Por Victoria Jaime
Fotografía: Candela Bandoni

Una movida, fraterna y de resistencia, une a las disidencias porteñas en desfiles y fiestas.

Se abren las puertas. Adentro son todas disidencias. Travestis, maricas, trans, no binaries. Todas expectantes, montadas, reinas, artistas. Ansiosas de que suenen de una vez los primeros sonidos de esa pasarela que hace temblar al piso de la heteronorma. Son queers, son amigues y son familia. La presentadora dice “Let’s go perras” y comienza a sonar el beat del DJ que abre oficialmente la runway disidente.
Insertada entre las calles de Buenos Aires, la escena ballrooom es una realidad y está para quedarse, hackeando al poder hegemónico que se cruza en su camino.
“El ball es un espacio seguro y libre, donde nos apropiamos de lo que nos fue negado históricamente y que aún se nos sigue negando”. Quien habla es Tian Aviardi. Se autodefine como “una marica que baila y que gestiona espacios de disidencias”. Vive en Buenos Aires desde los 19 años, es una de las primeras personas que introdujo la cultura ballroom en la escena local y que llevó a este circuito a ser el furor que es hoy: “La escena vive por sí sola, hay un montón de personas que hoy pertenecen y que gestionan estos eventos”.
Tian, con orgullo y solidez, expresa que los balls son “lugares hechos por y para nosotres, las disidencias” que tejen redes no sólo para liberarse sino también para “sanarse y abrazarse entre todes”. Se generan encuentros con un montón de personas que atraviesan las mismas realidades, con las que a su vez se puede empatizar y construir un vínculo de amistad o fraternal: “De ahí vienen las casas, una especie de fraterninades en las que se organizan quienes participan y la adopción de hijes no biológicos. Se vuelven familias que se gestionan, protegen y contienen entre sí”.
La gente se alborota en la pista. Ingresan entonces a la pasarela con brillos, vestuario fluorescente y un mensaje político: basta de censura, basta de prohibición. Acá todos los cuerpos son reivindicados. Acá todes pueden liberarse y ser lo que quieran ser: divas, modelos, reinas de su propia fantasía. Porque no existen lógicas binarias, porque ahora la realidad la crean elles, queers y empoderades.
En este universo extravagante que combina performance, modelaje y danza, se establecen categorías abiertas y les participantes van enfrentándose de a dos en la famosa pasarela. “La imaginación y las posibilidades creativas son enormes, ha habido temáticas desde recrear un color, hasta temas sociales que nos afectan, como el aborto legal o cuestiones ambientales. Porque el arte es para eso, es para expresar nuestras realidades”. Al mismo tiempo, explica Tian, se tocan temas de fantasía. Juegan a ser eso que de chiques no podían, porque acá no existen los límites.
Van pasando a la pista, muestran sus trucos, voguean y recrean una runway internacional. Cuando pasan de a dos, los jueces observan, alientan, y escogen al final a quien consideran que más lo dio todo. Mientras tanto, los aplausos y el aliento del público son una constante. Acá no hay espectáculo y espectadores, en esta escena hay un ida y vuelta entre la audiencia y la gente que se sube a esta pasarela.
La idea es ayudarse entre todes. Son públicamente conocidas las dificultades que trae conseguir trabajo para personas que no entran dentro de lo que socialmente se conoce como la norma. Por eso es que en estos eventos, explica Tian, hay sponsors, premios y trofeos de tiendas y emprendimientos de personas que integran esta misma escena: “Es lindo eso, premiar el esfuerzo, la energía, el entrenamiento, el talento y las ganas. Nos cubrimos en todos los aspectos donde hay huecos, y los llenamos de aguante energético, emocional y económico”.
El ballroom es comunidad, familia, expresión y lucha. Deja una marca e impulsa a que más personas se liberen y salgan a las calles sin censuras, a que más identidades ocupen espacios, los hagan propios y conecten con sus cuerpos. Constuyen una comunidad que no deja de crecer. Como un efecto mariposa, cada vez más personas de distintos sectores del país ocupan espacios públicos, montan una pasarela, prenden un micrófono y exclaman: “Let’s go perras”.