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Por: Diana Mull Barrios

Fotos: Andrea Bravo

 

El reloj marcó las 14 horas del sábado pasado: las puertas y las latas de pintura se abrieron, las brochas se alistaron y la música empezó a sonar en La Casa Roja, que es la sede de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR) y está ubicada en el barrio de Constitución. Se hicieron presentes asistentes e invitados especiales, quienes fueron protagonistas del conversatorio Trabajo Sexual e Identidad Marrón, organizado por trabajadoras sexuales, integrantes del Bloque Migrante e Identidad Marrón. En esta actividad de encuentro y reflexión, mientras dejaban registro pintando un mural, las trabajadoras sexuales contaron algunas anécdotas que reflejan la dificultad de ser marrón y migrante en la Argentina.

Abre el juego Yokhar, migrante de Perú que vino a la Argentina hace 13 años, con el primer testimonio: “Llegué porque otras compañeras migrantes me contaban que aquí no era tan difícil ser una persona trans. Me encontré con otra cultura y algunas costumbres y racismos que llegué a normalizar, pero más adelante me di cuenta que eso estaba mal. Soy trabajadora sexual por voluntad propia y vivo con el temor de la persecución policial, porque nosotras somos doblemente estigmatizadas, primero por nuestro trabajo y segundo por ser migrantes de color marrón. De la misma manera son discriminadas las compañeras que vienen de otras provincias, pues son también tratadas como migrantes. Al llegar a AMMAR adquirí herramientas y conocimientos para poder enfrentar a la policía de manera pacífica. Aprendimos a defendernos, en La Casa Roja hicimos la unión puta”, concluyó.

Laura, quien se desempeña como trabajadora sexual por internet y en privado, suma su testimonio: “Soy marroncita del conurbano y hace cuatro años soy trabajadora sexual de múltiples modalidades, pero arranqué por internet. Hice calle y ahora empecé con un privado. Quise ir más allá y fue así que se me ocurrió hacer publicidad y fue entonces que detecté el racismo en el que vivimos. Varios clientes me rechazan diciendo que en las fotos me veo más blanquita. Quienes se encargan de hacerme publicidad me suelen pedir fotos con más iluminación o filtros para verme más blanca. Pero la realidad es que yo soy marrón, mi piel es oscura y esto es para mí y para mis compañeras una dificultad que padecemos a diario”.

 

El mural va tiñendo la pared de un rostro, en una paleta de marrones, negro y rojo y continúa recogiendo testimonios en cada pincelada.

“Los pueblos originarios, las putas y los migrantes tenemos los mismos problemas que nos unen: la persecución policial, la falta de acceso a la vivienda y a la salud por nuestro color de piel. Mi experiencia fue que con una compañera fuimos a un hotel de prestigio ubicado en Recoleta, en el que suelen ir compañeras putas a trabajar. Compañeras putas sí, pero de belleza hegemónica. Mi compañera y yo intentamos ingresar al bar y no nos dejaron, poniendo como pretexto que era una fiesta privada. Sentimos mucha impotencia porque no nos dejan trabajar por ser marronas y no podemos llamar a la policía para que nos defienda porque ¿qué les decimos? ¿Que somos putas y queremos trabajar? ¿Que somos trabajadoras sexuales y no nos dejan prostituirnos? También hago calle en Microcentro y me pasa lo mismo, en medio de los cuerpos blancos hegemónicos, yo, la color marrón, soy la extraña. Las compañeras blancas trabajan tranquilas y a mí la policía me decía que no puedo trabajar, entonces me sacaba. Otro problema es que nos bajan el precio, por lo mismo, por no encajar en el estereotipo. Con AMMAR aprendí cuáles son mis derechos. Ahora me siento más protegida, pero hay un largo camino por recorrer”, cerró Rebe, quien fue la anfitriona del conversatorio y es una de las militantes más activas.

Fue el turno de Meli, quien es parte del Bloque Migrante, el cual surge al calor de la lucha contra el racismo y la discriminación hacia los migrantes, sobre todo latinoamericanos. “El Bloque Migrante está compuesto por compañeros que confluyen a partir del DNU 70/2017 de Mauricio Macri, el cual modificó algunos puntos clave en la Ley Nacional de Migraciones de la Argentina. En este nuevo decreto, la gestión de Cambiemos hizo que muchos expedientes de radicación migratoria fueran revisados con la posibilidad de ser revocados para luego expulsar a los migrantes, incluso en casos en los que no tuvieran una condena en el fuero penal. Por suerte en la actual gestión mejoraron algunas cosas y se derogó este DNU. Nosotros creemos que la migración no es un problema, sino que el verdadero problema es el racismo hacia aquellos cuerpos marrones que, por el contrario a los cuerpos blancos, no tienen realmente permitido ocupar ciertos territorios. La articulación entre el Bloque Migrante y las trabajadoras sexuales es una lucha interseccional, pues es un problema de racismo que viven las personas que no cumplen con esa corporalidad y esa racialidad que el país espera. En el caso de las compañeras que ejercen el trabajo sexual están doblemente atravesadas por esa discriminación no solo por su racialidad, sino por el oficio que desempeñan”, dijo la activista colombiana.

El conversatorio cerró con las palabras de Georgina Orellano, quien es la Secretaria General del Sindicato de Trabajadoras Sexuales de la Argentina. “Lo que nos une es la exclusión social y política. Vivimos la violencia institucional. ¿Cuáles son los cuerpos que son castigados por la represión policial, por la mirada de los vecinos? Siempre llegamos a la conclusión que son los de pieles oscuras. Queremos poner en evidencia cómo se construyen las políticas punitivas que le entregan mayor poder a la policía para que nos persiga, en este caso, a las trabajadoras sexuales callejeras, a las migrantes, a las compañeras racializadas, a las marrones. Las personas que escriben las leyes que nos competen, quienes hablan de la pobreza y de exclusión son personas blancas que no están atravesadas por las situaciones que nosotras vivimos”. Para ejemplificar, agregó: “Muchas veces allanan sin motivo casas de compañeras. En una ocasión encontraron un cuaderno en el que habían anotados nombres de otras trabajadoras y al lado de cada nombre un número. Lo primero que pensaron es que ellas son parte de la venta de estupefacientes, vinieron varios medios de comunicación y publicaron que se había desarticulado una red de narcotráfico, cuando en realidad lo que está escrito en este cuaderno son nombres de putas que tienen pensado acceder a un plan de crédito y ahorros. Otras vendían comida como una fuente de ingreso extra y ese número era la cantidad de dinero que ganaron por eso. Para la policía, si nosotras vendemos papas a la huancaína, tamales o seco de cordero, es decir, comidas típicas de nuestros países, significa que vendemos droga. Nosotras no podemos ir a pedir un crédito a un banco porque no existimos. Por eso nos organizamos y pensamos estrategias para sortear estas dificultades”. Reivindicando sus identidades y visibilizando su problemática, concluyó: “Queremos ser nosotras, las feministas marrones, las escuchadas, las referentes de los feminismos populares, comunitarios y antirracistas. En la agenda aparecen siempre los problemas que atraviesan las clases medias, a nosotras nunca nos preguntaron de qué manera enfrentamos los problemas económicos durante la cuarentena. Quedamos fuera nosotras, que estamos endeudadas, que no podemos acceder a la vivienda porque no tenemos recibos de sueldo: alquilamos por contratos de palabra y pagamos el doble. No hay políticas públicas para nosotras”.

Pasadas las 19 horas y de la mano de la artista Mirela Vega, el mural pintado en las puertas de La Casa Roja estaba terminado. En esta jornada, las trabajadoras sexuales lograron su objetivo: alzar la voz fortalecida y empoderada que las caracteriza. Sin embargo, para ellas el camino es largo y por eso las actividades continúan: el próximo sábado 30 de octubre a las 12 horas se llevará a cabo el Encuentro Feminista Popular, en el Estadio Malvinas Argentinas. Para asistir se debe llenar el siguiente formulario