Por Agustín Bagnasco
Fotografía: Tina Brisky

Casi un millón de personas ya se anotó para cobrar el bono que la ANSES otorgará a quienes viven en situación de indigencia. Hombres y mujeres que duermen en la calle o que sobreviven con rebusques hacen cola mientras tienen que aprender qué es un CBU. Historias de los caídos del mapa.

A las nueve de la mañana, los rayos de sol que cruzan perpendicularmente la Avenida Santa Fe, impactan de lleno contra el cartel blanquiceleste de la oficina de ANSES ubicada en Palermo. Son más de 30 las personas que esperan tramitar allí la inscripción para el bono de 45 mil pesos que las personas en situación de indigencia cobrarán en dos pagos mensuales de 22.500 pesos.

Mientras aguardan a ser atendidos, algunos se refugian del calor y la humedad matutina bajo la sombra de una palmera. La hilera se extiende hacia la izquierda, hasta la agencia de lotería “Vendedores de Ilusiones”. Frente a la puerta del local, uno comenta:

Vine porque vivo en la calle. Ojalá me lo den al bono. Con la plata que te dan, me alcanza para alquilarme una pieza por un mes.

Con el paso de los minutos, la hilera se extiende. Los transeúntes pasan por el lugar con normalidad. Nadie repara que, a pocas cuadras del predio de la Sociedad Rural Argentina, quizá el máximo símbolo de la producción alimentaria argentina, haya gente completando formularios para poder comer. 

«Acá no te podemos dar plata. Tenés que generar un CBU en el Banco Nación o en el Banco Provincia».

“No, acá no te podemos dar la plata. Tenés que generar un CBU en el Banco Nación o en el Banco Povincia”, avisa uno de los empleados de ANSES a la persona de la fila que contó que vive en la calle

El inquilino del asfalto no tiene cuenta bancaria, tampoco los otros cuatro que lo preceden en la cola. Automáticamente, se va rumbo a la sucursal del Banco Nación ubicada en Plaza Italia. Allí lo esperan más personas que se encuentran en la misma situación. Algunos fueron al lugar a abrir su primera cuenta bancaria; otros tantos utilizan su umbral para dormir. 

“Creo que tendrían que fijarse el tema de las colas. Yo no sé usar la computadora, entonces no me pude inscribir por internet y tuve que venir acá -se queja uno de los que espera que lo dejen entrar al banco-. El tema es que para venir, yo tuve que dejar de trabajar. Yo junto cartón, metal, y una mañana perdida le duele bastante al bolsillo”. 

Mientras el hombre habla, otro que está más adelante lo escucha. Media hora más tarde, ese otro explica que tiene 30 años, que no tiene lugar donde dormir y que por eso necesita el refuerzo alimentario. 

“Yo vivo acá a unas cuadras, en Plaza Italia -comenta Silvia, otra de las que anhelan cobrar el bono-. Mi marido trabajaba en un taller en Mataderos. Cuando vino la pandemia, lo despidieron y no pudimos pagar más el alquiler. Ahora nadie nos quiere dar trabajo ¿Cómo salimos de la calle si nadie nos quiere dar laburo?”

Mientras tanto, la fila de ANSES sigue extendiéndose y se mezcla con la de las paradas de los colectivos. Todos miran impacientemente hacia la puerta, mientras un empleado de la oficina recorre la cola respondiendo preguntas e intentando espantar a los reporteros gráficos que retratan el escenario. 

“Lo que pasa es que no quieren mostrar que hay tanta gente necesitando esta ayuda -opina Manuel, un albañil de 29 años que faltó a su trabajo para poder acercarse hasta el edificio público-. La plata que nos dan son monedas y de acá a diciembre, cuando se cobra la segunda cuota, nos va a alcanzar para menos cosas. Pero bueno, peor es nada. Mis compañeros también querían venir, pero no los dejaron porque alguien tenía que seguir la obra. Todos estamos en negro y cobramos una miseria. Yo falté porque si no, no tengo cómo darle de comer a mis nenes.”

Una y otra vez, los minutos de espera son definidos como tiempo quitado para el trabajo. Y en la economía informal, donde el sueldo es un anhelo y los derechos una utopía, cada segundo que se le dedica a otra cosa que no sea conseguir dinero, significa alejarse un centímetro más del plato de comida. 

Es una realidad que afecta a todos los pobres del país, pero sobre todo a quienes recibirán el bono alimentario. Para poder cobrar el llamado popularmente “IFE 5”, no se pueden percibir jubilaciones ni pensiones; prestaciones por desempleo; no estar inscriptos en el Pla Potenciar Trabajo, ni ser beneficiario de Becas Progresar, Asignación por Embarazo o ni ningún programa social. El bono no es para los que se encuentran en los márgenes del sistema, es para los que están aferrados con las uñas para evitar la caída. 

Nadie repara que a pocas cuadras de la Sociedad Rural, quizá el máximo símbolo de la producción alimentaria argentina, hay personas haciendo cola para poder comer.

“A mí lo que me da miedo es lo que viene después de esto. En su momento sacaron cuatro IFE y después se olvidaron de nosotros. La ayuda está muy bien, pero no podemos vivir eternamente en la calle, por más de que nos regalen plata -declara José Luis-. Uno va a pedir ayuda al Gobierno de la Ciudad y la policía te amenaza. El Gobierno nacional te tira dos pesos y después se olvida. Nadie nos ve a nosotros, somos invisibles.”

Mientras habla, el hombre sostiene un bolso. Ahí dentro están sus únicas pertenencias: una campera, un jarrito de metal, una botella de agua, una sábana sucia y una gorra. Él duerme en la parada de la línea 60 del Metrobus. Su cama es el suelo, porque los asientos fueron construidos especialmente para que tipos como él no puedan acostarse. Contra él no conspira solo el sistema económico y social imperante, sino también la arquitectura diseñada por un Gobierno que no quiere pobres durmiendo en la calle pero no les ofrece salidas dignas a la indigencia. 

Para las once de la mañana, quedan cinco personas esperando. Si cumplen con los requisitos, se sumarán a los más de 800 mil argentinos que ya fueron aprobados de los más de dos millones estimados que podrían obtener el bono. La primera cuota se cobrará el 14 de noviembre, mientras que la segunda se depositará en diciembre. Todo sea por una Navidad en ¿paz?