Por Tomás Eloy Gómez
Fotografía: Prensa G20

Mauricio Macri y Xi Jinping caminando juntos.En una cumbre del G20 donde la política comercial fue protagonista, la relación entre el gobierno argentino y el gobierno chino tuvo desde el inicio una atención destacada. El camino hacia el quinto encuentro entre el presidente Mauricio Macri y su par chino, Xi Jinping, comenzó con una serie de traspiés: la confusión de la Banda de los Patricios durante el recibimiento al mandatario del gigante asiático y una controversial declaración de Sarah Huckabee Sanders, vocera del presidente estadounidense Donald Trump, que posicionó al gobierno argentino en medio de la “guerra comercial” entre Estados Unidos y China. En aquella declaración, Huckabee Sanders aseguró que ambos países habían acordado en enfrentar la “Actividad económica depredadora china”, terminología que el canciller argentino, Jorge Faurie, tuvo que salir a desmentir.

Macri y Xi abordaron varias cuestiones en su eventual encuentro, luego de finalizada la cumbre, que se vieron reflejadas en los 30 acuerdos bilaterales firmados por ambos líderes. Entre ellas, incluyeron la importancia de Argentina en los procesos de integración regional y su lugar en la Nueva Ruta de la Seda, que no formará parte directamente de la iniciativa, como lo hará Chile. Los acuerdos incluyeron “inversiones en infraestructura vial y ferroviaria” -específicamente la extensión del Ferrocarril San Martín Cargas-, la ampliación del swap de monedas (pese al desprecio explícito del macrismo en torno al swap acordado por el gobierno anterior), la creación de fondos para la compra de aceite de soja y porotos argentinos (la de harina de soja de momento fue descartada), y convenios comerciales y protocolos sanitarios para la exportación de cerezas y carnes a China. Se ratificó, además, el acuerdo que garantiza el uso del territorio nacional por 50 años para el establecimiento de una base de inteligencia espacial china en Neuquén, así como también un “acuerdo orientado a la creación de un mecanismo de diálogo estratégico para la cooperación y coordinación económica”, cuyas funciones incluirían proyectos de infraestructura como las represas Condor Cliff y La Barrancosa y la central nuclear Atucha III, ya pautadas durante el kirchnerismo y notoriamente demoradas en su iniciación.  

Con un Mercosur estancado, las naciones del Cono Sur carecen hoy de una estrategia en común frente a la Nueva Ruta de la Seda. Mientras China se perfila como un nuevo centro en la economía mundial por medio de esta iniciativa, la periferia sudamericana padece la falta de integración regional para afrontarla. ¿Cuál es el historial de esta incipiente relación? ¿Qué papeles jugaron cada una de las partes? ¿Qué intereses hay en juego? Tres especialistas en la relación entre China, la Argentina y Sudamérica trazan un panorama y acercan algunas respuestas.

LOS EJES DE LA EXPANSIÓN CHINA

En septiembre de 2013, el presidente Xi propuso la creación de un Cinturón Económico de la Ruta de la Seda. Así, el líder chino dio el primer paso en la concepción de la iniciativa que luego adoptaría el nombre de One Belt, One Road (“Una franja, una ruta”) o Nueva Ruta de la Seda. De este modo, seis décadas después de que el economista argentino Raúl Prébisch fuera pionero en la teoría de centro-periferia, el gigante asiático comenzó a plantear un cambio de posicionamiento geopolítico y comercial a nivel regional y global.

Se trata de una iniciativa de inversión, principalmente en infraestructura, abierta a todas las naciones y basada en tres ideas. Néstor Restivo, historiador, periodista y co-director de la revista y portal digital DangDai, dedicado a las relaciones entre Argentina y China, las resume así: “Una cuestión económica y comercial, por un lado; una cuestión de desarrollo social, por otro; y, finalmente, una cuestión geopolítica de seguridad”.

La primera cuestión se centra en el comercio exterior, cuyo objetivo es facilitar las rutas de importación y exportación de mercaderías de China con el resto del mundo. “Primero con los países vecinos y luego con Europa, para revitalizar toda el área euro-asiática –dice Restivo-. Luego a África también -porque son varios corredores, marítimos y terrestres- y, eventualmente, por la vía marítima, con América”.

“Prevé construir carreteras, ferrocarriles y corredores industriales a través de Eurasia, y vincularlos con puertos en el Mar del Sur de China, el Océano Índico y el Mar Mediterráneo”, dice Santiago Bustelo, ex-coordinador de investigación del Consejo de Negocios China-Brasil. “La estrategia responde en parte a razones económicas: la necesidad de ganar nuevos mercados, exportar bienes de capital con mayor valor agregado e invertir parte de las reservas internacionales en proyectos que den mayor valor y rentabilidad en comparación con el bajo rendimiento de los bonos del tesoro norteamericano”.

En segunda instancia, la iniciativa busca el desarrollo socioeconómico, no sólo interno -en favor de las regiones al interior de China que aún están subdesarrolladas-, sino también los países vecinos al oeste de China. “Todos esos países son bastante pobres y necesitan obras de infraestructura -dice Restivo-. Con lo cual China también se asegura un mayor desarrollo social en esa región, que es una región muy caliente, y le garantiza que no haya problemas de guerras y presiones sobre China desde ese lado por cuestiones sociales”.

En lo referido a la tercera problemática, además de tensiones en sus vecinos occidentales, Restivo asegura que China “tiene la amenaza de Estados Unidos, que algún día, en una eventual guerra, le puede cerrar todos esos accesos y anular algunos estrechos clave como el de Malaca, que son fundamentales para el paso actual de barcos que llevan grandes cantidades de petróleo y de alimentos”.

“Muchos de los proyectos de los puertos, de los gasoductos, de la infraestructura, que forman parte de la Nueva Ruta de la Seda, tienen que ver con evitar que algún día Estados Unidos le lleve la confrontación -que ya se está dando, por ejemplo, en el tema comercial de aranceles más altos para importar- a un plano militar”, continúa Restivo. “Es una hipótesis posible. De hecho, el mar del Sur de China, y el océano Pacífico en general, tiene hoy la mayor concentración de tropas y de poder naval de Estados Unidos en el mundo. Ahí China tiene además países muy aliados de Estados Unidos como Taiwán, que es un territorio que China reclama para sí, Japón, Corea del Sur, etc.”

“El objetivo geoestratégico de China es expulsar a Estados Unidos de Asia como potencia hegemónica, limitando en gran medida su influencia política, militar y comercial en el continente asiático”, dice Dafne Esteso -asesora del Centro Latinoamericano de Estudios Políticos y Económicos de China (CLEPEC)-, “Lo mismo vale para América Latina, de donde los Estados Unidos se han retirado en los últimos 15 años». Aunque este distanciamiento aparece ahora interrumpido por las disputas comerciales entre Estados Unidos y China, junto con la aparición de gobiernos más alineados con los Estados Unidos, con Jair Bolsonaro en Brasil y Macri Argentina.

En efecto, pese a las distancias geográficas, Esteso asegura que América Latina no queda excluida de la Nueva Ruta de la Seda. De hecho, tanto Esteso como Bustelo reconocen en el Corredor Bioceánico Central -un proyecto con inversión china que propone conectar Brasil, Argentina y Chile- un posible ejemplo de proyecto que, al menos conceptualmente, se podría considerar parte de la Nueva Ruta de la Seda. En tanto que, como dice Bustelo, no existe una lista de proyectos consolidada que pertenezcan a la Nueva Ruta de la Seda, Esteso asevera que “toda obra de infraestructura china debe ser englobada en ese marco”.

Mauricio Macri y Xi Jinping estrechando manos para una fotografía.

La primera cuestión se centra en el comercio exterior, cuyo objetivo es facilitar las rutas de importación y exportación de mercaderías de China con el resto del mundo.

SUDAMÉRICA, UNA REGIÓN FRAGMENTADA

Algunos países de América Latina han expresado su intención de sumarse a la Nueva Ruta de la Seda, empezando con Uruguay, e incluyendo a Chile y Argentina. “China tiene muchas inversiones en nuestra región que las hace a su interés”, dice Restivo. “Es decir, hace infraestructura, puertos, centrales, algunos proyectos de riego y de minería, etc., porque son justamente las áreas latinoamericanas que a ellos más les interesan como provisión de suministros de materias primas: las agroalimentarias, mineras y petrolíferas”. Estas materias primas incluyen, por ejemplo, el cobre de Chile, la soja de Argentina y Brasil, y el petróleo de Brasil, Colombia y Venezuela.

En el mediano plazo, una serie de proyectos, como líneas ferroviarias bioceánicas y un puerto en Nicaragua, plantearían una aparente alternativa a las infraestructuras existentes, y la posibilidad de lograr la conectividad entre América Latina y Asia.

Sin embargo, la falta de integración regional resultaría un obstáculo para el posicionamiento de América Latina frente a China y la Nueva Ruta de la Seda. El Mercosur, dice Bustelo, se encuentra “en una posición muy precaria”. Está bastante estancado hace mucho tiempo”, coincide Esteso.

China le hizo hace ya varios años una oferta de acuerdo comercial al Mercosur, que el Mercosur nunca respondió», cuenta Restivo. Frente al ascenso de gobiernos de derecha en la región, surge la posibilidad de que el Mercosur pierda su condición de unión aduanera, dejando a cada país miembro con un margen de maniobra para negociar individualmente con China.

“Lo más sensato que se podría pensar a nivel regional -dice Bustelo- es retomar algunos de los proyectos formulados en la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) y ver cuáles son los que se pueden enmarcar en las propuestas de financiamiento chino. En ese sentido, creo que la One Belt, One Road puede jugar un papel importante, porque la construcción de infraestructura que mejore la conectividad es un elemento fundamental para mejorar el competitividad y la integración de la región”.

Esteso, al igual que Restivo, apunta a las posibilidades de desarrollo en una estrategia conjunta, frente a cambios productivos en los últimos años. Señala que los países miembros deberían “buscar oportunidades comerciales en bienes de media y alta tecnología y no sólo exportar las materias primas que China demanda”.

“La región nuestra se adeuda a sí misma todavía definir qué estrategia quiere”, dice Restivo. “Hay un foro de cooperación e intercambio que es China-CELAC, o sea todos los países de Centroamérica, Caribe y Sudamérica con China, y ahí se advierte claramente, cada vez que se juntan, cómo China tiene en claro qué es lo que quiere de nuestra región y cómo nuestra región, como suele suceder, va totalmente improvisada, separada entre los países. Ni siquiera en grupos comunes, como podría ser el Mercosur o la Alianza del Pacífico, tienen una estrategia vinculada a China desde lo regional”.

Bustelo comparte ese escepticismo respecto de la capacidad de los países latinoamericanos de consensuar proyectos comunes, por lo cual concluye que “por el momento lo más probable es una respuesta desagregada a la iniciativa”.

En la práctica, por medio de esta Nueva Ruta de la Seda, China se posiciona estratégicamente como una figura política y económicamente dominante en el escenario internacional, en competencia directa con los Estados Unidos, desafiando la unipolaridad post-Guerra Fría. El posible nuevo centro ofrece una aparente vía alternativa para el desarrollo de las naciones con las cuales, en tiempos de Prébisch, compartió la categoría de periferia, de nación subdesarrollada y explotada. Una categoría en la que los países de América Latina por ahora persisten, sin todavía una estrategia en común para superar el rol de exportadores de materias primas.

Xi Jimping y Peng Liyuan arriban para en la Cumbre del G-20.

Frente al ascenso de gobiernos de derecha en la región, surge la posibilidad de que el Mercosur pierda su condición de unión aduanera, dejando a cada país miembro con un margen de maniobra para negociar individualmente con China.