Por Agustina Franceschi
Fotografía: Milagros Gonzalez

Dos luthiers, Johnny Keller y Alejandro García, cuentan cómo crearon instrumentos de exportación en el sur de la Ciudad.

En una casa al sur de la ciudad, en el barrio porteño de Barracas, dos luthiers trabajan en la construcción de sus instrumentos. Con pedazos de madera cortada que van tomando forma, parlantes en el piso, guitarras colgadas, herramientas de trabajo y en especial una playlist de rock a todo volumen, esta casa se ha convertido desde hace años en el taller de Alejandro García y Johnny Keller. Los músicos y luthiers han escalado alto y buscan continuar su recorrido por este mundo que los ha atrapado y les brinda satisfacciones, aunque también contratiempos. En diálogo con ANCCOM contaron su recorrido, sus proyectos y su mirada respecto a la situación actual del oficio de la luthería. 

Keller es el creador del violín eléctrico Strikell que ha llegado a la feria de productos musicales más grande del sector celebrada en Estados Unidos, la llamada NAMM (National Association of Music Merchants) y tiene la mirada puesta en la exportación. García, que ejerce la profesión de luthier desde hace más de diez años creando guitarras y bajos eléctricos personalizados para músicos, ha desarrollado un modelo propio, estandarizado, llamado Battlewood que está siendo difundido en Europa. Van a estar presentes en la próxima Feria de la Música en La Rural y en la UNLA (Universidad de Lanús), en agosto. 

¿Cómo llegaron hasta acá en su relación con la música?

AG: Desde chico quise tocar la guitarra y mis viejos me regalaron una eléctrica. La fui armando y desarmando para ver cómo funcionaba, y aprendí de esa manera: mandándome y haciendo cosas que no tenía que hacer. Primero lo tomaba como un hobby porque yo estudiaba Historia, además de música. También fui tomando cursos de luthería y electrónica. Con el tiempo, se convirtió en mi actividad principal y lo combiné con el trabajo que empecé a desarrollar de grande que es la carpintería. Al principio solo hacía instrumentos para mí y luego comencé a construir para otros. 

JK: Yo soy de Misiones, de Montecarlo, estudié profesorado de música y después de recibirme se me dio la oportunidad de venir a Buenos Aires. Cuando conocí a Ale, yo había hecho de forma autodidacta, viendo videos de YouTube, un charango eléctrico. Él me ayudó y me ofreció hacer un curso de luthería para tener los conocimientos básicos y empezar a crecer. Gracias a eso pude arrancar con los violines eléctricos que siempre fueron mis instrumentos. Hoy me dedico plenamente a fabricar violines, ya no ejerzo más de profesor.

¿Cómo nació la idea de realizar violines eléctricos? 

JK: Desde chiquito me gustó tocar el violín y lo que quería era fabricar uno para mí. Lo fuimos diseñando con Ale y la idea empezó a crecer. Tuve la posibilidad de conseguir un inversionista que nos ayude para sacar adelante ese proyecto, y nació así: como una idea para hacer un instrumento para mí pero que luego fue replicado para otros músicos.

¿Cómo fue la respuesta por parte de los músicos teniendo en cuenta que es un instrumento clásico?

JK: El nicho del violín eléctrico no está apuntado para un violinista de música clásica sino al que toca en un escenario. Como con una guitarra eléctrica, tocando en vivo, enchufado con parlantes, un músico de banda, por ejemplo. Hay más facilidades, pueden comenzar a jugar con los sonidos, se presta para hacer distorsiones que salen de esa concepción clásica, tradicional de una orquesta. De cualquier forma, podría usarse, pero en general se utiliza para algo distinto. Hoy hay muchos folcloristas que se están pasando al eléctrico. Es algo que está comenzando a crecer, en el mundo están empezando a aparecer violinistas eléctricos y se está formando una comunidad interesante. 

Las guitarras eléctricas no son una novedad, pero ¿qué buscás otorgarle a esa guitarra para que sea distinta y llame la atención?

AG: Primero hacía muchos instrumentos para distintos músicos, pero con el tiempo me fui dando cuenta que tenía que especializarme. Entonces empecé a hacer guitarras eléctricas de cuerpo sólido y no de caja, con ciertas características de largo de escala, de peso, de un tipo de construcción que ya es conocida y definida que es la Squier Stratocaster. Dentro de eso, intento innovar o lograr mejoras para que se adapten a las necesidades y demandas  del músico, eso es lo que sirve de guía. En el caso de las guitarras Battlewood, que son las que estoy ofreciendo ahora, hay una innovación respecto al tensor que no lo tiene ninguna guitarra y que ayuda de una manera más práctica a hacer un ajuste y calibración. Son cosas técnicas, pero que apuntan a exigencias de un tipo de músico.

¿Cómo es el proceso de pensar y diseñar un instrumento?

AG: En principio está la idea del instrumento, de cómo va a ser, qué características va a tener. Eso se vuelca en el diseño y se comienza a construir, ahí vamos viendo si tal vez se puede modificar algo, entonces se vuelve al diseño y se cambia.

JK: Hay cosas que ya están estandarizadas, hay microfonía que usa la mayoría de las guitarras eléctricas, en base a eso se parte de qué necesidad tiene uno o el músico. Hay muchas variables de lo que se puede hacer en un instrumento, no hay una ciencia exacta. Uno puede estar diez años y siempre va a hacer algo nuevo o diferente, es muy relativo. 

AG: Claro, hay ciertos parámetros de gente que ya hizo guitarras o violines, que logró avances y que sirven de base. A partir de eso se busca hacer algo nuevo, mejorado o adaptado a un músico puntual o un estilo musical. Incluso en las guitarras estandarizadas que hago ahora, se puede lograr características distintas.

JK: Puede haber dos guitarras iguales, pero con distintos tipos de madera y eso hace que cambie el timbre, el peso. Cada instrumento hecho por un luthier es algo muy especial, muy único y es diferente a lo que te pueda ofrecer una multinacional que fabrica miles de guitarras por mes, hay un valor agregado. Se busca algo más personal que te identifique, que uno lo vea y diga: “Eso seguro fue hecho por Fulanito…”. Por ejemplo, yo utilizo impresión 3D, ese es el sello distintivo de los violines Strikell y utilizo toda madera misionera recuperada. Voy variando los colores, los tipos, y eso le da una personalización.

Johnny, tuviste la oportunidad de ir a la NAMM en Anaheim, California, ¿cómo lograste ese lugar y cómo fue la experiencia allí?

JK: En Argentina existe la Cámara Argentina de Fabricantes de Instrumentos Musicales (CAFIM) que logró hace años, junto con la Agencia de Inversión en Comercio del Exterior, tener un stand en la NAMM. Se lanza una convocatoria para todas las marcas argentinas que quieran estar, se hace un trabajo de curación y se eligen las marcas que van a ir a esa feria. El año pasado me inscribí y tuve la suerte de quedar seleccionado. Fuimos doce marcas las que viajamos, cada uno con su espacio en el mismo stand y la verdad es que es una oportunidad única. Si quisiéramos ir solos a la NAMM sería muy caro, muy difícil. Obviamente tuvimos que pagar, pero es otro precio porque el stand es compartido por muchas marcas y una parte la pone la agencia. Todo lo que es la construcción del stand también se encargan ellos, cuestiones legales, de personal, es todo muy estricto. Nosotros solo vamos y ponemos los instrumentos, está muy buena esa posibilidad. La experiencia es muy gratificante, es lo máximo a lo que se puede aspirar como fabricante, marca o incluso casa de música. Está dirigida a generar nuevos lazos y hacer negocios con otras empresas. 

Es un oficio particular, distinto. ¿Hubo algún momento en el que pensaron en dejarlo? 

AG: Sí, muchas veces dije: “Dejo todo esto y me dedico a otra cosa”. Sobre todo por la presión de la situación económica, esa es la dificultad. Trabajo hace bastante, la demanda está, pero la fluctuación de los precios y de cómo armar un presupuesto es jodida. Pero yo sé que estas cosas pasan y hay que seguir, además de que siempre se tiene la esperanza de estar un poco mejor.

JK: Y la pasión que uno tiene… no es lo mismo estar en una oficina, encerrado. Esto va más allá y es el poder hacer lo que a uno le gusta. Se junta el hobby con el trabajo. En mi caso está la dificultad de la competencia, por ejemplo con un violín fabricado en China que es mucho más económico. Por supuesto que es básico, estandarizado, pero lastimosamente por la situación actual muchos terminan eligiéndolo. Esa parte es difícil y se siente.

¿Ven una decadencia en la luthería o es un oficio que se mantiene?

AG: Se da una particularidad y es que los oficios manuales están en decadencia. Pero en ese marco general, se da la paradoja de que la construcción de instrumentos en sí está en ascenso, es una actividad creciente. Lo que se ve es un cierto proceso de trabajo, más manual, que va desapareciendo por la utilización de maquinarias.

JG: Claro, nosotros tenemos una máquina que ayuda a cortar el bloque de madera en la primera etapa, eso te ahorra muchísimo tiempo y te permite tener en un mes un instrumento que antes tardabas seis meses en hacerlo. En lo que respecta a violines, no hay tanto luthiers como sí con las guitarras, pero sin dudas hay muchos y no van desapareciendo.

¿Qué proyectos e ideas tienen para el futuro?

AG: Busco que el taller crezca, primero trabajé solo y desde hace un tiempo fui formando un equipo de trabajo y espero que siga creciendo. También ofrecer mi marca Battlewood con más variedad, con otros modelos, expandirla un poco. También estoy asociado a Sergio Roger (hermano de la actriz y cantante, Elena Roger), haciendo amplificadores y tengo un curso de mantenimiento y calibración, online. Siempre apuntando a crecer, a que me conozcan y que conozcan mi trabajo. 

JK: Bueno el hecho de haber ido a la NAMM me abrió la puerta y la posibilidad a exportar, a llevar la industria nacional afuera. Decir que existimos, estamos en el mundo y por supuesto seguir vendiendo y trabajando acá, pero que pueda haber violines argentinos donde sea. Es un sueño, una meta que en algún punto yo creo que puede llegar a cumplirse.