Una presencialidad ausente

Una presencialidad ausente

El Gobierno porteño anunció el pasado 6 de noviembre que todos los alumnos, de escuelas públicas o privadas, podían volver a las aulas a partir del lunes 9. Según el protocolo, la presencialidad consiste en reuniones-burbuja de hasta 10 personas, de las cuales una será docente, “preferentemente al aire libre”. Los miembros de cada una deben permanecer en la propia, sin interactuar con los de las otras. Además, se continuará con las actividades de revinculación escolar, especialmente para aquellos estudiantes que estén iniciando o terminando una etapa en la institución.

Se trata de actividades recreativas, deportivas, lúdicas y artísticas para los más chicos y de orientación e intercambio para los de secundaria. Estas reuniones podrán hacerse hasta cuatro veces por semana, con una duración de entre una hora y media hasta cuatro como máximo. En última instancia, este retorno dependerá de cada colegio en particular y de la opinión de cada familia.

Belén Requejo, licenciada en Psicología y maestra de sexto y séptimo grado en la Escuela Normal Superior Nº 2 Mariano Acosta, comenta su experiencia de este año: “Tuvimos una gran exigencia de amoldarnos a una modalidad a la que no estábamos acostumbrados, sobre la que no estábamos capacitados y sobre la que no había nada preparado. Esto hizo que las cuatro horas de nuestro tiempo laboral, sin contar la corrección de exámenes en casa y la preparación de clases, pasen a ser muchísimas más. Nuestro tiempo libre se vio muy afectado”.

Del lado de los estudiantes, Salvador Salguero, alumno de quinto año del Instituto Evangélico Americano, un establecimiento privado de Villa del Parque, señala la dificultad de relacionarse en la virtualidad: “Muchos no nos conocen las caras y entablar relaciones más cercanas fue mucho más difícil sino imposible. A mí siempre me gustó charlar fuera de clase con los profes, me gusta aprender lo más posible de la gente que sabe. Deseo la presencialidad más que nada por eso, y también porque el año que viene arranco la facultad y quiero vivir lo que es ese ambiente”.

«El regreso se pensó detrás de un escritorio sin tener en cuenta a los actores que están allí presentes», señala Requejo.

Otra gran problemática es la falta de conectividad o de dispositivos para las clases a distancia. “Ante la falta de responsabilidad e iniciativa del Gobierno de la Ciudad, entre docentes, directivos, ex alumnos y estudiantes lanzamos el proyecto ‘Acosta Conectado’, para recolectar y distribuir dispositivos electrónicos para brindarle conexión a los alumnos que en este contexto no podían continuar con su aprendizaje. Fue un año difícil, de mucho trabajo”, remarca Requejo.

“Lo virtual suma. Si está bien utilizado, puede enriquecer el aprendizaje, sobre todo teniendo en cuenta que cada uno aprende de maneras y en tiempos diferentes. Pero hay algo que se pierde: el contacto con el otro, verse, escuchar, compartir un recreo, un patio. Los lazos que se tejen en la presencialidad, son muy difíciles de construir en lo virtual”, agrega.

En el Mariano Acosta, como en muchos colegios de la Ciudad, debido a las precarias condiciones edilicias y los escasos recursos para cumplir el protocolo establecido, madres y padres no volvieron a la presencialidad. “Para tomar estas decisiones, el Gobierno no hizo una mesa con docentes, sindicatos, personal de higiene y seguridad laboral. Nos enteramos que se volvía a las aulas a través de los medios. La mayoría de las escuelas no cuenta con la infraestructura para efectuar burbujas, y menos en espacios abiertos; muchas no poseen baños suficientes ni aulas espaciosas. El plan que se planteó se pensó detrás de un escritorio sin tener en cuenta a los verdaderos actores que están allí presentes, los alumnos y los miembros de la comunidad educativa quedamos a la deriva”, señala Requejo.

“Respetar la distancia, no compartir, jugar cada uno por su lado, esas son cosas que los chicos no hacen nunca”, subraya Requejo, quien considera que para que haya revinculación debe haber acercamiento. “Los pibes y pibas quieren jugar a la pelota, juntarse en el patio, sentarse juntos. Si nada de eso puede pasar, no van a querer ir. Además, creo que es necesario priorizar la salud de cada una de las familias, no me parece que sea el momento”, sostiene.

«Los chicos sí tienen muchas ganas de verse, pero no en las condiciones que deben hacerlo», describe Rico.

Roxana Rico, directora pedagógica en el nivel inicial y primario del Instituto Monseñor Sabelli, concuerda con Belén. “Los chicos no vuelven a encontrarse con todos sus compañeros, sino con un grupo reducido y con un solo docente, que puede no ser el que están acostumbrados a tener, según el tipo de actividades que realicen. Los chicos sí tienen muchas ganas de verse, pero no en las condiciones que deben hacerlo. Tienen que estar a dos metros de distancia, no pueden compartir los materiales, no pueden abrazarse, los docentes no pueden tener ningún tipo de contacto con los chicos, es muy complicado”.

Julián Massaldi, padre de un estudiante de séptimo grado de la Escuela Nº 3 D.E 7 Primera Junta, cuenta que antes de la mentada revinculación veía a su hijo angustiado por tener que terminar la primaria sin ver a sus compañeros en el aula. “Se dio cuenta que esta pandemia le estaba sacando la posibilidad de cerrar todos juntos el ciclo, en ese espacio donde lo vivió, el poder sentirse los más grandes de la escuela, entre otras cosas. Desde lo psicológico y lo anímico, siento que es necesario para él, por eso lo estamos mandando a los encuentros presenciales. A mí me importa la salud de los demás y no niego los riesgos. Por suerte, la escuela es espaciosa y tienen aire libre para realizar las actividades”. Roxana parece empatizar con los sentimientos del hijo de Julián: “En este contexto nos dimos cuenta que la escuela es irremplazable. El contacto humano es fundamental para la educación, como para cualquier otra actividad de la vida”.

“Lo digital vino a revelar la desigualdad y el carácter irremplazable de la escuela –subraya Requejo–. También evidenció la precarización de nuestro trabajo. De nuestro bolsillo tuvo que salir todo: comprarnos computadoras o un dispositivo nuevo, cargar más datos al celular y buscar maneras de llegar a los pibes y pibas sin internet, excediendo aún más nuestro tiempo laboral. Y encima todo a cuesta de nuestra voluntad y creatividad. No hubo nunca una bajada o recursos brindados por las autoridades de cómo se debería encarar esto. Fue gracias a los docentes que desde el minuto uno había una plataforma funcionando. Evidenció la voluntad, creatividad y compromiso que asumimos”.

Y concluye: “Esta situación demuestra que lejos de ser ‘fracasados’ –como dijo la ministra de Educación porteña, Soledad Acuña–, aunque si lo somos elijo mil veces seguir fracasando por lo que hacemos, porque nos pusimos al frente una situación para la que no estábamos preparados y le demostramos a los pibes y pibas que siempre se puede hacer algo y mejorar, no importa el obstáculo que haya. La primera semana de marzo ya teníamos la plataforma funcionando, cargadas las actividades, contacto con los pibes, llamamos a uno por uno. Buscamos la manera, no esperamos a que nos den una respuesta. Seguramente nos queden muchas cosas para mejorar y aprender de los otros, pero eso enseñamos día a día”.

Una argentina aislada en Vietnam

Una argentina aislada en Vietnam

Lourdes en el Golden Bridge, puente icónico del parque temático.

El 30 de enero del 2020, luego de más de 25 horas de vuelo, Lourdes Fargi llegó a la ciudad de Da Nang, en la República Socialista de Vietnam. Viajaba para trabajar como patinadora artística en Sun World Ba Na Hills, un parque temático mundialmente conocido que alberga juegos, jardines y templos budistas, ubicado sobre las montañas de la ciudad, a 1.500 metros sobre el nivel del mar. En febrero sucedió lo que ya todos sabemos y los planes cambiaron abruptamente: “Cuando terminé el colegio empecé a trabajar como patinadora, pero no era algo frecuente, en eventos o alguna obra, lo que consiguiera. El año pasado, un amigo me contó de este casting en donde buscaban patinadores para un parque en Vietnam. Decidimos probar y un día nos llegó un mail diciendo ‘viajan en tres días’, una locura”, cuenta Lourdes.

A 17.000 kilómetros de distancia parece que los exotismos funcionan igual que en nuestros territorios, solo que de forma inversa: “Ahora existen un montón de trabajos así. En el sudeste asiático convocan muchos latinos. Les llaman la atención. Por ejemplo, mis amigos de Brasil: morochos, altos, con rulos, es algo que vende. Acá nosotros somos los distintos”, comenta la patinadora.

El contrato de Lourdes se extendía durante los meses del verano del hemisferio sur. Luego volvería a la Argentina y seguiría cursando Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Sociales ¿Quién iba a prever que una pandemia pondría en riesgo a la humanidad, y sobre todo a los trabajos relacionados con el turismo? “En marzo se puso la primera cuarentena: nadie salía, nadie hacía nada. El gobierno planteó el objetivo de que no haya muertos en Vietnam por el Covid y la sociedad se lo tomó muy en serio. Se hacía un esfuerzo colectivo para ayudarse entre todos”. Y lo lograron: hoy Vietnam registra sólamente 1.207 casos de coronavirus reportados, con 35 muertes, sobre un total de 95 millones de personas.

Lourdes también tuvo un poco de suerte: “Durante la cuarentena y con el cierre de las fronteras, el parque tuvo que quedar cerrado, y nosotros nos quedamos dos meses sin poder trabajar, pero la empresa siguió pagando el salario, nos permitió quedarnos en el departamento donde ya estábamos y  nos siguieron dando todas las comidas. Cubrieron todo”. Además, los edificios en donde se quedan los artistas que trabajan en el parque se encuentran en la base de la montaña, a aproximadamente a 25 kilómetros de la ciudad, por lo que su cuarentena fue muy libre: “Podíamos salir a correr y hacer cosas por acá porque estamos super aislados y no hay nadie”, cuenta Lourdes.

Los patinadores argentinos junto a los bailarines de malambo.

Da Nang es una ciudad costera y tropical. De un lado tiene la playa y del otro las montañas y la jungla. Para acceder a Sun World Ba Na Hills, uno tiene que tomar el teleférico más largo de todo el mundo. Las nubes están debajo del parque y se las debe atravesar para llegar. Encima de estas se ven unos castillos y jardines de cuento de hadas, parece que se llega al cielo. “Es uno de los lugares más lindos que vi, no existe otro paisaje como este”.

Por otro lado, vivir en el oriente tiene obvias complicaciones: “Si bien yo me manejo con el inglés, acá la gente habla ruso como segundo idioma. Casi nadie habla inglés, es algo que recién se está empezando a tener en cuenta con las nuevas generaciones. Ni con mi jefe puedo comunicarme directamente. Es todo muy distinto, la cultura, la comida, la gente, todo; vas al supermercado y nunca estás del todo segura de qué estás comprando”. Además, Vietnam tiene 10 horas más que la Argentina, por lo que comunicarse con sus amigos o familia es complicado. “Ahora que no trabajo todos los días y tengo tiempo, decidí seguir estudiando, pero es complicado porque tengo que cursar con los horarios invertidos. El otro día di un parcial a las 5 de la mañana y salí a trabajar a las 11”.

Sin embargo, lo local tiene su lado bueno. “El vietnamita se preocupa mucho por el otro, es muy atento, en Argentina tenemos un ritmo mucho más acelerado, individualista. En general, no se si tenemos tanta consideración para con el otro, aún más si es extranjero. Otra cosa que destaco es que nunca me sentí tan segura en un lugar, tanto con las medidas que se tomaron por el coronavirus, como por mi propia seguridad como mujer. Con 22 años camino sola por la calle de noche y no siento miedo”.

Vietnam es un país cuya identidad se encuentra anclada al comunismo y a la guerra. Los ex-combatientes llevan un gorro que los distingue y frecuentemente se realizan ceremonias celebratorias en conmemoración a los caídos. “Hace poco se hizo una en honor a las mujeres ex-combatientes, que tuvieron un rol importantísimo en la guerra”. Los personajes socialistas más importantes aparecen frecuentemente en el paisaje urbano y son parte de la cultura del país: “Es muy loco ir caminando por la calle y ver imágenes del Che Guevara pegadas por ahí”, cuenta la estudiante y patinadora. 

Por suerte para Lourdes, entre tanta cultura ajena, una parte de los artistas que trabajan en Sun World son latinoamericanos. “Eso lo hace muchísimo más fácil. Hace poco llegó un grupo de bailarines de malambo argentinos y lo primero que hicimos fue juntarnos a tomar mate y comer tortas fritas, uno necesita eso, esa raíz, lo propio. No me di cuenta de la falta que tenía de esa sensación hasta que entré a su habitación y escuché a Los Redondos sonando”, comenta entre risas. La empresa le ofreció continuar trabajando en el parque hasta enero del 2021 y Lourdes aceptó; con ese pedacito de argentinidad, la patinadora pudo finalmente encontrar su comodidad: “Mi decisión de pasar las fiestas acá y quedarme hasta el año que viene acá fue por ellos, se formó un grupo, una especie de familia”.

Ya sea en las llanuras bonaerenses, en los glaciares nórdicos, en el áfrica subsahariana o en las montañas que superan las nubes de la Ciudad de Da Nang, uno siempre carga con un sentido de pertenencia. “La patria es lo que te llevás en la valija. Yo tengo una bandera argentina, un pañuelo de la campaña del aborto, un mate, fotos de mis amigos y mi diario de viaje en donde anoto todo lo que me pasa y siento. También tengo un collar con la forma de la Argentina, para cuando me preguntan de dónde soy. Ser argentina es algo que llevo conmigo y que me hace sentir orgullosa. Es muy lindo tener orgullo de la identidad de uno y de la propia cultura”, concluye Lourdes.

Los bicivoladores

Los bicivoladores

“Tomarte un taxi o un colectivo no sirve en estos tiempos. La gente empezó a ver eso y salió a comprarse una bici, arreglar la que tenía, o rescatarla del abandono”, comenta Julián Rouyet, mecánico de bicicletas en el taller Lucky bikes, ubicado en el barrio de Palermo. “La compra aumentó drásticamente este invierno: la época en la que históricamente menos se vende, tuvo récord de ventas”, agrega.

Según la Secretaría de Transporte y Obras Públicas porteña, el uso de bicicletas creció hasta un 114 por ciento en algunos barrios. El aumento se refleja en las EcoBicis, cuyos viajes aumentaron a un promedio de cinco mil por día durante los últimos meses respecto de una casi parálisis en marzo y una reactivación del servicio en mayo, aunque con la mitad de las unidades que supo tener.

En promedio, los viajes en bici recorren un 29% más de distancia que el tramo lineal ideal. Los autos, lo hacen un 43% más.

“Voy a todos lados en bicicleta. Antes de la pandemia ya me parecía incómodo y extraño viajar en un vagón con la cara pegada a personas desconocidas. También me parece absurdo lo que tengo que pagar para viajar así. Dejar la bici en un estacionamiento por varias horas me termina saliendo más barato que el bondi o el subte”, explica Paula Thompson, estudiante de cine y ciclista regular.

Ante la recesión económica, la bicicleta es sin duda la opción más barata; al usarla se hace ejercicio; es ecológica, y con ella se evita el amontonamiento, común en los medios de transporte público. Sin embargo, hay un factor más: el tiempo.

Felipe González, cientista de datos urbanos en UrbanSim, realizó un estudio comparativo sobre el tiempo que se tarda en llegar de un lugar a otro en la Capital Federal en auto o bici. Con datos proporcionados por Google Maps, llegó a la conclusión que para casi el 40 por ciento de los viajes dentro de la ciudad, la bicicleta llega antes (sin contar el tiempo que lleva estacionar). La razón principal es la red de ciclovías que permiten al ciclista moverse evitando el tránsito. Si este no existiera, la velocidad promedio de un viaje en auto llegaría a 27 km/h, frente a los 15 km/h de la de las bicis. Pero considerando la situación real del tránsito, la velocidad promedio del auto baja a 19 km/h.

Si la distancia a recorrer son 6.8 km o menos, es muy probable que se llegue antes pedaleando que en auto.

La bicicleta tiene otra ventaja: las ciclovías son doble mano, por lo que el ciclista no debe preocuparse por el sentido de la calle. En promedio, los viajes en bici recorren un 29% más de distancia que el tramo lineal ideal, mientras que los viajes en auto recorren un 43% más de metros totales.

El estudio de González concluye que, en las distancias cortas-medias, es donde más ventaja saca la bici sobre el auto, aunque depende del barrio de la Capital. Los que estén más integrados a las ciclovías y más cercanos al centro, con mayor cantidad de circulación automovilística, tendrán un contraste mayor entre un medio y otro. Para distancias medianamente largas, el ciclista se irá cansando y por lo tanto la velocidad promedio disminuirá, dejando al conductor en el lugar del más veloz ¿Qué es una distancia medianamente larga? Si la distancia a recorrer son 6.8 km o menos, es muy probable que se llegue antes pedaleando. En otras grandes ciudades como París o San Pablo, la bicicleta es más veloz que el auto sólo en viajes considerablemente más cortos que los de la Capital Federal.

La red de ciclovías porteña otorga seguridad al ciclista y logró que mucha gente temerosa de disputarle espacio al auto en la calle, se anime a pedalear en su propio carril. Aunque se puede mejorar.

“El diseño de las ciclovías en Capital no es correcto. Son doble mano, confunde a los autos y peatones», dice Snigh.

“Buenos Aires es una gran metrópoli, uno jamás podría recorrerla sólo en bici”, cuenta Dhan Zunino Singh, sociólogo e investigador en estudios de la movilidad para el CONICET. “Lo que sí podría existir es un sistema multimodal en el que los medios de transporte se combinen. Poder subir la bici al subte o al tren, o incluso al colectivo, como en otros países, invitaría a que se use más para trayectos cortos. El subte de Buenos Aires, con la importancia que tiene en la Ciudad, ha quedado realmente atrasado en su renovación y expansión: los vagones siempre están llenos y además está prohibido subir bicicletas, aunque sean plegables”.

La interconexión entre medios de transporte podría, a su vez, compensar parcialmente la falta de ciclovías en las zonas periféricas de la Capital, sobre todo en el sur y el oeste, y sus alrededores en el conurbano. Construir infraestructura para evitar robos como jaulas o bicicleteros seguros, mejoraría tanto la capacidad de usarlas en viajes cortos como su conectividad con otras formas de transporte.

“El diseño de las ciclovías en Capital no me parece correcto. Son doble mano en calles de un solo sentido, lo que confunde a los autos y peatones. Además, para ser doble sentido, con el ancho actual, es entre peligroso e incómodo. El ciclista que va en sentido contrario al tránsito tiene que ir por el costado del cordón de la vereda, que siempre está inclinado y sin asfaltar, es un peligro; compartís espacio con los desagües y tachos de basura. Aunque lo peor es que no reciben mantenimiento ni reparación”, remarca el investigador.

La velocidad promedio de un viaje en bicicleta es de 15 km/h.

Thompson relata una experiencia frecuente entre los ciclistas: “El mayor problema es la falta de información vial: no se habla de la importancia del casco, ni de ponerle luces y tela reflectora a la bici, tampoco de señalar cuando se está por doblar, ningún ciclista tiene en cuenta todo esto. No hay campañas de información, uno tiene que aprender acumulando kilómetros y posibles accidentes”.

Al principio de la pandemia, según la Agencia Nacional de Seguridad Vial, la circulación se redujo en un 90 por ciento. El ministro de Salud, Ginés González García, estimó que esta caída liberó un 30 por ciento de las camas de terapia intensiva normalmente utilizadas para accidentados, recurso valioso para los pacientes con Covid-19. Los accidentes de tránsito son un gran problema en la Ciudad, pero pueden ser combatidos favoreciendo la circulación en bicicletas, cuya velocidad es un factor determinante para la letalidad de los accidentes.

“Reducir la velocidad es una forma de generar una infraestructura nueva. Muchas veces la infraestructura se confunde con cosas materiales, concretas, cuando en realidad pueden ser normativas, formas de organización del espacio, los usuarios mismos son parte de la infraestructura”, comenta Zunino.

Sol Mendoza, activista de la bici y colaboradora de Bicitool, opina que existe también un problema en cómo los conductores suelen ver a los ciclistas: “Muchos automovilistas no los reconocen como compañeros de calle. Para ellos, la gente que anda en bici está al mismo ‘nivel’ de transporte que un peatón y lo consideran casi un estorbo, como si la calle estuviera hecha sólo para los autos. Por suerte, esto va cambiando a medida que la bici crece en la ciudad. Al crear espacios donde el auto y la bici conviven, cada vez en mayor medida, aparece un nuevo ritmo en el andar”.