Por Tomás Castelli
Fotografía: Sofía Barrios

Ubicada en la Villa 21-24, la murga Padre Daniel es una de las comparsas que participará de la Segunda Edición del Carnaval Sustentable de la Ciudad. Una lógica solidaria y contenedora, diferente a las competencias oficiales.

En la intersección de las calles 10 de octubre de 1996 e Iguazú, del sector Caacupé del barrio Villa 21-24, a eso de las 19, comienzan a llegar para el ensayo los primeros miembros de la murga “Padre Daniel”. La camioneta roja de Maximiliano Valdiviezo, el encargado de percusión y uno de los principales organizadores, se estaciona sobre la vereda. Segundos después, las puertas de la Capilla Medalla Milagrosa y San Roque González, donde guardan los instrumentos y bombos, se abren. Los bailarines y músicos se acercan, saludan a Maxi, ingresan a la capilla y comienzan a sacar las cosas y a realizar los preparativos para que quede todo listo. En instantes, la música comenzará a retumbar por las calles del barrio.

La murga “Padre Daniel” se fundó en el sector Caacupé de la villa 21-24, en 2005, por iniciativa del cura Nicolás Angelotti, para todos el “Padre Tano”. “Formamos una murga para que los pibes que no se enganchaban a las demás actividades, como el fútbol o los exploradores, no se sintieran tirados. La murga es buena para los quilomberos -se ríe-, los atrae a todos”, describe Maxi, mientras José González, otro miembro de la murga, se acerca a saludar, y un chico le pide que lo deje practicar: “Yo bailo, pero Maxi me prometió que me iba a dejar tocar el bombo, ¿no?”. La respuesta de su coordinador no llega a ser del todo clara debido a las risas. “Al principio había varios directores, pero con el tiempo, la palabra director era un nombre de poder, por eso lo sacamos, y ahora lo que hay es un coordinador o coordinadora por grupo”, explica Maxi. 

Si uno deambula por las calles del barrio, la leyenda “Padre Daniel” aparece reiteradas veces. Una calle, un comedor y un jardín de infantes llevan su nombre. “El padre Daniel es casi más que Dios acá. Fue muy importante en épocas difíciles. Falleció en 1992 en un accidente de auto en Berazategui, y trajeron sus restos a la parroquia de Caacupé, para que veas lo que significa”, relata Maxi. La letra de la murga nombra a un “cura villero”, quién puso su cuerpo entero frente a “monstruos vestidos de verde”, que venían a erradicar un barrio de obreros. El cura villero es, por supuesto, el padre Daniel de la Sierra; los monstruos vestidos de verde, los integrantes de la última dictadura cívico militar argentina, que quiso llevarse por delante los barrios populares de la Capital Federal. En el sector de Barracas, al borde del río Matanza-Riachuelo, donde hoy ensaya la murga, el mismo padre Daniel se plantó y los defendió. Por eso, en 2005, el “Padre Tano” fundó una murga en su honor. 

 

Maximiliano Valdiviezo es el encargado de percusión y uno de los principales organizadores.

No obstante, todo cambió para la murga a partir de la llegada del cura Carlos Olivero, conocido en el barrio como el “Padre Charly”, en 2007. Maxi se involucró aún más en la organización y los eventos y la “Padre Daniel” superaron sus propios límites: “Hasta 2011, la murga era exclusiva de la parroquia. Pero a partir de ahí dimos otro paso: le propuse a Charly, que encima era músico, participar en los carnavales porteños y hacer viajes al resto del país para que la gente nos conozca”. Así, empezaron a participar en los carnavales porteños y en encuentros nacionales de murga en Santiago del Estero, Bahía Blanca y Comodoro Rivadavia, por nombrar algunos. “Ahora nos conocen en todos lados, porque marcamos territorio. Somos la murga de la iglesia. Antes, en los encuentros había mucha competencia para ver quién era la mejor. Nosotros llegamos y transmitimos otro mensaje: compartir en vez de competir. Las otras murgas hicieron un clic y ahora cambió todo, es más familiar, hasta nos prestamos instrumentos, cosas que antes no pasaban”, explica Maxi, con un orgullo que a su cara le resulta imposible disimular. 

La presencia de la murga “Padre Daniel” en la segunda edición del Carnaval Sustentable de la Ciudad conlleva una actitud solidaria. Es una forma de agradecimiento a Solange Guez, una de las organizadoras del carnaval, quién le donó a la murga la tela para fabricar sus propios trajes. Una ayuda que resultó fundamental y que Maxi lo resalta reiteradas veces: “Es un gesto enorme, porque hay mamás que tienen seis hijos que bailan y cada traje es muy caro, se les hace imposible pagar. Por eso la ayuda fue muy importante, esas mamás están chochas, y nuestra forma de agradecerle es participar en el carnaval y mostrar lo que hicimos gracias a ella”. 

Ya en pleno ensayo, la fila de bailarines, que incluye niños, adolescentes, adultos, mayores y hasta un perro, ocupa una cuadra de largo. La música suena y el sol se esconde sobre la orilla del río Matanza-Riachuelo. La gente del barrio que no participa observa por las ventanas, puertas y balcones. “Cerveza fría, helados, hay gas”, se lee en los carteles del kiosco que está frente al ensayo, mientras la dueña mira entre las rejas.  Los más chiquitos juegan y corren por la bicisenda, mientras sus familiares mueven el cuerpo al ritmo de los bombos. Ni siquiera el paso de una camioneta de la policía por el centro de la calle Iguazú interrumpe el ensayo. Los bailarines se acercan al cordón de la vereda sin dejar de bailar, y cuando el patrullero se aleja, vuelven a su lugar original. 

Por cuestiones personales, es el último año de Maxi como responsable de la murga. Sin dudas, será un momento difícil para todos. Para él, más que nadie. Quizás tan dura como lo fue la partida de Charly en 2020: “Él era como un maestro para mí, me enseñó todo lo que sé. Empecé a escribir nuestras canciones en 2012 y él me corregía y me indicaba qué estaba bien y qué no. Hasta que un día me dijo que estaba listo y a partir de ahí empecé a escribir todas las canciones yo”. La última canción que el padre Charly compuso antes de irse se llama “El letrista”. Habla de un hombre que empieza a escribir, se equivoca, aprende, y continúa intentando. Las voces que murmullan por el barrio dicen que la canción habla de Maxi, pero él no termina de atribuirse semejante homenaje.  

Antes y después del ensayo, una mujer recibe fotocopias de DNI y vacunas firmadas sobre una mesita, al costado de la capilla. Son autorizaciones para el viaje a Marcos Paz que los miembros de la murga realizarán en unos días. Detrás del viaje hay, por supuesto, mucho esfuerzo: “Vamos a pasar dos días de vacaciones y a ver los carnavales desde afuera, a descansar. Nuestra prioridad fueron las familias con cinco o seis hijos, que no tienen la posibilidad de salir de capital y que todo les cuesta el doble. Tratamos de que ellos vayan todos para que puedan disfrutar de dos días de descanso y ver lo que nos gusta, lo que nos apasiona”, cuenta Maxi, mientras la fila de papeles sobre la mesa se agranda cada vez más. Después de todo, de eso se trata (la vida y la murga): de disfrutar.