Cuando la realidad supera a la ciencia ficción

Cuando la realidad supera a la ciencia ficción

 

«Cuando la realidad alcanza a la ciencia ficción, el género tiene que huir de nuevo hacia delante”, opina Ruocco.

La pandemia hizo que la realidad se pusiera en contacto con situaciones solo antes retratadas por la ciencia ficción. En un contexto que mezcla buenas dosis de incertidumbre con otras tantas de paranoia, tres autores del género se muestran optimistas, aunque no logran imaginar el futuro. Los años más recientes de la ciencia ficción se caracterizaron por la profusión de escenarios posapocalípticos. “La industria del entretenimiento nos venía llenando de distopías”, dice el escritor, filósofo y crítico italo-argentino Pablo Capanna, cuya obra explora el género desde 1965, “como para halagar ese nihilismo que le atribuía al público, que había dejado de creer en los ideales de la modernidad y no atinaba a imaginar un futuro atractivo. El cine y las series producían y vendían ese material en gran escala, porque el miedo puede ser negocio”.

Pero, ¿estamos al borde del colapso? La ciencia ficción se ocupa de imaginar qué pasaría si. El género, comenta Laura Ponce, escritora especializada, crítica, divulgadora y editora argentina, refleja los temores y anhelos de la época y sociedad que la produce, pero siempre con los pies en la realidad: “Toma la información conocida por la ciencia y la estira hasta el máximo de sus posibilidades lógicas.

«Desde la Peste Negra del siglo XIV la pandemia es un terror que asoma en el imaginario cultural», acota Capanna, quien recuerda que la literatura trata ese miedo por lo menos desde 1826, cuando Mary Shelley publica El último hombre tres años después de su famoso Frankenstein. «No es que la ciencia ficción se haya hecho eco de las preocupaciones que asediaban a la opinión pública –señala-. Por el contrario, fue ella la que puso en circulación la mayoría de ellas, ya sea como anticipación o como advertencia». Capanna está convencido de que la ciencia ficción contribuyó, por ejemplo, a disuadir una guerra nuclear.

El peor de los mundos

Juan Ruocco es escritor, guionista y estudiante de Filosofía. Desde 2014 conduce un podcast y escribe artículos donde explora temas de ciencia y cultura pop. «La idea del fin del mundo tiene que ver con una forma muy cristiana de pensar el tiempo», opina Ruocco. Y detalla: “El Génesis y el Apocalipsis. Empieza y termina. Esperamos ese momento culminante de la historia, y en realidad no tenés esos momentos terminales de crisis absoluta. Siempre prima un principio de realidad. En los momentos más álgidos terminó primando el no autodestruirse”.

La ciencia ficción construye distopías para jugar con el peor de los escenarios. “Rara vez en los relatos se consigue una cura o vacuna”, detalla Ponce. “Y no antes de que la humanidad sea diezmada. Incluso si se viaja atrás en el tiempo, para evitar el surgimiento de la pandemia, ese viaje implica una paradoja que puede ser el motivo de que se produzca”. Para Capanna, concluir un relato con el apocalipsis es hacer trampa: “Los buenos escritores de ciencia ficción son los que siempre supieron escapar de las normas comerciales y en el fondo nunca dejaron de ser optimistas. Hasta alguien como Philip K. Dick, que imaginó futuros peores que el presente, siempre daba por superada la catástrofe y trataba de imaginar un mundo empobrecido pero con la esperanza puesta en la reconstrucción”.

“Rara vez en los relatos se consigue una cura o vacuna”, detalla Ponce.

El año después

Capanna blande un realismo optimista: «Si la civilización sobrevivió a la Peste Negra, que mató a más de un tercio de los europeos, y lo hizo sin contar con la medicina científica, es seguro que sobreviviremos». Ponce, mientras tanto, anuncia que “esta pandemia es un evento de escala planetaria, de alcance global: la humanidad nunca vivió algo de estas características. Estamos asistiendo al inicio de una Nueva Era. Qué hagamos con eso depende de nosotros”.

Pero una vez descartado en gran medida el miedo a la extinción de la especie, comienza la desconfianza en el nuevo mundo. El qué pasaría si de la ciencia ficción imagina situaciones para recordarnos que en las situaciones extremas nunca deja de salir a luz lo peor y lo mejor del ser humano: “El tema del control político y social -dice Capanna- ha sido muy trabajado en el género, más con las herramientas de vigilancia que provee la tecnología. Seguramente es una de las preocupaciones prospectivas actuales. Cuando está en juego la supervivencia, nunca falta quien justifique una suspensión de la ética, la solidaridad y las costumbres civilizadas”.

“Cuando la realidad alcanza la ciencia ficción, el género tiene que huir de nuevo hacia delante”, opina Ruocco. Y admite: “De parte de los autores más tétricos, entre los que me incluyo, hay una subestimación de la capacidad del ser humano de autopreservarse”. Para Ruocco, la ciencia ficción esperaba un escenario más grave: “No esta guerra de baja intensidad. Ahora vamos a tener que pensar otros futuros porque el tema empieza a saturar a los autores”.

La respuesta a qué futuro nos depara puede encontrarse en el espíritu de Phillip Dick. Una alternativa disruptiva que contrarreste la crisis futura. La producción de bienes y servicios ha disminuido hasta casi detenerse. Ponce reflexiona que “en un momento donde muchas dinámicas como el egoísmo de la meritocracia y el sálvese quien pueda se ponen en duda, se pueden pensar nuevas formas de asociación colaborativa. Porque el mundo al que vamos a volver no va a ser el mundo del que nos retiramos”.

Cuando la Luna no dejó dormir a los argentinos

Cuando la Luna no dejó dormir a los argentinos

Vista de la Tierra, tomada desde la nave espacial Apolo 11. (Foto: NASA)

El 20 de julio de 1969 dos hombres pisaron por primera vez el polvoroso e inhóspito suelo lunar, hasta entonces visitado sólo en sueños por poetas, músicos, enamorados y científicos. Ese domingo, unas 530 millones de personas de todo el mundo vieron, a través de las pantallas de sus televisores, cómo los astronautas Neil Armstrong y Buzz Aldrin plantaban allí la bandera estadounidense.

Corrían los años de la Guerra Fría y la carrera espacial entre yanquis y soviéticos estaba en su punto más alto. La URSS llevaba la delantera: en 1957 había colocado con éxito el primer satélite artificial, el Sputnik; en 1961 Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre que orbitó alrededor de la Tierra, y en 1963 Valentina Tereshkova sería la primera cosmonauta mujer. Sin embargo, con el programa Apolo –lanzado en 1961–, los norteamericanos lograrían ocho años después el triunfo más espectacular en la contienda contra los rusos.

Los astronautas del Apolo XI instalaron aquel día un sismógrafo, un reflector láser que permitía medir la distancia exacta con nuestro planeta y recogieron muestras de rocas, algunas de las cuales se pueden ver hoy en el Planetario Galileo Galilei de la Ciudad de Buenos Aires. Otras cinco expediciones repetirían la hazaña hasta que, en 1972, la NASA puso fin al programa Apolo. En ese lapso, doce hombres pudieron saltar por los cráteres y observar la Tierra desde la Luna, antes de que decayera el interés del público y cambiaran las prioridades del gobierno de los Estados Unidos.

Aldrin carga el equipamiento de los experimentos que realizaron en la luna. (Foto: NASA)

En una Argentina que vivía bajo el último aliento del “onganiato”, la llegada del hombre a la Luna se pudo seguir gracias a que poco tiempo antes se había instalado la primera estación satelital en la ciudad bonaerense de Balcarce. Todavía no había televisores en todas las casas, pero muchos recuerdan la transmisión. Además, el país fue una de las paradas del tour promocional que realizaron Armstrong y Michael Collins –el tercer integrante de la misión– meses más tarde.

Una imagen de la superficie de la Luna con la Tierra emergiendo por detrás es el fondo de pantalla de la computadora del físico y doctor en Astronomía Daniel Golombek, quien participó, entre decenas de proyectos, del desarrollo del telescopio Hubble. Aunque hace muchos años que vive en los Estados Unidos, recuerda con exactitud dónde estaba hace 50 años. “Con el grupo juvenil al que pertenecía hicimos nuestro primer campamento en Benavídez, salimos todos juntos a dormir en carpas e íbamos escuchando por la radio todo lo que pasaba. El domingo, apenas volvimos, pusimos la televisión en casa. Era de noche, tarde”, rememora.

El contacto de Golombek con los astronautas no fue sólo en dos dimensiones. En ocasión del 30 aniversario del alunizaje, trabajando en la NASA, tuvo la oportunidad de estar frente a frente con Neil Armstrong. “Dio una charlita de diez minutos y después la gente le hizo preguntas. Yo estaba tan obnubilado de tenerlo a diez metros que hasta me olvidé la cámara de fotos. Fue una experiencia surreal. Estaba ahí, haciendo chistes y diciendo ‘yo soy uno de ustedes, no se olviden de eso’”, cuenta.

Rodolfo Di Peppe, jefe del Departamento de Astronomía del Colegio Nacional de Buenos Aires, tenía cuatro años cuando su papá lo sentó frente a la pantalla “como a las tres de la mañana”. “Blanco y negro, televisor de tubo, se veía mal. Fue un acontecimiento. Hasta mi viejo, visitador médico, mi mamá –un ama de casa que no había terminado el primario-, todos maravillados estábamos. Esa sensación, que después me motivó a estudiar, fue un hito que movilizó a un montón de gente. En esa época todos cambiamos de querer ser bombero a astronauta”, reflexiona.

Visita de los astronautas estadounidenses Neil Armstrong y Michael Collins a la Casa Rosada, en 1969, para reunirse con el dictador Juan Carlos Onganía. (Foto: Presidencia de la Nación)

Pablo Capanna, filósofo, ensayista y especialista en ciencia ficción, vio la transmisión en la casa de una vecina. “No me sorprendió tanto porque había leído mucho al respecto y era un tema agotado. En 1950, cuando se estrenó la película Con destino a la Luna, de Irving Pichel, las revistas populares ya no querían cuentos sobre viajes a la Luna porque era una cosa vieja”. En efecto, desde el siglo II d.C. con la Historia verdadera de Luciano de Samósata, pasando por un relato de Cyrano de Bergerac en el que el método imaginado para llegar a la Luna era la propulsión vía botellas llenas de rocío, hasta la célebre novela de Julio Verne, De la Tierra a la Luna, publicada en 1865, algunas narraciones se servían de nuestro satélite natural para satirizar a la sociedad de su tiempo, otras para imaginarlo como un espacio idílico habitado por seres extraños y otras simplemente jugaban a adivinar cómo se viajaría hasta allí.

La llegada a la Luna fue un hecho de relevancia científico y también televisivo. El documental Alunizar de Pepa Astelarra y Lucas Larriera, estrenado en el BAFICI en 2013, lo aborda desde ese ángulo. “De chico siempre me gustó ese material, me parecía algo medio fantástico”, recuerda Larriera. Más tarde, como estudiante de cine, junto a su compañera se plantearon el desafío de recrear aquel icónico primer paso. Pero advirtieron un brillo en la imagen fílmada que no podían explicar y lo que había empezado como un ejercicio técnico, acabó siendo un largometraje.

“La película es un falso documental que trabaja con la teoría de la conspiración en lo audiovisual. Piensa cómo es el discurso en torno a eso, cómo construye verdad o argumenta o genera ciertas sospechas sobre imágenes”, señala Larriera. Durante el rodaje, se encontraron con que el archivo fílmico de semejante hito había sido escasamente conservado. Unos coleccionistas canadienses que conservaban la trasmisión de principio a fin se la hicieron llegar y en el film incluyeron algunos fragmentos. “Es frustrante que sea tan azaroso lo que queda y lo que no. De repente veíamos que se conservaba una publicidad del reloj Omega, que era el que llevaban los astronautas, pero nada del primer paso. Era ilógico. Nos enteramos cómo fue históricamente el tratamiento del archivo en Argentina. Y también los incendios y las inundaciones de canales, que son imponderables. Nunca hubo una política de preservación”, afirma Larriera.

El presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, le habla a la tripulación del Apolo 11 a través de un intercomunicador luego del alunizaje.  (Foto: NASA)

Hoy, a medio siglo de la llegada a la Luna, hay quienes piensan en volver. China y Estados Unidos han lanzado sus programas para hacerlo y también magnates privados como el dueño de Amazon, Jeff Bezos, o Elon Musk, director de SpaceX. No los atrae la Luna en sí misma sino la posibilidad de utilizarla como base para seguir explorando el espacio. “La terrificación de Marte, por ejemplo, es una de las ideas que más está circulando porque es el planeta ‘más fácil’. Es titánico el trabajo. Pero en siglos -sabemos lo que avanzó la tecnología en los últimos cuarenta o cincuenta años-, va a ser posible”, se entusiasma el profesor Di Peppe.

“Hay muchas cosas para preparar, no es tan fácil, no se puede ir encima de un cohete y llegar a Marte. Entonces ir a la Luna es el primer paso para aprender cómo ir al planeta rojo. Recién ahora se está sabiendo, con la estación espacial, qué le pasa al cuerpo de un ser humano si pasa un año o dos en órbita”, puntualiza Golombek y opina: “Ir a Marte no es algo que ningún país pueda hacer solo. Tiene que darse una colaboración entre países muy grande. Entonces es un buen objetivo internacional”.

Di Peppe cree que los programas espaciales continuarán: “Es normal que todo termine, en cuyo caso la humanidad no puede durar para siempre –razona–. Claro que nos negamos. Y vamos a hacer todo lo posible para durar lo más que podamos. Por eso hay que salir, investigar los planetas”.

Foto: NASA