Por Hebe Barrios
Fotografía: Gentileza Telam

En una nueva audiencia del juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad en el Pozo Banfield, el Pozo de Quilmes y la Brigada de Lanús, los hijos de Susana Sosa de Forti rememoraron el secuestro junto a su madre, el cautiverio y búsqueda infructuosa.

En una nueva jornada, esta vez la N° 51, que investiga los juicios cometidos en el Pozo de Quilmes, el Pozo de Banfield y la Brigada de Lanús declaró la familia Sosa-Forti: Alfredo, Guillermo y Renato, tres de los cinco hijos de Alfredo Forti y Nélida Susana Sosa, quienes fueron secuestrados en un vuelo de Aerolíneas Argentinas junto a su mamá, el 18 de febrero de 1977.

Con unas notas ayuda memoria que apuntalaban el paso de los años y el dolor de no olvidar ningún detalle de aquel trágico día -y a pesar de que la defensa del represor Samuel Eduardo De Lío, exjefe del Regimiento de Viejo Bueno, se opuso- Alfredo Forti comenzó su testimonio. “Mis padres eran parte de una generación de alta sensibilidad hacia el otro, que los llevó a tener una participación y una actitud militante y proactiva en favor de los sectores desposeídos de nuestra sociedad y en busca de resolver los problemas de inequidad e injusticia», explicó Alfredo, quien recordó que ambos crearon una escuela de técnicas de enfermería en un pequeño pueblo de Santiago del Estero y realizaban campañas de alfabetización.

Su padre, de quien lleva el nombre, era cirujano y lo habían contratado en Venezuela, por eso la familia se había trasladado a Buenos Aires para tramitar los pasaportes y viajar hacia su encuentro, pero no los dejaron. Ya embarcados y en pleno avión, les avisaron por alto parlante que solicitaban la presencia de su padre en la cabina y que debían bajar por aparentes problemas de documentación. Ante la negativa y reiterados pedidos de explicaciones de su madre, civiles armados actuaron por la fuerza. “Salimos del aeropuerto y nos subieron a un Peugeot y a un Falcon. Nos sacan de la zona hasta un camino de tierra secundario donde todos fuimos vendados y atados, incluidos mis hermanos pequeños”. Mario, de 13 años; Néstor de 10; Renato de 11 y Guillermo de 8. Alfredo era el mayor y por entonces tenía 16. Todos fueron trasladados a un garage de manera momentánea y luego los llevaron a un calabozo por seis días, lugar que años después pudo reconocer como el Pozo de Quilmes. “En ningún momento se nos informaron las razones por las cuales habíamos sido detenidos, ni tampoco pudimos comunicarnos con nuestros familiares, no se nos explicó nada sobre por qué estábamos ahí, en esas circunstancias”.

Los calabozos daban a un patio interno que se comunicaba con otras celdas en la parte superior, allí Alfredo y sus hermanos pudieron ver a estudiantes que dijeron que eran de La Plata: “Había una de ellas que estaba embarazada de seis meses. Los nombres que nos dieron, sobre todo a mis hermanos que, para tranquilizarlos, les cantaban canciones, eran Alicia y Violeta”, recordó.

“El coronel le informó a mi madre que estábamos detenidos y que teníamos que ser trasladados a Tucumán, el lugar donde estábamos viviendo, que no sabía la razón y que no se preocupara, que eran seis días nada más”. El sexto día de cautiverio, el 23 de febrero de 1977, les anunciaron que los trasladaban y los hicieron bajar. Los sentaron en la vereda y los taparon con una sábana. “Estamos llevando a tu madre a Tucumán, en seis días la tenés de vuelta”, le dijo el coronel a Alfredo, a quien, junto a sus hermanos, lo dejaron tirado, con muy poca ropa, casi nada de los que llevaban en su equipaje y sin la documentación completa.

Allí sólo se iniciaba el infierno para los Forti. Fue el comienzo de un arduo proceso de contacto con su padre y el intento de ubicar y recuperar a su madre, sin contar que ellos tenían planeado un viaje internacional y sin pasaportes no podían hacerlo, ya que en cautiverio les habían robado todo. “En ese momento recibimos negativas totales por parte de Aerolíneas Argentinas, presidida por el Brigadier San Juan. Se complicó todo”, recuerda.

“Nosotros solo podíamos viajar si acusábamos a mi madre de que nos había abandonado y si la culpábamos de que se había robado nuestros pasaportes.”

Si bien por un momento los menores quedaron a la suerte de la autorización de una jueza para poder viajar -ya que su padre se encontraba en Venezuela y su madre desaparecida– finalmente pudieron hacerlo, incluso a pesar de que la jueza los incitó a declarar en contra de Susana Sosa de Forti, su propia madre. “Nosotros solo podíamos viajar si acusábamos a mi madre de que nos había abandonado y si la culpábamos de que se había robado nuestros pasaportes”. Ante la indignación y el dolor de escuchar esas palabras, los niños se negaron. Gracias a las gestiones de su padre desde la distancia y la ayuda del religioso Alfonso Naldi que los contactó con la Policía Federal, lograron la devolución de sus pasajes y pasaportes.

“Hasta el último segundo de vida que tengan estos señores -dice Alfredo, refiriéndose a los genocidas- tienen momento de redimirse de alguna manera y eso es hablando y dando a conocer la información que tienen, las responsabilidades que existen y los destinos finales de nuestros seres queridos”, cerró Alfredo Forti.

Luego de un cuarto intermedio, prosiguió el testimonio de Renato Forti quien, ante las preguntas de la Fiscalía, comenzó su relato y afirmó lo dicho por su hermano mayor, Alfredo, sobre cómo sucedieron los hechos. A diferencia de Alfredo, Renato lució un acento venezolano, aquel que sus años de exilio le hicieron adoptar. Además de contar lo sucedido arriba del avión antes de despegar, también afirmó el proceso de búsqueda que llevaron a cabo Alfredo y su padre cuando finalmente pudieron concretar su viaje hacia Venezuela: “Inmediatamente se pusieron en contacto con organismos internacionales denunciando todos los hechos, mi padre y mi hermano mayor se dedicaron a la búsqueda de mi madre. Mi hermano mayor se entregó a la búsqueda de mi madre, pero nunca salió un resultado que dijera dónde estaba. No teníamos noticias de nada”, lamentó.

“Al principio fue muy fuerte separarse de mi madre, nos costaba aceptar lo que sucedió. Fue muy impactante. Llegué a sentirme aislado y retraído por todo ese trauma que pasamos. Quisiera que se haga justicia porque mi madre era extraordinaria, muy buena, ella no se merecía que pasara esto”, declaró Renato.

El tercer y último testimonio fue el de Guillermo Forti, el más pequeño de la familia al momento de la detención, quien expresó que cuando su madre le dijo que tenían que bajar se sorprendió mucho y se sintió asustado: “Recuerdo cuando sacaban nuestras valijas del avión y posteriormente nos llevaron y subieron a dos vehículos, un Peugeot y un Falcon. Mario, Renato, Néstor y yo en un vehículo y Alfredo y mi mamá en otro”, contó. Además, comentó que recuerda muy bien los modelos de los autos porque jugaban a un juego con sus hermanos y pudo reconocer bien que se trataba de un Peugeot 504 y un Ford Falcon. Guillermo expresó que entró en un estado de llanto y angustia porque él siempre estaba con su mamá, por eso también lo bajaron y lo pasaron al auto en el que iba su madre. 

Al final de su testimonio, Guillermo recordó su pesar sobre la pérdida: «Mi madre era una madre muy cariñosa, tierna, amiga. Durante mucho tiempo tenía la esperanza de verla llegar a en las fiestas. Yo he llegado a no asistir a esas fiestas típicas de las madres con sus hijos, por la ausencia de mi madre», expresó.