Mar 25, 2019 | Noticias en imágenes
Trescientas mil personas marcharon a Plaza de Mayo para conmemorar el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Cantaron y gritaron contra la dictadura militar y, también, contra el ajuste y el negacionismo del gobierno de Cambiemos. A las históricas consignas en defensa de los derechos humanos, este año se le agregó la demanda de unidad de la clase trabajadora de cara a las próximas elecciones presidenciales. Por eso, el lema principal de la convocatoria para el acto central que recordó el 43º aniversario del golpe militar fue: “Con memoria y unidad luchemos por la patria que soñaron los 30.000 desaparecidos y desaparecidas”.
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Mar 25, 2019 | DDHH, Novedades

Nueve desaparecidos que vivieron en el barrio fueron homenajeados por los vecinos de Parque Chas.
Dentro del marco de la conmemoración del Día Nacional por la Memoria, la Verdad y la Justicia, el Colectivo Barrial de Parque Chas llevó a cabo por segunda vez el festival Memoria Viva, para homenajear a vecinos y vecinas desaparecidos en la última dictadura cívico militar. La plaza «Dominguito» Sarmiento –bautizada en el barrio como Plaza de la Memoria– se colmó de familias el sábado 23 de marzo para ser parte de un evento comunitario cuyo ejes centrales fueron el recuerdo, la solidaridad y la expresión artística.
Carteles y cantos que gritan Nunca Más. Nombres y apellidos en banderines que se vuelan con la brisa. Amigos, familiares y vecinos sonrientes, mirándose a los ojos y disfrutando de una tarde distinta. Desde las 16.30, se montó un sector de dibujo y pintura para niños y niñas, seguido de un show musical infantil. A las 17, una de las organizadoras de Memoria Viva, María Luz Montoliu, dio un breve discurso inaugural y luego se presentaron diversos grupos musicales, teatrales y de danza que se llevaron vítores y aplausos. El festival finalizó con una ronda de baile que incluyó a muchos de los espectadores.
La iniciativa se originó en el año 2017, en vísperas del 24 de marzo, cuando el colectivo tuvo una reunión con el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en repudio a una tala indiscriminada de árboles realizada en aquella pequeña plaza, situada en las calles Gándara y Gamarra. Por la fuerza de la protesta, se dio una negociación entre las partes y los vecinos lograron conseguir el permiso para plantar árboles nativos que ayudaran a preservar el espacio verde. ‘‘Fue gracias al aporte de la ONG Un Árbol para mi Vereda. Ellos nos donaron los árboles y nos enseñaron a plantarlos’’, indicó María Luz.
Dicha acción ecológica cobró un sentido mucho mayor con la propuesta del colectivo de utilizar los árboles plantados para reivindicar a nueve personas desaparecidas que nacieron o vivieron en Parque Chas: Clara María Rossi, los hermanos Luis Eduardo y Eugenio Osvaldo de Cristofaro, Alfonso Nelson Fontanella, Susana Siver, Juan Carlos Guzmán, Domingo Francisco Cristaldi, Adriana María Luján Poch y Esther Balestrino de Careaga, Madre de Plaza de Mayo. Poco tiempo después, se colocaron placas con sus nombres y así quedó sellado un recuerdo eterno. ‘‘El árbol para muchos familiares y organizaciones de derechos humanos es un símbolo de vida y de memoria, porque es testigo del paso de nuestra historia cotidiana’’, expresó la organizadora.
La mañana del día del festival, la plaza amaneció rodeada por una docena de efectivos de la policía y varios empleados de la Dirección de Espacios Públicos, con el argumento de que habían recibido una denuncia anónima sobre la ocupación de ese espacio. María Luz declaró que, al enterarse ella y otros miembros de la agrupación, ‘‘resolvimos hablar con ellos y explicamos que estamos ejerciendo nuestro derecho a la libre expresión y que nuestra ocupación no viola ninguna ordenanza. Vinimos a conmemorar una fecha fundamental’’. Si bien se autorizó la celebración del evento con normalidad, los miembros de las diferentes fuerzas de seguridad y prevención estuvieron presentes durante toda la jornada.
El Colectivo Barrial de Parque Chas se formó en 2015 como una asamblea abierta y horizontal de vecinos en resistencia, organizados de manera independiente y sin lineamientos partidarios específicos. Sus miembros llevan adelante diferentes actividades solidarias, culturales y sociales para mejorar la vida en el barrio y defender sus derechos. Entre ellas, han instalado tres postas de reciclaje, realizan proyecciones de películas con cine debate en espacios públicos e invitan referentes políticos de corrientes populares a dar charlas en el barrio.

Mar 25, 2019 | Entrevistas

Marina Franco es doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA).
La pregunta sobre en qué momento los derechos humanos y el reclamo por los desaparecidos y la represión empezaron a ser nodales en el discurso público y dominante, es la inquietud que guía a Marina Franco en El final del silencio. Dictadura, sociedad, y derechos humanos en la transición (Argentina 1979-1983), editado por el Fondo de Cultura Económica. Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires y por la Université de Paris Denis Diderot, Franco realiza un trabajo de revisión y deconstrucción de la memoria argentina sobre uno de los períodos más traumáticos de la historia del país: “Nuestra cultura de los Derechos Humanos es importante y valiosa, pero hay que reconocer que es limitada y que queda mucho por hacer”, destaca.
Hablás de un «relato memorial» como una selección de hechos cristalizados. ¿Se puede distinguir entre historia y memoria?
Sí, se pueden distinguir. No hay historia sin memoria, pero parte de las tareas de la historia es la revisión crítica de muchas construcciones que son constitutivas de la memoria. No necesariamente corregir la memoria, pero sí entender que está hecha de figuras cristalizadas, cosas que se seleccionan para recordar y otras para olvidar. Traté de mostrar en el libro que nuestra memoria sobre la transición a la democracia está basada en tres cosas: la Guerra de Malvinas, las Madres de Plaza de Mayo junto a los organismos de Derechos Humanos y Alfonsín y que, por lo tanto, nuestra memoria un poco épica de la transición, se construyó en torno a la idea de que fue casi natural que se llevaran adelante los juzgamientos y las investigaciones. A contrapelo de esa memoria selectiva, tranquilizante, pasaron muchas cosas y la tendencia general del proceso no era a investigar y juzgar los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas, sino todo lo contrario. La idea es recuperar una memoria más compleja de ese proceso para entender mejor la relación de la sociedad argentina con el autoritarismo.
¿Podrías explicar la utilización de las comillas en distintas expresiones del libro como «terrorismo de Estado» o «combatir la subversión»?
Tomé varias decisiones importantes en términos metodológicos y una de ellas, que es transversal a lo que el libro cuenta, es mostrar cuánto de lo que nosotros decimos y entendemos hoy sobre lo que llamamos «terrorismo de estado» fue una construcción a través de muchas décadas. Es decir, que el 10 de diciembre de 1983, prácticamente nadie hablaba de «terrorismo de Estado» y que se hable hoy de ello es el resultado de un proceso político, ideológico, social, de los juzgamientos y de construcciones intelectuales sobre lo que sucedió.
¿Cómo funcionó «el problema de la subversión» como mito fundador y socialmente compartido de la época?
Para mí eso es el tema central. Lo que más me interesa de la Dictadura no es entender al poder autoritario, sino cómo buena parte de la sociedad pudo acompañar, consensuar y apoyar ese poder. No hay terrorismo de Estado sin una sociedad que, de alguna manera, lo acompañe. Para una investigación anterior que hice de la represión durante el Peronismo, encontré que estaba completamente instalada la idea de que había un enemigo subversivo que debía ser eliminado. Eso estaba instalado no solo en las Fuerzas Armadas, sino también en el sector de la derecha peronista, en el propio Perón y en gran parte de la sociedad. Trabajé esto a partir de la legislación peronista, de la prensa de la época y de cartas enviadas por ciudadanos comunes al Ministerio del Interior. Mi gran pregunta es, si era tan fuerte la idea de que había un enemigo subversivo que había que eliminar y de que la lucha antisubversiva era legítima antes del golpe de estado, ¿cómo se explica que en el momento de la transición hubiera desaparecido? La respuesta es que no había desaparecido. Por ejemplo, hasta el último día, gran parte del partido radical consideraba que la lucha antisubversiva era el punto en el cual las FFAA habían hecho bien su tarea. Y con ellos, el resto de los partidos políticos, excepto los sectores más de izquierda. El planteo era que las FFAA se habían excedido en la represión.

«Lo que más me interesa de la Dictadura no es entender al poder autoritario, sino cómo buena parte de la sociedad pudo acompañar, consensuar y apoyar ese poder», dice Franco.
Hacés una comparación entre el Informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el de la Organización de Estados Americanos (OEA), que se publicaron en 1980. ¿Por qué ambos fueron recibidos de diferente manera?
Yo no pretendía hacer una comparación. Quería mostrar que esos dos informes fueron publicados en la prensa argentina a comienzos de 1980, en Clarín en primera plana, y decían absolutamente todo sobre la represión. Esto primero pone en cuestión la idea de que la sociedad argentina no sabía nada y segundo, evidencia que de todos los poderes instituidos, nadie vio lo que no quería ver. Lo que agranda la responsabilidad de los sectores políticos de la época porque hacen un uso político de esa información, cuando la dictadura ya se estaba cayendo por su propio peso.
¿De qué manera los diarios La Prensa y el Buenos Aires Herald tenían una posición diferente a diarios masivos como Clarín y La Nación respecto de las denuncias?
Efectivamente el Buenos Aires Herald y La Prensa se desmarcan de la media. Lo interesante es que lo hacen desde un lugar clásico liberal, no son diarios de oposición al régimen. El Buenos Aires Herald empieza a denunciar las violaciones a los Derechos Humanos porque es un diario inglés y liberal al que le parece intolerable semejante nivel de autoritarismo, de avasallamiento de las libertades individuales y de violencia de estado, de la misma manera que aprueba las medidas económicas liberales del gobierno. Con La Prensa es distinto: considera que el poder militar no es suficientemente liberal en términos económicos, pero denuncia las violaciones a los Derechos Humanos como algo intolerable. La otra cosa a señalar es que, a diferencia de lo que se piensa, Clarín fue uno de los principales diarios que empezó a darle espacio a los organismos de Derechos Humanos no como sospechosos de subversión. En ningún caso, creo yo, significa que Clarín tenga un lugar épico. Todos los medios de prensa jugaron su propio juego político, al igual que el Poder Judicial y la Iglesia, y a partir de 1981, denunciar a la dictadura y sus delitos entraba en ese juego.
¿Podrías describir cómo fue el viraje de estos actores?
Lo que hay es un lento proceso de defección, es decir, que son todos actores que al comienzo del régimen lo a acompañaron, apoyaron y celebraron. Durante los primeros años, las sanciones del Poder Judicial iban en favor del régimen; en el caso de la Iglesia, acompañó al poder militar incluso ofreciendo consuelo moral a los represores. Sin embargo, hacia el final del proceso dictatorial, retiraron su apoyo porque el régimen se demostró incapaz en términos políticos, porque nunca logró generar su propia sucesión política; y económicos porque para 1982, la economía estaba en un estado catastrófico; y tampoco fue capaz de ocultar sus propios crímenes. El tema del fracaso económico es un dato muy importante que hemos omitido. La inflación en 1982 era del cien por ciento y luego se duplicó. Para el común de la gente, el problema no eran los desaparecidos, sino la supervivencia material. Estos actores no denunciaron la represión porque les parecía escandaloso, sino porque fue una manera de deslegitimar a quien había hecho el trabajo sucio pero que ahora incomodaba.
¿Cómo se construye la figura del desaparecido durante la transición hacia la democracia?
Clarín publica en una editorial que las Fuerzas Armadas tenían que hacerse cargo del problema de los desaparecidos y dar respuestas a las Madres de Plaza de Mayo «porque sino estas mujeres se van a enquistar en la vida política argentina». Es decir que era un problema del orden de lo personal, que afectaba a ciertas personas a las cuales había que dar una respuesta privada para poder cerrar el pasado. Es importante porque demuestra que no había una preocupación por la violación a los Derechos Humanos como problema.
Describís un paradigma de los derechos humanos. ¿Te referís a estas características que estuviste nombrando?
Sí y sería nuestra convicción como sociedad de que en la Argentina los Derechos Humanos y la denuncia ocupan un lugar importante desde que se descubrió la represión. La investigación demuestra que ahora es así, pero que en 1983, los desparecidos le importaban a los organismos de Derechos Humanos, a las clases medias profesionales e intelectuales y a los grandes centros urbanos, como Buenos Aires, Córdoba o Rosario. Esa cultura existe y es mucho más fuerte que en otros países de la región, pero es una construcción de muy largo plazo, que se hizo en los años alfonsinistas, en las luchas contra la impunidad en los años noventa y durante los años kirchneristas. En esa construcción fue decisiva la política escolar y los juicios. Esto muestra lo importantes que son las políticas de Estado en la construcción de conciencia. Las manifestaciones del 2X1 del 2017, son un dato puntual de que las luchas no están saldadas. Agregaría otra cosa, que no está en el libro, y es que el sentido común omite que en la sociedad argentina funcionan los Derechos Humanos vinculados a la dictadura, pero no están vinculados a presos políticos o menores víctimas de la violencia policial. Nuestra cultura de los Derechos Humanos es importante y valiosa, pero hay que reconocer que es limitada y que queda mucho por hacer.
¿Por qué la Guerra de Malvinas no fue un parteaguas?
La Guerra de Malvinas tuvo un impacto muy fuerte en la memoria social en tanto que fue la experiencia de una guerra y es indiscutible. Pero lo que cuestiono es que haya representado un momento bisagra en relación con la dictadura. Esto porque, si uno mira todo el proceso político y social las variables del derrumbe estaban en marcha desde 1980. La Guerra de Malvinas no modifica la negociación entre los partidos políticos y el Gobierno, pero sí genera un cambio de disponibilidad social donde hay mayor disposición para escuchar lo que había ocurrido.

Mar 24, 2019 | Entrevistas

La pregunta sobre en qué momento los derechos humanos y el reclamo por los desaparecidos y la represión empezaron a ser nodales en el discurso público y dominante, es la inquietud que guía a Marina Franco en El final del silencio. Dictadura, sociedad, y derechos humanos en la transición (Argentina 1979-1983), editado por el Fondo de Cultura Económica. Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires y por la Université de Paris Denis Diderot, Franco realiza un trabajo de revisión y deconstrucción de la memoria argentina sobre uno de los períodos más traumáticos de la historia del país: “Nuestra cultura de los Derechos Humanos es importante y valiosa, pero hay que reconocer que es limitada y que queda mucho por hacer”, destaca.
Hablás de un «relato memorial» como una selección de hechos cristalizados. ¿Se puede distinguir entre historia y memoria?
Sí, se pueden distinguir. No hay historia sin memoria, pero parte de las tareas de la historia es la revisión crítica de muchas construcciones que son constitutivas de la memoria. No necesariamente corregir la memoria, pero sí entender que está hecha de figuras cristalizadas, cosas que se seleccionan para recordar y otras para olvidar. Traté de mostrar en el libro que nuestra memoria sobre la transición a la democracia está basada en tres cosas: la Guerra de Malvinas, las Madres de Plaza de Mayo junto a los organismos de Derechos Humanos y Alfonsín y que, por lo tanto, nuestra memoria, un poco épica de la transición, se construyó en torno a la idea de que fue casi natural que se llevaran adelante los juzgamientos y las investigaciones. A contrapelo de esa memoria selectiva, tranquilizante, pasaron muchas cosas y la tendencia general del proceso no era a investigar y juzgar los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas, sino todo lo contrario. La idea es recuperar una memoria más compleja de ese proceso para entender mejor la relación de la sociedad argentina con el autoritarismo.
¿Podrías explicar la utilización de las comillas en distintas expresiones del libro como «terrorismo de Estado» o «combatir la subversión»?
Tomé varias decisiones importantes en términos metodológicos y una de ellas, que es transversal a lo que el libro cuenta, es mostrar cuánto de lo que nosotros decimos y entendemos hoy sobre lo que llamamos «terrorismo de Estado» fue una construcción a través de muchas décadas. Es decir, que el 10 de diciembre de 1983, prácticamente nadie hablaba de «terrorismo de Estado» y que se hable hoy de ello es el resultado de un proceso político, ideológico, social, de los juzgamientos y de construcciones intelectuales sobre lo que sucedió.
¿Cómo funcionó «el problema de la subversión» como mito fundador y socialmente compartido de la época?
Para mí eso es el tema central. Lo que más me interesa de la Dictadura no es entender al poder autoritario, sino cómo buena parte de la sociedad pudo acompañar, consensuar y apoyar ese poder. No hay terrorismo de Estado sin una sociedad que, de alguna manera, lo acompañe. Para una investigación anterior que hice de la represión durante el Peronismo, encontré que estaba completamente instalada la idea de que había un enemigo subversivo que debía ser eliminado. Eso estaba instalado no solo en las Fuerzas Armadas, sino también en el sector de la derecha peronista, en el propio Perón y en gran parte de la sociedad. Trabajé esto a partir de la legislación peronista, de la prensa de la época y de cartas enviadas por ciudadanos comunes al Ministerio del Interior. Mi gran pregunta es, si era tan fuerte la idea de que había un enemigo subversivo que había que eliminar y de que la lucha antisubversiva era legítima antes del golpe de Estado, ¿cómo se explica que en el momento de la transición hubiera desaparecido? La respuesta es que no había desaparecido. Por ejemplo, hasta el último día, gran parte del partido radical consideraba que la lucha antisubversiva era el punto en el cual las Fuerzas Armadas habían hecho bien su tarea. Y con ellos, el resto de los partidos políticos, excepto los sectores más de izquierda. El planteo era que las Fuerzas Armadas se habían excedido en la represión.

Hacés una comparación entre el Informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el de la Organización de Estados Americanos (OEA), que se publicaron en 1980. ¿Por qué ambos fueron recibidos de diferente manera?
Yo no pretendía hacer una comparación. Quería mostrar que esos dos informes fueron publicados en la prensa argentina a comienzos de 1980, en Clarín en primera plana, y decían absolutamente todo sobre la represión. Esto, primero pone en cuestión la idea de que la sociedad argentina no sabía nada y segundo, evidencia que de todos los poderes instituidos, nadie vio lo que no quería ver. Lo que agranda la responsabilidad de los sectores políticos de la época porque hacen un uso político de esa información, cuando la dictadura ya se estaba cayendo por su propio peso.
¿De qué manera los diarios La Prensa y el Buenos Aires Herald tenían una posición diferente a diarios masivos como Clarín y La Nación respecto de las denuncias?
Efectivamente, el Buenos Aires Herald y La Prensa se desmarcan de la media. Lo interesante es que lo hacen desde un lugar clásico liberal, no son diarios de oposición al régimen. El Buenos Aires Herald empieza a denunciar las violaciones a los derechos humanos porque es un diario inglés y liberal al que le parece intolerable semejante nivel de autoritarismo, de avasallamiento de las libertades individuales y de violencia de Estado, de la misma manera que aprueba las medidas económicas liberales del gobierno. Con La Prensa es distinto: considera que el poder militar no es suficientemente liberal en términos económicos, pero denuncia las violaciones a los derechos humanos como algo intolerable. La otra cosa a señalar es que, a diferencia de lo que se piensa, Clarín fue uno de los principales diarios que empezó a darle espacio a los organismos de Derechos Humanos no como sospechosos de subversión. En ningún caso, creo yo, significa que Clarín tenga un lugar épico. Todos los medios de prensa jugaron su propio juego político, al igual que el Poder Judicial y la Iglesia, y a partir de 1981, denunciar a la dictadura y sus delitos entraba en ese juego.
¿Podrías describir cómo fue el viraje de estos actores?
Lo que hay es un lento proceso de defección, es decir, que son todos actores que al comienzo del régimen lo a acompañaron, apoyaron y celebraron. Durante los primeros años, las sanciones del Poder Judicial iban en favor del régimen; en el caso de la Iglesia, acompañó al poder militar incluso ofreciendo consuelo moral a los represores. Sin embargo, hacia el final del proceso dictatorial, retiraron su apoyo porque el régimen se demostró incapaz en términos políticos, porque nunca logró generar su propia sucesión política; y económicos porque para 1982, la economía estaba en un estado catastrófico; y tampoco fue capaz de ocultar sus propios crímenes. El tema del fracaso económico es un dato muy importante que hemos omitido. La inflación en 1982 era del cien por ciento y luego se duplicó. Para el común de la gente, el problema no eran los desaparecidos, sino la supervivencia material. Estos actores no denunciaron la represión porque les parecía escandaloso, sino porque fue una manera de deslegitimar a quien había hecho el trabajo sucio pero que ahora incomodaba.

¿Cómo se construye la figura del desaparecido durante la transición hacia la democracia?
Clarín publica en una editorial que las Fuerzas Armadas tenían que hacerse cargo del problema de los desaparecidos y dar respuestas a las Madres de Plaza de Mayo «porque sino estas mujeres se van a enquistar en la vida política argentina». Es decir que era un problema del orden de lo personal, que afectaba a ciertas personas a las cuales había que dar una respuesta privada para poder cerrar el pasado. Es importante porque demuestra que no había una preocupación por la violación a los Derechos Humanos como problema.
Describís un paradigma de los derechos humanos. ¿Te referís a estas características que estuviste nombrando?
Sí y sería nuestra convicción como sociedad de que en la Argentina los derechos humanos y la denuncia ocupan un lugar importante desde que se descubrió la represión. La investigación demuestra que ahora es así, pero que en 1983, los desaparecidos le importaban a los organismos de derechos humanos, a las clases medias profesionales e intelectuales y a los grandes centros urbanos, como Buenos Aires, Córdoba o Rosario. Esa cultura existe y es mucho más fuerte que en otros países de la región, pero es una construcción de muy largo plazo, que se hizo en los años alfonsinistas, en las luchas contra la impunidad en los años noventa y durante los años kirchneristas. En esa construcción fue decisiva la política escolar y los juicios. Esto muestra lo importantes que son las políticas de Estado en la construcción de conciencia. Las manifestaciones contra el 2X1 del 2017 son un dato puntual de que las luchas no están saldadas. Agregaría otra cosa, que no está en el libro, y es que el sentido común omite que en la sociedad argentina funcionan los derechos humanos vinculados a la dictadura, pero no están vinculados a presos políticos o a menores víctimas de la violencia policial. Nuestra cultura de los derechos humanos es importante y valiosa, pero hay que reconocer que es limitada y que queda mucho por hacer.
¿Por qué la Guerra de Malvinas no fue un parteaguas?
La Guerra de Malvinas tuvo un impacto muy fuerte en la memoria social en tanto que fue la experiencia de una guerra y es indiscutible. Pero lo que cuestiono es que haya representado un momento bisagra en relación con la dictadura. Si uno mira todo el proceso político y social, las variables del derrumbe estaban en marcha desde 1980. La Guerra de Malvinas no modifica la negociación entre los partidos políticos y el Gobierno, pero sí genera un cambio de disponibilidad social donde hay mayor disposición para escuchar lo que había ocurrido.
Mar 23, 2019 | DDHH, Novedades
[youtube https://www.youtube.com/watch?v=1WT8M_OfTTc]
Mar del Plata es la ciudad turística argentina por excelencia. “La feliz”, sin embargo, se convierte en un mote que oculta consigo grandes desigualdades en la sociedad marplatense. En principio, ocupadas sus playas por familias pudientes y turistas europeos, la Biarritz rioplatense pronto fue inundada por aguas de clase media y recelos patricios. Quizás ese sea el inicio de una cotidianeidad conflictiva y violenta que sucede hace ya tres cuartos de siglo. Con esa descripción se inicia La Feliz, continuidades de la Violencia, historias de la ultraderecha marplatense, el film de Valentín Javier Diment, se estrenó el pasado jueves 21 de marzo en el Gaumont y se seguirá proyectando allí, todos los días a las 14.45 y 20.15.

El documental a cargo de Diment se enmarca en las investigaciones sobre la ultraderecha marplatense que Pablo Waisberg y Felipe Celesia plasmaron en el libro La noche de las corbatas (2016). El secuestro, desaparición y asesinato de siete abogados laboralistas en 1975 deja al descubierto el letal accionar de la Concentración Nacional Universitaria, un grupo paramilitar de extrema derecha con manifestaciones fascistas, en connivencia con la Policía Federal. “La idea del film es plantear las conexiones que hay entre la violencia paraestatal de los setenta, vinculada a ciertos sectores sociales y a ciertas ideas de superioridad racial, y los recientes episodios de discriminación y vandalismo por partes de grupos autodenominados neonazis. Hay nombres y organizaciones que se repiten”, señala Diment.
El guión del documental fue ideado por los autores de La noche de las corbatas y Federico Desántolo, quienes para el film se arriesgaron a incorporar testimonios de personajes controversiales como Carlos Pampillón, quien fuera candidato a intendente del partido de General Pueyrredón en 2015 y que ha manifestado, abierta y reiteradamente, que “los milicos se quedaron cortos” o que “los 30.000 son un invento para seguir financiando zurdos”. “Es interesante ver a Pampillón explicar sus ideas con soltura, ya que realmente son atroces. El problema es que hay gente que coincide en gran parte con ese discurso. Desde Carlos Arroyo (intendente de General Pueyrredón), que defiende a la dictadura (de la que fue funcionario) hasta las patotas y las organizaciones nacionalistas, católicas y de derecha (de antes y de ahora; con nombres parecidos y modus operandi calcados). Con el respaldo institucional, el amedrentamiento hacia la militancia resurgió”, explica Pablo Waisberg.
Consultados por ANCCOM, sobre las dos campanas presentes en el documental, Diment y Waisberg reflexionan que “la experimentación documentalista plasmada tiene su causa. Suele prestársele más atención a la víctima, pero acá lo cabal es meterse en la cabeza de estos personajes controversiales, saber qué piensan y ver qué tan seguros hablan de las barbaridades que hablan. Son personajes que, más allá de agredir en las calles y hablar ante una cámara, juegan políticamente y, lo más importante, opinan con sus ideas sobre el espacio público. Es fundamental saber qué pasa por ellos”. Además de Pampillón, aparecen en el film Nicolás Márquez, escritor y abogado ultraconservador e ideólogo de plataformas políticas (como la que compartió poco tiempo antes con Javier Milei), y el abogado Cristian Moix, defensor de acusados por crímenes de lesa humanidad y, por si fuera poco, el pelotón de jóvenes neonazis juzgados en 2017 por ataques a militantes políticos y de derechos humanos en Mar del Plata.
Los testimonios de Carlos Petroni, militante atacado por la CNU en un tiroteo, y de Marta Sánchez de Candeloro, secuestrada, torturada y abusada por miembros de la CNU y de la Policía Federal, aportan experiencias sobre el accionar violento y perverso de la derecha armada. Activistas por la libertad sexual y del Movimiento Antifascista de “La Feliz” agregan actualidad al recelo fascista.

Valentín Javier Diment y Pablo Waisberg.
A través de sus virtuosos saltos de continuidad y abundantes testimonios, el filme pone en evidencia que las patotas con cadenas y bates en la mano, águilas bicéfalas en el pecho y esvástica en las paredes son, en esta década, un calco de los inicios de la Triple A, y de su secuaz costero, la CNU. “Así empezaron en los setentas. Gritos, pintadas, banderas. Luego, golpizas, amedrentamiento y persecución. Con un gobierno de derecha, comenzaron las torturas, desapariciones y asesinatos en el espacio público. Hoy estamos en un gobierno que los pone cómodos, hablan más, aparecen más. Así también los ataques”, explican Diment y Waisberg.
La Feliz, continuidades de la violencia, es una advertencia.
