Por Mercedes Chamli
Fotografía: Gentileza Télam y Captura de TV

Cuando se cumplen 13 años de la desaparición de Luciano Arruga, siguen los reclamos de la familia para que la justicia investigue y condene a los responsables de su muerte. Pero ahora se suma el riesgo que la crisis económica también termine con el centro cultural que lo recuerda.

“La paciencia se acaba, conoce de límites. Después de tantos años es absurdo pedir justicia a quienes solo pretenden generar impunidad. Esta es la única violencia terrorista, la del Estado”, publicó en sus redes Vanesa Orieta, hermana de Luciano Arruga, el lunes pasado, hace exactamente 13 años de la desaparición de su hermano, el 31 de enero de 2009. Esta vez, a las denuncias y reclamos judiciales, se sumó como consecuencia de la crisis económica. El espacio Luciano Arruga corre el serio riesgo de cerrar. No tienen para pagar la luz, el gas ni para terminar con obras que les permitirían continuar con los talleres que dan para el barrio.

El 31 de enero es una fecha emblemática en La Matanza, todos sabían que alguna actividad se iba a realizar. Este año que los preparativos no se hicieron con mucha anticipación, igualmente las calles, el domingo pasado, se llenaron de personas. Se hizo un señalamiento desde  General Paz y Mosconi hasta la plaza Luciano Arruga, un recorrido de 134 carteles, que recordaban a Luciano y a muchos otros desaparecidos y denunciaban a las fuerzas de seguridad. “Todos los años hacíamos un festival que iba desde las 3 de la tarde hasta la noche, pedíamos a organismos, sindicatos y el Estado que nos ayuden. En Lomas del Mirador esto quedó marcado. Para nosotros es como si fuera un 24 de Marzo”, cuenta Rosaura Barletta, integrante de Familiares y Amigos de Luciano Arruga. 

El espacio Luciano Arruga, está en una situación crítica producto de la actual crisis económica, por eso están pidiendo que todo el que pueda les haga una donación, ya que necesitan pagar los servicios y terminar los techos y el baño para poder continuar con los talleres y cursos destinados a los vecinos del barrio.  “El festival es el antecedente para otras familias de que se pueden pedir los recursos necesarios y que no hay que ir solo a marchar a Buenos Aires. Es cierto que tiene mayor alcance a nivel nacional, pero lo que hay que hacer es quedarse en el lugar en el que sucedieron los delitos y cambiar las cosas ahí”, dice Berletta, quien  luego de acampar casi dos meses logró junto a familiares y amigos de Luciano que la Municipalidad les entregue las llaves del destacamento donde montones de chicos fueron torturados para poder convertirlo en un Centro Cultural. 

Vanesa Orieta, hermana de Luciano Arruga.

Luciano vivía en el Barrio 12 de Octubre, en la localidad de Lomas del Mirador, ubicada en el partido de La Matanza. Había dejado el colegio, y juntaba cartones para llevar plata a su casa. Siempre que podía se sentaba a charlar en la vereda con sus amigos o iba hasta la plaza.  Un morocho con una sonrisa simpática, al que cuando alguien le decía que no tenía para comer, abría la heladera de su familia y le compartía lo que tenía.  

«Cuando bajó la ventanilla del patrullero y le ofreció ir a robar, él se animó a decirle que no».

Era un pibe muy seguro, y con los pies en la tierra, por eso cuando el patrullero bajó la ventanilla del auto y le ofreció ir a robar él se animó a decirle que no. “Yo no necesito plata. Si quiero zapatillas se las pido a mi hermana”, le dijo el adolescente. El policía insistió, lo cuestiono: “¿Te parece bien vivir de una mina?”. “Si, así nos pasa a los lindos”, contestó el menor, tal vez creyendo aliviado que se había terminado la discusión.   

Luciano, era un blanco fácil para la policía, sus derechos habían sido vulnerados desde el día en que nació, todo lo que le pasó después de esa tarde tanto a él como a su familia, era lo que le podía pasar a un chico pobre, marrón y estar invisibilizado por el Estado. 

Todos sabían que estaban buscando pibes para ir a robar en zonas liberadas, pasaba hacía tiempo. Se corría la bola en las villas cercanas que “la cana te pasaba a buscar”. Ofrecían, un auto, un arma y la seguridad de que no iba a ocurrir nada pero en el caso de que pasara les aseguraban “salís como entraste”.

Luciano dijo que no, y la policía que no sabe de límites lo persiguió, lo hostigó; fueron varias las detenciones. Se aguanto el tiempo que pudo, y un día le contó a su mamá y después a su hermana lo que pasaba. Ellas le pidieron un nombre. Él les dijo que no iba a decirles más para no ponerlas en peligro ni a sus hermanos más chicos. 

La denuncia no fue nunca una opción, el miedo de que alguien irrumpiera en su casa, les armen una causa e incluso los maten era más grande que la necesidad de terminar con la persecución.  Vanesa en ese entonces decidió ir a la oficina de Derechos Humanos de La Matanza donde le recomendaron no denunciar por no tener los medios económicos, ni la espalda para sostener una denuncia de esa magnitud. El miedo era real. 

El 22 de septiembre de 2008 lo detuvieron.  Su mamá lo fue a retirar al destacamiento de Lomas del Mirador junto con su hermana y escuchó  desde el hall de la entrada como le pegaban y lo amenzaban: “Negro de mierda la próxima te vamos a violar”.

Esa noche a Luciano lo torturaron tanto, que su hermana lo llevó con las costillas rotas al Poliquiniclico de San Justo, y pidió que alguien constatara las lesiones de Luciano, no para denunciar, sino para tener un antecedente de lo que había pasado. 

Años más tarde esa sería la prueba para meter preso al único detenido que hay hasta el día de hoy: Julio Diego Torales, a quien Luciano señaló como uno de los hombres que lo había secuestrado y torturado, cumple una condena de diez años desde 2014 por torturas físicas y psicológicas. 

Un día volvió a salir. Se animó. Fue a la plaza con amigos y luego de las 12 de la noche “nadie” más lo vio.  Su hermana mayor empezó una búsqueda que llevo años, iba a las comisarías y pedía información, dejaba en actas que había estado ahí “me tienen que dar información”. La pregunta que ella hacía se replicó en cada rincón de la provincia de Buenos Aires, colectivos, postes, puertas de colegio, las estaciones de tren y las paradas de colectivo: ¿Dónde está Luciano Arruga?

“La primera que dejó de esperarlo con vida fue Vanesa y al poco tiempo todos dejamos incluso de esperar que pudiéramos encontrar el cuerpo. La mamá de Luciano estaba tan angustiada que no podía poner en palabras lo que le pasaba”, recuerda Barletta y cuenta: “El hecho de que se lo llevaran las hizo perder el miedo. El único temor era la integridad de Luciano”. Y agrega:  “Pensaron que no tenían mucho más que perder y sí había, pero nada tan grave como lo que perdieron primero.” 

Las fiscales Celia Cejas, y Roxana Castelli y el Juez  Gustavo Banco fueron los primeros que intervinieron en la causa. “Citaban testigos, que habían sido detenidos al igual que Luciano, y les paraban en las espaldas a los policías que los habían torturado. Cuando los pibes iban al baño, la cana se les aparecía y los apretaba. Hicieron escuchas a la familia, entregaron la investigación a la policía. Tardaron 40 días en rastrillar cuando Luciano estaba desaparecido. Sabemos que fueron funcionales a las fuerzas de seguridad”, dice Berletta. Hoy junto a la familia llevan a cabo un jury acusándolos a los tres de incumplir con su trabajo como funcionarios públicos. 

El mismo día que Santiago Maldonado pero 3 años antes, un 17 de octubre de 2014, apareció el cuerpo de Arruga, a partir de un habeas corpus, que presentó la familia. Estaba enterrado como NN en el Cementerio de la Chacarita, había muerto atropellado. Su familia no creyó esa versión y salió a contradecirla: “Fue la policía, y todo desaparecido es responsabilidad del Estado”. 

“La declaración de la persona que lo atropelló fue clave. El pibe no sabía quién era Luciano, ni que estaba pasando en ese momento con la causa, pero igualmente dijo que antes de atropellarlo lo vio correr desesperado. También declaró un motociclista que se detuvo para hacer luces y dijo que le hizo señas a un patrullero de la bonaerense  que estaba parado en la Colectora para que se acercara y éste se fue con las luces bajas”, asegura Berletta. 

En las fotos tomadas por las cámaras de la autopista se veía que Luciano estaba con ropa que no era de él, vestido de mujer, y con los pantalones bajos y sin zapatillas. Berletta dice, invadida por la bronca: “Murio en el contexto de una tortura, en ese momento lo estaban torturando. Esto tiene que ver con los antecedentes que había. Ellos cumplieron con todas las amenazas que le habían hecho de sometimiento sexual”. 

La causa por el asesinato de Luciano esta en etapa de instrucción caratulado como “Desaparicion forzada” lo que significa que el Estado estuvo involucrado, pero no hay imputados ni procesados. “Nosotros tenemos señaladas a las personas que estaban de turno en el destacamento la noche que Luciano fue visto por última vez. Esos uniformados solamente fueron desafectados de sus cargos, pero hoy probablemente sigan en funciones y nosotros no lo sabemos, porque hay mucha información a la que no accedemos”, explica la mujer y añade: “Intervino una morgue de Buenos Aires, también la Policía Federal. Esas ocho personas quedan muy cortas. Hay otros funcionarios del Estado, que a partir de saber todo el recorrido que pasó el cuerpo de Luciano, tendrían que por lo menos ser citados a dar declaración.”

Hay una decisión política de que la familia de Luciano no tenga seguridad, porque hasta hace muy poco le prendieron fuego el auto a Vanesa, su hermana. “No estamos tranquilos con la denuncia que hacemos: el hecho de que hay una decisión del Estado de reprimir, y fusilar pibes por la espalda. Pibes que pertenecen a una población determinada, y no solo son de recursos bajos, si no chicos que tienen sus derechos vulnerados desde que nacen. Por eso las cosas no van a cambiar hasta que no haya una mirada integral de la problemática”, concluye Barletta. 

Luciano es un grito de lucha, es la insistencia a lo largo de los años, es una bandera de que “no se olvida” pero también es el presente: es la justicia que no funciona, la política impune y la relación de la policía con las redes de delincuencia. Hace 3 meses, la mamá de Lucas Gonzales se subía a un escenario con los botines de su hijo en las manos para pedir justicia y en su discurso le gritó a la mamá de Luciano que la entendía. Cuando desapareció Santiago Maldonado, Vanesa como cada vez que la policía muestra su lado más oscuro, salió a pelear. Es una lucha que se encuentra en el colectivo, porque no es un caso aislado. Los familiares y amigos de los muertos en manos de las fuerzas de seguridad y del Estado represivo dicen que no es un policía, es toda la institución.