de materias de Ciencias Naturales que iban a mirar los insectos, y los cambios a través de las estaciones del año. Además, se suma el proceso de pavimentación del terreno, que cuenta con una calle de cemento sin uso. Ahora hay baños modernos, y los cimientos del centro de interpretación que se está terminando”, explica Gustavo Pfeifer, integrante de la Asamblea Abierta en Defensa de la RECU-CN, una organización surgida en este contexto y que propone asambleas abiertas a la comunidad con el objetivo de defender el medioambiente. De ella participan estudiantes, docentes y no docentes, organizaciones ambientales y vecinos autoconvocados e interesados en la cuestión.

El eje del debate y la preocupación está en que la construcción de bares dentro del espacio de la Reserva implica otro nivel de intervención que afecta la biodiversidad del lugar, desde el comienzo de las obras y durante todo su proceso de construcción, hasta la finalidad de los dos bares propuestos que producirían desechos, contaminación lumínica y sonora, y, por lo tanto, un proceso de desterritorialización de las especies animales y el empobrecimiento de la flora y su suelo.

En la sesión del Consejo Directivo del 14 de junio, el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, negó que se fueran a construir los bares. Días después, se difundió un informe (que desde el Centro de Estudiantes comentan que es escaso) en el que se confirman las obras que incluyen la construcción de los locales gastronómicos, sumado a que desde el Gobierno de la Ciudad sostuvieron que no era necesario el estudio de impacto ambiental.

“Dos bares dentro de una reserva de 23 hectáreas es una locura, sabiendo que está al lado de la Costanera Norte que está llena de bares y restaurantes, al igual que en Ciudad Universitaria con sus pabellones. Si estás adentro de la Reserva disfrutando de la naturaleza, no tenés que caminar más de cinco minutos para llegar a un bar”, comenta Pfeifer.

En el transcurso de las últimas semanas, la Asamblea y el Centro de Estudiantes han realizado actividades como talleres de plantación de nativas y conservación, recorridas de interpretación, colgada de pasacalles en el puente de acceso, entre otras, para difundir la situación y concientizar acerca de la importancia de la Reserva como espacio ambiental y comunitario a proteger.

Mientras, según denuncian los involucrados, las obras de los bares están en pleno desarrollo, cuestionan la inacción del rectorado de la UBA para defender la integridad del ecosistema. Tanto la Asamblea como los vecinos y estudiantes de Ciudad Universitaria persisten con sus reclamos para que la reserva no cambie radicalmente su fisonomía y continúe siendo como es, un espacio de contacto con la naturaleza.