Por Juan Palavecino
Fotografía: Gentileza Martin Paez - Wikimedia Commons

El proyecto impulsado por Jacobo Timerman tuvo la perspicacia de ser la contracara de “el diario del lunes”, paradójicamente o no, el único día en que La Opinión no se imprimía. Lejos de las publicaciones circunstanciales o anecdóticas, el periódico marcó un quiebre en el periodismo argentino e introdujo ideas innovadoras para la profesión, siguiendo el formato de la tradición francesa de Le Monde.

A 50 años del nacimiento de La Opinión, Abrasha Rotenberg, administrador y director -por un tiempo- del diario y socio de esa legendaria camada de personalidades, cuenta sobre el corto e intenso período de subsistencia de la publicación, de la intervención en manos de la dictadura militar, el legado en el campo del periodismo y la cultura del país. También analiza el presente de la profesión, la pandemia y se anima incluso a avizorar un futuro que describe con detalle y elocuencia. 

¿Qué significa La Opinión?

El diario se propuso elegir, en primer lugar, las noticias que eran trascendentes según su concepto y, en segundo lugar, entre las miles de noticias que hay en el día, tratar de detectar aquellas que verdaderamente eran importantes y no anécdotas o circunstanciales, que lo único que hacían era llenar páginas. En segundo término, el papel de los periodistas en los periódicos de esa época era absolutamente anónimo. No se conocía quiénes eran los autores. En La Opinión eso era distinto. Y en tercer lugar, el diario buscaba un público muy especial, lo que se llamó «la inmensa minoría», que era parte del público interesado en lo que sucedía afuera de la Argentina, interesado en el lugar que la Argentina ocupaba en el mundo. Eran intelectuales, leían mucho, y La Opinión buscó a ese público para que se enterara de lo que pasaba en el mundo según la visión de sus periodistas o, mejor dicho, según los periodistas que interpretaban la línea del periódico.

¿Y cuál era esa línea?

En primer lugar, la inteligencia. En La Opinión los que colaboraban no eran solamente periodistas, eran a veces intelectuales, a veces poetas, a veces escritores o gente de la política. Lo importante era que tuvieran la capacidad de medir inteligentemente, según su criterio, el significado de las noticias, qué ocurría, por qué ocurría, a qué conducía lo que había sucedido. En ese sentido, incluso a veces había hechos que dentro de La Opinión eran interpretados por los periodistas de distinta forma. La novedad era que firmaban. En ese momento eso era una revolución. Y si mirás los periódicos hoy, ese hábito, esa revolución existe ahora, ya dejaron de ser anónimos los periodistas. La gente habla de los periodistas como de un jugador de fútbol. Empieza a tener preponderancia no solamente el periódico donde trabajan, sino ellos mismos, que hoy se han transformado en personajes cuya opinión trasciende e importa.

La Opinión se imprimió por primera vez el 4 de mayo de 1971, ese mismo día, pero cinco años después, salió a las calles de España el diario El País, con una impronta muy similar a la del periódico argentino. El azar impuso su agenda, en esa fecha cumple años Javier Timerman, hijo menor de Jacobo y testigo privilegiado de lo que ocurría en las redacciones. Curiosidades del destino, el mismo día de mayo, el propio Abrasha Rotenberg, este 2021, cumplió 95.  

¿Cómo se mentó esta idea tan disruptiva del periodismo? 

Viene de una tradición francesa. Esto lo inventó el periódico Le Monde, que trajo esta innovación. Por ejemplo, La Opinión no tuvo nunca fotos. En vez de fotografías había caricaturas de Sabat, que era un hombre de un ingenio extraordinario, interpretaba la realidad con sus ilustraciones. La Opinión se definió justamente por eso, por esa presencia. Y también por la ausencia de fútbol, por eso no salía los lunes. También hay que entender en qué momento aparece el diario, en un tiempo muy duro. Nació el 4 de mayo de 1971 y fue confiscado por el gobierno militar en mayo de 1977. Vivió seis años nada más. En esos seis años tuvo como presidente a Lanusse, Cámpora, Lastiri, Perón e Isabel Perón; cinco presidentes en seis años, y los cinco presidentes en tiempos muy tormentosos. Justamente, esos periodistas tan singulares, tan abiertos eran políticamente muy combativos y combatían no solamente por el cambio de la sociedad, sino también por el cambio de la ideología. Así que tuvimos una vida muy agitada. Y sin embargo, hoy todavía, después de cincuenta años, independientemente de esos conflictos, fue muy importante lo que marcaron Jacobo Timerman y unos meses yo, que fui director, sin tener la preparación necesaria, pero bueno. Me tocó una época muy complicada. Había que manejarse con mucho cuidado porque la vida no valía nada. La función que yo cumplía tenía que ver con cuidar a la empresa. No era fácil manejar una economía en épocas tan turbulentas, donde todos los días te preguntabas: «¿Por qué no vino este? No sabés, lo mataron ayer». Naturalizamos la muerte. Es un horror lo que nos pasó.

En una entrevista decís «La Opinión es un desaparecido más»…

Bueno, porque se apoderaron y siguió saliendo un año o dos más, pero era otro diario, no tenía nada que ver con La Opinión. Eso que era antes desapareció. Es una metáfora, pero ocurrió eso. La Opinión original murió en mayo del 77. Después hubo mucha gente que colaboró, y algunos cuyos nombres vi hace unos años cuando fui a la Biblioteca Nacional para ver quién había participado con el diario intervenido. Te vas a encontrar con nombres de gente que anda hablando de la democracia y se metió a La Opinión intervenida por los militares. Antes, todo el mundo quería que apareciera su nombre en La Opinión, imaginate, era un prestigio. Era el «prestigio axilar», llevabas bajo la axila La Opinión y ya estabas identificado como el gran personaje. Era un signo de identidad.

Luego de la intervención del diario, Abrasha Rotenberg y Jacobo Timerman intentaron revivir la idea en España, pero ese espacio ya estaba ocupado por El País. Rotenberg había llegado a Madrid en 1976 con su familia (su esposa, la cantante y pianista Dina Rot, y sus hijos Cecilia Roth y Ariel Rot, actriz y músico, respectivamente). Por su parte, Timerman había arribado a la misma ciudad luego de vivir un tiempo en Israel, país al que viajó después de haber estado detenido por la dictadura en Argentina. 

Otra de las frases de esa entrevista es «no sé si hoy podría haber un diario como La Opinión«. ¿En qué sentido no podría existir un diario así hoy?

Mirá, es lo que siento, no te podría decir que tengo una estadística. En los años 60, 70, este era un país de clase media muy inquieta, muy apasionada por la lectura, por la discusión, por la innovación. No estar en Buenos Aires no me da a mí el derecho de ser absoluto en lo que digo, pero desapareció esa clase media, se empobreció, no solamente económicamente, se empobreció intelectualmente. Se publican libros, pero ahora hay escritores que me han confesado que vender 500 ejemplares, con los nombres que tienen, es su consuelo. Antes tres mil ejemplares era lo mínimo. La tecnología te permite a un costo bajo editar 200 ejemplares, y las editoriales con muchos libros hacen eso. Ahora el gran éxito no es vender 300 mil ejemplares, solamente venden los temas políticos, pero la literatura no sé. Debe haber, pero es más limitado el público.

¿Hay algo que se conserve actualmente, en cuanto al estilo del periodismo, en relación a esa época?

Yo creo que hay innovación. No hay que desdeñar. Cada uno vive su época. Pero el lector ya no tiene la capacidad de sentarse y leer. ¿Sabés cuál era el problema de La Opinión?¿Sabés por qué mucha gente lo dejaba de leer? Por rabia, por bronca, porque tenía tanto material que no podía leerlo todos los días, porque al final era en realidad una revista que salía todos los días, con artículos e interpretaciones. Era la forma de un diario, pero el contenido interpretativo tenía parte de revista. Era la noticia con la interpretación de esa noticia, y otros temas. Eso lo hacen muchos diarios ahora, no hay que desdeñar eso, y hay periodistas extraordinarios en esta época. Pero ver un periódico como La Opinión ahora no es necesario. Apretando el dedito ves lo que está ocurriendo.

Fracaso

Abrasha Rotenberg nació el 4 de mayo de 1926 “en un lugar que ya no existe”, comenta: la Unión Soviética. También cuenta que hoy utiliza su tiempo en leer e informarse. Se define como un hombre de radio, incluso aprendió a hablar español por ese medio cuando llegó al país con tan solo ocho años. “Aprendí escuchando novelas camperas”, agrega. La amenaza (2020) es el nombre del último libro de Rotenberg. Se trata de una novela que cuenta, en dos tiempos, la historia de Travin, un joven culto e interesado por la política, y también un periodista adulto perseguido por la dictadura militar. En el sitio web del autor y en su perfil de Instagram se destaca una frase de presentación:

«Soy de una generación que quiso cambiar el mundo. Fracasamos, el mundo nos cambió a nosotros». 

«Mirá -dice Rotenberg-, nací en 1926, es decir, hace 95 años. Era un mundo de esperanza, en 1917 se produjo la Revolución Rusa, iba a nacer el hombre nuevo, una sociedad equitativa, un mundo de distribución de la educación igualitaria, de los ingresos igualitarios, iba a desaparecer la explotación del hombre por el hombre. En 1922, Mussolini toma el poder en Italia, todo lo opuesto, el Estado es lo más importante, el hombre es un elemento nada más, el hombre tiene que trabajar para un Estado fuerte, la patria, el ejército, la bandera; nacionalismo puro. En 1933, sube Adolfo Hitler, la violencia, la guerra, la persecución a los judíos, a los gitanos, a los homosexuales. 1936, Guerra Civil Española. 1939, Guerra Mundial. Y luego, Corea, Vietnam, ni un solo día dejó de sonar un cañón. ¿Y qué pasó con ese sueño del hombre? El hombre nuevo nació con Lenin en la Unión Soviética, y termina con Putin. Volvemos a la prehistoria. El sueño de una generación que iba a cambiar el mundo se transformó en absoluto fracaso. ¿Estamos mejor que antes? Sí, mucho mejor. ¿Conseguimos algo de lo que queríamos? Un poquito».

¿Qué nos espera?

Estamos en medio de una revolución cuyo significado no entendemos. Estamos en el final de la era industrial y en los principios de la era de la inteligencia artificial, y no nos damos cuenta de que para esa revolución que viene no tenemos ni el lenguaje, ni sabemos cómo interpretarla, porque va a una velocidad mucho más rápida que la de nuestra inteligencia para captar su sentido. La Revolución Industrial tardó 200 años en desarrollarse y en llegar a su cúspide. Esta tarda días. La mente no se acostumbra a eso. Estamos perdidos, pero yo creo en la inteligencia del hombre, a pesar de esto inesperado que nos está ocurriendo, de este virus asesino, porque igual lo vamos a superar. Tuvimos la peste negra, la peste española, muchas cosas, pero no teníamos los elementos tecnológicos para combatirlas. En un año el hombre descubrió cómo pelear contra un enemigo desconocido, así que yo voy a morir con el desencanto, pero con la esperanza.

Me hizo acordar un poco a una frase de Pepe Mujica que dice algo similar, y agrega: «Pero sigo soñando que vale la pena luchar»…

Yo voy a ser más modesto. Yo digo que vale la pena vivir, vale la pena vivir, y con los ojos abiertos, porque hay muchos vendedores de fantasías entre nosotros, muchos, y son muy hábiles. A lo que yo le temo es a la fe, porque no admite argumentos. Esa cosa basada en la irracionalidad me preocupa, pero los sueños son necesarios. El hombre sin sueños se parece mucho a un animal. Técnicamente, del hombre de las cavernas estamos a cien mil kilómetros, pero espiritualmente, emotivamente, estamos a medio metro. 

Los kilómetros que nos separan del hombre de las cavernas se plasman en la virtualidad del Zoom, plataforma que Abrasha maneja a la perfección. Sumado a esto, el autor de La amenaza (2020) hace transmisiones en vivo por Instagram para seguir difundiendo su última obra, publicada a sus 93 años.

En cuanto a La Opinión, muchas y muy variadas son las interpretaciones de este diario que se desarrolló en las puertas de la época más trágica de la historia de nuestro país. El principal legado del periódico fue el de marcar un quiebre y una innovación en la práctica periodística. ANCCOM tuvo el privilegio de conversar con una de las principales figuras de ese legado.